jueves, 30 de noviembre de 2023

Siete pecados capitales (Milorad Pavić)


"Dicen que existen dos insomnios, como dos hermanas. El de antes de dormirse y el otro, después de despertar en plena noche. El primero es madre de la mentira, el otro es madre de la verdad"

No es novedad que el primer párrafo de un libro es crucial. A veces basta ese primer párrafo para saber que sí, que has acertado eligiendo esa lectura. O, al contrario, para saber que hace falta avanzar más para saber por dónde irán los tiros porque ese primer párrafo te ha dejado que ni fu ni fa, ni frío ni calor.

En el caso de "Siete pecados capitales" no sólo subrayas el primer párrafo prácticamente entero, es que luego te das cuenta que era toda una declaración de intenciones. Un párrafo que habla de pensamientos que son como cuartos (soleados o sombríos, que dan al río o a un sótano...) en los que a veces eres un mero inquilino. Y por las noches, en ocasiones, quedamos encerrados en esos cuartos y sólo los sueños nos liberan. Pensamientos, sueños e insomnio: los tres pilares que desdibujan la frontera entre realidad y fantasía.

Y así tenemos los cimientos de "Siete pecados capitales", un libro que es pura fantasía en todos los sentidos: surrealista, imaginativo y resuelto de forma brillante y divertida. También es un juego literario en el que Pavic no deja al lector al margen. Al contrario: te reta, te invita a participar, a ser un lector activo sin cuya implicación la lectura no sería completa ni eficaz ni placentera. Pero los hilos los mueve él, Pavic, así que a veces también nos deja fuera del juego, pero Pavic forma parte también de ese compromiso: él es, al igual que el lector, otro personaje más y es también el libro.

Quién sabe a quien pertenece un libro, si al lector o al autor, o a ambos, o puede que se pertenezca a sí mismo. Intentar reducir este libro a un esquema comprensible sería un esfuerzo tan ímprobo como baldío.

Se agradece (agradezco) este tipo de libros que implican y exigen al lector, los hace partícipes, sea para aceptar o rechazar la propuesta. No es un libro para lectores perezosos, o tal vez sí, pero sólo si quieren superar su pereza, esa que convierte los libros sin terminar de leer en entes etéreos y fantasmagóricos que flotan en algún lugar indeterminado buscando sus propias posibilidades, algún final, un destino, un reflejo en un espejo agujereado. ¿Un espejo con un agujero? os preguntáis: sí, ese en el que no se reflejan los lectores perezosos, ese espejo y ese agujero que (junto a otros elementos) sirven de hilo conductor entre estos siete relatos delirantes, oníricos y virtuosos.

"Si averigua cuál de los libros importantes para usted fue dejado a medias y lo termina tal vez podrá resolver el enigma del espejo y su agujero, descifrar quién es usted y quién soy yo, porque su agujero es en realidad el agujero dentro de usted..."

sábado, 25 de noviembre de 2023

Todo está tranquilo arriba (Gerbrand Bakker)


"Llevo tanto tiempo haciéndolo todo a medio gas... Hace ya tanto tiempo que sólo tengo medio cuerpo"

Conocí la palabra "demediado" de la mano del original Italo Calvino y su magnífico "El vizconde demediado". Por aquel entonces no había Google, así que tiré de enciclopedia y supongo que la definición era la misma que encuentras actualmente en la RAE: "Partir, dividir en mitades". El vizconde de Calvino era un hombre demediado como consecuencia de un cañonazo que le parte por la mitad y ambas partes del cuerpo sobreviven. En "Todo está tranquilo arriba", Helmer, el protagonista, es un hombre demediado. Demediado no al modo del realismo mágico del italiano, sino al modo del realismo íntimo de Bakker. Helmer tenía un gemelo, Henk, fallecido en un accidente de coche 30 años antes del momento en que se sitúa la narración, que se moverá entre pasado y presente para conocer a Helmer, su vida, sus decisiones, su historia y cómo ha llegado a ser un hombre demediado, a medias, incompleto.

