sábado, 28 de octubre de 2023

La familia grande (Camille Kouchner)


"Huye de la familia [...] Tan solo pertenecemos a los grupos que elegimos"

La familia es una hidra indestructible, entre lo humano y lo eterno, el mito y la realidad. La hidra de agua dulce, invertebrada, con múltiples extremidades que se autoregeneran y que se repliega si se siente atacada. Con sus células urticarias que utilizan tanto para defenderse como para atacar y que producen ardor y picor. Eso son las familias: hidras.

"La familia grande" es autoficción, una autobiografía novelada. O, como lo define Sergue Doubrovsky, "ficción de acontecimientos reales". Nos advierten que "la autora ha cambiado algunos nombres". No se nos dice nada de los hechos, el libro se nos presenta como un testimonio, como una historia del poder de la escritura para liberarse y restablecer lo justo ahí donde la justicia se ausenta.

Comencé a leer la historia de Camille Kouchner como una página en blanco que se va rellenando según lees. Mi memoria tiene una extraña característica: se niega a quedarse con datos, nombres, fechas. Digamos que es una memoria sensorial, episódica, pero nada semántica. Así que no relacioné el apellido Kouchner con nada.

Cuando terminé el libro entonces busqué la información. No antes. Aunque hubiera querido hacerlo Camille Kouchner y su inteligencia narrativa (su inteligencia en general) me lo impidió, porque leí el libro abducida, casi del tirón, recibiendo cada pellizco que me propinaba como un acto de conciliación, de acuerdo y comprensión milimétrica. Iba a decir que me sumergí en la lectura (modo apnea) pero en verdad donde me sumergí fue en la mente de Camille, en sus procesos mentales y emocionales, en su mirada, en su vivencia.

"Todo dicho, nada explicado"

El ritmo narrativo es (iba a decir frenético) brillante, de gran pureza. Camille es (muy) inteligente y directa, no necesita dar rodeos a aquello que en su cabeza ya ha dado muchos (rodeos). Es sobria en su crudeza, sin excesos a la hora de reflejar su compleja y atormentada familia pero también a una sociedad corrupta.

Una familia que, como tantas otras, vertebraba los veranos en torno a las reuniones, las comidas, las fiestas, las discusiones. Quién no tiene recuerdos de esas alegres reuniones familiares con el sol, el calor, los niños y los adultos, los juegos, las cartas, los baños, las risas, los bailes, los interminables debates con un vaso en una mano y el cigarro en la otra... 

No nos equivoquemos, los primeros influencer, desde tiempos inmemoriales, han sido las familias, generando valores y creencias, condicionando decisiones e influyendo en los miembros más jóvenes que no cuestionan la credibilidad de los adultos.

Imagen. Los influencer son una imagen, esa foto estática que nos oculta lo que hay detrás. Como las familias cuando escarbas en esa foto, en aquello que (digamos) transcurre de puertas para adentro. O en todos los silencios, esos que claman al cielo. O en ese mirar hacia otro lado porque si no lo miras y no hablas de ello, no existe. En ese tirar hacia adelante con todas las orejeras bien desplegadas, ese no salirse del camino único, no mirar más allá de un insondable punto fijo al que nunca se termina de llegar, como no se llega nunca a esos destinos indeterminados, sin forma definida, pese a haberlo establecido como un modelo ideal. La mal entendida libertad.

Las familias son hijas directas de la sociedad en la que viven. En la historia que nos cuenta Camille, la sociedad intelectual no queda impune:

"A partir de 1990, la izquierda revolucionaria cede ante la izquierda caviar"

Hay un trauma familiar. El traumón. Porque luego hay otros traumas también de los que no se habla, esa invisibilidad del dolor en las familias. Los secretos. Suicidios, violencia sexual. Kouchner acierta plenamente al poner el foco en escuchar a las victimas más que en castigar a los agresores. Porque el silencio es la mayor de las injusticias, así condenen a pena de muerte al agresor, porque ese silencio castiga de nuevo a la persona agredida. Quizás esta parte es la que algunas personas pueden no entender, pero para mí está nítido.

