sábado, 3 de febrero de 2024

Tres luces (Claire Keegan)


"Estoy en un punto en el que no puedo ser la que siempre soy ni convertirme en la que podría ser"

Esa edad en la que no puedes ser la que eras ni convertirte (todavía) en quien podrías ser son nueve años, la edad de la protagonista, hija de una familia disfuncional y tóxica que es llevada por su padre a casa de unos familiares durante una temporada, hasta que la madre tenga a (uno más) su último hijo. El padre deja a la niña como un fardo: ni un abrazo de despedida (de eso va este libro: de abrazos) ni ropa. Y así será cómo nuestra pequeña protagonista tendrá su oportunidad de descubrir la importancia de un abrazo, de que te miren y te vean, y cómo eso te convierte en alguien distinto a quién podrías ser si nadie te hubiera enseñado la ternura.

Antes de avanzar, he de decir que "Tres luces" está editado por la editorial argentina "Eterna Cadencia". Eso hizo que tuviera cierta desazón con la traducción (del argentino Jorge Fondebrider), puesto que muchas expresiones me sacaban de la lectura (freezer, bombachas, echalote, escone, enceguecedor...), pero cuando me dejo llevar por una sonoridad a la que no estoy acostumbrada, me adentro en la historia.

"Muchos hombres han perdido mucho solo por haber dejado pasar una oportunidad perfecta de callarse"

Este pequeño libro que se lee en media tarde, contiene una gran historia y una excelente forma de contar: está construida con todo lo que no se cuenta. Es decir, lo que narra se contrapone a lo que no es relatado. Tenemos breves pinceladas de la familia de la niña, de lo que ha vivido durante su corta existencia, del ambiente en el que crece. Esas pinceladas adquieren su tonalidad gracias a pequeños detalles, pequeños pero cruciales:

"Kinsella me lleva de la mano. Apenas me la agarra me doy cuenta de que mi padre jamás me agarró de la mano y una parte de mí quiere que Kinsella me deje ir para no sentir eso"

Previamente dice: "Sus manos son como las manos de mi madre, pero hay algo más en ellas, algo que nunca sentí y que no sé cómo llamar. Me siento sin palabras, pero esta es una casa nueva y necesito palabras nuevas". Cada contacto que tiene con los Kinsella (la familia con la que está pasando una temporada) es una versión diferente de lo que ha vivido hasta ese momento, supone un contacto con algo que desconocía: la generosidad, el afecto, la atención, el cuidado. Asistimos a su desconcierto, a su temor ("Me quedo esperando que pase algo, que la tranquilidad se termine", "Me quedo congelada en la silla, esperando que pase algo mucho peor"), incrédula ante lo desconocido: el cariño desinteresado. La bondad. Recibe un cariño tan natural y delicado que la primera reacción de la niña es evitarlo, no sentirlo ("deseo volver a casa para que todas las cosas que no entiendo sean como siempre son"). Qué doloroso.

Así asistimos a esa oscilación entre la experiencia (la única que conocía) de su ambiente familiar y su convivencia con los Kinsella, mientras calibra los nuevos hábitos y pierde el temor ante ello. Es un libro duro, es como ver destellos de todo aquello que no podrás ser ni tener, hacerte consciente de una pérdida que no sabías que tenías y que ahora tienes que ubicar en algún lugar, el lugar de lo perdido y de lo nunca tenido. Hay mucha crudeza en esa toma de conciencia pese a la amabilidad que recibe de los Kinsella.

Todo ello es narrado de forma sobria, templada y comedida. Y eso le da una contundencia extraordinaria. Mezquindad versus bondad. No sabemos cómo la pequeña se enfrentará en el futuro a lo vivido, a ese aprendizaje tan duro, pero el final del libro contiene toda la tensión emocional y la fuerza de todo lo que se silencia. Un libro que crece en todo lo que no se dice, en lo callado y subterráneo y esa es su genialidad.

"Tal vez la vuelta le de sentido a la ida" Tal vez, ojalá.

Existe una versión cinematográfica: "The Quiet Girl", muy fiel al espíritu del libro, que recomiendo también encarecidamente.

jueves, 25 de enero de 2024

Conversaciones sobre la escritura (Ursula K. Le Guin)

 


"... es una encrucijada entre el matonismo de la corrección y el uso moral del lenguaje. Si el masculino incluye lo femenino y lo femenino y lo masculino, el mensaje es claro y tiene implicaciones sociales y morales de gran envergadura"

Cometí un error cuando empecé a leer este libro: lo hice como si fuera una entrevista a Ursula K. Le Guin. Al ver preguntas cuya extensión era muchísimo más amplia que la respuesta, pues como que me removía en el asiento (en la cama, que fue donde leí el libro). En el momento en que me di cuenta que era exactamente lo que dice el título, una conversación y no una entrevista, empecé a sacarle más tajada a la lectura y a disfrutar de la conversación entre Ursula K. Le Guin y David Naimon.

"El lenguaje es extraño"

Me encanta leer, pero no menos escribir (aunque sea sobre lo que leo). Jamás de los jamases se me pasó por la imaginación ser escritora, escribir un libro (bueno, un libro escribí, pero esa es otra historia) me parecía que era un traje que me venía muy grande y el oficio de escribir un oficio y un arte que no está a mi alcance. Pero me gusta mucho conocer las hechuras de ese traje que algunas personas llevan que les queda niquelado, como la propia Le Guin. Conocer cómo está hecho, cómo se confecciona y elabora la escritura. De qué forma se eligen las palabras como si fueran telas, cómo se toman las medidas de lo que se pretende sea la estructura final, cómo se hace un primer hilvanado, se seleccionan las herramientas a utilizar, se decide qué resultado final quieres priorizar: la forma, el fondo, la perdurabilidad, el impacto, el mensaje... Los ajustes y retoques finales. Me parece fascinante ese momento de creación y ejecución. Por eso me gusta leer a autores que hablan de ese proceso de escritura y de la propia literatura.

Tiene razón Le Guin, el lenguaje es bien extraño. Y a mí lo que me extraña suele fascinarme también. Soy una persona muy semántica (si es que existe algo así), me preocupa el lenguaje, su uso, su interpretación, sus posibilidades, su capacidad para construir y destruir, lo que representan... Hay autores a los que admiro por ese uso del lenguaje, aunque no entienda o no me importe la trama porque es la precisión del lenguaje lo que me rinde a quien lo utiliza aunque sea de forma abismal, pero siempre ampliando el mundo, la perspectiva.

"Es muy importante lo que dices en tiempos oscuros"

Si algo me gusta de Le Guin es que tenía las cosas muy claras, una sensibilidad abrumadora y una gran humildad. No era una escritora que adoctrinara, sino que a través de su ética lo que hacía es educar, donarnos sus conocimientos y experiencias. No pude evitar que se me ensanchara la sonrisa al ver cómo destruye con facilidad pasmosa y argumento poderoso "La carretera" de Cormac McCarthy. La crítica la hace desde la discrepancia con los escritores "serios" y desde la defensa del género de la "ciencia ficción", género en el que ya existían muchos libros sobre "hombres que cruzan el país después de un holocausto".

Le Guin era muy inteligente y por lo tanto muy afilada, precisa y contundente en sus opiniones sobre literatura, poesía, ensayos, escritores, el borrado de las mujeres en el canon literario... Y su humor, qué magnífico humor tenía. Siempre es un placer conocerla más, escucharla como se escucha a las personas sabias: casi sin respirar y con el alma abierta, sin barreras.

miércoles, 17 de enero de 2024

Y eso fue lo que pasó (Natalia Ginzburg)


"Pensaba en lo fácil que era la vida de las mujeres que nunca han tenido miedo de un hombre"

Y cómo no sentir miedo de un hombre que es un manipulador de manual y encima es tu marido, a quien no tienes nada que ocultar porque se lo has contado todo. Dice Ginzburg en una nota (brutal, por cierto): "Esta historia está llena de humo, de lluvia y de niebla". También nos dice que cuando escribió "Y esto fue lo que pasó" se sentía infeliz y sin ganas de pelear ni combatir, que su mente estaba confusa y enredada en la oscuridad, y que por eso en esta historia lo que está más vivo en la mujer protagonista es su oscuridad, su confusión y su enredo.

