"Había aprendido que la paciencia es una virtud suprema, la más elegante y la más olvidada. Ayudaba a amar el mundo antes de pretender transformarlo [...] La paciencia era la reverencia del hombre hacia lo que se le había dado"
Quedaros con una palabra: rececho. Según la RAE: "acechar a la caza". Según el Wikcionario: "Vigilar con cautela la presa, esperando el momento oportuno para cazarla" Parece que es un verbo bien adherido a la caza y posiblemente en nuestra mente veamos a un cazador con un arma recechando a un animal. Pero hay otro tipo de rececho: el fotográfico. Ese es el que me interesa.
El escritor Sylvain Tesson se une al fotógrafo de la naturaleza y documentalista Vincent Munier, acompañados de la directora y bióloga Marie Amiguet y el cámara Léo-Pol Jacquot, para realizar un viaje fascinante al Tibet, a cinco mil metros de altitud (y temperaturas de -30°C) a la búsqueda del leopardo de las nieves, un animal extraordinario por ser su hábitat natural las montañas que rondan los seis mil metros de altura, lo que le convierte en un leopardo acostumbrado a vivir en las condiciones más extremas de la Tierra, de ahí que se sepa tan poco de él y que no sea fácil poder contemplarlo, dadas dichas condiciones, que los humanos llevamos más bien regulero.
Antes de continuar debéis de saber que existe un reportaje de este viaje, disponible en Filmin, cuya belleza fue premiada con los César de 2022. De visión obligada y disfrute asegurado.
Volvamos al rececho, en este caso el rececho fotográfico, que consiste en acechar a un animal en la zona natural en la que habita dicho animal. El rececho es arte del camuflaje y la paciencia, en una curiosa simbiosis precisamente con aquello que quieres "cazar" para poder fotografiar. Dado que la mayoría de las especies recelan del ser humano huyen en cuanto nos detectan antes de que nosotros lleguemos muchas veces a atisbar que estuvieran allí. Así que para poder fotografiar a un animal (ya ni os cuento el leopardo de las nieves) hace falta conocer muy bien sus costumbres, su hábitat, su comportamiento y miles de detalles.
Cuando Tesson inicia esta aventura de ir a la busca del leopardo de las nieves no era precisamente un hombre muy paciente. También es verdad que la paciencia del rececho es una virtud que implica una filosofía de vida y que va más allá de la paciencia común de la que podemos tirar día a día. El excepcional viaje hasta llegar a ver al leopardo de las nieves (sí, lo vieron, no les pasó como a Peter Matthiessen) es también un viaje personal, un viaje de aprendizaje. Y Tesson ya era una persona madura, culta, preparada y con mucha vida detrás cuando realizó este viaje.
"Primera lección: los animales aparecen sin avisar y luego se desvanecen sin remedio. Hay que bendecir su visión efímera, venerarla como una ofrenda"
Para entenderlo todo hay que leer el libro, ver el reportaje, echar mano de san Google para ver el paisaje que describe Tesson. Aunque hay que decir que para proteger al leopardo y otras especies de la zona, Tesson no es (deliberadamente) muy preciso en sus localizaciones, para evitar dar pistas a los cazadores (a los cazadores con armas, no con cámaras fotográficas). Proteger la belleza, proteger la Tierra, proteger la humanidad (de sí misma). Hay una confrontación directa entre la humanidad, la sociedad actual y la naturaleza. Los seres humanos nos apropiamos de todo, ávidos de no sé muy bien qué, poder, riquezas, sentirse el rey del mundo. Somos unos mindundis en el vasto imperio de la naturaleza. Destruimos lo que no comprendemos, lo que es más grande que nosotros. Creemos ser más grandes destruyendo. Qué bobos, qué tontos, qué torpes. Nos autodestruimos destruyendo nuestro refugio. No nos importa, sometidos al placer de lo inmediato, egoístas, incapaces de pensar globalmente, en términos de generaciones futuras, de algo más grande que nosotros mismos. No asumimos nuestra insignificancia y pisoteamos, invadimos, destruimos, nos damos golpes en el pecho.
Ya se me han disparado los dedos en el teclado, disculpen. Es curioso. En mí día a día no soy paciente. En la naturaleza, me transformo. Puedo pasarme horas y horas sintiendo el sol en la piel, observando las hormigas, mirando una flor, la luz atravesando las ramas de los árboles, mirando un pájaro, el horizonte, las olas... Rececho sin saberlo. Y eso siempre me da un poder extraordinario: me hace sentir paz, me da una fuerza intranscribible que soy incapaz de transmitir (ojalá pudiera). Lo venero como una ofrenda. Sé que cada milésima de segundo en contacto con la naturaleza, su flora, su fauna, sus habitantes, es un regalo que soy incapaz de agradecer en la misma medida. La naturaleza me despoja de toda vanidad.
"Venerar lo que está delante de nosotros. No esperar nada. Recordar mucho. Cuidarse de las esperanzas, humo encima de las ruinas. Disfrutar de lo que se ofrece. Buscar los símbolos y creer que la poesía es más sólida que la fe. Conformarse con el mundo. Luchar por que permanezca"
Tesson y sus acompañantes (Munier, qué admirable) persiguen y rastrean lo que corre el peligro de extinguirse, consiguen llegar a lo que permanece intacto, lo que aún no ha podido ser destruido por la humanidad. Poco queda ya que no hayamos arrasado, domesticado, transformado, utilizado... En esa travesía, ese viaje, Tesson se transforma, se disuelve y desvanece mucho de lo que creía saber, aprende la paciencia, aprende la conciencia del leopardo, aprende a mirar, a aguzar el oído, a ver donde parecía no haber nada, a escuchar el silencio y sus distorsiones. Un viaje espiritual en un paisaje dramáticamente bello.
Hablaba Miguel Hernández de tres heridas: la de la vida, la de la muerte, la del amor. Hay que añadir otro par de heridas más: la de la naturaleza y la de la humanidad.
"El rececho es una línea de conducta. Así la vida no pasa como si nada. Puedes vigilar bajo un tilo, en tu casa, delante de las nubes del cielo o incluso sentado a la mesa de tus amigos. En este mundo pasa más cosas de las que creemos"