sábado, 30 de septiembre de 2023

La pared (Marlen Haushofer)


"Hoy sigo teniendo miedo porque sé que solo puedo vivir si no entiendo ciertas cosas

Un día vas con tus amigos a una casita en los Alpes y ese mismo día te quedas aislada del mundo por una pared invisible. Sí, una especie de cúpula sólida y transparente a lo Stephen King, pero hasta ahí los parecidos (el libro de Haushofer se publicó en 1963, y "La cúpula" de King en 2009). Fuera de esa barrera, de esa campana invisible pero lo suficientemente corpórea como para no poder traspasarla, nadie. Dentro de esa campana, una mujer, un perro, una gata y una vaca.

La razón por la que no he leído antes este libro se desconoce, sirva de excusa que la vida es demasiado corta para tanto libro, una hace lo que puede. No importa, los libros siempre llegan cuando deben de hacerlo, en su punto justo, con la cocción adecuada para que llegue al paladar con la textura jugosa y necesaria para que te permita paladear la lectura de forma espectacular.

¿Qué hace ahi esa pared? ¿cómo y por qué ha aparecido? ¿qué ha pasado con el resto de la humanidad que se ha quedado fuera de esa pared? Quizás esas sean las preguntas que inicialmente te planteas cuando empiezas esta lectura. Pronto las abandonarás. No es lo importante. Empezarás a hacerte otras preguntas.

La mujer, de la que (salvo que se me haya pasado por alto) no conocemos el nombre, escribe un diario que nosotros, lectores cotillas, seguiremos con fruición, motivados por algo inherente al ser humano: encontrar un sentido o una explicación a la situación planteada. También lo hace ella, nuestra mujer aislada, buscar un sentido. Esa necesidad de conocer los porqués, especialmente cuando no esperamos algo y cuando nuestra zona de confort se ve dinamitada. Sin previo aviso, claro, sino esa hecatombe que se produce no sería de tal magnitud.

"Las cosas suceden sin más; yo solo intento, como los millones de personas que me precedieron, encontrarles un sentido porque mi vanidad se niega a admitir que el único sentido de un acontecimiento radica en el acontecimiento mismo [...] Solo nosotros estamos condenados a perseguir un significado inexistente"

Bien, la mujer sobrevive. Vuelvo a repetir: sola, con la única compañía de un perro, una gata y una vaca. Amaremos tanto a Lince, Perla, Bella, Toro, Tigre. Pero tanto, tanto. Como decía, la mujer sobrevive (por lo menos hasta el punto final de su diario, que termina porque se queda sin papel). No sabemos qué sucede después, no importa. Hasta entonces vamos viendo cómo se las apaña, sus paseos, sus idas y venidas por los espacios que la pared le permite. Sabemos qué le sucede y qué piensa porque, recordemos, estamos leyendo su diario (su informe), ella nos lo cuenta. No se deja amilanar, sobrevive porque no pierde la esperanza, no se lo permite. Y porque tiene que cuidar de su única compañía: perro, gata, vaca. No es casual. Y qué importante es esto: vivir para cuidar.

"Aunque la pared me obligó a empezar una vida nueva, lo que de verdad me importa es lo mismo de siempre: el nacimiento, la muerte, las estaciones; crecimiento y decadencia"

Estamos ante un proceso de revelación, la mujer descubre el espacio que le rodea, sus habitantes, a sí misma. Explora y se explora. Está sola ¿cómo no pensar en la propia existencia, en la humanidad? Y ahí el libro crece como un árbol crece para ser parte del pulmón del planeta. Y crece porque lo va haciendo la mujer, con sus raíces, su tronco, su copa, sus ramificaciones, sus heridas, su corteza. Y crece en una atmósfera asfixiante, claustrofóbica y angustiosa. Como la vida, tan inevitable ella, siempre creciendo.

La lucha por la supervivencia es en principio el sostén de este libro, pero de una manera también invisible (como la pared) hay un hilo que va conectando todo: los recuerdos de la mujer, sus pensamientos, sus reflexiones. Recorriendo ese hilo junto a ella observamos cómo va desdeñando su vida anterior, la modernidad de una vida sustentada en la vanidad, el delirio de grandeza, las ensoñaciones y cómo aprende a encontrar cobijo en la naturaleza que le rodea, esa naturaleza de la que cada vez nos alejamos más y respetamos aún menos. Aprende que la naturaleza no es justa ni injusta. No cabe en ella la clemencia porque la naturaleza no es humana: es naturaleza.

Podría considerarse esta novela como una novela de supervivencia, una distopía. He podido ver que se refieren a ella como una "novela robinsoniana". Parece ser que Doris Lessing comentó de este libro que sólo podría haber sido escrito por una mujer. No lo voy a discutir porque estoy bastante de acuerdo con Lessing. Tal vez podríamos decir que es una novela sutilmente ecofeminista y también me parecería bien (más por la parte ecológica que feminista). Pero ante todo es una novela brillante y poderosa, cuya trama aparentemente sencilla esconde inteligentes reflexiones sobre la condición humana, la civilización y la naturaleza.

