miércoles, 16 de agosto de 2017

Vida con mi amigo (Bárbara Jacobs)

Páginas: 112
Publicación: 1994
Editorial: Alfaguara
Sinopsis: A través de una serie de conversaciones que poco a poco nos van revelando el mundo interior y profundo de una pareja ligada ante todo por el amor, Vida con mi amigo nos conduce a la literatura por distintos viajes, tanto literarios, como geográficos y espirituales. Con una prosa clara y sólida, Jacobs pretende devolver a la literatura el carácter de territorio para iniciados que tiene lo sagrado. Vida con mi amigo retoma el diálogo como pretexto para compartir con el lector su biografía y permitirle entrever la intimidad de una relación tan imaginativa como real.
A lo largo de los años en que fui escribiendo “Vida con mi amigo” me pregunté qué forma final habría de darle, si de relato, que abre tantas puertas, o de ensayos cortos, que suele cerrarlas.
Curioso cómo algunos libros pueden quedar sin leerse tanto, tantísimo tiempo. Me traje este libro estas navidades pasadas, en la última incursión por mi tierra asturiana. Cuando voy siempre me traigo algún libro de los que me dejé allí. La mayoría son libros ya leídos. Pero alguno, como este, permanecía sin leer. Asombroso. Cuando vi la dedicatoria (Que continúe la vida con todos tus amigos, amiga…), y quién me lo regaló, casi me hago el harakiri pensando en cómo es posible que dejara este libro tanto (tantísimo) tiempo en la invisibilidad de las estanterías que tengo a cientos de kilómetros.

Y pienso también en que, es curioso (o no tanto) cómo las personas que han pasado por mi vida y que estarán siempre (siempre, siempre, siempre) en mi corazón, eran (son) unos lectores feroces, sabios. Y sabían regalarme libros. Los libros siempre han estado en mi vida… y también en la vida de quienes he amado y me han amado.

Qué delicia de libro, qué generoso, qué regalo para el lector. Y qué desconocido. Posiblemente muchas personas no conozcan a Bárbara Jacobs. Pero sí a su amigo, al que se refiere el título: Augusto Monterroso, célebre por su microrrelato (Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí). Augusto y Bárbara eran tan amigos que se casaron. 
Lamentaría que “Vida con mi amigo” fuera un libro de lectura fácil.
Y, sin embargo, es una lectura fácil y agradable. Y difícil a la vez. Fácil porque para ciertos lectores la maravilla de transitar por estas páginas será un mágico asombro, un paseo junto a Bárbara y su amigo por esas rutas literarias que todos soñamos (las casas, los cafés, los paisajes que vivieron y recrearon célebres autores, también los cementerios en los que reposan); difícil porque para aquellos que busquen lecturas superficiales, que no empujen a la reflexión, a cuestionarse y cuestionar, a seguir indagando… pues este no será su libro, no. Y así quiere que sea Bárbara, una lectura no fácil. No porque no lo vaya a ser. Sino porque tiene una conciencia intensa y lúcida de que hay un tipo de lector que no ayuda a la literatura, que no accederá a libros como este, que no le interesan este tipo de libros:
Se lamenta un escritor melancólico cuando ve cómo libros que no tocan fondo, que no reflejan experiencia, que transmiten quizás cultura pero no saber verdadero, que no hacen dudar ni reflexionar, que no conmueven, que no divierten; libros no elaborados que no aportan nada a la literatura, van de mano en mano, de boca en boca, invaden el mundo, los libreros, las mentes que quedan con ellos o sin ellos igual de vacías.
Y no, cuando Bárbara escribió el párrafo anterior (solo por él ya merece la pena leer este libro, pero hay más así, muchos más, que te hacen reflexionar, conmover, dudar… pensar) no se había escrito aún Cincuenta sombras de Grey, El código Da Vinci, o esas interminables series, tetralogías, pentalogías, hexalogías… que tan de moda están.

Es decir, hay un mal que viene de antiguo aunque quizás ahora, más que nunca, está inoculado (¿letalmente?) en la escasa sociedad que lee. El virus que convierte a una sociedad pensante en una sociedad con mentes vacías y no reflexivas es arcaico, pero ahora está más extendido que nunca. Por eso, bendigo a esas nuevas librerías y pequeñas editoriales que nacen ahora dispuestos a ser el antídoto que rescate a la literatura de las grandes superficies, de las grandes editoriales y de la gran sociedad que llena las mentes de vacíos en los que no cabe ni la lucha, ni la belleza, ni la empatía, que fomenta la superficialidad, que no provoca la curiosidad, la lucha, el conocimiento…

Vuelvo de los cerros (de Úbeda) y me centro. Perdón.

