viernes, 7 de marzo de 2014

Ahora me ves, ahora no me ves.



Recuerdo perfectamente el momento en el que me di cuenta que era invisible. No tenía ni un año de edad y como no había aprendido a gatear me desplazaba de culo. Toda una declaración de intenciones. Como era bastante agotador a menudo me dejaba estar en el suelo, inmóvil, dejando que fuera mi mirada la que se moviera por mí y me llevara a los sitios. El problema era que las piernas ajenas chocaban conmigo. Al principio lloraba. Luego dejé de hacerlo porque nadie me veía ni nadie me oía. Cambié de táctica. Cada vez que veía venir unas piernas me abrazaba a ellas y así aprendí a desplazarme. Ya no tenía que ir de culo. Las piernas ajenas hacían de las mías. Mis piernas favoritas eran las de mi madre, que aprendió con resignación a llevar ese sobrepreso en sus piernas, especialmente su pierna izquierda.

Con el tiempo el fenómeno de mi invisibilidad fue cada vez más evidente. Cuando me regalaron mi primera bicicleta tuve que aprender a sortear a la gente porque nadie se fijaba en mí y no se apartaban. Después de varias denuncias por atropellar a propios y extraños con mi bici, decidí que era mejor aprender a sortear los obstáculos que significaban los demás (otra declaración de intenciones).

Durante muchos años y durante mucho tiempo luché contra mi invisibilidad. Fue un error, hacía mucho ruido al no querer ser invisible y eso no gustaba. Tardé en darme cuenta, así que finalmente acabé convirtiendo mi invisibilidad en mi aliada. Y ahora la gente habla conmigo sin problemas porque en realidad es como si no estuviera. Un espejo amable que no distorsiona la imagen devuelta. Me lo cuentan todo, sus laberintos de preocupación, sus sueños sosegados, sus pesadillas más íntimas. Algunos hasta me echan el humo de sus cigarros a la cara mientras desenredan sus secretos a viva voz, tan ignorantes de mi presencia. No esperan que les responda. Los invisibles no hablamos, sólo susurramos. Pero yo anoto en una libreta todo lo que me dicen. Y anoto en color rojo a aquellos que me hacen llorar con el humo de sus cigarros.

Hoy fui al supermercado a comprar pan. La puerta no se abrió. Di dos pasos hacia atrás para volver a intentarlo, pero seguía sin abrirse. Me disponía a golpear la puerta con los nudillos para que las cajeras me abrieran la puerta cuando una mujer cargada de bolsas se acercó para salir y la puerta se abrió. Aproveché para entrar. Cuando salí lo hice junto a un jubilado que acababa de comprar un chusco de pan y un brick de vino peleón.  Al volver al trabajo las puertas no se abrieron. Como no entraba ni salía nadie no pude pasar y me fui al parque a pasear al sol.

Así, hoy ha vuelto a pasar. Las puertas no me ven. Pero lo que no saben es que ya no soy invisible. A veces soy lluvia y a veces soy aire. Aire pegado a ti. 
(©AnaBlasfuemia)

martes, 4 de marzo de 2014

La ridícula idea de no volver a verte (Rosa Montero)




Páginas: 240
Publicación: 2013
Editorial: Seix Barral
ISBN: 9788432215483
Sinopsis: Cuando Rosa Montero leyó el maravilloso diario que Marie Curie comenzó tras la muerte de su esposo, y que se incluye al final de este libro, sintió que la historia de esa mujer fascinante que se enfrentó a su época le llenaba la cabeza de ideas y emociones. La ridícula idea de no volver a verte nació de ese incendio de palabras, de ese vertiginoso torbellino. Al hilo de la extraordinaria trayectoria de Curie, Rosa Montero construye una narración a medio camino entre el recuerdo personal y la memoria de todos, entre el análisis de nuestra época y la evocación íntima. Son páginas que hablan de la superación del dolor, de las relaciones entre hombres y mujeres, del esplendor del sexo, de la buena muerte y de la bella vida, de la ciencia y de la ignorancia, de la fuerza salvadora de la literatura y de la sabiduría de quienes aprenden a disfrutar de la existencia con plenitud y con ligereza.


Yo siempre he querido querer a Rosa Montero. Siempre he querido que me gustaran sus libros, que me convencieran sus artículos. Pero no lo consigo. Mi relación con ella es una larga travesía con momentos dispares: desde la más armónica sintonía al desencuentro más absoluto. Sin embargo Marie Curie es otra cosa: está en mis recuerdos casi desde niña, no sé si por alguna película, alguna clase en el colegio, alguna mención en una comida familiar, pero sí sé que, cuando no había internet ni por supuesto San Google, busqué información de esta mujer durante mucho tiempo. Ella fue la causante de que un año los Reyes Magos no tuvieran otra que dejarme algo así:


No está mal para alguien que siempre ha sido más de letras que el abecedario. Mi coqueteo con la Física y la Química se la debo exclusivamente a Marie Curie. Así que por eso este libro fue una tentación desde el momento en que salió. Además todos los comentarios eran (son) muy buenos, así que pese a mis cuitas con Rosa Montero, no dudé en ningún momento que este libro tendría que ser mío.

