domingo, 30 de agosto de 2020

Ballena (Paul Gadenne)


Había dejado de oponer la resistencia que opone todo lo que vive; había dejado de alzarse contra el viento, de domeñar las olas y sacar provecho de esa misma resistencia

Cuando, deslumbrada y abrumada, terminé de leer esta maravilla me encontré a mí misma sosteniendo el libro como quien sostiene a un pajarillo caído en el suelo, con ambas manos en forma de cuenco remedando un nido que cobije lo roto, lo frágil… lo puro. Estuve así horas, días, aún os escribo con el libro entre las manos. No sabía dónde depositarlo, qué hacer con esta inmensidad tan quebradiza que contiene todo el universo y su inevitabilidad, toda la verdad, simple y escurridiza, toda la existencia y su sentido, toda nuestra suciedad y también nuestra belleza.

Siento que hay un latido en lo muerto, una corriente de vida en lo inerme, una advertencia que está clamando, silenciosa y coral, en lo que mantengo entre mis manos. Quiero darle un aliento, o tal vez respirar el suyo, aspirar el último suspiro de lo putrefacto, abandonarme al horror para empaparme de lo puro, descifrar los silencios de las ballenas, los códigos de las mareas, el misterio del frío. Romper, destruir, aniquilar la indiferencia. Explotar como un átomo.

Sigo con el libro entre las manos, con esta ballena que se me derrama por la comisura de los ojos, manantial de mar en la mirada.

Ya sé qué hacer con él. Os lo voy a pasar a vosotr@s, con toda la delicadeza de la que soy capaz. Y os voy a pedir que lo sostengáis con ternura y con cuidado, que no dejéis que se rompa, que no se rompa, que no se rompa…Y que luego lo paséis a otras manos que sigan resguardando y protegiendo este vidrio tan quebradizo y frágil. Pasadlo de unas manos a otras y preservar la pureza.

Y entonces podré deshacer este nudo en el corazón que se desliza de arriba hacia abajo y vuelve a ascender por la garganta, como buscando un camino del que me han expulsado. Somos cristal fino, que las lágrimas broten desde la conmoción, “con esa indolente obstinación de las cosas que se hacen sin saber”. Pero que no nos impidan cambiar el mundo.

martes, 25 de agosto de 2020

Del caminar sobre hielo (Werner Herzog)


La Eisnerin no puede morir, no morirá, no lo permitiré. No morirá, no lo hará. Ahora no, no puedo. No, no morirá ahora porque no morirá. No puede. No lo hará. Si llego a París, vivirá. Así será, porque no puede ser de otra manera. No puede morir. Quizá más adelante, cuando lo permitamos

A finales de 1974, Werner Herzog es informado de que su amiga Lotte Eisner (una de las primeras mujeres críticas de cine, a la que Herzog consideraba “la conciencia del Nuevo cine alemán”) estaba enferma de gravedad y que probablemente moriría. Herzog creyó que si iba a verla caminando, desde Múnich hasta París, la “Eisnerin” (apodo que le puso Bertolt Brecht) seguiría viva. E inició su camino, un paso y otro y otro. Solo.

Cuando caminas mucho, muchísimo, tu cabeza estalla, brama y arde y los pies aúllan de dolor. Con un frío que no es capaz de expresar, Herzog siente a las personas irreales y busca la emoción en el trayecto: el olor de los campos, la sombra del día, la rabia silvestre, el endrino y los cipreses, los resquicios de las nubes. Ya no camina: vaga.

Lluvia, tormenta, nieve, frío, frío, mucho frío. Durmiendo a la intemperie, asaltando casas vacías, caminando cada día hasta perder la razón y deseando que le crezcan unas alas. Sintiendo una soledad tan profunda como el intenso dolor de pies y de todo el cuerpo, Herzog vuela para que no se note que su cuerpo está destrozado. Las piernas caminan, él vuela con la mirada atraída por las formas vacías y lo desechado, embriagándose de una soledad que ya no tiene que ver con lo terrenal, la sintonía brutal con uno mismo, una soledad que te vacía del habla, voz sin sonido, palabras sin vínculo.

Herzog llegó a París y las primeras palabras que le dijo a Eisner fueron: “Abra la ventana, desde hace unos días puedo volar”. Eisner sobrevivió. El epílogo, las palabras que Herzog le dedicó ocho años después, en 1982, cuando le entregaron a Eisner el premio Helmunt Käutner, es brillante, emotivo e intenso, un cierre precioso. Con una prosa sencilla y emocionada Herzog la exime de vivir para siempre. Lotte Eisner, la Eisnerin, fallecería un año después.