Steinbeck, Cortázar, Hemingway, Flaubert, Woolf, Mansfield, McCullers, Kafka, Joyce, Wilde, Capote,… son numerosos los autores que aparecen en estas páginas. Muchas reflexiones en torno al compromiso del escritor, a su melancolía, a su renuncia, también a sus envidias, a su rivalidad, los plagios… Y los lectores no estamos al margen, aunque al final acuerden que, si nos ponemos del lado del escritor, no hay libro malo. 
Cada pueblo tiene los lectores que merece, y los editores que merece. Dar perlas a los cerdos ya sabemos a dónde nos lleva.
Nos lleva a amar las perlas.
En pocas páginas, Bárbara Jacobs se posiciona sobre el oficio de escribir y sobre la literatura. Y lo hace desde ambos lados: como escritora y como lectora y a través de un viaje literario lleno de razonamientos, argumentos, divagaciones y pensamientos. 

Pero el libro va más allá, porque no es estrictamente un ensayo, es además autobiografía y también sobre la bella relación entre ella y Monterroso. Las últimas páginas, más centradas en su relación (pero no alejadas de los libros, es imposible entre dos personas que aman leer) son de una belleza sensible, exquisita y emotiva.
-Nadie repite exactamente las mismas lecturas que otro; las circunstancias que te llevan a determinados libros no son nunca iguales –me ha repetido, pero yo quiero seguirlo: en las mismas lecturas, en tantas de las mismas experiencias, haberlo seguido, retrospectiva, imposiblemente.
Sí, un libro pequeño en páginas, inmenso en contenido. Hermoso, evocador, provocador y magnífico. Y, me temo, descatalogado…
Quién soy, en dónde estoy, qué está sucediendo, eran preguntas que se hacía, que me hacía, que se contestaba, que me pedía contestarme a mí misma.Salimos en busca de nosotros mismos, dimos vueltas, nos perdimos, nos reencontramos.
(Quiénes somos, dónde estamos, que sucedió, qué está sucediendo. 
Dimos vueltas, nos perdimos, nos reencontramos, te perdí, me perdí, nos reencontramos, no me encontré... 
-autocensurado-)

(©AnaBlasfuemia)

martes, 8 de agosto de 2017

Lo raro es vivir (Carmen Martín Gaite)


Páginas: 232
Publicación: 1997
Editorial: Anagrama
Sinopsis: La protagonista y narradora es una chica de 35 años que acaba de perder a su madre y que tras una etapa en la que cultivó el rock y se enfrascó en amores tempestuosos, se entrega ahora, para huir de sus propios enigmas, a investigar los de un extravagante aventurero dieciochesco, pesquisa a la que se une otra más íntima sobre su infancia, sus padres y los sentimientos que la unen al arquitecto con el que convive.


No soy objetiva ni imparcial con Carmen Martín Gaite, una autora que, como ya comenté aquí, está unida de una forma indeleble a una ciudad que llevo en el corazón: Salamanca. Y una autora más de las que me hizo lectora y casi que hasta persona, que me ha puesto voz y me ha dado palabras y con la que estaba en deuda, y ya era hora de traer aquí, a mi cuarto propio, para que me acompañara en este viaje personal que llevo haciendo desde hace un tiempo. He acudido a una relectura, porque creo que hay pocos libros suyos que no haya leído ya. Y, otra vez, por el título. 
A mí no me extraña. Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal.
Cuando este libro llegó a mis manos, yo había abandonado hacía tiempo Salamanca y también a una persona a la que había amado de una forma que creí indestructible. Y lo era, por eso lo autodestruí. Me encontraba en una ciudad de La Mancha de cuyo nombre quiero olvidarme y de la que quiero huir. Por aquel entonces vivía perpleja, pensando que esto del vivir era muy raro, o que quizás yo lo era. Así que cuando Carmen Martín Gaite volvió a mí, con un libro que se titulaba Lo raro es vivir, no pude menos que leerlo con fruición, como si me rescatara de algo. Y ahora he vuelto a él, porque esto del vivir sigue siendo muy raro, y porque ya sé que nada ni nadie me rescatará. Es tan raro. Vivir.
Echaba de menos la luz, aunque fuera fugitiva, de un momento extraordinario.
Cualquier libro de Martín Gaite seguirá siendo actual, independientemente de cuándo lo haya escrito y de cuándo sea leído. Porque al fin y al cabo sus libros hablan de algo que no tiene fecha de caducidad: la existencia. El existirse.

