Título original: Winter journal
Traductor: Benito Gómez Ibáñez
Páginas: 248
Publicación: 2012 (2012)
Editorial: Anagrama
Categoría: Biografías y Memorias
ISBN: 9788433933478
Sinopsis: Auster vuelve la mirada sobre sí mismo y parte de la llegada de las
primeras señales de la vejez para rememorar episodios de su vida. Y así, se
suceden las historias: un accidente infantil mientras jugaba al béisbol, el
descubrimiento del sexo, las masturbaciones adolescentes y la primera
experiencia sexual con una prostituta, la rememoración de sus padres, un
accidente de coche en el que su mujer resulta herida, una presentación en Arles
acompañado por su admirado Jean-Louis Trintignant, la estancia en París, una
larga lista comentada de las 21 habitaciones en las que ha vivido a lo largo de
su vida hasta llegar a su actual residencia en Park Slope, sus ataques de
pánico, los viajes, los paseos, la presencia de la nieve, el paso y la herida
del tiempo.
“Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.”
Primer párrafo y ya estás enganchada. Porque es un
pensamiento tan común pensar que “esas cosas” nunca nos van a pasar y, zas, nos
pasan... ¿Cómo, que no os habéis enganchado todavía? Un saltito y vamos al tercer párrafo.
“Habla ya antes de que sea demasiado tarde, y confía luego en seguir hablando hasta que no haya más que decir. Después de todo, se acaba el tiempo”.
Si hubiera subrayado este libro habría armado una
escabechina de tomo y lomo. Cada poco tenía que pararme, dejar que aposentaran todas las
sensaciones y recuerdos que la lectura removía dentro de mí. Y me hubiera puesto a escribir
como una posesa si no fuera porque necesitaba seguir leyendo, también como una
posesa.
Es curioso, pero el libro más auténtico, el libro más Paul
Auster, es el menos “austeriano” de todos. Auster hablando de Auster, una mirada hacia sí
mismo, que es una mirada hacia nosotros mismos, pluralizando y universalizando
ese gesto íntimo de verse por dentro, no las vísceras y el intestino, sino la
vida vivida y sentida. El acento está en cosas cotidianas, esas que nos ocurren
a todos: las cicatrices (físicas) de una infancia feliz, las cicatrices
(emocionales) que nos va dejando la vida, el amor a las personas con luz interior,
la tos del fumador, la fascinación por las hormigas, el despertar a ese placer
llamado sexo… Y Auster va desgranando todos sus recuerdos con descripciones tan
visuales y sensoriales como emotivas. Las vemos y sentimos con él.
Inevitablemente los recuerdos no son lineales, sino
que unos llevan a otros sin ton ni son, sin orden ni concierto, ahora traigo un
recuerdo de cuando era niño, luego describo el accidente de coche (con mujer
e hija), luego relato un encuentro con Jean-Louis Trintignant… Porque así
son los recuerdos, se encadenan y llaman unos a otros con una lógica
irracional, absolutamente personal y puramente emocional. Pero en este libro todo
este desparrame de recuerdos están pasados por el tamiz de la lucidez y el
brillo de Paul Auster y unidos por el tenso hilo de la piel y lo emocional.
En esos recuerdos que comparte con nosotros, me ha
extrañado que no describa muchos respecto a sus hijos (a su primer hijo apenas
lo menciona) y a su hermana, sí aparecen, pero parecen hacerlo de pasada, como que "estaban por ahí". Pero lo
mismo que los recuerdos son libres y van y vienen a su antojo, tampoco están
exentos de que deliberadamente algunos queden silenciados y ocultos detrás de
un cartel que diga “Territorio íntimo: estrictamente personal".
Pero a cambio, el striptease emocional de Auster es
avasallador: sus miedos (a la muerte, a la enfermedad..), sus ataques de
pánico, sus inseguridades, sus torpezas… todo lo desvela y lo desmenuza con
oficio casi poético en muchas ocasiones.
Sí habla Paul Auster de su mujer,
la también escritora Siri Hustvedt, con quien lleva más
de treinta años. No es que le dedique muchísimas páginas, pero sí que transmite
mucho amor y complicidad hacia su pareja. Y posiblemente también necesidad y
algo de dependencia (de ella)
“Te presentaron a la única, a la mujer que ha estado contigo desde aquella noche de hace treinta años, tu esposa, el gran amor que te asaltó por sorpresa cuando menos lo esperabas.. Porque siempre habláis, eso es lo que en cierto modo os define, y durante todos estos años habéis estado viviendo dentro de la larga e ininterrumpida conversación que se inició el día que os conocisteis”
“Ella no quiere que seas de otra manera. Tu mujer tolera tus debilidades y no te riñe ni te suelta sermones, y si se preocupa, es sólo porque quiere que vivas eternamente.”
El arranque de Diario
de invierno es espectacular, así como la mayoría de las páginas, pero no
sería honesta si no comentara también que al final termina por hacerse un pelín
largo. Lo que en general ha sido un transcurrir agradable y emotivo se empinó
como si fuera el Angliru (L’Angliru) en un par de ocasiones: cuando detalla una
a una todas las casas en las que ha vivido (y han sido unas cuantas: 21) y
cuando, de forma inexplicable, nos describe de forma tan detallada como
innecesaria la película “Con
las horas contadas”, de Rudolph Maté.
Y si el arranque de Diario de invierno es
espectacular, el final es enternecedor y también tremendamente honesto y digno:
“Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes sesenta y cuatro años. Afuera, la atmósfera es gris, casi blanca, no se ve el sol. Te preguntas ¿Cuántas mañanas quedan?
Se ha cerrado una puerta. Otra se ha abierto.
Has entrado en el invierno de tu vida!”
(©AnaBlasfuemia)