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miércoles, 17 de enero de 2024

Y eso fue lo que pasó (Natalia Ginzburg)


"Pensaba en lo fácil que era la vida de las mujeres que nunca han tenido miedo de un hombre"

Y cómo no sentir miedo de un hombre que es un manipulador de manual y encima es tu marido, a quien no tienes nada que ocultar porque se lo has contado todo. Dice Ginzburg en una nota (brutal, por cierto): "Esta historia está llena de humo, de lluvia y de niebla". También nos dice que cuando escribió "Y esto fue lo que pasó" se sentía infeliz y sin ganas de pelear ni combatir, que su mente estaba confusa y enredada en la oscuridad, y que por eso en esta historia lo que está más vivo en la mujer protagonista es su oscuridad, su confusión y su enredo.

Ginzburg cree que no debemos buscar un consuelo en la escritura. Pero escribes en función de tu estado emocional y mental y quizás el consuelo sea poner negro sobre blanco aquello que dentro nos arrolla. No lo sé porque no soy escritora, solo escribo de lo que leo y ya otros escriben para contarlo y contarme. Pero sobre lo que sí tengo una certeza absoluta es que la virtud de convertir lo ordinario en arte está al alcance de muy pocas personas y que Ginzburg es una de ellas. Y cuando digo ordinario en realidad digo extraordinario, porque lo ordinario no debilita ni esconde la complejidad de la vida. Puedes ignorarlo, eso sí (ojos que no ven, que no miran, corazón que no siente), pero ahí está Ginzburg para poner la lupa.

"Y esto fue lo que pasó" es una pequeña novela absolutamente descomunal y contundente. ¿Puedo decir que es bestial?. Es que me encanta tantísimo esta escritora que no puedo evitar llenarme de tópicos admirativos. Pero cómo describe la sumisión, el deseo y la necesidad de encajar en el rol que se espera de una mujer, con todo lo dañino que eso implica, me parece algo magistral en Ginzburg. Su manejo de la prosa realista es impresionante, jamás te pierdes ni te sientes confusa en la escritura de Ginzburg. Y siendo cierto que me gusta mucho la literatura rebuscada, alambicada, compleja, enrevesada y sutil, no es menos cierto que también me gusta lo contrario cuando está cargada de razones, profundidad y verdad.

La voz narrativa de Ginzburg es cautivadora, tiene magia, madurez, serenidad y es vibrante. En ella las palabras no se enciman tumultuosas, más bien se encadenan con serenidad y con el firme propósito de narrar una historia. Es incorruptible porque hay en ella un vigor intelectual, una exigencia ética y una capacidad para transmitir ideas, realidades, valores y sentimientos que no puedo (ni quiero) evitar admirar profundamente. En la ficción, inventas, pero en "Y esto fue lo que pasó" la sensación es que todo lo que cuenta sucedió. Más aún: sucede. Y esto es así porque las mujeres de Ginzburg son mujeres que están solas en su propia naturaleza, su condición de mujeres que se niegan a abrazar su destino y a salir a su encuentro. Por eso Ginzburg es intemporal y está llena de matices.

Pese a haber escrito esta historia sin ganas de luchar y enredada en oscuridad, "Y esto fue lo que pasó" conserva una frescura contundente y testimonial porque en su escritura concisa y directa, cauta y medida, nada es gratuito y nunca pierde la elegancia ni la coherencia interna: se llama tener ética.

domingo, 6 de agosto de 2023

Las pequeñas virtudes (Natalia Ginzburg)

 


"Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto los vemos rotos, comprendemos de repente que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre entre ese alternarse de esperanzas y nostalgias"

La inmensa mayoría de manuales, algún que otro libro célebre y gurús de autoayuda: "Haz de tu vida un sueño y de tu sueño una realidad" (Antoine de Saint-Exupéry), "Todos tus sueños pueden hacerse realidad si tienes el coraje de perseguirlos" (Walt Disney), “Nunca se te da un sueño sin que también se te dé el poder de hacerlo realidad. Sin embargo, tendrás que esforzarte” (Richard Bach), "No te rindas, que la vida es perseguir tus sueños", "Sigue tu corazón y tus sueños se harán realidad"... puedo seguir así hasta el infinito, la idea de que hay que perseguir tus sueños y que si perseveras en ellos los consigues se nos vende por activa y pasiva. Cuánto daño ha hecho "El principito". En fin, a lo que voy, que es a Natalia Ginzburg, escritora honesta como pocas y pocos, que lo que nos dice es: "Los sueños no se hacen nunca realidad". Olé tú, Natalia. Más Natalia Ginzburg y menos coaches e influencers de pacotilla y menos (si puede ser, mejor ninguno) eslóganes dañinos que se lanzan a diestro y siniestro.

No voy a descubrir a Natalia Ginzburg, como acabo de comentar me parece una escritora honesta. Honesta y brillante. Muy reconocible su prosa engañosamente sencilla y transparente, con una precisión psicológica propia de quién es una observadora innata, con una gran capacidad para poner el acento en los detalles, en lo invisible, en lo sobresaliente.

Como se puede ver en la contraportada del libro, "Las pequeñas virtudes" son once textos que abarcan temas diversos. No sobra absolutamente ninguno, aunque hay tres que a mí me han cautivado especialmente: "Retrato de un amigo" (el amigo, ya saben, es otra de mis debilidades: Cesare Pavese), "Mi oficio" y "Las relaciones humanas". Leer a Natalia es un lujo para cualquier lector voraz: su inteligencia, su coherencia, su sensatez, esa mirada limpia y lúcida, esa distancia adecuada de aquello que narra, sin blandir lo emocional como una espada o una red que atrape al lector... todo eso no son pequeñas virtudes, son virtudes grandes, enormes, al alcance de pocos escritores. Y todas las maneja con habilidad, con instinto.

Creo que "Las pequeñas virtudes" es un compendio de ensayos que reflejan muy bien la naturaleza de esta gran escritora, su esencia. Cuando lees a Ginzburg no sólo piensas, sino que repiensas, revisas lo pensado. Nos inquiere con suavidad, con dulzura, pero con contundencia. Y con una ética personal que la convierte en una de esas personas brújula, una guía. Una persona faro.