Qué libro tan magnífico. No quería que se terminara. Envidio a quienes aún no lo habéis leído.

"A veces se me enmarañan las ideas, es como si el bosque echara raíces en mí y utilizara mi cerebro para sus pensamientos ancestrales y eternos. Y el bosque no desea que el hombre regrese"

sábado, 23 de septiembre de 2023

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Tatiana Țîbuleac)

"Una decisión estúpida es producto de otra decisión estúpida [...] Un sopapo perdonado acarreará un puñetazo y una mentira admitida se transformará en un cementerio de verdad"

Hace días que terminé de leer este libro y desde entonces lo estoy rumiando, remasticando, dejando que se rehaga y que se reinicie una y otra vez el trayecto que va desde el estómago a la boca y vuelta a empezar. Hoy me he sentado con una idea, algo que comentar después de tantas vueltas que le he dado al poso que me ha dejado esta lectura, pero me temo que se me ha olvidado cuando he mirado por la ventana y he visto a las hojas de los árboles revolotear como si fueran golondrinas y he pensado que el verano parece querer irse desde hace muchos días, o tal vez sea el otoño el que quería llegar apresurado, cambiar los tonos y colores, reestablecer un clima respirable, invitar al paseo.

Como se me ha olvidado lo que quería decir cuando terminé la lectura (mi idea inicial se fue revoloteando con las hojas), diré lo que me pasó cuando la inicié: que el libro me dio una bofetada con la mano abierta en la primera frase ("Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás"). Una bofetada de esas que te hace dar tumbos hacia atrás, te hace retroceder, alejarte, casi huir. No lo hice, seguí leyendo. Y seguí recibiendo bofetadas. Tanta rabia, tanta violencia, tanta furia, tanto odio.

Durante muchas páginas Aleksy regurgita y vomita alternativamente todo el odio hacia su madre. Comprendo, conozco y reconozco la rabia y la ira. Pero el odio es un sentimiento que me desborda, que se me escurre cuando intento entenderlo, quizás porque tiendo a intentar discernir lo que hay detrás de todo aquello que produce rechazo. Siempre he querido entender el origen del dolor, de quien lo siente pero también de quien lo provoca.

Las frustraciones de Aleksy están ahí, nítidas: los sempiternos problemas de comunicación, la mirada que deseas recibir y no llega, el trastorno mental, la muerte de una hermana, el abandono, las carencias, el ninguneo. Las entiendo. Pero no consigo ver a su madre como un ser malvado, digna de un odio tan exacerbado y furibundo.

Sé las razones que me impiden ver a la madre de Aleksy como un ser detestable porque conozco el camino y sé dónde está la auténtica maldad y la perversión pero creo que tampoco es lo que pretendía Tîbuleac, que pone toda su fuerza narrativa (que es mucha) en algo más constructivo: mientras su madre se marchita y sus ojos verdes ocupan todo su cuerpo, Aleksy va deshaciendo su odio y transformándolo en absolución. Sus deseos de matar a su madre se convierten en reconciliación. La tormenta inicial, desatada y agotadora, se aposenta en una quietud balsámica, fruto de esa paz interior que sólo puede proporcionar el perdón. Se me ocurre, así a bote pronto, que para perdonar al otro primero tienes que perdonarte a ti misma. O al menos tienen que ir a la par, de la mano, acompañándose ambos perdones, sin pisarse.

"El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes" es la historia de una transformación que Tîbuleac nos invita a recorrer con mano firme y segura y con un lenguaje poderoso, enérgico e hipnótico. Ese arco que se traza desde el odio al perdón tiene mucho de búsqueda (¡de necesidad!), de encontrar tu propia identidad, de abandonar la culpa, de esa forzosa introspección en la que el dedo deja de señalar al otro y/o a uno mismo y buscas un nuevo lenguaje, reaprendes a nombrar las cosas como un niño que busca y encuentra sus primeras palabras. Y cuando detectas por fin las palabras idóneas, tan nuevas y tan alejadas de las que utilizabas y te herían como cuchillos afilados en las córneas, se produce el reajuste, el equilibrio. La transformación se ha completado entre campos de maíz, girasoles, amapolas, palomitas, hamacas, mercadillos y caracoles. 

"Si la muerte tuviera en cuenta la opinión de los demás moriría mucha más gente adecuada"

 

martes, 19 de septiembre de 2023

La lucecita (Antonio Moresco)


"¿Quién sabe si la materia de la que está formado el universo [...] no está dentro de otra materia infinitamente mayor, y asimismo la materia y la energía oscura no están dentro de una oscuridad infinitamente mayor? ¿Quién sabe si la curvatura del espacio y del tiempo, si hay tal curvatura, si existe el espacio, si existe el tiempo, no están también ellos dentro de una curvatura mayor, un espacio mayor, un tiempo mayor, que viene antes, que no ha llegado todavía?"

