jueves, 28 de abril de 2016

Ella, tan amada (Melania G. Mazzucco)

Título original: Lei cosí amata
Traductor: Xavier González Rovira
Páginas: 568
Publicación: 2000 (2006)
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433974013
Sinopsis: Una historia en gran medida verdadera. Porque incluso el detalle más marginal puede definir a un personaje raro y bellísimo como el de Annemarie Schwarzenbach: escritora, arqueóloga, fotógrafa, periodista y viajera. Una mujer que no cesa de buscar palabras para sus libros, imágenes para sus reportajes, mujeres a las que seducir, hombres a los que hechizar. ¿Quién es realmente Annemarie? ¿La desconcertante criatura de cuerpo efébico de la que uno se enamora con facilidad por su habilidad para ser siempre otra? ¿O la apasionada y autodestructiva amiga de los hijos de Thomas Mann? ¿O la escritora a la deriva en la Europa incendiada por el nazismo?
Buscar una esperanza o renunciar a toda salvación.
Querida Annemarie:

28 días. 28 días sin separarnos. Y casi otros tantos para despedirme de ti. Para dejarte ir a algún lugar de mí, sin mí.

He atravesado tu vida aturdida, conmovida, fusionada contigo y tu búsqueda, como un bucle que se enriza perpetuamente. Me has dolido como duelen los espejos que revientan sin notificación previa, atravesando piel y músculos con sus fragmentos afilados y punzantes, provocando mínimas, profundas y perdurables llagas que son una puerta abierta para que la sangre se desborde por ellas.

Me has dolido como duele la droga: como un torrente de formas, sonidos, colores y ensueños. Ilusiones falsarias que ocultan el veneno y la ponzoña que te carcome la vida con alucinados espejismos que no son hogar.

Me has dolido como hiere la vida. Me has dolido porque me duelo.

Me has dolido porque la esperanza es un tormento, y la he dejado ir (no quiero inmolarme). Porque la búsqueda no tiene fin. Porque nos hemos encontrado en mundos y tiempos paralelos, idénticas, sin llegar a tocarse ni cruzarse jamás. Me has dolido porque te he querido y amado. Porque soy yo y eres tú. Tú, tan amada. Yo, tan nada.

Durante muchos días me fundí en ti, avistamos el horizonte del mar desde faros rodeados de dificultades y precipicios. Te caíste de la bicicleta y yo salté un muro. Tú en coma, yo en un punto y coma. No hay reposo, no hay sosiego. No parar, no dejar de buscar. Huir, huir para que no nos hiera el amor. Qué paradoja, huir de lo que buscamos con desesperación.

Annemarie, tan transparente, tan indefensa, tan perdida, tan amada, tan deseada, tan insegura, tan enamorada. Tan sola. Tan vulnerable. La vida nos persigue como un fantasma en el cogote. En lugar de guaridas encontramos aristas, la vida nos hace prisioneras. El fondo, la forma, qué importa si lo que buscamos no existe. El destino es irrelevante. La prisa estalla, quererlo todo se penaliza.

Lo que no sucede fuera no existe. Lo que transcurre dentro no nos arrima al exterior y el trayecto hasta la realidad puede ser tan distante que brotan abismos inesperados e insalvables. La fantasía nos convierte en extranjeras.

Te estoy contando lo que ya sabes, me has contado lo que ya sé, Annemarie. Intensidad y un alma bella. No hay casa ni morada para alguien así, en búsqueda perpetua. Amamos como los niños, tenaces y obstinados, ingenuos e impetuosos. La tiranía del amor.

Me despido de ti, Annemarie, me despido para poder retenerte y retenerme, te dejo ir para que te quedes, ahora sí, en mí. Sin mí. Como se retiene a quien amas, dándole libertad, siendo libre. Dejándole ir. O, quizás, sea una forma retórica de admitir que seguimos siendo notas desafinadas. 