No hay que dejarse engañar por su escritura aparentemente sencilla. Aunque sus entornos narrativos sean domésticos, cotidianos y su léxico sea familiar y cercano, sin embargo aborda cuestiones de gran complejidad. No es una escritora que se haya escondido porque su compromiso político y su ética personal no se lo permitía.

Hay que leer siempre a personas inteligentes, llenas de sabiduría. Puedes no estar de acuerdo con algunos planteamientos de Ginzburg, no importa, siempre vas a caer rendida a su lucidez, a su argumentación. A su honestidad.

"Y yo no he sabido formarme una cultura de nada, ni siquiera de las cosas que más he amado en mi vida: han quedado en mí como imágenes dispersas, alimentando mi vida de recuerdos y emociones, sí, pero sin llenar el vacío, el desierto de mi cultura"

Sí soy.

sábado, 22 de agosto de 2020

La nieve estaba sucia (Georges Simenon)


Todo el mundo tiene miedo

Y al final siempre el miedo mueve nuestras piernas: nos hace andar, correr, retroceder, quedarnos quietos. Nos atraviesa. Podemos llamarlo de mil maneras, incluso destino o ausencia, pero su verdadero nombre es ese: miedo. Un único nombre con infinitas caras. Cada persona con su miedo, carne de nuestra carne. Nieve sucia.

Simenon fue un autor prolijo pero de gran oficio. Muchos de mis veranos han tenido la forma de Agatha Christie y de Georges Simenon. Las novelas de Christie eran un reto, como resolver un crucigrama, buscaba pistas y los personajes, estereotipados, formaban parte de esas pistas. Las de Simenon tenían forma de literatura, de novela policiaca en donde los personajes tenían más relevancia y profundidad humana y la mente del criminal se retrataba con precisión psicológica. Tanto tiempo después, paso unos días de verano con Simenon y vuelvo a rendirme ante este peculiar autor y su grandeza literaria.

La nieve estaba sucia” es una extraordinaria muestra del talento de Simenon para construir personajes cuya psicología se disecciona con sutileza, escrupulosidad y rigor apoyándose en una prosa exacta, clara, comprimida y descriptiva en la que no hay nada inútil. También hay un depurado e inclemente retrato de una sociedad y una época que aun reconocemos en el presente.

El protagonista es agotador, un buitre en permanente y escudriñadora tensión. Un ser depravado que se mueve con la seguridad que da saber que la gente calla, que nadie dirá la verdad. Que maneja su propio miedo y utiliza el de los demás. Quizás, sólo quizás, la inocencia le incomode, apenas una inquietud imperceptible pero con la eficacia de una gota malaya.

Nos irrita Frank, su asombrosa frialdad, su aparente carencia de motivaciones (las motivaciones son escurridizas e imprecisas), sus actos violentos y miserables. Pero hay algo que nos incomoda todavía más: su huida hacia adelante provocando un destino que sabe ineludible. Nos incomoda porque siempre es inquietante reconocer lo que hay de humano detrás del monstruo: la ausencia del padre, la necesidad de reconocimiento, de redención. No hay compasión, ni siquiera para con uno mismo.

martes, 12 de noviembre de 2019

Historia del silencio (Alain Corbin)


Convendría reflexionar sobre este terror al silencio en sí mismo, que determina, hoy en día, la huida fuera del no-ruido y de la interioridad

A veces el silencio me habla con claridad y precisión, con una pureza de manantial. A veces el silencio es una capa protectora y aislante, pero también un filtro que me ayuda a escuchar. El silencio como un escondite, un hogar, una sinfonía y también un amplificador, un eco que me devuelve la voz propia pero también la ajena, una voz límpida y transparente que me ayuda a comprender.

Necesito silencio para escucharte. Y para escucharme. Necesito silencio para comprenderte. Y para comprenderme.

“Historia del silencio” es exactamente lo que dice su título: la historia del silencio desde el renacimiento a nuestros días, a través de aquellos que han buscado, practicado o explorado el silencio (escritores, místicos, poetas, músicos, pintores…) Un recorrido erudito y culto, lleno de delicadeza, profundidad y sabiduría que nos recuerda cómo el silencio está siendo asfixiado por un exceso de ruido que nos aleja de nosotros mismos y lo que implica para la humanidad su pérdida y su vasta gradación (desde amenazador a calmo, pasando por sagrado, hostil, intimo, beneficioso, agónico, revelador, dialogante y una amplia gama emocional que convierten al silencio en una profunda y necesaria experiencia humana).

Estamos olvidando que el silencio no es sólo ausencia de ruido y Alain Corbin nos recuerda cuál es su textura a través de numerosísimas citas hiladas por una refinada sensibilidad e inteligencia enciclopédica.

Con silencio escucho mejor.

domingo, 10 de noviembre de 2019

La visita del arzobispo (Ádám Bodor)


La basura posee luz propia, o sea, que nunca oscurece del todo, ni siquiera de noche […] Está llena de un resplandor magnético, como si la iluminaran por dentro las luciérnagas; algo así como el fulgor de una bendición titila sobre la ciudad

¿Sabéis esas espirales que se alejan cada vez más del centro sin dejar de girar a su alrededor? Una figura con gran magnetismo de algo que se aleja de su eje sin terminar de desprenderse de él, una extraña sensación de que algo se expande y a a vez se contrae en constante movimiento giratorio. Pues algo así me ha sugerido esta lectura. Una especie de cuadro de Van Gogh en blanco y negro, esa noche estrellada llena de turbulencias y remolinos tan poderosamente atractiva.

No es una lectura fácil la de “La visita del arzobispo” pero no por ello menos fascinante. No hay nada de convencional en la trama ni en el desarrollo de la misma, con una mixtura entre el realismo y una imaginación fantasiosa que nos devuelve una alegoría de la surrealista dictadura del régimen comunista rumano.

La atmósfera creada por Bodor es opresiva, enrarecida, cruda y hasta pestilente, creando un mundo narrativo extraño, como esa hélice que se aleja y vuelve al centro reiteradamente y que amenaza con amputarte si te acercas demasiado. Y es justamente eso lo que te atrae como un imán.