Todos deberíamos caminar

sábado, 22 de agosto de 2020

La nieve estaba sucia (Georges Simenon)


Todo el mundo tiene miedo

Y al final siempre el miedo mueve nuestras piernas: nos hace andar, correr, retroceder, quedarnos quietos. Nos atraviesa. Podemos llamarlo de mil maneras, incluso destino o ausencia, pero su verdadero nombre es ese: miedo. Un único nombre con infinitas caras. Cada persona con su miedo, carne de nuestra carne. Nieve sucia.

Simenon fue un autor prolijo pero de gran oficio. Muchos de mis veranos han tenido la forma de Agatha Christie y de Georges Simenon. Las novelas de Christie eran un reto, como resolver un crucigrama, buscaba pistas y los personajes, estereotipados, formaban parte de esas pistas. Las de Simenon tenían forma de literatura, de novela policiaca en donde los personajes tenían más relevancia y profundidad humana y la mente del criminal se retrataba con precisión psicológica. Tanto tiempo después, paso unos días de verano con Simenon y vuelvo a rendirme ante este peculiar autor y su grandeza literaria.

La nieve estaba sucia” es una extraordinaria muestra del talento de Simenon para construir personajes cuya psicología se disecciona con sutileza, escrupulosidad y rigor apoyándose en una prosa exacta, clara, comprimida y descriptiva en la que no hay nada inútil. También hay un depurado e inclemente retrato de una sociedad y una época que aun reconocemos en el presente.

El protagonista es agotador, un buitre en permanente y escudriñadora tensión. Un ser depravado que se mueve con la seguridad que da saber que la gente calla, que nadie dirá la verdad. Que maneja su propio miedo y utiliza el de los demás. Quizás, sólo quizás, la inocencia le incomode, apenas una inquietud imperceptible pero con la eficacia de una gota malaya.

Nos irrita Frank, su asombrosa frialdad, su aparente carencia de motivaciones (las motivaciones son escurridizas e imprecisas), sus actos violentos y miserables. Pero hay algo que nos incomoda todavía más: su huida hacia adelante provocando un destino que sabe ineludible. Nos incomoda porque siempre es inquietante reconocer lo que hay de humano detrás del monstruo: la ausencia del padre, la necesidad de reconocimiento, de redención. No hay compasión, ni siquiera para con uno mismo.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Atrapados en el hielo (Caroline Alexander)


La lucha se establecía entre el hombre y las fuerzas desatadas de la naturaleza, entre el hombre y los límites de su resistencia

Aquello que leo suele hacer las veces de termostato emocional. Lo que elijo leer (o lo que me elige a mí) es una especie de sensor de mi momento personal. Por eso siempre digo que NO hago reseñas: cuento lo que leo porque es una forma de contarme. Una especie de diario personal a través de mis notas de lecturas. Dicho esto y volviendo a esa función termostática de lo que leo, en este caso quería leer algo que me hiciera más soportable este calor paralizante que cada verano padecemos por tierras manchegas. Y soy de Asturias, mi genética no está diseñada para el calor: está hecha para la folixia, la sidra, la lluvia, la chaqueta en pleno agosto “por si acaso”, las nubes, el fresquito, noches con sabana y manta…

Resulta que hay muchos temas que me fascinan. Es lo que tiene no tener personalidad: todo entusiasma. Y uno de esos temas son las legendarias expediciones a la Antártida. Así que buscando temperaturas gélidas que contrarrestaran este calor desértico y dejándome empujar por quien comparte fascinación, cogí de la estantería este libro que nos cuenta la considerada última expedición de la llamada Edad heroica de la exploración de la Antártida.

No soy experta pero creo que no existe una expedición más documentada que la realizada por Shackleton entre 1914 y 1917. Y esto es así por dos razones: todos los tripulantes del Endurance sobrevivieron (y a estas alturas no creo estar haciendo spoiler) y por las fotografías de uno de los participantes: Frank Hurley. Como la mayoría de los participantes en esta aventura llevaban un diario, también se conservan numerosas anotaciones.

El Endurance quedó atrapado en el hielo que, poco a poco, fue estrujando al barco hasta que lo hundió. ¿Qué pasó con su tripulación? Que estuvieron aislados más de dos años. En la Antártida. Y sobrevivieron. ¿Cómo?: lean “Atrapados en el hielo”. Y disfruten de las increíbles fotografías de Hurley.

Esta historia épica tiene mucho de los mimbres que ahora necesitamos: unión, actitud, colaboración. Y, en este caso, un líder natural: Ernest Shackleton.

Pd: Manda narices que en la edición número 13 se mantengan tantas erratas (siempre la misma). No quiero cebarme en esto porque no quiero perder el tiempo y prefiero centrarme en las cosas buenas de la vida (y mira que nos lo están poniendo difícil)

domingo, 16 de agosto de 2020

A través del espejo (VV. AA., Andrés Ibáñez comp.)


