viernes, 11 de abril de 2025

La Tejonera (Cynan Jones)

 

Es tiempo y tacto, pensó. Es esas dos cosas. Es porque somos conscientes de ellas […] Me pregunto si es por eso que actuamos con tal desesperación en todo. Es como si estuviéramos tocando algo que nunca deberíamos haber sentido.


Las primeras páginas de “La tejonera” son tan violentas que dan ganas de dejar caer el libro de las manos y casi que de darle luego un puntapié. Pero con la misma facilidad que esas primeras páginas te agreden, a continuación el libro se te queda pegado a los dedos, como buscando cobijo en las manos. Toda una declaración de intenciones: entre la violencia y la ternura, entre lo brutal y lo conmovedor, es en lo que nos vamos a mover al leer “La tejonera”.


Tenía ganas de leer a Cynan Jones. No recuerdo porqué, la verdad. En cualquier caso no se ha hecho esperar. Y anticipo que las ganas se han visto recompensadas con una escritura que te apresa al igual que lo hace una voz radiofónica de esas que son hipnóticas para los oídos. Sí, esas voces tan atractivas, dulces, acogedoras, que con el mismo tono te dicen algo que sientes como muy tierno y dulce que va y te suelta un monólogo agresivo y repelente, pero siempre manteniendo esa voz aterciopelada y seductora que te arrulla como a un bebé. Pues así es la escritura de Cynan, suave y profunda, moviéndose entre la delicadeza y lo feroz sin alterarse y sin solución de continuidad.


La tejonera” tiene dos protagonistas, dos voces, la de Daniel y la de un individuo del cual desconocemos el nombre. Son dos caras de una misma moneda. Sería fácil decir que uno es la bondad y el otro la maldad, que uno da vida (un granjero que ayuda a sus ovejas a parir) y el otro la quita (un cazador de tejones que luego vende para que otros los torturen), pero lo fácil no siempre representa la realidad, no al menos TODA la realidad. 


Ambos comparten un mismo paisaje, una naturaleza, una vida en el campo. Muy MacCarthy y Denis Johnson: hombres empapados en sudor a cuya piel húmeda se les adhiere la tierra, el polvo, la sangre, el esfuerzo, la lucha de cada día. La única mujer que aparece está muerta. Los recuerdos de ambos, el hombre tierno y el hombre rudo, se nos van presentando mientras transcurre la “maquinabilidad” de la vida, recuerdos que se entremezclan con detalladas y punzantes (pero imprescindibles) descripciones de las tareas de ambos. Y, mientras, el tiempo transcurre de esa forma única que tiene el tiempo de suceder: imparable, inmutable, casi arrollador. Y veloz, aunque quizás la sensación de celeridad del paso del tiempo nos la provoca el que nunca hay vuelta atrás. El tiempo siempre avanza. Y en cierta medida eso hace que tú también tengas que avanzar, quieras o no.


No nos dejemos engañar: Daniel y el hombre rudo y corpulento, insisto, son dos caras de la misma moneda. Hay una violencia que se transmite de padres a hijos. Pero hay, también, otra violencia que te transmite la sociedad y que cada vez nos aleja más de la posibilidad de una vida en el campo en la que la agricultura pueda ser un medio de vida. Y no, la naturaleza no es idílica, ni el campo (y menos aún trabajar y vivir en él) es bucólico. Quien conoce bien la naturaleza lo sabe y nunca intenta conquistarla. Nunca estás a salvo en ella. Pero tampoco estamos a salvo de la humanidad que, al igual que la naturaleza, puede infligir daño además de recibirlo.


Así, las dualidades que nos presentan Cynan están destinadas, como casi todas las dualidades, a colisionar, a impactar entre sí para fusionarse en (y por) aquello que en realidad unía a las dualidades, como polos opuestos que cumplen a rajatabla lo que creo que se llama Ley de Ampere. Porque hay una conexión ancestral con la tierra, con los animales, con la naturaleza que concilia las dualidades. La vida y la muerte no es una dualidad, no son entidades opuestas, separadas.