“La visita del arzobispo” contiene grandes trucos narrativos y rarezas formales, un humor absurdo y grotesco y una estructura temporal elíptica que deviene en atemporalidad.

No siendo una lectura cómoda ni fácil, consigue seducir al esforzado lector que, por mucho que intente alejarse, nuevamente vuelve al centro de la lectura en un estado hipnótico semejante al delirio.

martes, 8 de octubre de 2019

Cartas a Sandra (Vergilio Ferreira)


Y sin embargo, fíjate, estoy a punto de construir en mi nada de todo una idea redentora con tu memoria para esa nada que es mía

Híbrido entre lo epistolar y lo autobiográfico, con una gran autenticidad emocional y sentida profundidad humana, “Cartas a Sandra” es una remembranza del duelo, una bellísima “saudade” por el amor fallecido. Como toda nostalgia, se construye con el recuerdo moldeable y la arrebatadora fantasía de quien escribe para retener a la persona amada.

Intenso (muy intenso), poético e íntimo (esquivando la cursilería pessoiana), “Cartas a Sandra” se lee estremecida, con una suave pero constante sacudida y un nudo en la garganta que te obstruye y dificulta el tragar saliva, coger aire, soltarlo. Tiene la belleza de lo perdido, del amor evocado que no es el amor real, que se construye en la fantasía porque la realidad aturde y la imaginación es un éxtasis irrenunciable.

No importa la verdad si por verdad entendemos la realidad, importa lo imposible, la irradiación del amor imaginado y creado en la ficción de nuestra intimidad. La utopía que transfigura la vida para hacerla vivible, hacer habitable la soledad, hacer compañía e inventar la armonía. Iluminar la sombra de la ausencia hasta el deslumbramiento, restablecer la memoria aunque haya que enloquecer y dejar caer las metáforas una a una.

Tratar de superar la ausencia a través de una introspección brutal que lleva a una irrealidad apenas solidificada en palabras escritas. Porque “lo que no se ve mucho no se ve”, y entonces es preciso prestar atención a lo invisible y crear la realidad de la única forma posible: amando. Aunque sea imaginado, creado, inventado ¿puede el amor romántico e intenso no ser obsesivo?

¿Puede un libro de apenas cien páginas partirme en mil pedazos y cada pedazo en otros mil? Sí, puede.

Creaba tu realidad cada vez que te amaba

Amén. Y amen. Creemos realidades y luego que nos digan locos. O fantasiosos. O enamorados.

viernes, 31 de mayo de 2019

Sobre el acantilado y otros relatos (Gregor von Rezzori)


Las cosas cambian más deprisa de lo que podemos corresponderle con las palabras o desde el punto de vista semántico

Con un lenguaje exuberante, florido, lúdico y lúcido, Rezzori hace una feroz crítica social a través de tres seductores relatos. Muy irónico, casi cínico pero sin despeñarse, rompe estructuras narrativas clásicas, juega con la forma para destacar un “qué”. Preciso con los personajes y con los momentos que viven, en la línea de la literatura erudita y con lenguaje extenso y cultivado, Rezzori refleja la descomposición de un mundo sensible, noqueada la supremacía de un imperio.
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Ese tránsito entre distintas sociedades/épocas/culturas es contemplada como un sonoro eco que desliga de sí mismos a aquellos que la viven, una abstracción del momento, la historia que diluye lo concreto y convierte en leyenda el tiempo (todavía) presente. Tiempos oscuros en los que transcurre el amor, la vida que reclama concretarse, visualizar las relaciones entre lo que vive cada uno y las circunstancias, aferrarse a la pureza del paisaje y la tierra.
Cuando tu mundo estalla en mil pedazos buscas una nueva realidad para convertirla en hogar (casa, nido). Pero en el tránsito, en la ruptura... ¿dónde habitas? ¿En qué vacío? Estés donde estés lo que anida en el alma es siempre la irreversible sensación de carencia.
Detrás de la prosa exquisita y elegante de Rezzori hay un fondo notable: cómo la realidad impone su propia verdad. Rezzori es fino, fino.
Es preciso sacar lo mejor de lo inevitable

jueves, 23 de mayo de 2019

El nacimiento de Eva (Jeanne Hersch)


Toda hora merece ser celebrada

La filosofía ha dejado de ser contingente para convertirse, ahora más que nunca, en necesaria. No solo debería ser asignatura obligatoria sino que también debería ser tan cotidiana como un sorbo de café, un trozo de chocolate, lavarse la cara o tomarse una caña. A pequeñas dosis o a sorbitos, como el azúcar, la sal o el vino. O a borbotones, como las estrellas, la mar, el agua fresca, la lluvia o el viento. Plácida o tormencial.

Un pequeño sorbo, delicado y placentero de filosofía bien podría ser este libro de Jeanne Hersch, en el que se reúnen diversos textos de esta reconocida filósofa suiza. Textos elaborados con esmero poético, estilo refinado y filosofía sensata que no provocarán ninguna discordia al lector, sino una sensación agradable y liberadora. Algunos de estos textos son auténticos diamantes que destilan no solo profundidad de pensamiento sino también una calidad literaria certera, cálida y cercana. Las tres ces.

Una prosa viva, cristalina y textos variados cosidos entre sí por el hilo de una filosofía cercana que aborda diversos temas: la creación de la humanidad; Eva y su gesto que finaliza el presente eterno; el tiempo (perdido, salvado, recordado, arruinado, ambiguo) y sus consecuencias en la hora cero; la certeza de que convertir el mundo en atroz o espléndido dependerá bien de nuestras acciones o bien de nuestros descuidos; las fiestas como obras de arte cuya fuerza está en la plenitud del presente, del instante que ya no pertenece al tiempo; cuándo escribir; reclamar la unicidad como una necesidad de que cada persona tenga su lugar en la fiesta “exuberante y trágica del mundo y la historia”.
Leamos más filosofía, saquemos a la cultura humanista de ese inmerecido espacio en el que los caminos de la servidumbre la han situado: entre la espada y la pared. Abramos las puertas. Toda filosofía debe ser celebrada.
Separación contra presencia, basta una simple puerta cerrada. Una puerta cerrada, y ya no sé nada de tu realidad

martes, 14 de agosto de 2018

En el mar (Toine Heijmans)

