jueves, 31 de diciembre de 2020

¡vete, vete, 2020! (algunas de mis mejores lecturas de este año infame)

 


Todo lo que pueda decir del 2020 (¡vete, vete!) sería prematuro. El 2020 no se acaba este 31 de diciembre, su sombra va a ser larga. Ha sido un año que, cuanto menos, podemos calificar de intenso, pero también traumático. Y como todo trauma, requiere su tiempo para curar esa ruptura, esa quiebra en la vida que no pedimos pero se nos fue dada. Por eso, para mí, el 2021 será el tiempo de la reflexión, de asentar lo aprendido, de soltar lo desaprendido, de comprender lo vivido, de encajarlo en mí día a día. En sentir que todo esto no ha sido para nada. Y una, que es lenta en procesar, necesita su tiempo para resolver este shock. Eso va a ser el 2121.

El 2020 nos ha atravesado de un lado a otro, de arriba abajo. Decir que todo ha sido negativo, en mi caso, sería mentir. Recuperé la naturaleza, el afán por lo sencillo y lo verdadero, puse a todos mis demonios encima de la mesa. Ahora tengo que fulminarlos. O fumigarlos. Desinfectar.

Sufrí un bloqueo lector brutal que nunca había tenido en mi vida. Miraba los libros y lloraba. Estaban ahí y eran inaccesibles para mí. Qué torpeza la mía. Era yo la inaccesible. Volvieron. Volvieron las lecturas, poco a poco, tan poco a poco que aún arrastro un ritmo lector que no me reconozco. Pero los libros no han fallado. Los que leí me rescataron, por eso hoy rescato al menos 12 que, por distintas razones, son los que hoy quiero traer aquí casi como una epifanía, una manifestación festiva del lugar que ocupa la literatura en mi vida. No voy a contar las razones de por qué estos 12, los recojo aquí y por ahí están comentados todos y cada uno de ellos. Que lleguen a vuestras vidas y sintáis que merecen la pena es algo que no depende de mí.

Si tuviera que desearos algo para este año que empieza sería que fuera el año de los aprendizajes, de aprender y de aprehender, y el año en el que por fin la bondad y la empatía sea un estruendo, si alguna epidemia quiero es esa: la de la generosidad, la de la humanidad, la de cuidar al otro y mirarnos a los ojos. No puede ser tanto dolor para nada. Como poco, leamos. Os vuelvo a desear lo mejor y que lo mejor sea lo correcto.

Y, a mí manera, os estoy dando las gracias. A todas y todos. 

©AnaBlasfuemia

lunes, 28 de diciembre de 2020

El parque (Marguerite Duras)


Parece que nada ha empezado y ya ha empezado. Parece que no hagamos nada y estamos haciendo algo. Creemos que avanzamos hacia una solución, nos volvemos y vemos que ya la hemos rebasado

He estado dando vueltas y vueltas a este libro como si fuera una pieza de Tetris, intentando ajustarla en algún sitio y, en ese gesto de encontrarle la posición y el lugar adecuado, todo tuviera sentido. Pero no era un sentido lo que buscaba, sino más bien encajar este libro con su autora, Marguerite Duras.

Concebida como obra teatral, toda la trama se sustenta en el diálogo entre una joven niñera y un maduro vendedor ambulante. Muchas cosas les separan: edad, sueños, esperanzas, ambiciones. Se encuentran en un banco del parque y hablan, hablan y hablan. Hablan con mucha cortesía y mucho respeto hacia lo que el otro dice.

Lo que me costaba encajar era lo que leía con que fuera un libro escrito por Marguerite Duras. Y no por la economía narrativa, porque Duras nunca necesitó de excesos para conseguir ser una gran escritora, ha sido siempre sutil para expresar con palabras emociones complejas. Llegué a pensar que era un problema de traducción, pero tampoco. Pensé si era esa abundancia de cortesía entre ambos lo que me descolocaba, y algo de eso hay pero muy residual. Descarté que fueran los personajes, empeñados en mantenerme a distancia, observando. Pero luego comprendí que era esa sutileza tan característica de Duras la que estaba ahí, al terminar el libro y darte cuenta de la profundidad que movía detrás de una sencillez tan escandalosa.

