Traductor: Francisco González López
Páginas: 260
Publicación: 2017 (2018)
Editorial: Sexto Piso
Sinopsis: Jojo, de trece años, y su hermana menor Kayla viven con sus abuelos negros en una granja en la costa del Golfo de Misisipi, con la compañía siempre esporádica de su madre, Leonie, una mujer que desearía ser mejor madre de lo que es, atormentada y en ocasiones reconfortada por las visiones de Given, su hermano asesinado cuando era adolescente. Cuando el padre de Jojo y Kayla, un hombre blanco, va a salir de prisión –Parchman Farm, la misma penitenciaría en la que el abuelo de Jojo cumplió una condena injusta durante su juventud–, Leonie insiste en ir a recogerlo con los niños. Durante el azaroso viaje, Jojo, Kayla y Leonie deberán aprender a relacionarse como familia, y Jojo conocerá a Richie, otro niño con quien descubrirá el legado de la esclavitud y la importancia de reconciliarse con el pasado
La memoria es algo vivo, también en tránsito. Pero durante el instante que dura, todo lo recordaado se une y cobra vida: los viejos y los jóvenes, el pasado y el presente, los vivos y los muertos (“One Writer’s Beginnings”, Eudora Welty)
La cita anterior es una de las tres con las que se inicia La canción de los vivos y los muertos. Me demoré un tiempo en ella cuando la leí y volví a ella después de terminar la lectura del libro, ya sabiendo que la intuición se había transformado en certeza: en esa cita está uno de los muchos filamentos que en este libro consiguen generar una luz radiante y eléctrica; uno de esos hilos largos y delgados, como hilos de galaxias que forman estructuras grandiosas. Porque la estructura de La canción de los vivos y los muertos es sencilla y compleja a la vez, abarca tanto y tan bien que permite al lector quedarse con aquello que decida o capte, con una parte o con la totalidad. Tiene para todos. Para todos los gustos.
Me gusta creer que sé lo que es la muerte. Me gusta creer que es algo a lo que podría mirar de frente.
Hay primeros párrafos que conmocionan. Los hay de una belleza lírica apabullante. Y los hay que en una pocas líneas te han cogido por los hombros y te han sumergido instantáneamente dentro del libro: estás allí, con el personaje, en sus miedos, en sus luchas, en sus temores, extrayendo músculos, tripas, órganos… El primer párrafo de La canción de los vivos y los muertos es de estos últimos. Y ya no puedes, ni quieres, dejar de leer. No quieres salir de la historia, de los personajes, de las palabras, de las emociones, porque todo lo que lees te reclama, te implica.
El protagonista tiene 13 años, es mestizo. Yo tengo 13 años, soy mestiza. La protagonista es una mujer negra y drogadicta. Yo soy una mujer negra y drogadicta. El protagonista es un chaval negro y está muerto y se aparece a los vivos, a algunos vivos. Y yo soy un chaval negro y estoy muerto y me aparezco a los vivos, a algunos vivos. Todos quieren reconciliarse con el pasado, con ellos mismos. Yo también quiero reconciliarme con el pasado, conmigo misma.
¿Al hacerme mayor se me torcería la boca por el sabor amargo de lo que me tocaría comer en el festín de la vida: hojas de mostaza y caquis crudos aderezados con promesas incumplidas y pérdidas?
Está Jojo, está Leonie, está Richie. Pero no están solos: está Pa, y Ma, y Kayla. Y también Given. Hay más personajes. Pero estos, esta familia, es a la que abrazas, a quienes quieres proteger y que a la vez te protejan, ellos son a quienes quieres mantener en el centro del huracán, justo allí donde está la quietud mientras todo gira violentamente alrededor, en la calma chicha del ojo del huracán. Aspirar su dolor, el legado que no han elegido, la carga genética y racial que marca esa diferencia aterradora entre ser el amo o el esclavo, la deshonra o el privilegio que nunca debiera de existir por pertenecer a una raza u otra.
Hay cosas que mueven a un hombre. Como corrientes internas de agua. Cosas que no puede evitar […] hacerse mayor significaba aprender a manejar esas corrientes: aprender cuándo agarrarse fuerte, cuándo echar el ancla, cuándo dejar que te lleven.