Título original: Op Zee
Traductora: Goedele De Sterck
Páginas: 160
Publicación: 2011 (2018)
Editorial: Acantilado
Sinopsis: Inmerso en una profunda crisis personal, Donald decide navegar en su velero durante tres meses, con el silencio y la soledad como única compañía. Sólo en la última etapa de la travesía recogerá a su hija de siete años, María, para que lo acompañe del norte de Dinamarca a los Países Bajos. Alejados del mundo, el viaje se anuncia idílico, y entre padre e hija surge una complicidad que nunca antes habían conocido. Pero de pronto las nubes negras acechan en el horizonte y Donald está cada vez más angustiado; la noche en que estalla la temida y aterradora tormenta, María desaparece del barco… En el mar es una evocadora alegoría sobre la travesía de la vida y la posibilidad de gobernar el propio destino, y un magnífico homenaje a los navegantes legendarios, desde Ulises hasta el capitán Ahab.
Puedes empezar a leer las primeras páginas AQUÍ.
Quien deja de pensar con lucidez queda a merced del mar.
Este libro engaña ya desde su sinopsis. No, no es que engañe, más bien es un libro manipulador, tanto que esa manipulación descarada me tuvo alerta desde las primeras páginas. Se me hacía tan evidente que Heijmans me obligaba a ir por donde él quería que inevitablemente la desconfianza fue mi compañera más decidida en esta lectura.

La historia es clara, demasiado clara, desde el principio. Un hombre en crisis, un padre que necesita reivindicarse, un vacío que se necesita llenar. Una huida con el mar de fondo en busca de lo esencial, del encuentro con uno mismo. El mar como única compañía. Excepto los últimos días de esa travesía solitaria, en las que la presencia de la hija, de siete años, acompaña al protagonista. Y creo que no miento al decirlo así. No voy a hacer trampas yo también.
Los niños apenas distinguen entre el sueño y la vigilia. Ojalá les sucediera lo mismo a los adultos. Para mí, la realidad puede ser un sueño. Y viceversa.
No pretendo yo que los libros no hagan trampas, que los autores no tengan sus recursos para llevarnos donde quieren. Faltaría más, cada cual utiliza las herramientas para las que está dotado o sabe utilizar. Pero… la sutileza, la sutileza es tan necesaria. Entre otras cosas porque eso implica que se dota al lector de la capacidad de poner de su parte, bien dejándose llevar y sorprender, bien admirándose de lo que el autor hábilmente escondía. Pero si no te dejan que te hagas preguntas, porque continuamente te anticipan (e incluso repiten) respuestas para llevarte donde quieren, pero sabiendo el lector que algo no cuadra, que nada cuadra… pues no voy a decir que me siento estafada, pero sí decepcionada.

Debo decir que el libro lo leí del tirón, en un día, porque el ritmo impuesto, las frases cortas, te van llevando como esos vagones de una montaña rusa, sin posibilidad de salirse de los raíles, a veces subiendo, a veces bajando, con una cadencia lenta en ocasiones para luego coger una velocidad endiablada y trepidante. Y tú dejándote llevar. Y también que ese protagonista secundario (aunque no tanto) el mar, fue para mí lo más bello del libro.
Sabemos cosas que preferimos no contar, ni siquiera a nosotros mismos. Y cuando el barco de papel se hunde, hacemos uno nuevo.
Pero ves venir el descenso y lo único que me preguntaba es ¿lo resolverá bien Heijmans? Y ahí saltaron todos los costurones, porque en mi opinión no lo resuelve bien. Demasiado trabajo puesto en llevar al lector donde quería llevarlo para luego no saber cómo solventar todo el laberinto montado. Para que no deshagamos el camino andado, Heijmans directamente abre una puerta falsa en ese laberinto que él mismo nos había metido. 

Y es entonces cuando todas las preguntas que te hacías, todas esas alarmas que se empeñaban en sonar, se desatan. Pero ya no importa porque te das cuentas que esas cuestiones las provocaba esa mano de Heijmans en el cogote, obligándote a ir por los caminos del laberinto que él quería. Que no me parece mal, si no fuera porque me parecieron torpes y poco sutiles sus formas.
Las madres nos llevan ventaja, una ventaja inalcanzable, al menos a padres como yo. En asuntos de niños, no parecen dudar jamás. Y de hecho no dudan. Madre e hijo tienen la misma sangre, el mismo pulso.
Aparte de todos los aspectos que me hacían dudar, que no me cuadraban, hubo algo que también provocó mi desconfianza y es esa insistencia del protagonista en transmitir que un hombre juega en desventaja con la paternidad. Como si las mujeres naciéramos todas madres, siendo buenas madres, como si no hubiera dudas, temores, miedos. No, la mujer no tiene que preocuparse como madre, parece que, según Heijmans, nacemos con ese chip, una predisposición innata no solo para ser madre, sino también para que no nos suponga esfuerzo, una ventaja que nos es dada por el hecho de ser mujer. Pero los hombres parece que no, que son los únicos que tienen esa lucha por conquistar y hacerlo bien con los hijos.

Como excusa para que Donald, el protagonista y narrador, intente tener una relación especial con su hija, me parece muy pillada por los pelos. Incluso su crisis existencial, provocada en parte por una situación laboral de total insatisfacción, se nos deja tan explicitada que me chirría por todos los costados (¡esos meses sabáticos pagados!). Porque ese problema, esa necesidad de Heijmans de hacernos evidentes ciertos elementos, no vayamos a ir por donde no interesa que vayamos (porque sino no hay historia), fue para mí un lastre excesivo.
El problema del ser humano es que lo humaniza todo. El ser humano cree que el agua tiene un plan. Quiere ser más fuerte que el agua, mientras que el agua es o que es: agua, sin pensamientos, sin segundas intenciones.
Y ver tan claramente las intenciones, no sé si primeras o segundas, de Heijmans desmontó todo el tenderete. Que aun valorando los elementos con los que pretende jugar: crisis existencial, los difusos límites entre la normalidad y la locura, la realidad y la fantasía, con un mar de fondo que pone a prueba al ser humano, aun así… creo que Heijmans no supo jugar sus bazas con acierto. No llevaba mala mano, pero cuando alguien se empeña tan descaradamente en hacer creer que tiene determinada jugada en la mano, todo te hace pensar que es justamente porque algún as en la manga tiene. Pero hay que saber sacar ese as con elegancia e inteligencia y en el momento más oportuno. No fue el caso. 