"La familia grande" es mucho más que el trauma (que fue un grito a voces). Es la relación intrafamiliar, la relación madre-hija, la sociedad intelectual e izquierdista hija del mayo del 68, la enfermedad mental, los silencios, el abordaje de temas tabú como el incesto y el suicidio, el recorrido mental, emocional y personal de la inteligente Camille. Es (también) un libro sobre la culpa, que es la auténtica hidra mítica, el monstruo del inframundo con múltiples cabezas. 

Muchas lecturas tiene este libro. Es más complejo, muchísimo más, de lo que parece en una primera lectura. Por eso me ha parecido tan brillante y lúcido.

"Perseguía su mirada. La quería tantísimo"

miércoles, 25 de octubre de 2023

A contraluz (Rachel Cusk)


"Me gustaría volver a ver el mundo con más inocencia, de forma menos personal"

A mí también me gustaría. Me gustaría saber cómo vería el mundo si pudiera mirarlo de forma más inocente, algo así como sin ser yo. Y eso que me considero una persona bastante inocente. Y también lo contrario, porque los opuestos conviven en mi con la tozudez de un vendaval. Pero incluso cuando toda yo era inocencia pura, la extrañeza ante lo que veía y me rodeaba era marca de la casa.

Parece imposible ver el mundo sin que lo personal matice esa mirada, incluso con la mirada más empática del mundo mundial y el esfuerzo más generoso por ser objetiva parece inevitable dejar de lado lo personal puesto que esta persona que soy tiene conocimientos e ignorancias, aciertos y errores, criterios y opiniones, valores y desinformación, límites confortables y espacios de inseguridad.

En realidad todo lo anterior no tiene nada que ver con el libro. O sí. Porque escogí la cita inicial para intentar entender este extraño libro de Rachel Cusk. He relacionado esa frase con el título del libro ("A contraluz") en un esfuerzo por comprender qué pretendía Cusk contar o transmitir. Cuando ves algo a contraluz lo que ves es principalmente la forma de aquello que se interpone entre tu mirada y la luz, los contornos. Algo así como una sombra bien delimitada. Pero no deja de ser una sombra, un perfil definido en cuanto a la forma, pero no tanto en cuanto al contenido de esa forma. 

Al iniciar la lectura sus primeras páginas me parecieron muy interesantes. Por detalles que quizás no sé expresar pero que tienen que ver precisamente con cómo Cusk en pocas páginas y con acciones comunes (una cena, el despegue de un avión, la charla con el compañero de asiento en el avión) disecciona con más o menos precisión el alma humana en la sociedad actual. Ah, pensé, Cusk va a ser de esas narradoras que construye a partir de detalles, como hacen los buenos observadores y con poderosa imaginación. Construir historias a partir de fogonazos. Eso me parecía que iba a ser este libro. Incluso pensé que nos iba a proponer un juego: contarnos historias que luego la propia narradora desmontaba.

Porque de eso sí va el libro, de narradores. Aquí no hay diálogos, hay narraciones, todos se narran. Así que pensé que era una propuesta lúdica, que Faye (la protagonista, cuyo nombre solo se menciona una vez) se iba a dedicar a escuchar a toda esa gente que parece que tiene tanto que contar de sí misma (y una facilidad pasmosa para hacerlo) y que luego, en plan cómplice con el lector, Faye desmontaría la narrativa de su interlocutor con la facilidad de un chasquido de dedos.

O que tal vez Faye se contaría a sí misma a través de lo que otros cuentan de ellos. Y sí, pero no. Como casi todo el libro: sí pero no. Parece que, y a veces sí, pero entonces no, los difusos límites entre ilusión y realidad, juego de espejos, ir desde el detalle trivial al existencialismo de la vida... Y al final ni idea de lo que pretendía Cusk, quizás todo eso pero deja a Faye sin narrarse ni, en muchas ocasiones, intervenir sobre lo narrado. Ni guía al lector ni tampoco nos da mucha posibilidad de recibir algo lo suficientemente masticado, sólo nos queda aceptarlo o rechazarlo.

