Título original: The lowland
Traductora: Gemma Rovira Ortega
Páginas: 416
Publicación: 2010 (2014)
Editorial: Salamandra
Categoría: Narrativa Contemporánea
ISBN: 9788498385700
Sinopsis: Los hermanos Subhash y
Udayan viven en un humilde barrio de Calcuta donde, durante la temporada de
lluvias, un lecho seco entre dos lagunas se transforma en un gran espejo de
agua. Allí, en la hondonada, transcurre su infancia, jugando al fútbol o
nadando, a merced de la naturaleza. Pero la hondonada es algo más que un pedazo
de tierra. Es el vacío en el corazón de los hermanos cuando empiezan a crecer y
sus caminos se separan de forma inexorable, uno en la India y el otro en Rhode
Island. Años después, cuando la tragedia irrumpe en sus vidas, Subhash regresa
a su país con la esperanza de recomponer una familia desgarrada a consecuencia
de los actos de Udayan, que afectarán a los destinos de su joven esposa, de sus
padres y de su hermano mayor
Contextualizar
es importante, así que os pongo en situación. Ella, nuestra Marilú Cuentalibros, leyó La hondonada. Juro
que yo la vi enamorada mientras el libro iba de la librería a la playa y de la
playa a casa... Y finalmente de su casa al tejado, vía ventana. Podéis ver el
recorrido en su magnífica reseña.
Qué
loca esta Marilú, tirar un libro por la ventana. Un libro que
ha disfrutado tanto… hasta que llegó a las páginas finales. Así que … del
tejado se lo cogí.
Y
del tejado a mi regazo. Empiezo.
Hay
siempre un punto en un libro en el que inevitablemente pasas a formar parte de
él.
Un ¡zas! y estás dentro. Con este libro me pasó en la página 17, cuando Subbash
entrelaza los dedos de ambas manos para que su hermano Udayan encaje su
pie y sea impulsado a lo alto de un
muro. Esa imagen fue la que tiró de mí hacia dentro. Soy yo la que pone el pie
sobre las manos de mi hermano y soy impulsada, me veo a horcajadas en el muro
mientras, abajo, veo el rostro de mi hermano mirarme.
Y es que
Jhumpa Lahiri tiene mucho arte para
crear imágenes, pero no os imaginéis una imagen estática y fría. No,
imaginaros imágenes vivas y vívidas.
Sientes tu piel, tu nariz, tu mirada, tus oídos, tu boca, tu alma. Un lenguaje
muy poderoso el de Lahiri. Y así, de su mano, sorteo, tomando nota, la (breve)
parte en la que se nos describe el escenario socio-politico, que me saca
ligeramente del ambiente creado, pero que intuyo necesario. Todo es contexto. Todo aporta. Eso me
digo.
Pero ¿servirá de algo? ¿De qué sirven los arcos y las flechas contra un Estado moderno?
Subbash y
Udayan. Udayan y Subbash. Dos hermanos, enlazados. Dos polos opuestos ineludiblemente unidos por los juegos, la
confianza, las claves, la familiaridad, las complicidades, los momentos
compartidos. La lealtad fraternal obliga
y supera pruebas. Y también exige.
Lahiri
es muy rápida en el fondo, pero muy pausada en la forma.
Leyéndola, me veo sentada en el suelo con ella enfrente y yo escucho
atentamente cómo me cuenta La hondonada,
una historia detrás de otra. Vertiginosa
ella, comedida y entregada yo. ¿Dónde
me llevas, Lahiri?, le pregunto. Ella me sonríe y sigue hablando, casi en
voz baja, hipnótica. No sé si no me escucha o si no quiere hacerlo. Se lo
preguntaré varias veces a lo largo de la lectura y nunca me respondió (¿Dónde me llevas, Lahiri?).
No sólo es
rápida, es buena, muy buena. Porque va colocando frases aquí y allá, que te
acarician, te golpean, te llevan, te traen, te sonríen, te zarandean, te
inquietan, te sujetan… Y sin embargo, soy incapaz de subrayar ninguna. Porque la fuerza de esas frases está en el lugar
que las coloca. Si las extraigo del conjunto son frases sencillas, que
puestas así, desnudas, no sólo son sencillas es que no dicen nada. La eficacia y contundencia de esas frases está en
ponerlas entre una y otra, o al final de un párrafo, o justo antes de un
interlineado (sí, ahora entiendo esos interlineados que tanto mencionó Marilú).
Ahí cogen vuelo, sentido, hacen de red
pero no para sostenerte, sino para atraparte. Se convierten en radiografías del
alma.
Le
pido una brújula, pero Lahiri, sentada enfrente de mí,
me dice que no hay ni brújula ni mapa,
que me deje llevar. Me dejo, es un lugar agradable, y ella una guía estupenda,
algo enigmática, pero es su juego, así construye esta historia. Su ritmo
pausado en el contar esconde la rapidez con que todo acontece. Y yo voy
devorando absolutamente todo. Porque ya lo dije, es agradable, es muy buena. Y
van pasando cosas, y transcurriendo años y más años. Y yo ahí dentro,
disfrutando, recogiendo todos los anzuelos, sorprendiéndome, admirando,
gozando, embobadita.
Pasada la
mitad del libro (ampliamente) empiezo a dudar del mosqueo de Marilú ¿y si se ha equivocado? Esto va muy bien, no
puede terminar mal. Imposible, con lo bien que va Lahiri…
En este (largo)
viaje sin retorno que me propone Jhumpa Lahiri yo he sido una viajera
agradecida, entusiasta, dispuesta, incluso apasionada. Pero llegan las últimas
páginas. La hora de rematar la faena,
Jhumpa. De rematarla. De estar a la altura. La altura que durante tantas y
tantas y tantas páginas habías alcanzado y mantenido.
Siento haber
dudado, Cuentalibros. Al final Jhumpa se
agotó, le pasó el manuscrito a su prima, a algún amigo, a alguien que
pasaba por allí. O, ahora entiendo, ese no recrearse en ciertas situaciones, ese
ir sobrevolando (fantásticamente, eso sí) por encima de todo le impidió ver el
conjunto, toda la historia, lo que tenía entre manos. Y le faltó redondear, que
era lo que pedía todo lo leído hasta ese momento. Hubiera sido… perfecto.
Mágico. Magistral. De joya, incluso de joyón. Pero algo le pasó. Tuvo miedo, le dio vértigo, se perdió
por no llevar brújula ni mapa, pensó que vendería más así, se durmió encima del
teclado. No lo sé.
Y me cabreé.
Pero vivo en un segundo, miro por la ventana y hay niños en el parque infantil.
No puedo tirarlo por la ventana, no vaya a darle a uno en la cabeza. Pero sé
qué hacer con él.
Pero ellas,
gallinas cobardes, dijeron que no querían responsabilidades ni mucho menos
leer, así que cuando volví me encontré con que se lo habían pasado a ella: Aguirre, la cólera de Dios. Y en sus
manos está, por si alguien quiere seguir la cadena.
Debo decir, es
lo justo, que la lectura ha sido muy
buena, me ha gustado mucho, pero el final enfada porque no acompaña todo lo
leído hasta ese momento. Y también que es
fácil que a mucha gente no le decepcione. No sería razonable ni objetiva si
no lo dijera. Merece la pena. Sí. Pero que cada cual se atenga a su final.
(©AnaBlasfuemia)
(©AnaBlasfuemia)
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