“Ahora os pido que os hagáis una sencilla e ingenua pregunta, que digáis: ¿para esto he nacido?; y os pido por favor que la encaréis con honestidad y respondáis si sois capaces o si os veis obligados.
¿Para esto?”
Voy a catalogar esta lectura como “demencial obra maestra”. Y con “demencial” pretendo lanzar una advertencia a quien no conozca a William H. Gass o no haya bregado con lecturas experimentales y vanguardistas en las que la forma y el estilo se reinventan y exprimen hasta límites insospechados sin abandonar en ningún momento el fondo (el “qué”), no sea que lo de “obra maestra” lance a una lectura que es tan compleja y exigente que puede desesperar a más de un lector pero que también es muy (pero que muy) gratificante para quien consiga avanzar por las más de 400 páginas de esta, repito, obra maestra. Para mí, claro, y entendiendo por obra maestra aquello que sobresale, provoca múltiples interpretaciones, transciende y perdura.
Para disfrutar de este libro extraordinario hay que saber a qué te enfrentas, saber que lo que vas a leer te va a noquear como lo hace todo aquello que desborda creatividad y originalidad y que te dejará extenuada y sin aliento; que te va a exigir una atención esforzada, minuciosa; que muchas veces no comprenderás y que otras entenderás todo el sentido del sinsentido; que leerás con la conciencia de que todo se revelará, que hallarás ese fragmento (como si fuera una ventana abierta que inunda de luz el espacio y define las formas) que dé todo el significado a esta orgía de literatura y creación narrativa y que, mientras, disfrutas de un espectáculo del que saldrás agradecida porque tienes conciencia clara de que acabas de pasar por una lectura que es un privilegio para todos aquellos que reverenciamos el qué pero también el cómo.
La narrativa de Gass funciona y se hace literatura mayúscula porque su prosa tiene una cadencia excepcional, porque las frases son conceptos y porque construye la sintaxis acumulándola de forma tan vertiginosa que a veces te sientes nadando a contracorriente desbordada por su magnitud narrativa. La acumulación de frases es como un látigo que te fustiga a seguir leyendo enfebrecida, sintiendo el trallazo de la creación desmedida, una cascada gramatical rebosante en la que sientes cada gota como un pinchazo en la piel.
Dicho todo lo anterior, que podía dejarlo ahí pero necesito seguir hablando de “La suerte de Omensetter” de la misma forma en la que lo leí (con voracidad), os digo que, pese a todo el festín estilístico y formal, también habemus trama, aunque podemos pensar, y tampoco nos equivocaríamos, que la verdadera trama es el lenguaje y su construcción, que la forma (el “cómo”) es el argumento.
En todo este tinglado, Glass nos ofrece tres voces (ninguna de ellas es la de Omensetter) y su propuesta es que sea el lector la voz que una y dé sentido a las tres. Me parece justo que un trabajo tan descomunal como el suyo (tuvo que reescribir este libro porque el manuscrito original desapareció) sea recompensado con un ímprobo esfuerzo por parte del lector.
La voz del senil Tott, la primera voz, distorsionada y olvidadiza pero con destellos de lucidez, nos advierte (y al finalizar la lectura vuelves a ella para terminar de encajar todo el engranaje). La de Pimber (a quien la presencia de Omensetter le lleva a contestar la pregunta clave ¿para esto he nacido?, con todas las de perder) nos embauca, es la más accesible en la forma y la más manipuladora en el fondo, aunque no necesariamente la más verdadera (ninguna lo es). Y la más extensa de todas ellas, la de Furber, que nos embauca e hipnotiza, ardiente y enferma, con su fluir de conciencia. Furber, el embustero y amargado, al que le faltan letras de la palabra amor. Furber el cínico, incrédulo y furibundo. Furber, cuya voz se alza sobre todas y se termina por reescribir, como se reescribía continuamente el propio Gass.
"La suerte de Omensetter" tiene evidentes mimbres faulknerianos pero es, sobre todo, muy, pero que muy Gass. Hay que esforzarse, sí, muchísimo, pero también caer rendida y admirar el esfuerzo de autores como William H. Gass, que nunca estarán entre la lista de los más vendidos ni serán de los que más ruido mediático provoquen, pero que para algunos lectores significa “para esto, para esto leo”.
“Recuerda por favor que siempre hablo de manera figurada, por medio de emblemas y motivos, ya me entiendes. Amplifican mi voz como manos ahuecadas. Cierta vez denominé a tal pureza del habla, a tal precisión y fuerza en la frase, la medida del espacio espiritual, el álgebra de la vida interior”
Formidable traducción de Ce Santiago.