Helmer en un momento dado de su vida se resigna, no es que tome una decisión, es que se conforma con asumir el papel de su hermano en la granja y vivir metiendo "la cabeza debajo de las vacas para poder dejar que todo siga su curso". Eso es lo que hace: dejar que las cosas sigan su curso en una granja acogedora, segura, pero también vacía, muy vacía. Sin querer pensar en la soledad. En la renuncia, en sus propios deseos y necesidades. Sin sentir, sin pensar. Esas orejeras de burro (curiosamente el único animal que le pertenece a Helmer) que no dejan ver los márgenes, sólo lo que hay delante, siendo el "delante" una especie de zanahoria hacia la que avanzas y nunca alcanzas, ajeno a lo que dejas a los lados, lo que dejas detrás, ajeno incluso al camino que pisas.

Helmer vive con su padre, ya anciano y con apenas movilidad, al que deja en la habitación de arriba. Así empieza "Todo está tranquilo arriba": el día que Helmer lleva a su padre a la habitación de arriba. Lo encierra, puesto que no puede moverse. También lo cuida. No lo juzguéis. Ese padre fue siempre un padre despótico que ignoró a su hijo Helmer y sólo tuvo ojos para su hermano (gemelo) Henk. La única mirada que sostuvo a Helmer fue la de su madre, una mirada suficiente para que Helmer pudiera soportar la situación. Insuficiente para recomponerle. 

"Tras su muerte ya no tenía a nadie a quien mirar, con quién mirarme, y eso fue lo peor"

Sin miradas que le vean, sin ojos a los que mirar, Helmer se protege de su propia soledad de la peor forma posible: ignorándose a sí mismo. Avanzando con el día a día de la granja, metiendo su cabeza debajo de las vacas. Pero esto cambiará. La llegada de una persona a la granja producirá la transformación que Helmer necesita. Bakker no tiene ninguna urgencia por contarnos esta transformación, algo que a algún lector le puede pesar, ese ritmo pausado, bucólico, sutil. Pero en verdad las grandes transformaciones personales se producen tal y como las narra Bakker: despacio, con tranquilidad, penetrando en uno mismo, empezando a generar la mirada más potente: la que se produce cuando alguien se empieza a mirar hacia dentro. A verse. Porque hasta ese momento Helmer se había ignorado a sí mismo pasando por la superficie de todo. Y ahora empieza a rascar esa superficie, a ver qué hay debajo. Y empieza a encontrarse con la soledad, los sueños perdidos, la vida, la muerte, las carencias... Al igual que hizo con su padre, encerrarlo "en la habitación de ahí arriba" para no verlo, para alejarlo de su cabeza, lo hizo con toda su vida: apartarla y aislarla para no verla. Esconderla "ahí arriba" como si no existiera. Hasta que empieza a mirar(se).

Helmer dejará de ser un hombre demediado. Y esto sucederá en cuanto Helmer empiece a mirar, a ver, a quitarse las orejeras. Ya no estará ciego. ¿Dolerá lo que ve? Claro, pero también aprenderá a conectar con aquello que le rodea y aquello que le sucede. Incluso aprenderá a salir de debajo de la sombra (larga, larguísima) de su hermano fallecido.

La prosa de Bakker es suave, íntima, con un discurrir tranquilo pero muy convincente y poderoso para crear una atmósfera que va penetrando sutilmente en el lector. Para mí fue una lectura acogedora, reconfortante incluso.

El libro comienza, como ya he dicho, con Helmer dejando a su padre en la habitación de arriba. Termina con Helmer en una playa de guijarros mirando el horizonte y diciéndose a sí mismo "Estoy solo". Pero ya no es un hombre demediado, no es una mitad.

"Sé que debo ponerme en pie, que ya será de noche en la maraña oscura de senderos y caminitos sin asfaltar, a través de los pinos, los abedules y los arces que los jalonan. Pero sigo sentado tan tranquilo. Estoy solo"

Solo, pero no aislado ni olvidado de sí mismo.


sábado, 18 de noviembre de 2023

El final de la historia (Lydia Davis)


"Hubiera sido más sencillo empezar por el principio, pero el principio significaba poco sin lo que venía a continuación, y poco significaba lo que venía a continuación sin el final"

Y está claro que Lydia Davis no pretende hacerlo sencillo. Aunque en sus cuentos (que es por lo que se la reconoce, de hecho esta es su única "novela") hay quien pueda confundir la brevedad de alguno de ellos, apenas un fragmento, con lo sencillo, tengo la sensación de que en sus instantáneas narrativas siempre hay una historia. Tiene que haberla, todo son historias. Así que me pareció llamativo que en su única "novela", lo que aparentemente quiere contar es el final de... una historia.

