“Todos esos libros -incluidos los aburridos y los casi incomprensibles- me han hecho comprender más claramente lo que significa ser humano. Y valoro asimismo el temor reverencial que experimento al sentir que entro en contacto con la mente de otra persona, fallecida hace mucho tiempo, y que me hace saber que no estoy solo en este mundo. Ha habido otros que sintieron lo mismo que yo, y que, en ocasiones, acertaron a expresar lo inexpresable”
¿Os imagináis un mundo sin libros? Walter Tevis lo imaginó e intentó ahondar en las razones que llevarían a un mundo así. “Sinsonte” se sitúa (no se quiso pillar los dedos Tevis) en el siglo XXV, así que estamos ante un libro de ciencia ficción distópico, que no apocalíptico. Digamos que estamos ante una sociedad colapsada, pero no ha habido una gran catástrofe que haya provocado esa situación, más bien se ha llegado a ella de una forma bastante sibilina y torticera.
“Sinsonte” tiene tres voces claramente diferenciadas que nos van a narrar los hechos: Spofforth, un androide perfecto, poderoso y atlético de duración ilimitada (ya ha vivido unos cuantos siglos cuando le conocemos). Es un robot perteneciente a la serie Máquina Nueve, las más inteligentes, fuertes y lúcidas creadas por el ser humano. Spofforth es el único que queda de toda la serie, el único programado para continuar con vida. Porque el resto se suicidaron o se volvieron locos. Todos habían sido equipados con copias modificadas de un mismo hombre, un científico tan brillante como (¡ay!) Melancólico. Eso lo sabemos nosotros, pero no lo sabía Spofforth. Que por cierto, es la única voz de las tres que se nos presenta en tercera persona. Supongo que por poner cierta distancia emocional con el personaje.
Distancia emocional que no se tiene en el primer capítulo en el que la cercanía con Spofforth es de una cercanía tremenda. ¿Cómo no amar a este robot que cada año asciende el Empire State en Nueva York para intentar suicidarse porque está fatigado, fatigado de pensar y de no poder evitar sentir melancolía por una vida que sospechaba estaba enterrada dentro de él, una vida llena de emociones, una vida humana real? Pero está programado para vivir. Su cuerpo no responde a su mente cuando intenta quitarse la vida.
Así pues, tenemos a Spofforth, un robot triste y deprimido, por el que sentimos empatía visualizando su bella figura en lo alto del Empire State, incapaz de dar un paso que termine con su vida, una vida que se le ha impuesto (en esto no difiere mucho de los humanos, he de decir, que a nadie se nos pregunta si queremos nacer). Luego empezamos a sospechar que Spofforth oculta algo y nuestra empatía entrará en conflicto con sus intenciones (deliberadamente escondidas por Tevis).
Luego está Mary Lou. Una rebelde que vive al margen de la sociedad (aunque la sociedad de “Sinsonte” ya es de por sí una sociedad bastante marginal) porque no acepta las normas. Ha sido educada por un hombre que quizás fuera de los pocos con sentido común en esa sociedad del siglo XXV. El hombre, Simón, ya no vive, pero Mary Lou mantiene vivas muchas de sus enseñanzas que la llevan a ser ese espíritu rebelde necesario en cualquier sociedad (más aún en una sociedad en decadencia). Mary Lou es una narradora en primera persona, por lo cual comprendemos mejor sus pensamientos, intenciones y motivaciones. No serán muchas veces las ocasiones en las que Mary Lou nos cuente cosas, pero es un personaje necesario en “Sinsonte” (los tres personajes lo son) porque es el detonante, la conexión con Spofforth y con el tercer protagonista, Paul. Mary Lou es la inconformista, la que se salta las normas, la que intenta mantener una mente libre y curiosa, descontenta y descreída de la sociedad en la que vive.
Y finalmente tenemos a Paul Bentley, también un narrador en primera persona, que será de hecho quien más lleve el peso de la narración y quien más nos va a acercar a esa sociedad a la que nos ha llevado el desarrollo tecnológico.
Antes de continuar con Paul, hablemos un poco de esa sociedad. Si es que se puede hablar de sociedad, porque aunque sí que hay cierta “convivencia” y normas comunes, también hay ciertas características que se dan (al menos a fecha de hoy) en la sociedad humana que digamos que no están muy presentes en esta sociedad de “Sinsonte”: empatía, sentimientos, cooperación, cariño, emociones… Cultura.
Efectivamente, estamos ante una sociedad claramente idiotizada, que lo han dejado todo en manos de los robots. No es necesario tomar decisiones importantes, ni pensar, para qué los problemas. Así que todo el mundo a drogarse para vivir en esta sociedad en la que no hay robos ni asesinatos y es todo muy pacífico, pero con cero emociones. Gracias a las drogas no hay dolor, ni mental ni físico, de hecho quienes deciden suicidarse lo hacen casi con alegría porque no les duele nada, aunque decidan hacerlo ¡prendiéndose fuego! Y además en compañía.
