miércoles, 27 de diciembre de 2023

El leopardo de las nieves (Sylvain Tesson)

 

"Había aprendido que la paciencia es una virtud suprema, la más elegante y la más olvidada. Ayudaba a amar el mundo antes de pretender transformarlo [...] La paciencia era la reverencia del hombre hacia lo que se le había dado"

Quedaros con una palabra: rececho. Según la RAE: "acechar a la caza". Según el Wikcionario: "Vigilar con cautela la presa, esperando el momento oportuno para cazarla" Parece que es un verbo bien adherido a la caza y posiblemente en nuestra mente veamos a un cazador con un arma recechando a un animal. Pero hay otro tipo de rececho: el fotográfico. Ese es el que me interesa.

El escritor Sylvain Tesson se une al fotógrafo de la naturaleza y documentalista Vincent Munier, acompañados de la directora y bióloga Marie Amiguet y el cámara Léo-Pol Jacquot, para realizar un viaje fascinante al Tibet, a cinco mil metros de altitud (y temperaturas de -30°C) a la búsqueda del leopardo de las nieves, un animal extraordinario por ser su hábitat natural las montañas que rondan los seis mil metros de altura, lo que le convierte en un leopardo acostumbrado a vivir en las condiciones más extremas de la Tierra, de ahí que se sepa tan poco de él y que no sea fácil poder contemplarlo, dadas dichas condiciones, que los humanos llevamos más bien regulero.

Antes de continuar debéis de saber que existe un reportaje de este viaje, disponible en Filmin, cuya belleza fue premiada con los César de 2022. De visión obligada y disfrute asegurado.

Volvamos al rececho, en este caso el rececho fotográfico, que consiste en acechar a un animal en la zona natural en la que habita dicho animal. El rececho es arte del camuflaje y la paciencia, en una curiosa simbiosis precisamente con aquello que quieres "cazar" para poder fotografiar. Dado que la mayoría de las especies recelan del ser humano huyen en cuanto nos detectan antes de que nosotros lleguemos muchas veces a atisbar que estuvieran allí. Así que para poder fotografiar a un animal (ya ni os cuento el leopardo de las nieves) hace falta conocer muy bien sus costumbres, su hábitat, su comportamiento y miles de detalles.

Cuando Tesson inicia esta aventura de ir a la busca del leopardo de las nieves no era precisamente un hombre muy paciente. También es verdad que la paciencia del rececho es una virtud que implica una filosofía de vida y que va más allá de la paciencia común de la que podemos tirar día a día. El excepcional viaje hasta llegar a ver al leopardo de las nieves (sí, lo vieron, no les pasó como a Peter Matthiessen) es también un viaje personal, un viaje de aprendizaje. Y Tesson ya era una persona madura, culta, preparada y con mucha vida detrás cuando realizó este viaje.

"Primera lección: los animales aparecen sin avisar y luego se desvanecen sin remedio. Hay que bendecir su visión efímera, venerarla como una ofrenda"

Para entenderlo todo hay que leer el libro, ver el reportaje, echar mano de san Google para ver el paisaje que describe Tesson. Aunque hay que decir que para proteger al leopardo y otras especies de la zona, Tesson no es (deliberadamente) muy preciso en sus localizaciones, para evitar dar pistas a los cazadores (a los cazadores con armas, no con cámaras fotográficas). Proteger la belleza, proteger la Tierra, proteger la humanidad (de sí misma). Hay una confrontación directa entre la humanidad, la sociedad actual y la naturaleza. Los seres humanos nos apropiamos de todo, ávidos de no sé muy bien qué, poder, riquezas, sentirse el rey del mundo. Somos unos mindundis en el vasto imperio de la naturaleza. Destruimos lo que no comprendemos, lo que es más grande que nosotros. Creemos ser más grandes destruyendo. Qué bobos, qué tontos, qué torpes. Nos autodestruimos destruyendo nuestro refugio. No nos importa, sometidos al placer de lo inmediato, egoístas, incapaces de pensar globalmente, en términos de generaciones futuras, de algo más grande que nosotros mismos. No asumimos nuestra insignificancia y pisoteamos, invadimos, destruimos, nos damos golpes en el pecho.