Sí, he entrecomillado varias veces la palabra "novela", aunque si entendemos por tal una narración en prosa de cierta extensión estamos ante una "novela", sin embargo si entendemos como narración el desarrollo de una historia (aunque sea para contar el final de la misma) no estaríamos exactamente ante lo que se entiende por "novela", al menos de forma convencional. La contraportada del libro nos habla de que se trata de la historia de una traductora que intenta escribir una novela sobre una "relación pasional y neurótica" que tuvo hace tiempo con un hombre más joven que ella. En realidad la historia en cuestión es más bien la de una escritora intentando escribir una historia que vivió. La construcción de esa novela es, para mí, la "historia" de este extraño y peculiar libro.

En cualquier caso no puede quedar al margen cómo, al intentar contar algo que sucedió hace tiempo, los recuerdos están ahí siempre con todos sus matices y su urdimbre: ¿son reales los recuerdos? ¿cuánto de imaginación y de olvido hay en ellos? Los recuerdos, todos lo sabemos, no son una reproducción exacta y milimétrica de lo sucedido. Hay vacios, espacios difuminados, fragmentos que no encajan y parecen estar a la deriva. Si quieres escribir sobre los recuerdos, convertirlos en un relato, tal vez se pretenda convertirlo en una sutura, en un cierre (un final) pero sin descartar que la imaginación puede ser más precisa que los propios recuerdos.

¿Cómo poner punto final a una historia? Tal vez no cuando la historia llegue a su final, sino cuando se cuenta la historia y la reconstruyes sabiendo qué vino a continuación. Nunca sabes qué va a suceder cuando una historia se inicia, pero al contarlo, al narrarlo cuando todo ha llegado a su fin, al recordarlo, comprendes todo lo que se desplegaba delante cuando esa relación se inició, ves ese lienzo que ya no está en blanco. Es entonces cuando puedes hacer literatura con lo sucedido. 

Así que si alguien se acerca este libro creyendo encontrarse con la historia de una relación tóxica, o neurótica, o confusa o pasional, pues se va a llevar una decepción. No hay nada emocional en "El final de la historia", no es lo que pretende Davis, es un experimento literario, metaescritura, disección de cómo funcionan los recuerdos, de cómo reconstruimos aquello de lo que apenas ya nos quedan unos pequeños detalles concretos y nítidos y muchas emociones ya están desdibujadas por esa imagen más o menos completa de lo que sucedió. Puedes recordar a las personas que amaste pero ¿recuerdas en qué momento preciso te enamoraste y se desencadenaron los latidos y se desplazaron de arriba hacia abajo, con una estampida de emociones trotando por las venas? ¿qué gesto inició el amor, qué mirada, qué palabra exacta? ¿es el amor repentino o gradual? ¿en qué momento se convierte en irreversible? ¿recuerdas el segundo exacto en que todo eso sucede?

Al recordar, los detalles precisos se entremezclan con los recuerdos desdibujados y confusos, se entremezcla lo inexacto con lo preciso. Inventamos también. Imaginamos, convertimos en certezas lo que tan sólo es una posibilidad o incluso un deseo. Nuestra narradora (tanto ella como él no tienen un nombre preciso, tienen varios de hecho, porque así se hace cuando se escribe una novela que, no olvidemos, es de lo que va este libro) describe muchos detalles, de hecho muchos párrafos son meramente descriptivos, buscando cierto rigor, una verdad estricta que renuncie a la imaginación. Pero no son detalles emocionales, son descripciones de hechos para los cuales también tiene varias versiones. De hecho los detalles son un batiburrillo de instantes que pueden ser relevantes o no porque todo dependerá de cómo quieras colocarlos en tu forma de recordar.