Águeda, 35 años, acaba de perder a su madre. Pero los apegos feroces no terminan con el fallecimiento de una de las partes, así que a Águeda, propensa a las metáforas, la fantasía y las mentiras, no le quedará otra que enfrentarse al escenario interior del que siempre ha estado huyendo/esquivando. Los recuerdos son inevitables y con ellos vienen las verdades del barquero, una vez desprovistos de la ensoñación y las quimeras.
A veces pienso que se miente por incapacidad de pedir a gritos que los demás te acepten como eres. Cuando te resistes a confesar el desamparo de tu vida, ya te estás disfrazando de otra cosa, le coges el tranquillo al invento y de ahí en adelante es el puro extravío, no paras de dar tumbos con la careta puesta, alejándote del camino que podría llevar a saber quién eres.
El mundo de la fantasía siempre ha estado muy presente en toda la obra de Martín Gaite, por eso no es extraño que sus personajes tengan una imaginación desbordante y compartan sus sueños diluyendo la frontera entre la realidad y la irrealidad. Águeda no es una excepción, siendo una auténtica especialista en distraerse de sí misma con mentiras, improperios, alegorías y ensoñaciones. 

En ese evitarse a sí misma todo vale, incluso indagar en la vida de un aventurero del s. XVIII y su criado, sin saber que resolver enigmas ajenos no evitará, finalmente, tener que desentrañar los propios.
A mí, cuando viajo en metro, siempre me da por pensar mucho, pero además con chasquidos de alto voltaje, relámpagos que generan preguntas sin respuesta y desembocan en la propia pérdida, en los tramos umbríos de ese viaje interior donde se acentúa la desconexión entre la lógica y los terrores.
[…] Yo a esos viajes en metro los llamaba “bajar al bosque”, aunque no supe hasta más tarde que aquella metáfora, como todas, tenía poder para conquistar otros territorios.
Esta imagen de “bajar al bosque” me fascinó desde el primer momento que la vi. No me hacía falta viajar en metro, siempre he tenido mis espacios para descender al bosque, tantas veces que al final vivo en él. Pero le debo a Martín Gaite el concepto, como tantas otras cosas.

Y Águeda también tendrá que bajar al bosque, no podrá evitar más ese voltaje que supone enfrentarse a los propios terrores. Es tan inevitable como que los inviernos suceden.
Culpas no hay, además, sólo causas.
En todos los libros de Martín Gaite está ella, detrás, transmitiendo su fuerza y sus ganas de vivir (con mayúsculas y mayúsculamente), sus miedos e inseguridades, sí, pero también su pujanza, su arrolladora personalidad. Ante las adversidades nunca cedió, inquieta, inteligente y libre. Águeda tiene su porcentaje de su propia creadora (la autoficción no se inventó ahora, no), quizás por eso, pero sobre todo (creo) por las tremendas ansias de vida (por raro que sea esto del vivir) es porque finalmente Águeda sobrevive (porque siempre se hace) a sus propios fantasmas y sus propios apegos feroces. 
¿Verdad que cuando nos conocimos te gusté porque divagaba y cosía la verdad con hilos de mentira?
Escribía tan bonito Carmen Martín Gaite, con su ironía, su humor, su facilidad para mostrar confusiones, jeroglíficos personales, claves internas… Parecía imposible, pero encontré nuevos huecos que subrayar y en los que emocionarme y encontrarme.

Los libros se unen a mis momentos vitales con un hilo inexplicable pero inasequible a la puntada. Lo raro es vivir ya está cosido (con doble puntada además) a mi biografía. Siempre libero algún monstruo cuando leo a esta magnífica escritora.
Y cuando yo, totalmente desorientada, murmuré “no te entiendo”, me volvió a acompañar al sofá, me tapó con la manta y sonreía: “Yo a quien no entiendo”, dijo, “es a la gente parecida a mí. Buenas noches.”

miércoles, 2 de agosto de 2017

El tamaño de una bolsa (John Berger)

Título original: The Shape of a Pocket
Traductora: Pilar Vázquez
Páginas: 272
Publicación: 2001 (2017)
Editorial: Alfaguara
Sinopsis:«La bolsa en cuestión es una pequeña bolsa de resistentes. Una bolsa se forma cuando dos o más personas se ponen de acuerdo y se unen. Se unen para resistir contra un nuevo orden económico mundial que no puede ser más inhumano. Nos reunimos tú -el lector-, yo y todos aquellos de quienes se habla en los ensayos que contiene este libro: Rembrandt, los pintores de las cuevas rupestres, un campesino rumano, los antiguos egipcios, un experto en la soledad de ciertas habitaciones de hotel, unos perros en la media luz del crepúsculo, un locutor de radio. Y este intercambio refuerza inesperadamente nuestra convicción de que lo que está sucediendo hoy en el mundo es perverso y que las explicaciones que se nos suelen ofrecer al respecto son un montón de mentiras. Nunca he escrito un libro con mayor sensación de urgencia».
Puedes leer las primeras páginas AQUÍ