No quiso pillarse los dedos Heijmans y deja pistas claras de que Donald es un narrador poco fiable. Y si para encima tienes que lidiar una crisis vital con la soledad de navegar en el mar, ya sabemos dónde va a llevar la situación, porque el mar no tiene amigos ni enemigos, pero el  hombre tiene un enemigo terrible: su propia estupidez. El mar se merece ser una metáfora más sutil.

lunes, 11 de junio de 2018

La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana (Josep María Esquirol)

Páginas: 192
Publicación: 2018
Editorial: Acantilado
Sinopsis: Este ensayo aborda de un modo sutil e inesperado los «infinitivos esenciales» del ser humano: vivir, pensar y amar. Y constituye, sin duda, una valiosa aportación filosófica, desarrollada a partir del concepto de «repliegue del sentir». El estilo singular del autor va calando serena pero tenazmente, como una fina lluvia, proponiéndonos un revelador itinerario a través de páginas dedicadas a la conmoción, el deseo, la creación, la amistad, la revolución y el agradecimiento.
No nos han expulsado de ningún paraíso. Siempre hemos estado fuera. En verdad, y por suerte, aquí el paraíso es imposible. Nuestra condición es la de las afueras.
Tengo un libro de A.M Homes, Este libro te salvará la vida. No lo he leído (todavía) y no sé si me salvará la vida. Lo que sí sé es que La penúltima bondad me la ha salvado. No la vida física, la que mantiene tu cuerpo activo, en funcionamiento, con el corazón bombeando, la sangre circulando, los órganos vitales alertas y activos. No. Me refiero a la otra vida, la del alma, la del sentir, pensar, conocer, desear. La vida espiritual, psíquica, anímica… llamadla como queráis. Esa es la que me ha salvado La penúltima bondad: mi vida viva.

Yo, que busco mi lugar en el mundo, recibo (acojo, recojo) de Josep María Esquirol el lugar al que pertenezco: el de las afueras. No intentéis ubicaros en otro lugar. Todos vivimos en las afueras porque no hay adentros, no hay centro. Pero el habitante que hace comunidad en las afueras es el que tiene conciencia y consciencia de que ese lugar es en el que está y es (se es). Porque sabe, es un hecho, que el presunto centro es el paraíso, pero el paraíso y por tanto la perfección, la alegría permanente, el mundo ideal… no existe, por eso habitamos en las afueras. Todos.

Diréis que qué pena. Pues no. Ninguna pena. El paraíso, creer en él, es lo que nos hace más infelices, más egoístas, más violentos, más desdichados. Como mucho entramos y salimos de paraísos episódicos, fugaces, efímeros. Si aceptamos eso, si aceptamos la no existencia del paraíso, entonces serás habitante de pleno derecho de las afueras. Y se sufrirá mucho menos. Si sigues creyendo en el paraíso, si lo buscas, lo esperas... estarás igualmente en las afueras, pero no lo sabrás.
Aquí, en las afueras, el mal es muy profundo, pero la bondad todavía lo es más.
No pensemos, ingenuamente, que los habitantes de las afueras van a reconstruir ese paraíso que no existe. No. Sería volver a estrellarse contra la raíz de lo que nos hace infelices. El fundamento de las afueras es aceptar la imperfección, aceptar la no existencia de la pureza, y por tanto admitir la presencia del mal, de la herida, la intemperie, el egoísmo, la muerte, la degeneración, la avaricia...

Pero, ah, aceptar todo esa desgarradora realidad no supone sufrimiento, no más del estrictamente necesario. Tenemos armas para combatirlo: la bondad, la generosidad, el amor, la luz intermedia, el sentir, el pensamiento, el conocimiento, la belleza, lo simple, lo cercano, el amparo, la comunidad, la reflexión… ¡la vida! La vida vivida, vivir sintiéndose vivo.
No hay que disimular las fisuras de la experiencia de la vida, ni hacer como si no estuvieran: no pueden ni taparse ni ocultarse, porque vuelven a salir. Las fisuras revelan que el misterio constituye la vida.
Pensemos no en términos de problemas, sino en términos de misterios. Los problemas nos impelen a resolverlos, mientras que los misterios nos impulsan a implicarnos en ellos, a formar parte de ellos, a descifrarlos, nos ensanchan, nos tientan. 

Sí, cuesta mucho moverse en las afueras, pero hay que hacerlo desde lo sencillo, lo elemental, solo así se llegará a lo profundo (Quien no perciba lo más sencillo, tampoco sentirá lo más hondo). Hablamos de un cambio en la mirada, quizás hacerla más cercana, más próxima, más al detalle, a lo natural, alejarla del bombo y lo artificioso. Y, así, nos moveremos medio palmo, no hacia un lado, sino hacia lo profundo. Hacia dentro, hacia lo verdadero.
El egoísmo y el orgullo son la nefasta degeneración de la autoestima. La clave está, pues, en poder decir yo sencillamente, o en decir yo pensando en mí lo menos posible.
Me tatuaría la cita anterior (me la he tatuado, y otras, en el alma). Explica tantas cosas: eso es la generosidad, no el dejar de decir yo, sino en hacerlo pensando en una misma lo menos posible. Y ahí, por esa grieta, entrará (y saldrá, devolviendo) toda la luz, toda la esperanza, toda la emoción... ¿Quiénes somos, si no están los otros? Es necesario, como diría Ayn Rand, un egoísmo razonable, una necesidad del yo para poder decir yo te amo, pero con ese matiz tan precioso y preciso que añade Esquirol: decir yo pensando en mí lo menos posible.