La narradora quiere escribir la novela pero está llena de dudas ¿qué es importante y qué no? ¿deben incluirse las partes aburridas, son relevantes? ¿debe seguir un orden cronológico o aleatorio? Como además la relación es extraña, llena de desconfianzas y silencios y contada desde la periferia (desde fuera), no se nos esconde la distancia de la misma, los silencios, los miedos, la irritación, la impaciencia, la incomodidad. La "novela" está dirigida a la inteligencia del lector, no a su corazón, porque estamos ante una reflexión del acto de escribir, o más bien ante la disección del acto de escribir autoficción/ficción y cómo la memoria es en verdad un lugar en continuo movimiento y cambiante según cuándo, cómo y para qué recuerdes.

En "El final de la historia" Lydia Davis es como el gato de Schrödinger: está dentro y fuera a la vez, una curiosa paradoja literaria en la que es generadora y a la vez receptora de sí misma, narradora que se narra en un bucle que está a ambos lados de la puerta (de la novela en esta caso)

domingo, 12 de noviembre de 2023

¿Hay alguien ahí? (Peter Orner)


"Estaba listo para ir a buscar otro ejemplar a ese agujero negro que constituye el cúmulo de libros que aún no leí. Las posibilidades infinitas me abruman"

De todas las cosas que me abruman (que son más de las que me reconozco a mí misma) la que mejor llevo es la que me provoca la ingente cantidad de libros que tengo en casa sin leer (y los que quiero releer). Me abrumo, claro. Pero me motiva a vivir muchos años (y van a tener que ser muchísimos) para tener tiempo a leer todo lo que quiero leer, a levantarme cada mañana sabiendo que encontraré un momento para coger un libro e introducirme en él . Y las editoriales no paran, no paran, no paran. No se dan cuenta que tenemos una vida limitada, un tiempo concreto, una existencia con fecha de caducidad ¿qué pretenden? En fin, hago lo que puedo, siempre con un libro a cuestas, aprovechando resquicios en el espacio-tiempo, esperas, tiempo libre, poniendo ganas (a veces no las hay, esto pasa), quitando ratitos al sueño y a otras necesidades y autoplaceres.

Peter Orner lo sabe bien, sabe bien de ese agujero negro de los libros sin leer. Qué gran lector, cómo me ha entusiasmado su manera de adentrarse en sus lecturas y conectarlas con sus vivencias. Pero también qué excelente manera de comunicar, de contarnos sus sensaciones lectoras. Y de contarse él. No he podido identificarme más con Orner: contarse a través de lo que lee (la esencia de mi blog: "lo que leo lo cuento y me cuento en lo que leo"). Callos tengo en las palmas de las manos. De aplaudir. Aplaudo desde el acuerdo, desde el reconocimiento, desde el hermanamiento.

"De lejos todas las demencias se parecen. Vistas de cerca se vuelven personales"

Soy de esas personas que se quedan meditando en una especie de limbo catatónico ante una frase desconcertante. El título de este libro ("¿Hay alguien ahí?") me produjo ese estado (una especie de cortocircuito en mi cerebro) que me provocan algunas preguntas a las que me siento impelida a contestar además de a cuestionarme qué hay detrás de esa interpelación. ¿Qué es "ahí"? ¿es una pregunta hecha desde el miedo a que haya alguien o desde la necesidad de que haya alguien, la necesidad de no sentirse solo? Hay preguntas que además de interrogaciones contienen exclamaciones (súplica, deseo). Qué poderoso es el lenguaje y qué poca importancia le damos en el día a día de nuestra comunicación verbal. Sin embargo el lenguaje escrito se resiste a ser menoscabado, a perder su poderío. Creo que esto es así por darse en un contexto íntimo (un mano a mano entre quien lee y el texto) y con una pausa poco habitual en el día a día, como un paréntesis o un oasis. Por eso para mí es necesario leer y encontrarme con buenos libros y grandes escritores cuyo lenguaje y su uso consiguen descifrarme, encaminarme, interrogarme, distraerme y/o tantas otras cosas.

