Páginas: 128
Publicación: 2014
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433997807
Sinopsis: Los seres humanos –piensa el gato– tienen una irremediable tendencia a entender las cosas al revés. Por ejemplo, si ven un libro que se titula Lo que aprendemos de los gatos, probablemente creerán que trata de lo que los humanos pueden aprender acerca de los gatos, para conocerlos mejor (cosa que, dicho sea de paso, tampoco estaría de más); sin embargo, para cualquiera que sea capaz de pensar con claridad, resulta evidente que Lo que aprendemos de los gatos significa otra cosa: lo que los humanos pueden aprender a partir de los gatos, es decir, lo que los gatos pueden enseñarles. Este tipo de errores se producen porque los humanos parten de la absurda creencia de que son animales superiores, cuando todo el mundo sabe que los animales superiores son los gatos. Los gatos –piensa la autora de este libro– tienen mucho que enseñarnos, pero para ello hace falta que estemos atentos y dispuestos a aprender.
Cuando mi gata Candela enfermó, se acurrucaba en rincones de la casa poco habituales para ella. Algo escondida. Apenas entraba al salón y sólo por las noches (y ya no en los últimos días) iba a mi cama, puntual a nuestro ritual nocturno de mimos. Y cada noche que pasaba era más impuntual, tardaba más en ir. Lo primeros días pensaba que era debido al calor, excesivo e irritante, y que buscaba lugares frescos, aunque no fueran los acostumbrados. Tardé en darme cuenta de lo que estaba pasando, hasta que lo evidente se hizo urgencia y todo se precipitó. Eso es algo que aún me pellizca el corazón, no haber detectado las señales, aunque sé que nada hubiera cambiado. Culparme a mí misma es algo que se me da de lujo.
Una vez que se confirmó que el corazón de Candela era tan grande que ya no podía más con él, y que se negaba a entrar al salón y a la habitación (generosa Candela: no quería dejar rastro de su despedida en aquellos sitios en los que tanto hemos compartido), empecé a ir donde ella se encontrara (despacho o cocina, los dos sitios donde menos solía estar), me sentaba en el suelo, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, respetando la distancia sin distanciarme ni distanciarla. Y le iba leyendo en voz alta Las mejores historias sobre gatos, un libro que me regalaron por mi cumpleaños hace tiempo. Cuántas vueltas da la vida… Cuando me sentaba con el libro en la mano, Candela empezaba a ronronear y no dejaba de hacerlo hasta que terminaba, la abrazaba un rato y me iba.
No nos dio tiempo a terminar el libro.
Diez minutos antes de llevarla al veterinario quise retenerla. Hice unos trazos rápidos que son los dibujos que acompañan la entrada de Gracias por tanto, junto a una foto hecha una semana antes. Despedirme de ella me desgarraba.
Hace tiempo que tenía localizado en la biblioteca Lo que aprendemos de los gatos, pero no le había llegado su momento, más que nada porque… hay tanto que leer, y unos libros se adelantan a otros sin que nosotros, sus lectores, a veces podamos decidir ni elegir. Y ese momento llegó hace unos días. Porque aún no he podido pasar el duelo por Candela. Porque no encuentro el momento, o las fuerzas, y a veces no encuentro las lágrimas adecuadas. Así que decidí ir por el libro de Paloma Díaz-Mas, un empujón para ese duelo necesario, me dije.
Y no sé cómo decirlo. El duelo sigo sin pasarlo. El libro se lee con agrado y asentimiento continuo por parte de quienes adoramos a los gatos; reconocemos todos y cada uno de los gestos que Paloma nos muestra de los suyos: Tris-Tras, el gato que se fue (y ahí sí me crujió todo, tan reciente ese protocolo de la despedida en el centro veterinario) y de Tris y Tras, los gatos que llegaron. En el irse de Tris-Tras reconozco esa ausencia de Candela, la despedida y los días posteriores, las huellas que (todavía hoy) sigo encontrando. Y en la llegada de Tris y Tras recupero los inicios del encuentro entre Candela y Truca.