Te abrazo, Annemarie.
Como una figura ajena y desorientada, visionaria y espantosamente sola. Que está entre nosotros pero no es de los nuestros.
Ella, tan amada, es una biografía novelada de la fascinante Annemarie Schwarzenbach. No podría haber tenido mejor voz (además de la suya propia) que la de Melania G. Mazzucco, que ha sabido captar la esencia de Annemarie desde el respeto, la admiración, la sensibilidad y la precisión de una mirada fiel, bella y profunda.

Ha sido una lectura especial y muy personal. Escribo sobre ella después de tomar distancia. Durante muchos días este libro ha sido un refugio que me ha costado abandonar. Podéis obviar lo personal, pero cómo lo cuenta y escribe Mazzucco merece muy mucho la pena.

Y sí… el tema de la identidad…
No había compañeros de viaje para quien sueña con atravesar los límites de su cuerpo y de sí mismo, y revelar su propia, su doble y, a la vez, desnuda, estéril y fecunda identidad secreta – es decir, el secreto de identidad de todos.

miércoles, 13 de abril de 2016

El hueco del tiempo (Jeanette Winterson)

Título original: The Gap of the Time
Traductor: Miguel Temprano García
Páginas: 256
Publicación: 2015 (2016)
Editorial: Lumen
ISBN: 9788426402806
Sinopsis: En el 400º aniversario de la muerte de Shakespeare, Lumen se une al proyecto internacional iniciado por Hogarth en Reino Unido, en el que diversos escritores ilustres revisitarán las obras del dramaturgo, para reinventarlas con su pluma y sello personal.
Jeanette Winterson traslada Cuento de invierno a nuestros días. Combinando diferentes microhistorias con personajes extravagantes, El hueco del tiempo constituye una formidable metáfora sobre el deseo universal de cambiar el pasado para deshacer lo ocurrido.
A la luz del siglo XXI, los personajes de Shakespeare renacen en las manos de Winterson y nos invitan a una magnífica reflexión sobre la memoria, el tiempo, la identidad, la culpa, el perdón y las pasiones y debilidades que nos asaltan: Xeno, un joven que juega a ser un Superman capaz de volar al pasado para salvar a Lois Lane. Perdita, una muchacha fruto de un matrimonio truncado que dice no haber conocido a su madre. Leo, un hombre obsesionado con la supuesta infidelidad de su ex mujer y que se niega a reconocer a su hija, incluso cuando la evidencia de un test genético demuestra su paternidad.


Se necesita muy poco tiempo para cambiar toda una vida y toda una vida para comprender el cambio.
No.

Tengo que encontrar una explicación a todo esto. Encontrarle un sentido. Y me da una pereza abrumadora hablar de este libro. 

Jeanette Winterson me contó. Contó quién era yo en La niña del faro. Pew y Silver empezaron a restituirme. Yo no lo sabía, pero además La niña del faro fue un principio. El principio de algo asombroso. Y en El powerbook Winterson lo volvió a hacer y volvió a contarme. Y me contó el final de ese principio.

Wintersoniana hasta la muerte. Nadie como ella zarandea tanto mi vida al leerla.

Inesperadamente me encuentro con El hueco del tiempo. ¿Cómo? ¿y este libro? Así, surgido de la nada. Zas, lo cogí. E incluso se adelantó a todos los libros de Winterson pendientes de leer.

Joder, Winterson. Podrías habértelo ahorrado. No hacernos esto. No hacértelo a ti. De verdad, no era necesario. No lo necesitas.

Todos los libros tienen su historia. Este también la tiene. Comenzó siendo una lectura con, junto a, otra wintersoniana. Leer a Winterson con alguien que lee similar, y a quien Winterson también remueve. Fantástico. Prometedor.