A estas alturas creo que ya sabe todo el mundo de qué va La ridícula idea de no volver a verte (además ahí arriba está la sinopsis). Rosa Montero y Marie Curie se cruzan justo cuando debieran de hacerlo. Si el dolor nos quita las palabras, Rosa siente que Marie se las devuelve. Y así, a través de Marie y de las palabras, Rosa exorciza sus demonios y atraviesa su duelo personal.

El diario que Marie escribió después de la muerte de su marido es el detonante para que Rosa Montero hable del fallecimiento de su marido, Pablo Lizcano, o más bien, hable de cómo lo ha vivido ella. Las primeras líneas del libro pretenden ser una declaración de intenciones:
Como no he tenido hijos lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos, y con ello me refiero a la muerte de mis seres queridos.
Podría discrepar de este punto de partida, pero no quiero meterme en esos vericuetos. En cualquier caso ya sabemos lo más importante en la vida de Rosa Montero: la muerte. El problema es que lo que ella pretende contar en este libro, ya me lo contó Antonio Gala, en Charlas con Troylo, y le bastó con un párrafo:
Eso es la muerte: alguien que jugaba contigo, te acariciaba, le llevaba de jarana o al mar o en coche, ya no está; no juega más, no te acaricia más, no existe. Y jamás volverá a jugar, ni a acariciarte, ni tú a verlo llegar sonriendo. Eso es la muerte.
Pero Rosa necesita páginas para transitar sobre el duelo, el dolor, la pérdida, en definitiva la muerte de un ser querido. Me parecía algo tan íntimo que pensé que sería una lectura que haría con la piel de gallina. Y puse de mi parte, toda mi sensibilidad al servicio de la emoción, mi emotividad en manos de Rosa Montero. Pero ni con esas, porque mi buena disposición se encontraba con esos #hashtag, con esas expresiones con las que Rosa Montero pretende ser cercana y sin embargo a mí me transmitía frivolidad, un envase coloquial y en ocasiones chabacano que constantemente me alejaba de la lectura. Algunos ejemplos de expresiones que rompen cualquier idilio con una lectura (porque además no se dan dentro de un diálogo) y que nos vamos a encontrar en este libro:

con la intensidad de su vida morrocotuda.
Pelillos a la mar.
Fuera la dictadura de #HacerLoQueSeDebe. Adiós a la #Ambición esclavizante y a la inseguridad torturadora (estas dos son pareja)
casi le dio un soponcio.
¿sabes qué?...
¡Guau!
se había enamorado como una becerra.

Otro tema que se me ha atragantado:
Sí, ya sé que las generalizaciones encierran siempre una cuota de estupidez, pero permíteme que juegue un rato a hablar de los hombres y de las mujeres, aunque resulte esquemático.
¿Esquemático? El problema es que muchos tramos de la lectura son sobre hombres y mujeres. Feminismo no es machismo a la inversa y hay brechas que nunca se van a cerrar si el juego se repite. Me resultó cansino, y en verdad tampoco aportaba nada a la lectura, por mucho que Marie Curie fuera una mujer en un mundo de hombres. Pero si se quiere utilizar el diario de Marie Curie como excusa para airear las mismas ideas una y otra vez adelante, pero el diario era otra cosa. Creo.

No es la única contradicción en la que (para mí) cae Rosa Montero (desdeñar las generalizaciones para luego darse permiso para generalizar; decir que iba a hablar un poquito de hombres y mujeres y llenar más páginas de las que parecen oportunas sobre este tema). Hay otra bastante llamativa:
No me gusta la  narrativa autobiográfica, es decir, no me gusta practicarla.
Y pocas páginas después:
Hago novelas cuyas peripecias no tienen nada que ver conmigo, pero que representan fielmente mis fantasmas.
¿Hay algo más autobiográfico, e incluso personal, que los fantasmas de cada uno? Pues eso. Y creo que esta es una de las razones por las que no acabo de conectar con Rosa Montero, que no me la creo, aunque lo intento (prueba de ello es que en mi casa tengo hasta nueve libros suyos).

Tengo que ser justa, hay momentos en los que Rosa Montero consigue emocionarme sin que medie Marie Curie, momentos en los que habla de Pablo, de su amor por él, de su pérdida. Son momentos breves que rápidamente Rosa rompe con un hashtag, un cambio de ritmo o un retornar a Marie, como si le asustara mostrarse débil. Pero en esos retazos de intimidad, es donde por fin me la creo y conecto.

En este juego de espejos que Rosa Montero establece con Marie Curie, será Marie y su corto diario lo que realmente me llegue y me emocione, y será ella quien muestre cómo con un lenguaje sencillo se puede transmitir con muchísima más intensidad todo el dolor y todo el amor y todo lo que significa la muerte de un ser querido, por ejemplo desgranando todos esos momentos que resultaron ser los últimos (Fue un día menos que viví contigo, Esa fue la última vez que cenaría contigo, Fue la última vez que escuché cómo expresabas tus ideas, La última frase que te dirigí no fue una frase de amor y de ternura).

Objetivamente entiendo que este libro pueda gustar en determinados momentos, entiendo que haya gustado a tanta gente y estoy segura de que será una buena lectura para muchos que no lo hayan leído (todavía). Lo mío con Rosa Montero roza ya lo personal, y si a alguien le duele esta discrepancia es a mí, pero lo que leo, lo cuento.

Rosa Montero 0 Marie Curie 1