Un mérito tiene este libro para mí. Y es algo personal. Me ayudo a entender un pequeño misterio (que no es tanto en realidad) que tengo muy presente. Porque hay dos situaciones que relata Cusk que me gustaron mucho, me parecieron muy lúcidos. Curiosamente ambos tienen que ver con niños (la relación fraternal entre dos niños que pasan del amor al odio y cómo los bebés en la trona tiran objetos para que el adulto se los vuelva a entregar y ellos vuelvan a tirarlos).

El problema es que la ilusión y el disfrute de esas primeras páginas no se han sostenido durante el resto de la lectura. Esas narraciones extensas, verborreicas, de cada persona con la que Cusk se iba encontrando se me empezaron a hacer cansinas, me forzaban a la pasividad (pese a que Cusk deja en muchas ocasiones que sea el lector, y no Faye, quien enjuicie aquello que lee), a recibir sin más ese torrente de vivencias y su interpretación egocéntrica y personal. No es que me molestara porque fueran historias personales, sino por el egoísmo y narcisismo que contenían algunas de ellas. O así me llegaban. Además que alguna de ellas me parecieran lejanas, frías y no sé si decir aburridas, insustanciales. Innecesarias tal vez. Faye tal vez pretendía ser un tamiz de esas historias que recibe, pero al hacerlo a contraluz únicamente filtra los contornos de una forma opaca.

Un libro desconcertante, un poco como sin rumbo o sin un horizonte que pudiera atisbar con claridad. Pero me lo leí hasta la última página y admiré algunas de las reflexiones mostradas y en verdad tienes la sensación que de cualquier detalle puede surgir un relato, una narrativa, lo cual supongo que es la base de cualquiera que pretenda escribir (y ser escritor ni es fácil ni es una autoetiqueta que podamos colgarnos con ligereza). En definitiva: no es mal libro, pero aquí empieza y aquí termina mi relación con Cusk (por si acaso aclaro: las intenciones son eso, intenciones, no decisiones definitivas e inamovibles, sino decisiones altamente probables. Que nos conocemos)

domingo, 22 de octubre de 2023

Dime una adivinanza (Tillie Olsen)


"Además, ¿cuándo queda tiempo para recordar, cribar, sopesar, estimar o hacer balance? En cuanto empiece, alguien me interrumpirá y tendré que volver a recogerlo todo una y otra vez. O si no, quedaré sepultada por todo lo que hice o no hice, lo que debería haber sido y lo que no pudo evitarse"

"Aquí estoy, planchando" es el primer relato de los cuatro que componen "Dime una adivinanza". Una mujer planchando, un acto tan doméstico (y que personalmente aborrezco y evito todo lo que puedo). Parecería que planchar es placentero, relajante, un movimiento hacia delante, hacia atrás, repetido, desarrugando la ropa. Visualmente los movimientos repetitivos, que incluso asemejan un balanceo con la plancha en la mano, pueden parecer sencillos, banales. Pero el cuerpo y el movimiento suele ir acompañado de un interior activo, una mente que piensa, reflexiona. Esa es la acción, el leitmotiv de "Aquí estoy, planchando". Planchando y de paso cavilando, repasando la relación de una madre con su hija, sopesando lo vivido.

"Aquí estoy, planchando", es un relato poderoso, poderosísimo (quizás eso lastre un poco el resto de relatos). Tal vez por ser el único de los cuatro relatos que usa la primera persona, lo que nos aproxima más a la historia y la hace más cercana, pero resulta ser el más contundente para expresar lo que entiendo es la columna vertebral de los cuatro relatos: la precariedad (también maternidad, familia, desigualdad...)

¿Qué pasaría si existiera universalmente la igualdad de oportunidades? Para todo el mundo. ¿Qué pasaría si el acceso a la educación, a la sanidad, a la vivienda, al mundo laboral..., fuera exactamente IGUAL para todos? Para todo el mundo, insisto. Igualdad de oportunidades. No nos lo muestra Tillie Olsen, qué sucedería si esto fuera así. Nos muestra justo lo contrario: lo que es la vida para quienes no pueden acceder a sus propias posibilidades porque su entorno es la penuria y es la desigualdad por ser mujer o por tener un color diferente al blanco inmaculado o eres madre, o pobre o todo lo anterior a la vez o la vida decide por ti a qué puedes acceder o aspirar.