Todos los ojos son temibles: el que nos mira nos domina

Y nos exponemos a las miradas ajenas, inconscientes de ese poder. ¿Qué sucede cuando es nuestra propia mirada la que nos mira? Espejos. Estamos rodeados de espejos que nos devuelven nuestra imagen hasta verla con cierta indiferencia o con un leve coqueteo que esquiva mirar la mirada para quedarnos en una panorámica general.

¿Cuántas veces al día vemos nuestra propia imagen? ¿en cuántas ocasiones hemos sentido que alguien era como un espejo, un alma gemela? ¿no buscamos en los libros sentimientos propios que se nos devuelven como si fueran un espejo? ¿quién no ha deseado atravesar el espejo o, tal vez, que la imagen en él atrapada hiciera esa travesía hacia nosotros y nos diga quien somos? ¿no nos proyectamos en los demás en un juego de espejos?¿acaso no vemos en los demás aquello que nosotros somos?

Tengo que decir dos cosas de este excelente libro:

1) Tiene el prólogo (de Andrés Ibañez) más largo que he leído nunca (casi 90 páginas). El prólogo podría ser, por sí mismo, un libro sobre la historia, la mítica, la literatura y la cultura del espejo. Y sería un magnífico libro que se inicia con una obsidiana y sigue con los espejos negros que estimulan más la imaginación que la mirada, los primeros espejos de cobre, continúa con el mito de Narciso, el espejo azteca, los espejos caleidoscópicos, el espejo en la Edad Media, en el Renacimiento, una amena bibliografía especular, espejos en la literatura… Una absoluta maravilla que he disfrutado tanto como los textos compilados por Ibañez y que componen esta antología.

2) Y aquí la segunda cosa que quería deciros. Nunca he visto un prólogo tan largo pero tampoco recuerdo una compilación de textos y relatos más completa y certera que la de “A través del espejo”. No ha habido ni un solo texto que no me pareciera memorable. Y volver al Narciso de Ovidio me ha deslumbrado tanto como retomar a la Blancanieves original (no la distorsionada por Disney) o descubrir textos de Lovecraft, Angela Carter, Borges, Woolf, Bioy Casares, Schwob, Kiš, Petrović o autores desconocidos que me han dejado rendida a sus pies por la perfección y la fuerza de sus textos. 

jueves, 13 de agosto de 2020

La rosa (Robert Walser)


Jamás se vengaba de una injusticia padecida, y tal vez así se vengaba suficientemente

Robert Walser siempre mantuvo intacta su capacidad de desconcierto y asombro, de contar cada detalle de aquello que observaba con la mirada profunda de quien tiene la paciencia y el matiz para descifrar todas las posibilidades que ofrece la vida y siempre elige sorprenderse.

No hay nada trivial en Walser porque nada lo era para él, con su inmensa capacidad para transformar en poesía lo banal y para concebir la felicidad bajo otras formas que no sean únicamente las del buen humor y el buenrollismo

Walser, “melancólico, aunque también alegre, desprejuiciado y a la vez tímido”, mira a su alrededor y parece no comprender comprendiéndolo todo. Noble de mirada triste, triste de mirada noble, deliberadamente torpe, intentando escabullirse del terrible sobresalto que provoca ser capaz de descifrar palabras y señales. Alma sensible abierta al azar y el detalle, el plácido prodigio de la fatalidad y la escritura destilada que perpetúa lo volátil.

Leer a Walser y su literatura improvisada es dejarte llevar por su mente errante, observadora y clarividente en el detalle y con capacidad para detectar multiversos en las cosas pequeñas.

No me asusta el ruido ni el silencio. Solo hay que temer los temores

domingo, 9 de agosto de 2020

El verano sin hombres (Siri Hustvedt)


Un poco de ironía, niña, un poco de distancia, un poco de humor, un poco de indiferencia

Pues indiferencia, ironía (de ahí la foto), bastante distancia y poco humor es lo que me ha provocado esta lectura. Que no pasa nada, de verdad, si no fuera porque no me lo esperaba. Aunque qué se yo, que sólo me he leído tres libros suyos y trozos de sus ensayos. Es algo emocional, creía en Siri (de hecho sigo creyendo) y esta lectura ha sido un zasca a mano abierta a mi devoción por ella.

Quiero volver a dejar claro que un libro que no me guste no convierte ese libro en un mal libro sino sólo en un libro que a mí no me ha gustado. A la inversa también vale: un libro que a mí me guste… etc.

Este libro me ha parecido de una languidez increíble, demasiados clichés, escasez de juego literario, de lo implícito, de lo que sugiere, provoca e incita. Es verdad: hay una amalgama de lo que me gusta de Siri (porque lo hay) pero con mucho de lo que no. Y el resultado es un “ay, no me fastidies, Siri”. Los ingredientes no mezclan bien.

