«El amor cura. Cura y libera. No uso la palabra “amor” en un sentido sentimental, sino como una condición tan fuerte que puede ser capaz de sujetar las escaleras que conducen al cielo y de hacer que la sangre fluya correctamente por nuestras venas»
Maya Angelou cura. Cura y libera. Te sujeta con ternura, hace que la sangre fluya por las venas con la fuerza de un animal liberado, que las lágrimas se deslicen hacia unos labios que, a su vez, sonríen palpitantes de emoción. Porque siempre que leo a Maya lloro y sonrío, se me hincha el alma, el corazón, me devuelve la fe en las personas, en la fuerza de la bondad. Y eso no tiene precio, no tengo palabras que devuelvan a Maya lo que ella me da.
Me protege. Eso hace. Me cuida. Como si fuera un hombro blando pero firme, con la concavidad perfecta para depositar mi cabeza y mi dolor mientras siento que un abrazo adopta el tono preciso y necesario, enérgico y a la vez delicado, protector y liberador al mismo tiempo. Maya es la aliada que quieres tener siempre a tu lado, en cualquier batalla, en cualquier vida.
Su prosa cercana llena todos los vacíos, pone ese arcoíris necesario en cada persona, es como un pájaro que canta entremezclándose con el murmullo de las olas, gotas vaporosas que son luz en la lluvia. El alma de Maya contiene la respiración como cuando te encuentras con una flor que renace en pleno invierno.
Hay que ser muy Maya Angelou para que, en una vida en la que hay violencia, miseria y dolor, el poso que quede sea el del amor. ¿De qué está hecha Maya Angelou? De su madre.
“Cuidaré de ti y cuidaré de cualquiera que digas que necesita ser cuidado, de la forma que digas. Estoy aquí. Con todo mi ser. Soy tu madre”