ISBN: 9788420645353
Sinopsis: Julia y Rose viven con su padre, el austero Henry Drayton, en una casa aislada y solitaria, un lugar en el que antes sólo había arena. Para escapar del opresivo ambiente, las hermanas se someten al recuerdo constante de una madre ausente, Sabina, en busca de refugio y sosiego. En esta relación triangular incide Ismail, un atractivo seductor, inquietante y angelical a la vez, hipotético fruto de una relación paterna extraconyugal. La morada familiar, azotada sin cesar por los vientos africanos, sólo tiene por horizonte una ciudad caótica y sucia. Un laberinto por cuyas angostas callejuelas, Julia, la menor de las hijas y eje de la narración, intentará escapar de la presencia subyugante de su padre y de una monotonía existencial que transcurre sin visos de cambio.
Hace años leí El mes más cruel (2010), de Pilar Adón, y tiempo después aún recuerdo las sensaciones de la lectura: desconcierto, confusión. Terminé la lectura inquieta, con la sensación de no poder encontrar la salida en un bosque lleno de niebla. Creo que aún sigo en ese bosque. Me interesó el universo de Pilar Adón, así que quise leer más porque presentía que la columna vertebral que unificaba los relatos de El mes más cruel no era casual (miedos, huidas, soledad, dependencia, dudas…). Y me puse a buscar Las hijas de Sara; no fue tarea fácil pero quisieron los astros que coincidiera no una, sino dos veces con la propia Pilar Adón, que me facilitó el libro (¡Gracias!. Y por el otro, y el otro).
Lo he leído. Y aquí estoy para contarlo, como siempre. Y vaya, no es tarea fácil hablar de los libros de Pilar Adón. Y no lo es porque Pilar es una escritora valiente, podría escribir lo que quisiera, pero no le gusta lo fácil, no. Es alguien consecuente, coherente con su propio interior, y aunque como a cualquier escritor le gustaría vender miles, millones de libros, no va a caer en recursos fáciles para alguien que tiene calidad de sobra como escritora. Porque eso no es lo que quiere contar. O así no lo quiere contar. Y lo que quiere contar, y cómo, no es para cualquier lector. Pilar es exigente con el lector, fruto (probablemente) de su propia autoexigencia e inquietudes. No son lectores pasivos los que se van a sentir cómodos entre sus historias. Tienes que poner de tu parte, y no poco. Si partes de esa premisa, y la aceptas, entonces bienvenido/a al universo Adón.
Una vez que sabes que hay que estar alerta y con la atención a tope, te dejas llevar. Pero no es un dejarse llevar cómodo, hay que estar con los ojos bien abiertos. Hay que observar. Pilar Adón, más que contar historias, crea atmósferas. Y una vez que estás dentro, tienes que mirarlo todo, aguzar los sentidos, no perder de vista nada. Y entonces, sí, ya estás dentro. Encerrada. Como los personajes de Pilar, prisioneros de espacios exteriores e interiores, hasta los paisajes abiertos te encierran con el viento, la arena, el polvo. Pero la mayor prisión no serán las paredes, los espacios (grandes o pequeños) que te rodean, sino el propio interior. ¿Y qué hay dentro? Miedo.
Julia estaba segura de que el miedo era el sentimiento fundamental del hombre. El más frecuente. El que hacía que el mundo se moviera en una dirección o en otra. El miedo y no el dinero ni el amor ni el odio. El miedo…
No es un miedo “a lo Stephen King”. No, son miedos personales, íntimos y privados, esos que se mueven dentro de nosotros hasta condicionar nuestros movimientos, nuestras acciones. Nuestra vida. Los que produce el afecto, el desafecto, los vínculos, reales o imaginados, las relaciones, la soledad… ¿Y qué ocurre cuando sientes miedo? Te paralizas. O huyes. O sueñas. O actúas. O eliges pasión. O te resignas. O… o… o…
Hay mucha diferencia entre querer tener un hijo y querer ser padre.
Un padre brutal, déspota y cruel que queriendo que sus hijas aprendan a no tener miedo, se lo inyecta directamente en vena. Un vampiro emocional. Microclimas familiares asfixiantes en los que el silencio es una agresión y una forma de convivir. Como si lo que si no se pronunciara en voz alta no existiera. Será Julia la voz que más conozcamos, su voz interna, sus sentimientos, pensamientos, emociones… Julia será la correa de transmisión que nos haga llegar sus miedos. Julia, la extrema, la intensa. Rose, la segura, la racional. Ambas encarceladas varias veces: físicamente, emocionalmente, personalmente… Como una muñeca matrioska, encierros dentro de encierros, prisiones dentro de prisiones. Y ahí, en ese último espacio, cerrado, opresivo, el último de todos, nos va a encerrar Pilar Adón de la mano de Julia.
No, no es fácil leer a Pilar Adón. Escribe muy bien. Y no hace concesiones ni da tregua, casi agradeces los puntos y aparte y poder respirar. Hay capas y más capas en cada página, y en las más profundas encuentras tu propia profundidad. Hay, quizás, un exceso de palabras, algo que no he apreciado en El mes más cruel, no sé si porque en los relatos hay una mayor contención o si porque Pilar ha ido aprendiendo a decir más con menos adornos. En cualquier caso Las hijas de Sara me ha permitido, además de empaparme del universo Adón, entender mejor El mes más cruel.
He dicho que más que contar historias, crea atmósferas. Pero mientras, aunque estaba alerta, atenta, todos mis sentidos puestos en la lectura, con el polvo de la arena que levanta el aire cálido metido en la boca, en los ojos y en los pulmones, entregada a la atmósfera creada… contó la historia de Rose. Chapeau.
El dilema de la fugacidad de la vida podía aparecer, pero sólo porque ésta se empleaba en realizar actividades que no tenían nada que ver con su medición, con su cuidado, con su evidencia, con la constatación de que transcurren las horas y los días y los meses y los años y que, de pronto, ha transcurrido todo el tiempo del que uno dispone y uno dice: “¡Ah! Qué fugaz es la vida…”
¡Tempus fugit!