Me sucede mucho últimamente que termino una lectura y no sé qué decir. No es que no sepa si me ha gustado o no. No es eso. Tiene más que ver con una especie de conmoción, una suerte de síndrome de Stendhal que me deja sin palabras, con emociones intensas incapaces de encontrar el recorrido necesario para encapsularlas en un texto. No se me amontonan las palabras ni se colocan una detrás de otra, simplemente me quedo en una especie de letargo extraño: calmo por fuera y una vorágine de emociones en mi interior, fruto de sentir que estás ante ese tipo de belleza que ni todo el mundo es capaz de crear ni todo el mundo es capaz de percibir. Y sí, esto me ha sucedido con "La lucecita". Así que mientras surge (o no) ese trayecto que conecte la lectura con las palabras, os cuento cómo he llegado a este libro.

Pues resulta que la editorial Impedimenta se ha embarcado en una de esas titánicas empresas que les gusta acometer de vez en cuando (si encuentran "materia prima", supongo) y que ya hizo que en España estallara el boom Cărtărescu (la joya de la corona de la editorial). Ahora, y con el primer libro de una trilogía no menos imponente que la de "Cegador", Impedimenta nos trae "Los comienzos" de Antonio Moresco. Casi 700 páginas de un libro del que encuentras poca información, o mejor dicho, apenas encuentras información concreta, pero sí mucho elogio casi celestial. Total, que antes de tirarme a la piscina he decidido mirar a ver si había agua (una va aprendiendo), así que busqué información sobre Antonio Moresco, al que no dudan en comparar con Proust, Joyce y el propio Cărtărescu.

Nota: si yo fuera Proust, Joyce (incluso Virginia Woolf, muy recurrente también en este tipo de comparaciones) me sentiría bastante molesta con que salgan tantos escritores con una facilidad pasmosa para estar al nivel de Proust, Joyce o Woolf. Si el tiempo no fuera un filtro maravilloso e implacable , la literatura estaría llena de Proust, Joyce, Woolf, Kafka... etc. Pero va a ser que no. Es lo que tiene lo excepcional, que ocurre raras veces.

No me quiero alejar de Moresco. Decía que antes de tirarme a ciegas al inicio de una trilogía que se me antojaba descomunal decidí hacer una cata, algo que tenía al alcance al haber publicado Anagrama en el 2016 este libro de Moresco: "La lucecita".

Y en este punto es donde tengo que decir que antes de terminar de leer "La lucecita" ya estaba encargando "Los comienzos". Y no he escrito a Impedimenta para que hagan el favor de sacar la trilogía así del tirón y a la vez porque una se ha vuelto paciente y mansa y comprensiva y si ni siquiera me he puesto todavía con "Cegador" porque dosifico a Cărtărescu como si fuera el último oxigeno que hay en la tierra ¿cómo iba a ponerme con la trilogía de Moresco? No importa, se trata de tener los libros a buen recaudo: en mi casa. En el espacio en el que elijo y me eligen, les doy vida y me la devuelven, en un cuidado mutuo que no necesita de explicaciones ni permisos.

"He venido aquí para desaparecer en esta aldea abandonada y desierta de la que soy el único habitante"

Así empieza "La lucecita", de una forma tan aparentemente inocente y atractiva. Previamente Moresco, a través de una carta al editor, nos hace saber que esta breve novela es una historia que surge de una especie de caja negra de su vida, una escena apuntada que no encontró acomodo en su inmensa trilogía porque reclamó su propio espacio. Un espacio surgido de una zona íntima y secreta del propio Moresco.

Ahora bien si me preguntáis qué es "La lucecita", no sabría deciros. Pero os voy a confesar algo: formalmente Cărtărescu y Moresco son diferentes, Moresco es quizás un poco más terrenal (pero sólo en apariencia), sin embargo he encontrado muchas conexiones entre ambos. No me pidáis que las explicite, bueno… venga: esa mezcla de realismo y fantasía, esos límites finos finos finos entre el dormir y el despertar, la lucidez y la ensoñación, esa pátina onírica, ese universo contenedor de universos, esas descripciones detalladas, esa mariposa, las digresiones metafísicas... Y hasta aquí puedo leer. 

