Título original: In the Lake of the Woods
Traductora: María Sonia Cristoff
Páginas: 296
Publicación: 1994 (1999)
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433908940
Sinopsis: John Wade, un prometedor político que acaba de sufrir una contundente derrota electoral, pasa unos días de descanso en una cabaña aislada en los bosques de Minnesota, con su esposa Kathy. Una noche ella desaparece. Y se plantean todas las hipótesis: ¿Se ha marchado voluntariamente? ¿Se ha perdido en el laberinto natural de los alrededores del lago? ¿Se ha ahogado? ¿Huía de su marido? ¿La ha asesinado él? Cuando el sheriff pone en marcha la investigación, afloran todos los demonios del pasado: la infelicidad conyugal, las infidelidades y sobre todo la atroz experiencia en Vietnam del marido, un hombre que de niño soñaba con ser mago y acabó participando en la tristemente célebre matanza de civiles de My Lai.
En principio parece que estamos ante un thriller. Pero en realidad ¿qué es un thriller? La RAE no nos aporta nada al respecto, pero posiblemente en la mente de todas y todos esté un género en el que hay intriga, suspense, un (presunto) crimen, una investigación policial… Y estos elementos están: hay una persona que desaparece, no sabemos si asesinada o no, un sheriff, una búsqueda…
Pero no todo es lo que parece. Como en la vida misma, que nada es lo que parece ser, tal vez estemos, o tal vez no, ante un libro que parece una cosa y resulta ser otra sin dejar de ser lo que dice ser.
Las guerras. Lobo no come lobo. Pero hombre si mata (y algunos hasta comen) hombre. Acabo de escribir esto y volver a leerlo y me he estremecido. Las guerras nos parecen tan lejanas… Y sin embargo siempre hay una guerra activa en el mundo. Pero nuestra zona de confort nos protege de ellas de la forma más fácil y cómoda: por la vía de la ignorancia. Lo que no nos afecta no existe. Lo que no miro, lo que no sé, tampoco. Un mecanismo, la indiferencia, que evita el daño individual pero hace un daño colectivo terrible. También individual en verdad, pero no quiero irme por los cerros de Úbeda. Y estoy muy cerca (de los cerros).
Las guerras dejan secuelas. Y las secuelas no miran bandos ni vencedores ni vencidos. Todos son perdedores. Las secuelas no eligen aquí o allá, este o aquel. Simplemente hacen lo suyo, emponzoñar el alma, instalarse en ella. Cómo gestiona cada cual las secuelas es un mundo, un laberinto emocional, normalmente impenetrable. No siempre se gestionan bien, no siempre se exteriorizan, no siempre se es consciente de ellas…
Sobre las secuelas que la guerra de Vietnam, y concretamente la matanza de My Lai, han prendido (con doble acepción: agarrar y encender) en John Wade es sobre lo que habla Tim O’Brien en El lago de los Bosques. Pero no sólo de eso. También habla de relaciones familiares, relaciones de pareja, el poder, el éxito y su alter ego (la derrota), la soledad, la (in)comunicación, los silencios… Para ello O’Brien tira de recursos literarios, de experimentación en cuanto a estructura narrativa, pero sobre todo tira de crear un protagonista, John Wade, tremendamente complejo y rico como personaje. John Wade, el mago que era el espejo de sí mismo.
Me ha gustado mucho cómo O’Brien aborda la magia, lo que suponen los trucos de magia para un niño y cómo ese niño se transforma en adulto sin dejar de ser un mago. Todos somos magos. Usamos trucos. También me ha agradado cómo aborda los silencios, lo que callamos, los secretos que circulan por nuestras venas y que no asoman a las palabras, a veces por no saber cómo y otras por no saber a quién volcarlas… Lo que callamos, aunque sea a gritos, termina por ser el traje que da cobijo a nuestra soledad. No sólo secretos, también los “y si…”, los “hubiera debido de…” La culpa, vaya. Algunos dirían autoflagelarse, otros dirían que es no renunciar a ser ellos mismos, o al menos no renunciar a conocerse y no esconderse de sí mismos. Simulamos, andamos por la superficie… Siempre le ponemos nombre a todo ¿no?
No busquéis respuestas. Os vais a encontrar muchas preguntas y eso convierte este libro (que bien podría haberse titulado Los hombres que fingieron no saber las cosas que sabían) en un buen libro.