No conseguir aquello que soñamos es de las situaciones más frustrantes a los que nos enfrentamos. Cierto que suele ser más habitual de lo que solemos reconocer. La vida suele parecerse poco a aquello que creíamos iba a ser. Reajustamos expectativas, sueños y deseos constantemente. Con suerte conseguimos estar en paz con lo que tenemos y somos. La injusticia no está ahí, en haber soñado de más. La injusticia está en que no se te den oportunidades para conseguir aquello que soñabas. Porque ya lo sabemos, eso de perseguir tus sueños, si lo sueñas lo consigues y bla bla bla, es un invento peligroso que nos intentan colar continuamente para que si fracasamos sea nuestra responsabilidad y no de la falta de oportunidades. 

Hay sueños básicos: tener una familia, cierta solvencia económica, estabilidad laboral, una vivienda, una educación, salud... etc. ¿Quién no sueña con eso? Soñar con lo que debiera de ser un derecho universal. Pero ¿y las oportunidades y la igualdad de posibilidades para conseguirlo? No partimos todos desde el mismo lugar, ni a veces tenemos al alcance de nuestra mano lo más básico para conseguir tener una vida digna. Ni todo el mundo parte con la misma posibilidad ni oportunidad.

La mujer que plancha en el primer relato no tiene nombre, es todas las mujeres, generaciones de mujeres "infinitas, valerosas, incorruptibles" (como las define la propia Tillie en su dedicatoria final). Aplaudí este relato hasta enrojecer la palma de las manos. Y si bien es cierto que, como he comentado, este primer relato vibrante, enorme, lastra el resto de relatos (aunque en el último, que da título al libro, vuelve a alzar vuelo), he admirado la perspectiva de Olsen. Perspectiva de mujer, sin duda, tan necesaria de voces que han sido (son) silenciadas y menospreciadas, o se manipula su voz (que no sé que es peor). El flujo de conciencia de la mujer que plancha es la conciencia de todas.

Olsen lo tenía claro: "La visibilidad conforma la realidad". Visibilicemos.

jueves, 19 de octubre de 2023

El show de Gary (Nell Leyshon)


"Allí vamos, pasen y vean. Por aquí, eso es. Toma asiento. Coge el libro. ¿Todo bien? ¿Estás cómodo? Estupendo. Pues que empiece el show de Gary"

Nell Leyshon con "Del color de la leche" consiguió crear un personaje, Mary, de esos que permanecen en la memoria del lector durante mucho tiempo. "El show de Gary" es también un libro que gira en torno a las memorias de un personaje. Digamos que Gary es el reverso de Mary. Toda la alegría, vitalidad, fuerza y honestidad que tenía Mary le falta a Gary. Si adoramos en su momento a Mary, despreciaremos a Gary. Miento, tampoco produce desprecio. Indiferencia más bien. El problema es que no es indiferencia lo que Gary (ni Nell Leyshon) querría provocar.

La narrativa ágil a base de frases, capítulos cortos y diálogos fluidos que enganchan a la lectura sigue siendo una herramienta que Leyshon maneja a las mil maravillas, eso es innegable. Pero además de esa narrativa seductora (por lo fluida que hace la lectura) es poco lo que puedo valorar positivamente de este libro. Todo lo demás me ha sobrado, que es lo mismo que decir que me ha sobrado esta lectura.

Tal vez Leyshon ha querido hacer algo tan diferente a "Del color de la leche" y al personaje de Mary que forzó una historia totalmente contraria, pero también totalmente fallida. Es extraño, porque es como si Leyshon hubiera renunciado a todas las virtudes y habilidades que hicieron de "Del color de la leche" un libro impactante y muy atractivo y hubiera decidido escribir un libro más cómodo, menos trabajado, cogiendo tópicos de aquí y allá y poniendo su pericia narrativa como colchón para que el libro funcione. No basta, no me ha bastado.