Ya se me han disparado los dedos en el teclado, disculpen. Es curioso. En mí día a día no soy paciente. En la naturaleza, me transformo. Puedo pasarme horas y horas sintiendo el sol en la piel, observando las hormigas, mirando una flor, la luz atravesando las ramas de los árboles, mirando un pájaro, el horizonte, las olas... Rececho sin saberlo. Y eso siempre me da un poder extraordinario: me hace sentir paz, me da una fuerza intranscribible que soy incapaz de transmitir (ojalá pudiera). Lo venero como una ofrenda. Sé que cada milésima de segundo en contacto con la naturaleza, su flora, su fauna, sus habitantes, es un regalo que soy incapaz de agradecer en la misma medida. La naturaleza me despoja de toda vanidad.

"Venerar lo que está delante de nosotros. No esperar nada. Recordar mucho. Cuidarse de las esperanzas, humo encima de las ruinas. Disfrutar de lo que se ofrece. Buscar los símbolos y creer que la poesía es más sólida que la fe. Conformarse con el mundo. Luchar por que permanezca"

Tesson y sus acompañantes (Munier, qué admirable) persiguen y rastrean lo que corre el peligro de extinguirse, consiguen llegar a lo que permanece intacto, lo que aún no ha podido ser destruido por la humanidad. Poco queda ya que no hayamos arrasado, domesticado, transformado, utilizado... En esa travesía, ese viaje, Tesson se transforma, se disuelve y desvanece mucho de lo que creía saber, aprende la paciencia, aprende la conciencia del leopardo, aprende a mirar, a aguzar el oído, a ver donde parecía no haber nada, a escuchar el silencio y sus distorsiones. Un viaje espiritual en un paisaje dramáticamente bello.

Hablaba Miguel Hernández de tres heridas: la de la vida, la de la muerte, la del amor. Hay que añadir otro par de heridas más: la de la naturaleza y la de la humanidad.

"El rececho es una línea de conducta. Así la vida no pasa como si nada. Puedes vigilar bajo un tilo, en tu casa, delante de las nubes del cielo o incluso sentado a la mesa de tus amigos. En este mundo pasa más cosas de las que creemos"


jueves, 21 de diciembre de 2023

Modos del deseo (Carolin Emcke)

 

"El mundo quedaba dividido. Se separaba en géneros ya antes de que los cuerpos fueran conscientes de esto, antes de que hubieran sido descubiertos realmente como sexos. Seguro que ya antes existía esta grieta en ese mundo que se abría una ley natural sin naturalidad alguna"

No sé muy bien cómo llegué a este libro. No lo recuerdo. Aunque estoy segura que ha sido por esa búsqueda constante de contenidos que rellenen un vacío, que apacigüen la zozobra de un mundo que me inquieta. Un libro me llevaría a otro que a su vez llevaría a otro y así hasta llegar a este, o leyendo a algún lector también insaciable que me señaló este libro... No, no lo recuerdo. O simplemente acudí a una librería, quién sabe dónde (improbable que haya sido en la ciudad en la que vivo), y el libro estaba ahí, lo cogí por el título, leí la contraportada y se vino conmigo.

Entre el ensayo y la autobiografía, el libro comienza con el suicidio de un conocido de Emcke. Cuando inicié la lectura, hace bastantes meses, no era el momento, así que lo dejé y lo he retomado ahora, que parece que me como el mundo pero únicamente he aprendido a que el mundo no me coma a mí.