Ginzburg cree que no debemos buscar un consuelo en la escritura. Pero escribes en función de tu estado emocional y mental y quizás el consuelo sea poner negro sobre blanco aquello que dentro nos arrolla. No lo sé porque no soy escritora, solo escribo de lo que leo y ya otros escriben para contarlo y contarme. Pero sobre lo que sí tengo una certeza absoluta es que la virtud de convertir lo ordinario en arte está al alcance de muy pocas personas y que Ginzburg es una de ellas. Y cuando digo ordinario en realidad digo extraordinario, porque lo ordinario no debilita ni esconde la complejidad de la vida. Puedes ignorarlo, eso sí (ojos que no ven, que no miran, corazón que no siente), pero ahí está Ginzburg para poner la lupa.

"Y esto fue lo que pasó" es una pequeña novela absolutamente descomunal y contundente. ¿Puedo decir que es bestial?. Es que me encanta tantísimo esta escritora que no puedo evitar llenarme de tópicos admirativos. Pero cómo describe la sumisión, el deseo y la necesidad de encajar en el rol que se espera de una mujer, con todo lo dañino que eso implica, me parece algo magistral en Ginzburg. Su manejo de la prosa realista es impresionante, jamás te pierdes ni te sientes confusa en la escritura de Ginzburg. Y siendo cierto que me gusta mucho la literatura rebuscada, alambicada, compleja, enrevesada y sutil, no es menos cierto que también me gusta lo contrario cuando está cargada de razones, profundidad y verdad.

La voz narrativa de Ginzburg es cautivadora, tiene magia, madurez, serenidad y es vibrante. En ella las palabras no se enciman tumultuosas, más bien se encadenan con serenidad y con el firme propósito de narrar una historia. Es incorruptible porque hay en ella un vigor intelectual, una exigencia ética y una capacidad para transmitir ideas, realidades, valores y sentimientos que no puedo (ni quiero) evitar admirar profundamente. En la ficción, inventas, pero en "Y esto fue lo que pasó" la sensación es que todo lo que cuenta sucedió. Más aún: sucede. Y esto es así porque las mujeres de Ginzburg son mujeres que están solas en su propia naturaleza, su condición de mujeres que se niegan a abrazar su destino y a salir a su encuentro. Por eso Ginzburg es intemporal y está llena de matices.

Pese a haber escrito esta historia sin ganas de luchar y enredada en oscuridad, "Y esto fue lo que pasó" conserva una frescura contundente y testimonial porque en su escritura concisa y directa, cauta y medida, nada es gratuito y nunca pierde la elegancia ni la coherencia interna: se llama tener ética.

lunes, 8 de enero de 2024

La noche siempre llega (Willy Vlautin)


"Lo que no entiendes es que llevo toda la vida sobreviviendo. Siempre"

Si hay algo en lo que absolutamente todos los lectores estaremos de acuerdo es en que leemos para entretenernos. O sea: para distraernos, evadirnos, esquivar el aburrimiento. Creo que el entretenimiento es un objetivo transversal para todo lector. A partir de ahí podemos buscar algo más o quedarnos en el mero entretenimiento, ahí ya entra lo individual. Incluso dentro de la lectura de entretenimiento podemos renunciar o no a la calidad literaria.

Todo esto viene a que "La noche siempre llega" me ha entretenido y mucho, se lee con ritmo, es ágil, una literatura directa, sin rodeos, que va al grano, a la acción, a la sucesión de diálogos y acciones que provoca que leas con celeridad, con esa cadencia que atrapa al lector y vas avanzando página tras página, absorta, distraída. Entretenida. Vlautin va no solo al grano, sino también al barro, a lo periférico, a los marginados, a los que se pasan la vida sobreviviendo. Que somos legión, por cierto, los que cada día sobrevivimos, unos con más conciencia de esa supervivencia y otros menos. Da igual, en mí caso sobrevivir no me impide disfrutar, no me impide nada (sólo lo que yo me impida a mí misma).

Además de esa distracción que implica leer, una novela (quien la escribe) puede pretender algo más: transmitir un mensaje, denunciar un sistema o una situación, mostrar algo. ¿Es el caso de "La noche siempre llega"? La pretensión del autor es evidente: mostrar la vida marginal, evidenciar la gentrificación de las ciudades y cómo eso genera una supervivencia marginal. No voy a profundizar en lo de la gentrificación, si no conocéis lo que es, ahí está san google, y sobre todo ahí está la realidad.

Decía que las intenciones de Vlautin son claras. Así que pretende algo más que entretener. Ahora bien ¿lo consigue? En mí opinión (que no sé si es humilde o modesta, pero es mía) lo consigue a mediasY esto es así porque es por los personajes la razón por la que a mí me ha costado más que esta historia fuera más allá. Más que los personajes (que también), por el uso excesivo del diálogo. No porque los diálogos me molesten, al contrario, sino porque cuando los mismos sirven para contarte todo, no sólo lo que sucede sino también lo que ha sucedido, y sirve para que los personajes se expliquen y justifiquen lo que hacen o lo que han hecho, pues como que ahí no puedo evitar asistir a todo desde una distancia fría, cómo que no me va ni me viene en el sentido de implicarme. Me coloca tan en una posición de espectadora externa que no consigo involucrarme emocionalmente, ni siquiera (que es peor) mentalmente. Así que, como ya he comentado, leo con agilidad y paso unas horas distraída, absorta, entretenida, pero al finalizar desconecto absolutamente de lo leído y a otra cosa mariposa.

No es ni bueno ni malo, es lo que es. Me gusta más la literatura que consigue implicarme de una u otra forma, pero tampoco desdeño estas lecturas que distraen y entretienen pero se exigen algo más a sí mismas, lo consigan o no. Entre lo que para mí es mala literatura y lo que es buena literatura hay otra intermedia que sirve de puente entre una y otra y "La noche siempre llega" quizás esté situada ahí, accesible al lector menos exigente, donde todo es muy explícito y que quiera transitar hacia otro tipo de literatura u otro tipo de inquietudes literarias más allá de lecturas entretenidas pero triviales e intranscendentes.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

El leopardo de las nieves (Sylvain Tesson)

 

"Había aprendido que la paciencia es una virtud suprema, la más elegante y la más olvidada. Ayudaba a amar el mundo antes de pretender transformarlo [...] La paciencia era la reverencia del hombre hacia lo que se le había dado"

Quedaros con una palabra: rececho. Según la RAE: "acechar a la caza". Según el Wikcionario: "Vigilar con cautela la presa, esperando el momento oportuno para cazarla" Parece que es un verbo bien adherido a la caza y posiblemente en nuestra mente veamos a un cazador con un arma recechando a un animal. Pero hay otro tipo de rececho: el fotográfico. Ese es el que me interesa.

El escritor Sylvain Tesson se une al fotógrafo de la naturaleza y documentalista Vincent Munier, acompañados de la directora y bióloga Marie Amiguet y el cámara Léo-Pol Jacquot, para realizar un viaje fascinante al Tibet, a cinco mil metros de altitud (y temperaturas de -30°C) a la búsqueda del leopardo de las nieves, un animal extraordinario por ser su hábitat natural las montañas que rondan los seis mil metros de altura, lo que le convierte en un leopardo acostumbrado a vivir en las condiciones más extremas de la Tierra, de ahí que se sepa tan poco de él y que no sea fácil poder contemplarlo, dadas dichas condiciones, que los humanos llevamos más bien regulero.

Antes de continuar debéis de saber que existe un reportaje de este viaje, disponible en Filmin, cuya belleza fue premiada con los César de 2022. De visión obligada y disfrute asegurado.

Volvamos al rececho, en este caso el rececho fotográfico, que consiste en acechar a un animal en la zona natural en la que habita dicho animal. El rececho es arte del camuflaje y la paciencia, en una curiosa simbiosis precisamente con aquello que quieres "cazar" para poder fotografiar. Dado que la mayoría de las especies recelan del ser humano huyen en cuanto nos detectan antes de que nosotros lleguemos muchas veces a atisbar que estuvieran allí. Así que para poder fotografiar a un animal (ya ni os cuento el leopardo de las nieves) hace falta conocer muy bien sus costumbres, su hábitat, su comportamiento y miles de detalles.

