miércoles, 30 de abril de 2014

Reto de Escritoras Únicas: Charlotte Brontë

Ufff.. Charlotte Brontë. Hasta ahora al reto he traído a autoras (Margueritte Yourcenar, Herta Müller, Sylvia Plath) que podían ser conocidas para algunas personas, pero para otras muchas no. Pero Charlotte Brontë ya es otra liga. ¿Quién no la conoce o ha leído u oído hablar de Jane Eyre?. Y ¿qué puedo contar yo que no se haya contado ya mil veces o que no se pueda encontrar en un clic?

Charlotte Bronte falleció un 31 de marzo de 1855, de tuberculosis al igual que dos de sus hermanas y un hermano (aunque las causas de su muerte aún parecen no estar muy claras hoy en día) . Con 39 años y nueve meses de casada (con el cuarto hombre que le propuso matrimonio). Su fallecimiento supuso una gran pérdida para su padre, el indómito, austero y excéntrico Patrick, y para su marido el reverendo Arthur Bell Nicholls. Entre ambos no había precisamente un gran afecto, pero el sentido del deber de Arthur le obligó a ocuparse del anciano Patrick hasta el final de su vida.

Patrick Brontë fue a vivir con su familia a la parroquia de Haworth, en Yorkshire. A los pocos años su mujer, la madre de Charlotte fallece de cáncer, quedando Patrick a cargo de sus seis hijos (cinco hijas y un hijo), con la ayuda de su cuñada Elizabeth Branwell. Unos años más tarde, fallecerían las dos hermanas mayores de Charlotte, María y Elizabett, de tuberculosis y después de pasar por una escuela para hijos de clérigos en Lancanshire, donde había unas condiciones insalubres y una alimentación insuficiente. Algo muy habitual en aquella época. Lo que no fue tan habitual es que las hermanas Brontë, muy unidas y todas muy creativas, quisieran escribir y así lo hicieran, algo totalmente atípico para aquella época. Emily y Anne no pudieron disfrutar mucho de sus obras: en septiembre de 1848 fallece el hermano de Charlotte, Brawell, tres meses después lo hace Emily y en mayo de 1849 Anne. Todos ellos de tuberculosis y todos ellos en brazos de Charlotte. ¿Es necesario que añada algo más?


Charlotte Brontë fue una mujer que protegió mucho su vida privada, pues tenía un afán casi paranoico en pasar inadvertida. Ni siquiera le gustaba recibir visitas ni mucho menos hacerlas e incluso tenía cierta antipatía innata por los niños. Al quedarse sola y al cuidado de su padre, se aferra a la literatura, que traerá consigo una fama que no quería. Cuando falleció, y debido a la escasa información que se tenía sobre ella, las especulaciones no tardaron en caer.

Fruto de ese deseo de pasar desapercibida Jane Eyre se publicó bajo el seudónimo de Currer Bell. Lo tenía claro: Currer Bell la autora, Charlotte Brontë, la mujer. Jane Eyre fue una obra que sus contemporáneos consideraron como inquietante. La sensibilidad emocional y la inestabilidad psicológica de Charlotte hallaban salida en sus novelas (cuántas veces estamos viendo esto en las autoras del Reto de Escritoras Únicas). Evidentemente, en la sociedad de aquel momento, el desprecio por el éxito social, lo impredecible de sus juicios políticos, literarios y religiosos perturbaban ligeramente. Y, claro, esas pasiones tan directas que se reflejan en Jane Eyre, la crítica a la sociedad, eran carne de cultivo para el escándalo. Y hoy en día, Jane Eyre es considerada una obra maestra de la literatura y el inicio de un feminismo no político, pero sí liberador.





Charlotte Brontë, y por eso es una Escritora (y una Mujer) Única, tuvo la responsabilidad de cuidar a un padre viudo y problemático, y no precisamente en unas circunstancias fáciles; además tuvo que afrontar la enfermedad y muerte de los miembros de su familia, pero pese a todo ello, mantuvo su integridad moral y su fortaleza.


En una época en la que escribir era cosa de hombres, Charlotte tomó la decisión de escribir y que fuera como autora que se la juzgara y no como mujer. Y además, va y escribe, por ejemplo, Jane Eyre, con una protagonista independiente, decidida e indómita ¿hacen falta más motivos para que Charlotte Brontë esté incluida en el Reto de Escritoras Únicas?

