viernes, 30 de junio de 2017

Brooklyn Follies (Paul Auster)

Título original: The Brooklyn Follies
Traductor: Benito Gómez Ibáñez
Páginas: 320
Publicación: 2005 (2006)
Editorial: Anagrama
Sinopsis: Nathan Glass ha sobrevivido a un cáncer de pulmón y a un divorcio después de tres décadas de matrimonio, y ha vuelto a Brooklyn, el lugar donde pasó su infancia. Comienza a frecuentar el bar del barrio y está casi enamorado de la camarera. Y va también a la librería de segunda mano de Harry Brightman, un homosexual culto que no es quien dice ser. Y allí se encuentra con Tom, su sobrino, el hijo de su amada hermana muerta. El joven había sido un universitario brillante. Y ahora, solitario, conduce un taxi y ayuda a Brightman a clasificar sus libros... Poco a poco, Nathan irá descubriendo que no ha venido a Brooklyn a morir, sino a vivir.
Estaba buscando un sitio tranquilo para morir.
Si un libro comienza así coges oxígeno pensando que lo vas a necesitar para seguir avanzando por un mar de melancolía. Pero no, en esa frase empieza y termina toda la tristeza que crees vas a encontrar. Vale, hay algún momento de desconsuelo, pero a esas alturas ya estoy tan en la superficie de la lectura que no me atañe. 
Quiero hablar de la felicidad y bienestar, de esos raros e inesperados momentos en que enmudece la voz interior y uno se siente en paz con el mundo.
Pues la cita anterior parece ser la razón de este extraño libro de Auster. Quiso escribir algo amable, supongo. Y le puso toneladas de amabilidad, vaya que sí. Tanta como he tenido que poner yo para llegar a la última página de este libro. Pero creo que ahora voy a tener tenebrosas pesadillas en las que Paul Auster es poseído por el endemoniado espíritu de Paulo Coelho. 

Porque a ver ¿qué le ha pasado a Auster? No creo que el hecho de que me haya enamorado de su mujer, Siri Husdvedt, me ciegue hasta la ofuscación o hasta el punto de olvidar que a mí, Paul Auster, era un autor que me interesaba, me atraía esa fascinación suya por el azar, el destino, las encrucijadas, las historias anecdóticas...
Ya sabes cómo son estas aventuras clandestinas. Tantas mentiras que decir, tantos apaños que hacer.
Y este libro que tanto gusta, que tanto quiere la gente, porque es agradable, optimista, da tan buen rollo… Pues a mí me ha dejado fría. Con la ola de calor que está cayendo y yo gélida de página en página. Debería de agradecérselo, supongo. Quería acercar distancias con los personajes y la historia y no fue hasta casi la mitad del libro, cuando aparece la pequeña Lucy, que salgo ligeramente de mi adormecimiento. Fue un espejismo. Seguí sesteando durante el resto de la lectura.

Que sí, que están esos temas tan austerianos, el azar, las casualidades y demás, pero imbuido por el espíritu de Mrs. Wonderful, que ya a estas alturas todo el mundo sabe que me produce una urticaria galopante. Y así no consigo creerme la historia, los personajes me parecen demasiado al servicio de esa amabilidad, bondad y destino feliz que quiere transmitir Paul Auster, y hasta las conversaciones me suenan sentenciosas y teledirigidas. Y, coño, Auster, que eres un buen escritor, pero no malgastes ese arte… así.
¿De qué vale el conocimiento si no se utiliza para impedir que los amigos se precipiten a la destrucción?
Y no voy a ser yo quien diga que este libro está sobrevalorado, porque yo también sobrevaloro algunos libros: muchos de los que me pellizcan la piel, la córnea y las entrañas, los sobrevaloro. By the face. Me dejo llevar por la convulsión del impacto, pongo la lectura a la altura de la estratosfera y lo grito a los cuatro costados, porque a mí también me apetece contagiar esas alegrías que nos dan los libros. Pero, con las mismas, si un libro me deja en el epicentro del estoicismo y la apatía, me dan ganas de ponerme a refunfuñar cual gruñona con máster en quejas y descontentos varios.