Solo añadir que devoré "La lucecita" en una tarde, que ha sido una lectura que he disfrutado muchísimo porque hacía tiempo que no sentía esa emoción de leer un libro y querer leer todo lo que su autor haya escrito porque su lectura se convierte en una experiencia de una belleza inesperada, en la que no sólo vas desentrañando (intentándolo) todos los simbolismos sino que también, a la par, te dejas llevar porque sientes segura la mano que te conduce a través de soledades, bosques, seísmos y una enigmática lucecita.

domingo, 17 de septiembre de 2023

Flores extrañas (Donal Ryan)


"..le dice que han tenido suerte de acabar allí, sí, allí, a pesar de sus grandes planes. Después de imaginarnos tantos sitios, lo cierto es que no nos hemos movido"

He comentado varias veces que detrás de un libro siempre hay, mínimo, una historia: la del día que lo compraste, por qué, con quién estabas (o no estabas), dónde... Este libro lo compré hace poco en Madrid. Había quedado en La Central de Callao. Cuál fue mi sorpresa (hacía bastante tiempo que no iba a Madrid) al ver que La Central que conocía estaba cerrada y que se había trasladado justo enfrente.

En la mudanza ha perdido la cafetería, sus rincones, sus escaleras, sus espacios, su esencia. Sorprendida y decepcionada, y ya que tenía que esperar, decidí entrar igualmente. Al menos se estaba fresquito. No sé si por la decepción y la tristeza, porque veía tan chiquita, distante e impostora a esta nueva Central, que me costó mucho encontrar un libro que quisiera llevarme. Estaba enfadada, la verdad. Desconcertada por este cambio ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? Al final, apremiada porque estaría al llegar la persona con la que había quedado, agarré este libro. En mi mente lo cogí porque el título me recordaba a otro: "Flores raras y banalísimas", un libro sobre la relación entre Elizabeth Bishop y Lota de Macedo. Nada que ver: la sinopsis de "Flores extrañas" (engañosa, pero no mentirosa) apunta a un thriller o al menos a un misterio.

Estamos en un pueblo irlandés, allá por 1973, donde una joven adolescente desaparece repentinamente. El caso es que en ningún momento tememos por su vida, lo que tememos es por los motivos de su fuga. A partir de esa situación arranca esta historia de historias, de tres generaciones, de la Irlanda rural, familias, costumbres, religión, razas, chismorreos, padres e hijos, parejas, amores y no tan amores, hombres y mujeres, pérdidas... En fin, la vida.

"Flores extrañas" es una novela de personajes, sin duda. De buenas personas (la mayoría de ellas). Y la prosa de Donal Ryan me ha gustado: reposada, descriptiva en la medida justa, poética sin caer en la exuberancia, bastante melodiosa e incluso cinematográfica, una escritura luminosa y amena, con el lirismo justo y una creación de atmósferas que me pareció fascinante.

Me gustaban los personajes y esa radiografía sosegada que Ryan iba haciendo de ellos, componiendo un relato cuya trama me parecía bastante evidente al principio pero que se fue desdibujando a medida que avanzaba la lectura y nuevas voces se iban añadiendo. Eso sí, todo gira en torno a Moll, la adolescente que de buena mañana se subió al bus y abandonó a su familia. Y hay evidentes, y no tan evidentes, referencias bíblicas. Estamos en Irlanda.

Según leía intentaba entender porqué esos personajes que al principio me parecían tan bien dibujados y tan entrañables, tan queribles, sin embargo a medida que se incorporaban nuevas voces (Joshua, Honey) se me iba desconfigurando todo y las nuevas voces se volvían más imprecisas, menos entendibles y menos creíbles. Más superficiales. No, rectifico: no es que fueran superficiales, es que su construcción, la elaboración de estos nuevos personajes, me pareció más superficial e imprecisa, menos sólida.

Y Moll, que a lo mejor es cosa mía, pero no la he terminado de entender. Pero no comprendía, sobre todo, cómo es que el autor parecía haber ido perdiendo su capacidad para desentrañarnos a sus personajes, para que la trama nos importara menos que lo que les sucediera a ellos, o poder seguir en su compañía, en sus emociones y recuerdos, en su día a día. Lo único que se me ocurre es que, no sé si pretendiéndolo o no, Ryan también quiere que veamos cómo la sociedad avanza hacia un perfil más etéreo, menos definido, con valores más frágiles y motivaciones más tupidas. Y eso pasa con "Flores extrañas": que pierde sus formas definidas y acogedoras, su ritmo, aquello que te hacia sentir cómoda en la lectura. No es que suceda algo que te inquiete. Es la narración que cambia, se enmaraña y se dispersa.

Y tengo una sensación extraña, el libro me ha gustado y lo he leído con agrado pero siento que no está bien cohesionado, que se abren muchas ramificaciones que luego son abandonadas o dejadas simplemente ahí, como un esbozo. Pero esa falta de cohesión no sé si es porque no he sabido leerlo o porque era una pretensión del autor. Vamos, que no sé si esa ruptura que hay en "Flores extrañas" es algo intencionado o si simplemente se le fue de las manos y dejó de importarle a dónde quería llegar, o empezó queriendo ir a un lugar y por el camino se perdió. Yo que sé.

