viernes, 29 de mayo de 2020

El beso (Kathryn Harrison)


Existe un enfermizo vínculo íntimo entre el traidor y la víctima de la traición

Abuela grita y hace agujeros en las fotos. Madre duerme, ajena a las necesidades de su hija. Madre es fría y distante. Hija no entiende que madre se esconde en el sueño. Padre no está. Padre está ausente pero demasiado presente. Padre es un hombre de Dios. Hija duerme también.

No todos los besos son inocentes.

Leo sin hacer juicios de valor, intento practicar la “compasión difícil”, la compasión por el verdugo. Aquí hay un verdugo claro, egoísta y narcisista. Manipulador. ¿Cuándo alguien es lo suficientemente adulto como para que la escisión emocional provocada por una familia disfuncional te lleve a actuar correctamente ante la manipulación más vil, provocada por tu propio padre? ¿A los 18, los 20, los 40? Pero también aquí hay que practicar una compasión activa, esforzada, con la víctima.

Sentimos y actuamos. Si los sentimientos son confusos la actuación será confusa. Katryn fue una víctima. Que su brutal honestidad nos adentre en la complejidad emocional que se produce en una relación incestuosa no debe impedirnos ver su vulnerabilidad. Su aparente consentimiento no la hace menos víctima.

Lo que inquieta es que nos saca de un cliché fácil y cómodo en el que se tiende a juzgar en términos binarios y simplistas. No nos gusta sentirnos cuestionados, inquiridos. Nos gusta que las cicatrices sean visibles y nítidas y poder decir (sin dudas): ahí hubo una herida. Nos confunde y turba si la cicatriz se la causa una misma. Nos gusta que los malos estén en un lado y los buenos en otro, separados por un amplio y visible espacio. Pero ese espacio físico no existe. Nos gusta que las víctimas sean los “buenos”, que digan NO (“no es no”). ¿Pero si dice SÍ? entonces ya no es víctima, sentenciamos presurosos. Juzgamos.

No desvelo nada que no se sepa ya: esta es la historia de la relación incestuosa que la propia autora mantuvo con su padre, cuando ella tenía 20 años y él 40. Escrito con una prosa muy equilibrada, si queréis leer un libro que provocará un vivo debate en cualquier club de lectura, aquí tenéis uno bien polémico.

martes, 26 de mayo de 2020

Zarza-Rosa (Éric Chevillard)


Quisiera estar en todas partes a la vez, como el agua cuando se lo propone. Si miras la nube, te pierdes la flor

Zarza Rosa es una niña intensa y con una viva imaginación que escribe en su cuaderno secreto con la intención de que nadie lo lea, aunque se dirige a sus presuntos lectores. Así pues, es y no es secreto. Parece y no parece. Es y no es. Las contradicciones provocadas por las múltiples vertientes de la realidad. El cuaderno está escrito con ese tono cercano e íntimo propio de los diarios que hace que el lector se sienta como un intruso.

Zarza Rosa no es una narradora fiable, no porque sea una niña, sino porque aquello que no recuerda o no sabe lo inventa, como si fuera un sueño que pudiéramos elegir tener por la noche. Pero inventar en ella es una necesidad salvadora, inevitable cuando la realidad que te rodea es confusa, limitada y parcial.

A Zarza Rosa todo le parece hermoso, no tanto las personas, pero sí todo lo que le rodea. Es tanto su disfrute de las pequeñas cosas que te obliga a mirar a tu alrededor para comprobar si no te estás perdiendo algo, si no hay algo maravilloso en cada cosa que ves. Y que no estás viendo.

Ella sabe que hay cosas que no sabrá nunca, pero ser consciente de la ignorancia no implica aceptarla ni tampoco evita enfrentarse a lo que sí se sabe. Y por eso inventa encontrando verdades en aquello que imagina y porque a través de lo falso también se puede llegar a lo verdadero.