Y al finalizar de leerlo vislumbro la grandeza de Duras, aun en este libro que no obtuvo muy buenas críticas (excepto de Maurice Blanchot, algo nada desdeñable en absoluto), y en el que a través de una conversación pura y dura, sin más herramientas narrativas que el diálogo, habla de la desesperanza y su contraria (la esperanza), los miedos y sus opuestos (la audacia, la acción). Y claro, termino, de leerlo y pienso que, en verdad, Duras jamás decepciona. Ni las buenas conversaciones.

En el mundo hay gente tan satisfecha por el mero hecho de vivir que no necesita la esperanza

©AnaBlasfuemia

martes, 22 de diciembre de 2020

Las buenas intenciones (Amity Gaige)


Comenzaba a percibir que había una diferencia entre secretos y misterios, y que, por desgracia para él, la vida era un misterio y no un secreto, lo cual significaba que nadie la poseía y, por lo tanto, que nadie podría hacerla transparente para él, así que ninguna muerte ofrecería una respuesta

La diferencia entre misterio y secreto está en que el misterio no es susceptible de resolverse. La vida es misteriosa, no secreta. Y las intenciones pueden ser secretas, pero no misteriosas. También pueden ser buenas o malas, hay un dicho al respecto: que el infierno está lleno de buenas intenciones. Y eso ya nos dice mucho del contenido de este libro.

Gaige construye un personaje protagonista fascinante y complejo. Un protagonista manipulador y egocéntrico. Y es que cuando todo se construye en torno a una mentira, al final las intenciones nunca, jamás, son buenas. La verdad más pura siempre está en quien es capaz de conmoverse, pero no con y por uno mismo, no con autocompasión, sino conmoverse con el otro y por el otro.

Al final… al final nos pasarán la cuenta y todos tendremos que pagar y declarar el verdadero color de nuestros actos. Poca escapatoria hay, por mucha confusión que exista entre quienes creemos ser y quienes realmente somos, por mucho que construyamos una narrativa personal con relatos que se ajusten a nuestros intereses… nos pasarán la cuenta y habrá que pagar. Fin de la historia.

Esta es una novela inteligente y muy bien escrita sobre una personalidad narcisista, una personalidad profundamente manipuladora. Gaige profundiza sobre la paternidad y las identidades que adoptamos y lo hace a través de un personaje de esos que detestamos a la vez que nos atraen poderosamente. Algún nombre tendrá eso, pero mientras lo encuentro os digo que este libro me agarró con la pericia de una araña atrapando a una mosca. Tejiendo muy bien. Detestas al personaje pero lo comprendes y hasta a veces sientes ternura por él, una ternura del mismo calibre que el desprecio. Emocionalmente esto es inquietante y, a la vez, una virtud narrativa de Gaige. Una novela muy equilibrada sobre el desequilibrio.

Que alargada es la sombra de Nabokov y su “Lolita”... 

©AnaBlasfuemia

jueves, 17 de diciembre de 2020

El sueño de una lengua común (Adrienne Rich)


 «Nadie está predestinado o condenado a amar a nadie.

Los accidentes ocurren, no somos heroínas,

ocurren en nuestras vidas como accidentes de tráfico,

libros que nos cambian, barrios

a los que nos mudamos y que acaban por gustarnos.

“Tristan und Isolde” no es precisamente la historia,

las mujeres al menos deberían saber la diferencia

entre el amor y la muerte. Ni copa de veneno

ni penitencia. Nada más la idea de que la grabadora

debería haber capturado algún rastro de nosotras: esa grabadora

no sólo reproducía, sino que debería habernos escuchado,

y podría instruir a las que vinieran después:

esto es lo que fuimos, así es como intentamos amar,

y éstas son las fuerzas que habían alineado en nuestra contra,

y éstas son las fuerzas que habíamos alineado en nuestro interior,

en nuestro interior y en nuestra contra, en nuestra contra

                    [y en nuestro interior »

De algunos libros es una auténtica penitencia elegir qué texto compartir, elegir las palabras de las que emerja el deseo que reivindique la necesidad de leerlo, la urgencia de coger ese libro y sentir que libera el pájaro que tienes en el alma.

