lunes, 4 de diciembre de 2023

Mi querido Mijael (Amos Oz)


"Escribo porque las personas a las que amaba han muerto. Escribo porque cuando era niña tenía una gran capacidad de amar y ahora esa capacidad de amar está muriendo. No quiero morir"

El párrafo anterior es el primer párrafo de "Mi querido Mijael". A ver quién no quiere continuar leyendo.

Es bien sabido que en el conflicto israelí-palestino la posición del escritor humanista Amos Oz era la del activismo por la paz. No voy a entrar a hablar sobre ese conflicto, el sentido común y la humanidad debería de ser suficiente (no lo es, lo sé). En cualquier caso no será este el tema central de "Mi querido Mijael", más allá de ser el telón de fondo en el que se desarrolla la trama que Oz quiere desplegar y que sirve también como escenario simbólico (social, pero también personal) del conflicto, la desconfianza y el aislamiento.

Para entender mejor la trama de este libro tenemos que remitirnos a la biografía del autor, con una infancia marcada por la tragedia: un padre violento y una madre que se suicidó a los 36 años de edad. Y es desde esa pérdida de su madre desde donde hay que guardar en la recámara mental del lector un (posible) contexto para enfrentarse a "Mi querido Mijael".

Aunque no sería hasta que superara la ira que sentía hacia su madre por haberse suicidado (y hacia su padre también) que Oz escribiera su libro autobiográfico "Una historia de amor y oscuridad" (2002), sin embargo, ya en "Mi querido Mijael" (1968) se puede ver un intento de Amos Oz por comprender a su madre, por entender sus motivaciones. Es cierto que "Una historia de amor y oscuridad" está considerada una novela autobiográfica y "Mi querido Mijael" no. Pero.

La voz que vamos a escuchar es la de Jana, el relato le pertenece a ella. No sabremos otro punto de vista más allá del que ella nos ofrece. Tampoco lo necesitamos. Mijael es su esposo. Que dos polos opuestos se atraigan no quiere decir que luego la relación sea sostenible ni que, precisamente por ser opuestos, se vayan a acoplar de forma armoniosa, proporcionando uno lo que el otro necesita o le falta. Posiblemente esa sea una idealización de la complementariedad en las parejas. O tal vez sea una realidad. A mí personalmente no me ha funcionado pero también es verdad que no me ha funcionado lo contrario, así que a saber. A Jana y Mijael, especialmente a ella, no les va bien. Un invento es eso de que los extremos se tocan.

"Mi querido Mijael" fue la segunda novela que escribió Oz. Es increíble lo que los buenos escritores son capaces de escribir así, casi de buenas a primeras. También es verdad que a veces los lectores dotamos a los libros que leemos de una complejidad y un trasfondo que a a lo mejor quién lo escribió no pretendía. Puede ser. Pero también puede ser que el propio escritor no se diera cuenta de los mimbres complejos de aquella escritura casi virginal y que la mirada del lector sea quien le aporte su razón de ser, ese trasfondo que era invisible para quien escribía pero no para quien lo leía. A saber. Como siempre, hablo por no callar, aunque valga más por lo que callo que por lo que hablo.

No es una novela de acción, tampoco la esperaba, lo que sucede es la vida de Jana desde que conoce a Mijael, su relación, su matrimonio, la familia que crean... No es una persona feliz, Jana. No es Mijael mala persona pero digamos que no le corre sangre por las venas, aunque le fluya la amabilidad. Pero Jana tiene un torrente en sus venas. Tal vez haya quien no empatice con ella pero no cabe duda que si Mijael fuera la voz que relatara ese periodo con su pareja nos aburriríamos bastante. Así que nos quedamos con la voz de Jana, con su intensidad, con su sufrimiento, su frustración... y su inestabilidad que roza la bipolaridad.

Pese al estilo casi austero (pero no carente de lirismo aunque sí libre de adornos superfluos) y con una prosa excelente en muchos momentos, la subjetividad de lo que cuenta Oz es casi exacerbada y hay una tensión expresiva que es más evidente cuando Jana calla que cuando se expresa. Intuimos que está en un callejón sin salida y en el que no hay un futuro lumínico.

Quizás la forma de ser, sentir y vivir de Jana sea una trampa para ella misma porque su mundo interior resulta impenetrable para los demás. Pero no para nosotros, porque Oz nos abre una puerta para que podamos acceder a su interior. Oz no juzga, expone. Creo que tampoco espera de nosotros ningún juicio.

Cuarenta años después, Oz afirmaba que no se atrevería a volver a escribir un libro desde la perspectiva de una mujer. Pues no lo sé pero a mí no me ha chirriado nada en "Mi querido Mijael". Al contrario, he disfrutado de esta conmovedora e inquietante historia, escrita hábilmente por un autor de los que es imprescindible tener en cualquier biblioteca que se precie.

jueves, 30 de noviembre de 2023

Siete pecados capitales (Milorad Pavić)


"Dicen que existen dos insomnios, como dos hermanas. El de antes de dormirse y el otro, después de despertar en plena noche. El primero es madre de la mentira, el otro es madre de la verdad"

No es novedad que el primer párrafo de un libro es crucial. A veces basta ese primer párrafo para saber que sí, que has acertado eligiendo esa lectura. O, al contrario, para saber que hace falta avanzar más para saber por dónde irán los tiros porque ese primer párrafo te ha dejado que ni fu ni fa, ni frío ni calor.

En el caso de "Siete pecados capitales" no sólo subrayas el primer párrafo prácticamente entero, es que luego te das cuenta que era toda una declaración de intenciones. Un párrafo que habla de pensamientos que son como cuartos (soleados o sombríos, que dan al río o a un sótano...) en los que a veces eres un mero inquilino. Y por las noches, en ocasiones, quedamos encerrados en esos cuartos y sólo los sueños nos liberan. Pensamientos, sueños e insomnio: los tres pilares que desdibujan la frontera entre realidad y fantasía.

Y así tenemos los cimientos de "Siete pecados capitales", un libro que es pura fantasía en todos los sentidos: surrealista, imaginativo y resuelto de forma brillante y divertida. También es un juego literario en el que Pavic no deja al lector al margen. Al contrario: te reta, te invita a participar, a ser un lector activo sin cuya implicación la lectura no sería completa ni eficaz ni placentera. Pero los hilos los mueve él, Pavic, así que a veces también nos deja fuera del juego, pero Pavic forma parte también de ese compromiso: él es, al igual que el lector, otro personaje más y es también el libro.

Quién sabe a quien pertenece un libro, si al lector o al autor, o a ambos, o puede que se pertenezca a sí mismo. Intentar reducir este libro a un esquema comprensible sería un esfuerzo tan ímprobo como baldío.

Se agradece (agradezco) este tipo de libros que implican y exigen al lector, los hace partícipes, sea para aceptar o rechazar la propuesta. No es un libro para lectores perezosos, o tal vez sí, pero sólo si quieren superar su pereza, esa que convierte los libros sin terminar de leer en entes etéreos y fantasmagóricos que flotan en algún lugar indeterminado buscando sus propias posibilidades, algún final, un destino, un reflejo en un espejo agujereado. ¿Un espejo con un agujero? os preguntáis: sí, ese en el que no se reflejan los lectores perezosos, ese espejo y ese agujero que (junto a otros elementos) sirven de hilo conductor entre estos siete relatos delirantes, oníricos y virtuosos.