Los lectores asistimos al vaivén de sus pensamientos, fragmentados y saltarines, que ella hila con una lógica interna (que no es verdadera ni falsa pero es lógica) que sostiene los fragmentos, con la fantasía propia de la infancia pero también de una mente rota, con una mente viva e hiperactiva que atrapa todos los estímulos, los relevantes y los que no lo son, que yerra en sus prioridades, con una excitación propia de quien tiene un miedo nuevo, insospechado, y no sabe qué hacer con él, salvo esquivarlo poniendo la atención en otro lugar, real o imaginado.

Zarza Rosa es también una reflexión sobre el lenguaje y la escritura. Un pequeño gran libro con una ternura, belleza, profundidad y un humor entrañable y no exento de crudeza.


viernes, 22 de mayo de 2020

Nevada (Claire Vaye Watkins)


Al final, no puedo dejar de pensar en los principios

Los principios… ¿dónde, cuándo, cómo, por qué empieza todo? No podemos cambiar esa primera vez que desencadena una historia, una vida, una actitud. Algo hace “clic” y todo se desata, y a veces asistimos a toda esa secuencia como espectadores de nuestra propia vida, inermes ante los hechos, desbordados, incapaces de rebelarnos a lo que llamamos destino. Y todo porque algún día algo que no estaba bajo nuestro control nos hizo un camino que, si pudiéramos elegir, nunca habríamos escogido recorrer.

Y, sí, de principios e inicios va “Nevada”, pero también de lugares. Los lugares donde suceden las cosas son importantes, es el envoltorio imprescindible, el eslabón necesario. El lugar también es identidad. También somos eso, el paisaje que nos rodea. Y Nevada es un lugar árido y agreste que aúna los extremos del ser humano y la naturaleza: desierto, sexo, despilfarro, avaricia, artificio, desenfreno… y también comprensión y humanidad.

No se puede ayudar a quien se ama

Diez relatos que abordan temas como las ausencias y pérdidas, la aplastante carga del pasado, la imposibilidad de redimirse y la capacidad de mantenerse a flote sosteniendo heridas que se abren y cierran una y otra vez, de amar el dolor para el que no hay bálsamo con una honradez ajena al sufrimiento, de pertenecer a un lugar, de cuánta soledad somos capaces de gestionar y de la memoria como un túnel.

Diez relatos con un armazón lo suficientemente sólido como para sostener todo el libro, historias diferentes unidas por un lugar común: Nevada. Y la capacidad de Vaye Watkins para transmitirnos ese lugar, la urdimbre que construye en quienes lo habitan, un lugar en el que sobrevive quien resiste. Esa perfecta combinación entre sensibilidad y el escenario en el que transcurren los relatos es una habilidad notable de Watkins que convierte “Nevada” en un brillante libro de relatos que dejan poco resquicio para la inocencia, entre una prosa franca, tramas ingeniosas y personajes bastante memorables que se mueven como equilibristas sobre un alambre… lleno de púas.

Cómo se aferra lo estéril a lo fértil

martes, 19 de mayo de 2020

Gilead (Marilynne Robinson)


«Cuando la gente viene a hablarme, de lo que sea, me impresiona una especie de incandescencia que hay en ella, ese “yo” cuyo verbo puede ser “quiero” o “temor” y cuyo predicado puede ser “alguien” o “nada” y en realidad no importa, pues el encanto está precisamente en esa presencia, moldeada alrededor del “yo” como la llama en torno a la mecha, que surge en forma de pesadumbre y culpa y gozo y lo que sea, pero rápida, ávida e ingeniosa»

Qué gran narradora es Marilynne Robinson y qué difícil es lo que hace siendo tan fácil leerla. “Gilead” tiene un trasfondo religioso y teológico innegable pero, te interesen o no estas cuestiones, vas a conectar inevitablemente con su humanismo y con la gran sensibilidad que desprende en relación al ser humano y la existencia. Su prosa sosegada, honesta, acogedora, refleja un gran respeto que impele al lector a reconciliarse con las personas, con el vivir.

“Gilead” es una celebración de lo humano, una narrativa sencilla pero con una sólida construcción, que se aleja del tono sentimental y demagógico para abordar las motivaciones de su narrador con una profunda lucidez y con una transparencia muy generosa en ese escrutinio introspectivo que hace John Ames en una extensa carta dirigida a su hijo para que la lea cuando él ya no esté.