Paloma Díaz-Mas sabe contar, sabe hacerlo desde la literatura. Es por eso que este libro no sólo gustará a los amantes de estos animales independientes, y a la vez tan fieles y generosos, que son los gatos. También pueden disfrutarlo quienes no tienen el gozo de deleitarse de la convivencia con los gatos. E incluso puede animarles a que adopten alguno (adopta, no compres). Descubrirán que en realidad ningún gato es indiferente ni impasible ni poco cariñoso. Entenderán porqué los que convivimos con gatos sabemos que es una convivencia especial, distinta a la que se tenga con cualquier otra mascota. Comprenderán porqué acaban siendo los reyes y reinas de la casa, y hasta qué punto les cedemos espacio, físico y emocional, cómo nos van ganando y les permitimos los mejores sitios aunque eso implique que un sofá de más de dos metros de largo sea ocupado por dos gatas en un 90% mientras tú, la que te crees su dueña, ocupas el 10% restante sin intentar en lo más mínimo recuperar terreno en el sofá. Deducirán que, ciertamente, no enseñamos a los gatos, sino que ellos nos enseñan a nosotros. Mucho y bueno. Y querrán un gato en su vida.
Pero. Pero me faltó un algo. Todo lo que me cuenta Díaz-Mas lo he vivido con mis gatas, con Blas, con Candela, con Truca… Pero con cada una de ellas ha sido diferente, porque aun en ese re-conocimiento que tenemos de los gatos, de su comportamiento y que somos conscientes de que su proceder es la marca del felino, algo propio y genuino de ellos; sin embargo cada gato es diferente, en cada gato lo mismo es distinto y único. Siempre hay diferencias, como en las personas. Y esas diferencias son lo que me ha faltado. Yo he podido contar (no tan bien, evidentemente) algo diferente, personal, en ese comportamiento común que tienen los gatos cuando enferman. Y quizás sea ese el algo que he echado de menos en esta lectura.
Es evidente que no es una obra de ficción, y quizás por eso precisamente hay cierta emoción contenida o que no se ha querido/podido compartir. Pero yo ya no sé ni quiero contener nada. Y quiero pasar mi duelo, encontrar la energía necesaria. Llorar a Candela para poder empezar a disfrutar de sus recuerdos. Poder pensar en ella. Quiero atusarme con largos lengüetazos rosados (y que me atusen a lengüetazos, todo hay que decirlo).
Publicación: 2014
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433997807
Sinopsis: Los seres humanos –piensa el gato– tienen una irremediable tendencia a entender las cosas al revés. Por ejemplo, si ven un libro que se titula Lo que aprendemos de los gatos, probablemente creerán que trata de lo que los humanos pueden aprender acerca de los gatos, para conocerlos mejor (cosa que, dicho sea de paso, tampoco estaría de más); sin embargo, para cualquiera que sea capaz de pensar con claridad, resulta evidente que Lo que aprendemos de los gatos significa otra cosa: lo que los humanos pueden aprender a partir de los gatos, es decir, lo que los gatos pueden enseñarles. Este tipo de errores se producen porque los humanos parten de la absurda creencia de que son animales superiores, cuando todo el mundo sabe que los animales superiores son los gatos. Los gatos –piensa la autora de este libro– tienen mucho que enseñarnos, pero para ello hace falta que estemos atentos y dispuestos a aprender.
Cuando mi gata Candela enfermó, se acurrucaba en rincones de la casa poco habituales para ella. Algo escondida. Apenas entraba al salón y sólo por las noches (y ya no en los últimos días) iba a mi cama, puntual a nuestro ritual nocturno de mimos. Y cada noche que pasaba era más impuntual, tardaba más en ir. Lo primeros días pensaba que era debido al calor, excesivo e irritante, y que buscaba lugares frescos, aunque no fueran los acostumbrados. Tardé en darme cuenta de lo que estaba pasando, hasta que lo evidente se hizo urgencia y todo se precipitó. Eso es algo que aún me pellizca el corazón, no haber detectado las señales, aunque sé que nada hubiera cambiado. Culparme a mí misma es algo que se me da de lujo.
Una vez que se confirmó que el corazón de Candela era tan grande que ya no podía más con él, y que se negaba a entrar al salón y a la habitación (generosa Candela: no quería dejar rastro de su despedida en aquellos sitios en los que tanto hemos compartido), empecé a ir donde ella se encontrara (despacho o cocina, los dos sitios donde menos solía estar), me sentaba en el suelo, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, respetando la distancia sin distanciarme ni distanciarla. Y le iba leyendo en voz alta Las mejores historias sobre gatos, un libro que me regalaron por mi cumpleaños hace tiempo. Cuántas vueltas da la vida… Cuando me sentaba con el libro en la mano, Candela empezaba a ronronear y no dejaba de hacerlo hasta que terminaba, la abrazaba un rato y me iba.
