miércoles, 25 de octubre de 2023

A contraluz (Rachel Cusk)


"Me gustaría volver a ver el mundo con más inocencia, de forma menos personal"

A mí también me gustaría. Me gustaría saber cómo vería el mundo si pudiera mirarlo de forma más inocente, algo así como sin ser yo. Y eso que me considero una persona bastante inocente. Y también lo contrario, porque los opuestos conviven en mi con la tozudez de un vendaval. Pero incluso cuando toda yo era inocencia pura, la extrañeza ante lo que veía y me rodeaba era marca de la casa.

Parece imposible ver el mundo sin que lo personal matice esa mirada, incluso con la mirada más empática del mundo mundial y el esfuerzo más generoso por ser objetiva parece inevitable dejar de lado lo personal puesto que esta persona que soy tiene conocimientos e ignorancias, aciertos y errores, criterios y opiniones, valores y desinformación, límites confortables y espacios de inseguridad.

En realidad todo lo anterior no tiene nada que ver con el libro. O sí. Porque escogí la cita inicial para intentar entender este extraño libro de Rachel Cusk. He relacionado esa frase con el título del libro ("A contraluz") en un esfuerzo por comprender qué pretendía Cusk contar o transmitir. Cuando ves algo a contraluz lo que ves es principalmente la forma de aquello que se interpone entre tu mirada y la luz, los contornos. Algo así como una sombra bien delimitada. Pero no deja de ser una sombra, un perfil definido en cuanto a la forma, pero no tanto en cuanto al contenido de esa forma. 

Al iniciar la lectura sus primeras páginas me parecieron muy interesantes. Por detalles que quizás no sé expresar pero que tienen que ver precisamente con cómo Cusk en pocas páginas y con acciones comunes (una cena, el despegue de un avión, la charla con el compañero de asiento en el avión) disecciona con más o menos precisión el alma humana en la sociedad actual. Ah, pensé, Cusk va a ser de esas narradoras que construye a partir de detalles, como hacen los buenos observadores y con poderosa imaginación. Construir historias a partir de fogonazos. Eso me parecía que iba a ser este libro. Incluso pensé que nos iba a proponer un juego: contarnos historias que luego la propia narradora desmontaba.

Porque de eso sí va el libro, de narradores. Aquí no hay diálogos, hay narraciones, todos se narran. Así que pensé que era una propuesta lúdica, que Faye (la protagonista, cuyo nombre solo se menciona una vez) se iba a dedicar a escuchar a toda esa gente que parece que tiene tanto que contar de sí misma (y una facilidad pasmosa para hacerlo) y que luego, en plan cómplice con el lector, Faye desmontaría la narrativa de su interlocutor con la facilidad de un chasquido de dedos.

O que tal vez Faye se contaría a sí misma a través de lo que otros cuentan de ellos. Y sí, pero no. Como casi todo el libro: sí pero no. Parece que, y a veces sí, pero entonces no, los difusos límites entre ilusión y realidad, juego de espejos, ir desde el detalle trivial al existencialismo de la vida... Y al final ni idea de lo que pretendía Cusk, quizás todo eso pero deja a Faye sin narrarse ni, en muchas ocasiones, intervenir sobre lo narrado. Ni guía al lector ni tampoco nos da mucha posibilidad de recibir algo lo suficientemente masticado, sólo nos queda aceptarlo o rechazarlo.

Un mérito tiene este libro para mí. Y es algo personal. Me ayudo a entender un pequeño misterio (que no es tanto en realidad) que tengo muy presente. Porque hay dos situaciones que relata Cusk que me gustaron mucho, me parecieron muy lúcidos. Curiosamente ambos tienen que ver con niños (la relación fraternal entre dos niños que pasan del amor al odio y cómo los bebés en la trona tiran objetos para que el adulto se los vuelva a entregar y ellos vuelvan a tirarlos).

El problema es que la ilusión y el disfrute de esas primeras páginas no se han sostenido durante el resto de la lectura. Esas narraciones extensas, verborreicas, de cada persona con la que Cusk se iba encontrando se me empezaron a hacer cansinas, me forzaban a la pasividad (pese a que Cusk deja en muchas ocasiones que sea el lector, y no Faye, quien enjuicie aquello que lee), a recibir sin más ese torrente de vivencias y su interpretación egocéntrica y personal. No es que me molestara porque fueran historias personales, sino por el egoísmo y narcisismo que contenían algunas de ellas. O así me llegaban. Además que alguna de ellas me parecieran lejanas, frías y no sé si decir aburridas, insustanciales. Innecesarias tal vez. Faye tal vez pretendía ser un tamiz de esas historias que recibe, pero al hacerlo a contraluz únicamente filtra los contornos de una forma opaca.

Un libro desconcertante, un poco como sin rumbo o sin un horizonte que pudiera atisbar con claridad. Pero me lo leí hasta la última página y admiré algunas de las reflexiones mostradas y en verdad tienes la sensación que de cualquier detalle puede surgir un relato, una narrativa, lo cual supongo que es la base de cualquiera que pretenda escribir (y ser escritor ni es fácil ni es una autoetiqueta que podamos colgarnos con ligereza). En definitiva: no es mal libro, pero aquí empieza y aquí termina mi relación con Cusk (por si acaso aclaro: las intenciones son eso, intenciones, no decisiones definitivas e inamovibles, sino decisiones altamente probables. Que nos conocemos)

2 comentarios:

  1. De esta autora leí "Despojos" y "Segunda casa". Bueno, no estaban mal. En cambio de éste leí malas críticas. Tú me lo confirmas, así que descartado definitivamente.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No me ha gustado tanto como para repetir, la verdad, aunque haya cosas en la lectura que he valorado. Pero ya sabes que para gustos, colores.

      Eliminar

En este blog NO se hacen críticas literarias ni mucho menos reseñas. Cuento y me cuento a partir de lo que leo. Soy una lectora subjetiva. Mi opinión no convierte un libro en buen o mal libro, únicamente en un libro que me ha gustado o no. Gracias por comentar o, simplemente, leer