La tejonera” es un libro sutil, que admite varias lecturas si te decides a rascar la superficie. Cynan nos muestra una violencia en la que no se recrea, pero cuyas descripciones tienen la suficiente contundencia como para que algo se (re)mueva dentro de ti. Lo hace sin estridencias pero con la firmeza y la suficiente persuasión como para saber que te está mostrando una realidad atemporal.


Gracias, Cynan.


©AnaBlasfuemia

martes, 8 de abril de 2025

Luz (Elisabet Riera)

 

El amor también es eso: conocer los límites, medirnos


El amor… qué sentimiento más universal. Y, sin embargo, que sentimiento más impreciso y voluble, más personal. ¿Dónde están los límites del amor? ¿Quién pone esos límites? ¿Necesita límites o solo una forma definida, cerrada? No seré yo ni quien le ponga límites al amor ni quien cuestione a quienes los pongan. Mi obstinación es tener claro si los límites que yo pueda poner son límites propios o ajenos. Es decir, si están basados en mis valores y criterios o en imposiciones externas (sociales). Hasta ahora he sido bastante respetuosa conmigo misma sin dejar de serlo con los demás (algo que ni ha sido fácil ni se ha entendido).


No podía negarme, aunque por aquel entonces yo siempre decía que no. No, no y no. No a todo, un no universal”


Una se cree que tiene ya todos los libros que necesita para leer el resto de su vida, dejando un margen estrechito a novedades de autores a los que se es fiel, o a recomendaciones de personas muy concretas. Y de repente alguien a quien conozco de hace mucho, lo suficiente como para mantener en el tiempo y la distancia una cercanía estrecha, de cuidados mutuos y de confianza, me recomienda un libro. Siendo ambas lectoras pero de universos literarios diferentes (aunque con raíces comunes) una recomendación de la una hacia la otra o de la otra hacia la una sólo puede ser un libro especial, concreto, un rara avis, la excepción a la regla. Y me habló (sin decirme nada de él) de este libro.


Si hay una palabra que defina esta lectura es “perturbación”. Si hay dos palabras, la siguiente sería “desasosiego”. Porque es así, lees, avanzas en la lectura y deambulas entre la perturbación y el desasosiego. Pero sigues leyendo, porque esas emociones son externas a mí, son sociales, educativas, también morales. Estructurales. Impuestas. Pero me gusta rascar en la superficie, utilizar ese hacha que rompa el mar helado. Además Elisabet Riera lo pone fácil, eso de avanzar pese a la desazón. Lo pone fácil porque (d)escribe muy bien: transparente, poética, nítida. Desenmaraña aquello que para muchas personas puede ser un ovillo difícil de deshacer. Maneja los tiempos, te da respiro, te coge de la mano sin apretarla ni exigirte. Y te dejas llevar, con lo que a mí me gusta  (a veces) dejarme llevar…


No es fácil la delicadeza con ciertos temas, mantener ese difícil equilibrio del funambulista que camina por una cuerda muy floja, muy inestable, una cuerda que tiende a expulsarte (hacia un lado o hacia el otro). Riera te ayuda a caminar por esa cuerda y avanzar por ella, como si nos dijera “vamos hasta el final y, entonces, sólo entonces, juzgas”. Así que avanzas con vértigo pero también con determinación.


Oh, Lolita de mi corazón. ¿Alguna vez te había hablado de Nabokov? Mucho me temo que sí


Habrá quien se quede (quien quiera quedarse) con que “Luz” es una versión lésbica del “Lolita” de Nabokov. Es lo fácil, también lo demagógico. Pero “Luz” es más que eso, es más que el deseo. Es el origen del deseo, es el vacío que hay detrás de ese deseo. Es el silencio arrasando con todo lo hablado, lo que se calla imponiéndose a las palabras. Esos silencios familiares impuestos por un pacto que nunca fue acordado ni escrito pero que pesan como una losa y lastran vidas. 


El abandono es un sentimiento muy poderoso, difícil de digerir. Te deja para siempre una mancha en el corazón, un punto oscuro que no suele verse y que sale a la luz precisamente cuando se ama. Con quién más se ama


La necesidad de matar al deseo antes de que se agote, antes de que se muera o que te abandone. Y luego seguir buscando un amor puro, muchas veces en relaciones fallidas. Porque estás herida y no puedes encontrar las respuestas porque desconoces las preguntas adecuadas.


