miércoles, 28 de junio de 2023

La muerte del adversario (Hans Keilson)


"Los nobles sentimientos de los que tanto nos jactamos no pretenden sino ocultar el temor no confesado a no ser capaces de soportar una pérdida. Inseguridad por los cuatro costados"

"La muerte del adversario" es un libro tremendamente sutil. De entrada no sé ni siquiera cómo catalogarlo ¿novela? ¿ensayo? Diría que es un ensayo que se ha puesto el traje de novela para conseguir hacerse más accesible al lector. Un juego literario para mostrar un brutal y desasosegante duelo identitario entre el adversario y su victima.

Voy a poner un poco de ubicaína: Hans Keilson (escritor y psicoanalista germanoneerlandes y de origen judío) comenzó a escribir "La muerte del adversario" en 1942, en plena IIGM. Tuvo que enterrar su manuscrito hasta que pudo retomarlo finalizada la IIGM. Así que, aunque no lo menciona ni una sola vez, podemos imaginar quién es el "adversario". Con estos mimbres Keilson profundiza sobre la naturaleza del odio. He de decir que leí este libro al mismo tiempo que voy releyendo a poquitos "Masa y poder", de Elías Canetti, y ambos libros se hermanaron con una espontaneidad a la que no me pude (ni quise) resistir.

A lo largo de mi vida me he sentido excluida muchas veces, me han hecho sentir que no era "de los suyos". Me costó reconocer que quien (o lo que) me hacía sentir así eran "mis adversarios", que me causaban daño e impotencia pero también me proporcionaban una fuerza que he tardado mucho en atrapar y gestionar, en comprender que esa rabia, ese rencor, terminaría por ayudarme ("Por poco que ames tu vida, vas a transformar el odio que hay en ti; justo allí donde tú eres tu propio enemigo y adversario")

El protagonista de "La muerte del adversario" adopta inicialmente una actitud contemplativa, de inacción, incluso comprensiva. Ponerse en el lugar de su adversario forma parte de la autorreflexión, del aprendizaje. El suyo, inicialmente, es "un odio tímido, blando e infame", es un odio fruto del miedo, de no saber darle la importancia que tiene aquello a lo que tememos. Es un odio pequeñito, hijo de la condescendencia con el autoengaño. Pero hay situaciones en las que hay que poner una línea roja a esa complacencia con uno mismo: hay que aprender a odiar al adversario. El sufrimiento que te causa tu rival no puede convertirse en una trampa que te estigmatice y rompa el mundo y sus valores, su decencia, su humanidad. Si la esperanza es insensata, desesperada, entonces odiemos sin miedo a confrontarnos con nosotros mismos y con el "adversario". Un odio transformador.

Keilson analiza a su adversario tanto de forma individual como de forma colectiva, es decir, el otro como una estructura, una organización. Pese a esa visión empática, de ver al adversario como un ser humano con conductas y pensamientos que son reconocibles, Keilson es consciente de que hay una toma de decisiones ineludible: hay que elegir lo correcto. Siempre. Y para elegir lo correcto debes conocer lo incorrecto, para elegir la bondad has de comprender la maldad, el mal que algunas personas son capaces de hacer. Para elegir no puedes seguir mirando hacia otro lado, hay que acudir a esa batalla:

"Las montañas de sentimientos enfriados que uno mismo se coloca sobre los hombros son más fáciles de sobrellevar que los destellos de un peligro que invita a la batalla"

Hans Keilson no es capaz de odiar, su inquebrantable honestidad le lleva a una incapacidad de enfrentarse a una realidad a la que no se atreve a nombrar. Pero esa misma honestidad le lleva también a mostrarnos cómo la bondad, la sensibilidad, la inteligencia, pueden convivir perfectamente en una misma persona con el autoengaño y la necedad.