El problema para mí es que todo lo que cuenta Leyshon ya está narrado (y se seguirá haciendo) muchas veces y mejor. Familia disfuncional, padre ladrón y maltratador que pasa más tiempo en la cárcel que fuera. Madre maltratada y alcohólica. Una infancia de maltratos físicos y emocionales, una infancia de abandonos. Víctimas que se convierten en verdugos. Vale que ya está todo contado pero la gracia está en que se haga dando una vuelta de tuerca, aportando un nuevo matiz que te resulte sorprendente, una combinación de elementos novedosa, una narrativa que te deje pasmada, un lenguaje torrencial que apabulle y te fascine... No sé, hay muchas formas de que sigamos dando la vuelta a la tortilla a los mismos temas y que alguna de esas formas sea lo suficientemente novedosa, creativa u original como para que no suene repetido o facilón.

He sentido que en "El show de Gary" las costuras eran muy evidentes, nada sutiles y con poca capacidad de sorprender. Una fluidez en la narración que te arrastra como único sustento es poco bagaje para obviar el exceso de clichés. Si "El show de Gary" pretendía ser las memorias de una persona que provoca repulsión pese a su terrible infancia, pero que avanza hacia su propia redención de forma que el lector haga ese recorrido emocional desde el desprecio al reconocimiento porque el protagonista consigue salvarse a sí mismo... pues no ha funcionado. Al menos no lo ha hecho conmigo y así lo he leído y contado.

domingo, 15 de octubre de 2023

Peces de colores y hormigón (Maartje Wortel)


"Éste es el comienzo. (De momento puedo decirte que el comienzo es lo que más dura, es el impulso inicial. El final es un punto. Sólo un punto. Pero si miras con detenimiento, verás que ese punto es una abertura, un minúsculo agujero por el que puedes pasar. Tras él, un nuevo y largo comienzo te está esperando. Si quieres, esto no acaba nunca.)"

Es la tercera vez que leo este libro. Las dos anteriores fui incapaz de escribir nada sobre su lectura. No entendía la razón: este libro es una puñetera maravilla (para mí, siempre para mí, porque de eso va esto: de lo que leo y cómo me encuentro o desencuentro en las lecturas). Pero no conseguía decir nada de él ni saber la razón de ese bloqueo. A la tercera fue la vencida: ya he entendido.

Hay libros que se vinculan con momentos de tu vida y quedan unidos a ella con naturalidad porque te encuentras en ellos. Y me cuesta encontrarme fuera de mí misma. Sólo lo he conseguido con los libros, la música, el cine, el arte, la naturaleza. Con las personas, algunas, he creído encontrarme. Pero no. No totalmente.

"A veces creía haber encontrado a alguien, durante un tiempo hablamos el mismo idioma, pero al final sólo quedaban peces de colores y hormigón, que suena muy bien pero habría que ver cómo termina algo así."

Me he encontrado en "Peces de colores y hormigón", como en su momento lo hice en "La niña del faro", de Jeanette Winterson, con el que tiene mucho en común: los aforismos y metáforas, las historias, la (des)estructura narrativa, la magia, el sentimiento, la emoción del asombro, del reconocimiento, los comienzos y finales.

Vibrar leyendo como vibran los anillos de la siringe de los pájaros para lograr su canto, vibrar como el canto de un colibrí. Y yo respondo como las plantas al sonido de sus polinizadores: menos gasto energético y más producción de azúcar. Azúcar saludable. Puro néctar.

Hay libros que están vivos, muy vivos. Respiran. Si prestas atención, si escuchas, si te dejas llevar, eres capaz de escuchar su respiración, puede que incluso te parezca que contienes el aliento para sentir esa inspiración y espiración. En realidad no es que hayas dejado de respirar, es que has acoplado tu respiración a la suya, a la del libro, respiras al unísono. Corres el maravilloso peligro de sufrir contagio emocional con lo que estás leyendo, con las palabras que penetran en ti, compartiendo la emoción que desprenden en una sincronía. Tantos libros, tantas lecturas. Y coincidir.

No me pidáis que dé una forma concreta a esta lectura y a este libro. Lo concreto puede ser muy eficaz en determinadas situaciones pero dejarte llevar por aquello que no tiene forma definida ni reglas es una manera de comprender(se) y reconocer(se). Y es la mía.