Empezamos la lectura. Y el asombro es mayúsculo. ¿Dónde está Winterson? Desconcierto. El lápiz permanece inalterable al lado del libro. ¿Estoy leyendo a Winterson y no encuentro nada que subrayar? Hay citas que parecen sacadas de un mercadillo de todo a un euro y para encima Winterson parece haber cogido alguna especie de oferta tipo “cien frases por diez céntimos”. Toc, toc, toc… ¿Winterson, estás ahí? ¿Dónde están tus grandes citas, esas que me hacen tambalear, tus aforismos, tu estructura no lineal, tu escritura bella y poética, tus personajes ambiguos? ¿Cómo puedo estar leyendo un libro tuyo lleno de lugares comunes y personajes tan masculinos?

Seguí leyendo el libro rabiosa. Entre el cabreo más absoluto y el aburrimiento. No entendía nada. Carajo, si es que hasta hay una persecución en coche, a dos ruedas y todo. En este punto, aplazamos la lectura. El mar y este libro de Winterson son incompatibles. Del aplazamiento pasamos al abandono. Yo decido terminarlo por una única razón: venir aquí y advertir a quien espere encontrar la sensibilidad de Winterson en este libro: ¡vade retro! Este libro no lo ha escrito Winterson. Digan lo que digan. NO es Winterson.

Es un libro de encargo. No sé si con esto lo digo todo o no digo nada. Una versión del Cuento de invierno de Shakespeare en el que la imaginación ha sido devorada por el espíritu de un conejo muerto a manos de la propia Winterson. Y además está escrito en el año en el que Winterson se casó con su mujer. Estaba pensando en otras cosas, seguro. Siendo un poco generosa diré que en la última parte del libro Winterson parece tomar conciencia de sí misma y como que se deja ver. Demasiado tarde.

Es curioso. Este libro gustará. Gustará a quienes no hayan leído nada de Winterson, y más aún a quienes haya leído algo suyo y no comulguen con ella. Es triste, más que curioso, pero así es.

Pero Winterson nunca me deja vacío. La no lectura con, junto a, de este libro terminó por llevarme a otra lectura, que ha dado lugar a muchas más conexiones. Al final, queriendo o sin querer, Winterson siempre me vincula con alguien.

El amor. Su dimensión. Su escala. Inconcebible. Inmenso. El amor que sentías por mí. El amor que sentía por ti. El amor que nos profesábamos. Real. Sí. Aunque me abra paso en la oscuridad con una linterna. Soy testigo y prueba de lo que sé: este amor.
El átomo y el ápice de mi vida.
(©AnaBlasfuemia)

jueves, 7 de abril de 2016

Hacia otro verano (Janet Frame)

Título original: Towards another summer
Traductor: Aleix Montoto
Páginas: 272
Publicación: 1963 (2008)
Editorial: Seix Barral
ISBN: 9788432228407
Sinopsis: La escritora Grace Cleave acepta la invitación de un matrimonio con dos hijos para pasar un fin de semana lejos de Londres, en una casa en el norte de Inglaterra. Mientras lucha por combatir un bloqueo creativo, Grace se siente cada vez más como un pájaro migratorio, y escucha con obsesiva intensidad la llamada de Nueva Zelanda, su tierra natal. Insegura de su capacidad para habitar el mundo, Grace finge ser capaz de ocupar un lugar en la sociedad.


Durante mucho tiempo había notado que no era humana, y sin embargo, era incapaz de sentirse cercana a una especie alternativa; ahora había hallado la solución: era un pájaro migratorio.
Lo que sabía de Janet Frame: una infancia dramática, un diagnóstico erróneo de esquizofrenia, una timidez aterradora, una lectora voraz, un extraño intento de suicidio (¡con aspirinas!). Internada en varios psiquiátricos se libró de una lobotomía (qué salvajada) gracias a que su primer libro de relatos (“The Lagoon and Other Stories”) recibió un premio y el neurocirujano decidió, en un milagroso ataque de sensatez, cancelar la operación. Candidata en varias ocasiones al premio nobel de Literatura, la directora Jane Campion llevó a las pantallas Un ángel en mi mesa, una adaptación de la autobiografía de Janet Frame (y que es la única novela, junto con Hacia otro verano, traducida al castellano). De Hacia otro verano, escrito en 1963, sabía que Janet Frame prohibió que se editara en vida porque consideraba que era demasiado personal y no sería hasta el 2007 que viera la luz. Falleció de leucemia en el 2004.

