Publicación: 2016
Sinopsis: El amor del revés es la autobiografía sentimental de un muchacho que, al llegar a la adolescencia, descubre que su corazón está podrido por una enfermedad maligna: la homosexualidad. El autor cuenta su propia vida con una sinceridad a veces hiriente: el descubrimiento de su condición sexual, los primeros amores juveniles, los problemas psicológicos derivados de su inadaptación, la terapia conductual que realizó para cambiar sus inclinaciones enfermas, la exploración del sexo, las primeras relaciones afectivas, los contactos con el mundo gay y el descubrimiento progresivo y tardío de la felicidad, «el valor exacto de la ternura».
A veces parece que leo del revés. Creo que cuando empecé a leer este libro no había en internet una crítica negativa sobre él. Y no voy a ser yo quien la haga, pero tampoco ha sido la lectura que esperaba que fuera. La que iba a ser la lectura que me reconciliara con Luisgé, ha resultado ser la que me mantiene sumergida en un océano de dudas.
Luisgé es un buen escritor que conoce a la perfección el rango en el que se mueve y maneja sus recursos maravillosamente. Cuando comienzo a leer percibo sobriedad y hermetismo de sentimientos. Hasta la mitad del libro, la que recorre la infancia del autor, el descubrimiento de su condición sexual, su juventud, leo con fluidez. Tomo conciencia de que Luisgé está mostrando un escenario absolutamente real de una época, una represión, una mentalidad. Y que, una vez más, la (mala) educación católica ha hecho un gran daño en muchos corazones. La culpa. La puta culpa. La parte en la que describe el tratamiento psicológico para “curar” su homosexualidad (conductismo puro y duro, aunque he de decir que el psicoanálisis también ha causado sus estragos) me pareció tremenda.
Pero a partir de ahí siento que Luisgé no avanza y yo me estanco con él. Entra en un bucle del que no consigue salir aunque en las últimas páginas, presurosas, parezca hacernos creer que ha llegado a algún sitio menos amargo, más amable. Y que a mí no me convence.
Comprendí que no estaba enfermo, pero no dejé nunca de sentir que lo estaba.
Luisgé vive su homosexualidad como una enfermedad. Hasta el punto de llegar a tener él mismo sentimientos homófobos. Esto, que puedo entenderlo, y lo explica bien en esa primera mitad, luego no tengo la sensación de que realmente esté superado, que haya dado la vuelta a todo el sufrimiento vivido. Es verdad que se han conseguido muchos avances, que la homofobia hoy en día no es la misma que hace 40 años, aunque ahora estemos en una época de involución en todos los sentidos. Pero me ha costado entender el sufrimiento permanente con el que Luisgé vive su homosexualidad. Como una enfermedad, como un castigo, como una condena. Casi constantemente y a lo largo de su vida. Hay una barrera que claramente construye la sociedad, pero hay otra que nace desde el interior del propio Luisgé. Cierto que cada persona es un mundo, un universo y hasta un cosmos, y que cada cual vive las mismas experiencias de forma diferente. Eso es respetable y comprensible. Es sólo que en las casi 300 páginas del libro no consigo digerir tanto sufrimiento permanente y casi que hasta machacón.
Creo que si el libro hubiera terminado en su primera mitad, estaría haciéndole la ola a Luisgé. Pero el libro sigue, y ese bucle en el que cae, ese relamerse continuo me termina por inquietar e incomodar. El exceso de citas largas me atasca. Llega hasta citarse a él mismo de un tirón más de cuatro páginas de su libro Los amores confiados… Lo cual me parece una sobrada innecesaria para el lector (posiblemente no para el autor, para sí mismo). Hay momentos en los que Luisgé analiza con una lucidez muy inteligente y aguda su comportamiento, sus reacciones, sus sentimientos. Pero cuando eso mismo se repite de forma constante sin que ese análisis te lleve a ningún lado, a mí termina por hacérseme oscuro y se me hace bola.
Sin duda es un libro que dará que hablar y mucho, y no me arrepiento de haberlo leído, porque desde luego indiferente no me ha dejado. Incluso puedo decir que es un libro necesario. Pero aunque hay partes que duelen como bofetada a mano vuelta, Luisgé no consigue crear imágenes que me ericen la piel o me atraviesen la boca del estómago. Creo que hay un exceso de dramatismo que, como comentaba, tiene más que ver con el propio autor que con su homosexualidad. Y lo dice él mismo:
La propensión al exceso y a la prestidigitación que hay en todos mis libros tiene que ver, sin duda, con mi propio carácter.
Es probable que se roce muchas veces el exhibicionismo. De hecho Luisgé llega a decirlo, que hace alarde de su secreto, que se muestra casi con exhibicionismo en cualquier ámbito y se refiere a este libro como “memorias sodomitas”. En cualquier caso, escribir siempre es exhibirse, en cualquiera de sus acepciones, y no tiene por qué implicar una connotación negativa. También a su favor, que Luisgé no pretende moralizar ni convencer, sólo mostrar. Contar. Purgar.
En una entrevista Luisgé dice que El amor del revés es “un gran libro de amor”. Yo diría que es un libro de búsqueda del amor. De soledad. De tortura constante. De inventar el amor. Pero no de amor.
Veamos, el libro es feroz. Cruel. Porque Luisgé es cruel consigo mismo. Muy valiente, cierto, porque hay que ser muy valiente para mostrarse así, proponiéndonos una excursión por todos los laberintos de su alma. Valiente o imprudente. No sé cuál de las dos cosas ha sido exactamente Luisgé, pero no hay pudor en ninguna de las casi 300 páginas de este libro. Ni, sospecho, concesiones a la galería. Por valentía, por exhibicionismo, por reparar(se), por lo que sea, pero Luisgé hace un striptease integral carente de sensualidad y desprovisto de sutilezas.
El puño de Luisgé traza una línea directa desde las entrañas a la mandíbula. A su propia mandíbula. Si yo como lectora esperaba recibir algún golpe, no ha sido así. He visto un combate de Luisgé contra sí mismo y contra el mundo, un combate brutal, fiero, sin tregua. Pero no me ha salpicado. He visto el sudor, la sangre, he olido el miedo, la desolación, la culpa. Pero el exceso ha impedido que me atravesara.
Sí, tal vez he leído este libro del revés. Es lo que hacemos los raros y sé que eso lo entiende Luisgé muy bien.
Hay tantas cosas que quiero decirte y tantas formas diferentes de decirlas.