"Hay una gran diferencia entre querer realmente algo y creerlo. Me refiero a creer que lo quieres. Si sólo crees que lo quieres, el deseo acaba en el mismo momento en que sientes que lo tienes. Cuando quieres algo de verdad, el deseo comienza en el momento en que sientes que lo tienes."

jueves, 12 de octubre de 2023

Nosotros en la noche (Kent Haruf)


"Me preguntaba si querrías venir alguna vez a casa a dormir conmigo.

¿Cómo? ¿A qué te refieres?

Me refiero a que los dos estamos solos. Llevamos solos demasiado tiempo. Años. Me siento sola. Creo que quizá tú también. Me pregunto si vendrías a dormir por la noche conmigo. Y a hablar"

Viuda ella. Viudo él. Más de 70 años de edad. Se conocen desde hace muchos años pero no han tenido una relación especial de amistad. Conocidos, vecinos. Y solos. Haruf no se anda con rodeos y con suavidad e incluso con aparente ligereza nos muestra sus cartas desde el inicio, lo que de entrada supone un órdago en toda regla que el lector tiene que aceptar si quiere avanzar en una lectura recién comenzada. Vale, Haruf, ya me has mostrado tus cartas, pero ahora hay que jugarlas. Haruf es un jugador esquivo pero firme, no te va a dejar que metas baza, no hay interacción posible. Esto no es un partida de mus, no hay rivales ni compañeros, hay un maestro de ceremonias que se va a marcar un solitario al que asistiremos como meros espectadores. Las cartas encima de la mesa, boca arriba. Juega, Haruf, tuya es la partida.

"Nosotros en la noche" es una crónica sin estridencias a partir de la (re)unión de dos personas en el umbral de su vida, cuyas cicatrices están prácticamente cerradas y secas, reparadas por el paso del tiempo, aunque sean visibles (especialmente en la oscuridad de la noche). Dos personas que deciden dormir juntas y hablarse, garantizarse un bienestar que interrumpa la soledad que impregna a las personas mayores. Ley de vida, dicen. También es una crónica social de una pequeña población, de sus mezquindades e hipocresías.

Esta es una historia vulgar, no en el sentido de vulgaridad, sino de cotidianidad, de común. Lo extraordinario es la decisión de Addie de pedirle a Louis que duerman juntos por la noche y la naturalidad de Louis al aceptar la propuesta. A partir de ahí asistimos a sus conversaciones (el relato está construido a base de diálogos, con apenas descripciones), a como se van conociendo y perdiendo poco a poco esa extrañeza de una situación tan atípica. Que sea una situación atípica no quiere decir que sea incorrecta, únicamente quiere decir que algo que debería de ser normal (que dos personas decidan, ya en su vejez, compartir sus soledades para hacerse compañía y espantar las noches vacías y oscuras) no ha sido "pactado" socialmente como algo aceptado.

Y, claro, ahí están los tiquismiquis de turno y los porculeros habituales para escandalizarse y llevarse las manos a la cabeza: el resto de vecinos y conocidos y, lo que es peor, los propios familiares. Los remilgados en primera fila, ahí, dando por saco. Perdonad el exabrupto: es mío, no de Haruf. Él sólo sigue enseñando sus cartas, colocándolas con ritmo ágil y desarrollando la historia con suavidad, paciencia, ternura y sin juzgar ni exasperarse ni maldecir. Para eso ya estoy yo, Haruf no pretende ser edificante ni demagogo, lo que pretende es reflejar algo y hacerlo desde el sosiego y la amabilidad. No hay juicios de valor, relata unos hechos, con los detalles justos, avanza en la historia para llevarnos a un territorio (humano) concreto y dejarnos allí, ya cada cual saque sus conclusiones.

Y con esa bondad y amabilidad, directo y muy respetuoso, va reflejando la vida y sus soledades, su compendio de ilusiones y de trampas sociales que condicionan a las personas. No va a profundizar en nada, no va a hacerlo complicado. Cuando te abruman la soledad, los años, la vulnerabilidad, las ausencias ¿qué haces?: buscar compañía. ¿Qué hacen aquellos que te rodean? Pues allá cada cual con su conciencia. Haruf construye una apertura que va desde lo pequeño y tangible del día a día de dos personas hacia lo grandioso del universo humano, con sus claroscuros y contradicciones, esas incompatibilidades entre el amor que profesamos a nuestros padres y el amor que les permitimos tener.