"Si averigua cuál de los libros importantes para usted fue dejado a medias y lo termina tal vez podrá resolver el enigma del espejo y su agujero, descifrar quién es usted y quién soy yo, porque su agujero es en realidad el agujero dentro de usted..."

sábado, 25 de noviembre de 2023

Todo está tranquilo arriba (Gerbrand Bakker)


"Llevo tanto tiempo haciéndolo todo a medio gas... Hace ya tanto tiempo que sólo tengo medio cuerpo"

Conocí la palabra "demediado" de la mano del original Italo Calvino y su magnífico "El vizconde demediado". Por aquel entonces no había Google, así que tiré de enciclopedia y supongo que la definición era la misma que encuentras actualmente en la RAE: "Partir, dividir en mitades". El vizconde de Calvino era un hombre demediado como consecuencia de un cañonazo que le parte por la mitad y ambas partes del cuerpo sobreviven. En "Todo está tranquilo arriba", Helmer, el protagonista, es un hombre demediado. Demediado no al modo del realismo mágico del italiano, sino al modo del realismo íntimo de Bakker. Helmer tenía un gemelo, Henk, fallecido en un accidente de coche 30 años antes del momento en que se sitúa la narración, que se moverá entre pasado y presente para conocer a Helmer, su vida, sus decisiones, su historia y cómo ha llegado a ser un hombre demediado, a medias, incompleto.

Helmer en un momento dado de su vida se resigna, no es que tome una decisión, es que se conforma con asumir el papel de su hermano en la granja y vivir metiendo "la cabeza debajo de las vacas para poder dejar que todo siga su curso". Eso es lo que hace: dejar que las cosas sigan su curso en una granja acogedora, segura, pero también vacía, muy vacía. Sin querer pensar en la soledad. En la renuncia, en sus propios deseos y necesidades. Sin sentir, sin pensar. Esas orejeras de burro (curiosamente el único animal que le pertenece a Helmer) que no dejan ver los márgenes, sólo lo que hay delante, siendo el "delante" una especie de zanahoria hacia la que avanzas y nunca alcanzas, ajeno a lo que dejas a los lados, lo que dejas detrás, ajeno incluso al camino que pisas.

Helmer vive con su padre, ya anciano y con apenas movilidad, al que deja en la habitación de arriba. Así empieza "Todo está tranquilo arriba": el día que Helmer lleva a su padre a la habitación de arriba. Lo encierra, puesto que no puede moverse. También lo cuida. No lo juzguéis. Ese padre fue siempre un padre despótico que ignoró a su hijo Helmer y sólo tuvo ojos para su hermano (gemelo) Henk. La única mirada que sostuvo a Helmer fue la de su madre, una mirada suficiente para que Helmer pudiera soportar la situación. Insuficiente para recomponerle. 

"Tras su muerte ya no tenía a nadie a quien mirar, con quién mirarme, y eso fue lo peor"

Sin miradas que le vean, sin ojos a los que mirar, Helmer se protege de su propia soledad de la peor forma posible: ignorándose a sí mismo. Avanzando con el día a día de la granja, metiendo su cabeza debajo de las vacas. Pero esto cambiará. La llegada de una persona a la granja producirá la transformación que Helmer necesita. Bakker no tiene ninguna urgencia por contarnos esta transformación, algo que a algún lector le puede pesar, ese ritmo pausado, bucólico, sutil. Pero en verdad las grandes transformaciones personales se producen tal y como las narra Bakker: despacio, con tranquilidad, penetrando en uno mismo, empezando a generar la mirada más potente: la que se produce cuando alguien se empieza a mirar hacia dentro. A verse. Porque hasta ese momento Helmer se había ignorado a sí mismo pasando por la superficie de todo. Y ahora empieza a rascar esa superficie, a ver qué hay debajo. Y empieza a encontrarse con la soledad, los sueños perdidos, la vida, la muerte, las carencias... Al igual que hizo con su padre, encerrarlo "en la habitación de ahí arriba" para no verlo, para alejarlo de su cabeza, lo hizo con toda su vida: apartarla y aislarla para no verla. Esconderla "ahí arriba" como si no existiera. Hasta que empieza a mirar(se).

Helmer dejará de ser un hombre demediado. Y esto sucederá en cuanto Helmer empiece a mirar, a ver, a quitarse las orejeras. Ya no estará ciego. ¿Dolerá lo que ve? Claro, pero también aprenderá a conectar con aquello que le rodea y aquello que le sucede. Incluso aprenderá a salir de debajo de la sombra (larga, larguísima) de su hermano fallecido.

La prosa de Bakker es suave, íntima, con un discurrir tranquilo pero muy convincente y poderoso para crear una atmósfera que va penetrando sutilmente en el lector. Para mí fue una lectura acogedora, reconfortante incluso.

El libro comienza, como ya he dicho, con Helmer dejando a su padre en la habitación de arriba. Termina con Helmer en una playa de guijarros mirando el horizonte y diciéndose a sí mismo "Estoy solo". Pero ya no es un hombre demediado, no es una mitad.

"Sé que debo ponerme en pie, que ya será de noche en la maraña oscura de senderos y caminitos sin asfaltar, a través de los pinos, los abedules y los arces que los jalonan. Pero sigo sentado tan tranquilo. Estoy solo"

Solo, pero no aislado ni olvidado de sí mismo.


sábado, 18 de noviembre de 2023

El final de la historia (Lydia Davis)


"Hubiera sido más sencillo empezar por el principio, pero el principio significaba poco sin lo que venía a continuación, y poco significaba lo que venía a continuación sin el final"

Y está claro que Lydia Davis no pretende hacerlo sencillo. Aunque en sus cuentos (que es por lo que se la reconoce, de hecho esta es su única "novela") hay quien pueda confundir la brevedad de alguno de ellos, apenas un fragmento, con lo sencillo, tengo la sensación de que en sus instantáneas narrativas siempre hay una historia. Tiene que haberla, todo son historias. Así que me pareció llamativo que en su única "novela", lo que aparentemente quiere contar es el final de... una historia.

Sí, he entrecomillado varias veces la palabra "novela", aunque si entendemos por tal una narración en prosa de cierta extensión estamos ante una "novela", sin embargo si entendemos como narración el desarrollo de una historia (aunque sea para contar el final de la misma) no estaríamos exactamente ante lo que se entiende por "novela", al menos de forma convencional. La contraportada del libro nos habla de que se trata de la historia de una traductora que intenta escribir una novela sobre una "relación pasional y neurótica" que tuvo hace tiempo con un hombre más joven que ella. En realidad la historia en cuestión es más bien la de una escritora intentando escribir una historia que vivió. La construcción de esa novela es, para mí, la "historia" de este extraño y peculiar libro.

En cualquier caso no puede quedar al margen cómo, al intentar contar algo que sucedió hace tiempo, los recuerdos están ahí siempre con todos sus matices y su urdimbre: ¿son reales los recuerdos? ¿cuánto de imaginación y de olvido hay en ellos? Los recuerdos, todos lo sabemos, no son una reproducción exacta y milimétrica de lo sucedido. Hay vacios, espacios difuminados, fragmentos que no encajan y parecen estar a la deriva. Si quieres escribir sobre los recuerdos, convertirlos en un relato, tal vez se pretenda convertirlo en una sutura, en un cierre (un final) pero sin descartar que la imaginación puede ser más precisa que los propios recuerdos.

¿Cómo poner punto final a una historia? Tal vez no cuando la historia llegue a su final, sino cuando se cuenta la historia y la reconstruyes sabiendo qué vino a continuación. Nunca sabes qué va a suceder cuando una historia se inicia, pero al contarlo, al narrarlo cuando todo ha llegado a su fin, al recordarlo, comprendes todo lo que se desplegaba delante cuando esa relación se inició, ves ese lienzo que ya no está en blanco. Es entonces cuando puedes hacer literatura con lo sucedido. 

Así que si alguien se acerca este libro creyendo encontrarse con la historia de una relación tóxica, o neurótica, o confusa o pasional, pues se va a llevar una decepción. No hay nada emocional en "El final de la historia", no es lo que pretende Davis, es un experimento literario, metaescritura, disección de cómo funcionan los recuerdos, de cómo reconstruimos aquello de lo que apenas ya nos quedan unos pequeños detalles concretos y nítidos y muchas emociones ya están desdibujadas por esa imagen más o menos completa de lo que sucedió. Puedes recordar a las personas que amaste pero ¿recuerdas en qué momento preciso te enamoraste y se desencadenaron los latidos y se desplazaron de arriba hacia abajo, con una estampida de emociones trotando por las venas? ¿qué gesto inició el amor, qué mirada, qué palabra exacta? ¿es el amor repentino o gradual? ¿en qué momento se convierte en irreversible? ¿recuerdas el segundo exacto en que todo eso sucede?