"Padres e hijos. Ellos se ven reflejados en nosotros mientras huimos de esa imagen nuestra que nos devuelven"

"¿Hay alguien ahí?" es un libro muy generoso. Y lo es por partida doble: por un lado, Orner comparte con nosotros recuerdos personales y reflexiones. Por otra parte, es una defensa a ultranza de los relatos y cuentos, de los que tomaremos buena nota si no la habíamos hecho ya: Chéjov, Melville, Frank O'Connor, Gógol, Kafka, Eudora Welty, Virginia Woolf, Cheever, Hemingway, Mavis Gallant, Paul Léautaud, Gina Berriault, Bohumil Hrabal, Walser... Y más, porque Orner lee y lee mucho, en el sótano, en el hospital, en la selva. Y comparte con nosotros esas lecturas y los momentos en los que lee o las recuerda y así va entretejiendo su vida (dónde estaba, con quién, cómo estaba) con las lecturas. Es también la difícil relación de Orner con su padre, un lamento por su pérdida y por su separación matrimonial, un intento de redención. Es, pues, muchas cosas.

Un libro en el que me sentí muy cómplice, de esos que creas espacios de cercanía con el autor y su universo, una especie de conversación secreta y tácita entre Orner y yo porque no siempre cuando lees buscas otros mundos, sino que buscas el mundo en el que sientes que tú vives, que está aquí. Buscas rellenar el silencio con un diálogo y siempre reconforta encontrar habitantes en ese mundo lleno de libros y lecturas y vida vivida, sufrida, desperdiciada, aprovechada. Pura intensidad, la life. A veces pienso que detrás de ciertos lectores hay un vacío lleno de preguntas (sí, acabo de soltar un oxímoron como un piano de cola o una ballena azul de grande). Un vacío lleno de curiosidad.

"Hay libros que nos persiguen. Siempre lo he sabido"

Escribir (bien) es un arte. Pero leer también lo es. El arte de transformar dentro de ti lo que lees, el arte de la búsqueda dentro del texto, de interpretar el contenido del texto, de detectar las intenciones y la propuesta de quien lo ha escrito. Vale, admito que quizás exagero al decir que leer (bien) sea un arte (lo admito pero con la boca muy muy pequeña), pero estaréis conmigo en que al menos es una actividad altamente saludable: la mente cansada encontrará reposo en un libro, la mente inquieta encontrará sosiego, la mente torpe encontrará un detonante que la active, la mente dudosa encontrará alguna instrucción, la mente solitaria encontrará compañía, la mente vacía encontrará eco, la mente solitaria encontrará compañía, la mente curiosa encontrará incentivos, la mente aletargada encontrará intensidad, la mente perversa encontrará argumentos, la mente bondadosa encontrará solidaridad, la mente narcisista encontrará (cómo no) su ego, la mente perdida encontrará cobijo, la mente ansiosa encontrará voracidad... y así hasta el infinito. Cada mente lectora encontrará siempre su libro si lo busca.

Y si no lo encuentra, lea a Peter Orner, seguro que él tiene un libro para usted.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

Los peces no cierran los ojos (Erri de Luca)


"La infancia acaba oficialmente cuando se añade el primer cero a los años. Acaba, pero no ocurre nada, uno se queda dentro del mismo cuerpo de crío atascado de los demás veranos, revuelto por dentro e inmóvil por fuera. Tenía diez años"

Diez años tiene el protagonista de "Los peces no cierran los ojos" (¿el propio Erri de Luca?), está dejando la infancia atrás pero aún no lo sabe, sabe que está aprendiendo a cantar en voz baja, que intenta aislarse leyendo mucho, que está empezando a llorar y por eso quiere seguir encerrado en su infancia, que ve a los adultos como niños deformados y llenos de patetismo y vulnerabilidad.

"Según mis diez años: nada era lo que parecía. La evidencia era un error, por todas partes había un doble fondo y una sombra"

Pero hay una evidencia que tiene nuestro niño de 10 años: la evidencia de su inferioridad. No pasa nada, la admite con humildad. En verano, su padre ausente, su madre sólida en casa, le gusta ir a la playa de los pescadores, contemplar las barcas y, si puede, subirse a alguna de ellas. Le gusta también hacer crucigramas, jeroglíficos, anagramas... Y leer. Será en la playa donde conozca a una chica que devora libros policíacos. La chica que un día dejará de pedirle que cierre sus ojos de pez cuando le besa.