Rich tiene un sueño, el sueño de una lengua común, y quizás esa lengua común sea el sentimiento que provoca la poesía, esa a la que el silencio pone algodón, amortiguando el grito a la vez que le da forma y textura, un tacto y contacto que no rechazas porque acoge como lo hace todo aquello que une y no separa.

Dos mujeres juntas es una tarea

que nada en la civilización ha hecho sencilla

Doy fe.

Este libro de poemas, que es sobre las mujeres pero no (sólo) para las mujeres, sino para las personas, nos dice que la comunicación y el compromiso es el mejor cuidado mutuo que podemos ofrecernos. Rich desnuda el lenguaje, le quita carne y piel al hueso, porque la contundencia de lo sencillo y llano no carece de belleza ni poética y transmite el mensaje con la humildad y la garra de lo verdadero. Nos sostiene.

Quizás las mujeres sintamos que siempre llegamos tarde, pero aún estamos a tiempo de hacer el futuro.

La valentía de sentir esto

De contar esto

De estar viva

Intentando aprender

Lecciones imposibles de enseñar

Gracias, Adrienne Rich.

©AnaBlasfuemia

jueves, 3 de diciembre de 2020

El libro de la hospitalidad (Edmond Jabès)


Escribo sobre el olvido o, más bien, escribo el olvido y, a medida que lo escribo, olvido lo que escribo. ¿Quién leerá lo que no se puede leer? Leo para cada lector ingratamente frustrado. Leo para todos. Y mi lectura es una llamada desesperada. Con un utensilio puntiagudo, grababa, en la piedra friable, la palabra hospitalidad

No es algo que comente mucho pero estoy viviendo todo esto de la pandemia con muchísima introspección y cierta ansiedad. Ansiedad que es dolor. Dolor y perplejidad por la humanidad. Intento desesperadamente que no se me desdibuje la realidad en la burbuja de la “normalidad”, en ese aparentar que no pasa nada, que esto pasará y todo volverá a ser como antes. Especialmente los últimos días siento el pecho oprimido, y quizás la lectura de “El origen de los otros” me llevó a releer este libro que tanto cobijo bondadoso me dio en su momento.

Y siento que al releer a Jabés el pecho se me expande y vuelvo a respirar, emocionada, con esas lágrimas que provocan sentir que hay espacio (pequeño, sí, ínfimo, pero espacio: la brecha por la que entra la luz) para la esperanza.

Jabés, que presta su voz al otro, un sabio que es un desconocido, un extraño con el que dialoga, primando lo fragmentario, el verso sobre el texto, el mensaje claro: todos somos el otro para los demás, todos somos extraños y eso nos vuelve vulnerables. Recibamos al extraño, acojámoslo, seamos hospitalarios, bondadosos. Somos efímeros, no perdamos el tiempo en defender nuestro espacio, nuestro yo, con uñas y dientes. Acojamos al otro, aunque no sea al que esperábamos. Cuidemos a los demás.

Publicado póstumamente, Jabés escribió este libro haciendo balance de su vida, consciente de la premura de la muerte y luchando contra el olvido. Regresó al desierto y a esos nómadas que, paradójicamente, representan mejor que nadie el concepto de hospitalidad, la ayuda al otro sin preguntar, sin ni siquiera recordar, tiempo después, la ayuda prestada. Porque no es necesario recordar que la vulnerabilidad nos une y “podemos, entonces, elegir: negarnos o unirnos

Jamás la herida curará la herida

Un poco de hospitalidad, por favor.

©AnaBlasfuemia