Al recordar, los detalles precisos se entremezclan con los recuerdos desdibujados y confusos, se entremezcla lo inexacto con lo preciso. Inventamos también. Imaginamos, convertimos en certezas lo que tan sólo es una posibilidad o incluso un deseo. Nuestra narradora (tanto ella como él no tienen un nombre preciso, tienen varios de hecho, porque así se hace cuando se escribe una novela que, no olvidemos, es de lo que va este libro) describe muchos detalles, de hecho muchos párrafos son meramente descriptivos, buscando cierto rigor, una verdad estricta que renuncie a la imaginación. Pero no son detalles emocionales, son descripciones de hechos para los cuales también tiene varias versiones. De hecho los detalles son un batiburrillo de instantes que pueden ser relevantes o no porque todo dependerá de cómo quieras colocarlos en tu forma de recordar.

La narradora quiere escribir la novela pero está llena de dudas ¿qué es importante y qué no? ¿deben incluirse las partes aburridas, son relevantes? ¿debe seguir un orden cronológico o aleatorio? Como además la relación es extraña, llena de desconfianzas y silencios y contada desde la periferia (desde fuera), no se nos esconde la distancia de la misma, los silencios, los miedos, la irritación, la impaciencia, la incomodidad. La "novela" está dirigida a la inteligencia del lector, no a su corazón, porque estamos ante una reflexión del acto de escribir, o más bien ante la disección del acto de escribir autoficción/ficción y cómo la memoria es en verdad un lugar en continuo movimiento y cambiante según cuándo, cómo y para qué recuerdes.

En "El final de la historia" Lydia Davis es como el gato de Schrödinger: está dentro y fuera a la vez, una curiosa paradoja literaria en la que es generadora y a la vez receptora de sí misma, narradora que se narra en un bucle que está a ambos lados de la puerta (de la novela en esta caso)

domingo, 12 de noviembre de 2023

¿Hay alguien ahí? (Peter Orner)


"Estaba listo para ir a buscar otro ejemplar a ese agujero negro que constituye el cúmulo de libros que aún no leí. Las posibilidades infinitas me abruman"

De todas las cosas que me abruman (que son más de las que me reconozco a mí misma) la que mejor llevo es la que me provoca la ingente cantidad de libros que tengo en casa sin leer (y los que quiero releer). Me abrumo, claro. Pero me motiva a vivir muchos años (y van a tener que ser muchísimos) para tener tiempo a leer todo lo que quiero leer, a levantarme cada mañana sabiendo que encontraré un momento para coger un libro e introducirme en él . Y las editoriales no paran, no paran, no paran. No se dan cuenta que tenemos una vida limitada, un tiempo concreto, una existencia con fecha de caducidad ¿qué pretenden? En fin, hago lo que puedo, siempre con un libro a cuestas, aprovechando resquicios en el espacio-tiempo, esperas, tiempo libre, poniendo ganas (a veces no las hay, esto pasa), quitando ratitos al sueño y a otras necesidades y autoplaceres.

Peter Orner lo sabe bien, sabe bien de ese agujero negro de los libros sin leer. Qué gran lector, cómo me ha entusiasmado su manera de adentrarse en sus lecturas y conectarlas con sus vivencias. Pero también qué excelente manera de comunicar, de contarnos sus sensaciones lectoras. Y de contarse él. No he podido identificarme más con Orner: contarse a través de lo que lee (la esencia de mi blog: "lo que leo lo cuento y me cuento en lo que leo"). Callos tengo en las palmas de las manos. De aplaudir. Aplaudo desde el acuerdo, desde el reconocimiento, desde el hermanamiento.

"De lejos todas las demencias se parecen. Vistas de cerca se vuelven personales"

Soy de esas personas que se quedan meditando en una especie de limbo catatónico ante una frase desconcertante. El título de este libro ("¿Hay alguien ahí?") me produjo ese estado (una especie de cortocircuito en mi cerebro) que me provocan algunas preguntas a las que me siento impelida a contestar además de a cuestionarme qué hay detrás de esa interpelación. ¿Qué es "ahí"? ¿es una pregunta hecha desde el miedo a que haya alguien o desde la necesidad de que haya alguien, la necesidad de no sentirse solo? Hay preguntas que además de interrogaciones contienen exclamaciones (súplica, deseo). Qué poderoso es el lenguaje y qué poca importancia le damos en el día a día de nuestra comunicación verbal. Sin embargo el lenguaje escrito se resiste a ser menoscabado, a perder su poderío. Creo que esto es así por darse en un contexto íntimo (un mano a mano entre quien lee y el texto) y con una pausa poco habitual en el día a día, como un paréntesis o un oasis. Por eso para mí es necesario leer y encontrarme con buenos libros y grandes escritores cuyo lenguaje y su uso consiguen descifrarme, encaminarme, interrogarme, distraerme y/o tantas otras cosas.

"Padres e hijos. Ellos se ven reflejados en nosotros mientras huimos de esa imagen nuestra que nos devuelven"

"¿Hay alguien ahí?" es un libro muy generoso. Y lo es por partida doble: por un lado, Orner comparte con nosotros recuerdos personales y reflexiones. Por otra parte, es una defensa a ultranza de los relatos y cuentos, de los que tomaremos buena nota si no la habíamos hecho ya: Chéjov, Melville, Frank O'Connor, Gógol, Kafka, Eudora Welty, Virginia Woolf, Cheever, Hemingway, Mavis Gallant, Paul Léautaud, Gina Berriault, Bohumil Hrabal, Walser... Y más, porque Orner lee y lee mucho, en el sótano, en el hospital, en la selva. Y comparte con nosotros esas lecturas y los momentos en los que lee o las recuerda y así va entretejiendo su vida (dónde estaba, con quién, cómo estaba) con las lecturas. Es también la difícil relación de Orner con su padre, un lamento por su pérdida y por su separación matrimonial, un intento de redención. Es, pues, muchas cosas.

Un libro en el que me sentí muy cómplice, de esos que creas espacios de cercanía con el autor y su universo, una especie de conversación secreta y tácita entre Orner y yo porque no siempre cuando lees buscas otros mundos, sino que buscas el mundo en el que sientes que tú vives, que está aquí. Buscas rellenar el silencio con un diálogo y siempre reconforta encontrar habitantes en ese mundo lleno de libros y lecturas y vida vivida, sufrida, desperdiciada, aprovechada. Pura intensidad, la life. A veces pienso que detrás de ciertos lectores hay un vacío lleno de preguntas (sí, acabo de soltar un oxímoron como un piano de cola o una ballena azul de grande). Un vacío lleno de curiosidad.

"Hay libros que nos persiguen. Siempre lo he sabido"

Escribir (bien) es un arte. Pero leer también lo es. El arte de transformar dentro de ti lo que lees, el arte de la búsqueda dentro del texto, de interpretar el contenido del texto, de detectar las intenciones y la propuesta de quien lo ha escrito. Vale, admito que quizás exagero al decir que leer (bien) sea un arte (lo admito pero con la boca muy muy pequeña), pero estaréis conmigo en que al menos es una actividad altamente saludable: la mente cansada encontrará reposo en un libro, la mente inquieta encontrará sosiego, la mente torpe encontrará un detonante que la active, la mente dudosa encontrará alguna instrucción, la mente solitaria encontrará compañía, la mente vacía encontrará eco, la mente solitaria encontrará compañía, la mente curiosa encontrará incentivos, la mente aletargada encontrará intensidad, la mente perversa encontrará argumentos, la mente bondadosa encontrará solidaridad, la mente narcisista encontrará (cómo no) su ego, la mente perdida encontrará cobijo, la mente ansiosa encontrará voracidad... y así hasta el infinito. Cada mente lectora encontrará siempre su libro si lo busca.