Refunfuñado queda.
Nunca debe subestimarse el poder de los libros.
Pues mire, señor de Siri, en eso estamos de acuerdo. Por lo demás ¿me presta una temporada a su mujer?

miércoles, 21 de junio de 2017

Oscuridad total (Renata Adler)

Título original: Pitch dark
Traductor: Javier Guerrero
Páginas: 184
Publicación: 1983 (2016)
Editorial: Sexto Piso
Sinopsis: Oscuridad total es una historia de amor, o, lo que es lo mismo, de desamor y ruptura, sobre la desorientación y el vacío que siguen a todo final, pero alejada de todos los clichés al uso, y con una concepción y una escritura que siguen sorprendiendo por su absoluta modernidad. ¿Cómo enfrentarse a un mundo caótico, a un presente mutable y voraz cuando se tiene el corazón roto? Aunque la protagonista, Kate Ennis, posee las nada desdeñables armas de su afilada inteligencia, de su sensibilidad, de su humor y de su innegociable autonomía, todo son pecios en un vastísimo mar nocturno. No se explicitan demasiado los porqués, sólo se insinúan los efectos, que asoman y reverberan aquí y allá, en las experiencias del día a día, en excursiones de pesadilla o vivencias surrealistas, para añadir un matiz de desasosiego e incertidumbre. 
Puedes leer las primeras páginas AQUÍ
Mira, sí, te amaba.
Resoplo. Qué libro más difícil. ¿Cómo comentarlo? Hasta la propia definición de “escritura fragmentada” es confusa para mí, entendiendo que hace referencia a un tipo de estructura literaria en la que los fragmentos constituyen una totalidad. Soy simple, así que entiendo que este tipo de escritura es la que me fragmenta a mí, como lectora. No necesariamente me despedaza, pero cada pedazo es como una galletita china con su mensaje incluido, que me puede resultar más ajeno o más cercano. Y que te da un mordisco a ti en lugar de tú a ella.
¿Sabes? Eres, fuiste lo más parecido que tuve en mi vida a una historia real.
Resulta inevitable hablar de desamor, parece la consecuencia lógica e inevitable del amor. Solo quien ha amado con vehemencia vive el desamor así: devastador, arrasador. Parece no haber nada más. No se progresa. Se muere en vida. A veces el desamor hasta puede ser más penetrante que el propio amor porque nos confina en un cuarto oscuro en el que nos enfrentamos con nosotros mismos. Un combate duro, sin duda. Un aprendizaje necesario.
Él supo que ella lo había dejado cuando vio que empezaba a fumar otra vez.
¿Es aquí donde empieza?
No lo sé. No sé dónde empieza. Aquí es donde estoy.
[…]
¿Entonces él supo que ella lo había dejado?
No lo supo, no lo había dejado. No enseguida o solo al principio.
Renata Adler es como una trituradora. No lo pone fácil. Porque el interior de las personas no lo es, es confuso, caótico, fragmentado, discontinuo, desorganizado. Así que no queda otra que enfrentarse a esta lectura desde el interior de una misma, leer entre líneas, hacia delante, hacia atrás, buscar el armazón, el hilo conductor que al final es la propia Adler, la oscuridad, el desasosiego. No es la protagonista, Kate, quien es abandonada. Es quien abandona. Entonces ¿por qué esa zozobra, por qué el corazón roto? Precisamente por eso. Precisamente por eso… ¿Qué abandonas cuando eres tú quien rompe una relación? La realidad es cruel. Es lo que hay.
Pero también podría confesar de una vez que, aunque te amo y verte me cambia el humor y el día, en ocasiones temo, no sé de qué otra manera decirlo, en ocasiones temo esa especie de visita que me haces.
En la página 56 Renata, a través de Kate, nos pide confianza, que nos quedemos con ella. Está sola. Tiene mi confianza, así que avanzo por la lectura intentando desbrozar cada párrafo, cada fragmento. Porque ya tengo mi clave, no la que sirva a todos los lectores, pero sí la que me sirve a mí: las razones por las que Kate se va, se ha ido hace tiempo. Porque estaba sola en la relación. Sí, a veces dos no es compañía. A veces dos es una soledad y una renuncia demasiado grande. Y optas por amar la belleza y la calma. En soledad.

Renata Adler escribe para ella misma. Se encripta deliberadamente porque así es el alma humana: necesitamos claves para descifrarnos. Y para que nos descifren. Así ofrecen algunas personas su verdad, enmarañada en jeroglíficos, engaños, laberintos, contraseñas, huidas, revestimientos, adornos...