No veo brío ni esfuerzo. Escribiendo como escribe Siri me sorprende que dé la impresión de que para ella escribir este libro ha tenido que ser fácil y cómodo.

Me ha gustado más cuando más se ha alejado Siri de la historia de Mia y se acerca a la no ficción, cuanto más se aleja del relato convencional y se acerca a la reflexión no lineal. Ahí es cuando siento que remonta: cuando renuncia a contentar al lector, a todo tipo de lector, aunque finalmente intente reconciliarse con un cierre tan condescendiente que vuelve a trastabillar y el armazón resulta demasiado tambaleante e incoherente. Y banal, muy banal. Ese final es una rendición.

Siri cuenta una historia en la que entra y sale, pero no siempre con motivos y argumentos que el lector pueda entender. Que tampoco tenemos que entenderlos, no está escrito en ningún sitio que deba de ser así. No me importa que el hilo narrativo se rompa, de hecho me gusta cuando la narración no es lineal y se aproxima más al discurrir del pensamiento. Pero el libro padece de flojera crónica y, pese a los tímidos esfuerzos por remontar, a mí no me han sido suficientes como para sostener la lectura.

Ay, Siri…

miércoles, 5 de agosto de 2020

Nuestra necesidad de consuelo es insaciable (Stig Dagerman)


“… Por eso no me atrevo a tirar la piedra ni a quien cree en cosas que yo dudo, ni a quien idolatra la duda como si esta no estuviera rodeada de tinieblas. Esta piedra me alcanzaría a mí mismo, ya que de una cosa estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene el ser humano es insaciable

No voy a descubrir la pólvora (todo está ya inventado, todo está ya escrito) si hablo de la importancia de la primera frase o del primer párrafo de un libro. De hecho, hay autores que dejan para el final escribir esa primera frase o párrafo, conscientes de lo determinante que puede ser. Es el paso que marca los siguientes, una declaración de intenciones, una puerta que se abre o se cierra.

Pero ¿qué sucede cuando no es la primera frase, ni el primer párrafo, ni la primera página, sino TODO el texto de un calibre tal que te deja sin respiración? De acuerdo, estamos ante un texto corto, poco más de tres o cuatro folios (que se acompañan de un anexo con dos textos más de Dagerman, un texto de Marc Tomsin y otro de Federica Montseny hablando del propio Stig Dagerman, todos ellos también de extraordinario interés). Pero estamos ante uno de los textos más brutales que he leído en mi vida, de una magnificencia exquisita.

Con una prosa de una fuerza arrasadora y desbordante este testamento (lo es, en verdad) de Dagerman es como el arco de un violín que, al entrar en contacto con las cuerdas (los lectores), provoca vibraciones ineludibles. Un arco tenso y flexible a la vez, fuerte y dulce, ligero y pesado, que siempre encuentra la posición, el movimiento y el contacto idóneo para producir una melodía bella y dolorosa, difícil y necesaria.

Nuestra necesidad de consuelo es insaciable” es un texto trágico, ardiente y desgarrador que al terminar de leer, releer y digerir, solo era capaz de decir una y otra vez “¡madre mía, madre mía!”… Sacude donde tiene que hacerlo y te retuerce de forma conveniente (“la ayuda en la necesidad, el estremecimiento ante la belleza”).

No es un texto para quedarse en él (no se puede, no se debe) pero sí un texto por el que es necesario pasar, detenerse, tal vez dañarte, pero sobre todo liberarte para poder seguir caminando con más fortaleza y lucidez.

Necesitamos consuelo. Mucho.

lunes, 3 de agosto de 2020

El majestuoso libro de los animales marinos (Val Walerczuk y Tom Jackson)


Llevo la mar en las venas y sin embargo siempre he vivido lejos de ella. Muy yo esa poética del alejarse de aquello que amas. Soy como un salmón que remonta ríos desde el océano para morir en el lugar en el que nació, pero a la inversa: remonto por tierra en dirección hacia el mar abierto.

Con mi rosa de los vientos, cuyo único horizonte es el mar, doy vueltas en círculo esperando una liberación. Mientras, busco el mar en tierra de secano. Aprendo. Aprendo sobre el mar en la distancia. Respiro curiosidad e interés por cada poro, miro mi vida con la fe de quien siempre comienza, cada día.

Mientras todo sucede, a cada respiración, miro, toco, acaricio ilustraciones como las de “El majestuoso libro de los animales marinos”, aprendo como una niña pequeña, extasiada y dando palmas con la mirada. Y aprendo cosas como:

El corazón de una ballena azul puede pesar lo mismo que un coche (mi corazón pesará alrededor de los 200 gramos, siendo generosa conmigo misma)

Cada manada de ballenas tiene una “canción” propia que usan para llamarse unas a otras (mi banda sonora sigue siendo sólo mía)

Hace mucho tiempo, los marineros daneses vendían los colmillos del narval asegurando que eran cuernos de unicornio (yo perdí mi unicornio azul hace varias vidas).