Desde luego "Modos del deseo" no es un libro de respuestas (no las buscaba), es más bien un libro de preguntas, de aquellas que se hace la propia Emcke y aquello que se responde: ¿sabemos cómo queremos amar o vivir? ¿podemos ser quien queremos ser, sobre todo si queremos ser de forma distinta a lo "normativo"? ¿somos libres para vivir nuestros deseos?... no son preguntas baladíes. Quizás cada persona debamos reflexionar sobre ellas, si es que no lo hemos hecho ya.

Emcke se hizo esas y otras preguntas, indagó sobre sus respuestas, buscó hasta descubrir sus propias formas del deseo. Y lo comparte intentando que las palabras no sean agujeros negros que devoren todo aquello que esté próximo. Es evidente que las palabras tienen mucho de agujeros negros, poseen una densidad y una fuerza gravitatoria que no te permite escapar de ellas. Es muy difícil deconstruir algunas palabras. Creo que el momento en el que vivimos es un buen ejemplo de ello. Es complicado escapar al significado asignado a algunas palabras, significado o significados que terminan por vaciar al propio lenguaje. No voy a poner ejemplos, que no está el horno para bollos.

Algo que he compartido plenamente con la autora hasta el éxtasis (no ha sido lo único) es su necesidad de precisión lingüística, consciente del uso torticero que se hace del lenguaje y de la necesidad que tenemos de palabras nuevas, palabras contundentes, palabras que luchen contra la violencia, el silencio, el racismo, lo injusto.

En algún sitio leí que Emcke ha hecho de las palabras su trinchera y que busca formas de combatir la violencia, indagando en el origen de la misma, de la deshumanización y el conflicto. Así que cómo no me va a encantar lo que escribe esta mujer, cómo no voy a seguir buscando libros suyos que me recuerden una vez más que el silencio nunca es la solución y que si conoces el mal podrás luchar contra él. Y que el lenguaje es una herramienta que debemos de utilizar, aunque sea reconstruyéndolo.

Yendo desde una visión panorámica a una más próxima y personal, Emcke va accediendo a esas preguntas que le inquietan, aunque el truco está en cómo se observa, en la predisposición a la observación abierta. En ese ir desmenuzando los modos del deseo, Emcke va visibilizando aquello que no tenía forma definida y explorando cómo se construye una identidad. Y transforma la culpa que arrastraba desde el suicidio de su conocido en un duelo más sano. Al finalizar el libro, Emcke ha encontrado el lenguaje y puede pronunciarlo.

Tengo que decir que la traducción no me ha facilitado la lectura y ha habido fragmentos que me han chirriado bastante, pero lo que Emcke cuenta me interesaba lo suficiente como para seguir avanzando. Y lo digo desde mi ignorancia pero también desde mi sensación lectora.

"Quien haya tenido que pelear para reconocer la verdad del propio placer, quien haya tenido que pelear para pronunciarla y no entenderla o entenderse como una provocación, esta persona reaccionará de forma susceptible a la convención de la mentira"

martes, 12 de diciembre de 2023

La muerte del padre (Karl Ove Knausgård)


"La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede. Luego se para"

La literatura es puro misterio. Y lo es tanto para el lector más común como para el más avezado. Todos sabemos qué nos gusta, qué buscamos en los libros. Vivimos otras vidas que podemos sentir ajenas y hacerlas nuestras, pero también vidas tan próximas y cercanas con las que conectas de una forma tan profunda que asusta. Sabemos cuándo nos va a gustar un libro o cuándo no nos va a interesar lo más mínimo. En ocasiones ya en los primeros párrafos o páginas has decidido si va a ser una lectura que vas a disfrutar o que vas a rechazar. Todos tenemos nuestro propio canon, nuestros modelos y criterios para catalogar un libro como literatura o como basurilla, o quizás como un punto intermedio lo suficientemente convincente como para disfrutar de la lectura y saber que aunque no sea una obra maestra tampoco es, ni mucho menos, un bodrio. Sí, todo lector tiene sus parámetros para evitar sucumbir a la avalancha de libros existentes y a la apisonadora editorial que nos abruma con novedades y reediciones. Todo lector tiene sus recursos para escabullirse de los libros que en su criterio son mediocres.