La sencillez de la historia me ha desarmado, y eso que yo quería cabrearme con la mojigatería y estas moralidades exageradas y fariseas de una parte de la sociedad que pensaba yo que eran de otra época o de otros países menos desarrollados pero que, reflexionando después de la lectura, me he dado cuenta de que, a lo mejor, ni pertenecen al pasado ni están tan lejos. Agradezco a Haruf el trato amable para con el lector en el que ha sido su último libro, entregado dos días antes de fallecer como consecuencia de una enfermedad terminal. Le agradezco que no nos arrolle con un caudal de sentimientos y emociones y agradezco también su control pudoroso y nada casual que consigue equilibrar la narrativa con la fluencia realista.

sábado, 7 de octubre de 2023

Canto yo y la montaña baila (Irene Solà)


"Ahí está, un tesoro en forma de secreto. Una pequeña convulsión del alma [...] Una verdad como una fruta podrida"

Los bombos publicitarios me ponen a la defensiva. Desconfío. La mochila de lecturas con la que cargo (tan gustosamente) me dice que mis gustos muchas veces no coinciden con la masa lectora que ensalza un libro y lo encumbra a alturas a las que no tantos libros ni autores llegan. La mayoría de las veces son globos que estallan apenas les roza el viento. Libros tan grandilocuentes como efímeros. Por eso decidí esperar un tiempo para darle oportunidad a Irene Solà y su "Canto yo y la montaña baila".

No siempre esa desconfianza se ve confirmada o lo hace sólo a medias: en este caso me ha sorprendido para bien, aunque es cierto que necesito una confirmación, ver a Solà en nuevos libros y justo ahora Anagrama acaba de publicar "Te di ojos y miraste las tinieblas", lo cual de entrada ya me dice algo: Solà apuesta por unos títulos muy "marca de la casa". Le daré su oportunidad (quién sabe cuándo) porque necesito ratificar mis sensaciones y tengo cierta esperanza en la evolución de esta autora que, intuyo, nos va a ofrecer un universo propio y personal que me parece lo suficientemente atractivo como para no perderla de vista aunque tenga reticencias. Pero voy a centrarme en la lectura de "Canto yo y la montaña baila".

Hay un despliegue de recursos literarios de manual pero lo interesante está en la capacidad de Irene Solà para utilizarlos con eficacia: ahí están los símiles, las metáforas, las imágenes, las sinestesias, las perífrasis y, especialmente, la prosopopeya, sin duda alguna el recurso más destacado, la columna vertebral de este libro. Todos estos recursos son muy visibles, quizá demasiado evidentes, pero están engarzados con coherencia y con una frescura que se agradece muchísimo, pese a la (sospecho) extremada elaboración que hay detrás (es aquí donde necesito confirmación con un nuevo libro sobre si esa elaboración es metódica, trabajada o si tiene un fuerte poso de instinto natural para la escritura).

No sólo hay un amplio conocimiento y manejo de los recursos literarios, hay también un vasto conocimiento de la naturaleza y sus detalles (y esto sí parece más personal e instintivo en Solà). Y cuando hablo de conocimientos, hablo también de empatía (no hay conocimiento real sin esa empatía), de esa epistemología y entendimiento afectivo de realidades ajenas (tanto humanas como no humanas pero que son de este mundo). Reconocerse en el otro, siendo el otro tanto una persona como un animal, una nube, una montaña o una seta.

Todo está conectado en este juego de voces polifónicas para conseguir una musicalidad armoniosa y ese es un mérito de Solà, que maneja con éxito esa simultaneidad de voces para llevar al lector a percibir el todo que se escondía detrás de aquello que inicialmente percibimos como notas sueltas, cada una con su matiz que nos aleja de lo monolítico para enriquecer el mundo con sus variadas interrelaciones. 