El pariente vivo más cercano del manatí es el elefante (nuestro pariente vivo más cercano es el chimpancé…)

El tiburón ballena nunca deja de nadar (nunca dejes de creer, Ana Blasfuemia)

El caballito de mar es uno de los pocos animales macho que pueden dar a luz (…)

Todos los peces payaso jóvenes son machos. Los que al crecer se hacen más grandes se transforman en hembras (no pierden el tiempo en agrias polémicas transgénero)

La almeja ofrece protección a las algas, y estas le suministran azúcares (las redes de protección y cuidado mutuo que tanto nos cuesta a los humanos…)

Si una langosta pierde una pata, le vuelve a crecer otra (y así deberíamos hacer cuando nos rompen el corazón). ¡Ah! y se comunican entre ellas bombeando orina unas sobre otras (el caso es comunicarse)

Y todo así.

sábado, 1 de agosto de 2020

Los tiempos del esplendor (Lídia Jorge)


Sólo donde no hay amor no hay culpa

Y así, con una sola frase de ocho palabras, se desmonta el bucle de la culpa, de culparse de sentirse culpable. Una frase y la culpa se vuelve redentora. La identidad construida también a golpe de culpa porque hacernos habitables incluye la belleza, pero también lo que nos atormenta. Ser habitable es convivir con todo aquello que somos y a lo que pertenecemos.

Qué maravilla descubrir a Lídia Jorge (de nuevo literatura portuguesa), qué historias más asombrosas las de este libro, qué voz narrativa tan vigorosa en cada relato. Qué placer

En los libros de relatos una de las mayores dificultades para el lector puede ser el tránsito de uno a otro, soltar una historia y dejarte atrapar por la siguiente. Si bien la voluntad y la gestión de la lectura de los relatos está en manos del lector, no cabe duda de que quien los escribe ha de tener la capacidad para atraparnos en cada historia, mantenernos ahí, despedirnos de una historia y unos personajes, y mantener esa capacidad en uno y otro relato, en un enredo cómplice. Lídia Jorge lo consigue, vaya si lo hace.

Seamos claros, seamos extensos, seamos enteros

La sencillez del lenguaje narrativo es una herramienta de apariencia engañosa (pero muy eficaz) para penetrar en toda la enmarañada complejidad de las personas, la sociedad… la vida, y poder así desbrozar el caos mostrando de qué está hecho. Clarificar la memoria para no olvidar. De eso va también la vida.

El último relato es (también, o además de otras cosas) una fina e irónica metáfora sobre el carácter y la literatura holandesa, francesa, checa e inglesa… narrado por una autora portuguesa. Y también es un gran cierre en el que, de nuevo, lo esencial puede contarse sin artificios, con el poder de una síntesis inteligente

¿Quién decide? ¿Cómo separar este momento del que vendrá después, para poder decir: y entonces fue así?

martes, 28 de julio de 2020

El coleccionista (John Fowles)


Pero todo el mal que existe en el mundo se ha producido precisamente así: por acumulación de gotas. Sería absurdo decir que no tienen importancia las pequeñas gotas. Las pequeñas gotas y el océano son exactamente lo mismo

Uno de mis mayores sufrimientos de niña era ver que alguien mataba una mariposa. Creía, más que en cualquier otra cosa, salvo en la inmensidad del mar, que cuando se mataba una mariposa al día siguiente el cielo lloraba y llovía. Una lluvia triste y empapadora. Por eso la lluvia me llueve siempre. Por eso me inquieta quienes atrapan mariposas, las encierran y las dejan morir. Por eso hace años leí este thriller sobre un coleccionista de mariposas. Y vete tú a saber la razón pero ahora he vuelto a releerlo.

Alternando puntos de vista (secuestrador y secuestrada), Fowles vuelve a espeluznarme en esta relectura. Me pregunto qué me inquieta pero es una pregunta retórica, conozco la respuesta: la ignorancia del protagonista del daño y dolor que causa a su víctima, permanecer ajeno al mal que uno mismo causa, indiferente a las consecuencias de sus acciones, la lejanía con el otro, la condescendencia con uno mismo.

Las excusas del protagonista me repelen profundamente de la misma forma que me admira la capacidad de Fowles para dotar al protagonista de una consistencia real, así como para traspasar esa atmosfera claustrofóbica al lector, hasta el punto de apreciar con agradecimiento renovado cada gesto sencillo de libertad que poseemos, como poder abrir una puerta y atravesarla.