Brocklehurst: ¿Sabes dónde van los malos después de morir?
Jane: Al infierno
Brocklehurst: ¿Y sabes qué es el infierno?
Jane: Un abismo lleno de fuego
Brocklehurst: ¿Te gustaría caer en ese abismo y arder en él eternamente?
Jane: No, señor
Brocklehurst: ¿Y qué debes hacer para evitarlo?
Jane: Estar sana y no morir, señor.  (Charlotte Brontë, Jane Eyre)

(©AnaBlasfuemia)

Reto de Escritoras Únicas
Meg nos trae a Virginia Woolf
Marilú nos trae a Irene Némirovsky
 
http://loqueleolocuento.blogspot.com.es/2013/12/reto-escritoras-unicas.html

domingo, 27 de abril de 2014

La idiota que hay en mí


Me he puesto en contacto con la idiota que hay en mí (¿hola? ¿estás ahí?). Muy amablemente me ha contestado y no ha dejado de preguntarme durante toda la conversación que cuándo sería el momento en el que los demás descubrirían mi naufragio. 

Qué pesada es, tiene vocación de arista punzante. Yo intento limar sus asperezas con gesto imperturbable, por si cuela. Pero la idiota que hay en mí no deja de darme la brasa, es como una roca solitaria, firme e inflexible. No cede. Me dice que sabe oír mis silencios, porque está cansada de pasear por los pedregales en los que desemboco. Y que cuando lloro, la mojo... ¡será...!

Es muy sagaz, la idiota esa, la que está en mí. Sagaz y coral: su voz se multiplica en mi cabeza para recordarme su existencia. Como si pudiera olvidarla. Como si no la oyera. Me habla de dignidad, de coherencia, de valentía. De la verdad y de la vida. A veces gime. A veces grita. A veces ríe.

 
La idiota que hay en mí no duda ni un momento en dejarme a la intemperie, desahuciada, desnuda, desprotegida. Y siento frío. Para que espabiles, me dice. Porque la idiota cree en conversaciones imposibles y en momentos estelares, en parajes caprichosos y en personas especiales, en sintonías y músicas afines, en rebeldías sin fecha de caducidad y en días amistosos, en momentos que te legitiman y nubes de colores, en pintadas que reivindican y en acciones que te confirman, en palabras que se dibujan y en noches que son epílogos, en días que crecen y en libros por escribir, en quimeras imposibles y en luces de estrellas, en amistades serenas y en un lugar en el mundo, en amaneceres sin descanso y en tatuajes del alma fieles. Cree hasta en la sinceridad y la honestidad como si eso la protegiera. No escarmienta.




¿Será capulla? La idiota que hay en mí cree que la luna es la puerta de la noche, que se puede viajar encima de una estrella fugaz, desenterrar polvos atávicos, remontar sábanas y otros ríos, hacer primaveras en cualquier momento y lugar, nadar en un mar verde, echar abajo muros, murallas y barricadas. Se inventa el amor de puertas abiertas, de noches despiertas, amistades imborrables, días con abrazos gratis, ventanas despejadas, miradas que miran, caminos de ida y vuelta y días venideros que vendrán. Hasta cree que puedo dejar de fumar.


A veces la desenchufo. ¡Flup!, desconectada. Y es que me da miedo que los demás la oigan. Yo se lo explico, es lo que hay le digo. Y me replica (bajito, porque es muy considerada a veces) que me estoy conformando, lo que es aún peor, que me estoy resignando. Que hay luchas que merecen la pena, incluso merecen el sufrimiento. Y entonces, la idiota que hay en mí, me duele. Y la pongo a dormir, porque no quiero oírla cuando me llama cobarde. Yo le digo que son quimeras, que no quiero sufrir y ella me contesta que así, sufres




No quiero mirar ese muro ciego, idiota.
Abre los ojos. El muro ciego es lo que todos ven, es más allá donde tienes que mirar.
No quiero, duele.
Ya te duele.
Vete.
No puedo, estoy en ti. Soy tú.
Pues entonces cállate.
Me vas a echar de menos.
Ya lo hago. Necesitas más idiotas como tú. Estás sola. Conmigo.
De acuerdo. Me callo. Pero no dejes de serte leal.
No te preocupes, ya estás tú ahí para recordármelo.