No siempre la voz narradora es fiable. No es el caso de John Ames, fiable y confiable, acogedora y profunda, sin esquivar ni misterios ni espinas. No soy nada fan de los sermones pero el abordaje de Robinson es lo suficientemente reflexivo e inteligente como para esquivar ese tono populista de muchas arengas, convirtiendo su discurso en una invitación al diálogo y a la reflexión, a una meditación profunda y serena.

Las enrevesadas relaciones entre padres e hijos es uno de los pilares que componen la columna vertebral de “Gilead”, también la soledad, la melancolía, las guerras, la comunidad, la religión, la vida… Todos ello abordado desde la calma, la amabilidad, el respeto y el cuidado. “Gilead” es, fundamentalmente, un enorme agradecimiento a lo cotidiano y ordinario, la vida como un milagro. Un libro conmovedor y acogedor de gran espiritualidad que cautiva sin falacias.

sábado, 16 de mayo de 2020

Entre cielo y tierra (Jón Kalman Stefánsson)


Pero la realidad nunca se aleja mucho de ti, nunca consigues huir de ella más que un momento, vivos y muertos están sometidos a ella y por eso es una cuestión de salud del alma, de cielo o infierno, convertir la realidad en un lugar mejor

Entre cielo y tierra, el mar. Entre cielo y tierra, quienes la habitan. Entre cielo y tierra, la naturaleza. Entre cielo y tierra, la realidad. La realidad con su hielo y su lava, su blanco y su negro, su frío y su calor, sus múltiples versiones de ella misma. La realidad es una miscelánea poliédrica. Y desconcertante. Pero es el lugar que habitamos. Lo que hay entre cielo y tierra es el espacio en el que nuestro destino se cumple mientras intentamos comprender lo inabarcable: la vida.

Stefansson nos habla de una época y un mundo perdido en el que el sufrimiento, una vez más, ejerce de poderosa metáfora sobre la vida, la muerte y la existencia. Con una prosa robusta y revestida hábilmente de un potente y atractivo tono poético, no esconde la luz ni el consuelo, pero tampoco la oscuridad, las tormentas, el olvido y los silencios.

La búsqueda espiritual requiere de una energía que es absorbida por la necesidad que requiere una realidad más tangible y menos mística: hay que trabajar, comer, tener un techo. No podemos abarcar toda la vida y muchos aspectos ineludibles de la misma pueden ser un doloroso aprendizaje. Doloroso y necesario.

Con una voz coral, colectiva, la voz de quienes ya no están y con una memoria frágil que deambula entre lo olvidado y lo recordado, “Entre cielo y tierra” tiene espacio también para la belleza, la amistad y la compasión, como una flor obstinada que nace en el asfalto y no escatima un ápice de su majestuosidad, rebelde y atractiva en medio de un entorno hostil gritando al mundo con su presencia que “es estupendo existir.

Por fin, mi reconciliación con la literatura islandesa.

El infierno es tener brazos y nadie a quien abrazar

sábado, 9 de mayo de 2020

Juntos todavía (Yves Bonnefoy)


Me acuerdo. ¿Es recordar?
¿O es imaginar? Atravesar fácilmente
La frontera entre todo y nada

En las páginas de cortesía o respeto (las hojas en blanco que hay al principio y/o final de todos los libros) suelo escribir mis notas de lectura. Instantes que se derraman buscando ser atrapados, solidificarse en el recuerdo. Claves que intento aferrar para dejarme pistas a mí misma. Bocetos sin forma definida. A partir de esas notas (no todas, ya escribo con red) suelo elaborar mis comentarios. Estas son, tal cual, algunas de las anotaciones que hice en este libro:

Poesía de lo cotidiano. Cercana como la piel que me envuelve.

Bonnefoy oye porque escucha, ve porque mira, pisa porque camina. Escribe porque escucha, mira y camina.

La certeza de las dudas, las dudas de los recuerdos, la consistencia de una mano amiga/amada.