Y si no lo encuentra, lea a Peter Orner, seguro que él tiene un libro para usted.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Los peces no cierran los ojos (Erri de Luca)


"La infancia acaba oficialmente cuando se añade el primer cero a los años. Acaba, pero no ocurre nada, uno se queda dentro del mismo cuerpo de crío atascado de los demás veranos, revuelto por dentro e inmóvil por fuera. Tenía diez años"

Diez años tiene el protagonista de "Los peces no cierran los ojos" (¿el propio Erri de Luca?), está dejando la infancia atrás pero aún no lo sabe, sabe que está aprendiendo a cantar en voz baja, que intenta aislarse leyendo mucho, que está empezando a llorar y por eso quiere seguir encerrado en su infancia, que ve a los adultos como niños deformados y llenos de patetismo y vulnerabilidad.

"Según mis diez años: nada era lo que parecía. La evidencia era un error, por todas partes había un doble fondo y una sombra"

Pero hay una evidencia que tiene nuestro niño de 10 años: la evidencia de su inferioridad. No pasa nada, la admite con humildad. En verano, su padre ausente, su madre sólida en casa, le gusta ir a la playa de los pescadores, contemplar las barcas y, si puede, subirse a alguna de ellas. Le gusta también hacer crucigramas, jeroglíficos, anagramas... Y leer. Será en la playa donde conozca a una chica que devora libros policíacos. La chica que un día dejará de pedirle que cierre sus ojos de pez cuando le besa.

Años después, cincuenta años después, ya no se acordará del nombre de la chica. Los recuerdos son así, caprichosos, selectivos, desmemoriados en su memoria. Los recuerdos no saben de nombres, de datos, saben de sensaciones, de detalles, de emociones. Es importante no olvidar que quien nos cuenta la historia tiene cincuenta años más, es una voz adulta que recuerda. Sabe cosas que ese niño de diez años no sabe. Pero también ha olvidado muchas otras cosas que ese niño de diez años sabía.

"La vida añadida más tarde, lejos de aquel lugar, no fue más que una divagación"

Podría decirse que esta novela breve es una novela de iniciación, de aprendizaje (bildungsroman se les dice). Y lo es, nuestro niño de diez años aprende a amar, ese verbo que no conocía -o no reconocía- hasta esa edad, ese verbo que le parecía una exageración de los adultos, ese verbo -amar- que le fastidia e incluso le irrita en su forma imperativa: ama. Pero también aprende lo que es la justicia. Porque si él conocía el comportamiento de los adultos hasta el punto de anticiparse a ellos, de conocer sus mentiras, de la distancia que hay entre lo que se dice y lo que se hace, ella sabe de animales y su comportamiento, ella sabe que existe la justicia en los animales ("en la naturaleza es imposible que tres machos se lancen contra uno").

La infancia es un territorio, Rilke decía que la infancia era la verdadera patria. Es un territorio que, en algún momento, perdemos. Posiblemente sea más importante de lo que parece aprender a decir adiós a esa infancia. Saber cuándo poner fin a una etapa, un momento, una persona... no implica olvidar. Implica aprender.

"Los peces no cierran los ojos" es un libro tipo cuencos apilables: el cuenco del primer amor, el cuenco del paso de la infancia a la adolescencia, el cuenco de un escritor de 60 años... Algo así es crecer, aprender, hacerse mayor, vivir: acumular cuencos unos dentro de otros. Cuantos más, mejor. Y que todos encajen a la perfección, como las capas de una cebolla, cada capa nueva cobijando a la anterior.

domingo, 5 de noviembre de 2023

La edad del desconsuelo (Jane Smiley)


"La confusión es visión perfecta y misterio absoluto al mismo tiempo. La confusión es ver sin saber"

Si tuviera que definir esta lectura con una imagen, sería la de un río: agua transcurriendo por un cauce. Sus aguas fluyen calmas pero implacables, aguas que inexorablemente llegarán a algún lago, mar u océano. El agua es cristalina y en su deambular por el cauce no necesita pensar: sigue su curso. Si observo ese río con detenimiento puedo observar su fondo y percatarme de sus piedras, lodos, algas, arena. Hoy en día, desafortunadamente, también podemos ver alguna lata de cerveza o plásticos cuya presencia empezamos a normalizar. El cauce del río puede descender o aumentar en función de lluvias y del deshielo.

Sigo observando este río que es "Los años del desconsuelo" y observo que de su interior surge de vez en cuando una burbuja. No me pregunto qué la causa, tal vez algún animal, o el río ha liberado una burbuja que había atrapado en alguna cascada o tal vez una burbuja de metano. A veces el agua se estanca. O se enturbia.

Cuando termino de observar el río soy consciente de que lo que he observado es algo natural, algo que transcurre sin pensarse. La cotidianidad de un río. Recojo mis bartulos y voy en busca de otro paisaje pensando en cuántas veces observaré las mismas cosas viendo cada vez algo distinto.

De lo cotidiano habla Smiley. Y lo hace con un lenguaje también cotidiano, cercano, divertido y fresco como una lechuga recién arrancada de la tierra. Un matrimonio bien posicionado económica, social y laboralmente. Tienen tres hijas. La vida les va niquelada, trabajan (ambos son dentistas), tienen dos casas, sus coches, sus hijas son maravillosas. Todo sobre ruedas. Hasta que llega la edad del desconsuelo.

Smiley sitúa la edad del desconsuelo en torno a los 35 años, puede ser antes pero raramente después de esa edad. Me remito a la RAE para definir la palabra desconsuelo: "Angustia y aflicción por falta de consuelo". ¿Por qué elige Smiley los 35 años? Yo qué sé, porque era la edad que más o menos tenía ella cuando escribió el libro, porque en algún punto lo tenía que situar... Y porque es la edad que tiene el narrador, Dave: 35 años. Me parece un acierto que la voz narrativa sea la de un hombre, esposo y padre, para narrar "La edad del desconsuelo", aunque yo lo habría titulado "La edad de la confusión"

Qué pretende narrar Smiley ya es algo que se me escapa ligeramente. Sí, la edad del desconsuelo, ese momento en el que sientes que todo se tambalea, que lo que creías tener son momentos que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Lo tienes todo y de repente tomas conciencia de la fragilidad de aquello que crees poseer. Y al tomar conciencia de esa fragilidad, todo se va al garete, de repente hay que reconfigurar, reiniciar, resetear, hacer algo. Hacer algo a veces es no hacer nada. El miedo puede ser más poderoso que el desconsuelo.

Dave, nuestro hombre a punto de descubrir el desconsuelo, es un hombre sin complicaciones, acepta la vida tal y como le viene. Es un hombre emocional, sensible, pero mantiene esas emociones y esa sensibilidad en el umbral del raciocinio. Todo bajo control, no es muy hablador y prefiere moverse en la superficie, donde es más eficaz y todo es más manejable. Un día su mujer, Dana, dice (así, al aire): "nunca más volveré a ser feliz". Tal vez a ella le haya llegado el desconsuelo un poco antes que a su marido; no lo sabemos realmente, porque a ella no la llegamos a conocer más que a través de Dave. En cualquier caso, a partir de ese momento concreto y de una gripe feroz que afecta a toda la familia, Dave conoce el desconsuelo. Lo hace en silencio. No parece que la comunicación verbal sea muy eficaz ni fluida en este matrimonio. Qué raro, ¿no?