En el fondo, quiero mucho a la idiota que hay en mí. Pero también la quiero mucho cuando está calladita. Aunque sé que nunca habla por hablar.

jueves, 24 de abril de 2014

La niña que iba en hipopótamo a la escuela (Yoko Ogawa)

Título original: Mīna no kōshin (ミーナの行進)
Traductor: Yoshiko Sugiyama
Páginas: 416
Publicación: 2006 (2011)
Editorial: Funambulista
Categoría: Narrativa Contemporánea
ISBN: 9788496601987
Sinopsis: Al cumplir doce años, Tomoko, huérfana de padre, deberá cambiar de ciudad y separarse de su madre para ir a estudiar primero de secundaria. Para ello irá a vivir a casa de su prima Mina, una lujosa mansión de estilo occidental, cerca de Kobe, donde todo es singularmente diferente: su prima se pasa el día entre libros, o jugando con cerillas, su tío (director de una conocida fábrica de bebidas) es mestizo y se ausenta misteriosamente de la casa, y su tía abuela Rosa es alemana y habla a duras penas japonés. Pero, sobre todo, en la finca (que en su tiempo había albergado un zoo) vive un hipopótamo enano, que Mina utiliza como medio de transporte para ir a la escuela primaria, debido al asma crónica que la aqueja.


Yoko Ogawa empezó a ser conocida en nuestro país con La fórmula preferida del profesor. Después de despejar la fórmula del profesor decidí dar un paso más allá del boom mediático y me leí El embarazo de mi hermana una desasosegante visión del embarazo, visto desde el punto de vista de la hermana de la embarazada… En cualquier caso Yoko Ogawa me había conquistado ya con su peculiar visión de lo cotidiano, así que era inevitable que La niña que iba en hipopótamo a la escuela acabara en mis manos. Además es uno de los libros que Mónica Serendipia propone para su reto Serendipia recomienda 2014, con lo que leer este libro me venía muy bien.

Sólo de imaginar a esa niña yendo al colegio en hipopótamo ya me tenía ganada y cuando al desplegar la contraportada me encuentro con esta foto de Ana Bello yo ya estaba derretidita ¿no mola ir al colegio en hipopótamo?

Y empezar a leer las primeras páginas es encontrarme nuevamente con esa Yoko Ogawa tan sensorial, tan sencilla en su lenguaje y tan aguda y sarcástica en su visión del mundo y lo habitual.
Entonces se extasiaban diciendo "¡Qué cochecito tan bonito!" y luego se iban sin decir si encontraban bonito al bebé metido dentro.
El bebé que iba dentro de un carrito tan desproporcionado como llamativo era Tomoko, una de nuestras protagonistas y quien nos contará, 30 años después, el año que pasó en 1972 conviviendo con su prima Mina y su familia.

Y eso nos vamos a encontrar: un año en la vida de unas personas. Nada de otro mundo y, sin embargo, todo extraordinario. El día a día, con su asombrosa cotidianidad. En el transcurso de ese año, 1972, los hechos que fueron noticia en Japón no quedan al margen de la narración, como no queda al margen de las personas que allí vivían, y así por ejemplo nos encontramos con el desconcierto que causa a nuestros personajes el suicidio del autor japonés Yasunari Kawabata:
No es un conocido nuestro. No lo hemos visto jamás. Pero el señor Kawabata era un escritor ¿no es cierto? Alguien que escribe libros. Incluso aquí tenemos libros del señor Kawabata. No lo conocemos pero tenemos un vínculo con él. El señor Kawabata ha escrito libros que están aquí. Estos libros todo el mundo los lee. Éste es el motivo por el cual estamos tristes.