"La muerte del adversario" es un libro incómodo para los tiempos que corren. El porqué de esta perturbación queda resumida en una frase del libro:

"Esto es, nosotros somos. Y el simple hecho de que seamos le basta para sentirse agredido"

Un libro mayúsculo de la editorial Minúscula.

jueves, 22 de junio de 2023

El sentido de un final (Julian Barnes)



Hay acumulación. Hay responsabilidad. Y, más allá de ellas, hay desasosiego. Un gran desasosiego

Es mi primer Barnes, ¡a estas alturas!, es lo que da de sí la vida lectora en el inmenso espacio nada infinitesimal de la literatura. Y tengo sensaciones contradictoras. La certeza: Barnes es un hábil narrador. Muy bueno, excelente incluso, cercano, reflexivo. Con una formalidad cuidada, elaborada. Pero algo (impreciso) me dice que puedo y debo esperar más de él.

La espina dorsal de “El sentido de un final” son los recuerdos. El narrador no nos engaña: deja claro que los recuerdos no son fiables, que aquello que recuerdas no necesariamente es lo que ha acontecido, sino cómo lo has vivido. Recuerdas las impresiones, la lectura que hiciste de lo sucedido. La vida no es literatura pero los recuerdos tal vez lo sean. Cuando los recuerdos son heridas, las restañas. O, mejor dicho: si lo que sucedió es una herida, serán los recuerdos quienes la restañen y taponen la hemorragia y para ello, si es necesario, traicionas la realidad para que parezca que el pasado no condiciona nuestro presente. Mientes, te mientes, y el recuerdo se convierte en mentira.

Pero la verdad es muy tozuda. A la verdad no le importa el tiempo, no tiene prisa, no tiene que rendir cuentas consigo misma. Al fin y al cabo solo queremos estar a salvo, tranquilos, que no nos molesten. Un poco de placidez, que más da si no lo queremos llamar cobardía.

Hay cierta pedantería en los personajes de “El sentido de un final” y también en el narrador. Pedantería suavizada por la escritura cercana de Barnes. No es que sea condescendiente con su narrador, él es el instrumento que utiliza el propio autor y no va a ponerse trampas a sí mismo. Pero quizás pueda ponerlas a los lectores, por supuesto. Porque, pese a que nos avisa de la poca fiabilidad del narrador, lo cierto es que es la única voz que se nos ofrece. Todo lo demás son trucos de magia de Barnes, demasiado explícito (para mí gusto), marcando un camino al lector al que apenas deja opciones de ir por los márgenes.  Barnes quiere contar una historia, no abrir posibilidades. La cuenta bien, muy bien, pero a mí me gusta tener la posibilidad de elegir el sentido de un final.

domingo, 18 de junio de 2023

Los nuestros (Serguéi Dovlátov)

 


De manera que en mi vida imperaban dos realidades enfrentadas. A la izquierda, bramaba el océano de un naciente inconformismo. Y a la derecha se extendía la imperturbable calma chicha de un recogido y tedioso bienestar. Y yo me abría paso, a trompicones, por la estrecha franja que discurría entre ambos océanos

Existimos por los otros. Si no hubiera otros (ese intercambio necesario que son los demás) no existiríamos. No me atrevo a afirmar rotundamente que somos aquellos otros que se han cruzado en nuestras vidas y que nuestros valores y virtudes se construyen gracias a los demás. Pero ahí lo dejo. Los otros también son los nuestros, nuestra familia, las generaciones que nos anteceden, nuestros allegados, además de aquellos que elegimos y nos eligen.

El corazón de “Los nuestros”, su órgano vital, son sus personajes (incluido el propio Dovlátov) y la presentación que el autor hace de ellos, tan eficaz que provoca que te deslices por esta lectura con espíritu solícito y liberador, dejándote llevar por esa vívida coexistencia entre lo absurdo y lo puro, la comedia y el drama. Pero ese corazón no latiría sin la poderosa herramienta de la escritura de Dovlátov y su narrativa rítmica, lúdica y tremendamente humorística, que no renuncia a la lucidez ni a la crítica.

Los nuestros” no es sólo la familia de Dovlátov, es también el propio autor, su escisión entre lo cotidiano y la locura, su intento de defenderse del caos pero también la descripción certera, precisa e inteligente de la Unión Soviética que le silenció. La voz (muy intencionada) de Dovlátov es irónica y socarrona, pero el epicentro de toda comedia siempre es la tragedia y el humor una forma inteligente de abordarla.