Y de eso, de dónde nace el deseo, de la fuerza demoledora de las palabras no pronunciadas, de los silencios familiares, de penetrar en el dolor para entender el deseo y para entenderse a una misma, es de lo que va “Luz. Del amor, de la culpa, del perdón, de atravesar el dolor para encontrarse a una misma, de encontrar las palabras y poder pronunciarlas.


Con el amor no basta


Gracias, Elisabet


©AnaBlasfuemia


viernes, 28 de marzo de 2025

La hierba roja (Boris Vian)

 


A la gente inteligente no se la quiere


Las razones por las que he elegido esta cita del libro para iniciar mi comentario son lo bastante variopintas como para que ni se me ocurra exponerlas aquí. Pero sí me gustaría matizar que, aunque hay muchos tipos de inteligencia y por tanto una gran diversidad de personas inteligentes, en gran medida estoy bastante de acuerdo con la cita.


Boris Vian era una persona inteligente, con vastos conocimientos sobre distintas disciplinas. Un polímata que se dice. Novelista, poeta, ingeniero, periodista, traductor, músico de jazz. Apenas vivió 39 años y tuvo 37 identidades (27 contrastadas y el resto supuestas). No es que padeciera personalidad múltiple, eran heterónimos (Pessoa llegó a utilizar 70). Lo cierto es que la versatilidad de Vian hace difícil quedarse únicamente con su faceta de escritor y no considerar sus distintas dimensiones a la hora de leerle.


Me pregunto quién lee a Boris Vian hoy en día. Releerle seguro lo hacemos unos cuantos. Pero no tengo tan claro que haya muchos lectores que se acerquen actualmente a Vian por primera vez. Cierto que tampoco va a aparecer como novedad editorial, aunque haya editoriales dedicadas (o que tienen un apartado destinado para ello) a autores considerados “clásicos”. Tampoco voy a meterme en este berenjenal, únicamente lo dejo aquí.


El caso es que mi camino lector últimamente camina entre los libros que sé con certeza que me van a encantar, los que es probable me puedan gustar entre bastante y mucho y volver a los ya leídos. Releer libros es releerme a mí y también comprender porqué soy el tipo de lectora que soy. En ese camino de libros y autores que me han hecho esta lectora que soy estaba Boris Vian. Hola de nuevo, Boris.


Un resumen tramposo de “La hierba roja” sería el siguiente: El ingeniero Wolf construye, junto a su ayudante Folavril, una máquina del tiempo que le permite volver a su pasado y de esta forma enfrentarse a sus recuerdos, no tal como los recuerda, sino tal y como sucedieron. Y así, exorcizando y borrando esos recuerdos podría disfrutar más de los instantes de felicidad que la vida nos ofrece (generosa ella).


Digo que sería un resumen tramposo porque ávidos lectores de ciencia ficción y viajes en el tiempo podrían lanzarse a leer “La hierba roja”. Tranquilidad. Casualmente, hice esta relectura a la vez que vi la serie “Materia oscura (Dark Matter)” (que sí recomiendo a esos lectores de ciencia ficción y viajes en el tiempo), lo cual me ralló bastante la cabeza. Sobreviví.


La maquina del tiempo de “La hierba roja” no deja de ser como el sofá del psicoanalista. Venga, a hundirte en tu pasado y tus recuerdos. Eso sí, Vian no se eterniza en ellos, quiere finiquitarlos. Pero aprovecha esos viajes a su pasado para cuestionar los propios recuerdos (cómo los recordamos, cómo sucedió realmente aquello que recuerdas) y satirizar sobre la educación, los conocimientos, la religión, la familia, las mujeres…


No es spoiler, es realidad: intentar olvidar está destinado al fracaso más absoluto. Recordar no está mal, nada mal, si miras directamente a los ojos de eso que recuerdas. Gracias Boris Bian por enseñarme algo que tardé años en poner en práctica. 