Cuando Tesson inicia esta aventura de ir a la busca del leopardo de las nieves no era precisamente un hombre muy paciente. También es verdad que la paciencia del rececho es una virtud que implica una filosofía de vida y que va más allá de la paciencia común de la que podemos tirar día a día. El excepcional viaje hasta llegar a ver al leopardo de las nieves (sí, lo vieron, no les pasó como a Peter Matthiessen) es también un viaje personal, un viaje de aprendizaje. Y Tesson ya era una persona madura, culta, preparada y con mucha vida detrás cuando realizó este viaje.

"Primera lección: los animales aparecen sin avisar y luego se desvanecen sin remedio. Hay que bendecir su visión efímera, venerarla como una ofrenda"

Para entenderlo todo hay que leer el libro, ver el reportaje, echar mano de san Google para ver el paisaje que describe Tesson. Aunque hay que decir que para proteger al leopardo y otras especies de la zona, Tesson no es (deliberadamente) muy preciso en sus localizaciones, para evitar dar pistas a los cazadores (a los cazadores con armas, no con cámaras fotográficas). Proteger la belleza, proteger la Tierra, proteger la humanidad (de sí misma). Hay una confrontación directa entre la humanidad, la sociedad actual y la naturaleza. Los seres humanos nos apropiamos de todo, ávidos de no sé muy bien qué, poder, riquezas, sentirse el rey del mundo. Somos unos mindundis en el vasto imperio de la naturaleza. Destruimos lo que no comprendemos, lo que es más grande que nosotros. Creemos ser más grandes destruyendo. Qué bobos, qué tontos, qué torpes. Nos autodestruimos destruyendo nuestro refugio. No nos importa, sometidos al placer de lo inmediato, egoístas, incapaces de pensar globalmente, en términos de generaciones futuras, de algo más grande que nosotros mismos. No asumimos nuestra insignificancia y pisoteamos, invadimos, destruimos, nos damos golpes en el pecho.

Ya se me han disparado los dedos en el teclado, disculpen. Es curioso. En mí día a día no soy paciente. En la naturaleza, me transformo. Puedo pasarme horas y horas sintiendo el sol en la piel, observando las hormigas, mirando una flor, la luz atravesando las ramas de los árboles, mirando un pájaro, el horizonte, las olas... Rececho sin saberlo. Y eso siempre me da un poder extraordinario: me hace sentir paz, me da una fuerza intranscribible que soy incapaz de transmitir (ojalá pudiera). Lo venero como una ofrenda. Sé que cada milésima de segundo en contacto con la naturaleza, su flora, su fauna, sus habitantes, es un regalo que soy incapaz de agradecer en la misma medida. La naturaleza me despoja de toda vanidad.

"Venerar lo que está delante de nosotros. No esperar nada. Recordar mucho. Cuidarse de las esperanzas, humo encima de las ruinas. Disfrutar de lo que se ofrece. Buscar los símbolos y creer que la poesía es más sólida que la fe. Conformarse con el mundo. Luchar por que permanezca"

Tesson y sus acompañantes (Munier, qué admirable) persiguen y rastrean lo que corre el peligro de extinguirse, consiguen llegar a lo que permanece intacto, lo que aún no ha podido ser destruido por la humanidad. Poco queda ya que no hayamos arrasado, domesticado, transformado, utilizado... En esa travesía, ese viaje, Tesson se transforma, se disuelve y desvanece mucho de lo que creía saber, aprende la paciencia, aprende la conciencia del leopardo, aprende a mirar, a aguzar el oído, a ver donde parecía no haber nada, a escuchar el silencio y sus distorsiones. Un viaje espiritual en un paisaje dramáticamente bello.

Hablaba Miguel Hernández de tres heridas: la de la vida, la de la muerte, la del amor. Hay que añadir otro par de heridas más: la de la naturaleza y la de la humanidad.

"El rececho es una línea de conducta. Así la vida no pasa como si nada. Puedes vigilar bajo un tilo, en tu casa, delante de las nubes del cielo o incluso sentado a la mesa de tus amigos. En este mundo pasa más cosas de las que creemos"


jueves, 21 de diciembre de 2023

Modos del deseo (Carolin Emcke)

 

"El mundo quedaba dividido. Se separaba en géneros ya antes de que los cuerpos fueran conscientes de esto, antes de que hubieran sido descubiertos realmente como sexos. Seguro que ya antes existía esta grieta en ese mundo que se abría una ley natural sin naturalidad alguna"

No sé muy bien cómo llegué a este libro. No lo recuerdo. Aunque estoy segura que ha sido por esa búsqueda constante de contenidos que rellenen un vacío, que apacigüen la zozobra de un mundo que me inquieta. Un libro me llevaría a otro que a su vez llevaría a otro y así hasta llegar a este, o leyendo a algún lector también insaciable que me señaló este libro... No, no lo recuerdo. O simplemente acudí a una librería, quién sabe dónde (improbable que haya sido en la ciudad en la que vivo), y el libro estaba ahí, lo cogí por el título, leí la contraportada y se vino conmigo.

Entre el ensayo y la autobiografía, el libro comienza con el suicidio de un conocido de Emcke. Cuando inicié la lectura, hace bastantes meses, no era el momento, así que lo dejé y lo he retomado ahora, que parece que me como el mundo pero únicamente he aprendido a que el mundo no me coma a mí.

Desde luego "Modos del deseo" no es un libro de respuestas (no las buscaba), es más bien un libro de preguntas, de aquellas que se hace la propia Emcke y aquello que se responde: ¿sabemos cómo queremos amar o vivir? ¿podemos ser quien queremos ser, sobre todo si queremos ser de forma distinta a lo "normativo"? ¿somos libres para vivir nuestros deseos?... no son preguntas baladíes. Quizás cada persona debamos reflexionar sobre ellas, si es que no lo hemos hecho ya.

Emcke se hizo esas y otras preguntas, indagó sobre sus respuestas, buscó hasta descubrir sus propias formas del deseo. Y lo comparte intentando que las palabras no sean agujeros negros que devoren todo aquello que esté próximo. Es evidente que las palabras tienen mucho de agujeros negros, poseen una densidad y una fuerza gravitatoria que no te permite escapar de ellas. Es muy difícil deconstruir algunas palabras. Creo que el momento en el que vivimos es un buen ejemplo de ello. Es complicado escapar al significado asignado a algunas palabras, significado o significados que terminan por vaciar al propio lenguaje. No voy a poner ejemplos, que no está el horno para bollos.

Algo que he compartido plenamente con la autora hasta el éxtasis (no ha sido lo único) es su necesidad de precisión lingüística, consciente del uso torticero que se hace del lenguaje y de la necesidad que tenemos de palabras nuevas, palabras contundentes, palabras que luchen contra la violencia, el silencio, el racismo, lo injusto.

En algún sitio leí que Emcke ha hecho de las palabras su trinchera y que busca formas de combatir la violencia, indagando en el origen de la misma, de la deshumanización y el conflicto. Así que cómo no me va a encantar lo que escribe esta mujer, cómo no voy a seguir buscando libros suyos que me recuerden una vez más que el silencio nunca es la solución y que si conoces el mal podrás luchar contra él. Y que el lenguaje es una herramienta que debemos de utilizar, aunque sea reconstruyéndolo.

Yendo desde una visión panorámica a una más próxima y personal, Emcke va accediendo a esas preguntas que le inquietan, aunque el truco está en cómo se observa, en la predisposición a la observación abierta. En ese ir desmenuzando los modos del deseo, Emcke va visibilizando aquello que no tenía forma definida y explorando cómo se construye una identidad. Y transforma la culpa que arrastraba desde el suicidio de su conocido en un duelo más sano. Al finalizar el libro, Emcke ha encontrado el lenguaje y puede pronunciarlo.

Tengo que decir que la traducción no me ha facilitado la lectura y ha habido fragmentos que me han chirriado bastante, pero lo que Emcke cuenta me interesaba lo suficiente como para seguir avanzando. Y lo digo desde mi ignorancia pero también desde mi sensación lectora.