No es fácil, no. Y dudarás. Debes dudar, porque las dudas son resistencia: nos impulsan, nos mueven, cuestionan… Las dudas caben en las afueras, son necesarias, son aceptadas. Como lo son las heridas, que en sí mismas ya son transformación, sutura, cambio. Se acepta que el misterio es la vida, no la muerte y a esa tarea nos ponemos, a ese misterio, a resolver la vida, no la muerte. Con la conciencia y aceptación, sí, de la muerte, del fracaso, de la imperfección, la vulnerabilidad, la impureza… Pero también con la generosidad, la bondad, el amor (Todo lo que se ha amado a fondo sigue amándose), la complicidad, el intercambio, el agradecimiento, el dar(se), el acogimiento (del otro), la reflexión, el compañerismo...
Tratar de no dañar
Tratar
De
No
Dañar. 

¿Tan difícil es? Vivir en las afueras es difícil. Muy difícil. Nadie ha dicho que ser una buena persona sea fácil. Es más fácil dañar que esforzarse en no hacerlo. Pero se puede no dañar. Se puede desde lo pequeño, desde la paciencia, desde la constancia, desde la verdad, desde este medio palmo que estoy dispuesta a cruzar y mover.

Ah, sí, ya veis que es un ensayo. Sobre la vida humana, ahí es nada. Eso es la vida, en parte: un ensayo constante. No temed: es de lectura fácil, asequible, emotiva, bella. Josep María Esquirol es buen pedagogo, y practica aquello de lo que habla: transmite desde lo sencillo y, así, nos llega a lo más hondo. Es verdad que a veces parece reiterar ciertos conceptos e ideas en exceso, pero cuando terminas la lectura sabes que ha sido un recurso necesario, no utiliza ninguna palabra de más ni de menos ni por casualidad o adorno. Cuida cada detalle, cada contenido. Todo cobra forma, sentido y deja su poso. Terminas el libro y lo vuelves a abrir, recorres lo subrayado (mucho, muchísimo) y sabes que tendrás siempre cerca, muy cerca, dentro, muy dentro a La penúltima bondad.
Aquí, en las afueras, acurrucados sobre lo que amamos, generamos, pero también esperamos. No un paraíso perdido, ni una verdad impersonal –que dejaría de ser verdad- sino algún tipo de ternura, de calidez, de abrazo.
Te espero en las afueras. Ahí, aquí, nos vemos.

martes, 18 de abril de 2017

Querido Miguel (Natalia Ginzburg)



Título original: Caro Michele
Traductor: Carmen Martín Gaite
Páginas: 222
Publicación: 1973 (2003)
Editorial: Acantilado
Sinopsis: Este libro nos presenta la historia de un hijo perdido, Miguel, que abandonó de joven su familia, que se casó en un país lejano y que, tras una vida poco ordenada, murió en otro país lejano en circunstancias poco claras. Su madre podrá llorarlo, pero no entender sus secretos.



En sus melancolías no iba a logar entrar nunca porque allí sitio para mí no lo había.
Me ha pasado con este libro que me ha crecido entre las manos. Os lo juro. Cuando lo terminé me di cuenta que lo que acababa de leer era una literatura sólida, perfecta, nítida, en la que Ginzburg interpone una distancia de su obra, una distancia profesional, para conseguir una calidad emocional y literaria impecable, casi quirúrgica. Cómo no iba a querer Carmen Martín Gaite traducir (magníficamente) este libro.
Estas palabras tal vez te parezcan de una crueldad inútil. Efectivamente son crueles, pero no son inútiles.
Quisiera poder explicar lo de la distancia profesional, para explicármelo a mí. Natalia Ginzburg escribía con los mimbres que le aportaban sus propias vivencias y experiencias, los recreaba a través de la ficción, pero para ella la literatura, escribir, no era una terapia, sino que era un oficio, que ejecutaba con profesionalidad y constancia. Y también con distancia. Ginzburg era una mujer que se sentía pequeña y que se empoderaba escribiendo.

Creo que podría decirse que fue una amanuense de la sociedad y la época que le tocó vivir. Pero eso requiere de una gran habilidad de observación, detectar las claves de aquello que te rodea, de esos hilos invisibles que mueven las conductas de las personas. Y luego, claro, hay que contarlo, escribirlo. Algo que Ginzburg hace desde un lenguaje sencillo, a lo que añade una construcción metódica de sus personajes.
Soy una persona con la casa en orden y el corazón en desorden.
Que mejor contexto que el de la familia para que todos quedemos retratados. Así, tenemos a la familia de Miguel y personajes que revolotean alrededor de esta familia. Ningún secundario está de adorno, todos son pieza de un mismo engranaje: el de la incomunicación. El de la soledad. Me pregunto cuántas personas hacen falta a tu alrededor para que la soledad sea más evidente. Supongo que es extraño hablar de incomunicación cuando uno de los recursos utilizados en Querido Miguel es el epistolar (no el único). Se diría que escribirse cartas es una forma de comunicarse ¿no? Pues yo no lo tengo claro, lo mismo que dudo que las palabras, hablarlas, escribirlas, sean por sí mismas un medio de comunicación.

Y creo que este libro es un buen ejemplo de ello, porque todas las cartas, todas las conversaciones, son en realidad un vehículo de aislamiento, un grito en el desierto, una voz desde el extrañamiento y la soledad. Lo cierto es que todos los personajes son unos desconocidos entre sí. Unos extraños.
Se acostumbra uno a todo. Cuando ya nos hemos quedado sin nada.
Posiblemente sea el lector quien percibe con más claridad, gracias a Natalia Ginzburg, ese desconocimiento de unos y otros, esa falta de comunicación, el egoísmo de unos, la generosidad de otros… En el fondo no se escuchan unos a otros y lo que callan dice más de ellos mismos que lo que dicen.

Que los personajes estén bien construidos no quiere decir que empatices con ellos. De hecho me ha costado que alguno de ellos me cayera bien. Curiosamente, Mara, la más descarada, manipuladora y mentirosa, ha sido quien me ha parecido el personaje más fresco y a quien más cariño cogí. 