Quizás sea una gran habilidad de Fowles plasmar con aparente sencillez esos dobles raseros de la realidad o esas realidades que conviven en una misma supuesta realidad. Y desde esa sencillez para transmitir todas esas aristas profundas en la psicología de ambos personajes (el deseo de poseer, la lucha por la supervivencia) Fowles construye con maestría una mente capaz de construir una realidad paralela, una mente en lucha por la que, en algún momento, llegamos a sentir pena. Y eso es lo que realmente me turba.

La intertextualidad entre “El coleccionista” de Fowles y “La tempestad” de Shakespeare es puro deleite y un regalo para el lector.

Te perdono

miércoles, 22 de julio de 2020

Da dolor (Pilar Adón)



Lector que asumes estos versos
has de saber que su autora es una bestia innoble
que no puede callarse. Que escribe
sobre entrañas y personas decentes,
y despierta cada día dentro de una cabeza
derramada en chirrido.
Que entrega
y delata a los que más quiere,
sin borrar nada, perder nada,
midiendo el valor de una vida
por los libros leídos,
los libros escritos.
Su nula dignidad
y su poca ética

Llego a este poemario despacio. Antes, lo mantuve cerca y lejos a la vez. Sé que lo importante no requiere premura, sino paciencia, espera y un tiempo sensible, casi compasivo. Sé, también, que Pilar se encripta en sus novelas y se desarropa en su poesía.

Es una poesía eufónica la de Pilar, con una musicalidad trabajada y pulida. Y eso, cuando en lo que lees hay entrañas volcadas en versos, me habla de corrientes profundas y abisales del alma, corrientes en las que las palabras se convierten en una circulación termohalina personal y universal, una íntima cinta transportadora de dentro hacia fuera y de fuera hacia dentro.

Atravesada por la literatura, consciente de sus raíces (literarias y personales), generosa y consciente de su propio rizoma (en su acepción botánica y filosófica), cede siempre espacio para mencionar algunos de los filamentos que componen su fibra, en esta ocasión a Dickinson, Sand, Hamsum, Anne Carson, Flannery O’Connor, Thoreau, Plath… aportando así, además, una guía literaria.

Lo espiritual que veo en ti, querida Pilar, no es miedo ni pena, sino todos los sinónimos posibles de humanidad: piedad, caridad, afabilidad, sensibilidad, consideración… También naturaleza, ética, honestidad. Una honestidad tan brutal que tu antiguo y titánico empeño (pedir perdón) se adhiere a ti como una segunda piel.

No dar con una respuesta racional
y a la vez compasiva:
he ahí la peor tortura

Me inventé el verbo “espejear” para expresar esta emoción de leer a otros sabiendo que lo leído y lo sentido, lo leído y lo que soy, conectan entre sí como moléculas diatómicas, un ecosistema natural que fluye sin necesidad de añadidos ni explicaciones. Cuando leo a Pilar, espejeo.

No, Pilar, tu acción no es la inacción. Tu acción es la poesía. No te disculpes por ello. Me atrevo a decir, incluso, que no te disculpes por nada.

“Da dolor” es una conmoción que cobija.

AHORA QUE NO ME PREOCUPA mi soledad
porque me absorbe la de ella.

La soledad que
                        yo
                        genero en ella

lunes, 20 de julio de 2020

Personajes desesperados (Paula Fox)


“Había  un eco en el aire, una pulsación peculiar, como de movimiento interrumpido. Naturalmente, era la hora, la luz, su cansancio. Sólo las cosas vivas hacen daño” 

No creo en la perfección absoluta (cada vez creo menos en los términos absolutos), así que no me arriesgaré a decir de esta breve obra que es perfecta, pero sí que no hay nada en ella que sobre. Y esto es así no únicamente por la prosa que te atrapa como una enfermedad insidiosa, de forma lenta e irremediable, sino también por todo lo que sugiere en los silencios, en los detalles, en los diálogos. 

Un incidente aparentemente sin importancia (un gato muerde a Sophie) sirve de detonante para ir mostrando una relación tensa, una incomunicación, un individualismo y deshumanización que confirman el deterioro tanto de una sociedad como de una relación de pareja, pero también de la propia Sophie, que comienza a quebrarse con ese daño que sólo provocan las cosas vivas. 

A partir de la mordedura, Sophie despliega un catálogo de reacciones: autocontrol, negación, vergüenza, evitación, revelación… De forma aguda, afilada y muy sutil Paula Fox nos va mostrando que sobre toda superficie late lo ausente y lo callado, como si el pensamiento empujara para materializarse y poder entrar en contacto con el exterior, necesitando evidenciar la existencia de aquello que no se ve ni se dice. Y aquello que se dice no es falso, solo es una verdad a la deriva que finalmente nos hará naufragar como personajes desesperados en busca de trama, autor, escenario. 