Años después, cincuenta años después, ya no se acordará del nombre de la chica. Los recuerdos son así, caprichosos, selectivos, desmemoriados en su memoria. Los recuerdos no saben de nombres, de datos, saben de sensaciones, de detalles, de emociones. Es importante no olvidar que quien nos cuenta la historia tiene cincuenta años más, es una voz adulta que recuerda. Sabe cosas que ese niño de diez años no sabe. Pero también ha olvidado muchas otras cosas que ese niño de diez años sabía.

"La vida añadida más tarde, lejos de aquel lugar, no fue más que una divagación"

Podría decirse que esta novela breve es una novela de iniciación, de aprendizaje (bildungsroman se les dice). Y lo es, nuestro niño de diez años aprende a amar, ese verbo que no conocía -o no reconocía- hasta esa edad, ese verbo que le parecía una exageración de los adultos, ese verbo -amar- que le fastidia e incluso le irrita en su forma imperativa: ama. Pero también aprende lo que es la justicia. Porque si él conocía el comportamiento de los adultos hasta el punto de anticiparse a ellos, de conocer sus mentiras, de la distancia que hay entre lo que se dice y lo que se hace, ella sabe de animales y su comportamiento, ella sabe que existe la justicia en los animales ("en la naturaleza es imposible que tres machos se lancen contra uno").

La infancia es un territorio, Rilke decía que la infancia era la verdadera patria. Es un territorio que, en algún momento, perdemos. Posiblemente sea más importante de lo que parece aprender a decir adiós a esa infancia. Saber cuándo poner fin a una etapa, un momento, una persona... no implica olvidar. Implica aprender.

"Los peces no cierran los ojos" es un libro tipo cuencos apilables: el cuenco del primer amor, el cuenco del paso de la infancia a la adolescencia, el cuenco de un escritor de 60 años... Algo así es crecer, aprender, hacerse mayor, vivir: acumular cuencos unos dentro de otros. Cuantos más, mejor. Y que todos encajen a la perfección, como las capas de una cebolla, cada capa nueva cobijando a la anterior.

domingo, 5 de noviembre de 2023

La edad del desconsuelo (Jane Smiley)


"La confusión es visión perfecta y misterio absoluto al mismo tiempo. La confusión es ver sin saber"

Si tuviera que definir esta lectura con una imagen, sería la de un río: agua transcurriendo por un cauce. Sus aguas fluyen calmas pero implacables, aguas que inexorablemente llegarán a algún lago, mar u océano. El agua es cristalina y en su deambular por el cauce no necesita pensar: sigue su curso. Si observo ese río con detenimiento puedo observar su fondo y percatarme de sus piedras, lodos, algas, arena. Hoy en día, desafortunadamente, también podemos ver alguna lata de cerveza o plásticos cuya presencia empezamos a normalizar. El cauce del río puede descender o aumentar en función de lluvias y del deshielo.

Sigo observando este río que es "Los años del desconsuelo" y observo que de su interior surge de vez en cuando una burbuja. No me pregunto qué la causa, tal vez algún animal, o el río ha liberado una burbuja que había atrapado en alguna cascada o tal vez una burbuja de metano. A veces el agua se estanca. O se enturbia.

Cuando termino de observar el río soy consciente de que lo que he observado es algo natural, algo que transcurre sin pensarse. La cotidianidad de un río. Recojo mis bartulos y voy en busca de otro paisaje pensando en cuántas veces observaré las mismas cosas viendo cada vez algo distinto.

De lo cotidiano habla Smiley. Y lo hace con un lenguaje también cotidiano, cercano, divertido y fresco como una lechuga recién arrancada de la tierra. Un matrimonio bien posicionado económica, social y laboralmente. Tienen tres hijas. La vida les va niquelada, trabajan (ambos son dentistas), tienen dos casas, sus coches, sus hijas son maravillosas. Todo sobre ruedas. Hasta que llega la edad del desconsuelo.

