miércoles, 21 de octubre de 2020

La peste blanca (Karel Čapek)


En 1937 Čapek escribió “La peste blanca”, una obra de teatro sobre una pandemia provocada por un virus procedente de China que se propagaba con extraordinaria facilidad, afectaba a las personas a partir de una edad (50 años, de los de entonces), se transmitía entre humanos pero no lo transmitían los animales, no había vacuna para la enfermedad… ¿Os suena, verdad? Vivimos en una distopía que alguien muy lúcido ya había escrito. Pone los pelos de punta.

Pues las terribles similitudes entre nuestra realidad y la descrita por Čapek no se limitan a la descripción de una enfermedad semejante al coronavirus que nos arrasa en pleno siglo XXI. Lo dramático de esta ágil e incisiva obra de teatro es el retrato que hace del ser humano ante una situación de crisis sanitaria. Y digo dramático porque estamos asistiendo al mismo espectáculo dantesco que Čapek relata con ironía y mucha, muchísima precisión: el egoísmo, el sálvese quien pueda, el poder antes que la solidaridad, la política antes que la ciencia, la guerra antes que la paz, la economía antes que la salud…

Y no puedo evitar, después de leer este libro, admirarme una vez más de que haya autores que hayan plasmado con tanta facilidad las miserias del ser humano y no es que sean visionarios porque esas miserias siempre son las mismas, la piedra en la que tropezamos una y otra vez ya tiene callo, nos falta rebeldía, generosidad, compromiso y solidaridad y nos sobra egoísmo, individualismo, ingratitud y codicia.

Casi cien años después no parece que hayamos avanzado tanto, el afán por la riqueza y el poder sigue pisoteando cualquier derecho humano, incluso el derecho a la salud. Que esta lectura sea atemporal se debe tanto a la genialidad de Čapek como a nuestra propia egolatría.

La peste blanca” no es un libro esperanzador y quizás eso debiera de ser un aviso. Estamos a tiempo. Nunca recomiendo lecturas porque leer es algo personal. Pero, si pudiera, repartiría este libro en las puertas del Congreso y del Senado a esos seres que se supone deberían protegernos y nos están dejando en la indefensión más absoluta. Están todos retratados (aunque, como buenos borricos con orejeras y ombligo pomposo que son, no sabrían reconocerse). Puñeteros demagogos.

Čapek escribió el libro en pleno apogeo del fascismo… Eso sí que pone los pelos de punta.

©AnaBlasfuemia

domingo, 11 de octubre de 2020

Una chica es una cosa a medio hacer (Eimear McBride)


 “Haz lo que quieras. La respuesta a cualquier pregunta es Folla. Cóseme los ojos y zúrceme los labios. ¿Me lo harás? Dice. Eso. Haz eso. Me. Sí Folla. Sí. Ayúdame. Sálvame de todo esto”.

Sería muy tentador comentar este libro intentando imitar su estilo. Poner. Puntos. Frases a medio. Ha. Haaaa. Repetir. O no tal vez. Pero hacerlo sería un error. Un grave error, porque no se trata de poner puntos a diestro y siniestro, sin miramiento alguno, de dejar caer unas pocas comas, dejar frases a medias, repetición, aliteración, deconstruir frases y palabras… No, eso es fácil. Y lo que hace McBride ni es fácil ni está al alcance de cualquiera.

McBride deja clara su intención desde la primera línea. No trata de llamar tu atención. Va a ser así todo el libro. El lenguaje como un instrumento de la mente, la mente como una experiencia verbal y expresiva. Y McBride exprime al máximo todas sus posibilidades. Sin trucos y con muchísimo oficio. Una forma de narrar, una sintaxis fragmentada, que es una voz, un grito, un ritmo amartillado, una gramática rota, una caída sin asideros

Aparentemente estamos ante algo que nos resulta conocido: familia irlandesa, madre religiosa y estricta, padre ausente, hija rebelde, hijo enfermo, un familiar nocivo, oraciones e iglesia salpicándolo todo, una moralidad hipócrita. Hasta ahí lo reconocible

Lo grandioso de este libro es que toda la arquitectura sintáctica, gramatical, ese desmantelamiento de normas y cadencias, la demolición de las barreras establecidas, la originalidad del lenguaje (la herramienta)… no devora la historia ni la convierte en ilegible. Al contrario, he podido palpar una identidad desintegrándose (no es casual que no conozcamos cuándo ni dónde se produce todo, ni cómo se llaman los personajes), el tránsito de niña a mujer, el despertar sexual, los abusos, la culpa, el dolor, la violencia, el sufrimiento emocional, la depresión, la impotencia, la tristeza...

La narradora, esa chica a medio hacer, que comienza siendo una niña y avanzamos con ella por su adolescencia, es la voz que empapa todo el relato. Una narración quebrada, rota, visceral. El sexo no es placer ni es venganza: es dolor que intenta sacar el dolor. Huir hacia adelante, días creando días, correr echando capas de dolor encima para enterrar en el olvido el dolor primigenio. Escabullirse, rápido, corre, como pollo sin cabeza, un forcejeo contra el dolor y las emociones inmanejables.

Terminé esta lectura como si hubiera estado subida a un toro mecánico que intenta expulsarme a base de suaves balanceos que te acunan y de violentas e imprevisibles sacudidas, pero al que me abrazo hasta fundirme con él en una emoción común que pocos libros habían conseguido hasta ahora en temas que son muy sensibles para mí. Agotada y agradecida por la experiencia.

