“Había perdido un mundo y no había ganado otro”
Tengo una deuda de gratitud con Steinbeck. Cuando (años ha) empezaba a tomar conciencia de la enorme dimensión de la literatura, leer “Las uvas de la ira” inflamó mi conciencia social y mi alma revolucionaria. Le tengo cariño a Steinbeck, así que saqué de mis estanterías “La perla”.
No esperaba encontrarme con nada parecido a “Las uvas de la ira”, sí al autor icónico de la novela realista norteamericana. “La perla” es una especie de cuento, una parábola en la que claramente se nos intenta revelar alguna enseñanza moral.
En esta pequeña novela Steinbeck nos va a contar la historia de Kino, un pescador pobre entre pobres, que un día encuentra LA perla. No una perla cualquiera, no, sino LA perla. Y la encuentra cuando más falta le hacía: su hijo Coyotito necesita ayuda médica porque le ha picado un escorpión. La perla en cuestión, enorme y bella, facilitaría esa ayuda, permitiría que Kino y Juana puedan tener su boda, que Coyotito aprendiera a leer, tuvieran ropa nueva, un rifle… En fin, ya conocemos el cuento de la lechera. Le permitiría dejar de ser pobres. Pobres de dinero.
El estilo directo de Steinbeck, suficientemente poderoso como para construir imágenes sensoriales y el uso medido de metáforas, paradojas, preguntas retóricas, símiles y distintos recursos literarios que Stenbeick maneja con precisión, provocan que avances en la historia sintiendo la tensión, el miedo, las dudas, la rabia… de Kino. Sus sensaciones van a ser las nuestras, nos mete en la piel de Kino y, tangencialmente, en la de Juana (su mujer).
Desde luego “La perla” no tiene el vigor de “Las uvas de la ira” y está más centrada en la responsabilidad moral individual que en la colectiva, una moralidad más dirigida hacia sí mismo que hacia la comunidad. Y quizás (digo “quizás” porque cada lector tendrá su interpretación) por ahí iban los tiros de esta parábola que es “La perla” y que se resume en la cita con la que inicio el comentario.
Ay, la codicia. Uno de los siete pecados capitales. La codicia está ahí, al alcance de todos nosotros. Se lleva mal con lo justo. Tengo para mí que la codicia va de la mano del poder. Y no tengo buen concepto del poder. El caso es que Kino tenía deseo y tenía necesidad, mucha necesidad, puesto que el buen doctor se niega a atender a Coyotito si no le pagan, menudo codicioso el médico. Pero no sólo Kino tiene necesidad.
“La noticia removió algo infinitamente negro y maligno en el pueblo; el negro destilado era como el escorpión, o como el hambriento ante el olor a comida, o como el solitario al que se revela el amor. Los sacos de veneno del pueblo empezaron a fabricar ponzoña, y el pueblo se hinchó y soltó presión a bocanadas”
En los mundos de Yupi todos los vecinos y amigos se habrían alegrado por Kino, Juana y Coyotito. Pero en los mundos del pueblo descrito por Steinbeck, allá en La Paz (México) en una época sin precisar, los pobres eran muy pobres y los ricos muy ricos, dos mundos separados por un abismo. Sí, algunos se alegraron por Kino y su familia, quizás hasta pensaban que podría ser bueno para el pueblo. Pero lo que en realidad todos codiciaron era a LA perla, más que el bien común (común de comunitario). Porque la comunidad esconde avaricia, envidia y ambición. Incluso los valores del propio Kino llegan a tambalearse ligeramente, pese a que la dichosa perla le aportaba más problemas que soluciones, aunque intenta mantener a la familia unida pese a la crueldad de quien ambiciona su perla y a la fatalidad del destino.
Al principio de esta historia en la cabeza de Kino había una canción, la Canción de la Familia, que era una canción clara y dulce (“Era una mañana como cualquier otra mañana y, sin embargo, era perfecta entre todas las mañanas”). La familia se despierta unida, Juana aviva el fuego y muele maíz para el desayuno, Coyotito duerme, Kino observa a su mujer y a su hijo y sale a contemplar el amanecer en el Golfo. También al final de esta historia suena la Canción de la Familia que ya no es una canción, es un grito, quizás ya nunca vuelva a sonar esa canción en la cabeza de Kino, quizás la Canción de la Familia se haya ido con la música de la perla, que ya no es bella, es fea, gris y ulcerosa. Tal vez una vida sencilla pero inocente y verdadera tenga más valor que una perla. Tal vez.
Gracias, Steinbeck
Me ha encantado: tanto lo que cuenta como la forma en que lo hace. Nunca había leído nada de Steinbeck —otro más en la interminable lista de pendientes—, pero tu reseña lo retrata de maravilla y me lo has "vendido" muy bien.
ResponderEliminarQué alegría tenerte de vuelta. Eres el Guadiana de los contadores de libros: apareces, deslumbras… y luego vuelves a desaparecer. Pero sé que siempre regresas. Gracias, Ana.
Hola, Teresa! Sí que tengo vocación de Guadiana, pero una siempre vuelve a "casa" :) Nos vemos por aquí (el tiempo que esté) :P
EliminarEs de esas lecturas que me imponen y no termino de atreverme. Tu reseña me quita algo de miedo... A ver si termino animándome. Me alegra mucho verte por aquí!
ResponderEliminarBesotes!!!
Hola, Margari! No es una lectura que imponga ni mucho menos. Es cortita, fluida pero no vacua. Quítate TODO el miedo y no sólo algo ;)
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