No siendo fácil transitar por este libro, sin embargo una vez concluida su lectura estoy más que satisfecha. Como si hubiera leído varios libros en uno, lleno de reflexiones inteligentes y sensibles, de verdades sinuosas y hondas, de una mirada muy lúcida sobre qué nos mueve, de qué huimos, lo que nos rodea, cómo nos comportamos… Es verdad, exige mucho del lector, como lo exige toda sinceridad que se muestra desnuda y sin ambages. De esa sinceridad se suele huir. Y yo aprecio esa sinceridad brutal, real, incluso descarnada, como si alguien me soplara en la nariz aliento de vida. 

Renata Adler es brillante. Deslumbra. Lucha con sus demonios y nos muestra esa lucha ¿cómo exigirle que nos lo dé masticado? Y si se te atraganta la lectura, Muriel Spark, en un inteligente posfacio, ya lo mastica por nosotros.
Recuerda todo, dijo, recuerda todo, fuera de contexto, y luego reflexiona.
No olvides. Recuerda todo. Reflexiona.


viernes, 16 de junio de 2017

La uruguaya (Pedro Mairal)


Páginas: 144
Publicación: 2017
ISBN: 9788416213993
Sinopsis: Lucas Pereyra, un escritor recién entrado en la cuarentena, viaja de Buenos Aires a Montevideo para recoger un dinero que le han mandado desde el extranjero y que no puede recibir en su país debido a las restricciones cambiarias. Casado y con un hijo, no atraviesa su mejor momento, pero la perspectiva de pasar un día en otro país en compañía de una joven amiga es suficiente para animarle un poco. Una vez en Uruguay, las cosas no terminan de salir tal como las había planeado, así que a Lucas no le quedará más remedio que afrontar la realidad.
Puedes empezar a leer las primeras páginas AQUÍ.
Estaba enamorado de una mujer y enamorado de la ciudad donde ella vivía. Y todo me lo inventé, o casi todo.
(No me inventé nada, 
sólo… confié y creí)

En un lateral del blog (versión web) hay un aviso a navegantes en el que explico que soy una lectora subjetiva. Mi opinión no convierte un libro en buen o mal libro, únicamente en un libro que me ha gustado o no. Sirva esto como declaración de intenciones respecto a mi comentario de esta lectura que, he de decir, y aunque no lo vaya a parecer, no ha sido mala lectura.

Cuando terminé de leer La vegetariana sabía que no iba a ser fácil elegir el siguiente libro. Cogía uno. Lo volvía a dejar en la estantería. Cogía otro, lo empezaba. Vuelta a la estantería. Así unas cinco o seis veces. Y en esas estaba cuando alguien me pregunta ¿siempre lees libros escritos por mujeres? Zasca. Es real, soy consciente, leo mayormente libros escritos por mujeres. Miro mis estanterías y ellas arrasan. Y mis ganas de leerlas son infinitas. Miro mis lecturas en los últimos años y percibo ese intento, forzado, de equilibrar. Ahora ellas. Ahora un poquito de ellos. Tengo una conciencia clara de que los libros que más me han marcado y revolucionado están escritos por… ellas. Con podio de honor también para Tom Spanbauer, hay que decirlo. Esas lecturas que me salvan la vida.
Me tranquilizaba sentir que había una parte de mi cerebro que no compartía con vos. Necesitaba mi cono de sombra, mi traba en la puerta, mi intimidad, aunque solo fuera para estar en silencio.
(Tú te quitaste la ropa, 
un gesto repetido y hecho rutina.
Yo, me desnudé,
sin trabas y con fe)

Así las cosas, decido coger a un autor. Y un libro cuyo protagonista es un hombre que, aparentemente, está pasando por la crisis de la mediana edad (siempre me he preguntado qué carajo de crisis es esa). Que no se diga.
Si no podés con la vida, probá con la vidita.
(Si no puedes con la vida, 
no te la inventes)

Sin duda, la frase más citada y laureada de este libro. Y hete aquí que voy y yo y no estoy de acuerdo con ella. Porque me suena a conformismo. A rendición. Y claro que te puedes rendir. Todos los días. Es una opción y a cada instante elegimos. Pero también todos los días puedes seguir aspirando a la vida, y no a la vidita. VIDA. La palabra más repetida en este blog.