En una librería de una ciudad en la que él no puso jamás los pies, alguien que no le conoce abre uno de sus libros. Morir cuando te ha ocurrido algo tan maravilloso... me pregunto qué le habrá pasado por la cabeza.
Mentiría si no dijera que me costó arrancar con la lectura, durante bastantes páginas descripciones y detalles no conseguían llevarme a ese punto idílico entre el libro y yo que me hiciera no querer dejar de leer o volver al libro a la mínima oportunidad. Pero esto cambió en el momento en el que la figura de Mina, la etérea Mina, se engrandece y se apodera del espíritu del libro. Y ese momento, al menos en mi caso, fue cuando descubrimos el papel que tienen las cajas de cerillas, a las que tan aficionada es Mina. Y ahí empecé a conectar con la lectura. In crescendo.
Si se quisiera explicar con tan solo unas palabras quién era Mina, se podría decir que era una niña asmática a quien le gustaban los libros y que se desplazaba a lomos de un hipopótamo. Pero si se quisiera demostrar que se trataba efectivamente de Mina y no de cualquier otra persona, sería preciso añadir que era una niña que sabía encender con gracia las cerillas.
A partir de ese punto la lectura empezó a fluir y a tocarme esas fibras lectoras necesarias para que me aislara de lo que me rodea y entrara a la mansión junto con Tomoko, Mina, los padres de Mina, la señora Yoneda, la abuela Rosa, el señor Kobayashi, el hipopótamo Pochiko… Todos ellos personajes que de forma pausada se van deslizando en tu corazón hasta introducirse en él. Ah, y Pochiko, el más hábil para, desde su invisible presencia, hacerse un hueco bien grande en el lector.

La niña que iba en hipopótamo a la escuela no es una historia de acción, no desentraña nada, no hay grandes misterios; sólo es el transcurrir de un año, 1972. Y a través de estos momentos que nos describe Tomoko, vamos viendo cómo se crean los lazos indestructibles de la amistad entre Tomoko y Mina, pero también a la entrañable amistad entre la señora Yoneda y la abuela Rosa. Pequeños acontecimientos se van sucediendo, nada transcendentales ni improbables, muy cotidianos, pero hábilmente van contribuyendo a crear afectos, entre Tomoko y Mina y su familia, pero también entre el lector y los personajes.

Así, aunque me costó arrancar con el libro finalmente la lectura alcanza la tensión emocional suficiente como para que toque esa tecla entusiasta que se agradece porque acompasa al corazón. Late, luego estamos vivos.

Hay algo que no puedo pasar por alto, manque me pese: la edición y la traducción dejan bastante que desear. No esperaba encontrarme con las erratas que me encontré ni con una traducción que en algunas frases hasta hacían daño a la vista. Una pena. Espero que en la segunda edición hayan corregido estos desmanes…

No obstante esta colleja que acabo de soltar (merecida), ha sido una lectura muy agradable y que no me aparta de la senda de Yoko Ogawa, una autora que posee una habilidad especial para sacar lecturas distintas de lo cotidiano, aunque en este caso más que poner el punto de mira en lo distinto de lo cotidiano, en lo menos visible, lo que hace es evidenciar las redes que se entrelazan en la convivencia sin necesidad de grandes acontecimientos ni aspavientos. La vida misma, qué maja ella y cuánto la quiero y cuánto me gusta vivirla.
(©AnaBlasfuemia)

lunes, 21 de abril de 2014

Como amigo (Forrest Gander)




Título original: As a friend
Traductora: Pura López-Colomé
Páginas: 136
Publicación: Sexto Piso
ISBN: 9788415601241
Sinopsis: Les es uno de esos escasos seres extraordinarios en el sentido más amplio del término. Desde su accidentado nacimiento parece portador de un destino tan intenso como terrible. Lo mismo inspira fascinación por su gran belleza e inteligencia, que envidia entre sus más íntimos amigos, que disfrutan y padecen de manera constante su magnetismo. Como amigo narra su historia con el sur rural de Estados Unidos como melancólico trasfondo donde él mismo, su amigo y rival Clay, su esposa Cora y su amante Sarah se ven envueltos en una trama de amor y celos, donde todo gira y confluye en torno a Les.

Podéis empezar a leerlo AQUÍ.