"Quien haya tenido que pelear para reconocer la verdad del propio placer, quien haya tenido que pelear para pronunciarla y no entenderla o entenderse como una provocación, esta persona reaccionará de forma susceptible a la convención de la mentira"

martes, 12 de diciembre de 2023

La muerte del padre (Karl Ove Knausgård)


"La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede. Luego se para"

La literatura es puro misterio. Y lo es tanto para el lector más común como para el más avezado. Todos sabemos qué nos gusta, qué buscamos en los libros. Vivimos otras vidas que podemos sentir ajenas y hacerlas nuestras, pero también vidas tan próximas y cercanas con las que conectas de una forma tan profunda que asusta. Sabemos cuándo nos va a gustar un libro o cuándo no nos va a interesar lo más mínimo. En ocasiones ya en los primeros párrafos o páginas has decidido si va a ser una lectura que vas a disfrutar o que vas a rechazar. Todos tenemos nuestro propio canon, nuestros modelos y criterios para catalogar un libro como literatura o como basurilla, o quizás como un punto intermedio lo suficientemente convincente como para disfrutar de la lectura y saber que aunque no sea una obra maestra tampoco es, ni mucho menos, un bodrio. Sí, todo lector tiene sus parámetros para evitar sucumbir a la avalancha de libros existentes y a la apisonadora editorial que nos abruma con novedades y reediciones. Todo lector tiene sus recursos para escabullirse de los libros que en su criterio son mediocres.

Pero, insisto, la literatura es misterio en estado puro. Y sucede que hay libros que dinamitan tus propios códigos y criterios, tus balizas literarias, esas que usas para guiarte en el inmenso océano literario y que te ayudan a aprovechar vientos y mareas para elegir las mejores coordenadas, aquellas que te permitan avanzar lo más lejos posible con el menor malgasto de energía (y de tiempo). Y de repente un libro no respeta tus propias reglas, esas que llevas construyendo después de muchas, muchísimas, lecturas. Y te lees 500 páginas de un libro cuyas casi 270 primeras apenas han pasado por el visto bueno de aquello que tu consideras como válido para estar ahí, leyendo.

Y eso me ha pasado con "La muerte del padre", un libro que comienza reflexionando sobre la muerte, sobre cómo escondemos la muerte y a los muertos. Cada vez se entierra más rápido a los muertos, la liturgia se acorta, todo el proceso se acelera para que la vida nos siga avasallando, arrollando a la muerte y a los muertos. Cierto que hoy en día más imágenes (televisión, prensa, redes sociales) nos muestran cadáveres y masacres espeluznantes. Pero esos cadáveres no nos resultan amenazantes. Tanta exposición nos insensibiliza. Son cadáveres ajenos, lejanos, no nos importan que estén expuestos porque enseguida se vuelven invisibles, en cuanto las imágenes desaparecen. Pero si tuviéramos que convivir con los muertos ahí, sin enterrar, en la calle, en una habitación de tu casa, en el supermercado, en el hospital... ay.

En fin, Karl Ove va a hablar de la muerte de su padre, normal que inicie el libro reflexionando sobre la muerte. Más adelante nos dice "Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él". Bien, comparto esa idea, así que avanzamos porque me consta que es necesario colocarse a una distancia de aquello sobre lo que quieres reflexionar, pero una distancia ADECUADA: ampliar lo pequeño acercándose, reducir aquello que es desmesurado o grande alejándose de ello. Y cuando la imagen es precisa, nítida, la fijamos. Así que entiendo que eso es lo que quiere hacer Karl Ove con sus seis tochos, que componen "Mi lucha", una empresa mastodóntica de casi cuatro mil páginas (ya me quedan quinientas menos): encontrar la distancia adecuada, enfocar su vida. La vida.

Una obra autobiográfica de la envergadura de "Mi lucha" implica mucho detalle (y mucha memoria), una atención cirujana y microscópica hacia aquello que te rodea, una autointrospección muy precisa, muchas descripciones, relatar gestos cotidianos del tipo "me cepillé los dientes, me desnudé, me puse el pijama, encendí la lámpara de la cama antes de apagar la del techo, me acosté y me puse a leer". La antiliteratura, vaya. Hay que hilar muy fino para que tantas descripciones que podría hacer un niño de ocho años, que describen tus propios actos (como el de acostarse, si bien yo no uso pijama), los más comunes y mecanizados en tu día a día, no terminen por hacerte abandonar la lectura.

Karl Ove no es un tipo que disfrute de la vida social. Se esconde, no quiere que le alcancen ni que le vean. Pero va a escribir tropecientas mil páginas sobre su vida para que todos lo veamos, a su vida y a él. Quiere escribir algo grande, tan grande como su necesidad de estar solo, tan grande como sus espacios de soledad. Su lucha: que el tiempo no se le escape. Karl Ove quiere aislarse pero a la vez quiere ser el centro, esa es su lucha también: la necesidad de estar dentro y fuera a la vez, de mantener su soledad pero al mismo tiempo exhibirse.

Karl Ove quiere casito y yo se lo doy. ¿Por qué? Pues ahí está el misterio: no lo sé muy bien. Porque durante casi trescientas páginas no comprendo a Karl Ove, no sé qué es importante para él, no sé porqué se siente humillado y excluido, no entiendo sus pasos, sus derroteros, lo que cuenta no me retrotrae apenas a mi propia adolescencia, no de la forma que siento debería hacerlo. Pero, extrañamente, sigo leyendo a este tipo tan peculiar que tan pronto me repele y me deja fría como me dan ganas de adoptarlo o entiendo hasta el éxtasis su concepto de belleza y, sí, también sus contradicciones.

Todas las preocupaciones y dudas que otros autores parecen tener (si se debe incluir lo aburrido y lo irrelevante en la narración), a Karl Ove se la suda directamente. Lo cuenta todo, da igual si es superfluo, trivial, anodino, lo va a contar con una sorprendente memoria milimétrica. Y no con una prosa deslumbrante ni vibrante ni poética. No, nada de eso. Si tiene que prescindir de las sensaciones e impresiones para centrarse en una descripción real y objetiva, lo hace. Pero también hace lo contrario. A la manera nórdica, claro, con esa estética mecánica, ligeramente distante.

Pues, con todo, no dejo de leer. El libro me resulta extrañamente acogedor, y remarco lo de "extrañamente" porque no consigo saber, ni siquiera después de haber leído las 500 páginas, qué es aquello que me hizo seguir leyendo hasta llegar a ese momento (a partir del momento que Karl Ove acude a casa de su abuela cuando el padre fallece) en el que entonces el libro para mí tiene sentido, sobrevuela y encuentro espacios comunes, entra dentro de mi "canon" de calidad, por una razón u otra, la que sea, pero que a mí me vale porque ahí sí aprecio lo que estoy leyendo. Ese es el misterio: sólo conecté con menos de la mitad del libro. Las últimas páginas. En cualquier otro libro no habría llegado ni a las cien primeras. Pero con este, por alguna razón desconocida para mí, perseveré. Y no lo hice sufriendo ni maldiciendo ni renegando: acudía a libro con facilidad, incluso con ganas, siendo consciente de que no entendía qué me hacía volver a él.

Y así estamos, leído el primer libro de los seis que componen "Mi lucha", sabiendo que dentro de X tiempo cogeré el segundo con el cuasi convencimiento de que va a ser difícil que me lea los seis tomos pero quién sabe, porque este extraño tipo tiene una forma de contar que me ha enganchado por alguna razón que desconozco y eso a estas alturas me desconcierta, pero también me provoca curiosidad, por saber de él, pero también por saber qué me atrae a mí de él, de lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con ese lenguaje tan preciso como distante para hurgar en lo sórdido, en lo ambiguo, en la pérdida. Tal vez Karl Ove utilice el lenguaje como si fuera una fregona que intenta limpiar todo aquello que ensucia la vida. Tal vez. Tengo que resolver el misterio.

"El arte de vivir, de eso estoy hablando

 

lunes, 4 de diciembre de 2023

Mi querido Mijael (Amos Oz)


"Escribo porque las personas a las que amaba han muerto. Escribo porque cuando era niña tenía una gran capacidad de amar y ahora esa capacidad de amar está muriendo. No quiero morir"

El párrafo anterior es el primer párrafo de "Mi querido Mijael". A ver quién no quiere continuar leyendo.

Es bien sabido que en el conflicto israelí-palestino la posición del escritor humanista Amos Oz era la del activismo por la paz. No voy a entrar a hablar sobre ese conflicto, el sentido común y la humanidad debería de ser suficiente (no lo es, lo sé). En cualquier caso no será este el tema central de "Mi querido Mijael", más allá de ser el telón de fondo en el que se desarrolla la trama que Oz quiere desplegar y que sirve también como escenario simbólico (social, pero también personal) del conflicto, la desconfianza y el aislamiento.