En fin, que esta sociedad lleva tantas generaciones en manos de las máquinas que tanta automatización de actividades ha desembocado en una vida apática, sin interés, sin pensamiento crítico, sin capacidad de reflexiones, sin emociones, sin ningún propósito. ¿A qué nos ha llevado todo esto? A que las relaciones humanas sean prácticamente inexistentes, no existan familias, amor, intimidad, el sexo sea rápido y sin sentimientos, no haya dolor, penas, alegría, conversaciones, abrazos… Y tanta automatización y dejarlo todo en manos de los robots lleva también al olvido, ya no se recuerda la historia de la humanidad, las generaciones anteriores, ni siquiera hay memoria de la propia vida de cada uno. El analfabetismo instaurado borra la propia historia de la humanidad. La indiferencia es tan absoluta que no sólo la sientes hacia el otro, sino también hacia uno mismo.
Tanta negligencia lleva a “la muerte de la curiosidad intelectual” (un suicido, ya os lo digo) y las consecuencias no pueden ser más desoladoras: no existe el arte ni la cultura ni la filosofía ni la historia ni los libros… Ya no se sabe apenas ni sumar ni restar porque solo hay ocho precios para todo y muchas cosas (como el transporte) son gratis.
Peeeeero, volvamos a Paul Bentley, que como he comentado es con el que más tiempo vamos a pasar y quien más nos haga avanzar por esta historia. Porque Paul, casualmente, ¡¡aprende a leer!! Un descubrimiento casual, un método global de lectoescritura para niños, hace que Paul aprenda nada menos que a leer. En una sociedad en la que enseñar a leer está prohibido.
No quiero extenderme mucho más. Leer hace que Paul sustituya las drogas vigentes por otra droga: la de la lectura. Pero mientras las primeras adormecen (dan “sopor”) y atontan en una bobalicona felicidad de pacotilla, la droga de la lectura estimula emociones, sentimientos, reflexiones, pensamientos… Y una añoranza brutal por una vida que se perdió. Una en la que la sociedad no estaba paralizada por la tecnología. No se me olvide decir que la religión también tiene su papel en “Sinsonte”, contribuyendo a la idiotización, aunque sea por otros caminos que no sean los tecnológicos, sino más bien los del fanatismo. Qué desperdicio.
“Solo el sinsonte canta en la linde del bosque”
¿Por qué el título de “Sinsonte”? No lo sabemos, yo al menos no lo sé, aunque la frase anterior es una de las primeras que aprende a leer Paul y que le conmueve profundamente. Es una frase enigmática y bella, muy poética, y que se siente como un eje en torno al cual gira todo el libro. El sinsonte es el pájaro de “Matar a un ruiseñor”, el célebre libro de Harper Lee (y hermosa película). El título original era “Matar a un sinsonte”, pero en Europa los sinsontes apenas existen, así que se tradujo por ruiseñor. En cualquier caso, el libro de Harper Lee hablaba entre otras cosas, de la perdida de la inocencia de una forma injusta (y por ahí conecto con Spofforth).
¿Es el sinsonte inocente? Es un pájaro, un animal, así que bueno, sí, puede ser inocente. O no. En cualquier caso su habilidad es su capacidad de imitación (ya, los loros también lo hacen, pero no tanto ni tan variado como los sinsontes). Imita a otros pájaros, sonidos ambientales e incluso otro tipo de ruidos (como alarmas, teléfonos…etc), es capaz de aprender hasta 200 cantos diferentes a lo largo de su vida. Y es un pájaro muy territorial. Y como ataques a uno de ellos, le atacas a él y a todos los sinsontes cercanos, que irán en su defensa.
Dicho lo anterior el sinsonte de la frase es como la última voz viva, alegre y optimista, en un mundo en el que las palabras, la música, la belleza, tienen poco valor. Quizás el bosque sea el límite entre el abismo al que se encamina la sociedad ¿humana? por un lado, y la esperanza que llega de la mano de la capacidad de leer y de Paul y Mary Lou por otro.
Termino ya, aunque podría seguir. “Sinsonte” bebe de fuentes reconocidas y reconocibles pero Tevis le da un toque personal, una combinación diferente, y gracias a una narrativa directa, amena y ágil, vas fluyendo a través de una historia que, al finalizar, terminas pensando que en realidad tal vez el siglo XXV de “Sinsonte” no esté tan lejano o nos sea tan ajeno, no al menos algunos de los elementos y parámetros sobre los que gira la novela, que está claro que el avance tecnológico es imparable y que tampoco hay que cuestionarlo, pero sí al menos detenerse a entenderlo y pausarlo (se me ocurre) un poco, o al menos acompasar el avance tecnológico con el avance del ser humano porque mientras que uno evoluciona (y rapidito) el otro involuciona (muy rapidito también).
Gracias, Tevis
©AnaBlasfuemia