La hierba roja” es el libro más autobiográfico de Vian, lo escribió mientras se separaba de su mujer (que le era infiel con Sartre). Como escritor, Vian se caracterizaba (entre otras cosas) por su humor mordaz y su surrealismo. De ambos (ese humor corrosivo y aspectos absurdos) está lleno “La hierba roja”, también de filosofía e introspección, pero siempre teñido por esa irrealidad surrealista típica de Vian: la hierba es roja, los perros hablan, los lugares son bizarros, las pitonisas son olientes y a la entrada de sus casas los cuervos ofrecen ratas a los visitantes, se disparan cerbatanas a niñas y jóvenes, un negro baila en una caverna custodiada por un guardián.. Todo así.


Si entre tus lecturas no te planteas el género del absurdo y del surrealismo como una de las múltiples herramientas de ahondar en el existencialismo ni se te ocurra acercarte a este libro ni a este autor. Si disfrutas de meterte en camisa de once varas, dejar de lado la lógica racional y aceptas la juguetona, experimental y provocadora narrativa de Vian, adelante.


Todos los profetas comenten el mismo error: tener razón


Gracias, Vian.


©AnaBlasfuemia

sábado, 22 de marzo de 2025

Las iras (Pilar Adón)


 

Todos necesitamos pensar que los demás nos quieren, que nos miran con los ojos del cariño


¿Y si no nos quieren? ¿si SENTIMOS/CREEMOS que no nos quieren/ven/comprenden? ¿si sentimos la traición, la grieta en la confianza, lo injusto, el miedo, el dolor, la frustración? Entonces puede aparecer la ira. Sus causas y sus consecuencias.


En la contraportada de “Las iras” nos preguntan si puede surgir la belleza tras el horror, si es posible el sosiego después de la venganza extrema. Cuando se plantea este debate sobre si es posible la belleza después de la devastación y el espanto siempre acudo a Rachel Carson, que hablaba de una de las paradojas de las tierras y los océanos: que de un fenómeno catastrófico y destructivo (por ejemplo una erupción volcánica) pueda producirse un acto de creación del que surja la belleza.


Vamos por partes. Los lectores de Pilar Adón conocemos los elementos constantes, transversales y estructurales de su literatura. De Pilar se podrá decir que es de lectura exigente, oscura, inquietante, críptica, asfixiante, incluso poco misericordiosa con los lectores (yo pienso lo contrario), pero Pilar es como el algodón: no engaña. Pacta con el lector, nos presupone inteligentes y libres, así que su narrativa no nos la ofrece desmenuzada porque acepta que tenemos mandíbula suficiente para masticar. Por eso sus historias suelen comenzar en la mitad (in media res). Para mí eso es respeto. Ella da el callo escribiendo y nosotros debemos darlo a la hora de leer. Es lo justo (y necesario). Una interacción deseable, al menos para mí.


Como no deja nada al azar ni a la casualidad (los títulos de los relatos lo confirman), Pilar titula a su libro “Las iras”. En plural. Porque la ira será una, pero (al igual que su génesis) sus manifestaciones pueden ser múltiples y variadas. Pilar es toda ella polisémica y por eso su narrativa tiene numerosos significados y lecturas, por eso nada es casual en sus libros, como no lo es el lenguaje que utiliza ni sus títulos, ni la estructura ni el tiempo narrativo. Todos los relatos de “Las iras” (un total de 18) tienen una pluralidad de interpretaciones, de posibles significados


Las protagonistas de los relatos son todas mujeres. Adolescentes o niñas. Y todas ellas son pozos (me he dado cuenta en este libro de la importancia de lo circular en Pilar), esconden agujeros, una abertura a quién sabe qué grieta: oscuridad, agua estancada, un vacío, una amenaza, una presencia, una ausencia, un lamento, una perdida. De estas protagonistas se espera (por la edad, por los clichés) inocencia.


Últimamente se me cruzan las series que veo con las lecturas que estoy haciendo. En este caso, mientras leía “Las iras”, estaba viendo la miniserie “Adolescencia” e inevitablemente se dieron la mano de forma muy sutil (o no tanto): protagonistas jóvenes, inocentes, tímidos, de apariencia dulce. La violencia no es explícita, no es mostrada. Se presentan sus causas y sus consecuencias. No se juzga, únicamente se expone, se muestra. Y eso es lo que incomoda: no la ira y sus manifestaciones, sino su origen y su consecuencia. Sobre todo su origen.