Para entender mejor la trama de este libro tenemos que remitirnos a la biografía del autor, con una infancia marcada por la tragedia: un padre violento y una madre que se suicidó a los 36 años de edad. Y es desde esa pérdida de su madre desde donde hay que guardar en la recámara mental del lector un (posible) contexto para enfrentarse a "Mi querido Mijael".

Aunque no sería hasta que superara la ira que sentía hacia su madre por haberse suicidado (y hacia su padre también) que Oz escribiera su libro autobiográfico "Una historia de amor y oscuridad" (2002), sin embargo, ya en "Mi querido Mijael" (1968) se puede ver un intento de Amos Oz por comprender a su madre, por entender sus motivaciones. Es cierto que "Una historia de amor y oscuridad" está considerada una novela autobiográfica y "Mi querido Mijael" no. Pero.

La voz que vamos a escuchar es la de Jana, el relato le pertenece a ella. No sabremos otro punto de vista más allá del que ella nos ofrece. Tampoco lo necesitamos. Mijael es su esposo. Que dos polos opuestos se atraigan no quiere decir que luego la relación sea sostenible ni que, precisamente por ser opuestos, se vayan a acoplar de forma armoniosa, proporcionando uno lo que el otro necesita o le falta. Posiblemente esa sea una idealización de la complementariedad en las parejas. O tal vez sea una realidad. A mí personalmente no me ha funcionado pero también es verdad que no me ha funcionado lo contrario, así que a saber. A Jana y Mijael, especialmente a ella, no les va bien. Un invento es eso de que los extremos se tocan.

"Mi querido Mijael" fue la segunda novela que escribió Oz. Es increíble lo que los buenos escritores son capaces de escribir así, casi de buenas a primeras. También es verdad que a veces los lectores dotamos a los libros que leemos de una complejidad y un trasfondo que a a lo mejor quién lo escribió no pretendía. Puede ser. Pero también puede ser que el propio escritor no se diera cuenta de los mimbres complejos de aquella escritura casi virginal y que la mirada del lector sea quien le aporte su razón de ser, ese trasfondo que era invisible para quien escribía pero no para quien lo leía. A saber. Como siempre, hablo por no callar, aunque valga más por lo que callo que por lo que hablo.

No es una novela de acción, tampoco la esperaba, lo que sucede es la vida de Jana desde que conoce a Mijael, su relación, su matrimonio, la familia que crean... No es una persona feliz, Jana. No es Mijael mala persona pero digamos que no le corre sangre por las venas, aunque le fluya la amabilidad. Pero Jana tiene un torrente en sus venas. Tal vez haya quien no empatice con ella pero no cabe duda que si Mijael fuera la voz que relatara ese periodo con su pareja nos aburriríamos bastante. Así que nos quedamos con la voz de Jana, con su intensidad, con su sufrimiento, su frustración... y su inestabilidad que roza la bipolaridad.

Pese al estilo casi austero (pero no carente de lirismo aunque sí libre de adornos superfluos) y con una prosa excelente en muchos momentos, la subjetividad de lo que cuenta Oz es casi exacerbada y hay una tensión expresiva que es más evidente cuando Jana calla que cuando se expresa. Intuimos que está en un callejón sin salida y en el que no hay un futuro lumínico.

Quizás la forma de ser, sentir y vivir de Jana sea una trampa para ella misma porque su mundo interior resulta impenetrable para los demás. Pero no para nosotros, porque Oz nos abre una puerta para que podamos acceder a su interior. Oz no juzga, expone. Creo que tampoco espera de nosotros ningún juicio.

Cuarenta años después, Oz afirmaba que no se atrevería a volver a escribir un libro desde la perspectiva de una mujer. Pues no lo sé pero a mí no me ha chirriado nada en "Mi querido Mijael". Al contrario, he disfrutado de esta conmovedora e inquietante historia, escrita hábilmente por un autor de los que es imprescindible tener en cualquier biblioteca que se precie.

jueves, 30 de noviembre de 2023

Siete pecados capitales (Milorad Pavić)


"Dicen que existen dos insomnios, como dos hermanas. El de antes de dormirse y el otro, después de despertar en plena noche. El primero es madre de la mentira, el otro es madre de la verdad"

No es novedad que el primer párrafo de un libro es crucial. A veces basta ese primer párrafo para saber que sí, que has acertado eligiendo esa lectura. O, al contrario, para saber que hace falta avanzar más para saber por dónde irán los tiros porque ese primer párrafo te ha dejado que ni fu ni fa, ni frío ni calor.

En el caso de "Siete pecados capitales" no sólo subrayas el primer párrafo prácticamente entero, es que luego te das cuenta que era toda una declaración de intenciones. Un párrafo que habla de pensamientos que son como cuartos (soleados o sombríos, que dan al río o a un sótano...) en los que a veces eres un mero inquilino. Y por las noches, en ocasiones, quedamos encerrados en esos cuartos y sólo los sueños nos liberan. Pensamientos, sueños e insomnio: los tres pilares que desdibujan la frontera entre realidad y fantasía.

Y así tenemos los cimientos de "Siete pecados capitales", un libro que es pura fantasía en todos los sentidos: surrealista, imaginativo y resuelto de forma brillante y divertida. También es un juego literario en el que Pavic no deja al lector al margen. Al contrario: te reta, te invita a participar, a ser un lector activo sin cuya implicación la lectura no sería completa ni eficaz ni placentera. Pero los hilos los mueve él, Pavic, así que a veces también nos deja fuera del juego, pero Pavic forma parte también de ese compromiso: él es, al igual que el lector, otro personaje más y es también el libro.

Quién sabe a quien pertenece un libro, si al lector o al autor, o a ambos, o puede que se pertenezca a sí mismo. Intentar reducir este libro a un esquema comprensible sería un esfuerzo tan ímprobo como baldío.

Se agradece (agradezco) este tipo de libros que implican y exigen al lector, los hace partícipes, sea para aceptar o rechazar la propuesta. No es un libro para lectores perezosos, o tal vez sí, pero sólo si quieren superar su pereza, esa que convierte los libros sin terminar de leer en entes etéreos y fantasmagóricos que flotan en algún lugar indeterminado buscando sus propias posibilidades, algún final, un destino, un reflejo en un espejo agujereado. ¿Un espejo con un agujero? os preguntáis: sí, ese en el que no se reflejan los lectores perezosos, ese espejo y ese agujero que (junto a otros elementos) sirven de hilo conductor entre estos siete relatos delirantes, oníricos y virtuosos.

"Si averigua cuál de los libros importantes para usted fue dejado a medias y lo termina tal vez podrá resolver el enigma del espejo y su agujero, descifrar quién es usted y quién soy yo, porque su agujero es en realidad el agujero dentro de usted..."

sábado, 25 de noviembre de 2023

Todo está tranquilo arriba (Gerbrand Bakker)


"Llevo tanto tiempo haciéndolo todo a medio gas... Hace ya tanto tiempo que sólo tengo medio cuerpo"

Conocí la palabra "demediado" de la mano del original Italo Calvino y su magnífico "El vizconde demediado". Por aquel entonces no había Google, así que tiré de enciclopedia y supongo que la definición era la misma que encuentras actualmente en la RAE: "Partir, dividir en mitades". El vizconde de Calvino era un hombre demediado como consecuencia de un cañonazo que le parte por la mitad y ambas partes del cuerpo sobreviven. En "Todo está tranquilo arriba", Helmer, el protagonista, es un hombre demediado. Demediado no al modo del realismo mágico del italiano, sino al modo del realismo íntimo de Bakker. Helmer tenía un gemelo, Henk, fallecido en un accidente de coche 30 años antes del momento en que se sitúa la narración, que se moverá entre pasado y presente para conocer a Helmer, su vida, sus decisiones, su historia y cómo ha llegado a ser un hombre demediado, a medias, incompleto.

Helmer en un momento dado de su vida se resigna, no es que tome una decisión, es que se conforma con asumir el papel de su hermano en la granja y vivir metiendo "la cabeza debajo de las vacas para poder dejar que todo siga su curso". Eso es lo que hace: dejar que las cosas sigan su curso en una granja acogedora, segura, pero también vacía, muy vacía. Sin querer pensar en la soledad. En la renuncia, en sus propios deseos y necesidades. Sin sentir, sin pensar. Esas orejeras de burro (curiosamente el único animal que le pertenece a Helmer) que no dejan ver los márgenes, sólo lo que hay delante, siendo el "delante" una especie de zanahoria hacia la que avanzas y nunca alcanzas, ajeno a lo que dejas a los lados, lo que dejas detrás, ajeno incluso al camino que pisas.

