Has sido mi equilibrio, mi sostén, mi refugio, mi mar, mi cielo y mi tierra, mi faro, mi calma, mi cordura. Has sido mi pértiga, haciendo de contrapeso y a la vez siendo el punto de apoyo necesario para el impulso y saltar, una vez más, por encima de todas las barreras (reales o ficticias). El apoyo que sostiene, cobija, empuja, acoge y propulsa.
Cómo decir que cuando ya no quería vivir, viví para cuidarte. Que cuando tu corazón se quiso parar, tú dijiste: “no, ahora no, tengo algo que hacer”. Y tu corazón hizo lo impensable: siguió latiendo durante más de cuatro años. Y viviste para cuidarme a mí y nos cuidamos las dos, pero la vida siempre estuvo de tu lado, era tu mensaje para mí, tu enseñanza: vive, Ana, vive. Y nos vivimos ambas mientras yo aprendía de ti, de tu generosidad, de tu bondad, de tu paciencia, de tu amor calmo y sereno. Vivir sin rencor, sin culpas, sin dolor, vivir cada segundo con el corazón lleno de agradecimiento por, simplemente, respirar.
Cómo decir que hasta el último suspiro me has estado dando una lección de vida: para aprender a morir hay que saber vivir. Y cuando eso se aprende, cuando se aprende la vida, puedes irte en paz. Aquí, ahora, el ayer pasó, no existe y el mañana es siempre hoy.
Cómo decir que estoy arrasada pero llena de agradecimiento, que aprendo lento pero que cuando lo hago es ley para mí. Que lloro mucho porque sé que sabes que estoy lista para asimilar todo lo vivido y todo lo que me has enseñado. Que ya te echo de menos y que te querré siempre.
Sit tibi terra levis, Truca.