Estaba en un momento lector complicado. No sabía qué leer ¡será por libros!! No, no era por falta de libros, era por otras faltas. Se me hacía raro ir con mi mochila sin un libro dentro, no tener en los momentos de espera y otros vacíos una lectura para echarme a los ojos. Como no tenía que leer, me quedaba embobada mirando hacia no se sabe dónde y con la mente en blanco. Y así tres días. Sin reconocerme. Una noche recurrí a Agustina Guerrero y su Diario de una volátil. Otra noche me refugié en Wislawa Szymborska y El gran número. Fin y principio y otros poemas. Cada uno en su estilo me dieron lo que buscaba y necesitaba, me acompañaron en noches complicadas y ruidosas. Me sujetaron, una con sonrisas y positivismo y la otra con ternura, inquietudes y serenidad. Pero seguía perdida mirando entre libros. Como no tengo mar ni playa que lo limite, fui a la biblioteca buscando silencio y, de repente, lo vi: Como amigo. ¿Quién no quiere un amigo?. Ven, le dije. Voy, me dijo. Y salimos a la calle de la mano, atravesamos la carretera y entramos en casa. 

A Les le gustaba poner en escena intercambios dramáticos de los que podía salir rápidamente, dejando tras de sí  un espacio cargado.  Su resonancia.

Como amigo tiene uno de los arranques más espectaculares e inquietantes que recuerdo, de una gran (casi excesiva) intensidad, con un lenguaje que es como las contracciones que describe, bombeando la mirada del lector. Seguí leyendo hasta la página 37, contenta de haber elegido tan a ciegas y tan acertadamente. En ese punto y página me detuve, quise saber más de lo que tenía entre manos. Leí esta reseña, esta y también esta. Sonreí, qué maravilla, yupi, qué acierto, apunta este libro, me congratulé por la elección y me dispuse a seguir leyendo.

Cometí un error (en realidad fueron dos errores). Me equivoqué. Seguí leyendo y de repente me perdí. Todo lo que me había gustado hasta esa página, todo lo que había recuperado, todo lo que creía que se iba a expandir y a mostrar ante mis ojos lectores se empezó a desmoronar. Ya no veía nada de esa delicatesen que había empezado a saborear con regocijo e ilusión. Me paré y volví hacia atrás. ¿Qué carajo me estoy perdiendo?, ¿qué es lo que no veo? Volvía hacia atrás, seguía perdida pensando que debería de estar leyendo mal, de forma inadecuada, que tal vez más adelante pasaría algo que me hará recuperar esa mirada ilusionante del principio.

Nada menos que Jeanette Winterson dice de este libro que es perturbador, inolvidable y encantado. Y que había que leerlo con lentitud. No, esto no puede ser. Perturbada estoy, desde luego, pero sospecho que no de la manera de Winterson. Avanzo páginas y sigo sin ver nada claro ¿dónde está el Les cautivador y extraordinario que pensé me encontraría en algún momento y haría encajar unas piezas que se me caían de las manos y se desmoronaban? Unas piezas que además, ni me gustaban ni disfrutaba. Les no me parece cautivador, no me parece extraordinario, no me parece nada. Ningún personaje me dice nada, no los entiendo, no entiendo tanto arrebatamiento por Les.  Me lo digan en prosa, en verso o a grito pelado. No lo entiendo.

No llegó, no hubo un momento en el que la lectura recuperara la ilusión, la magia. Algún destello, alguna frase aquí, allá. Deseosa de rescatar algo me aferraba a esos brillos esporádicos. Pero unos centelleos no hacen belleza ni construyen un libro. Forrest Gander es poeta, y esta su primera novela. Dice que tuvo que inventar otra forma de escribir, porque no sabía escribir como un novelista. A mí me gusta la poesía, aprecio el lirismo en la narrativa. Adoro las artimañas y juegos de palabras, que se construyen verso a verso, golpe a golpe de estrofa. No adoro este libro.

No ayudaba mucho a mis mejores intenciones de dejarme embelesar por este libro el que la traducción fuera al mexicano. Pero ni salvando ese obstáculo conseguí atisbar nada más allá de esas 37 primeras páginas y poco más. Quise ver originalidad si no en lo que cuenta (me recordaba a Michael Cunningham, en una vertiente que pretendía ser más transgresora), al menos en el cómo lo cuenta. Pero ni siquiera la estructura narrativa más o menos experimental consigue salvar la lectura ni que mis esperanzas lleguen a buen puerto.