Mi sensación es que a Lucas ya le quedaba grande la vidita, y que lo que en realidad necesita es estrenar una vida, una vida de verdad y no su vidita de fantasía. Su vidita egoísta. No empaticé con Lucas, qué le voy a hacer. Bueno, miento, lo hice a ratos, con ciertas reflexiones. Pero tenía la sensación de que lo que Lucas hacía no era coherente con lo que Lucas pensaba en algunas ocasiones.
Hace falta esa ignorancia para que continúe la especie, generaciones de ingenuos que se meten en un baile del que no tienen ni idea.
(La honestidad es bastante ingenua e inocente. Siendo así, que entonces no se terminen nunca las generaciones de ingenuos. Que pueblen el mundo de norte a sur y de este a oeste)

Una de las razones por las que no conseguí entender a Lucas es porque no me parece un ingenuo precisamente. Porque hay comportamientos que puedes comprender mejor si no se hiciera tanto esfuerzo por justificarlos, porque no consigo verlo como víctima ni como alguien inocente, porque me parece que en ocasiones había mucha autocompasión y poca compasión por los damnificados por su propio comportamiento.
Había cierta lealtad en mi deslealtad.
(Infiel para algunos, 
leal hasta el último aliento)

Concepto erróneo: puedes ser infiel sin caer en la deslealtad. Infiel pero leal. Perogrullada: si eres desleal, no hay lealtad. Este tipo de cosas me rechinaban, aunque hubo otras muchas que me han encantado. Es verdad que hay reflexiones y fragmentos con los que he gozado. Tampoco era tan difícil en medio de una verborrea que se me hizo excesiva porque a veces sentía que caminaba por una selva en la que tenía que ir desbrozando la paja, las ramas innecesarias, para llegar al meollo de la cuestión. Pero en medio de ese torrente verbal, ese divertido desbordamiento de palabras, terminaba por encontrar semillas prometedoras, manjares refrescantes, víveres satisfactorios.
Con vos necesito un tatuaje que me ayude a olvidarte, no a recordarte, un antitatuaje.
(Revertir cada tatuaje…)

Pero esas pequeñas ráfagas de luz, esos destellos vibrantes, eran como gotas de lluvia que no se mezclaban, no hacían charco, no sumaban al rio. No hacían trama suficiente.

Y dicho todo esto, lo sorprendente es que me ha gustado La uruguaya. Porque era justo lo que necesitaba después de La vegetariana: un libro que me sacara de la conmoción, algo ligero e incluso predecible, pero con cierta consistencia, una lectura entretenida, festiva y fácil, en la que se entremezcla lo superficial y lo subterráneo; una charlatanería que tan solo rozara lo intenso levemente, con pretensiones pero sin conseguirlo del todo, que se deslizara más por la vía del humor.  Y ya.
Nadie es solamente una persona, cada uno es un nudo de personas, y el nudo de Guerra era de los complicados.
[Amén. 
Amen. 
De verdad. 
Que el nudo de personas nos haga cre(c)er
y no lo contrario]

jueves, 8 de junio de 2017

La vegetariana (Han Kang)




Título original: 채식주의자 (Chaesigjuuija)
Traductora: Sunme Yoon
Páginas: 239
Publicación: 2000 (2017)
Editorial: :Rata_
ISBN: 9788416738137
Sinopsis: La vegetariana relata la historia de una mujer corriente, Yeonghye, que por la simple decisión de no volver a comer carne convierte una vida normal en una perturbadora pesadilla. 

Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez.
Madre mía. Qué libro. Qué libro. Enorme. Lo que me ha hecho llorar. Y tantas cosas que decir de este libro. Y la imposibilidad de decirlas todas. Por empezar por algún punto, lo haré diciendo lo que NO es este libro.

NO es un libro sobre vegetarianismo. Dejar de comer carne no te convierte en vegetariana. No implica que Yeonghye esté haciendo una dieta o cuidando su nutrición. No, sus razones son otras. Un gran acierto el título del libro, sin duda.

NO es un libro sobre un trastorno alimentario, aunque las consecuencias a nivel de salud sean las mismas. No hay por parte de Yeonghye una percepción distorsionada de su propio cuerpo. Más bien al contrario, su percepción, tanto de su cuerpo (sobre todo de su cuerpo) como de lo que le rodea y de su propia decisión, es feroz, brutal y tremendamente lúcida y consciente.

NO es un libro sobre la locura o cualquier tipo de trastorno mental. Acabo de decirlo: Yeonghye es quien posee la lucidez, la clarividencia. Y toma una decisión que decide llevar, brava y valiente, hasta las últimas consecuencias. Consecuencias que le afectan a ella y a quienes la rodean (nunca preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti).