Esos personajes que se me hacían antipáticos provocaban que entrara y saliera de la lectura sin quedarme realmente en ella. Pero finalmente cuando termino el libro tomo conciencia de que la arquitectura del libro es parte de su genialidad, cómo Ginzburg construye lo que quiere contar, con aparente sencillez, pero con detalles inteligentes en los cimientos de lo que cuenta. Es un libro triste en realidad, lo cual no le convierte en un mal libro ni muchísimo menos porque también es un libro inteligente y sutil, como lo era la literatura de Ginzurg. 

lunes, 28 de septiembre de 2015

Tworki. El manicomio (Marek Bienczyk)

Título original: Tworki
Traductora: Maila Lema Quintana
Páginas: 224
Publicación: 1999 (2010)
Editorial: Acantilado
ISBN: 9788492649396
Sinopsis: Sí, la historia es real, muy real. Hubo una guerra, Polonia fue ocupada por las tropas alemanas en septiembre de 1939 y los nazis tomaron el poder durante seis años, hasta el invierno de 1945; también, durante la ocupación, hubo trabajo, amores, tráfico, redadas y trenes que llevaban a los polacos a trabajar como esclavos al Reich. … También existió el hospital de Tworki, que aún hoy sigue abierto, y aún hoy decimos “éste está para Tworki”… Sí, la historia es real, demasiado real. También existió un cielo azul, otras veces lluvioso, como existió la carta de S.; una carta escrita a lápiz… A veces me preguntan si toda esta historia fue real. Sí, respondo, la historia es real, hubo una guerra, millones de personas perecieron, otras sobrevivieron.

Una carta puede precipitar un alma al abismo de la desesperación o encenderla con la llama clara y cálida de la felicidad, y puede sanar al corazón con el mejor de los remedios, la esperanza.

Hay libros que, inevitablemente, pasan a formar parte de tu propia biografía. Que al recordarlos evocas el cuándo, el cómo (te sentías), aquello por lo que pasabas y vivías. Este libro tendrá ese vínculo conmigo. Un vaso comunicante con mi momento. No tanto por lo que cuenta, sino por el momento en el que lo leí y porque después hubo un abismo de esos que padecemos los lectores de cuando en cuando: coger un libro y volver a dejarlo en la estantería. Crisis lectora. En mi caso vinculada a una crisis personal, existencial. Pero eso no importa aquí, que vengo a hablar del libro, y además sé que si vuelvo a escribir de libros, volveré a leer.

Tworki es un libro difícil, muy difícil, de comentar. Es un libro absolutamente diferente y original. Muchas veces hablo aquí de literatura, para diferenciar los libros que lo son de los que no lo son (literatura). La literatura es arte (y el arte es alma) y no todos los libros lo son. Desde luego no soy nadie para juzgar qué libro es literatura, cuál es basura, cuál es entretenimiento, cuál es mágico, cuál es puro marketing. Pero sí puedo opinar, ser consciente de qué libros están en un lado u otro de una balanza imaginaria y abstracta con varios platillos en los que voy colocando mis lecturas.

Este libro estaría en la balanza de libros que sorprenden por el cómo están escritos. No me ha agitado como persona, pero sí entusiasmado como lectora que aprecia lo que un escritor es capaz de hacer y construir con las palabras, y como alguien que admira la belleza en cualquiera de sus múltiples manifestaciones. Muchas veces se recurre a la expresión “prosa poética” para hablar de textos llenos de lirismo pero en los que no se recurre a los aspectos más formales de la poesía. Curiosamente en Tworki sí encontramos a veces esos elementos formales, especialmente la rima, porque además así se expresan algunos de los personajes. Jamás me he encontrado con un libro en el que la expresión “prosa poética” fuera tan tan tan certera.

Lo he leído despacio, muy despacio. En muchas ocasiones en voz alta. Porque así pide ser leído. Degustándolo, yendo hacia delante y hacia atrás, paladeándolo, saboreándolo. Contemplándolo como si fuera un cuadro de Dalí, Klimt, Van Gogh… como si fuera arte. Deteniéndose en cada detalle, cada párrafo, cada frase, viendo cómo las palabras se juntan, se disuelven, se combinan, encajan, se arriman unas a otras de formas inverosímiles y el resultado es… belleza.
¿No te has planteado nunca qué poco sitio hay para la bondad en este mundo? Qué fenómeno tan raro entre la gente es la persona. Una persona que tenga alma. Y el alma es cabeza y corazón. Sobre todo corazón. El corazón.

No he hablado de qué va el libro. Sonia, una joven judía que trabaja en Tworki, un manicomio, se entrega a la policía alemana durante la Segunda Guerra Mundial, dejando una carta de despedida que es con la que se inicia el libro y que es una carta que existió en realidad, como es real la existencia del manicomio Tworki. Como fue real la guerra y que dentro de ella hubo espacios en los que había treguas, islas ajenas a la crueldad del exterior. Y de eso habla Tworki, de esos paraísos creados gracias a la magia y el amor de las personas, aunque sin permanecer ajenos a la realidad que les rodeaba. Cielos dentro de infiernos. Porque la realidad, como las muñecas matriovska, no es una, contiene muchas realidades dentro de ella, aparentemente separadas unas de otras pero inevitablemente engarzadas.

Sí, hay libros que están vivos, respiran. Y si te los pones cerca del oído sientes su respiración, y las palabras que contienen resultan peligrosamente contagiosas.
Un día se pondrá delante de ti… en el tranvía, en una tienda, en una avenida… y ya está. Sabrás que esa persona es la tuya. Y es entonces cuando te nace un corazón para la vida y para la muerte. Será entonces cuando todo cobre sentido. Habrás logrado tu objetivo: vivir para alguien, vivir para una persona. Una persona puede dar más que todas juntas.

No es un libro fácil, cierto. No gustará a muchos lectores a los que sólo les atraiga la historia que contiene el libro. Porque el cómo se cuenta la historia se devora a la historia en sí, y si no eres consciente de ello y lo aceptas y disfrutas de ese juego de palabras, de esa forma de construir con las palabras, entonces lo abandonarás a las pocas páginas.

No haría justicia si no me arrodillara ante Maila Lema Quintana, traductora del libro y cuyo trabajo debió arrancarle muchas gotas de sudor. Magnífica traducción de un libro que posiblemente no sea fácil de leer ni en su idioma original. Gracias, Maila.

