La nieta del señor Linh (Philippe Claudel)

Título original: La petite fille de Monsieur Linh

Traductor: José Antonio Soriano Marco

Páginas: 128

Publicación: 2005 (2006)

Editorial: Salamandra

Categoría: Narrativa

ISBN: 9788498380033

Sinopsis: Una fría mañana de noviembre, tras un penoso viaje en barco, un anciano desembarca en un país que podría ser Francia, donde no conoce a nadie y cuya lengua ignora. El señor Linh huye de una guerra que ha acabado con su familia y destrozado su aldea. La guerra le ha robado todo menos a su nieta, un bebé llamado Sang Diu, que en su idioma significa «Mañana dulce», una niña tranquila que duerme siempre que el abuelo tararee su nana, la melodía que han cantado durante generaciones las mujeres de la familia. Instalado en un piso de acogida, el señor Linh sólo se preocupa por su nieta, su única razón de existir hasta que conoce al señor Bark, un hombre robusto y afable cuya mujer ha fallecido recientemente. Un afecto espontáneo surge entre estos dos solitarios que hablan distintas lenguas, pero que son capaces de comprenderse en silencio y a través de pequeños gestos. Ambos se encuentran regularmente en un banco del parque hasta que, una mañana, los servicios sociales conducen al señor Linh a un hospicio que no está autorizado a abandonar. El señor Linh consigue, sin embargo, escapar con Sang Diu y adentrarse en la ciudad desconocida, decidido a encontrar a su único amigo. Su coraje y determinación lo conducirán a un inesperado desenlace, profundamente conmovedor.

Estimado Claudel: Te quise antes de conocerte. Hace mucho tiempo vi al abuelo de Sang Diu y me lo traje a casa. Lo acomodé en el mejor rincón de mi estantería y, debo de reconocerlo, lo dejé ahí, sin más. Me gustaba mirar la estantería y verle allí, abrazado a su nieta, fundiéndose con ella. Inseparables. Unidos. A veces no sabía quién era el abuelo y quién la nieta. No fue hasta bastante tiempo después que empecé a rodear al señor Linh y a Sang Diu de almas grises, informes, aromas… Y todo lo guardé como si fuera un regalo. Un regalo que sabes que te va a gustar, te va a gustar muchísimo, y tardas en abrir de forma deliberada, saboreando el momento, prolongándolo porque una vez que lo hayas abierto ya está, se acabó, el momento mágico se termina. Es como el enamoramiento: cuando ya amas no es lo mismo que cuando te estás enamorando. No es lo mismo amar que estar enamorándose.

Y por fin llegó el día. Te quería, porque hace mucho que te quiero, pero no te conocía. ¿Y si me había equivocado?. Mucha gente me había hablado de ti, y me decían cosas buenas. Pero soy muy mía, así que nunca se sabe. Me empezó a entrar desconfianza. Ya sabes, los “y si”: ¿y si tal? ¿y si cual?.. En definitiva, había llegado el momento: bajé al abuelo de la estantería. Y a Sang Díu, claro, Y les pedí que me hablaran de ellos, que me hablaran de ti.

¿Y cómo decirte? Has sabido engatusarme y engañarme a partes iguales. Y lo has hecho con tanta habilidad y maestría que no puedo enfadarme. Tal vez tú ya lo sabías, que me pueden los gestos y los pequeños detalles, que desconfío de las palabras y que busco la verdad en miradas, guiños y aspavientos varios. Que las palabras son mentirosas y nos distraen de lo importante. Que soy más de besos y abrazos que de “te quiero”.

¿Cómo no iba a poner toda mi atención, toda mi emoción, incluso todo mi lagrimal, en la relación entre el señor Bark y el señor Linh?. Entendía tan bien la importancia de esa mano en el hombro, de los sonidos de una voz en el desierto del desarraigo, de las sonrisas en compañía, de sentarse en un banco, de dos soledades que se juntan, de la fuerza de ser dos, de la vacuidad de las palabras que se pronuncian y se gritan, de lo grande que es lo pequeño y lo pequeño que es lo grande, de cómo la muerte devasta a las personas, de lo enorme que es tener a alguien a tu lado, del abrazo oportuno (abrazo salvador) que te devuelve a la vida, de los regalos que son como faros que alumbran el camino de vuelta a casa... La memoria, que es muy sabia y nos protege muchas veces, siempre recuerda gestos, miradas, olores, imágenes, pero muy pocas palabras.

¿Sabes? Tengo que confesar que alguna vez miré hacia atrás y creí ver pequeñas huellas que se dirigían hacia otros territorios, pero como si fueran pisadas en la arena que el mar borra al acariciarlas, terminaba por perder esos pasos y me dejaba llevar de tu mano, mirando al frente. Confiada. Porque tu mano me acariciaba lo justo para no sentirme ni acosada ni adulada. Y es que sabes bien dónde están las fronteras, esas que separan la ternura del exceso, la sensibilidad de la impostura, lo emotivo de la artimaña. Sí, sabes de sobra cómo llegar a la orilla y no cruzarla, como arrullar el alma sin estrujarla. Y sabes cómo salir indemne para que no te digamos tramposo.

Pero no pude evitarlo. Cuando la nieta del señor Linh me miró a la cara y me dijo “Esto es todo”, no pude evitar exclamar “¿¡por qué me haces esto, joder!?”. No, no estaba enfadada. Cabreada tal vez. Porque lo conseguiste: me engañaste. Me pareció tan obvio que si no fuera porque aún tenía la congoja retorciéndose en mis entrañas, seguramente me hubiera sentido mal conmigo misma. Incluso mal contigo.

Pero no. He entendido tu juego. Y debo de reconocer que has sido hábil. Mucho. Y eso, amigo Claudel, y con la sencillez que lo has hecho tú, no lo consiguen muchos. No me avergüenza decir que has hecho que llorara, y al final, que te increpara (te he gritado “¡mieeerda!” en todos los idiomas posibles). Pero de eso se trata: de que al leer, algo dentro de mí se mueva. Porque cuando algo se me mueve me siento viva. Me recuerda lo que es la vida.

Has conseguido algo que nunca había hecho hasta ahora: que releyera un libro nada más terminar de leerlo. Y darme cuenta de que todo, absolutamente todo, encaja desde el principio. Y ese encaje de bolillos es como poner la pica en Flandes o la guinda de chocolate al pastel. Y me lo como. En realidad no nos ocultaste nada. Qué arte tienes.

¿Cómo no darte las gracias por todo eso? ¿Cómo no te voy a querer?

 

(©AnaBlasfuemia)