La suma de pequeños desastres, inofensivos uno a uno, pero catastróficos al encadenarse unos a otros, harán zozobrar a Sophie, dejándola expuesta y fragmentada. Hay una profundidad en los pequeños gestos que no solemos tener en cuenta, aunque son muy reveladores de la honestidad de las personas. Si fuéramos más observadores de lo minúsculo, lo callado, lo pequeño, obtendríamos una radiografía nítida y real de aquellos que nos rodean. 

Personajes desesperados” muestra una realidad que no nos es ajena ni lejana, con una detallada profundidad psicológica de los personajes que casi roza lo insolente. Grande. 

viernes, 17 de julio de 2020

Falconer (John Cheever)


Vio que había perdido el miedo a caerse y todos los demás miedos de la misma naturaleza […] Alégrate -pensó-, alégrate

Para perder los miedos hay que volver a nacer (remorir y renacer) y que te lleven en brazos como un niño inocente, aunque no seas un niño ni inocente sino un drogadicto condenado en la prisión de Falconer por asesinar a tu hermano. Ese es Farragut.

O eso creemos que es Farragut: un indeseable drogadicto y fratricida. También profesor universitario y lector de Descartes. ¿Qué nos va a contar este personaje? ¿Qué vamos a esperar de él, si ya le hemos juzgado y condenado? ¿Podemos esperar e incluso desear su salvación? Cheever cree que sí, que Farragut puede liberarse y salvarse. ¿Cómo?

Leer siempre es un esfuerzo. Te esfuerzas en entender al protagonista, su historia, sus motivos, sus actos, sus omisiones. El esfuerzo será en vano si no vamos más allá de los hechos y no entramos en las negras suturas que necesitan un foco de luz para palpar su textura, ese entramado de raíces que hay que diseccionar con ferocidad pero también con compasión. Cheever, liberando sus demonios y con una prosa granítica, quirúrgica y satírica nos desmenuza el infierno del que está hecho Farragut.

Cheever pone encima de la mesa sus propios fantasmas: homosexualidad, adicciones, religión… Nos habla de la condición humana y sus múltiples ramificaciones desde una perspectiva bíblica, a través de una historia de resurrección y liberación en donde la cárcel no es únicamente muros, puertas y rejas, sino el confinamiento del alma humana. Y Cheever lo hace de una forma abierta, surrealista y multidimensional en una novela tan extraña como extraordinaria y con una calidad literaria magnífica.

Todo se vuelve más liviano cuando confiamos en nosotros mismos. Esa es la libertad. Alégrate.

lunes, 13 de julio de 2020

El mar que nos rodea (Rachel Carson)


Es ésta una de las paradojas de las actividades geológicas de las tierras y de los océanos: que a causa de un fenómeno, al parecer tan destructivo y de naturaleza tan catastrófica como es una erupción volcánica, pueda producirse un acto de creación

Esa paradoja que ¡tanto! nos cuesta entender: que de algo demoledor y trágico pueda surgir la creación y, con ella, la belleza. Los mares y océanos contienen todas las claves, sólo hay que descifrarlas. Y si alguien interpretó y describió esas claves y ese lenguaje del mar que nos rodea con inteligencia, sensibilidad y una pedagogía impecable, esa es Rachel Carson.

El ser humano nunca domesticará a la naturaleza. Nunca nos ha necesitado para crear su propia obra. Y a su generosidad, ese espectáculo majestuoso de vida y muerte, de belleza y crueldad, respondemos con la violencia del conquistador, con la soberbia de la barbarie.

Hubo un tiempo en el que una gran marea de materia terrestre parió la luna, que los primeros seres vivos no llegaban a ser ni vegetales ni animales. Hubo un tiempo en el que, por primera vez, el Sol brilló sobre el mar. Hablamos del planeta Tierra. Nuestra casa, hogar, nido ¿Cómo se formaron los océanos?, ¿la vida? Si alguien puede darme ese lenguaje es Rachel Carson y sus majestuosos conocimientos científicos y marinos, su vasta sensibilidad respetuosa y honesta.

Somos hijos del mar, “cada uno de nosotros inicia su vida individual en un pequeño océano dentro del útero materno”, por eso añoramos el camino que nos lleva allí. Por eso leer a Carson es llenar los ojos de mar, de mareas feroces, del centelleo de sus luces y del pálpito de quienes lo habitan. Carson describe con una voz tan nítida que es como estar allí donde describe.

Carson habla, por ejemplo, de la corriente del Golfo como una corriente “relativamente joven, apenas tiene unos sesenta millones de años de existencia”. Y ahí está la brújula que necesitamos: que la historia humana es muy breve en relación a la historia de la Tierra y los mares y océanos. Brevísima e insignificante. Y eso no nos da ningún poder, al contrario, debiera darnos una humildad de la que estamos muy carentes.