Como es corto, además de ir hacia delante y hacia atrás, incluso al terminarlo lo volví a releer. Que no se diga que ya que voy a mandar este libro a mi casi olvidada ONG ¡Salva mi lista! no he intentado evitarlo. Que una cosa es tirar un libro al campo, a la madre tierra, pero otra defenestrarlo en la ONG. La relectura sólo confirmó lo que ya sabía: o yo no sé leer, o estoy fatal de lo mio o este libro está sobrevalorado no, lo siguiente.

¿Os dije que cometí dos errores? En realidad cometí tres: el tercero fue haberme parado en esas tres reseñas mencionadas al principio y no haber llegado a leer esta reseña. La búsqueda de Google no me la quiso mostrar entre las primeras. Me hubiera ahorrado tiempo y una decepción que se aproxima mucho a la sensación de haber sido estafada. Por verlo desde una vertiente más positiva y constructiva, también quiero valorar algo de esta lectura: me ha venido de perlas cabrearme con un libro para equilibrar mis marejadas emocionales.

Qué es lo que anda mal en mí, que decidí creerte. Qué anda mal en mí, que no pude salvarte
 PD: Pido perdón humildemente al segundo error por mi impulsividad.
(©AnaBlasfuemia)

lunes, 14 de abril de 2014

Una madre (Alejandro Palomas)



Páginas: 248
Publicación: 2014
Editorial: Siruela
Categoría: Narrativa Contemporánea
ISBN: 9788416120437
Sinopsis: Faltan unas horas para la medianoche. Por fin, después de varias tentativas, Amalia ha logrado a sus 65 años ver cumplido su sueño: reunir a toda la familia para cenar en Nochevieja. Una madre cuenta la historia de cómo Amalia entreteje con su humor y su entrega particular una red de hilos invisibles con la que une y protege a los suyos, zurciendo los silencios de unos y encauzando el futuro de los otros. Sabe que va a ser una noche intensa, llena de secretos y mentiras, de mucha risa y de confesiones largo tiempo contenidas que por fin estallan para descubrir lo que queda por vivir. Sabe que es el momento de actuar y no está dispuesta a que nada la aparte de su cometido.  Un cartel luminoso que emite mensajes desde una azotea junto al puerto, una silla en la que desde hace años jamás se sienta nadie, una Barcelona de cielos añiles que conspira para que vuelva una luz que parecía apagada, unos ojos como bosques alemanes y una libreta que aclara los porqués de una vida entera…

Puedes leer un fragmento AQUÍ



  No se puede encontrar paz evitando la vida, Leonard (Virginia Woolf en la película Las horas, basada en la novela homónima de Michael Cunningham) Cita del Libro primero de Una madre
Sigo a Alejandro Palomas en las redes sociales desde hace tiempo. Me gusta leerle así, escondida entre sus muchos seguidores, en sus píldoras diarias, algunas amargas, otras desternillantes, preocupadas, rebeldes, emocionadas, cercanas, divertidas, también reivindicativas, pero siempre tiernas y entrañables. Así que cuando por fin consiguió parir a su propia madre en forma de libro, no lo dudé. Madre y Alejandro Palomas conjugaban en mi sensibilidad de forma perfecta. Si tantas veces he sentido una conexión invisible con la ternura y el sentimiento de Alejandro, estando una madre por medio (la suya, la mía) esto sólo podía terminar en boda o con Una madre en mis manos, como un hogar al que volver. Lo de la boda está descartado por su parte y por la mía, pero el libro podría ser un lugar de encuentro incluso más íntimo y personal que una noche de bodas.

porque algunas familias son así -somos así-, así de intensas, así de imprevisibles y arrebatadas.

Hay que ser muy valiente, y muy Alejandro Palomas, para comenzar una novela con una familia cenando en Nochevieja. Que todos sabemos cómo nos las gastamos en las cenas navideñas. Al menos ha tenido la prudencia de situar la historia en la cena de Nochevieja y no en la de Nochebuena, donde las cenas familiares dan su sentido máximo a la expresión de liarla parda.

