Publicación: 2015
Sinopsis: Una niña siente una envidia creciente hacia su hermana Nona a quien todo lo que le ocurre es “especial” y, lo que es peor, le ocurre a escondidas. Una mujer al borde del desahucio confía en una benévola y solitaria anciana que le invita a tomar café. Un grupo escolar comenta un cuadro, y de repente alguien ve en él algo inquietante que perturba la serenidad del momento. La narradora se aloja en un hotel madrileño y al salir vive un salto en el tiempo. Nada volverá a ser igual en la vida de dos hermanos tras conocer a una singular tribu amazónica…
Puedes empezar a leer las primeras páginas AQUÍ
Quiso el destino que coincidiera mi viaje a Segovia con la presencia de Cristina Fernández Cubas en Intempestivos, una de esas librerías con encanto que luchan contra las adversidades que mentes encallecidas y obsoletas se empeñan en poner en el camino. Blanco y en botella: estoy ahí, me acompañan mis seres de luz, y pocos lugares más acogedores que Intempestivos para estar en la gélida Segovia, que me recibe con copos de nieve que me ponen chiribitas en la mirada y sonrisa en el alma.
Si tuviéramos oportunidad de leer un libro y luego comentarlo con su autor/a no tengo la más mínima duda de que toda nuestra experiencia lectora cambiaría y se enriquecería a niveles estratosféricos. Por eso a veces no entiendo que Justin Bieber, por decir un alguien, pueda convocar tantos fans y sin embargo los "recitales" de los escritores emplazan a un público tan reducido. Me ha provocado mucha inquietud este tema, aunque no es algo que venga de ahora. No tengo la menor duda de que hay que educar al lector, no sólo a los niños para que lean, sino también a los adultos que ya leen.
Ana, bájate de las ramas.
El caso, que allí estaba Cristina Fernández Cubas y yo me llevé mi tarea hecha: me leí el libro de un día para otro. Claro, no es mérito mío, el mérito es de Cristina y de La habitación de Nona, un libro de cuentos (o relatos, que no me voy a meter en definiciones que se pueden superponer perfectamente) que se lee con avidez porque la estructura de cada relato es muy dinámica, y hace que quieras avanzar en la historia, llegar al final, saber qué sucede, dónde nos lleva Cristina.
Y hago lo único que puedo hacer. Escribo un cuento.
La ilustración de la portada no es casual. Es un detalle de “Interno con figura” (1868) de A. Cecioni. Y, precisamente, Interno con figura es uno de los cuentos de este libro (el que más me ha gustado, junto El final de Barbro), y que sirve a Cristina para hacer un juego metaliterario en el que la propia Cristina se convierte en la protagonista del relato. Un relato de una construcción sorprendente. Los cuadros, al igual que los libros, nos cuentan historias. Su autor quiere contarnos algo. ¿Qué nos dice la imagen de “Interno con figura”? Cada persona hace una interpretación distinta de aquello que ve, le da diferente relevancia a los detalles y al conjunto de una imagen, y algunas miradas pueden ser sumamente inquietantes. Y mirar una mirada así puede resultar muy turbador. Y cuando algo nos inquieta, actuamos. O nos paralizamos. O dejamos que la inercia resuelva. O escribes un cuento.
En La habitación de Nona, el cuento que da título al libro, me ha atraído especialmente el punto de vista que adopta Cristina. Me ha encantado el planteamiento, y sin duda es una perspectiva que da mucho juego y que no me extrañaría que la autora retomara. Quizás, por poner un “pero”, he sentido que al final se detallaba demasiado explícitamente lo que le sucede con Nona. En cualquier caso, terminas el relato y lo vuelves a leer. Y contemplas lo que lees de manera diferente a la primera lectura.
Hablar con viejas es el relato que quizás me ha dejado más indiferente, pero que igualmente he devorado, porque hay una contundencia increíble en la forma en que Cristina necesita de una sola frase para que una situación aparentemente normal y cotidiana se transforme en algo inquietante. Conocer que la situación inicial fue una situación vivida por la propia Cristina y que este cuento ha servido en cierta forma para saldar un ajuste de cuentas con su propia conciencia no deja de hacerme pensar en que cualquier situación sirve de base para construir un relato.
Precisamente la oportunidad de hablar con Cristina Fernández Cubas me ha valido para confirmar algo en lo que siempre pienso ante un libro de relatos: el orden de los mismos. Nunca me han parecido casual, y no tengo la seguridad de que las editoriales respeten siempre ese orden propuesto por el autor. Si bien no necesariamente porque haya un hilo argumental que enlace un relato con otro, pero estoy segura de que las distintas historias siempre se conectan con un hilo que tal vez sólo el autor conozca: un orden cronológico, una continuidad emocional, una historia que compensa otra, una redención… Y, sí, es así. El orden no es casual, el germen de cada historia en ocasiones surge justamente de la descarga emocional dejada en la historia recién escrita, que a su vez surge de una historia anterior cuyo germen pudo ser una idea, un punto de vista distinto, un cuadro, alguien que se cruza en tu camino, la recreación del concepto de justicia divina…
Y así el desconcertante, por tremendamente personal (así lo sentí yo), La nueva vida es la clave que explica la necesidad de que a continuación, como cierre del libro, venga Días entre los Wasi-Wano. Conocer y comprender siempre da sentido a todo. Por eso me ha parecido tan enriquecedor conocer esos aspectos que solemos ignorar de un libro, sus mimbres, su construcción. Aunque sean pinceladas, la lectura se engrandece.
Hay dos cosas que me han parecido muy llamativas en este libro: Una, ya lo he mencionado, la facilidad con la que Cristina nos mete en la historia, una historia aparentemente normal y hasta sosegada y, de repente, le basta una frase para que ese ambiente de normalidad se quiebre y algo empiece a inquietarte y se instale cierto desasosiego que te provoca seguir leyendo con ansia, casi como queriendo avanzar para restituir la “normalidad”, la placidez.
Y dos, la no menos facilidad para mover en el lector los miedos, los reales y los imaginarios, el tránsito entre la ficción y la no ficción, la realidad y la fantasía. Todo es posible en los mundos de Cristina, y en todos ellos podemos ser uno de los personajes.
Esas cosas tiene el tiempo: la conversión de lo absurdo en costumbre.