No nos dio tiempo a terminar el libro.
Diez minutos antes de llevarla al veterinario quise retenerla. Hice unos trazos rápidos que son los dibujos que acompañan la entrada de Gracias por tanto, junto a una foto hecha una semana antes. Despedirme de ella me desgarraba.
Hace tiempo que tenía localizado en la biblioteca Lo que aprendemos de los gatos, pero no le había llegado su momento, más que nada porque… hay tanto que leer, y unos libros se adelantan a otros sin que nosotros, sus lectores, a veces podamos decidir ni elegir. Y ese momento llegó hace unos días. Porque aún no he podido pasar el duelo por Candela. Porque no encuentro el momento, o las fuerzas, y a veces no encuentro las lágrimas adecuadas. Así que decidí ir por el libro de Paloma Díaz-Mas, un empujón para ese duelo necesario, me dije.
Y no sé cómo decirlo. El duelo sigo sin pasarlo. El libro se lee con agrado y asentimiento continuo por parte de quienes adoramos a los gatos; reconocemos todos y cada uno de los gestos que Paloma nos muestra de los suyos: Tris-Tras, el gato que se fue (y ahí sí me crujió todo, tan reciente ese protocolo de la despedida en el centro veterinario) y de Tris y Tras, los gatos que llegaron. En el irse de Tris-Tras reconozco esa ausencia de Candela, la despedida y los días posteriores, las huellas que (todavía hoy) sigo encontrando. Y en la llegada de Tris y Tras recupero los inicios del encuentro entre Candela y Truca.
Paloma Díaz-Mas sabe contar, sabe hacerlo desde la literatura. Es por eso que este libro no sólo gustará a los amantes de estos animales independientes, y a la vez tan fieles y generosos, que son los gatos. También pueden disfrutarlo quienes no tienen el gozo de deleitarse de la convivencia con los gatos. E incluso puede animarles a que adopten alguno (adopta, no compres). Descubrirán que en realidad ningún gato es indiferente ni impasible ni poco cariñoso. Entenderán porqué los que convivimos con gatos sabemos que es una convivencia especial, distinta a la que se tenga con cualquier otra mascota. Comprenderán porqué acaban siendo los reyes y reinas de la casa, y hasta qué punto les cedemos espacio, físico y emocional, cómo nos van ganando y les permitimos los mejores sitios aunque eso implique que un sofá de más de dos metros de largo sea ocupado por dos gatas en un 90% mientras tú, la que te crees su dueña, ocupas el 10% restante sin intentar en lo más mínimo recuperar terreno en el sofá. Deducirán que, ciertamente, no enseñamos a los gatos, sino que ellos nos enseñan a nosotros. Mucho y bueno. Y querrán un gato en su vida.
Pero. Pero me faltó un algo. Todo lo que me cuenta Díaz-Mas lo he vivido con mis gatas, con Blas, con Candela, con Truca… Pero con cada una de ellas ha sido diferente, porque aun en ese re-conocimiento que tenemos de los gatos, de su comportamiento y que somos conscientes de que su proceder es la marca del felino, algo propio y genuino de ellos; sin embargo cada gato es diferente, en cada gato lo mismo es distinto y único. Siempre hay diferencias, como en las personas. Y esas diferencias son lo que me ha faltado. Yo he podido contar (no tan bien, evidentemente) algo diferente, personal, en ese comportamiento común que tienen los gatos cuando enferman. Y quizás sea ese el algo que he echado de menos en esta lectura.
Es evidente que no es una obra de ficción, y quizás por eso precisamente hay cierta emoción contenida o que no se ha querido/podido compartir. Pero yo ya no sé ni quiero contener nada. Y quiero pasar mi duelo, encontrar la energía necesaria. Llorar a Candela para poder empezar a disfrutar de sus recuerdos. Poder pensar en ella. Quiero atusarme con largos lengüetazos rosados (y que me atusen a lengüetazos, todo hay que decirlo).
..son inasequibles a la angustia. Su miedo dura sólo un momento: el momento en que se produce. El nuestro se prolonga en el tiempo, se arrastra en recuerdos y se proyecta hacia un futuro desconocido e imprevisible. Mientras, acomodados en su sillón favorito, los gatos se atusan mutuamente con largos lengüetazos rosados.©AnaBlasfuemia