Con estos mimbres, absolutamente irresistibles para mí, me dispuse a leer Hacia el otro verano. Y cuando llevaba página y media tuve que detenerme. Y tuve que hacerlo porque si quería fluir por este libro era necesario adaptar mi mirada, mimetizarme con el pensamiento de la protagonista, porque Frame no edifica su estilo literario desde una arquitectura tradicional, no hay una disposición reconocible cuando se plasma el pensamiento en palabras, ni siquiera su patrón de reflexiones es el habitual. Las frases y conexiones de pensamiento de Frame son líquidas, aéreas, vaporosas, poéticas, volátiles… Frame es un ave migratoria. Tengo que ser su pensamiento, sus sensaciones, sus imágenes, sus metáforas, sus emociones. Tengo que ser, yo también, ave migratoria. Ya lo he sido antes. Y eso supone renunciar a mis propias barreras. Quedarme indefensa. ¿Quién dijo miedo? Migremos. Volemos. Ir y luego regresar con cada palabra, con cada línea, con cada página. 

Nada era sencillo, conocido, seguro, creíble, identificable. Los límites no eran posibles cuando nada tenía fin, las formas eran circulares y no había principio alguno.
La escritura de Frame es innovadora, creativa, mágica, muy potente. Modifica mi forma de leer, me exige. Y me gusta. Salvo ese dubitativo inicio (por mi parte, no por la suya) y una vez que acepto los pasadizos y los desvíos que me ofrece, leer a Frame es una delicia extraordinaria. Cuando llevo leídas tan solo cuatro páginas, cuatro, tengo que volver a detenerme porque me he llenado de imágenes, de sensaciones, de una prosa incomparable, guapa, compleja y exquisita. Estoy tan despojada de todo, que con esas cuatro páginas quise detenerme y paladear cada impresión, cada huella agitada, cada presentimiento percibido, como si fuera un regalo. Y lo hice consciente de querer recrearme en algo que está aún por venir.

Y lo que vino fue un auténtico goce. Si al principio pensaba que Frame me quería expulsar de las páginas, en cuanto me crecieron las alas y me convertí en pájaro migratorio el libro resulto ser una sinfonía, una canción de cuna que te protege y tranquiliza a la vez. Así me sentí en esta lectura, acogida.

Curioso, porque en realidad de lo que habla Frame es de la extrañeza, de las personas que buscan refugio en la soledad porque no saben cómo comportarse con los demás, qué decir, qué hacer, cómo ser. Personas para las que cada frase que le dirigen desencadena indecisiones, dudas, temores, y hasta bloqueo. Códigos distintos que conviven en un mismo mundo y que hay que descifrar para que no queden al margen. Pero no lo hacemos, intentar descifrar ese código. La minoría es la que tiene que hacer el esfuerzo de adaptarse, siempre (no es lo que yo pienso, es la realidad).

Lo que hizo (entre otras razones) que me sintiera en un espacio confortable, que disfrutara tanto de Hacia otro verano es cómo emite Frame. Emitir en el sentido de arrojar, echar hacia fuera. Y eso hace Frame, echar hacia fuera sus pensamientos, arrojarlos. Puede parecer que en esa expulsión hay cierta violencia, cierta rabia, y sin embargo lo que hay es una cadencia especial, un vuelo sostenido, un espectáculo lleno de metáforas, descripciones, sensaciones… 