Hay un misterio indescifrable en el mar. Y un vocabulario en torno a mares y océanos que es pura poesía: petrel, diatomea, abadejo, pecio, cardumen, latimeria, medusa, albatros, quisquilla, anjova… El mar, la mar, el único lugar en el que hay caballitos y caballas, peces que vuelan y aves que nadan. Que muestra su belleza sin ocultar su peligro.

Una lectura imprescindible para muy amantes del mar, la ecología y la biología marina.

viernes, 10 de julio de 2020

El hombre jazmín (Unica Zürn)


Pero ella ya empieza a caer en el abismo de una nueva y profunda depresión, como si ésta fuera la ley de su enfermedad. Unos cuantos días fabulosos, unas cuantas noches con las estremecedoras experiencias de la alucinación, una breve euforia, la sensación de ser extraordinaria, y después, la caída, la realidad, el desengaño

Vuelvo a Zürn seis años después, en una especie de círculo imposible de cerrar porque si lo cierro me atrapa dentro. Dentro es afuera, fuera de la vida. Zürn me cruje como un oso aplastando las costillas de un bebé con un abrazo tan lleno de amor como de exceso. Intento encontrar las palabras y no las tengo, me desborda la lucidez de su locura que me deja sin aliento y llena de dolor, comprensión y compasión.

Leer a Zürn es sentir el grito subiendo y bajando en la garganta, no encontrando un lugar en el que hacerse voz ni palabra, un torrente en los ojos impelidos al desbordamiento. Quizás habrá quien haya escrito sobre su propia esquizofrenia con más lucidez, que lo dudo, pero nadie me conmueve y sacude con tanta ternura como ella.

Vuelan las palabras en la voz de Zürn buscando lo perdido, como ave de paso que anida en el aire y no encuentra lugar donde reposar. Tan grande para este mundo. Sus descripciones afiladas, virtuosas, intensas. La memoria de Zürn era un rio de basura que no calmaba ni curaba. Cómo iba a encontrar el principio si solo veía el final y sus delirios eran una adicción, agua que saciaba su sed.

Sometida a la imposición de ser ella misma, perdida en la frontera entre realidad y alucinación, oyendo recitar a un poeta en su vientre, pariendo una Alemania sin muros, viendo todo, en conflicto constante con la sociedad, aturdida por la vida, creyendo en milagros con la intensidad de los niños, queriendo plantar árboles de pan para acabar con el hambre…

No me gusta ver la locura como algo bello, pero la mirada de Zürn lo era porque su alma era pura y cristalina, niña herida por la vida que se mató por querer vivir. Esa gran contradicción ¿no?: morir por querer vivir, tanto. Tanto. Tanta vida.

Escondo sensaciones y este remolino que siempre me provoca Zürn porque elijo vida viva una y otra vez.

martes, 7 de julio de 2020

Historias falsas (Gonçalo M. Tavares)


Sin embargo, por mucho que se ande, lo que se anduvo permanece en el cuerpo: se llama cansancio, fatiga o memoria

Historias falsas para narrar una verdad desviada con nombre propio: Historia. Historia de la filosofía. Ficción, realidad, mito o alegoría. Estas pequeñas historias falsas de Tavares nos cuentan cosas, me las devoro como pildoritas que me salvan la vida porque ya decido qué es lo que me la salva y qué no.

Tiro de las notas en las páginas de cortesía para que compongáis de nuevo vuestra propia historia:

No copiar ni imitar para ser una misma: copiar destruye el original.

El amor es una hipótesis (el amor como deseo o ilusión y, por tanto, irreal).

La muerte como regreso (¿verdad o mentira?).

La sabiduría ha de ser audaz. Adiós a la zona de confort, el confort es una historia falsa.

No es lo que se sufre ni cuánto, es el cómo.

El valor como energía (impulso, impulso).

Imitar la verdad (¿destruimos entonces la verdad?).

Utilizar la fuerza propia para que los otros NO la pierdan ni pierdan ni se pierdan.

El 1 es un puesto (la soledad).

El asco para olvidar el amor.

No se puede volver a llenar el vaso con el agua que ha caído o has tirado al suelo (¡toma ya!).

Aprender lo sencillo y lo inocente de la sencillez y la inocencia.

Responder después de un silencio (pausa). Solo se aprende si llegas a la verdad (aprehender), aprendes si aprehendes.

Creer es la mayor de las inteligencias.

No huir, sino recibir.

Cuanto se puede aprender con poco ¿verdad? Con cada una de estas pildoritas de Tavares podría escribirse una historia… ¿falsa?

Como nos dice incansablemente Irene Vallejo Moreu: leamos