NO es un libro pornográfico. Y quizás sorprenda esta afirmación, pero parece que hay quien piensa que lo es. Hay sexo, sí. Violento y no consentido. Incluido ese sexo dentro del matrimonio en el que el no consentimiento no deriva en que el hombre admita que acaba de violar a su mujer. Y ocurre cada día. Y es violación. No tiene otro nombre.

NO es un libro más.

Dicho todo lo que no es este libro toca hablar de la decisión de Yeonghye, de sus razones. Y aquí entramos en terreno resbaladizo. No porque esas razones sean confusas o poco claras. No es el caso. Desde que vi el texto que aparece en la portada del libro supe lo que me iba a encontrar. Supe que hablaba de mí. Hace poco vi en el muro de un solar una frase escrita: DESAPAREZCA AQUÍ. Me situé debajo. Deseaba desaparecer. Sin ruido, sin dolor, sin daños. Diluirme como la sal en el agua o la espuma en las olas del mar. No sucedió. Por mucho que mis deseos fueran como linternas voladoras atravesando el cielo de la noche, simplemente no sucedió. Y, a los pocos días, empecé a ver este libro con el siguiente texto en la portada, en el que habla de una mujer que era yo, que soy yo:
Hay una mujer, un ser humano que ya no quiere formar parte de la humanidad. Un ser que pone en juego su vida para no dañar a nadie ni a nada, un ser a quien un día deja de importarle en absoluto vivir o morir.
Tenía que leerlo. 

Se menciona mucho la acertada estructura narrativa del libro, que da voz al marido, al cuñado y la hermana de Yeonghye, mientras que ésta aparece silenciada. Pero en verdad es, y no es, del todo cierto. Al menos a mí me pareció escuchar todo el tiempo a Yeonghye. De una forma directa a través de sus sueños, y de una forma indirecta, pero clara y contundente, a través de su decisión. 

Las palabras mienten, camuflan, distorsionan. El comportamiento desenmascara.
Si pudiera dormir… Si pudiera dejar de estar consciente aunque fuera una hora…
Sus sueños. Ahí empieza todo. Y ahí empieza también mi entendimiento, mi comprensión. Por los sueños. Porque yo sueño mucho, porque he querido no dormir para no tener que soñar. Y ahí está la voz de Yeonghye, dándonos sus razones (He tenido un sueño). Y a través de sus sueños, vamos sabiendo sus motivos.
Me había vuelto una desconocida, pero no había duda de que era yo. No, al revés. Era un rostro visto innumerables veces, pero no era mi cara. No puedo explicarlo. Conocida y desconocida a la vez, fue una sensación vívida y extraña, terriblemente extraña.
Sentirse extraña, conocida y desconocida. Ser tú pero no ser tú. Algo ha cambiado, algo ha hecho clic. Como tener una visión de todo aquello que te rodea. Saber que no perteneces. No quieres pertenecer ni formar parte de aquello a lo que no perteneces. Y decides. Se llama coherencia.

Las razones de Yeonghye. 
Sí, están ahí, altas y claras:
¿Por qué  no me asusté entonces? Todo lo contrario, me sentí hasta serena. Fue como si una mano se posara en mi corazón. Como si repentinamente todo lo que me rodeaba se retirara como la marea.

Todo me parece desconocido, como si viera las cosas desde atrás. Como si estuviera encerrada detrás de una puerta sin picaporte. No es eso, será que estuve allí desde el principio y me di cuenta de ello repentinamente. Está todo oscuro. Todo está negro y machacado.

Solo confío en mis pechos. Me gustan mis pechos, pues con ellos no puedo matar a nadie. ¿Acaso las manos, los pies y los dientes, e incluso la lengua y la mirada, no son armas con las que se puede matar y herir a cualquiera? Pero los pechos no.
Yeonghye no usa sujetador. No le gusta. No le gusta que lo único en lo que confía (sus pechos) estén apretados, encerrados, constreñidos. Es lo único de su cuerpo que siente que es inocente, no violento, no agresivo, no dañino. Lo único puro. No usa sujetador, no le importa mostrar sus pechos. Y lo que para los demás es una provocación, moral o sexual, para ella es el inicio (junto a la decisión de no comer carne) de un camino hacia lo único que considera limpio, natural y verdadero. Y ese camino va a provocar en los demás una serie de reacciones que son, precisamente, aquello que induce a Yeonghye a recorrer, valiente, un camino sin retorno.
Nadie puede ayudarme.
Nadie puede salvarme.
Nadie puede hacerme respirar.
Así es, nadie ayuda, nadie salva, nadie hace respirar. A su alrededor, Yeonghye solo percibe violencia. Hay violencia en este libro. Pero la importante es la que aparece soterrada. Hay muchas formas de agredir. Y ella opta por oponerse a todo eso desde una postura pacífica, sin dañar a nada, sin dañar a nadie. Pero todos los que la rodean se sienten dañados, lo que ya es en sí mismo una forma egoísta de agredir a la propia Yeonghye.