Lo que vemos habitualmente nos confirma.
Lo importante no es el tamaño de la bolsa. Es su contenido. Esa combinación de ensayo y narrativa, de belleza y compromiso, de análisis y prosa, de conocimientos y resistencia, de arte y vida, de cultura y sensibilidad. Ese contenido tan valioso es la bolsa que nos regala John Berger. Porque leer este libro ha sido un regalo.
Este silencioso arte que detiene todo lo que se mueve.
Siempre que voy a un museo me estalla el deseo de que desaparezca la gente a mi alrededor, poder disponer de todo el espacio y todo el tiempo para mí sola. Sentarme en el suelo a mirar cada cuadro, cada escultura, cada fotografía sin escuchar más comentarios que los que aquello que contemplo me quiera contar. Cuéntame una historia, pienso. Como cuando abro un libro o conozco a alguien. Poder ver.

John Berger ha perfeccionado mi mirada, porque la suya es inquisitiva, excepcional y generosa. Seguiré deseando que me dejen encerrada en un museo a solas, pero ahora estaré acompañada de la visión de Berger, de su sabiduría, de su tarannà.
Vivimos en un espectáculo de ropas y máscaras vacías.
Berger comienza haciéndonos una advertencia necesaria: Lo visible no es lo único que existe. Que parece una perogrullada, pero no. Porque no solo lo que vemos puede no ser exactamente real o verdadero, sino que además están “los intersticios existentes entre las diferentes gamas de lo visible”. Y las imágenes, en forma de fotografía, dibujo, escultura… nos abren la cancela a ese espacio que aparece inesperadamente entre lo visible.
Ya no se comunica ninguna experiencia. Lo único que se comparte es el espectáculo, ese juego en el que nadie juega y todos miran. Ahora cada cual tiene que intentar situar por sí solo su propia existencia, sus propios sufrimientos, en la inmensa arena del tiempo y del universo.
Berger nos habla de arte, principalmente de pintores, como una metáfora, un vehículo para explorar y profundizar sobre la vida, la sociedad, las convenciones, las ideas… Mirar no es ver. Berger quiere que veamos. Y yo, que quiero ver, me he sentido afortunada por cada página de este libro.

No todo lo que vemos nos agita, nos convulsiona. No todo lo que vemos está vivo ¿qué hace que una imagen, un cuadro, una escultura, nos sacuda, nos haga estremecer, llame nuestra atención?, ¿qué hace que una obra sea singular? Para Berger es una cuestión de distancia: si el artista no tiene el coraje de acercarse a aquello que quiere retener en su obra, no palpitará la vida en ella. ¿Y qué significa acercarse?:
Acercarse significa olvidar la convención, la fama, la razón, las jerarquías y el propio yo. También significa arriesgarse a la incoherencia, a la locura incluso.
Las distancias están para romperlas y no sirven los trucos (quien tiene magia no los necesita). Qué magnífica alegoría sobre la vida y las relaciones... Acercarse es la respuesta. Si  no te acercas, te quedas en la superficie, no ves. Hay que romper distancias, sí, aunque acercarse sea, también, un riesgo. Somos receptores de lo que la vida nos da.

Si bien estamos hablando de un libro de ensayos no es en absoluto un libro con un poso académico, técnico ni arduo. La prosa de Berger, suave como un abrazo, descriptiva y acariciando lo poético, hace que lo contemples más como un desplazamiento hacia la luz, esa que ilumina las sombras o como un viaje guiado hacia la belleza. Su sabio, profundo, delicado y cuidadoso trato del arte, los artistas, las personas y la vida en general, hacen de esta lectura una delicia.

Indispensable leer este libro con conexión a Internet a mano (y un lápiz si también subrayas: es un no parar) para conocer más de algunos artistas de los que habla y para tener más presente las obras sobre las que reflexiona.
La capacidad de sentir dolor es la primera condición de los seres sensibles.
Al texto que habla sobre Frida Kahlo llegué como quien llega a un buen postre, después de paladear deliciosos y exóticos platos y sabiendo que después del postre todavía quedaba café, copa y hasta puro.
Cuando el dolor es mucho, no se puede compartir. Pero sí se puede compartir el deseo de compartirlo. Y en esa forma de compartir inevitablemente inadecuada reside la resistencia.
De alguna forma, es un libro que deja un poso de esperanza, de posibilidad: caer en la belleza. Una gozada.