Páginas: 128
Publicación: 2015
Editorial: Páginas de Espuma
ISBN: 9788483931851
Sinopsis: Las casas son siete, y están vacías. La narradora, según Rodrigo Fresán, es “una científica cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse loca. Y la cordura, como siempre, es superficial.” Samanta Schweblin nos arrastra hacia Siete casas vacías y, en torno a ellas, empuja a sus personajes a explorar terrores cotidianos, a diseccionar los miedos propios y ajenos, y a poner sobre la mesa los prejuicios de quienes, entre el extrañamiento y una “normalidad” enrarecida, contemplan a los demás y se contemplan.
IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero
Puedes empezar a leer AQUÍ
Qué grata sorpresa. Que un libro te arrastre así, sorprendiéndote, haciéndote surcar entre líneas, por aquello que no está escrito, lo que no lees, más que por las palabras escritas y por lo que lees. Lo que se insinúa. Empapándote de lo que transpira en cada página.
Lo cotidiano podría ser sinónimo de tranquilidad, de confort, de seguridad. Pero atravesando lo rutinario, detrás de cada gesto y cada palabra aparentemente baladí, intranscendente, está la esencia que circula por nuestras venas. Los miedos. Podemos decir pérdidas, soledades, incomunicación, engaños, decepción, incomprensión, deseo… pero siempre es lo mismo: miedo.
Por eso estas siete casas están vacías, aunque estén ocupadas, aunque haya personas que las habiten. Porque el miedo lo vacía todo, a nosotros mismos en primer lugar.
No tenía muchas referencias de Siete casas vacías, ni de Samanta Schweblin, pero en cuanto vi las personas que formaban parte del jurado que le concedió a este libro el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero no lo dudé. Hay premios y premios, y hay jurados y jurados.
Por otro lado tampoco me preocupaba que fuera un libro de relatos o cuentos o textos breves o como sea que se quiera etiquetar. Sé bien que los buenos libros, las buenas lecturas, las buenas historias, se puede encontrar en cualquier género. Sé que sea en un libro kilométrico, en una sola frase, en un poema, en un texto corto, en una imagen… puedo encontrar algo que me agita, que me espejea, que me pregunta, que me responde, que me estremece, que me hace vibrar. Sé qué es lo que busco, reconozco todo lo que me zarandea y necesito, aunque no sepa dónde encontrarlo. Y cuando lo tengo delante sé que no renunciaré a ello. Jamás.
Aunque intuía que Siete casas vacías sería una buena lectura, sin embargo me ha dado mucho más. Ese tipo de lectura me atrae de la misma forma que las almas gemelas se embelesan entre sí, libros que seducen por lo que sugieren sin recurrir a lo explícito, al desmenuzamiento, a lo rocambolesco, al invento, a lo retorcido. Lo complejo atravesando lo simple, mostrando lo cotidiano de forma que desnuda todo lo que oculta. Esbozos que luego la mirada de quien lee tiene que perfilar, dar forma, completar.
Libros valientes que no buscan lo fácil, y lo fácil ahora está en los escaparates de muchas grandes librerías. Pero lo mismo que las librerías valientes, pequeñas, independientes, amantes de la buena literatura, están en una lucha constante por sobrevivir a la venta rápida, superficial y cómoda, los libros valientes también tienen su propia lucha por sobresalir en el maremágnum de libros que nos invaden. Libros y autores que buscan sus lectores, lectores que buscan sus libros, sus autores, en una marea de tamaño tsunami en la que no todo es lo que parece y no todo lo que parece es literatura. Pero cuando libro, autor y lector se encuentran, zas, hay una energía que es brutal e íntima. Qué bien.
Hay muchas cosas que me han seducido de esta lectura, además de esos miedos que palpitan invisibles en lo cotidiano. Están las fronteras. En este caso las fronteras entre lo que es "normal" y lo que no lo es, ese frágil contorno que separa lo aceptable de la locura, lo habitual de lo extraño, lo común de lo raro, lo normal de lo excepcional, lo inocente de lo perverso... También que se apele a que hay una locura que no es insana, que a veces lo insano es lo “cuerdo” y lo más real está al otro lado de los límites que no atravesamos. Y todo esto contado, transmitido, de una forma sutil, sencilla, creando la atmósfera necesaria para ver más allá, para intuir, para sentir lo que late en lo que no ves.
Siempre me rindo ante los libros que no me dejan indiferente. Y tengo que contarlo. Y es que, lo sé, este no es desde hace tiempo sólo un espacio en el que cuento lo que leo, sino que ya es un cuarto propio en el que me cuento a través de lo que leo, e incluso de lo que no leo.