Tal vez soy yo la que me perdí en algún giro narrativo o el calor me ha derretido mi linda y única neurona, pero tengo este libro entre las manos y no sé si mirarlo como si fuera una flor extraña o una flor banal. Mientras dejo que el tiempo dictamine qué hacer con esta flor, si plantarla o abandonarla, aquí os lo he (y me lo he) contado.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

La tumba de Antígona (María Zambrano)


"El conflicto trágico no alcanzaría a serlo, a ingresar en la categoría de la tragedia, si consistiera solamente en una destrucción; si de la destrucción no se desprendiera algo que la sobrepasa, que la rescata"

¿Cuáles eran las reflexiones de Antígona antes de suicidarse? ¿O sus reflexiones en la oscuridad más absoluta de su propia tumba? Será la propia Antígona la que hable, también la que escuche y la voz que le permita a Zambrano reflejar una represión, un sacrificio, un exilio.

El prólogo de la propia María Zambrano es absolutamente revelador y nos da las claves del pensamiento de la autora, el sacrificio, la esperanza, el renacimiento, la falta de libertad, la lucha contra el poder, la catarsis. Zambrano le da una oportunidad a Antígona, la oportunidad de ser la Antígona que en vida no pudo ser y la oportunidad de cerrar heridas familiares y es así como aparecerán distintos personajes con los que Antígona o bien dialoga o bien les dirige un monólogo (Edipo, la nodriza, Yocasta, Etéocles, Polinices, Hemón, Creonte, la Harpía...). En esta revisión del mito de Antígona, Zambrano recrea cómo en su tumba, en lugar de suicidarse, alcanza su plenitud y su ser renace.

"Pues no es mi condena, es la ley que la engendra, lo que mi alma rechaza"

Antígona era un ser libre, que se rebeló ante la ley de los hombres (¡ese gesto de amor!) y que resuelve el conflicto trágico heredado de su familia a través del sacrificio, a partir del cual consigue la liberación de la culpa asumida y la esperanza puede, ahora sí, abrirse paso. No puede ser de otra forma porque sino estaríamos ante la mera narración de unas catastróficas desdichas. La tragedia necesita de esperanza y para que esa esperanza vea la luz Antígona ha de hacer un recorrido interior dialogando con sus fantasmas, mirar la oscuridad para encontrar la grieta por la que entra la luz.

¿Por qué leer este libro? Me remito a palabras de la propia Zambrano: “No podemos dejar de oírla, porque la tumba de Antígona es nuestra propia conciencia oscurecida. Antígona está enterrada viva en nosotros, en cada uno de nosotros

Zambrano merece que se le haga justicia, no dejar que su obra caiga en el olvido, nutrirse de sus escritos intuitivos e inteligentes. Inseparables en ella la filosofía y la poesía, que embellecen su escritura y convierten la experiencia lectora en una experiencia catártica, leerla es sumergirse en la belleza.

"Ahora sí, ha de ser la hora ya. Ahora que está aquí la estrella"

domingo, 10 de septiembre de 2023

Los años de espera (Fumiko Enchi)


"El dolor de tener que ofrecer públicamente su marido a otra mujer le roía las entrañas. A su modo de ver, un marido que de una manera tan despreocupada causaba a su esposa semejante sufrimiento tenía una insensibilidad demoníaca, pero, puesto que servir a su marido era el credo en torno al que giraba su vida, rebelarse contra los agravios infligidos por aquel hombre supondría su propia destrucción. Por otro lado, su amor era incuso más fuerte que ese credo. Le atormentaba por el amor que ella le profesaba sin ser correspondida, como un luchador de sumo que peleara sin contrincante, pero aun así la posibilidad de abandonarle no se le pasaba por la cabeza. Era cierto que la fortuna y las propiedades de Shirakawa, su hija Etsuki y su hijo Michimasa [...] eran vínculos que la retenía, pero todavía más vivo era el anhelo, al margen del sacrificio que representara, de que su marido comprendiera de verdad sus deseos y sus emociones más profundos"

¡¡¡Alto!!! Tal vez os hayáis saltado el párrafo anterior. Siempre empiezo mi comentario con un párrafo del libro que voy a comentar. Por lo que sea. Esta vez he seleccionado uno especialmente largo. Tal vez su extensión haya provocado que directamente os lo saltarais. Error.

Ese párrafo describe a la perfección el corazón de "Los años de espera". Explica tantas cosas. Lo malo no es sólo que explique esta lectura, lo malo es que sigue explicando muchas cosas hoy en día. Muchos malos tratos y por qué se consienten. No voy a entrar en ese debate porque entre otras cosas la violencia de género para mí no admite debate. Lo que sí admite es intentar conocer y comprender qué sucede ahí. Tener herramientas para evitarlo y seguir luchando y denunciando. Acabar con el silencio y el miedo.