Dave sospecha que su mujer está con otro hombre. Pero no le dice nada. No le habla de sus sospechas por miedo a que se confirmen. Él sólo quiere que ella le quiera. Y no voy a contar más de la ¿trama?. Y si le pongo interrogaciones a la palabra "trama" es porque la trama en cuestión es un día a día durante un período de tiempo en la vida de ese matrimonio. Ir al trabajo, ocuparse de las niñas, la casa, la lavadora, ver la tele, hacer la compra. Visto desde fuera y sin una voz como la de Dave que nos va contando no sólo qué hace, sino también qué piensa o cómo se siente, lo que veríamos sería algo terriblemente aburrido, anodino y normal. Lo cotidiano, como el río y su agua fluyendo. El desconsuelo surge así, como quien no quiere la cosa, sin nada excepcional que no ocurra millones de veces al día: hijos que enferman, la relación que se tambalea abrumada por la falta de pasión (carcomida y debilitada por el día a día). La vida que va pasando.

¿Qué me gustó de esta lectura? Sin duda su agilidad narrativa, realista y divertida. Te lees el libro de una sentada, aunque en algún momento parece no avanzar. Me agradó el peso que los silencios tienen en nuestro día a día y que mostrara los miedos que hay detrás de esos silencios.

¿Qué no me gustó? que en ese intento de equilibrar entre lo cotidiano, lo doméstico y su abrumadora superficialidad y el profundizar en el amor, el desamor y el desconsuelo, la balanza se me ha quedado algo descompensada, quizás porque me transmitió que para salvar ese desconsuelo es necesario empequeñecernos y renunciar. Ya no es amor, serán los cuidados y la compañía la protección ante el desconsuelo.

Tan realista Smiley que ese propio realismo no le permite ahondar en las causas y consecuencias de la aflicción, como si el peso del realismo trivializara el eje de "La edad del desconsuelo". O tal vez sea la ambivalencia que sentimos ante lo seguro, lo rutinario: esa sensación de vida gris y a la vez el permitirnos captar la importancia de esos espacios seguros que conforman nuestro día a día. Me han faltado mimbres que expliquen más profundamente el desconsuelo de Dave. Me ha gustado Smiley y su escritura realista y segura, confiada y eficiente (no tanto la historia). Repetiré.

".- Bueno, ya cantarás otras cosas. -Debí sonar irritado cuando mi intención era darle ánimos.
.- No quiero cantar otras cosas. -Sonó malhumorada cuando seguramente intentaba ser trágica."

Este diálogo describe muy bien las distorsiones de la comunicación, lo que realmente decimos vs lo que queríamos decir, lo que interpreta el receptor, las intenciones detrás de lo que se dice, el peso de silencio vs lo que decimos, lo que hacemos basándonos en lo que creemos no por lo que el otro dice, sino por lo que calla o por la interpretación que hacemos de la intención de lo que dijo...

Todo muy cotidiano y complejo. Así somos.

jueves, 2 de noviembre de 2023

La avería (Friedrich Dürrenmatt)

 


"Los destinos transcurren todos de igual manera"

¿Veis este libro? Su tamaño es de la palma de mi mano y fue publicado por la editorial Periférica en 2020. ¿Lo habéis visto mucho en redes sociales? He estado fuera de ellas mucho tiempo y los blogs literarios (al menos el mío) son una especie en peligro de extinción, existen casi para consumo propio. Así que no puedo afirmar que haya sido un libro ignorado, poco "cacareado" por redes, pero tengo esa sensación. Oye, que igual me equivoco, eh, y ha sido un boom y no me he enterado. Que es una realidad que yo voy a lo mío y he decidido ignorar deliberadamente cierta dinámica bookstagramer y la mayoría (que no todos) de los blogs literarios, así que me disculpo de antemano si estoy siendo inexacta.

Pero, por si acaso estoy en lo cierto, ya os lo digo: esta novela breve es una exquisitez. Y lo es porque crees que estás ante una extraña intriga judicial y te encuentras con una crítica impecable sobre la arbitrariedad de la justicia, la (doble) moral, la responsabilidad, la ética, el mal. ¿Somos tan inocentes como presumimos serlo? ¿la violencia sólo lo es si se ve? ¿si eres consciente de tu culpa vas y lo asumes? ¿eres consciente de tu culpa?

"La avería" fue publicada originalmente en 1956 pero sigue siendo de actualidad como lo son todos los temas humanos, especialmente nuestras flaquezas y debilidades. Hay cosas que nunca cambian. Hay épocas en las que esas debilidades son más flagrantes y otras en las que se imponen de forma más sibilina. Por ejemplo, la soberbia. O la banalización del mal (¿os suena?).

Dürrenmatt desarrolla "La avería" de forma inteligente e ingeniosa. La idea de la que parte es original, pero es que además luego la construye y desarrolla de forma muy amena, generando el suficiente contenido para impulsar a la reflexión. De hecho este relato apareció en distintos formatos (televisión, radio, teatro, novela) en los que apenas había variación en la trama, pero no todos tenían el mismo final.

La situación planteada parece absurda, incluso un chiste: una avería de su coche obliga al protagonista a pernoctar en un pequeño pueblo, en donde va a compartir velada con un juez, un abogado, un fiscal y un verdugo (ya retirados) que le van a proponer participar en una representación teatral en la que cada uno representa su antigua profesión. El único papel vacante es obvio, así que nuestro protagonista acepta, entre divertido y curioso, asumir ese papel: ser el acusado. Acusado ¿de qué? ¿por qué? si nuestro protagonista es (según él mismo) pura inocencia. De hecho se siente ABSOLUTAMENTE inocente. Ay, la arrogancia. Y, ay, la culpa. Así te veas a ti mismo, así sentirás (o no) la culpa. Pero la imagen que uno tiene de sí mismo no es inmutable. Ergo, el sentimiento de culpa tampoco.

"Había matado porque para él lo más natural era arrinconar a alguien, proceder con desconsideración pasase lo que pasase"

Normalizar el acoso, la desconsideración, la soberbia, pasar por encima de otros pisoteándolos... En fin, con los tiempos que corren poco más puedo decir, excepto que lean (si les apetece) esta pequeña joya que está considerada como una comedia. Lo acepto, es una comedia, mejor dicho: una parodia, y no voy a negar que las comedias tiene un humor negro que es muy eficaz para llevarnos a la reflexión y transmitirnos mensajes con notable carga de profundidad que no nos van a dejar indiferentes. Todo ello siendo además “La averíauna lectura muy entretenida y ágil.

sábado, 28 de octubre de 2023

La familia grande (Camille Kouchner)


"Huye de la familia [...] Tan solo pertenecemos a los grupos que elegimos"

La familia es una hidra indestructible, entre lo humano y lo eterno, el mito y la realidad. La hidra de agua dulce, invertebrada, con múltiples extremidades que se autoregeneran y que se repliega si se siente atacada. Con sus células urticarias que utilizan tanto para defenderse como para atacar y que producen ardor y picor. Eso son las familias: hidras.

"La familia grande" es autoficción, una autobiografía novelada. O, como lo define Sergue Doubrovsky, "ficción de acontecimientos reales". Nos advierten que "la autora ha cambiado algunos nombres". No se nos dice nada de los hechos, el libro se nos presenta como un testimonio, como una historia del poder de la escritura para liberarse y restablecer lo justo ahí donde la justicia se ausenta.

Comencé a leer la historia de Camille Kouchner como una página en blanco que se va rellenando según lees. Mi memoria tiene una extraña característica: se niega a quedarse con datos, nombres, fechas. Digamos que es una memoria sensorial, episódica, pero nada semántica. Así que no relacioné el apellido Kouchner con nada.

Cuando terminé el libro entonces busqué la información. No antes. Aunque hubiera querido hacerlo Camille Kouchner y su inteligencia narrativa (su inteligencia en general) me lo impidió, porque leí el libro abducida, casi del tirón, recibiendo cada pellizco que me propinaba como un acto de conciliación, de acuerdo y comprensión milimétrica. Iba a decir que me sumergí en la lectura (modo apnea) pero en verdad donde me sumergí fue en la mente de Camille, en sus procesos mentales y emocionales, en su mirada, en su vivencia.