La respuesta que de los demás recibe la metamorfosis de Yeonghye es áspera como una lija, amarga como una fruta podrida, atroz como un abismo bajo los pies, despiadada como una pesadilla, violenta y cruel como el asesinato de un niño. Como matar la inocencia.
“Tengo ganas de morirme”.
“Tengo ganas de morirme”.
“Entonces muérete”.
“Muérete”.

“Todo esto no tiene ningún sentido.
No puedo aguantar más.
No puedo seguir adelante.
No quiero seguir adelante”.

¿Y por qué no puedo morirme?
¿Y por qué no puede morirse? ¿Por qué? Porque no la dejan. Porque su verdad ofende, porque destapa, desnuda a todos: a su marido, a su cuñado, a sus hermana, a sus padres, a la sociedad… 
Tu propio cuerpo es lo único a lo que le puedes hacer daño Es lo único con lo que puedes hacer lo que quieres. Pero ni eso te dejan hacer.
Este libro nos interpela, nos cuestiona, nos señala. Si perturba es porque incomoda. Como un orzuelo en el ojo, un dedo que te señala, una cuchilla rasgando las venas. Es una lectura amarga, corrosiva, casi física. Necesaria. Cada libro tiene vida propia, y sin duda La vegetariana consigue provocar emociones muy poderosas y eléctricas; es de una franqueza y una calidad literaria incuestionables.

Estoy usando demasiadas palabras para hablar de este libro, no lo estoy haciendo bien. Es necesario escuchar el silencio de Yeonghye. Comprender su decisión. Hacerla mía.
Todos los árboles del mundo me parecen hermanos. 
Ir de lo corpóreo a lo etéreo. 

Desaparecer.

jueves, 1 de junio de 2017

Apegos feroces (Vivian Gornick)

Título original: Fierce Attachments: A Memoir
Traductor: Daniel Ramos Sánchez
Páginas: 196
Publicación: 1987 (2017)
Editorial: Sexto Piso
Sinopsis: “¿No podría limitarme a decir que hay que leer Apegos feroces, de Vivian Gornick? ¿Que estoy aquí´ para insistir en que este libro debe convertirse en bandera en el mundo entero, como es bandera en mi mente, una detrás de la cual marcho? Y aun así´, sosteniendo esta edición antigua, reparo en que hay ocho criticas positivas, todas bastante elocuentes, todas escritas por mujeres; ¿podría ocurrir que fuera el primer hombre que declara a favor de este libro?” (Jonathan Lethem)

La relación con mi madre no es buena y, a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora. Estamos atrapadas en un estrecho canal de familiaridad, intenso y vinculante: durante años surge por temporadas un agotamiento, una especie de debilitamiento, entre nosotras. Después, la ira brota de nuevo, ardiente y clara, erótica en su habilidad para llamar la atención.
Apegos feroces. Fue ver el título de este libro y sentir que algo me taladraba. Noté un vacío que reventaba en algún lugar debajo de mis pechos. Miles de demonios se desataron dentro de mí. Oí incluso el estruendo. Investigué algo más. Relación madre-hija. Hija luchando por encontrar su lugar en el mundo. Un mundo de mujeres. Zas. 

No. Zas no. No fue un zas. Fue un cataclismo. 

Tenía que leerlo. Y contarlo.