Hay numerosas referencias literarias en “Las iras” (Garcilaso de la Vega, Ernestina de Champourcín, Circe Maia, Bukowski…) pero la clave está en sus numerosas referencias bíblicas. Y esas referencias nos sitúan en el tipo de ira que nos plantea Pilar: hay una ira justa, no caprichosa sino que se produce como respuesta a lo injusto, al pecado. La indignación no es el pecado, sino la respuesta al mismo. Pero claro, esto es así respecto a la ira divina, en cuanto a la ira humana el cantar es otro: ya no es un acto de justicia, sino un comportamiento destructivo. Sentir ira no es necesario algo negativo ni maligno, pero exige una razón que la justifique y un control que la dome. Pilar pone la mirilla (una de ellas) en ese confuso límite entre la ira divina y la humana, puesto que las protagonistas de estas historias son en su mayoría (creo que todas) creyentes. Rezan, rezan mucho.


El Dios al que rezan las protagonistas de “Las iras” no es un Dios que castiga y amenaza, sino un Dios bondadoso, generoso, justo, sencillo y sobrio a la vez que incendiario, sin prejuicios, que acoge, protege, comprende. Explora una religiosidad bondadosa en oposición a la religión pervertida por las instituciones y que está llena de normas represoras, una religión (el catolicismo en este caso) amenazante, controladora, castigadora y opresiva que nos deja la culpa como regalo envenenado. Casi de por vida. Así que (es mi interpretación) las causas de la ira de las protagonistas son divinas, pero las consecuencias de su manifestación son humanas.


Esa dualidad entre lo divino y lo humano provoca una incomprensión terrible en estas niñas/adolescentes que reniegan de las consecuencias de sus actos y tratan de encontrar la belleza en el horror causado. Los personajes aspiran a esa belleza del “después”: la belleza es la calma, el sosiego, el espacio propio, tu lugar en el mundo. En este sentido, para mí (siempre para mí) el relato más largo de “Las iras”, el titulado “Roca blanca, fondo azul”, es también muy esclarecedor. Porque si todos los relatos dan la sensación de estar relacionados entre sí, el relato que parece troncal y a la vez raíz de todas esas ramificaciones interconectadas, es precisamente ese (además de conectarse con la Betania de “De bestias y aves”) en el que el encierro y la soledad no es sinónimo de opresión y encarcelamiento, sino de libertad, de protección de un exterior que nos entristece, agrede, controla, exige… El estallido de la ira se produciría en ocasiones para provocar que el tiempo cese y poder reiniciarse (lo cual me recuerda los tiempos de la pandemia) en un espacio propio. 


Repitiéndose que es digna. Digna de tener una casa en su tierra y guardarse en ella para descansar y dejar de tener miedo


Una de las muchas reflexiones a las que me llevó la lectura de “Las iras” es que si es una evidencia que no podemos domar la Naturaleza ¿por qué pensamos que podemos domesticar, amaestrar, amansar, controlar la infancia/adolescencia? Si los intentos de dominar a la Naturaleza suelen tener por lo general resultados catastróficos ¿por qué iba a ser diferente con niños y adolescentes? Todo intento de dominar y someter lo salvaje tiene secuelas. Consecuencias.


Andaba yo leyendo, a la par que “Las iras”, a Adrienne Rich y me encuentro (¿casualidad?) con un poema titulado “Fenomenología de la ira” en el que dice Rich: “La libertad de la que está completamente loca/de ensuciar y jugar con su propia locura/de escribir en las paredes del cuarto/embarrándose los dedos/que no es la libertad que gozas, por supuesto,/al caminar por Broadway/al detenerte y regresar o continuar/10 cuadras, 20 cuadras/pero que podría parecer envidiable a los que se han comprometido/libertad torcida en las entrañas de aquella realidad/que debiera alimentarla y la estrangula”. Ahí lo dejo.


Gracias, Pilar.