"Todo dicho, nada explicado"

El ritmo narrativo es (iba a decir frenético) brillante, de gran pureza. Camille es (muy) inteligente y directa, no necesita dar rodeos a aquello que en su cabeza ya ha dado muchos (rodeos). Es sobria en su crudeza, sin excesos a la hora de reflejar su compleja y atormentada familia pero también a una sociedad corrupta.

Una familia que, como tantas otras, vertebraba los veranos en torno a las reuniones, las comidas, las fiestas, las discusiones. Quién no tiene recuerdos de esas alegres reuniones familiares con el sol, el calor, los niños y los adultos, los juegos, las cartas, los baños, las risas, los bailes, los interminables debates con un vaso en una mano y el cigarro en la otra... 

No nos equivoquemos, los primeros influencer, desde tiempos inmemoriales, han sido las familias, generando valores y creencias, condicionando decisiones e influyendo en los miembros más jóvenes que no cuestionan la credibilidad de los adultos.

Imagen. Los influencer son una imagen, esa foto estática que nos oculta lo que hay detrás. Como las familias cuando escarbas en esa foto, en aquello que (digamos) transcurre de puertas para adentro. O en todos los silencios, esos que claman al cielo. O en ese mirar hacia otro lado porque si no lo miras y no hablas de ello, no existe. En ese tirar hacia adelante con todas las orejeras bien desplegadas, ese no salirse del camino único, no mirar más allá de un insondable punto fijo al que nunca se termina de llegar, como no se llega nunca a esos destinos indeterminados, sin forma definida, pese a haberlo establecido como un modelo ideal. La mal entendida libertad.

Las familias son hijas directas de la sociedad en la que viven. En la historia que nos cuenta Camille, la sociedad intelectual no queda impune:

"A partir de 1990, la izquierda revolucionaria cede ante la izquierda caviar"

Hay un trauma familiar. El traumón. Porque luego hay otros traumas también de los que no se habla, esa invisibilidad del dolor en las familias. Los secretos. Suicidios, violencia sexual. Kouchner acierta plenamente al poner el foco en escuchar a las victimas más que en castigar a los agresores. Porque el silencio es la mayor de las injusticias, así condenen a pena de muerte al agresor, porque ese silencio castiga de nuevo a la persona agredida. Quizás esta parte es la que algunas personas pueden no entender, pero para mí está nítido.

"La familia grande" es mucho más que el trauma (que fue un grito a voces). Es la relación intrafamiliar, la relación madre-hija, la sociedad intelectual e izquierdista hija del mayo del 68, la enfermedad mental, los silencios, el abordaje de temas tabú como el incesto y el suicidio, el recorrido mental, emocional y personal de la inteligente Camille. Es (también) un libro sobre la culpa, que es la auténtica hidra mítica, el monstruo del inframundo con múltiples cabezas. 

Muchas lecturas tiene este libro. Es más complejo, muchísimo más, de lo que parece en una primera lectura. Por eso me ha parecido tan brillante y lúcido.

"Perseguía su mirada. La quería tantísimo"

miércoles, 25 de octubre de 2023

A contraluz (Rachel Cusk)


"Me gustaría volver a ver el mundo con más inocencia, de forma menos personal"

A mí también me gustaría. Me gustaría saber cómo vería el mundo si pudiera mirarlo de forma más inocente, algo así como sin ser yo. Y eso que me considero una persona bastante inocente. Y también lo contrario, porque los opuestos conviven en mi con la tozudez de un vendaval. Pero incluso cuando toda yo era inocencia pura, la extrañeza ante lo que veía y me rodeaba era marca de la casa.

Parece imposible ver el mundo sin que lo personal matice esa mirada, incluso con la mirada más empática del mundo mundial y el esfuerzo más generoso por ser objetiva parece inevitable dejar de lado lo personal puesto que esta persona que soy tiene conocimientos e ignorancias, aciertos y errores, criterios y opiniones, valores y desinformación, límites confortables y espacios de inseguridad.

En realidad todo lo anterior no tiene nada que ver con el libro. O sí. Porque escogí la cita inicial para intentar entender este extraño libro de Rachel Cusk. He relacionado esa frase con el título del libro ("A contraluz") en un esfuerzo por comprender qué pretendía Cusk contar o transmitir. Cuando ves algo a contraluz lo que ves es principalmente la forma de aquello que se interpone entre tu mirada y la luz, los contornos. Algo así como una sombra bien delimitada. Pero no deja de ser una sombra, un perfil definido en cuanto a la forma, pero no tanto en cuanto al contenido de esa forma. 

Al iniciar la lectura sus primeras páginas me parecieron muy interesantes. Por detalles que quizás no sé expresar pero que tienen que ver precisamente con cómo Cusk en pocas páginas y con acciones comunes (una cena, el despegue de un avión, la charla con el compañero de asiento en el avión) disecciona con más o menos precisión el alma humana en la sociedad actual. Ah, pensé, Cusk va a ser de esas narradoras que construye a partir de detalles, como hacen los buenos observadores y con poderosa imaginación. Construir historias a partir de fogonazos. Eso me parecía que iba a ser este libro. Incluso pensé que nos iba a proponer un juego: contarnos historias que luego la propia narradora desmontaba.

Porque de eso sí va el libro, de narradores. Aquí no hay diálogos, hay narraciones, todos se narran. Así que pensé que era una propuesta lúdica, que Faye (la protagonista, cuyo nombre solo se menciona una vez) se iba a dedicar a escuchar a toda esa gente que parece que tiene tanto que contar de sí misma (y una facilidad pasmosa para hacerlo) y que luego, en plan cómplice con el lector, Faye desmontaría la narrativa de su interlocutor con la facilidad de un chasquido de dedos.

O que tal vez Faye se contaría a sí misma a través de lo que otros cuentan de ellos. Y sí, pero no. Como casi todo el libro: sí pero no. Parece que, y a veces sí, pero entonces no, los difusos límites entre ilusión y realidad, juego de espejos, ir desde el detalle trivial al existencialismo de la vida... Y al final ni idea de lo que pretendía Cusk, quizás todo eso pero deja a Faye sin narrarse ni, en muchas ocasiones, intervenir sobre lo narrado. Ni guía al lector ni tampoco nos da mucha posibilidad de recibir algo lo suficientemente masticado, sólo nos queda aceptarlo o rechazarlo.

Un mérito tiene este libro para mí. Y es algo personal. Me ayudo a entender un pequeño misterio (que no es tanto en realidad) que tengo muy presente. Porque hay dos situaciones que relata Cusk que me gustaron mucho, me parecieron muy lúcidos. Curiosamente ambos tienen que ver con niños (la relación fraternal entre dos niños que pasan del amor al odio y cómo los bebés en la trona tiran objetos para que el adulto se los vuelva a entregar y ellos vuelvan a tirarlos).

El problema es que la ilusión y el disfrute de esas primeras páginas no se han sostenido durante el resto de la lectura. Esas narraciones extensas, verborreicas, de cada persona con la que Cusk se iba encontrando se me empezaron a hacer cansinas, me forzaban a la pasividad (pese a que Cusk deja en muchas ocasiones que sea el lector, y no Faye, quien enjuicie aquello que lee), a recibir sin más ese torrente de vivencias y su interpretación egocéntrica y personal. No es que me molestara porque fueran historias personales, sino por el egoísmo y narcisismo que contenían algunas de ellas. O así me llegaban. Además que alguna de ellas me parecieran lejanas, frías y no sé si decir aburridas, insustanciales. Innecesarias tal vez. Faye tal vez pretendía ser un tamiz de esas historias que recibe, pero al hacerlo a contraluz únicamente filtra los contornos de una forma opaca.