Porque la memoria es necesaria, cada 1 de agosto Varsovia se detiene durante un minuto conmemorando el Levantamiento de Varsovia, en el que fallecieron 200.000 polacos. Lo hacen así:


Sabes, es que me gustaría hablar contigo de todo, pero de todo, contarte tantas cosas.

viernes, 24 de abril de 2015

Carta de una desconocida (Stefan Zweig)


Título original: Brief einer unbekannten
Traductora: Berta Conill
Páginas: 72
Publicación: 1922 (2002)
Editorial: Acantilado
ISBN: 9788495359476
Sinopsis: La historia gira en torno a R., un famoso escritor que recibe en su casa una misteriosa carta que le remite una mujer desconocida. En ella le confiesa su amor, un amor que resistió el paso del tiempo y el desdén del propio escritor, que jamás se percató de su existencia. A través de sus palabras, la desconocida nos revela los momentos más relevantes de su vida, condicionada por ese amor desde que por primera vez cruzó su mirada con la del escritor, cuando ella no era más que una niña.
Sólo quiero hablar contigo, decírtelo todo por primera vez. Tendrías que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste. Pero sólo tú conocerás mi secreto, cuando esté muerta y ya no tengas que darme una respuesta; cuando esto que ahora me sacude con escalofríos sea de verdad el final. En el caso de que siguiera viviendo, rompería esta carta y continuaría en silencio, igual que siempre. Si sostienes esta carta en tus manos, sabrás que una muerta te está explicando aquí su vida, una vida que fue siempre la tuya desde la primera hasta la última hora.

Stefan Zweig… Siempre me ha seducido más su vida que su obra. No voy a flagelarme por eso. Lo que había leído suyo, algún relato suelto, me había encantado, pero me parecía predecible y con cierta querencia por el folletín, aunque siempre escrito de forma magnífica. Alguien tan querido en la blogosfera y yo poniéndole peros. Qué ocurrencias. Pero también sabía quién era Zweig, cómo escribía y que tendría que encontrarme con él. Definitivamente. Mendel, la desconocida, el ajedrez… dudaba. Pero ante una carta no puedo resistirme. Y menos si es de una desconocida. Alea jacta est, será Carta de una desconocida el libro que definitivamente me ponga de rodillas ante Zweig.

Y lo cierto es que ganas, lo que se dice ganas, de hablar de las sensaciones que me ha producido esta lectura no tengo muchas. Como que quiero quedármelas para mí. Pero tener un blog que se llama Lo que leo, lo cuento tiene su peaje.

No es una carta de amor. Dicho queda. No es amor, es obsesión. Amor unidireccional. Y además no parece que él se lo merezca ni vislumbro nada que pueda provocar y sobre todo mantener ese amor desinteresado, generoso, obcecado, platónico, hermoso, de la desconocida. Salvo que cuando se enamoró era una niña de 13 años. Ahí sí cabe ese sentimiento que todo lo desborda, inexplicable, arrasador, injustificable casi. La razón por la que persiste a lo largo de los años en ese amor es indescifrable para mí. Es así. También está que necesitamos amar y que nos amen, y si no es el caso, nos lo inventamos. Pero condicionar casi toda una vida a una ficción… No.
Todas las vías de desprecio, de frialdad, de indiferencia, todas me las había representado en visiones apasionadas, pero justamente ésta no me había arriesgado a considerarla ni en mis momentos más pesimistas, ni en los momentos en que tenía la conciencia más extrema de mi inferioridad, porque esto era lo peor que podía suceder: que no me reconocieras en absoluto.

Que quien amas no te reconozca. El olvido. Qué dolor. Me cruje todo. En este caso no es metafórico, realmente él no reconoce a la desconocida en los distintos encuentros que tienen, salvo quizás en algún rincón de su alma, tan lejos y tan dentro tan dentro tan dentro que ni él mismo alcanza a verlo.

Porque a ti, ciertamente, sólo te gustan las cosas fáciles, juguetonas, nada pesadas, tienes miedo de inmiscuirte en un destino ajeno. Lo que quieres es entregarte a todos, al mundo, no quieres ninguna víctima.

Pese a mi incomprensión sobre ese amor incondicional, terco y enfermizo, y pese a que los dos últimos párrafos de esta joya me sobran, debo decir que la forma de escribir de Zweig es realmente hermosa, delicada, bella, maravillosa y todos los adjetivos bonitos que existan en el diccionario. Me rindo al cómo lo cuenta, así sí, así sí. Sin afectación ni ñoñerías, ni fáciles requiebros al corazón. Limpio como una campana de cristal, transparente. Lúcido y sensible en lo íntimo, honesto en lo superfluo.

Y que nadie diga que no es de relatos. No ante Carta de una desconocida. Ssshhhhhh.
No te culpo, te quiero tal como eres, ardiente y distraído, olvidadizo, entregado e infiel, te quiero así, sólo así, como siempre has sido y como aún eres.

Carta a una desconocida

Sólo quiero hablar contigo. Contarnos por primera y última vez. Y explicarte que ahora vivo en un paréntesis.

(Aquí vivo yo)

Intento hacerlo habitable. Tal vez quieras extender tu mano, meterla en el paréntesis y acortar la distancia que ahora nos define y zarandea a esa complicidad que se inventó a sí misma.

Tengo a buen resguardo la memoria de quien fuimos, está en una nube propia, a la espera de adquirir forma definida, sin límites que la hagan diluviar. Fuiste un paso necesario. No el último. Sin irte ni quedarte.

¿Qué habrá sido de aquella locura en la que hasta las matemáticas tuvieron cabida? Ahora todo parece tan lejano que incluso hay eco entre tú y yo. ¿Lo oyes? Es el tiempo, que todo lo termina. Pero añoro estar loca, jodidamente loca, crepuscularmente loca. Ahora la vida me desconcierta y me diluye. Me devora. Me merezco volver a estar loca y que me partas el alma. Devuélveme la vida. Sólo quiero hablar contigo.

Imagina que todo fue verdad. No sólo yo. Todo. Admitamos entonces lo increíble. Y así, imaginando y admitiendo, en la frontera de la madrugada hago del más allá un más acá. Acá. Aquí. Contigo. Y me quedo, en la utopía del tú y yo.

Resumiendo, te quiero.
(©AnaBlasfuemia)