Dicho todo lo anterior, que sepáis que tenía este libro en casa desde hace tantos años que se me había olvidado que lo tenía. No hay problema, estaba (como tantos otros) a buen recaudo en las estanterías. Pero un buen día, sin ton ni son, lo cogí y lo empecé a leer. Japón, finales del siglo XIX. Me atraen las novelas que reflejan una época, una sociedad y costumbres de países y culturas diferentes a la mía. "Los años de espera" fue publicada en 1939 (parece ser que Enchi se basó en la vida de su abuela).

Fumiko Enchi se muestra particularmente hábil a la hora de describir la psicología femenina de esa época y lo hace con un estilo muy elegante y con gran delicadeza. A quien mejor conoceremos será a Tomo, que al inicio del relato la encontramos buscando una concubina para su marido, un poderoso funcionario del gobierno. Enchi no nos oculta el dolor y el sufrimiento de esta mujer, que es capaz de percibir lo injusto de muchas situaciones, pero también se nos hace evidente su férrea personalidad, la solidez de sus valores y su voluntad para mantener a la familia unida y cumplir su deber como esposa. Eso es lo que hace, pese a todas las vejaciones, porque es así como la educaron.

Durante unos treinta años asistiremos a los dramas de esta familia y las amantes del marido de Tomo. Los personajes (ellos, ellas) van envejeciendo. Tomo seguirá esperando que su marido comprenda sus deseos y sus emociones. No desfallece, aunque apenas tenga ya fuerzas, porque sabe que no queda otra que avanzar y avanzar y avanzar, porque en algún momento llegará la luz, de hecho la sociedad japonesa en ese momento empezaba a cambiar para ser una sociedad más moderna.

Esta es una novela de victimas y verdugos, de la relación entre unos y otros y de cuántas formas diferentes la mujer puede ser víctima del comportamiento machista. Es evidente que el feminismo no estaba en boga en aquella época en Japón, lo que no implica que las mujeres no trataran de sobrevivir y de cuidarse unas a otras y a sí mismas (con más o menos acierto). Y de mantener su dignidad, pese a sus obligaciones como mujeres sin apenas derechos.

Enchi no juzga a sus personajes, recrea la realidad dolorosa y la atmósfera de un lugar y de una época concreta de su país en la que el trato a la mujer era denigrante y aunque hoy en día nos provoque rabia e indignación esta historia de humillaciones, era la realidad dolorosa de aquel período. Enchi da voz a unas mujeres que en aquel momento no la tuvieron y lo hace con respeto. Tomo se merece que escuchemos su voz y su dolor reprimido, que comprendamos lo que su marido ignora: sus deseos y sus emociones más profundos. Esto último sigue siendo la realidad de muchas mujeres hoy en día.

jueves, 7 de septiembre de 2023

De bestias y aves (Pilar Adón)


"Ella sabía lo que era tener paz, lo que era experimentar la paz. Lo que suponía entablar una alianza entre la percepción y la razón. La emoción y el discernimiento"

Y, así, entre percepción y razón, emoción y discernimiento, vuelvo a acercarme a un nuevo libro de Pilar Adón. Preguntándome qué nueva vuelta le dará a su universo narrativo, qué nuevos matices y giros, consciente de que su universo es muy personal pero nunca idéntico a sí mismo, porque la gama narrativa de Pilar es variada pero absolutamente reconocible. Pocos autores pueden conseguir eso: que si leyeras un libro suyo sin saber quien lo ha escrito, reconocieras inmediatamente la mano que ha escrito ese texto.

Me pasó algo curioso, una frase ("El dibujo de una mariposa era la imagen de una mariposa y no la propia mariposa") me recuerda a un pintor que me fascina: Magritte. En mi salón bien visible hay una postal de un dibujo de Magritte, una pipa, y un texto: "Ceci n'est pas une pipe". Más adelante se nombra a Magritte, pero el pellizco de las coincidencias ya está ahí y se irá encadenando según avanzo en la lectura. También me resuena Ingerborg Bachmann y su "Tres senderos hacia el lago". Cuando leo a Pilar, no sé la razón, mi memoria y sus conexiones, mi mente y sus ramificaciones, se activan con una facilidad que me pasma.

"El ahogo y las dudas que había odiado toda su vida porque lograban convertirla en un ser pusilánime, cuando eso era justo lo que no quería ser. Pusilánime"

Hay una conexión entre los libros de Pilar, en realidad hay varias y son bien conocidas así que no voy a repetirlas, pero hay una que me atrae especialmente por su subjetividad y por cómo (y de qué distintas maneras) reaccionamos cuando lo sentimos y porque es una de las emociones que además compartimos con los animales: el miedo. Cómo aborda y combina Pilar el miedo y esos otros elementos comunes en su obra tiene algo turbadoramente hermoso.