Un libro desconcertante, un poco como sin rumbo o sin un horizonte que pudiera atisbar con claridad. Pero me lo leí hasta la última página y admiré algunas de las reflexiones mostradas y en verdad tienes la sensación que de cualquier detalle puede surgir un relato, una narrativa, lo cual supongo que es la base de cualquiera que pretenda escribir (y ser escritor ni es fácil ni es una autoetiqueta que podamos colgarnos con ligereza). En definitiva: no es mal libro, pero aquí empieza y aquí termina mi relación con Cusk (por si acaso aclaro: las intenciones son eso, intenciones, no decisiones definitivas e inamovibles, sino decisiones altamente probables. Que nos conocemos)

domingo, 22 de octubre de 2023

Dime una adivinanza (Tillie Olsen)


"Además, ¿cuándo queda tiempo para recordar, cribar, sopesar, estimar o hacer balance? En cuanto empiece, alguien me interrumpirá y tendré que volver a recogerlo todo una y otra vez. O si no, quedaré sepultada por todo lo que hice o no hice, lo que debería haber sido y lo que no pudo evitarse"

"Aquí estoy, planchando" es el primer relato de los cuatro que componen "Dime una adivinanza". Una mujer planchando, un acto tan doméstico (y que personalmente aborrezco y evito todo lo que puedo). Parecería que planchar es placentero, relajante, un movimiento hacia delante, hacia atrás, repetido, desarrugando la ropa. Visualmente los movimientos repetitivos, que incluso asemejan un balanceo con la plancha en la mano, pueden parecer sencillos, banales. Pero el cuerpo y el movimiento suele ir acompañado de un interior activo, una mente que piensa, reflexiona. Esa es la acción, el leitmotiv de "Aquí estoy, planchando". Planchando y de paso cavilando, repasando la relación de una madre con su hija, sopesando lo vivido.

"Aquí estoy, planchando", es un relato poderoso, poderosísimo (quizás eso lastre un poco el resto de relatos). Tal vez por ser el único de los cuatro relatos que usa la primera persona, lo que nos aproxima más a la historia y la hace más cercana, pero resulta ser el más contundente para expresar lo que entiendo es la columna vertebral de los cuatro relatos: la precariedad (también maternidad, familia, desigualdad...)

¿Qué pasaría si existiera universalmente la igualdad de oportunidades? Para todo el mundo. ¿Qué pasaría si el acceso a la educación, a la sanidad, a la vivienda, al mundo laboral..., fuera exactamente IGUAL para todos? Para todo el mundo, insisto. Igualdad de oportunidades. No nos lo muestra Tillie Olsen, qué sucedería si esto fuera así. Nos muestra justo lo contrario: lo que es la vida para quienes no pueden acceder a sus propias posibilidades porque su entorno es la penuria y es la desigualdad por ser mujer o por tener un color diferente al blanco inmaculado o eres madre, o pobre o todo lo anterior a la vez o la vida decide por ti a qué puedes acceder o aspirar.

No conseguir aquello que soñamos es de las situaciones más frustrantes a los que nos enfrentamos. Cierto que suele ser más habitual de lo que solemos reconocer. La vida suele parecerse poco a aquello que creíamos iba a ser. Reajustamos expectativas, sueños y deseos constantemente. Con suerte conseguimos estar en paz con lo que tenemos y somos. La injusticia no está ahí, en haber soñado de más. La injusticia está en que no se te den oportunidades para conseguir aquello que soñabas. Porque ya lo sabemos, eso de perseguir tus sueños, si lo sueñas lo consigues y bla bla bla, es un invento peligroso que nos intentan colar continuamente para que si fracasamos sea nuestra responsabilidad y no de la falta de oportunidades. 

Hay sueños básicos: tener una familia, cierta solvencia económica, estabilidad laboral, una vivienda, una educación, salud... etc. ¿Quién no sueña con eso? Soñar con lo que debiera de ser un derecho universal. Pero ¿y las oportunidades y la igualdad de posibilidades para conseguirlo? No partimos todos desde el mismo lugar, ni a veces tenemos al alcance de nuestra mano lo más básico para conseguir tener una vida digna. Ni todo el mundo parte con la misma posibilidad ni oportunidad.

La mujer que plancha en el primer relato no tiene nombre, es todas las mujeres, generaciones de mujeres "infinitas, valerosas, incorruptibles" (como las define la propia Tillie en su dedicatoria final). Aplaudí este relato hasta enrojecer la palma de las manos. Y si bien es cierto que, como he comentado, este primer relato vibrante, enorme, lastra el resto de relatos (aunque en el último, que da título al libro, vuelve a alzar vuelo), he admirado la perspectiva de Olsen. Perspectiva de mujer, sin duda, tan necesaria de voces que han sido (son) silenciadas y menospreciadas, o se manipula su voz (que no sé que es peor). El flujo de conciencia de la mujer que plancha es la conciencia de todas.

Olsen lo tenía claro: "La visibilidad conforma la realidad". Visibilicemos.

jueves, 19 de octubre de 2023

El show de Gary (Nell Leyshon)


"Allí vamos, pasen y vean. Por aquí, eso es. Toma asiento. Coge el libro. ¿Todo bien? ¿Estás cómodo? Estupendo. Pues que empiece el show de Gary"

Nell Leyshon con "Del color de la leche" consiguió crear un personaje, Mary, de esos que permanecen en la memoria del lector durante mucho tiempo. "El show de Gary" es también un libro que gira en torno a las memorias de un personaje. Digamos que Gary es el reverso de Mary. Toda la alegría, vitalidad, fuerza y honestidad que tenía Mary le falta a Gary. Si adoramos en su momento a Mary, despreciaremos a Gary. Miento, tampoco produce desprecio. Indiferencia más bien. El problema es que no es indiferencia lo que Gary (ni Nell Leyshon) querría provocar.

La narrativa ágil a base de frases, capítulos cortos y diálogos fluidos que enganchan a la lectura sigue siendo una herramienta que Leyshon maneja a las mil maravillas, eso es innegable. Pero además de esa narrativa seductora (por lo fluida que hace la lectura) es poco lo que puedo valorar positivamente de este libro. Todo lo demás me ha sobrado, que es lo mismo que decir que me ha sobrado esta lectura.

Tal vez Leyshon ha querido hacer algo tan diferente a "Del color de la leche" y al personaje de Mary que forzó una historia totalmente contraria, pero también totalmente fallida. Es extraño, porque es como si Leyshon hubiera renunciado a todas las virtudes y habilidades que hicieron de "Del color de la leche" un libro impactante y muy atractivo y hubiera decidido escribir un libro más cómodo, menos trabajado, cogiendo tópicos de aquí y allá y poniendo su pericia narrativa como colchón para que el libro funcione. No basta, no me ha bastado.

El problema para mí es que todo lo que cuenta Leyshon ya está narrado (y se seguirá haciendo) muchas veces y mejor. Familia disfuncional, padre ladrón y maltratador que pasa más tiempo en la cárcel que fuera. Madre maltratada y alcohólica. Una infancia de maltratos físicos y emocionales, una infancia de abandonos. Víctimas que se convierten en verdugos. Vale que ya está todo contado pero la gracia está en que se haga dando una vuelta de tuerca, aportando un nuevo matiz que te resulte sorprendente, una combinación de elementos novedosa, una narrativa que te deje pasmada, un lenguaje torrencial que apabulle y te fascine... No sé, hay muchas formas de que sigamos dando la vuelta a la tortilla a los mismos temas y que alguna de esas formas sea lo suficientemente novedosa, creativa u original como para que no suene repetido o facilón.

He sentido que en "El show de Gary" las costuras eran muy evidentes, nada sutiles y con poca capacidad de sorprender. Una fluidez en la narración que te arrastra como único sustento es poco bagaje para obviar el exceso de clichés. Si "El show de Gary" pretendía ser las memorias de una persona que provoca repulsión pese a su terrible infancia, pero que avanza hacia su propia redención de forma que el lector haga ese recorrido emocional desde el desprecio al reconocimiento porque el protagonista consigue salvarse a sí mismo... pues no ha funcionado. Al menos no lo ha hecho conmigo y así lo he leído y contado.

domingo, 15 de octubre de 2023

Peces de colores y hormigón (Maartje Wortel)


"Éste es el comienzo. (De momento puedo decirte que el comienzo es lo que más dura, es el impulso inicial. El final es un punto. Sólo un punto. Pero si miras con detenimiento, verás que ese punto es una abertura, un minúsculo agujero por el que puedes pasar. Tras él, un nuevo y largo comienzo te está esperando. Si quieres, esto no acaba nunca.)"