©AnaBlasfuemia



lunes, 17 de marzo de 2025

Un amor cualquiera (Jane Smiley)

 

Les he dado a mis hijos los dos regalos más crueles: la experiencia de una felicidad familiar perfecta y la absoluta certeza de que tarde o temprano se acaba


He estado un buen rato pensando en qué comentar de esta lectura y no hubo manera de que me saliera nada. Me he dado cuenta que todas las reflexiones que me surgían eran en torno a Jane Smiley y no tanto sobre el libro. Así que he pensado que eso es lo que tengo que compartir, porque sobre “Un amor cualquiera” tengo poco que decir. Así que a eso voy.


Es el segundo libro que leo de Smiley (el anterior fue "La edad del desconsuelo") y percibo que es una narradora notable. Amena, inteligente, lúcida, con las ideas muy claras sobre lo que quiere contar y cómo quiere hacerlo para llegar al máximo de lectores posibles. Así que es claro que no va a retorcer su narrativa, que lo va a poner fácil al lector, que nos lo va a dar masticado, pero no tanto como para proporcionarnos un puré o una sopa. Una dieta blanda pero no excesivamente flácida para que nuestras mandíbulas no se adormezcan pero tampoco se lastimen.


La dieta blanda no implica que la degustación no sea de calidad y la nutrición saludable. Porque eso lo hace muy bien Smiley: nos quiere alimentar, quitar el hambre, pero también que nuestro paladar no se aletargue ni se acostumbre a la comida basura (lectura basura en este caso). 


Es muy hábil en lo suyo. Si algo parece caracterizar la narrativa de Smiley es su fluidez y su destreza para desenvolverse en lo cotidiano, lo reconocible y los entresijos de las familias y las relaciones familiares. Se mueve como pez en el agua en ese terreno. No va a hacer reflexiones deslumbrantes ni profundísimas, pero sí muy perspicaces y de cierto calado. 


Ahora que pienso sí que puedo decir algo concreto de este libro, acabo de darme cuenta: el cómo cuenta la historia, la estructura de la misma, es especialmente ingeniosa. Detonar una bomba de relojería muuuuuuchos años después de que suceda una traumática separación (traumática para los hijos) es una forma muy inteligente de mostrarnos cómo nuestra protagonista ofrece a sus hijos esos dos regalos tan crueles que se mencionan en la cita inicial (que, por cierto, corresponde al último párrafo del libro).


En fin, que Smiley no va a estar en mi Olimpo de escritoras pero que es una autora que respeto y a la que volveré (probablemente) porque es de ese tipo de escritoras necesarias en la literatura actual, porque en cierta manera eleva la nota media, aunque no entre en mi concepto de LITERATURA (con mayúsculas) excelsa. Accesible para muchísimos lectores potenciales a los que puede rescatar de esa “literatura” basurilla y masificada que tanto repelús me da. Pues ya estaría.


En mi caso, será de ese grupo de escritores a los que acudir cuando bien por bloqueo lector o bien porque estoy muy tiquismiquis y exigente con lo que leo, descarto libros uno detrás de otro. Para esos momentos, Smiley es ideal: lectura fluida pero no insustancial, inteligente pero no ininteligible, bien escrita pero no críptica, con profundidad pero sin pasarse, con mensaje y contenido reflexivo suficiente como para que no te quedes en una lectura frívola e intranscendente. Y que, al poco tiempo de su lectura, olvidaré.


Gracias, Smiley.


©AnaBlasfuemia


martes, 11 de marzo de 2025

Cómo ordenar una biblioteca (Roberto Calasso)

 


Todo lector verdadero sigue un hilo, aunque también pueden ser cien hilos a la vez. Cada vez que abre un libro retoma en sus manos ese hilo y lo complica, embrolla, desata, anuda, prolonga


En la época que estaba más activa en redes sociales comentando mis lecturas mi biblioteca creció de manera desorbitada. Sé perfectamente qué libros quiero leer, qué escritores, qué contenido, lo que es LITERATURA para mí, qué hilos seguir entre el maremágnum de libros existentes. Y soy muy consciente del TIEMPO y el ESPACIO. El tiempo es limitado: como todo ser humano no soy inmortal. Y el espacio, qué os voy a decir, más limitado todavía, no nos queda otra que hacer un Tetris con los libros y sus tamaños (a mí el ancho de los libros no me preocupa, pero el alto tan desigual me saca de quicio). 