No quiero habitar el mundo humano bajo premisas falsas. Es un alivio haber descubierto mi identidad después de la confusión al respecto durante tantos años. ¿Por qué la gente habría de tener miedo si confío en ellos? Pero la gente siempre tendrá miedo y celos de aquellos que finalmente descubren su identidad; es algo que les lleva a considerar la suya, a recluirla, a mimarla, temerosos de que alguien la tome prestada o interfiera en ella, y cuando están enfrascados en el acto de protegerla sufren una conmoción al descubrir que su identidad no existe, que se trata de algo que han soñado y que nunca han llegado a conocer.
Identidad. He aquí el eje, la esencia (una vez más). El epicentro de todo. Identidad. Determinar cuál es tu propia identidad, comprobar que no encaja, luchar por mantenerla o construirte un disfraz. Pero ¿es posible disfrazar tu auténtica identidad? ¿y si te atrapa el disfraz en lugar de liberarte? No encajas. Entonces, o te disfrazas, o te aíslas. El disfraz, la máscara, es algo que no se plantea la protagonista de Hacia otro verano. Intenta conectar, pertenecer, y cada intento es un sufrimiento, un esfuerzo. Elige entonces, una y otra vez, la soledad. Porque cada conversación, cada situación social, es una lucha agotadora. Un fin de semana conviviendo con un matrimonio y sus hijos. Esa es la situación por la que tiene que pasar Grace Cleave. Cómo nos traslada esa situación Janet Frame, cómo desnuda su mente, ese “lugar privado”, es realmente impresionante. Una preciosidad.

Tener una conciencia profunda de una misma, de los funcionamientos internos que nos mueven y a la vez nos paralizan. Sentir de forma tan abrumadora cómo te rompes y haces añicos. Y ser capaz de plasmarlo como lo hace Frame. Grande.

Entremezclados con el fin de semana, acuden, migrando, recuerdos de la infancia de Grace, de una Nueva Zelanda lejana que la reclama. Es en estos recuerdos donde especialmente Frame despliega un léxico fuera de lo común, dispersa metáforas, juegos de palabras, descripciones, humor y una sensibilidad que me ha cautivado. Y que seguramente no se lo ha puesto nada fácil a la magnífica traducción realizada por Aleix Montoto.

Algo especial tiene este libro. No habla de algo cómodo. Su prosa no es de lectura fácil o relajada (en muchas ocasiones tienes que volver atrás, releer, pero lo haces complaciéndote de leer así, como en pliegues, hacia adelante y hacia atrás). Es tan íntimo que sientes que te estás asomando, sin permiso, al alma de Janet Frame. Tu propia timidez (identidad) se reconoce en algunos pasajes de la lectura. Y sin embargo terminas el libro y querrías seguir en él. Quizás sea porque ahora es en los libros, en ciertos libros, donde encuentro acomodo y refugio. 

Encontré mi lugar cuando tenía tres años. Es un recuerdo tan profundo en mi memoria que siempre y nunca cambia... Miré arriba y abajo, a un lado y a otro, y no había nadie. Este es mi lugar, pensé, mientras permanecía de pie, escuchando. El viento gemía en los cables del telégrafo, el polvo blanco se arremolinaba en el camino y yo seguía en mi lugar sintiéndome más y más sola porque los setos de tojo y sus flores eran míos, el camino polvoriento era mío, y también el viento y los gemidos que hacía en los cables del telégrafo. No puedo describir la sensación de soledad que sentí cuando supe que me encontraba en mi lugar; todavía era pronto para ser consciente de la carga que supone la posesión, poseer algo que no se puede regalar o a lo que no se puede renunciar, que se tiene que guardar para siempre.
Nunca, jamás, ni nadie había descrito tan bien y tan preciso lo que se agitó en mí, siendo una mocosa, la primera vez que vi un faro y sentí que los faros eran mi lugar.

Leer a Frame ha sido un desafío, un desafío de los que merece la pena y el riesgo. Un libro para enmarcar.

(©AnaBlasfuemia)