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lunes, 30 de junio de 2025

Seda (Alessandro Baricco)

 

Es un dolor extraño […] Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca


Esta frase parece profunda, está bien calibrada, bien embalada. Dice lo justo para parecer inolvidable, pero no llega a deslumbrar. Baricco no la escribe: la maneja con cálculo. Como todo en “Seda”, no busca herir sino sugerir que algo duele (mucho).


Seda” es un libro peligrosamente fácil de admirar. Es breve, bello y elegante. Parece diseñado para la unanimidad: nadie en su sano juicio podría decir que está mal escrito, y cualquiera con un mínimo de sensibilidad diría que es sutil. Cada frase está en su sitio, cada imagen se desvanece en el momento exacto, cada pausa ha sido calibrada para sugerir una emoción que no llega nunca a desbordar. El resultado: una pieza literaria bien hecha. 


Pero algo pasa cuando la perfección se vuelve tan pulcra. Cuesta saber si hay hondura o solo una superficie bien trabajada. “Seda” contiene una historia de obsesión callada y deseo mudo. La sinopsis cabe en un pañuelo de seda auténtica: un comerciante francés del siglo XIX viaja a Japón en busca de huevos de gusano de seda. Pero lo que encuentra (y lo que Baricco elige construir) es otra cosa: una imagen. Una mujer sin nombre. Un silencio que se agranda de viaje en viaje y que nunca se rompe. Una historia que parece un viaje, pero que al final es una vuelta a la rotonda con incienso.


La mujer no habla, no actúa, no respira narrativamente. No se le da voz ni se le concede siquiera el dudoso privilegio de tener un nombre. No es un personaje: es un holograma. Baricco la convierte en deseo puro. Si ella dijera siquiera “perdone, tengo nombre”, el edificio entero se vendría abajo. Porque la lógica de “Seda” depende de ese mecanismo: el deseo no puede cumplirse porque no puede tocarse


Esta elección tiene linaje: forma parte de una tradición larga (demasiado larga) en la que el objeto de deseo femenino se contempla, pero no se escucha. Baricco no inventa nada nuevo, pero lo depura como nadie. Cuanto menos dice ella, más puede proyectar él. Cuanto más se silencia, más se idealiza. Y cuanto más se idealiza, más se borra.


Ese mecanismo de borrado no es solo literario: es cultural. Y como toda lógica que funciona por omisión, tiene consecuencias políticas. Porque elegir contar el deseo de un hombre hacia una mujer que no habla es, en el fondo, elegir quién puede narrar el mundo y quién debe limitarse a ser narrado. Y lo hace con tanta elegancia que casi nadie se da cuenta.


El Japón del libro participa del mismo truco. No es un espacio con historia, tensiones o lenguas. Es un decorado exótico que cumple perfectamente con su papel de escenario para la transformación del personaje europeo. Ni una mención al contexto social, ni un personaje japonés con peso narrativo. Baricco no ridiculiza nada (faltaría más), pero tampoco se molesta en entrar. Elige el Oriente como espacio mítico, sensual, silencioso.


Ojo, que nada de esto convierte “Seda” en un mal libro. Ni mucho menos. Pero sí en un libro que parece no tener conflicto con nada. Ni con el deseo ni con el poder. No molesta. Y precisamente por eso se vuelve interesante leer con la mirada entrenada, la ironía encendida y la sospecha sin pestañear.


Sedapodría haber sido deslumbrante si se hubiera atrevido a dejar que su deseo le estropeara la belleza. Baricco parece haber dictado el libro desde un chaise longue de terciopelo gris. Y yo necesitaba que algo se desbordara, que el deseo quemara, aunque sea un poco. Pero no. Baricco sugiere, insinúa, se insinúa, y se diluye. Es como si se negara a dejar que su historia lo salpicara. Todo está demasiado protegido. Y ese cuidado extremo, que fascina en una primera lectura, empieza a parecer una belleza conservada al vacío en la segunda.


Seda”, en definitiva, deslumbra más por contención que por vértigo. El lenguaje utilizado, si pudiera, caminaría de puntillas. La forma gana la batalla al fondo; y eso no es tanto un accidente como un límite. Un libro que muchos admiran, algunos aman, pero que si afinas el oído… surge la sospecha: tanto equilibrio somete la lectura a su envoltorio. Es meritorio, sí. Pero más para regalar que para recordar.


Gracias, Alessandro Baricco. Gracias Xavier González Rovira y Carlos Gumpert (traductores)


©AnaBlasfuemia

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