Publicación: 2015
Editorial: Páginas de Espuma
ISBN: 9788483931851
Sinopsis: Las casas son siete, y están vacías. La narradora, según Rodrigo Fresán, es “una científica cuerda contemplando locos, o gente que está pensando seriamente en volverse loca. Y la cordura, como siempre, es superficial.” Samanta Schweblin nos arrastra hacia Siete casas vacías y, en torno a ellas, empuja a sus personajes a explorar terrores cotidianos, a diseccionar los miedos propios y ajenos, y a poner sobre la mesa los prejuicios de quienes, entre el extrañamiento y una “normalidad” enrarecida, contemplan a los demás y se contemplan.
IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero
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Qué grata sorpresa. Que un libro te arrastre así, sorprendiéndote, haciéndote surcar entre líneas, por aquello que no está escrito, lo que no lees, más que por las palabras escritas y por lo que lees. Lo que se insinúa. Empapándote de lo que transpira en cada página.
Lo cotidiano podría ser sinónimo de tranquilidad, de confort, de seguridad. Pero atravesando lo rutinario, detrás de cada gesto y cada palabra aparentemente baladí, intranscendente, está la esencia que circula por nuestras venas. Los miedos. Podemos decir pérdidas, soledades, incomunicación, engaños, decepción, incomprensión, deseo… pero siempre es lo mismo: miedo.
Por eso estas siete casas están vacías, aunque estén ocupadas, aunque haya personas que las habiten. Porque el miedo lo vacía todo, a nosotros mismos en primer lugar.
No tenía muchas referencias de Siete casas vacías, ni de Samanta Schweblin, pero en cuanto vi las personas que formaban parte del jurado que le concedió a este libro el IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero no lo dudé. Hay premios y premios, y hay jurados y jurados.
Por otro lado tampoco me preocupaba que fuera un libro de relatos o cuentos o textos breves o como sea que se quiera etiquetar. Sé bien que los buenos libros, las buenas lecturas, las buenas historias, se puede encontrar en cualquier género. Sé que sea en un libro kilométrico, en una sola frase, en un poema, en un texto corto, en una imagen… puedo encontrar algo que me agita, que me espejea, que me pregunta, que me responde, que me estremece, que me hace vibrar. Sé qué es lo que busco, reconozco todo lo que me zarandea y necesito, aunque no sepa dónde encontrarlo. Y cuando lo tengo delante sé que no renunciaré a ello. Jamás.
Aunque intuía que Siete casas vacías sería una buena lectura, sin embargo me ha dado mucho más. Ese tipo de lectura me atrae de la misma forma que las almas gemelas se embelesan entre sí, libros que seducen por lo que sugieren sin recurrir a lo explícito, al desmenuzamiento, a lo rocambolesco, al invento, a lo retorcido. Lo complejo atravesando lo simple, mostrando lo cotidiano de forma que desnuda todo lo que oculta. Esbozos que luego la mirada de quien lee tiene que perfilar, dar forma, completar.
Libros valientes que no buscan lo fácil, y lo fácil ahora está en los escaparates de muchas grandes librerías. Pero lo mismo que las librerías valientes, pequeñas, independientes, amantes de la buena literatura, están en una lucha constante por sobrevivir a la venta rápida, superficial y cómoda, los libros valientes también tienen su propia lucha por sobresalir en el maremágnum de libros que nos invaden. Libros y autores que buscan sus lectores, lectores que buscan sus libros, sus autores, en una marea de tamaño tsunami en la que no todo es lo que parece y no todo lo que parece es literatura. Pero cuando libro, autor y lector se encuentran, zas, hay una energía que es brutal e íntima. Qué bien.
Hay muchas cosas que me han seducido de esta lectura, además de esos miedos que palpitan invisibles en lo cotidiano. Están las fronteras. En este caso las fronteras entre lo que es "normal" y lo que no lo es, ese frágil contorno que separa lo aceptable de la locura, lo habitual de lo extraño, lo común de lo raro, lo normal de lo excepcional, lo inocente de lo perverso... También que se apele a que hay una locura que no es insana, que a veces lo insano es lo “cuerdo” y lo más real está al otro lado de los límites que no atravesamos. Y todo esto contado, transmitido, de una forma sutil, sencilla, creando la atmósfera necesaria para ver más allá, para intuir, para sentir lo que late en lo que no ves.
Siempre me rindo ante los libros que no me dejan indiferente. Y tengo que contarlo. Y es que, lo sé, este no es desde hace tiempo sólo un espacio en el que cuento lo que leo, sino que ya es un cuarto propio en el que me cuento a través de lo que leo, e incluso de lo que no leo.
Así me doy cuenta de qué es lo que quiero. Quiero que revuelva. Quiero que mueva nuestras cosas, quiero que mire, aparte y desarme. Que saque todo afuera de las cajas, que pise, que cambie de lugar, que se tire al suelo y también que llore.©AnaBlasfuemia