No conocía a la escritora y activista Vivian Gornick. Surge de la nada. Absolutamente desconocida. No es ningún obstáculo. Al contrario, lo desconocido me interesa. Voy a por este libro sin pensarlo. La cita anterior me la encuentro a las pocas páginas. Y ese espacio debajo de mis pechos, en el centro de ellos, se extiende hasta mi entrepierna y hacia los costados. Y estalla.
Sé que arde de rabia y me alegra verla así. ¿Y por qué no? Yo también ardo de rabia. Pero paseamos por las calles de Nueva York juntas continuamente.
Madre e hija pasean. Caminan juntas. En ese paseo todo sucede: los recuerdos, la reconciliación, momentos de equilibrio, la rabia, los reproches, las sorpresas, la historia de sus vidas. Todos los cimientos que forjaron, confundieron y repararon a Vivian Gornick se reproducen en esos paseos. Como las manecillas de un reloj, de esos que te perforan los oídos: tac, tac, tac. Tac.
Me quedo sin palabras. No sólo callada, sino sin palabras.
Voy a rescatar una palabra: honestidad. Vivian Gornick es tremendamente honesta. Ferozmente honesta. Pocas cosas aprecio más en esta galaxia que la honestidad. Es lo único que puede salvarnos. Quiero a Gornick. No es solo que hable, lúcida y consciente, de la peliaguda relación madre/hija. Es que me encuentro de nuevo con uno de mis temas preferidos: la identidad. En este caso la identidad como mujer.
Todas nos entregábamos a nuestros placeres. Nettie quería seducir, mamá quería sufrir y yo quería leer.
Estamos hechos de muchas historias, pero también de muchas personas que han compartido nuestra vida en algún momento. Vivian Gornick creció en medio de dos estándares de mujer: para su madre el amor es lo más importante en la vida de una mujer (por encima de sí misma incluso). Para Nettie, la vida es seducir, satisfacer sus deseos, visibilizar su atractivo sexual, y todo ello por encima de la maternidad y también de sí misma.

¿Y Vivian? Vivian está atrapada entre dos modelos de ser mujer que no se corresponde con quien ella siente que es. Y eso le produce un desgarro continuo, un enfrentamiento consigo misma, con los hombres, con el trabajo, con su madre…, un enfrentamiento del que no es capaz de desprenderse a lo largo de su vida. No del todo. 
Eso es el amor. Sólo un concepto.
Vivian intelectualiza (al igual que hacía Susan Sontag) sus emociones, las analiza, las rastrea. Intenta conciliarse con ella misma, con su madre, con los hombres, con el trabajo. Intenta encontrar su identidad como mujer. Siente la rabia acumulada de que su madre (principalmente) no la vea, no la deje ser ella misma. Y describe con una clarividencia e inteligencia apabullantes cómo basta tan poco, un sutil ninguneo, para que la grieta que te atraviesa se agrande. Especialmente cuando ese invisibilizar tu propia esencia es un dardo lanzado por parte de personas hacia las que sientes un apego… feroz.

Apegos feroces es un libro profundo, impactante, bello. Y lo es de una manera peculiar: escrito con una claridad e inteligencia apabullante y un ritmo que te lleva de la mano, sin embargo contiene también numerosos filos, cuchillas que diseccionan la intricada raíz de la que estamos hechos, los nudos que conforman esa raíz. De forma magistral Gornick deshace esos nudos para mostrarnos de qué están hechos.
Ese espacio. Comienza en el centro de mi frente y termina en el centro de mis ingles. Varía de tamaño; unas veces es tan ancho como mi cuerpo y otras, tan estrecho como una rendija en el muro de una fortaleza. En los días en los que el pensamiento fluye libremente o, mejor aún, se esclarece con esfuerzo, se expande magníficamente. En los días en los que la angustia y la autocompasión lo anegan, se encoge, ¡qué rápido se encoge! Cuando el espacio es amplio y lo ocupo plenamente, degusto el aire, siento la luz, mi respiración se acompasa y se vuelve más pausada. Me siento en paz y emocionada, fuera del alcance de influencias o amenazas. Nada puede tocarme. Estoy a salvo. Soy libre. Pienso.
¿Qué es un apego feroz? Que Vivian con 48 años, su madre con 80, sigan paseando juntas, buscando una tregua que nunca llega, un punto de encuentro que desate la ira contenida, una puerta de salida que libere a la una de la otra. Su madre y Nettie convierten a Vivian en la mujer que es. Pero la incapacidad de separarse, los miedos, convierten inevitablemente a Vivian en quien no quiso ser: su propia madre.
De pronto, su vida ejerce presión sobre mi corazón.
Deslumbrada por la brillantez de este libro, no puedo hacer otra cosa que lo que hace Jonathan Lethem: amarlo.