La función de las voces metafóricas aportan una visión del mundo humano en el que la naturaleza es partícipe pero sin implicación moral (mucho menos con las causas de las injusticias y brutalidad del ser humano). La tierra que pisamos, el aire que respiramos, las nubes y el cielo que nos cubren, han sido vividos por otras vidas, es un escenario que nos trasciende y a la vez nos recuerda la necesidad de ser más amables, compasivos, menos soberbios. Con un lirismo desvergonzado, imaginativo y conmovedor Solà ha escrito un libro bello y sorprendente que alza vuelo en sus últimas páginas y que espero ratificar con "Te di los ojos y miraste las tinieblas".

©AnaBlasfuemia

jueves, 5 de octubre de 2023

El librero Vollard (Pierre Péju)

"Nada está escrito en ningún lugar, sólo la vida acribillada por imprevistos de última hora, esas insignificancias decisivas que desafían a presagios y previsiones y se ríen de nuestras expectativas"

Se dice que humanizar a nuestras mascotas es perjudicial para ellas. A mí me pasa lo mismo con los libros: los humanizo, les designo intenciones, emociones, deseos... Y, como si de una persona se tratara, los amo, los cobijo, los observo, los escucho. También, a veces, me enfadan.

"El librero Vollard" me ha enfadado y mucho. Aunque supongo que quien me ha enfadado es Pierre Péju. Este libro lo tenía todo para que me encantara: una buena historia (de inicio), un protagonista fascinante (Vollard) con el que me podía identificar a rabiar en su amor por los libros, personajes muy atractivos que podrían seducirme (Eva y su madre Teresa), un entorno (el Parque Natural de Chartreuse) que imbrica perfectamente en la historia... Caray, ya estaba rendida a este libro desde hace mucho tiempo, antes de empezar a leerlo.

La presentación de los personajes (Vollard, Eva, Teresa, la señora Pélagie) es brutal, demoledora, muy atractiva. Están todos los mimbres ahí, está el desencadenante: Vollard atropella a la pequeña Eva. Eva, abandonada. Teresa, ausente, inconsistente y escurridiza. Vollard, voluminoso, con una soledad fruto de una conciencia malherida y que lee con vértigo y sin sosiego. Esta fue mi primera alarma, no entendía que un lector como Vollard no encuentre, en algún momento, sosiego en los libros.

Cuando comencé a leer me preguntaba cómo es que hay tanto silencio en torno a algunos libros, como si hubiera un virus que produce ceguera a los lectores, invisibilizando libros que son la repanocha. Me pasa con muchas otras cosas, que no entiendo que la gente no lo vea con la claridad con que a mí se me presentan (ya comprendí qué es lo que sucede, lo cual ha sido un alivio). Son como telarañas que sólo percibes cuando la luz incide en ella y el rocío de la mañana mejora notablemente su visibilidad y su belleza.

Pensaba, durante muchas páginas, que "El librero Vollard" era una de esas telarañas literarias: resistente en su aparente fragilidad, suave en su solidez, modesta en su imponente belleza, pegándose a tus dedos y sintiendo que no quieres liberarte de esa constelación de hilos. Peju escribe con sensibilidad, eso es innegable y un atractivo más, pero no resuelve bien (siempre en mi modesta opinión) ese choque de soledades que plantea y me queda la sensación que los personajes tan poderosos que propone Péju terminan siendo marionetas en sus manos. La belleza inicial, esas piruetas elegantes y sensibles desembocan en una caída artificiosa que no consigue arañar pasión o conmoción.

El problema al que me enfrenté es que todo gravita en torno a Vollard y los otros personajes no alzan vuelo, no cogen consistencia (no empatizas con Teresa, Eva queda difuminada y anulada, Pélagie desaprovechada...) y esa presencia gelatinosa de sus "acompañantes" contamina a Vollard y a toda la historia que empieza a un nivel muy alto, va perdiendo fluidez y luego avanza a trompicones, entre destellos luminosos y fragmentos que parecen piezas sueltas que no encajan como deberían y producen un chirrido molesto que me saca de la historia, dejo de vivirla.

El leitmotiv de "El librero Vollard" es evidente: la literatura alivia pero no cura. Que no desdeño la premisa, pero pienso lo mismo que cuando se dice que el dinero no da la felicidad. No la da, pero ayuda tanto. Con la literatura pasa lo mismo: no sana, no salva… pero ayuda tantísimo. Que me den dinero y libros, que del resto ya me encargo yo.