Smiley sitúa la edad del desconsuelo en torno a los 35 años, puede ser antes pero raramente después de esa edad. Me remito a la RAE para definir la palabra desconsuelo: "Angustia y aflicción por falta de consuelo". ¿Por qué elige Smiley los 35 años? Yo qué sé, porque era la edad que más o menos tenía ella cuando escribió el libro, porque en algún punto lo tenía que situar... Y porque es la edad que tiene el narrador, Dave: 35 años. Me parece un acierto que la voz narrativa sea la de un hombre, esposo y padre, para narrar "La edad del desconsuelo", aunque yo lo habría titulado "La edad de la confusión"

Qué pretende narrar Smiley ya es algo que se me escapa ligeramente. Sí, la edad del desconsuelo, ese momento en el que sientes que todo se tambalea, que lo que creías tener son momentos que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Lo tienes todo y de repente tomas conciencia de la fragilidad de aquello que crees poseer. Y al tomar conciencia de esa fragilidad, todo se va al garete, de repente hay que reconfigurar, reiniciar, resetear, hacer algo. Hacer algo a veces es no hacer nada. El miedo puede ser más poderoso que el desconsuelo.

Dave, nuestro hombre a punto de descubrir el desconsuelo, es un hombre sin complicaciones, acepta la vida tal y como le viene. Es un hombre emocional, sensible, pero mantiene esas emociones y esa sensibilidad en el umbral del raciocinio. Todo bajo control, no es muy hablador y prefiere moverse en la superficie, donde es más eficaz y todo es más manejable. Un día su mujer, Dana, dice (así, al aire): "nunca más volveré a ser feliz". Tal vez a ella le haya llegado el desconsuelo un poco antes que a su marido; no lo sabemos realmente, porque a ella no la llegamos a conocer más que a través de Dave. En cualquier caso, a partir de ese momento concreto y de una gripe feroz que afecta a toda la familia, Dave conoce el desconsuelo. Lo hace en silencio. No parece que la comunicación verbal sea muy eficaz ni fluida en este matrimonio. Qué raro, ¿no?

Dave sospecha que su mujer está con otro hombre. Pero no le dice nada. No le habla de sus sospechas por miedo a que se confirmen. Él sólo quiere que ella le quiera. Y no voy a contar más de la ¿trama?. Y si le pongo interrogaciones a la palabra "trama" es porque la trama en cuestión es un día a día durante un período de tiempo en la vida de ese matrimonio. Ir al trabajo, ocuparse de las niñas, la casa, la lavadora, ver la tele, hacer la compra. Visto desde fuera y sin una voz como la de Dave que nos va contando no sólo qué hace, sino también qué piensa o cómo se siente, lo que veríamos sería algo terriblemente aburrido, anodino y normal. Lo cotidiano, como el río y su agua fluyendo. El desconsuelo surge así, como quien no quiere la cosa, sin nada excepcional que no ocurra millones de veces al día: hijos que enferman, la relación que se tambalea abrumada por la falta de pasión (carcomida y debilitada por el día a día). La vida que va pasando.

¿Qué me gustó de esta lectura? Sin duda su agilidad narrativa, realista y divertida. Te lees el libro de una sentada, aunque en algún momento parece no avanzar. Me agradó el peso que los silencios tienen en nuestro día a día y que mostrara los miedos que hay detrás de esos silencios.

¿Qué no me gustó? que en ese intento de equilibrar entre lo cotidiano, lo doméstico y su abrumadora superficialidad y el profundizar en el amor, el desamor y el desconsuelo, la balanza se me ha quedado algo descompensada, quizás porque me transmitió que para salvar ese desconsuelo es necesario empequeñecernos y renunciar. Ya no es amor, serán los cuidados y la compañía la protección ante el desconsuelo.

Tan realista Smiley que ese propio realismo no le permite ahondar en las causas y consecuencias de la aflicción, como si el peso del realismo trivializara el eje de "La edad del desconsuelo". O tal vez sea la ambivalencia que sentimos ante lo seguro, lo rutinario: esa sensación de vida gris y a la vez el permitirnos captar la importancia de esos espacios seguros que conforman nuestro día a día. Me han faltado mimbres que expliquen más profundamente el desconsuelo de Dave. Me ha gustado Smiley y su escritura realista y segura, confiada y eficiente (no tanto la historia). Repetiré.

".- Bueno, ya cantarás otras cosas. -Debí sonar irritado cuando mi intención era darle ánimos.
.- No quiero cantar otras cosas. -Sonó malhumorada cuando seguramente intentaba ser trágica."

