Título original: Henry and June
Traductora: María José Rodellar
Páginas: 224
Publicación: 1986 (1987)
Editorial: Plaza & Janés
ISBN: 9788401380969
Sinopsis: El libro nos sitúa en el centro mismo de la vida sexual de la autora, en los “días tranquilos de Clichy” cuando interrumpen en su vida la figura apasionada y turbulenta de Henry Miller y la de su bella y excéntrica esposa June: los dos polos de una atracción erótica que trata de explorar de modo principal los misterios del sexo, como iniciación al conocimiento y a la sensualidad. Una vida erótica que vemos moverse en múltiples direcciones –desde la apacible vida conyugal con su marido Hugo, pasando por la pasión física e intelectual por Henry Miller, hasta la seducción por la belleza turbadora de June, o bien la experiencia psicoanalítica con el doctor Allendy-, y que Anaïs Nin nos desnuda con extrema franqueza sexual, de la que no obstante se halla exenta la morbosidad.
El impulso de crecer y de vivir intensamente es tan imperioso en mí que me es imposible resistirme a él.
Antes de tener el blog ya leía. Perogrullada, lo sé, pero necesaria. Hay muchos libros y autores que me gustaría ir trayendo poco a poco aquí, a mi cuarto propio que es este blog. No me recuerdo a mí misma sin un libro al alcance de la mano. Es algo que debo a mi padre. Fue por él que un día descubrí en casa una colección de libros eróticos, con mi adolescencia apenas recién estrenada. Sí, así como os cuento. No era cualquier colección: ahí estaban los trópicos de Henry Miller, el Decamerón, Lolita, D.H. Lawrence, Colette, Pauline Réage, el marqués de Sade… y Anaïs Nin. Me devoré la colección. De arriba a abajo. Y quedé fascinada por la relación entre Henry Miller y Anaïs Nin, especialmente por el carácter y la personalidad de Nin. Pocos autores me conmocionaron tanto en la adolescencia como lo hizo ella. Curioso cómo luego Anaïs regresó a mí. En cualquier caso tenía que hacerle hueco en este blog, sí o sí o también, porque es una autora injustamente invisibilizada en la blogosfera, desconocida y olvidada por ávidos lectores, y muy poco reeditada (aunque Siruela ha editado recientemente Diarios amorosos, que precisamente son la continuación de Henry y June). Y no se lo merece.
He conocido a Henry Miller.
En sus escritos es ostentoso, viril, animal, magnífico. “Un hombre que se emborracha de vida -pensé-. Como yo.”
Desde 1914 hasta 1977 Anaïs escribió un diario tras otro, que se iniciaron como una carta a su padre (que la abandonó, a ella y su familia, cuando Anaïs tenía 11 años). Cuadernos y cuadernos en los que Anaïs no filtraba, puesto que en principio eran unos diarios personales, y de esa forma al leerla sientes que eres su confidente y la ves desnuda, su cuerpo y su alma. En sus diarios era mucho más libre y auténtica contando que en sus otros libros. Tampoco ponía límites a su fantasía. Límites y Anaïs son dos palabras que combinan fatal en la misma frase.
Podría haber escogido cualquiera de sus libros, cualquiera de sus diarios. Pero decidí hacerlo con este, que leí por primera vez en la cama de un hospital, porque mientras mi cuerpo libraba batallas por su cuenta, Anaïs consiguió devolverle y devolverme el placer de los sentidos, me volvió a atrapar su mente, su alma, su forma de sentir y vivir. Su intensidad tiró de mí cual suero en vena. A chorros.
Si algo me cautiva de Nin es que no se puso barreras, ni a ella, ni a su sensualidad, ni a la vida, ni siquiera a su neurosis. ¿Que detecta que hay algo inalterado en ella? No lo ignora, al contrario, hace que se mueva, lo explora, lo palpa, lo agita, lo analiza, lo libera. No se asustó. Esa falta de miedo, esa introspección fácil y profunda, abriéndose puertas sin pudor, fueron detalles que no sólo no me pasaron inadvertidos, es que me convirtieron en incondicional de Anaïs.
Hay dos modos de llegar a mí, mediante los besos o la imaginación. Pero existe una jerarquía; los besos por sí solos no bastan.
Ya en su momento cuando leí esta frase la grabé a fuego en mi memoria. Quizás ahora cambiaría besos por abrazos pero sigue siendo una de mis citas preferidas de todos los tiempos, esas que siento que me definen. No, los besos no bastan. Ni los abrazos. Y el amor, tampoco.
Aunque a Anaïs Nin se la relaciona con la literatura erótica, al despertar y el juego sexual, sin duda fue mucho más que una exacerbada y libre relación con el sexo. Su personalidad era sumamente atractiva, vulnerable emocionalmente, profunda, inteligente y sensitiva, vivió su vida como hay que vivirla, como una aventura, con plenitud. Intensa, intensa Anaïs.
Y sus contrastes: fuerte y débil, narcisista e insegura, egoísta y generosa, indiferente y extrovertida, frágil y enérgica, honesta y dramática, desvergonzada y digna, leal y mentirosa, ingenua y autodestructiva... Una cosa y su contraria, sin ahogarlas ni ahogarse. Los contrastes que habitaban en Nin se me han hecho más claros al volver a leerla ahora, que vale que es primavera y la sangre altera, pero una ya está un tanto alejada de la adolescencia y mis hormonas están más experimentadas, aunque no dóciles, así que la lectura actual le aporta una serenidad en la que Anaïs vuelve a salir ganadora, ella la cautivadora y yo la cautivada. Nin es… incendiaria.
