jueves, 10 de abril de 2014

La hondonada (Jhumpa Lahiri)



Título original: The lowland
Traductora: Gemma Rovira Ortega
Páginas: 416
Publicación: 2010 (2014)
Editorial: Salamandra
Categoría: Narrativa Contemporánea
ISBN: 9788498385700
Sinopsis: Los hermanos Subhash y Udayan viven en un humilde barrio de Calcuta donde, durante la temporada de lluvias, un lecho seco entre dos lagunas se transforma en un gran espejo de agua. Allí, en la hondonada, transcurre su infancia, jugando al fútbol o nadando, a merced de la naturaleza. Pero la hondonada es algo más que un pedazo de tierra. Es el vacío en el corazón de los hermanos cuando empiezan a crecer y sus caminos se separan de forma inexorable, uno en la India y el otro en Rhode Island. Años después, cuando la tragedia irrumpe en sus vidas, Subhash regresa a su país con la esperanza de recomponer una familia desgarrada a consecuencia de los actos de Udayan, que afectarán a los destinos de su joven esposa, de sus padres y de su hermano mayor

Contextualizar es importante, así que os pongo en situación. Ella, nuestra Marilú Cuentalibros, leyó La hondonada. Juro que yo la vi enamorada mientras el libro iba de la librería a la playa y de la playa a casa... Y finalmente de su casa al tejado, vía ventana. Podéis ver el recorrido en su magnífica reseña.

Qué loca esta Marilú, tirar un libro por la ventana. Un libro que ha disfrutado tanto… hasta que llegó a las páginas finales. Así que … del tejado se lo cogí.


Y del tejado a mi regazo. Empiezo.

Hay siempre un punto en un libro en el que inevitablemente pasas a formar parte de él. Un ¡zas! y estás dentro. Con este libro me pasó en la página 17, cuando Subbash entrelaza los dedos de ambas manos para que su hermano Udayan encaje su pie  y sea impulsado a lo alto de un muro. Esa imagen fue la que tiró de mí hacia dentro. Soy yo la que pone el pie sobre las manos de mi hermano y soy impulsada, me veo a horcajadas en el muro mientras, abajo, veo el rostro de mi hermano mirarme.

Y es que Jhumpa Lahiri tiene mucho arte para crear imágenes, pero no os imaginéis una imagen estática y fría. No, imaginaros imágenes vivas y vívidas. Sientes tu piel, tu nariz, tu mirada, tus oídos, tu boca, tu alma. Un lenguaje muy poderoso el de Lahiri. Y así, de su mano, sorteo, tomando nota, la (breve) parte en la que se nos describe el escenario socio-politico, que me saca ligeramente del ambiente creado, pero que intuyo necesario. Todo es contexto. Todo aporta. Eso me digo.
Pero ¿servirá de algo? ¿De qué sirven los arcos y las flechas contra un Estado moderno?

Subbash y Udayan. Udayan y Subbash. Dos hermanos, enlazados. Dos polos opuestos ineludiblemente unidos por los juegos, la confianza, las claves, la familiaridad, las complicidades, los momentos compartidos. La lealtad fraternal obliga y supera pruebas. Y también exige.

Lahiri es muy rápida en el fondo, pero muy pausada en la forma. Leyéndola, me veo sentada en el suelo con ella enfrente y yo escucho atentamente cómo me cuenta La hondonada, una historia detrás de otra. Vertiginosa ella, comedida y entregada yo. ¿Dónde me llevas, Lahiri?, le pregunto. Ella me sonríe y sigue hablando, casi en voz baja, hipnótica. No sé si no me escucha o si no quiere hacerlo. Se lo preguntaré varias veces a lo largo de la lectura y nunca me respondió (¿Dónde me llevas, Lahiri?).

No sólo es rápida, es buena, muy buena. Porque va colocando frases aquí y allá, que te acarician, te golpean, te llevan, te traen, te sonríen, te zarandean, te inquietan, te sujetan… Y sin embargo, soy incapaz de subrayar ninguna. Porque la fuerza de esas frases está en el lugar que las coloca. Si las extraigo del conjunto son frases sencillas, que puestas así, desnudas, no sólo son sencillas es que no dicen nada. La eficacia y contundencia de esas frases está en ponerlas entre una y otra, o al final de un párrafo, o justo antes de un interlineado (sí, ahora entiendo esos interlineados que tanto mencionó Marilú). Ahí cogen vuelo, sentido, hacen de red pero no para sostenerte, sino para atraparte. Se convierten en radiografías del alma.

Le pido una brújula, pero Lahiri, sentada enfrente de mí, me dice que no hay ni brújula ni mapa, que me deje llevar. Me dejo, es un lugar agradable, y ella una guía estupenda, algo enigmática, pero es su juego, así construye esta historia. Su ritmo pausado en el contar esconde la rapidez con que todo acontece. Y yo voy devorando absolutamente todo. Porque ya lo dije, es agradable, es muy buena. Y van pasando cosas, y transcurriendo años y más años. Y yo ahí dentro, disfrutando, recogiendo todos los anzuelos, sorprendiéndome, admirando, gozando, embobadita.