Sí, me abduce la escritura de Pilar, me sumerjo en esa atmósfera de apariencia insana que agobia o, cuanto menos, inquieta. Esa es su fuerza, su poder de convicción: esa capacidad para impregnarnos de una atmósfera cerrada y claustrofóbica incluso en espacios abiertos, de una libertad que te ata, de la imposibilidad de comunicación pese al uso del diálogo, de esa violencia invisible y soterrada pero palpable que es amenaza pero nunca se materializa ni se expresa abiertamente. El entorno no es apacible, pese a que si pones una lupa no ves nada fuera de lugar. Quizás haga falta alejarse para poder ver de cerca qué es lo que inquieta y poder señalar los distintos elementos que por separado parecen estar en su sitio pero si lo ves de fuera hacia dentro, desde la distancia a la proximidad, empiezas a percibir el origen del miedo.

No sabes si lo que sucede está en su cabeza o es una realidad, si es que no se establece ese pacto entre percepción y razón en Coro, la protagonista que decide un día coger el coche e irse, sin más, quizás buscando que sus padres decidan llamarla por un único nombre (le pusieron varios: Coro, Mag, Mae) y así pueda por fin dejar de descifrar códigos, estados de ánimo y razonamientos. Coro busca algo tan humano como el equilibrio (y un poco que la dejen en paz). ¿De qué está hecho el equilibrio en el ser humano? Cada persona tendrá o conseguirá el suyo, tan personal como aquello que causa el desequilibrio. El equilibrio tiene unos mimbres que, al igual que el miedo, está lleno de subjetividades. Pero el equilibrio sólido (y flexible), el definitivo, está hecho de verdades que nos tenemos que decir a nosotros mismos. Sin anestesia.

Hay que dominar distintas posibilidades (técnicas, narrativas, emocionales, incluso personales) para que una historia aparentemente trivial termine siendo luminosa. A veces puede parecer que Pilar cuenta distintas versiones de la misma historia, distintos puntos de vista y miradas de una historia circular. Pero lo cierto es que el mundo narrativo de Pilar no tiene grietas pero tampoco concesiones a lo comercial, algo que es de agradecer en estos tiempos de frivolidad e intrascendencia literaria.

En "De bestias y aves" (como es propio de Adón) lo explícito es suplantado por la ambigüedad y esto provoca inevitablemente que el lector no sea un espectador pasivo, que tengamos que buscar nuestra propia interpretación de lo que acontece, deja a nuestro albedrío las conclusiones y el sentido que queramos hallar en lo relatado.

Adón es de esa estirpe de escritoras que moldea su propia narrativa al margen de cualquier convención, es fiel a su poética, no es servil ni complaciente con las exigencias de sus lectores. Como dentro de esa narrativa pisa con firmeza y nada como pez en el agua y además le resulta eficaz para contar su universo, se mantiene fiel a sí misma a la vez que perfecciona su esquema y va depurando y profundizando (a modo de introspección) en ese espacio "adoniano". Es verdad que tengo la sensación de que cada vez más Pilar hace guiños explícitos a sus lectores, no sólo a quienes somos más fieles a esta autora, sino también a aquellos que se aproximan más a su obra. Como si nos tendiera una mano (o a lo mejor es que yo antes no la veía, todo es posible) para adentrarnos en la historia de Coro y ese universo de Adón en el que en sus libros anteriores entrabas más abruptamente. Eso sí: una vez dentro ya que cada cual se apañe como sea.

Deambular por el universo "adoniano", plagado de simbolismos, precisa de agarraderos que he encontrado con más facilidad en "De bestias y aves", quizás porque esos simbolismos están más equilibrados, quizás porque Adón ha querido facilitárnoslo o quizás porque respiro en estas atmósferas que crea Pilar como los delfines cuando se sumergen: creando dos regiones en los pulmones, de forma que la región inferior se comprime y la superior guarda el aire retenido. Ya puedo entrar en apnea sin riesgo de colapsar.

martes, 5 de septiembre de 2023

La mercancía más preciosa (Jean-Claude Grumberg)

 


"Eso es la única cosa que merece existir en las historias y en la vida verdadera. El amor, el amor ofrecido a los niños, a los propios y a los de otros. El amor que hace, a pesar de todo lo que existe y de todo lo que no existe, el amor que hace que la vida continúe"

Según la RAE, un cuento es una "narración breve de ficción". Y, según la misma RAE, ficción es "invención, cosa fingida". "La mercancía más preciosa" se autodefine como "un cuento", un relato breve... ¿de ficción?

Hay mucha literatura sobre la IIGM, el holocausto y los campos de exterminio. A mí nunca me parece suficiente, por mucho que se haya escrito. Creo en lo de que olvidar la historia es condenarnos a repetirla.