©AnaBlasfuemia
Traductora: María Sonia Cristoff
Páginas: 296
Publicación: 1994 (1999)
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433908940
Sinopsis: John Wade, un prometedor político que acaba de sufrir una contundente derrota electoral, pasa unos días de descanso en una cabaña aislada en los bosques de Minnesota, con su esposa Kathy. Una noche ella desaparece. Y se plantean todas las hipótesis: ¿Se ha marchado voluntariamente? ¿Se ha perdido en el laberinto natural de los alrededores del lago? ¿Se ha ahogado? ¿Huía de su marido? ¿La ha asesinado él? Cuando el sheriff pone en marcha la investigación, afloran todos los demonios del pasado: la infelicidad conyugal, las infidelidades y sobre todo la atroz experiencia en Vietnam del marido, un hombre que de niño soñaba con ser mago y acabó participando en la tristemente célebre matanza de civiles de My Lai.
Lo que me impulsa a seguir, soy consciente de ello, es un enorme deseo de forzar la entrada a otro corazón, de superar los obstáculos de las leyes naturales, de realizar milagros de conocimiento. Así es la naturaleza humana. Estamos fascinados, todos nosotros, por la implacable alteridad de los otros.Aunque no suelo frecuentar la novela bélica hace tiempo leí (y conté) Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien, un libro que me sorprendió mucho y bien. Y quise repetir con el autor, así que me fui a un lago en los bosques, en parte porque es también un lugar en el que ahora quisiera estar (o, más bien, perderme). Y el planteamiento del autor me ha vuelto a sorprender.
En principio parece que estamos ante un thriller. Pero en realidad ¿qué es un thriller? La RAE no nos aporta nada al respecto, pero posiblemente en la mente de todas y todos esté un género en el que hay intriga, suspense, un (presunto) crimen, una investigación policial… Y estos elementos están: hay una persona que desaparece, no sabemos si asesinada o no, un sheriff, una búsqueda…
Pero no todo es lo que parece. Como en la vida misma, que nada es lo que parece ser, tal vez estemos, o tal vez no, ante un libro que parece una cosa y resulta ser otra sin dejar de ser lo que dice ser.
Las guerras. Lobo no come lobo. Pero hombre si mata (y algunos hasta comen) hombre. Acabo de escribir esto y volver a leerlo y me he estremecido. Las guerras nos parecen tan lejanas… Y sin embargo siempre hay una guerra activa en el mundo. Pero nuestra zona de confort nos protege de ellas de la forma más fácil y cómoda: por la vía de la ignorancia. Lo que no nos afecta no existe. Lo que no miro, lo que no sé, tampoco. Un mecanismo, la indiferencia, que evita el daño individual pero hace un daño colectivo terrible. También individual en verdad, pero no quiero irme por los cerros de Úbeda. Y estoy muy cerca (de los cerros).
Las guerras dejan secuelas. Y las secuelas no miran bandos ni vencedores ni vencidos. Todos son perdedores. Las secuelas no eligen aquí o allá, este o aquel. Simplemente hacen lo suyo, emponzoñar el alma, instalarse en ella. Cómo gestiona cada cual las secuelas es un mundo, un laberinto emocional, normalmente impenetrable. No siempre se gestionan bien, no siempre se exteriorizan, no siempre se es consciente de ellas…
Sobre las secuelas que la guerra de Vietnam, y concretamente la matanza de My Lai, han prendido (con doble acepción: agarrar y encender) en John Wade es sobre lo que habla Tim O’Brien en El lago de los Bosques. Pero no sólo de eso. También habla de relaciones familiares, relaciones de pareja, el poder, el éxito y su alter ego (la derrota), la soledad, la (in)comunicación, los silencios… Para ello O’Brien tira de recursos literarios, de experimentación en cuanto a estructura narrativa, pero sobre todo tira de crear un protagonista, John Wade, tremendamente complejo y rico como personaje. John Wade, el mago que era el espejo de sí mismo.
Me ha gustado mucho cómo O’Brien aborda la magia, lo que suponen los trucos de magia para un niño y cómo ese niño se transforma en adulto sin dejar de ser un mago. Todos somos magos. Usamos trucos. También me ha agradado cómo aborda los silencios, lo que callamos, los secretos que circulan por nuestras venas y que no asoman a las palabras, a veces por no saber cómo y otras por no saber a quién volcarlas… Lo que callamos, aunque sea a gritos, termina por ser el traje que da cobijo a nuestra soledad. No sólo secretos, también los “y si…”, los “hubiera debido de…” La culpa, vaya. Algunos dirían autoflagelarse, otros dirían que es no renunciar a ser ellos mismos, o al menos no renunciar a conocerse y no esconderse de sí mismos. Simulamos, andamos por la superficie… Siempre le ponemos nombre a todo ¿no?
No busquéis respuestas. Os vais a encontrar muchas preguntas y eso convierte este libro (que bien podría haberse titulado Los hombres que fingieron no saber las cosas que sabían) en un buen libro.
¿Es que la verdad puede ser tan simple? ¿Y tan terrible?Pues sí. Ya se sabe que la verdad, lo que no tiene, es remedio. Manque nos pese.
©AnaBlasfuemia