Helmer vive con su padre, ya anciano y con apenas movilidad, al que deja en la habitación de arriba. Así empieza "Todo está tranquilo arriba": el día que Helmer lleva a su padre a la habitación de arriba. Lo encierra, puesto que no puede moverse. También lo cuida. No lo juzguéis. Ese padre fue siempre un padre despótico que ignoró a su hijo Helmer y sólo tuvo ojos para su hermano (gemelo) Henk. La única mirada que sostuvo a Helmer fue la de su madre, una mirada suficiente para que Helmer pudiera soportar la situación. Insuficiente para recomponerle. 

"Tras su muerte ya no tenía a nadie a quien mirar, con quién mirarme, y eso fue lo peor"

Sin miradas que le vean, sin ojos a los que mirar, Helmer se protege de su propia soledad de la peor forma posible: ignorándose a sí mismo. Avanzando con el día a día de la granja, metiendo su cabeza debajo de las vacas. Pero esto cambiará. La llegada de una persona a la granja producirá la transformación que Helmer necesita. Bakker no tiene ninguna urgencia por contarnos esta transformación, algo que a algún lector le puede pesar, ese ritmo pausado, bucólico, sutil. Pero en verdad las grandes transformaciones personales se producen tal y como las narra Bakker: despacio, con tranquilidad, penetrando en uno mismo, empezando a generar la mirada más potente: la que se produce cuando alguien se empieza a mirar hacia dentro. A verse. Porque hasta ese momento Helmer se había ignorado a sí mismo pasando por la superficie de todo. Y ahora empieza a rascar esa superficie, a ver qué hay debajo. Y empieza a encontrarse con la soledad, los sueños perdidos, la vida, la muerte, las carencias... Al igual que hizo con su padre, encerrarlo "en la habitación de ahí arriba" para no verlo, para alejarlo de su cabeza, lo hizo con toda su vida: apartarla y aislarla para no verla. Esconderla "ahí arriba" como si no existiera. Hasta que empieza a mirar(se).

Helmer dejará de ser un hombre demediado. Y esto sucederá en cuanto Helmer empiece a mirar, a ver, a quitarse las orejeras. Ya no estará ciego. ¿Dolerá lo que ve? Claro, pero también aprenderá a conectar con aquello que le rodea y aquello que le sucede. Incluso aprenderá a salir de debajo de la sombra (larga, larguísima) de su hermano fallecido.

La prosa de Bakker es suave, íntima, con un discurrir tranquilo pero muy convincente y poderoso para crear una atmósfera que va penetrando sutilmente en el lector. Para mí fue una lectura acogedora, reconfortante incluso.

El libro comienza, como ya he dicho, con Helmer dejando a su padre en la habitación de arriba. Termina con Helmer en una playa de guijarros mirando el horizonte y diciéndose a sí mismo "Estoy solo". Pero ya no es un hombre demediado, no es una mitad.

"Sé que debo ponerme en pie, que ya será de noche en la maraña oscura de senderos y caminitos sin asfaltar, a través de los pinos, los abedules y los arces que los jalonan. Pero sigo sentado tan tranquilo. Estoy solo"

Solo, pero no aislado ni olvidado de sí mismo.


sábado, 18 de noviembre de 2023

El final de la historia (Lydia Davis)


"Hubiera sido más sencillo empezar por el principio, pero el principio significaba poco sin lo que venía a continuación, y poco significaba lo que venía a continuación sin el final"

Y está claro que Lydia Davis no pretende hacerlo sencillo. Aunque en sus cuentos (que es por lo que se la reconoce, de hecho esta es su única "novela") hay quien pueda confundir la brevedad de alguno de ellos, apenas un fragmento, con lo sencillo, tengo la sensación de que en sus instantáneas narrativas siempre hay una historia. Tiene que haberla, todo son historias. Así que me pareció llamativo que en su única "novela", lo que aparentemente quiere contar es el final de... una historia.

Sí, he entrecomillado varias veces la palabra "novela", aunque si entendemos por tal una narración en prosa de cierta extensión estamos ante una "novela", sin embargo si entendemos como narración el desarrollo de una historia (aunque sea para contar el final de la misma) no estaríamos exactamente ante lo que se entiende por "novela", al menos de forma convencional. La contraportada del libro nos habla de que se trata de la historia de una traductora que intenta escribir una novela sobre una "relación pasional y neurótica" que tuvo hace tiempo con un hombre más joven que ella. En realidad la historia en cuestión es más bien la de una escritora intentando escribir una historia que vivió. La construcción de esa novela es, para mí, la "historia" de este extraño y peculiar libro.

En cualquier caso no puede quedar al margen cómo, al intentar contar algo que sucedió hace tiempo, los recuerdos están ahí siempre con todos sus matices y su urdimbre: ¿son reales los recuerdos? ¿cuánto de imaginación y de olvido hay en ellos? Los recuerdos, todos lo sabemos, no son una reproducción exacta y milimétrica de lo sucedido. Hay vacios, espacios difuminados, fragmentos que no encajan y parecen estar a la deriva. Si quieres escribir sobre los recuerdos, convertirlos en un relato, tal vez se pretenda convertirlo en una sutura, en un cierre (un final) pero sin descartar que la imaginación puede ser más precisa que los propios recuerdos.

¿Cómo poner punto final a una historia? Tal vez no cuando la historia llegue a su final, sino cuando se cuenta la historia y la reconstruyes sabiendo qué vino a continuación. Nunca sabes qué va a suceder cuando una historia se inicia, pero al contarlo, al narrarlo cuando todo ha llegado a su fin, al recordarlo, comprendes todo lo que se desplegaba delante cuando esa relación se inició, ves ese lienzo que ya no está en blanco. Es entonces cuando puedes hacer literatura con lo sucedido. 

Así que si alguien se acerca este libro creyendo encontrarse con la historia de una relación tóxica, o neurótica, o confusa o pasional, pues se va a llevar una decepción. No hay nada emocional en "El final de la historia", no es lo que pretende Davis, es un experimento literario, metaescritura, disección de cómo funcionan los recuerdos, de cómo reconstruimos aquello de lo que apenas ya nos quedan unos pequeños detalles concretos y nítidos y muchas emociones ya están desdibujadas por esa imagen más o menos completa de lo que sucedió. Puedes recordar a las personas que amaste pero ¿recuerdas en qué momento preciso te enamoraste y se desencadenaron los latidos y se desplazaron de arriba hacia abajo, con una estampida de emociones trotando por las venas? ¿qué gesto inició el amor, qué mirada, qué palabra exacta? ¿es el amor repentino o gradual? ¿en qué momento se convierte en irreversible? ¿recuerdas el segundo exacto en que todo eso sucede?

Al recordar, los detalles precisos se entremezclan con los recuerdos desdibujados y confusos, se entremezcla lo inexacto con lo preciso. Inventamos también. Imaginamos, convertimos en certezas lo que tan sólo es una posibilidad o incluso un deseo. Nuestra narradora (tanto ella como él no tienen un nombre preciso, tienen varios de hecho, porque así se hace cuando se escribe una novela que, no olvidemos, es de lo que va este libro) describe muchos detalles, de hecho muchos párrafos son meramente descriptivos, buscando cierto rigor, una verdad estricta que renuncie a la imaginación. Pero no son detalles emocionales, son descripciones de hechos para los cuales también tiene varias versiones. De hecho los detalles son un batiburrillo de instantes que pueden ser relevantes o no porque todo dependerá de cómo quieras colocarlos en tu forma de recordar.

La narradora quiere escribir la novela pero está llena de dudas ¿qué es importante y qué no? ¿deben incluirse las partes aburridas, son relevantes? ¿debe seguir un orden cronológico o aleatorio? Como además la relación es extraña, llena de desconfianzas y silencios y contada desde la periferia (desde fuera), no se nos esconde la distancia de la misma, los silencios, los miedos, la irritación, la impaciencia, la incomodidad. La "novela" está dirigida a la inteligencia del lector, no a su corazón, porque estamos ante una reflexión del acto de escribir, o más bien ante la disección del acto de escribir autoficción/ficción y cómo la memoria es en verdad un lugar en continuo movimiento y cambiante según cuándo, cómo y para qué recuerdes.