Pasada la mitad del libro (ampliamente) empiezo a dudar del mosqueo de Marilú ¿y si se ha equivocado? Esto va muy bien, no puede terminar mal. Imposible, con lo bien que va Lahiri…

En este (largo) viaje sin retorno que me propone Jhumpa Lahiri yo he sido una viajera agradecida, entusiasta, dispuesta, incluso apasionada. Pero llegan las últimas páginas. La hora de rematar la faena, Jhumpa. De rematarla. De estar a la altura. La altura que durante tantas y tantas y tantas páginas habías alcanzado y mantenido.

Siento haber dudado, Cuentalibros. Al final Jhumpa se agotó, le pasó el manuscrito a su prima, a algún amigo, a alguien que pasaba por allí. O, ahora entiendo, ese no recrearse en ciertas situaciones, ese ir sobrevolando (fantásticamente, eso sí) por encima de todo le impidió ver el conjunto, toda la historia, lo que tenía entre manos. Y le faltó redondear, que era lo que pedía todo lo leído hasta ese momento. Hubiera sido… perfecto. Mágico. Magistral. De joya, incluso de joyón. Pero algo le pasó. Tuvo miedo, le dio vértigo, se perdió por no llevar brújula ni mapa, pensó que vendería más así, se durmió encima del teclado. No lo sé.

Y me cabreé. Pero vivo en un segundo, miro por la ventana y hay niños en el parque infantil. No puedo tirarlo por la ventana, no vaya a darle a uno en la cabeza. Pero sé qué hacer con él.


Pero ellas, gallinas cobardes, dijeron que no querían responsabilidades ni mucho menos leer, así que cuando volví me encontré con que se lo habían pasado a ella: Aguirre, la cólera de Dios. Y en sus manos está, por si alguien quiere seguir la cadena.


Debo decir, es lo justo, que la lectura ha sido muy buena, me ha gustado mucho, pero el final enfada porque no acompaña todo lo leído hasta ese momento. Y también que es fácil que a mucha gente no le decepcione. No sería razonable ni objetiva si no lo dijera. Merece la pena. Sí. Pero que cada cual se atenga a su final.
(©AnaBlasfuemia)



 .


domingo, 6 de abril de 2014

Mirada azul





- ¡¡¡Mis ojos son veeeerdes!!! ¡Verdes!
- Lo sé, pero tu mirada es azul

¡Cuántas veces nos habíamos hecho esta broma! Hubo momentos en los que te juro que hasta llegué a pensar que mis ojos eran azules.

He pasado tantos años contigo… no recuerdo siquiera otra vida que no fuera junto a ti. Contigo asimilé que mi mirada era azul, aunque mis ojos fueran verdes. Contigo aprendí a amar el mar y sobre todo, aprendí a amarlos a ellos: los delfines. Esa fascinación tuya que tan sólo a ratos llegué a percibir y comprender en toda su intensidad. Esa fuerza con que tú los amabas, mar y delfines.

Cuando mirabas el mar, yo te miraba a ti. Yo sé que cuando te ahogabas sin el mar lo buscabas en mi mirada. Azul, azul el mar. Azules los delfines. Azul mi mirada de ojos verdes.

Miré el mar mientras te abrazaba. La enfermedad había sido más rápida contigo que con la mayoría de las personas. Aun desde tu extrema delgadez conservabas en tu mirada esa fuerte expresión, esa mirada de asombro y curiosidad, pero también de vida y decisión. Tu abrazo me llegaba débil, pero tu amor me acariciaba con una intensidad casi delirante.

El mar estaba tan inmóvil que no parecía natural. Pero el agua era azul, muy azul. Los delfines habían seguido nuestra embarcación y, cuando nos detuvimos, permanecieron con nosotros. No lo dudo ni un momento, sé que están aquí por ti, que los habrás convocado mientras mirabas mi mirada azul.

Es como tú quieres que sea. Estamos quienes te hemos querido y quienes tú has querido. Está el mar. Están los delfines. Todos están tan cohibidos que apenas nos miran. Mi mirada se concentra en la tuya, y tú buscas la mía en una intimidad que nos abarca a todos.

- Tu… mirada… es azul.
- Lo sé, te respondí
- Ahí… me quedaré siempre… en tu mirada… azul

No sé de qué color eran mis lágrimas. Nos habíamos preparado para este momento. Después de una larga travesía conseguimos desconvocar el dolor. Sé que la memoria no me hará preguntas.


Los delfines se acercaron tanto que temí por un momento que volcaran la embarcación. Era la señal. Había llegado el momento.



- ¿Lista?, te pregunté.
- Sí, me contestaste mientras tu mirada se tornó, también, azul.

No necesitábamos más palabras. Todo nos lo habíamos dicho ya. Tanto que al final prescindimos de ellas. Nuestros días se poblaron de los silencios más intensos, verdaderos, nítidos y entrañables que se podían crear y recrear entre dos personas. Sólo manos, miradas, abrazos y silencios. En el umbral, nos amamos hasta subir al cielo.

Deshice lentamente el abrazo, dejé escapar tu mano. No sé si llegaste a sumergirte en el agua. Juraría que los delfines te mecieron mientras te arrullaban cánticos tranquilizadores. Cerré los ojos mientras te atrapaba en mi mirada, ahí te retendría para siempre, en mi mirada azul.


A Ohne, que me dio la palabra y me da la mirada
.