Este libro rezuma calidad por todos los costados. Consigue ese equilibrio nada fácil de conseguir entre todos sus elementos: la historia, los personajes, la sintaxis, las voces narrativas, el lirismo, la estructura narrativa, las metáforas, las imágenes, el realismo, las comparaciones, los temas que aborda (muchos y muy cercanos), las descripciones, la fantasía, las palabras exactas…
Un libro que arranca ahí arriba, en lo alto, y que de forma increíble va in crescendo, creciendo en intensidad, en matices, en una mezcla maravillosa de fuerza y suavidad. El uso de las distintas voces narrativas (las de Jojo, Leonie y Richie) que van conformando tanto la historia como el conjunto de personajes está extraordinariamente construido. Y aunque Jojo nos roba el corazón hasta desangrarnos, mi admiración se dirige a lo que Jesmyn Ward hace con Leonie: un personaje de esos a los que no quieres querer pero con el que Ward despliega con habilidad todos los nudos que llevan a alguien como Leonie a ser la persona que es, con todo el peso de su pasado oprimiendo su presente, sus decisiones, su manera de querer y amar, su maternidad, su papel como hija, mujer, negra, sus pérdidas…
Pierdo el lenguaje, pierdo las palabras. Me pierdo a mí misma en ese sentimiento, el sentimiento de ser deseada y tocada y acunada, y al mismo tiempo estoy maravillada por el hecho de que quien lo hace es quien lo desea, quien lo necesita, quien toca, quien ve.
La canción de los vivos y los muertos es un retrato hábilmente trazado de la sociedad del sur de EEUU, del racismo del que la sociedad actual no consigue desprenderse y que genera miedo, miedo por el color de tu piel, por lo que la gente hará contigo por tu color. Pero también es un retrato de familias (des)hechas por las cicatrices de la vida, desestructuradas, de las relaciones maternofiliales, la maternidad, la muerte (los vivos muertos, los muertos vivos…), la pobreza, los miedos, las inseguridades, las decisiones…
Y Jesmyn Ward lo borda, lo borda utilizando las palabras adecuadas, el ritmo propicio, sin abusar de ningún recurso, sino simplemente utilizándolos en la medida justa, sin caer en el exceso de lirismo, de metáforas, de florituras, la mesura perfecta entre realismo y fantasía, sin recargar su sintaxis pero consiguiendo la emoción que nos implique, que nos haga rezumar empatía y comprensión.
El hogar no siempre tiene que ver con un lugar […] El hogar tiene que ver con la tierra. Si la tierra se abre para ti. Si tira de ti tan fuerte que el espacio entre tú y ella se funde y sois sólo uno y late como si fuera tu corazón. Al mismo tiempo.
La vida lo va devorando todo, mordisqueando ese punto por el que definitivamente nos rompemos, pero está la inercia y el instinto de seguir caminando, de alcanzar la paz con el pasado, con los vivos, con los muertos, con los que te precedieron y con aquellos a los que tú precedes. Y de alguna manera, sales a flote, vuelves a coger aire, emerges de aguas dulces y de aguas saladas, te sumerges en la tierra, emerges, respiras y entonces en algún momento escuchas la canción de los vivos y los muertos,
La vida es lucha, lucha constante. Hay mucho dolor en este libro, pero también una gran ternura. Ward no es condescendiente con sus personajes, pero los ha dotado a todos de una psicología real, reconocible y cercana que nos posibilita una empatía casi insoportable.
El dolor, la gran llama que lo inmola todo.
La canción de los vivos y los muertos es una novela majestuosa, de esas que tardas en olvidar, que probablemente no olvidarás. Y como libro equilibrado que es, la historia se cierra perfecta, por qué no, consiguiendo cerrar el círculo con suavidad, como una mano querida que se deposita en la cicatriz con delicadeza.
No todos los buenos libros gustan a todo el mundo. Pero La canción de los vivos y los muertos pondrá de acuerdo a todo tipo de lectores, a los más exigentes y a los menos, a los que bucean y se implican y se esfuerzan en las lecturas y a los que les gustan las lecturas más relajadas. Puedes atravesar todas las capas que propone Ward o quedarte en una de ellas, la que elijas, en ambos casos no querrás terminar el libro. Y cuando lo hagas, cuando lo termines, querrás no haberlo leído para poder volver a la primera página y dejarte aferrar de nuevo por la prosa envolvente de Ward, por los personajes, emocionarte y sentir que estar vivo es también esto: escuchar la canción de los vivos y los muertos.
Hay tanto cielo vacío donde antes se alzaba un árbol.