En "El final de la historia" Lydia Davis es como el gato de Schrödinger: está dentro y fuera a la vez, una curiosa paradoja literaria en la que es generadora y a la vez receptora de sí misma, narradora que se narra en un bucle que está a ambos lados de la puerta (de la novela en esta caso)

domingo, 12 de noviembre de 2023

¿Hay alguien ahí? (Peter Orner)


"Estaba listo para ir a buscar otro ejemplar a ese agujero negro que constituye el cúmulo de libros que aún no leí. Las posibilidades infinitas me abruman"

De todas las cosas que me abruman (que son más de las que me reconozco a mí misma) la que mejor llevo es la que me provoca la ingente cantidad de libros que tengo en casa sin leer (y los que quiero releer). Me abrumo, claro. Pero me motiva a vivir muchos años (y van a tener que ser muchísimos) para tener tiempo a leer todo lo que quiero leer, a levantarme cada mañana sabiendo que encontraré un momento para coger un libro e introducirme en él . Y las editoriales no paran, no paran, no paran. No se dan cuenta que tenemos una vida limitada, un tiempo concreto, una existencia con fecha de caducidad ¿qué pretenden? En fin, hago lo que puedo, siempre con un libro a cuestas, aprovechando resquicios en el espacio-tiempo, esperas, tiempo libre, poniendo ganas (a veces no las hay, esto pasa), quitando ratitos al sueño y a otras necesidades y autoplaceres.

Peter Orner lo sabe bien, sabe bien de ese agujero negro de los libros sin leer. Qué gran lector, cómo me ha entusiasmado su manera de adentrarse en sus lecturas y conectarlas con sus vivencias. Pero también qué excelente manera de comunicar, de contarnos sus sensaciones lectoras. Y de contarse él. No he podido identificarme más con Orner: contarse a través de lo que lee (la esencia de mi blog: "lo que leo lo cuento y me cuento en lo que leo"). Callos tengo en las palmas de las manos. De aplaudir. Aplaudo desde el acuerdo, desde el reconocimiento, desde el hermanamiento.

"De lejos todas las demencias se parecen. Vistas de cerca se vuelven personales"

Soy de esas personas que se quedan meditando en una especie de limbo catatónico ante una frase desconcertante. El título de este libro ("¿Hay alguien ahí?") me produjo ese estado (una especie de cortocircuito en mi cerebro) que me provocan algunas preguntas a las que me siento impelida a contestar además de a cuestionarme qué hay detrás de esa interpelación. ¿Qué es "ahí"? ¿es una pregunta hecha desde el miedo a que haya alguien o desde la necesidad de que haya alguien, la necesidad de no sentirse solo? Hay preguntas que además de interrogaciones contienen exclamaciones (súplica, deseo). Qué poderoso es el lenguaje y qué poca importancia le damos en el día a día de nuestra comunicación verbal. Sin embargo el lenguaje escrito se resiste a ser menoscabado, a perder su poderío. Creo que esto es así por darse en un contexto íntimo (un mano a mano entre quien lee y el texto) y con una pausa poco habitual en el día a día, como un paréntesis o un oasis. Por eso para mí es necesario leer y encontrarme con buenos libros y grandes escritores cuyo lenguaje y su uso consiguen descifrarme, encaminarme, interrogarme, distraerme y/o tantas otras cosas.

"Padres e hijos. Ellos se ven reflejados en nosotros mientras huimos de esa imagen nuestra que nos devuelven"

"¿Hay alguien ahí?" es un libro muy generoso. Y lo es por partida doble: por un lado, Orner comparte con nosotros recuerdos personales y reflexiones. Por otra parte, es una defensa a ultranza de los relatos y cuentos, de los que tomaremos buena nota si no la habíamos hecho ya: Chéjov, Melville, Frank O'Connor, Gógol, Kafka, Eudora Welty, Virginia Woolf, Cheever, Hemingway, Mavis Gallant, Paul Léautaud, Gina Berriault, Bohumil Hrabal, Walser... Y más, porque Orner lee y lee mucho, en el sótano, en el hospital, en la selva. Y comparte con nosotros esas lecturas y los momentos en los que lee o las recuerda y así va entretejiendo su vida (dónde estaba, con quién, cómo estaba) con las lecturas. Es también la difícil relación de Orner con su padre, un lamento por su pérdida y por su separación matrimonial, un intento de redención. Es, pues, muchas cosas.

Un libro en el que me sentí muy cómplice, de esos que creas espacios de cercanía con el autor y su universo, una especie de conversación secreta y tácita entre Orner y yo porque no siempre cuando lees buscas otros mundos, sino que buscas el mundo en el que sientes que tú vives, que está aquí. Buscas rellenar el silencio con un diálogo y siempre reconforta encontrar habitantes en ese mundo lleno de libros y lecturas y vida vivida, sufrida, desperdiciada, aprovechada. Pura intensidad, la life. A veces pienso que detrás de ciertos lectores hay un vacío lleno de preguntas (sí, acabo de soltar un oxímoron como un piano de cola o una ballena azul de grande). Un vacío lleno de curiosidad.

"Hay libros que nos persiguen. Siempre lo he sabido"

Escribir (bien) es un arte. Pero leer también lo es. El arte de transformar dentro de ti lo que lees, el arte de la búsqueda dentro del texto, de interpretar el contenido del texto, de detectar las intenciones y la propuesta de quien lo ha escrito. Vale, admito que quizás exagero al decir que leer (bien) sea un arte (lo admito pero con la boca muy muy pequeña), pero estaréis conmigo en que al menos es una actividad altamente saludable: la mente cansada encontrará reposo en un libro, la mente inquieta encontrará sosiego, la mente torpe encontrará un detonante que la active, la mente dudosa encontrará alguna instrucción, la mente solitaria encontrará compañía, la mente vacía encontrará eco, la mente solitaria encontrará compañía, la mente curiosa encontrará incentivos, la mente aletargada encontrará intensidad, la mente perversa encontrará argumentos, la mente bondadosa encontrará solidaridad, la mente narcisista encontrará (cómo no) su ego, la mente perdida encontrará cobijo, la mente ansiosa encontrará voracidad... y así hasta el infinito. Cada mente lectora encontrará siempre su libro si lo busca.

Y si no lo encuentra, lea a Peter Orner, seguro que él tiene un libro para usted.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Los peces no cierran los ojos (Erri de Luca)


"La infancia acaba oficialmente cuando se añade el primer cero a los años. Acaba, pero no ocurre nada, uno se queda dentro del mismo cuerpo de crío atascado de los demás veranos, revuelto por dentro e inmóvil por fuera. Tenía diez años"

Diez años tiene el protagonista de "Los peces no cierran los ojos" (¿el propio Erri de Luca?), está dejando la infancia atrás pero aún no lo sabe, sabe que está aprendiendo a cantar en voz baja, que intenta aislarse leyendo mucho, que está empezando a llorar y por eso quiere seguir encerrado en su infancia, que ve a los adultos como niños deformados y llenos de patetismo y vulnerabilidad.

"Según mis diez años: nada era lo que parecía. La evidencia era un error, por todas partes había un doble fondo y una sombra"

Pero hay una evidencia que tiene nuestro niño de 10 años: la evidencia de su inferioridad. No pasa nada, la admite con humildad. En verano, su padre ausente, su madre sólida en casa, le gusta ir a la playa de los pescadores, contemplar las barcas y, si puede, subirse a alguna de ellas. Le gusta también hacer crucigramas, jeroglíficos, anagramas... Y leer. Será en la playa donde conozca a una chica que devora libros policíacos. La chica que un día dejará de pedirle que cierre sus ojos de pez cuando le besa.

Años después, cincuenta años después, ya no se acordará del nombre de la chica. Los recuerdos son así, caprichosos, selectivos, desmemoriados en su memoria. Los recuerdos no saben de nombres, de datos, saben de sensaciones, de detalles, de emociones. Es importante no olvidar que quien nos cuenta la historia tiene cincuenta años más, es una voz adulta que recuerda. Sabe cosas que ese niño de diez años no sabe. Pero también ha olvidado muchas otras cosas que ese niño de diez años sabía.