Pero, insisto, la literatura es misterio en estado puro. Y sucede que hay libros que dinamitan tus propios códigos y criterios, tus balizas literarias, esas que usas para guiarte en el inmenso océano literario y que te ayudan a aprovechar vientos y mareas para elegir las mejores coordenadas, aquellas que te permitan avanzar lo más lejos posible con el menor malgasto de energía (y de tiempo). Y de repente un libro no respeta tus propias reglas, esas que llevas construyendo después de muchas, muchísimas, lecturas. Y te lees 500 páginas de un libro cuyas casi 270 primeras apenas han pasado por el visto bueno de aquello que tu consideras como válido para estar ahí, leyendo.

Y eso me ha pasado con "La muerte del padre", un libro que comienza reflexionando sobre la muerte, sobre cómo escondemos la muerte y a los muertos. Cada vez se entierra más rápido a los muertos, la liturgia se acorta, todo el proceso se acelera para que la vida nos siga avasallando, arrollando a la muerte y a los muertos. Cierto que hoy en día más imágenes (televisión, prensa, redes sociales) nos muestran cadáveres y masacres espeluznantes. Pero esos cadáveres no nos resultan amenazantes. Tanta exposición nos insensibiliza. Son cadáveres ajenos, lejanos, no nos importan que estén expuestos porque enseguida se vuelven invisibles, en cuanto las imágenes desaparecen. Pero si tuviéramos que convivir con los muertos ahí, sin enterrar, en la calle, en una habitación de tu casa, en el supermercado, en el hospital... ay.

En fin, Karl Ove va a hablar de la muerte de su padre, normal que inicie el libro reflexionando sobre la muerte. Más adelante nos dice "Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él". Bien, comparto esa idea, así que avanzamos porque me consta que es necesario colocarse a una distancia de aquello sobre lo que quieres reflexionar, pero una distancia ADECUADA: ampliar lo pequeño acercándose, reducir aquello que es desmesurado o grande alejándose de ello. Y cuando la imagen es precisa, nítida, la fijamos. Así que entiendo que eso es lo que quiere hacer Karl Ove con sus seis tochos, que componen "Mi lucha", una empresa mastodóntica de casi cuatro mil páginas (ya me quedan quinientas menos): encontrar la distancia adecuada, enfocar su vida. La vida.

Una obra autobiográfica de la envergadura de "Mi lucha" implica mucho detalle (y mucha memoria), una atención cirujana y microscópica hacia aquello que te rodea, una autointrospección muy precisa, muchas descripciones, relatar gestos cotidianos del tipo "me cepillé los dientes, me desnudé, me puse el pijama, encendí la lámpara de la cama antes de apagar la del techo, me acosté y me puse a leer". La antiliteratura, vaya. Hay que hilar muy fino para que tantas descripciones que podría hacer un niño de ocho años, que describen tus propios actos (como el de acostarse, si bien yo no uso pijama), los más comunes y mecanizados en tu día a día, no terminen por hacerte abandonar la lectura.

Karl Ove no es un tipo que disfrute de la vida social. Se esconde, no quiere que le alcancen ni que le vean. Pero va a escribir tropecientas mil páginas sobre su vida para que todos lo veamos, a su vida y a él. Quiere escribir algo grande, tan grande como su necesidad de estar solo, tan grande como sus espacios de soledad. Su lucha: que el tiempo no se le escape. Karl Ove quiere aislarse pero a la vez quiere ser el centro, esa es su lucha también: la necesidad de estar dentro y fuera a la vez, de mantener su soledad pero al mismo tiempo exhibirse.