Es la tercera vez que leo este libro. Las dos anteriores fui incapaz de escribir nada sobre su lectura. No entendía la razón: este libro es una puñetera maravilla (para mí, siempre para mí, porque de eso va esto: de lo que leo y cómo me encuentro o desencuentro en las lecturas). Pero no conseguía decir nada de él ni saber la razón de ese bloqueo. A la tercera fue la vencida: ya he entendido.

Hay libros que se vinculan con momentos de tu vida y quedan unidos a ella con naturalidad porque te encuentras en ellos. Y me cuesta encontrarme fuera de mí misma. Sólo lo he conseguido con los libros, la música, el cine, el arte, la naturaleza. Con las personas, algunas, he creído encontrarme. Pero no. No totalmente.

"A veces creía haber encontrado a alguien, durante un tiempo hablamos el mismo idioma, pero al final sólo quedaban peces de colores y hormigón, que suena muy bien pero habría que ver cómo termina algo así."

Me he encontrado en "Peces de colores y hormigón", como en su momento lo hice en "La niña del faro", de Jeanette Winterson, con el que tiene mucho en común: los aforismos y metáforas, las historias, la (des)estructura narrativa, la magia, el sentimiento, la emoción del asombro, del reconocimiento, los comienzos y finales.

Vibrar leyendo como vibran los anillos de la siringe de los pájaros para lograr su canto, vibrar como el canto de un colibrí. Y yo respondo como las plantas al sonido de sus polinizadores: menos gasto energético y más producción de azúcar. Azúcar saludable. Puro néctar.

Hay libros que están vivos, muy vivos. Respiran. Si prestas atención, si escuchas, si te dejas llevar, eres capaz de escuchar su respiración, puede que incluso te parezca que contienes el aliento para sentir esa inspiración y espiración. En realidad no es que hayas dejado de respirar, es que has acoplado tu respiración a la suya, a la del libro, respiras al unísono. Corres el maravilloso peligro de sufrir contagio emocional con lo que estás leyendo, con las palabras que penetran en ti, compartiendo la emoción que desprenden en una sincronía. Tantos libros, tantas lecturas. Y coincidir.

No me pidáis que dé una forma concreta a esta lectura y a este libro. Lo concreto puede ser muy eficaz en determinadas situaciones pero dejarte llevar por aquello que no tiene forma definida ni reglas es una manera de comprender(se) y reconocer(se). Y es la mía.

"Hay una gran diferencia entre querer realmente algo y creerlo. Me refiero a creer que lo quieres. Si sólo crees que lo quieres, el deseo acaba en el mismo momento en que sientes que lo tienes. Cuando quieres algo de verdad, el deseo comienza en el momento en que sientes que lo tienes."

jueves, 12 de octubre de 2023

Nosotros en la noche (Kent Haruf)


"Me preguntaba si querrías venir alguna vez a casa a dormir conmigo.

¿Cómo? ¿A qué te refieres?

Me refiero a que los dos estamos solos. Llevamos solos demasiado tiempo. Años. Me siento sola. Creo que quizá tú también. Me pregunto si vendrías a dormir por la noche conmigo. Y a hablar"

Viuda ella. Viudo él. Más de 70 años de edad. Se conocen desde hace muchos años pero no han tenido una relación especial de amistad. Conocidos, vecinos. Y solos. Haruf no se anda con rodeos y con suavidad e incluso con aparente ligereza nos muestra sus cartas desde el inicio, lo que de entrada supone un órdago en toda regla que el lector tiene que aceptar si quiere avanzar en una lectura recién comenzada. Vale, Haruf, ya me has mostrado tus cartas, pero ahora hay que jugarlas. Haruf es un jugador esquivo pero firme, no te va a dejar que metas baza, no hay interacción posible. Esto no es un partida de mus, no hay rivales ni compañeros, hay un maestro de ceremonias que se va a marcar un solitario al que asistiremos como meros espectadores. Las cartas encima de la mesa, boca arriba. Juega, Haruf, tuya es la partida.

"Nosotros en la noche" es una crónica sin estridencias a partir de la (re)unión de dos personas en el umbral de su vida, cuyas cicatrices están prácticamente cerradas y secas, reparadas por el paso del tiempo, aunque sean visibles (especialmente en la oscuridad de la noche). Dos personas que deciden dormir juntas y hablarse, garantizarse un bienestar que interrumpa la soledad que impregna a las personas mayores. Ley de vida, dicen. También es una crónica social de una pequeña población, de sus mezquindades e hipocresías.

Esta es una historia vulgar, no en el sentido de vulgaridad, sino de cotidianidad, de común. Lo extraordinario es la decisión de Addie de pedirle a Louis que duerman juntos por la noche y la naturalidad de Louis al aceptar la propuesta. A partir de ahí asistimos a sus conversaciones (el relato está construido a base de diálogos, con apenas descripciones), a como se van conociendo y perdiendo poco a poco esa extrañeza de una situación tan atípica. Que sea una situación atípica no quiere decir que sea incorrecta, únicamente quiere decir que algo que debería de ser normal (que dos personas decidan, ya en su vejez, compartir sus soledades para hacerse compañía y espantar las noches vacías y oscuras) no ha sido "pactado" socialmente como algo aceptado.

Y, claro, ahí están los tiquismiquis de turno y los porculeros habituales para escandalizarse y llevarse las manos a la cabeza: el resto de vecinos y conocidos y, lo que es peor, los propios familiares. Los remilgados en primera fila, ahí, dando por saco. Perdonad el exabrupto: es mío, no de Haruf. Él sólo sigue enseñando sus cartas, colocándolas con ritmo ágil y desarrollando la historia con suavidad, paciencia, ternura y sin juzgar ni exasperarse ni maldecir. Para eso ya estoy yo, Haruf no pretende ser edificante ni demagogo, lo que pretende es reflejar algo y hacerlo desde el sosiego y la amabilidad. No hay juicios de valor, relata unos hechos, con los detalles justos, avanza en la historia para llevarnos a un territorio (humano) concreto y dejarnos allí, ya cada cual saque sus conclusiones.

Y con esa bondad y amabilidad, directo y muy respetuoso, va reflejando la vida y sus soledades, su compendio de ilusiones y de trampas sociales que condicionan a las personas. No va a profundizar en nada, no va a hacerlo complicado. Cuando te abruman la soledad, los años, la vulnerabilidad, las ausencias ¿qué haces?: buscar compañía. ¿Qué hacen aquellos que te rodean? Pues allá cada cual con su conciencia. Haruf construye una apertura que va desde lo pequeño y tangible del día a día de dos personas hacia lo grandioso del universo humano, con sus claroscuros y contradicciones, esas incompatibilidades entre el amor que profesamos a nuestros padres y el amor que les permitimos tener.

La sencillez de la historia me ha desarmado, y eso que yo quería cabrearme con la mojigatería y estas moralidades exageradas y fariseas de una parte de la sociedad que pensaba yo que eran de otra época o de otros países menos desarrollados pero que, reflexionando después de la lectura, me he dado cuenta de que, a lo mejor, ni pertenecen al pasado ni están tan lejos. Agradezco a Haruf el trato amable para con el lector en el que ha sido su último libro, entregado dos días antes de fallecer como consecuencia de una enfermedad terminal. Le agradezco que no nos arrolle con un caudal de sentimientos y emociones y agradezco también su control pudoroso y nada casual que consigue equilibrar la narrativa con la fluencia realista.