©AnaBlasfuemia

jueves, 15 de junio de 2023

Memorias de una joven informal (Bianca Lamblin)


"Me imaginaba que nunca era frágil (y estaba equivocada), ni compleja (volvía a equivocarme). Era 'una fuerza que avanza' en línea recta, sin flaquear, sacrificándolo todo a su ambición de notoriedad y tal vez de gloria"

Casi todas mis lecturas tienen una historia detrás relacionada con el motivo por el cual he elegido ese libro y no otro. Este en concreto también tiene su historia detrás, pero estoy por aquí todavía de forma precaria, tal vez de paso, y en formato breve, así que esta historia me la quedo para mí.

Tenía algún conocimiento de los hechos narrados en “Memorias de una joven informal”. Si has leído a Simone de Beauvoir y tienes información sobre su vida (algo inevitable aunque no te lo propongas) sabrás que ¡oh, cielos! Beauvoir era humana, contradictoria, polémica, con una fuerte personalidad. También que su relación con Sartre fue (cuanto menos) peculiar, confusa a ratos, muy extravagante y, sin duda, muy intelectual.

No pensaba de antemano que mi visión de Beauvoir se fuera a tambalear al leer a Bianca Lamblin. No me equivoqué: nada me va a hacer dudar de la conmoción al leer por primera vez a Beauvoir, con todo lo que eso supuso para mí, ni tampoco resta un ápice el valor que Beauvoir tuvo y tiene para el feminismo, su legado fundacional.

A ratos, leyendo a Lamblin, tenía la sensación de estar asistiendo a un salseo de esos que transcurren en Twitter, tan encarnizados, tan llenos de rabia y rencor, tan innecesarios y faltos de coherencia. Otras veces me parecía estar ante un culebrón de telenovela turca, con toda la élite cultureta e intelectual del momento ahí, mostrando su lado más propio de un Sálvame que de “Les Temps Modernes”.

En definitiva, una lectura prescindible (para mí, siempre para mí). Me quedo (de largo) con la historia que hay detrás de esta lectura, aquella que me llevo a la biblioteca (está descatalogado) y a, con el libro a medio leer, mandar un WhatsApp para certificar que no me hace falta releer a Beauvoir para hacer contrapeso a esta lectura. Lo cual no quiere decir que Beauvoir no sea (siempre) de obligada relectura (al igual que Virginia Woolf), especialmente en estos tiempos de retroceso que vivimos.

¿He dicho que iba a ser breve? Disculpa, tú que has venido a parar a este blog, mis contradicciones.

©AnaBlasfuemia


miércoles, 14 de junio de 2023

El asesino tímido (Clara Usón)

 


"El perdón es un acto de generosidad del ofendido que en nada redime al ofensor" (Clara Usón)

Pues hasta ahora esta cita es lo más destacable del libro (que, por otro lado, tampoco es que sea una idea original. Para comprender qué es el perdón mis referencias son Hannah Arendt y Chantal Maillard). 

Por lo demás, me está recordando muy mucho a cierto libro de Rosa Montero ("La ridícula idea de no volver a verte") en cuanto a estructura narrativa (juego de espejos con Marie Curie en el caso de Rosa Montero y con Ludwig Wittgenstein -también con Sandra Mozarovski, pero menos, y todavía menos con Camus y Pavese- en el caso de Clara Usón)

En mi lectura del libro de Rosa Montero el resultado fue 1-0 a favor de Marie Curie. Mismo resultado para Wittgenstein respecto a Usón. Por cierto, menuda familia más estrambótica y especial la familia Wittgenstein. Que eso es lo que me llevo de este libro: un afán por conocer más de Ludwig y de su increíble familia.

Me ha faltado frescura, menos engañifa. La idea es buena, aunque no original, pero durante la lectura la sensación de impostura no me permitía avanzar con fluidez, me chirriaban cosas que sentía estaban forzadas, como si Usón las hubiera incrustado un poco con calzador. Como un patchwork bien intencionado pero mal rematado, con piezas que no encajan pero que se ven forzadas a convivir por imposición de las manos que las han tejido.

Es lo que hay.