Karl Ove quiere casito y yo se lo doy. ¿Por qué? Pues ahí está el misterio: no lo sé muy bien. Porque durante casi trescientas páginas no comprendo a Karl Ove, no sé qué es importante para él, no sé porqué se siente humillado y excluido, no entiendo sus pasos, sus derroteros, lo que cuenta no me retrotrae apenas a mi propia adolescencia, no de la forma que siento debería hacerlo. Pero, extrañamente, sigo leyendo a este tipo tan peculiar que tan pronto me repele y me deja fría como me dan ganas de adoptarlo o entiendo hasta el éxtasis su concepto de belleza y, sí, también sus contradicciones.

Todas las preocupaciones y dudas que otros autores parecen tener (si se debe incluir lo aburrido y lo irrelevante en la narración), a Karl Ove se la suda directamente. Lo cuenta todo, da igual si es superfluo, trivial, anodino, lo va a contar con una sorprendente memoria milimétrica. Y no con una prosa deslumbrante ni vibrante ni poética. No, nada de eso. Si tiene que prescindir de las sensaciones e impresiones para centrarse en una descripción real y objetiva, lo hace. Pero también hace lo contrario. A la manera nórdica, claro, con esa estética mecánica, ligeramente distante.

Pues, con todo, no dejo de leer. El libro me resulta extrañamente acogedor, y remarco lo de "extrañamente" porque no consigo saber, ni siquiera después de haber leído las 500 páginas, qué es aquello que me hizo seguir leyendo hasta llegar a ese momento (a partir del momento que Karl Ove acude a casa de su abuela cuando el padre fallece) en el que entonces el libro para mí tiene sentido, sobrevuela y encuentro espacios comunes, entra dentro de mi "canon" de calidad, por una razón u otra, la que sea, pero que a mí me vale porque ahí sí aprecio lo que estoy leyendo. Ese es el misterio: sólo conecté con menos de la mitad del libro. Las últimas páginas. En cualquier otro libro no habría llegado ni a las cien primeras. Pero con este, por alguna razón desconocida para mí, perseveré. Y no lo hice sufriendo ni maldiciendo ni renegando: acudía a libro con facilidad, incluso con ganas, siendo consciente de que no entendía qué me hacía volver a él.

Y así estamos, leído el primer libro de los seis que componen "Mi lucha", sabiendo que dentro de X tiempo cogeré el segundo con el cuasi convencimiento de que va a ser difícil que me lea los seis tomos pero quién sabe, porque este extraño tipo tiene una forma de contar que me ha enganchado por alguna razón que desconozco y eso a estas alturas me desconcierta, pero también me provoca curiosidad, por saber de él, pero también por saber qué me atrae a mí de él, de lo que cuenta y por cómo lo cuenta, con ese lenguaje tan preciso como distante para hurgar en lo sórdido, en lo ambiguo, en la pérdida. Tal vez Karl Ove utilice el lenguaje como si fuera una fregona que intenta limpiar todo aquello que ensucia la vida. Tal vez. Tengo que resolver el misterio.

"El arte de vivir, de eso estoy hablando

 

lunes, 4 de diciembre de 2023

Mi querido Mijael (Amos Oz)


"Escribo porque las personas a las que amaba han muerto. Escribo porque cuando era niña tenía una gran capacidad de amar y ahora esa capacidad de amar está muriendo. No quiero morir"

El párrafo anterior es el primer párrafo de "Mi querido Mijael". A ver quién no quiere continuar leyendo.

Es bien sabido que en el conflicto israelí-palestino la posición del escritor humanista Amos Oz era la del activismo por la paz. No voy a entrar a hablar sobre ese conflicto, el sentido común y la humanidad debería de ser suficiente (no lo es, lo sé). En cualquier caso no será este el tema central de "Mi querido Mijael", más allá de ser el telón de fondo en el que se desarrolla la trama que Oz quiere desplegar y que sirve también como escenario simbólico (social, pero también personal) del conflicto, la desconfianza y el aislamiento.