Tengo que agradecer a Enrique Redel y a la editorial Impedimenta que hayan apostado por este libro, que se hayan arriesgado con él. Porque, sí, editar este libro es un riesgo, un riesgo que solo puede asumir quien ama la literatura y desea compartir su experiencia, aún a sabiendas de que a los lectores más convencionales se les hará nudo esta lectura. Y a su traductor, Rubén Martín Giráldez, que ha debido sudar lo que no está escrito con esta traducción, transmitirle que ha hecho un trabajo impresionante.

martes, 6 de octubre de 2020

El origen de los otros (Toni Morrison)

 


La raza es la clasificación de una especie y nosotros somos la raza humana, sin más. Entonces ¿qué es esa otra cosa, la hostilidad, el racismo social, la creación del Otro?”.

La identidad de EEUU tiene una cicatriz imborrable: el racismo. Una cicatriz que supura constantemente y de la que no están exentos otros países. El racismo es un pus que nos recuerda que hay una infección que invade y multiplica una enfermedad existente, algo que está podrido, mórbido. Hay algo que no va bien. Y si hay una voz que me interese escuchar sobre este tema es la de Toni Morrison, una voz poderosa que nos ha abandonado hace poco más de un año pero que aún podemos seguir escuchando en sus libros.

Toni Morrison no sólo reivindicó su raza (y especialmente a la mujer) en su escritura, es que no dejó en ningún momento de indagar y explorar en los cimientos de la historia de Norteamérica y de su raza, buscando comprender de qué está hecho el racismo, la segregación, el odio

Los últimos acontecimientos de violencia policial que todavía no se han apaciguado (“no puedo respirar”), la discriminación racial, la xenofobia, la hostilidad hacia los inmigrantes desbordándose… hacen más necesarias que nunca lecturas de este tipo que nos recuerdan que detrás de toda esta deshumanización del “otro” no hay otro fin que apuntalar un sistema capitalista de explotación económica y reafirmación de pertenencia (pertenecer a un grupo frente a otro, creando una falsa y maniquea sensación de seguridad, pertenencia y poder si estás en el grupo “adecuado”).

El origen de los otros” profundiza en esas raíces del racismo y la otredad, en su construcción social, tanto desde su propia experiencia vital como desde el contexto de la literatura, para recordarnos que la necesidad de control y la (falsa) ilusión de poder están detrás de toda esta violencia y desprecio al “otro” y también que la ficción narrativa nos ofrece una magnífica “oportunidad de ser el Otro, de convertirse en el Otro. El forastero.

Si la primera cita era una pregunta que se (nos) hacía Toni Morrison, la última cita quiero que sea una respuesta a esa pregunta (una de las muchas respuestas):

Los forasteros no existen. Solo existen versiones de nosotros mismos; muchas de ellas no las hemos suscrito, de la mayoría deseamos protegernos […] Es también lo que nos empuja a querer gobernar y administrar al Otro. A idealizarlo, si podemos, para que vuelva a nuestros propios espejos. En cualquiera de ambos casos (la alarma o la falsa veneración), le negamos su condición de persona, la individualidad específica que exigimos para nosotros”.

©AnaBlasfuemia

viernes, 2 de octubre de 2020

Flota (Anne Carson)


 ¿Dirías que las palabras son las incisiones en la piedra o más bien la piedra alrededor de las incisiones?

Definir a Anne Carson es una osadía. Cuando pienso en ella lo que evoco es la cabeza de Medusa e imagino la de Carson, no llena de serpientes venenosas, sino de cientos de pensamientos, de conexiones sinuosas. Y quizás aquello que mire Anne se convierta, no en roca, sino en la incisión en la piedra y, a la vez, la piedra alrededor de la incisión.

Una de las cosas que más me atrae es aquello que muchas personas pueden rechazar: su estilo fragmentando, aparentemente inconexo. Pero detectar el hilo de las conexiones que ella sigue (diría reseguir) convierte su lectura en puro estímulo. No puedo dejar de pensar en su cabeza, contenedor de una inteligencia, una cultura y una sensibilidad extraordinarias. Mi cabeza también hace conexiones, y una de ellas relaciona a Anne con Susan Sontag, poseedoras ambas de una inteligencia excepcional que, de alguna manera, empuja a una y empujaba a otra a una afición desmesurada por hacer listas, quizás por ordenar (y plasmar) el exceso de nexos, el encadenamiento agotador de ideas y estímulos.

Carson es una artesana de la palabra, una malabarista que no descarta ninguna pirueta gramatical: detener las palabras, dejándolas suspendidas en algún silencio o en el rincón de un margen o frase, voltear una palabra, balancearla dentro de un párrafo, seguir una inercia imposible de una frase a otra, sujetándola sin despeinarse… y todo lo hace sin red, o siendo ella misma su propia red gracias a su fortaleza intelectual y lingüística.

Flota” son 22 cuadernos, cada uno de ellos un ensayo, un poema, un nosequéquequéseyo que se pueden leer en el orden que quieras, cada pieza es individual y cerrada. Lo que escribe Carson es un pecio, restos no hundidos de una nave que permanecen flotando a la deriva, como estelas quebradas, cada una de ella una botella lanzada al mar con un mensaje en su interior.

Carson divide, subdivide y suma el lenguaje hasta extremos inconcebibles, exprimiendo de forma sagrada su escritura. Y yo leo “Flota” perpleja y extasiada, con una admiración solemne y el alma cuajada de la fecunda creatividad de Anne Carson.

©AnaBlasfuemia