A lo que iba: que en esa actividad de compartir lecturas, me enredé ligeramente. No sólo era la inmensa, asfixiante y casi acosadora propuesta editorial con sus constantes novedades, todas ellas siendo “el libro del año”, “el nuevo Kafka”, “la nueva Virginia Woolf”… Era también la tentación de lectores de referencia. Era casi inevitable caer en tantas propuestas, avaladas por editoriales de prestigio a las que respeto, por lectores voraces a los que valoro. Total, que cabalgaba entre la bibliomanía y el tsundoku. Eso sí, siempre con la intención de leerlo todo. 


Dentro de mi necesario y saludable proceso personal y vital una de las cosas que he recuperado ha sido la sensatez, de la manita de la lucidez. Y eso ha afectado a cómo miro mi biblioteca, por eso ahora estoy en proceso de deshacerme de libros que SÉ que no voy a leer, aunque sean libros majetes e incluso de cierta calidad. Algunos han desfilado (tranquilidad, los dejo en buenas manos) sin consideración. A otros les intento echar un vistazo por si me convencen, pero a la mínima que no me mueva la fibra necesaria se va a la línea de salida. Esto lleva tiempo, claro, porque darles una oportunidad implica al menos dos cosas: un tiempo que les dedico y una renuncia a leer lo que sé que es un SÍ gigantesco y rotundo (en realidad no es una renuncia, es postergar su lectura). Decía Calasso que “Hay sin duda literatura buena, pero muy poca realmente grandeYa solo quiero la “literatura grande” en mis estanterías (criterio personal y subjetivo, obvio, me refiero a lo que PARA MI es “literatura grande”)


En fin, que como estoy con estas, pues pensé que Calasso me ayudaría a saber cómo ordenar mi biblioteca. Y claro que lo ha hecho, aunque muchas veces sea para reafirmarme en mis convicciones y criterios: el orden de una biblioteca es algo absolutamente íntimo y, ademas, cambiante


Para quien no lo conozca, Calasso fue un escritor y editor italiano, un pensador de notabilísima erudición y criterio propio y personal. Una institución literaria. La erudición de Calasso exuda cada página de este pequeño libro, así como su amor por la literatura y los libros. No todo el libro está dedicado al orden de una biblioteca (y de una librería), sino que sirve de excusa para compartir anécdotas e historias que hacen que “Cómo ordenar una biblioteca” cabalgue entre el ensayo y las memorias personales.


Está claro que ordenar nuestra biblioteca personal es como ordenar nuestra vida: el pasado (lo ya leído que has decidido conservar como se hace con los buenos amigos), el presente (decidir qué quieres leer en este preciso momento, apartar lo que no aporta, añadir lo que crees que te suma), el futuro (un libro que es objetivo prioritario pero resistiéndote a llegar a él -de momento- y lo postergas como si fuera un postre). Es cierto que a veces todo se alborota y que las lecturas inmediatas dejan de ser urgentes para pasar a “otro día” o lo dejado atrás pide ser revisitado YA como un refugio conocido y cálido. O el que iba a esperar reclama atención y parece removerse en la estantería para que lo (a)cojas. Los libros tienen vida propia, todos lo sabemos, así que es normal que nuestras bibliotecas personales estén en constante movimiento.


Por si alguien tiene dudas: he disfrutado de este libro que, por supuesto, se queda en mis estanterías en el rincón dedicado a los libros de Calasso.


Es esencial comprar libros que no vayan a ser leídos enseguida. Al cabo de uno o dos años, o al cabo de cinco, diez, veinte, treinta, cuarenta años, llegará el momento en que se sentirá la necesidad de leer precisamente ese libro […] Mientras tanto, puede suceder que este libro se haya vuelto irrepetible, y difícil de encontrar […] Lo importante es que ahora se pueda leer enseguida. Sin más búsquedas


Gracias, Calasso, por comprenderme.


©AnaBlasfuemia