Para entender mejor la trama de este libro tenemos que remitirnos a la biografía del autor, con una infancia marcada por la tragedia: un padre violento y una madre que se suicidó a los 36 años de edad. Y es desde esa pérdida de su madre desde donde hay que guardar en la recámara mental del lector un (posible) contexto para enfrentarse a "Mi querido Mijael".

Aunque no sería hasta que superara la ira que sentía hacia su madre por haberse suicidado (y hacia su padre también) que Oz escribiera su libro autobiográfico "Una historia de amor y oscuridad" (2002), sin embargo, ya en "Mi querido Mijael" (1968) se puede ver un intento de Amos Oz por comprender a su madre, por entender sus motivaciones. Es cierto que "Una historia de amor y oscuridad" está considerada una novela autobiográfica y "Mi querido Mijael" no. Pero.

La voz que vamos a escuchar es la de Jana, el relato le pertenece a ella. No sabremos otro punto de vista más allá del que ella nos ofrece. Tampoco lo necesitamos. Mijael es su esposo. Que dos polos opuestos se atraigan no quiere decir que luego la relación sea sostenible ni que, precisamente por ser opuestos, se vayan a acoplar de forma armoniosa, proporcionando uno lo que el otro necesita o le falta. Posiblemente esa sea una idealización de la complementariedad en las parejas. O tal vez sea una realidad. A mí personalmente no me ha funcionado pero también es verdad que no me ha funcionado lo contrario, así que a saber. A Jana y Mijael, especialmente a ella, no les va bien. Un invento es eso de que los extremos se tocan.

"Mi querido Mijael" fue la segunda novela que escribió Oz. Es increíble lo que los buenos escritores son capaces de escribir así, casi de buenas a primeras. También es verdad que a veces los lectores dotamos a los libros que leemos de una complejidad y un trasfondo que a a lo mejor quién lo escribió no pretendía. Puede ser. Pero también puede ser que el propio escritor no se diera cuenta de los mimbres complejos de aquella escritura casi virginal y que la mirada del lector sea quien le aporte su razón de ser, ese trasfondo que era invisible para quien escribía pero no para quien lo leía. A saber. Como siempre, hablo por no callar, aunque valga más por lo que callo que por lo que hablo.

No es una novela de acción, tampoco la esperaba, lo que sucede es la vida de Jana desde que conoce a Mijael, su relación, su matrimonio, la familia que crean... No es una persona feliz, Jana. No es Mijael mala persona pero digamos que no le corre sangre por las venas, aunque le fluya la amabilidad. Pero Jana tiene un torrente en sus venas. Tal vez haya quien no empatice con ella pero no cabe duda que si Mijael fuera la voz que relatara ese periodo con su pareja nos aburriríamos bastante. Así que nos quedamos con la voz de Jana, con su intensidad, con su sufrimiento, su frustración... y su inestabilidad que roza la bipolaridad.

Pese al estilo casi austero (pero no carente de lirismo aunque sí libre de adornos superfluos) y con una prosa excelente en muchos momentos, la subjetividad de lo que cuenta Oz es casi exacerbada y hay una tensión expresiva que es más evidente cuando Jana calla que cuando se expresa. Intuimos que está en un callejón sin salida y en el que no hay un futuro lumínico.

Quizás la forma de ser, sentir y vivir de Jana sea una trampa para ella misma porque su mundo interior resulta impenetrable para los demás. Pero no para nosotros, porque Oz nos abre una puerta para que podamos acceder a su interior. Oz no juzga, expone. Creo que tampoco espera de nosotros ningún juicio.

Cuarenta años después, Oz afirmaba que no se atrevería a volver a escribir un libro desde la perspectiva de una mujer. Pues no lo sé pero a mí no me ha chirriado nada en "Mi querido Mijael". Al contrario, he disfrutado de esta conmovedora e inquietante historia, escrita hábilmente por un autor de los que es imprescindible tener en cualquier biblioteca que se precie.