La luz ilumina, pero también tiembla.

¿Cómo saber?: siendo (aquí, ahora, cerca). El futuro es ya.

La verdad de lo sencillo, dejarlo vibrar.

Este libro es un acto de generosidad. Verso o prosa, es un homenaje a la poesía y a la vida vivida y vívida.

Quiero esa mirada fresca, atrevida y reverencial de Bonnefoy, capaz de recomponer las imágenes rotas y hacer que el espíritu regrese a tu cuerpo, calmo y calmado.

Un cántico de lo finito reclamando la belleza y la espiritualidad de lo terrenal.

Los colores, vivos. Las palabras, cálidas y claras. Ciertas.

Memoria, recuerdos, tiempo, historia, inmediatez y belleza. Aprender a volver.

Conservar la belleza: paisaje, color, mano, amigos, amante, niños…

Poesía serena, concreta, firme, sensible y sabia.

Reinventar la esperanza.

Siento que la poesía de Bonnefoy cuida de mí como un regalo que necesitaba sin saberlo.

Con estas notas compongan el post que esperaban haber leído o la reseña que nunca escribo. Y lean a Bonnefoy con el corazón agradecido porque sus palabras apaciguan y sosiegan como una noche plena de luz en el ocaso de la vida. Conmovedor y maravilloso.

El infinito no es extensión sino profundidad,
Es donde desciende una vida que se vuelca
En el absoluto de otra, es la luz
Que nace de sus manos juntas en la noche

lunes, 4 de mayo de 2020

Solaris (Stanislaw Lem)


Has de estar preparado para cualquier eventualidad. Es algo imposible, lo sé. Pese a todo, inténtalo. Ese es el único consejo que puedo darte ahora. No conozco ningún otro

Y por fin alcanzo la fase 1 de mi (meta)confinamiento personal: vuelvo a leer. Ese libro que me retiene una página y otra y ya no abandono hasta la última. ¿Por qué este libro y no otro? Porque él me eligió a mí cuando decidí dejar de ser yo la que eligiera, en un esfuerzo desafortunado por mantener unos parámetros de “normalidad” que ya no funcionaban. En la página 33 de Solaris encuentro la cita anterior y sé que ya no voy a parar de leer. Se rompen las barreras de lo previsible para dejar paso a lo improbable.

Porque de eso se trata: abandonar toda la lógica previa, todos los valores, certezas, creencias… que me sostenían. Dejar de atragantarme con un mundo que nunca he podido abarcar ni comprender. Dar rienda suelta a los misterios de lo inexplicable, los centelleos de la imperfección, la seguridad de lo inestable, la probabilidad de un vacío amable. La inextricable tarea del acto de comprender es de una magnitud tal que la única interpretación posible es que, para estar a la altura de las circunstancias, tienes que aceptar tu propia insignificancia y la futilidad de la humanidad.

Y, de alguna manera, eso me liberó: admitir no sólo la belleza sino también la fealdad, lo improbable e imposible, la menudencia, la lógica de la espera, la ilógica de las ilusiones, el espanto clandestino, reventar el quiste del miedo, adentrarse en lo inverosímil, perder el miedo a la verdad aunque no la comprenda, lo desconocido como un nuevo amanecer. Lo inconcebible es mi nueva forma de vivir.

Solaris tiene mucho que ver con esto, refleja nuestra incapacidad para interpretar el mundo con claves que no sean humanas y, a la vez, creernos los reyes del mambo, controladores y casi que creadores de nuestro planeta Tierra, del universo y del cosmos, pese a las limitaciones de la inteligencia humana. Y la casa sin barrer. Y luego pasa lo que pasa: que en vez de escoba, tenemos que tirar de lejía.

Lem conjuga de forma muy personal literatura, filosofía y ciencia gracias a una orfebrería narrativa llena de sátira e inteligencia, basada en el pesimismo pero también en la esperanza implícita tanto en la modestia como en la aceptación de la complejidad de la existencia.

Yo había llegado hasta allí para encontrarme con el océano y con nadie más