Grumberg opta por dos voces: la del narrador que está ficcionando una historia y la voz de la propia historia en sí. ¿Cuál es el objetivo? En el epílogo Grumberg niega la mayor: lo que cuenta no es una historia verdadera. Usa la acumulación por si no queda claro:

"No hubo trenes de mercancías atravesando los continentes en guerra para entregar urgentemente esas mercancías tan perecibles. Ni campos de reagrupamiento, ni de internamiento, ni de concentración, ni tampoco de exterminio. Ni familias dispersadas en humo al término de su último viaje. Ni cabellos cortados, recuperados, embalados y después despachados. Ni el fuego, ni la ceniza ni las lágrimas, nada de todo esto es verdad"

El texto sigue llenos de "Ni..."

No, nada.

La ironía es evidente, más aún si tenemos en cuenta que el padre y el abuelo de Grumberg fueron detenidos y deportados en París delante de él. Su intención es inequívoca: luchar contra la ceguera y el olvido a través de, vamos a llamarlo así, una ficción verdadera y real que ponga en la picota a los negacionistas y a los ciegos (de mente).

¿Es un cuento "La mercancía más peligrosa"? Sí, lo es. ¿Podría leerlo un niño? tal vez, pero seguro pueden leerlo adolescentes como una forma de conocer la historia, la verdad, sin que se les ponga el corazón como un puño ni aterrorice. Así que también está al alcance de esos adultos y experimentados lectores que huyen de la temática del holocausto porque "ya la vida es bastante dura".

No es fácil contar la verdad sin asustar. Creo que exactamente ese es el mérito de este cuento en el que al final lo que prevalece es la fuerza del amor a los niños. La vida por encima de la muerte. Pero va más allá de eso. Si quieres ir más allá, claro.

Grumberg me ha parecido un narrador excelso, no es sencillo hacer un cuento sobre el horror del holocausto y plantearlo casi como un cuento de hadas pero, a la vez, no ocultar la realidad. Los recursos utilizados (la voz del narrador "externo", la ironía, la despersonalización, los elementos fantásticos...) están tan bien ensamblados que cumple su objetivo a la perfección. Proporcionar alivio sin distraernos de lo espeluznante y la maldad.

Nos cuenta tal vez algo improbable pero lo hace como si estuviera todo el tiempo advirtiéndonos: "ficción, eh, es ficción" (guiño, guiño, guiño). Qué parte es ficción y qué parte es realidad está en manos del lector. Grumberg hace su tarea y la hace muy bien, "La mercancía más peligrosa" es una pieza de orfebrería, delicada y sutil. Y con algo que me parece vital, que es que el lector tiene que poner de su parte: quedarse en la superficie (en el "cuento de hadas") o plantearse cuestiones varias sobre la memoria histórica y sobre la ficción y la realidad.

domingo, 3 de septiembre de 2023

Antología literaria para regresar a la infancia (VV. AA.)

 


“No soy un loco por solidaridad con los miles de nosotros que, para construir lo posible, también han sacrificado esa verdad que sería una locura”

Antología literaria para regresar a la infanciano sólo nos regresa a la infancia, a algunas infancias, sino a la literatura del siglo XX y a muchos de sus mejores autores. La mayoría de las antologías suelen pecar de lo mismo: una selección de relatos o textos de temática común, dos o tres autores relevantes, universales y que sirven de anzuelo, junto a otros prácticamente desconocidos o de menor relevancia. Habitualmente el resultado suele ser bastante desigual y terminas por darte cuenta de que te has comido mucha paja y que lo realmente jugoso ocupaba poco espacio y no ha saciado tu apetito.

No es el caso. Repito: no es el caso. Es que vean la portada y el listado de autores. En mi caso únicamente me resultaban desconocidos tres: Miguel Torga, Amadou Hapáté Bá y Ernest Martínez Ferrando. De Andréi Platónov no había leído nada todavía y, oigan, qué descubrimiento, que tremendo, tremendísimo sus dos relatos (especialmente “Semión”)

Los niños que fuimos nunca se van, pero se quedan atrapados en el recuerdo manteniendo su pureza y regresamos a ellos para pedirles perdón por no haber conservado la esencia de la infancia. Crecer es perder esa esencia, intentar recuperarla es un destino, mantenerse fiel a esa alegría incorruptible pese a entornos devastadores, la curiosidad, la lógica sencilla, el descubrimiento, el disfrute de lo efímero, el hoy sin mañana, la fantasía sin límites, la inocencia, el alma incontaminada. Pero también la incomprensión, la maldad sin disfraces, el descubrimiento del dolor, el abandono, el hambre, la violencia, el rechazo y el miedo.

Una antología de gran altura, con apenas bajos, y en la que sobrevuela la inefable Clarice Lispector sobre un cielo plagado de relatos de gran calidad, una selección muy representativa del enorme nivel de los autores seleccionados. Mis dieses para esta antología que he disfrutado como la niña que fui y aún conservo: sin medida ni cortapisas. Como si no hubiera mañana y sin miedo a las heridas ni a los charcos ni a las manchas.