Este diálogo describe muy bien las distorsiones de la comunicación, lo que realmente decimos vs lo que queríamos decir, lo que interpreta el receptor, las intenciones detrás de lo que se dice, el peso de silencio vs lo que decimos, lo que hacemos basándonos en lo que creemos no por lo que el otro dice, sino por lo que calla o por la interpretación que hacemos de la intención de lo que dijo...

Todo muy cotidiano y complejo. Así somos.

jueves, 2 de noviembre de 2023

La avería (Friedrich Dürrenmatt)

 


"Los destinos transcurren todos de igual manera"

¿Veis este libro? Su tamaño es de la palma de mi mano y fue publicado por la editorial Periférica en 2020. ¿Lo habéis visto mucho en redes sociales? He estado fuera de ellas mucho tiempo y los blogs literarios (al menos el mío) son una especie en peligro de extinción, existen casi para consumo propio. Así que no puedo afirmar que haya sido un libro ignorado, poco "cacareado" por redes, pero tengo esa sensación. Oye, que igual me equivoco, eh, y ha sido un boom y no me he enterado. Que es una realidad que yo voy a lo mío y he decidido ignorar deliberadamente cierta dinámica bookstagramer y la mayoría (que no todos) de los blogs literarios, así que me disculpo de antemano si estoy siendo inexacta.

Pero, por si acaso estoy en lo cierto, ya os lo digo: esta novela breve es una exquisitez. Y lo es porque crees que estás ante una extraña intriga judicial y te encuentras con una crítica impecable sobre la arbitrariedad de la justicia, la (doble) moral, la responsabilidad, la ética, el mal. ¿Somos tan inocentes como presumimos serlo? ¿la violencia sólo lo es si se ve? ¿si eres consciente de tu culpa vas y lo asumes? ¿eres consciente de tu culpa?

"La avería" fue publicada originalmente en 1956 pero sigue siendo de actualidad como lo son todos los temas humanos, especialmente nuestras flaquezas y debilidades. Hay cosas que nunca cambian. Hay épocas en las que esas debilidades son más flagrantes y otras en las que se imponen de forma más sibilina. Por ejemplo, la soberbia. O la banalización del mal (¿os suena?).

Dürrenmatt desarrolla "La avería" de forma inteligente e ingeniosa. La idea de la que parte es original, pero es que además luego la construye y desarrolla de forma muy amena, generando el suficiente contenido para impulsar a la reflexión. De hecho este relato apareció en distintos formatos (televisión, radio, teatro, novela) en los que apenas había variación en la trama, pero no todos tenían el mismo final.

La situación planteada parece absurda, incluso un chiste: una avería de su coche obliga al protagonista a pernoctar en un pequeño pueblo, en donde va a compartir velada con un juez, un abogado, un fiscal y un verdugo (ya retirados) que le van a proponer participar en una representación teatral en la que cada uno representa su antigua profesión. El único papel vacante es obvio, así que nuestro protagonista acepta, entre divertido y curioso, asumir ese papel: ser el acusado. Acusado ¿de qué? ¿por qué? si nuestro protagonista es (según él mismo) pura inocencia. De hecho se siente ABSOLUTAMENTE inocente. Ay, la arrogancia. Y, ay, la culpa. Así te veas a ti mismo, así sentirás (o no) la culpa. Pero la imagen que uno tiene de sí mismo no es inmutable. Ergo, el sentimiento de culpa tampoco.

"Había matado porque para él lo más natural era arrinconar a alguien, proceder con desconsideración pasase lo que pasase"

Normalizar el acoso, la desconsideración, la soberbia, pasar por encima de otros pisoteándolos... En fin, con los tiempos que corren poco más puedo decir, excepto que lean (si les apetece) esta pequeña joya que está considerada como una comedia. Lo acepto, es una comedia, mejor dicho: una parodia, y no voy a negar que las comedias tiene un humor negro que es muy eficaz para llevarnos a la reflexión y transmitirnos mensajes con notable carga de profundidad que no nos van a dejar indiferentes. Todo ello siendo además “La averíauna lectura muy entretenida y ágil.