"La vida añadida más tarde, lejos de aquel lugar, no fue más que una divagación"

Podría decirse que esta novela breve es una novela de iniciación, de aprendizaje (bildungsroman se les dice). Y lo es, nuestro niño de diez años aprende a amar, ese verbo que no conocía -o no reconocía- hasta esa edad, ese verbo que le parecía una exageración de los adultos, ese verbo -amar- que le fastidia e incluso le irrita en su forma imperativa: ama. Pero también aprende lo que es la justicia. Porque si él conocía el comportamiento de los adultos hasta el punto de anticiparse a ellos, de conocer sus mentiras, de la distancia que hay entre lo que se dice y lo que se hace, ella sabe de animales y su comportamiento, ella sabe que existe la justicia en los animales ("en la naturaleza es imposible que tres machos se lancen contra uno").

La infancia es un territorio, Rilke decía que la infancia era la verdadera patria. Es un territorio que, en algún momento, perdemos. Posiblemente sea más importante de lo que parece aprender a decir adiós a esa infancia. Saber cuándo poner fin a una etapa, un momento, una persona... no implica olvidar. Implica aprender.

"Los peces no cierran los ojos" es un libro tipo cuencos apilables: el cuenco del primer amor, el cuenco del paso de la infancia a la adolescencia, el cuenco de un escritor de 60 años... Algo así es crecer, aprender, hacerse mayor, vivir: acumular cuencos unos dentro de otros. Cuantos más, mejor. Y que todos encajen a la perfección, como las capas de una cebolla, cada capa nueva cobijando a la anterior.

domingo, 5 de noviembre de 2023

La edad del desconsuelo (Jane Smiley)


"La confusión es visión perfecta y misterio absoluto al mismo tiempo. La confusión es ver sin saber"

Si tuviera que definir esta lectura con una imagen, sería la de un río: agua transcurriendo por un cauce. Sus aguas fluyen calmas pero implacables, aguas que inexorablemente llegarán a algún lago, mar u océano. El agua es cristalina y en su deambular por el cauce no necesita pensar: sigue su curso. Si observo ese río con detenimiento puedo observar su fondo y percatarme de sus piedras, lodos, algas, arena. Hoy en día, desafortunadamente, también podemos ver alguna lata de cerveza o plásticos cuya presencia empezamos a normalizar. El cauce del río puede descender o aumentar en función de lluvias y del deshielo.

Sigo observando este río que es "Los años del desconsuelo" y observo que de su interior surge de vez en cuando una burbuja. No me pregunto qué la causa, tal vez algún animal, o el río ha liberado una burbuja que había atrapado en alguna cascada o tal vez una burbuja de metano. A veces el agua se estanca. O se enturbia.

Cuando termino de observar el río soy consciente de que lo que he observado es algo natural, algo que transcurre sin pensarse. La cotidianidad de un río. Recojo mis bartulos y voy en busca de otro paisaje pensando en cuántas veces observaré las mismas cosas viendo cada vez algo distinto.

De lo cotidiano habla Smiley. Y lo hace con un lenguaje también cotidiano, cercano, divertido y fresco como una lechuga recién arrancada de la tierra. Un matrimonio bien posicionado económica, social y laboralmente. Tienen tres hijas. La vida les va niquelada, trabajan (ambos son dentistas), tienen dos casas, sus coches, sus hijas son maravillosas. Todo sobre ruedas. Hasta que llega la edad del desconsuelo.

Smiley sitúa la edad del desconsuelo en torno a los 35 años, puede ser antes pero raramente después de esa edad. Me remito a la RAE para definir la palabra desconsuelo: "Angustia y aflicción por falta de consuelo". ¿Por qué elige Smiley los 35 años? Yo qué sé, porque era la edad que más o menos tenía ella cuando escribió el libro, porque en algún punto lo tenía que situar... Y porque es la edad que tiene el narrador, Dave: 35 años. Me parece un acierto que la voz narrativa sea la de un hombre, esposo y padre, para narrar "La edad del desconsuelo", aunque yo lo habría titulado "La edad de la confusión"

Qué pretende narrar Smiley ya es algo que se me escapa ligeramente. Sí, la edad del desconsuelo, ese momento en el que sientes que todo se tambalea, que lo que creías tener son momentos que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Lo tienes todo y de repente tomas conciencia de la fragilidad de aquello que crees poseer. Y al tomar conciencia de esa fragilidad, todo se va al garete, de repente hay que reconfigurar, reiniciar, resetear, hacer algo. Hacer algo a veces es no hacer nada. El miedo puede ser más poderoso que el desconsuelo.

Dave, nuestro hombre a punto de descubrir el desconsuelo, es un hombre sin complicaciones, acepta la vida tal y como le viene. Es un hombre emocional, sensible, pero mantiene esas emociones y esa sensibilidad en el umbral del raciocinio. Todo bajo control, no es muy hablador y prefiere moverse en la superficie, donde es más eficaz y todo es más manejable. Un día su mujer, Dana, dice (así, al aire): "nunca más volveré a ser feliz". Tal vez a ella le haya llegado el desconsuelo un poco antes que a su marido; no lo sabemos realmente, porque a ella no la llegamos a conocer más que a través de Dave. En cualquier caso, a partir de ese momento concreto y de una gripe feroz que afecta a toda la familia, Dave conoce el desconsuelo. Lo hace en silencio. No parece que la comunicación verbal sea muy eficaz ni fluida en este matrimonio. Qué raro, ¿no?

Dave sospecha que su mujer está con otro hombre. Pero no le dice nada. No le habla de sus sospechas por miedo a que se confirmen. Él sólo quiere que ella le quiera. Y no voy a contar más de la ¿trama?. Y si le pongo interrogaciones a la palabra "trama" es porque la trama en cuestión es un día a día durante un período de tiempo en la vida de ese matrimonio. Ir al trabajo, ocuparse de las niñas, la casa, la lavadora, ver la tele, hacer la compra. Visto desde fuera y sin una voz como la de Dave que nos va contando no sólo qué hace, sino también qué piensa o cómo se siente, lo que veríamos sería algo terriblemente aburrido, anodino y normal. Lo cotidiano, como el río y su agua fluyendo. El desconsuelo surge así, como quien no quiere la cosa, sin nada excepcional que no ocurra millones de veces al día: hijos que enferman, la relación que se tambalea abrumada por la falta de pasión (carcomida y debilitada por el día a día). La vida que va pasando.

¿Qué me gustó de esta lectura? Sin duda su agilidad narrativa, realista y divertida. Te lees el libro de una sentada, aunque en algún momento parece no avanzar. Me agradó el peso que los silencios tienen en nuestro día a día y que mostrara los miedos que hay detrás de esos silencios.

¿Qué no me gustó? que en ese intento de equilibrar entre lo cotidiano, lo doméstico y su abrumadora superficialidad y el profundizar en el amor, el desamor y el desconsuelo, la balanza se me ha quedado algo descompensada, quizás porque me transmitió que para salvar ese desconsuelo es necesario empequeñecernos y renunciar. Ya no es amor, serán los cuidados y la compañía la protección ante el desconsuelo.

Tan realista Smiley que ese propio realismo no le permite ahondar en las causas y consecuencias de la aflicción, como si el peso del realismo trivializara el eje de "La edad del desconsuelo". O tal vez sea la ambivalencia que sentimos ante lo seguro, lo rutinario: esa sensación de vida gris y a la vez el permitirnos captar la importancia de esos espacios seguros que conforman nuestro día a día. Me han faltado mimbres que expliquen más profundamente el desconsuelo de Dave. Me ha gustado Smiley y su escritura realista y segura, confiada y eficiente (no tanto la historia). Repetiré.

".- Bueno, ya cantarás otras cosas. -Debí sonar irritado cuando mi intención era darle ánimos.
.- No quiero cantar otras cosas. -Sonó malhumorada cuando seguramente intentaba ser trágica."

Este diálogo describe muy bien las distorsiones de la comunicación, lo que realmente decimos vs lo que queríamos decir, lo que interpreta el receptor, las intenciones detrás de lo que se dice, el peso de silencio vs lo que decimos, lo que hacemos basándonos en lo que creemos no por lo que el otro dice, sino por lo que calla o por la interpretación que hacemos de la intención de lo que dijo...

Todo muy cotidiano y complejo. Así somos.