Hay algo en mí intocado, inalterado, que me gobierna. Será preciso hacer que se mueva si he de moverme plenamente.
Las zonas de confort me ponen nerviosa, las siento como una cárcel. Cómoda. Tranquila. Segura. Pero cárcel. Con sus barrotes y su espacio limitado y limitante. Por eso siempre me ha gustado salirme de esa zona de confort, suelo encontrar más vida. Mejor y peor. Más insegura a veces, incluso más dolorosa, pero también intensamente vital, mágica y extraordinaria. Salirse de la zona de confort es vivir sin red, aunque el alma se fracture en mil pedazos. Siempre merece la pena. Y si alguien vivió así, alejada de esa zona de confort, explorando todo lo que hay fuera, fue Anaïs Nin.
Nin se construía a sí misma, se deconstruía, volvía a reconstruirse, se creaba, moldeaba, experimentaba… Decía Simone de Beauvoir que “una mujer libre es justo lo contrario de una mujer fácil”. Anaïs Nin vivió libre y no fue una mujer fácil. Pero su imaginación, sus deseos, sus análisis de sí misma y de quienes la rodeaban, sus ideas sobre el amor, la infidelidad, el sexo... es una auténtica orgía para los sentidos y la mente. Un estímulo necesario. Creadora, artista, mentirosa, temperamental, experimentada, insegura, alocada, observadora, delicada… volver a leerla ha sido volver a sentir el latido en las venas.
Se mueve dentro de las sinfonías de Proust, de las insinuaciones de Gide, de los enigmas de opio de Cocteau, de los silencios de Valéry; se mueve hacia la sugestión, los espacios; hacia las iluminaciones de Rimbaud. Y yo ando con él. Esta noche lo amo por la hermosa manera en que me ha puesto en contacto con la tierra.
La relación de Henry Miller y Anaïs Nin tenía todos los ingredientes necesarios para ser un amor volcánico, una relación incendiaria: inteligencia, literatura, pasión, sexo. Energía. ¡Vida!. Una batalla de dos inteligencias, dos talentos, que se influyeron mutuamente, en sus vidas y en sus escritos. Hacían el amor, escribían juntos, se leían uno al otro, se escribían notas y cartas, hablaban de (y con) otros escritores… La pasión iba más allá de la cama y el trajín sexual. Henry Miller despertó a Anaïs Nin, liberó sus sentidos, su plenitud, sus instintos, su sensualidad… La despiadada inquietud de Nin encontró en Miller el aliado necesario para darle sentido a la palabra vivirse.
En Henry y June, vamos a encontrar sobre todo la relación de Anaïs con Henry Miller (también con su marido Hugo, su primo Eduardo, su psicoanalista Allendy…). Henry por aquí, Henry por allá… Pero también está ella, la bella June, la mujer de Henry Miller, el vértice necesario en el triángulo.
Había soñado contigo, deseaba que existieras. Formarás siempre parte de mi vida. Si te amo será porque hemos compartido en algún momento las mismas fantasías, la misma locura, el mismo escenario.
June, posiblemente un espejo de la propia Anaïs y a quien dedica las más hermosas y sinceras palabras. Quizás por lo que de sí misma reflejaba al hablar de June, es por lo que lo hace en menos ocasiones, pero nunca en un tono menor y siempre con esa pureza que atraviesa los escritos de Nin.
Por otra parte, tampoco tiene tanta importancia que me ame. No es su papel Yo estoy rebosante de amor hacia ella. Y al mismo tiempo siento que me estoy muriendo. Nuestro amor sería la muerte. El abrazo de las imaginaciones.
La literatura erótica está de moda. ¿He dicho literatura? Más bien los libros eróticos. ¿He dicho eróticos? Digamos libros con contenido sexual, llenos de tópicos dañinos para la mujer y muy poca creatividad. Son libros menores, en serio. No sé qué pensaría Anaïs Nin de 50 sombras de Grey y adláteres. Pero si alguien quiere, de verdad de la buena, LITERATURA ERÓTICA, así con mayúsculas olímpicas casi, por favor, cojan un libro de Anaïs y lean, por ejemplo, Delta de Venus.
Y si alguien quiere conocer a una mujer fascinante que se conocía y analizaba a sí misma como pocos, lean sus diarios. Una mujer que tomó las riendas de su sexualidad. Poliédrica, deslumbrante, seductora, dramática, excitante, libre, incómoda, sutil, profunda, sensual…
La edición que he leído contiene diversas (y dolorosas) erratas y una traducción deficiente. Incluso así, el espíritu indomable de Nin se apodera de la lectura. Alabada sea.
Anoche lloré. Lloré porque el proceso a través del cual me he hecho mujer ha sido doloroso. Lloré porque he dejado de ser una niña con una fe ciega de niña. Lloré porque he abierto los ojos a la realidad, al egoísmo de Henry, al ansia de poder de June, a mi insaciable creatividad, que ha de mezclarse con otros y no se basta a sí misma. Lloré porque ya no puedo creer y me encanta creer. Todavía soy capaz de amar apasionadamente, pero sin creer. Eso quiere decir que amo humanamente. Lloré porque de ahora en adelante lloraré menos. Lloré porque ha desaparecido el dolor y todavía no estoy acostumbrada a su ausencia.
Henry va a venir esta tarde y mañana salgo con June.
Qué placer volver a leer y sentir a Anaïs Nin, y traerla aquí, a mi cuarto propio.