Lo dice con esa voz de mujer mayor que no sabe defenderse de los ataques de la gente a la que quiere, porque desde siempre prefiere dolerse a dañar.
Nuestra madre, esta madre, es una madre divertida y algo alocada, que parece negarse a madurar. Cuando su matrimonio se rompe, ella se encuentra. Porque en el fondo es sabia y conoce los secretos de la vida: no dejar que la edad (ni las personas) nos roben la infancia, la alegría, la (auto)estima, la inocencia, la mirada limpia, la transparencia, el humor, lo que importa, lo que se quiere… Una mujer confiada en un mundo en el que todos miramos de reojo, con mirada turbia y barreras a lo alto, defendiéndonos de no se sabe qué fantasmas o presuntos daños. Después de tantos años de silencio su decisión es vivir y proteger. El cariño, la confianza, la seguridad en el otro, no se necesitan más armas. Pero las madres tienen muchos recovecos y la ingenuidad tal vez sólo sea un disfraz, un quiebro, un espejo, un trampolín, una roca, pared o muro.

    ¿Por qué será que en esta familia nunca nos decimos las cosas que realmente importan?
Leer a Alejandro es cabalgar entre la carcajada y la lágrima, entre lo estrambótico y lo reflexivo, lo surrealista y el cariño, entre el abandono y el regocijo. Entre la alegría de vivir y el retorcijón de corazón. Un abanico amplio que despeja aires saturados y provoca brisas acogedoras como abrazos y torbellinos internos tamaño ciclogénesis explosiva. Hacía tiempo que no me reía tanto con un libro y Una madre me ha arrancado hasta carcajadas. Y todo ello salpicado de frases que te arropan el corazón y te hacen reflexionar, frases a las que volver como si fueran un faro o ese rincón que te resguarda mientras miras hacia dentro. Porque hacía también mucho que no lloraba tanto con un libro.

Una madre es de ese tipo de libros en el que te buscas en los personajes, porque sabes que te vas a encontrar. Eres este, o aquel, tal vez ella, tal vez él, o ahora uno y luego un poco de la otra. Te metes dentro de la historia porque en realidad ya estabas dentro antes de abrir el libro. No hay distancia, ni física ni emocional, entre tú y lo que lees. Es todo piel.

Alejandro Palomas tiene una mirada visceral y muy sentida de la realidad, las personas y las familias. Cada gesto, cada palabra, cada silencio, esconde una clave ante la que no puede permanecer ignorante ni ciego, la interpreta desde las entrañas con una lucidez impropia de quien vive continuamente con esa turbadora y vital intensidad. Creo que es justo ahí donde me solapo y entronco con él y que por eso le espío desde fuera, porque al mirarle a él, tantas veces me veo a mí. Buscando detrás de la tramoya lo importante.

Desconozco si Alejandro tiene dos hermanas, como Fernando, el protagonista del libro. Madre pongo la mano en el fuego que tiene, pero no sé si tiene hermano (la madre). Y lo que quiero decir con esto es que no sé si Alejandro hace un desnudo parcial o total en este libro, y que no me extraña que enferme y se quede sin energía al terminar de escribir una novela (los lectores le devolveremos la energía multiplicada por el infinito y más allá), pero en cualquier caso sé qué es lo que le deseo: que no deje de buscar, mirar y perseguir, nunca, pero también que sea un buen dibujante. Ser equilibrista sin equilibrio es arriesgado.


    Creíamos cosas que se creen porque alguien, en un rincón de nuestras historias, nos dibuja mapas del tesoro con pistas falsas. Luego, cuando esos mapas nos llevan al cofre prometido, saltan los candados y con ellos la sorpresa. Con el tiempo aprendemos que los mapas son de quien los dibuja, no de quien los persigue, y que en la vida sonríe más quien mejor dibuja, no quien más empeño pone en la búsqueda.
El lenguaje no sólo describe la realidad, sino que también la genera. Hay muchos abismos detrás de detalles insignificantes, Alejandro Palomas lo sabe y por eso amortigua nuestra lectura con ironía, sarcasmo y mucho humor socarrón pero también incisivo. Da tanto de sí mismo que ni siquiera se reserva el derecho a despreocuparse del lector, renuncia a él y nos tiene en cuenta y, a su manera, nos protege. Nos da la mano para sujetar. Tal vez también para sujetarse.

Carcajadas, complicidad, guiños, ternura, sensibilidad y silenciosas cargas de profundidad en la línea de flotación. Así ha sido mi lectura. Así de especial. Feliz, tocada y hundida. Touché.


    Yo no tenía mucha gente con quien compartirme.
(©AnaBlasfuemia)