Traductor: Jesús Pardo
Páginas: 210
Publicación: 1978 (1986)
Editorial: Nórdica Libros
Sinopsis: Este libro recorre, a través de los apuntes recogidos en diferentes cuadernos, los últimos momentos de la vida de un enfermo en fase terminal de cáncer. Ésta es la excusa para hacer, con un estilo muy personal y poético, balance de una vida y de un modelo de sociedad: la cultura del bienestar socialdemócrata nórdico de los años 70.
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La muerte y la vida son ciertamente cosas INIMAGINABLES.
El bloqueo a la hora de comentar algunas lecturas me arrastró, casi de forma inevitable, a un bloqueo lector. Mal asunto. Necesitaba los libros más que nunca. Me revolví, no podía seguir así. Los libros nunca me fallan, no podía fallarles yo a ellos (ni a mí misma). Pero no sabía cuál. Cogía un libro, lo volvía a dejar, hacía y deshacía mi torre de lecturas inmediatas sin ni siquiera empezar las primeras páginas. Hasta que se me encendió el faro mental: tenía en mis estanterías un libro especial, no solo por sí mismo, sino por cómo había llegado a mí. Alguien con quien comparto una especial y casi incomprensible conexión me lo envió, generosamente, con una dedicatoria: “Nada mejor que compartir las lecturas que nos marcan”.
Y empecé a leer.
El dolor es un paisaje
Y eso es Muerte de un apicultor (y yo misma cuando lo leí): un paisaje, un dolor, el paisaje del dolor. Con una falsa apariencia de sencillez lo cierto es que este libro es inclasificable: a caballo entre diario, poesía, aforismos, ensayo filosófico, viaje interior, libro de memorias… Gustafsson nos hablará, sí, del dolor. Pero porque nos hablará de la vida.
Lars Lennart, el protagonista de esta novela, un ex maestro jubilado anticipadamente que se dedica a la apicultura, tiene un cáncer mortal. Uy, lo he dicho: cáncer. Es probable que un 80% ya descartéis esta lectura. No seáis tan impetuosos. Dadme un momento. Dárselo a Gustafsson.
Lars Lennart, el protagonista de esta novela, un ex maestro jubilado anticipadamente que se dedica a la apicultura, tiene un cáncer mortal. Uy, lo he dicho: cáncer. Es probable que un 80% ya descartéis esta lectura. No seáis tan impetuosos. Dadme un momento. Dárselo a Gustafsson.
Yo no soy más que un cuerpo. Todo lo que tengo que hacer, todo lo que me es posible hacer, sólo lo puedo hacer dentro de este cuerpo.
El libro recoge los tres cuadernos que escribía Lennart: el cuaderno amarillo donde recoge tanto gastos diarios como recuerdos y notas sobre apicultura. Una delicada y equilibrada combinación entre lo personal y lo impersonal.
En el cuaderno azul nos encontraremos extractos de periódicos, extractos de lecturas y las historias que escribía Lennart. Y, finalmente, el cuaderno desgarrado, en el que nos encontramos con notas telefónicas, observaciones para él mismo y notas sobre el desarrollo de su enfermedad.
Gustafsson es poeta y filósofo. Y recalco el es como contraposición al está. Transpira filosofía y poesía en su forma de escribir y espero que esto no haga huir al otro 20% de lectores, porque esta novela está embellecida por una sencillez abrumadora. La sencillez es un recurso narrativo menos fácil de lo que parece, y en Muerte de un apicultor prevalece esa sencillez con una gran fuerza emotiva pero también profundamente reflexiva.
Las cosas no tienen otro sentido que el que nosotros les damos
Simple. Fácil. Ese es el sentido de las cosas y eso es lo que hará Lennart, darle a lo que le sucede, a su presente, a su pasado y su futuro, a la sociedad y a los lugares y personas que ha vivido el sentido que siente que tienen: el del asombro y el desconcierto y, en cierta forma, la aceptación.
La aceptación de que cada persona es, en su esencia desnuda de autoengaños, un ser extraño a lo que le rodea, un espacio fragmentado de dolor en el que no cabe la tibieza. Pero del dolor también puede surgir el conocimiento, el aprendizaje, la conexión con nuestra propia naturaleza. Se trata de desaprender: desaprender ciertos términos absolutos, como la felicidad, la esperanza, el amor… O de re-aprenderlos para no convertirlos en armas arrojadizas contra una misma.
Mucho más importante que la existencia misma del dolor es conservarlo siempre escondido. ¿Pero por qué es tan importante esconderlo?
He dicho antes que Gustafsson era filósofo. Filósofo del lenguaje. Y eso me encanta porque compartimos una misma preocupación: los límites del lenguaje. Y si hay un lenguaje esquivo y limitado para expresarse a sí mismo es el del dolor. Dotado de una gran capacidad de observación e introspección, Gustafsson pone en Lennart esa capacidad de modelar palabras que no escondan el dolor, y lo hará de una forma agradable, valiente, tierna, lúcida y en ocasiones hasta divertida, sin pretender que nos desangremos pero consiguiendo emocionarnos con ternura y muchísima dulzura, pero también con una importante carga de lucidez.
En su cuaderno azul, Lennart escribe una lista en la que clasifica las artes (hasta un total de 28) según su grado de dificultad. En primer lugar, el arte del amor. Reconoce, no obstante, que hay un arte que no acaba de clasificar: el arte de soportar el dolor, puesto que considera que es una forma de arte con un nivel de dificultad tan elevado que nadie es capaz de clasificarlo…
No hay un léxico para el dolor. Las palabras y su combinación no siempre son el reflejo de la naturaleza del dolor. Hace falta más que un vocabulario.
En el universo nadie está en su casa.
Casa. Hogar. Nido. ¿Quién está a salvo?, si al fin y al cabo el universo entero es inconsistente y nos hiere. Quizás, entonces, sea en la humildad de las pequeñas cosas, en esa mirada sencilla y respetuosa hacia lo que nos rodea y nos sucede, donde encontremos esa luz que entra por la grieta y que, finalmente, será una luz que sale por esa misma grieta. Una forma de devolver y agradecer la belleza de pequeños instantes, de pequeños gestos, de regalos cotidianos que pasan desapercibidos. Quizás lo sublime esté más cerca de lo que pensamos.
Sí, es un libro que habla sobre el dolor y la muerte, y sobre cómo su protagonista aprende a vivir en ese proceso de morirse. Curioso que haya que recordar que la muerte es nuestra sombra más alargada para aprender a VIVIR. Comenzar de nuevo. Y no rendirse. Nunca.
Comenzamos de nuevo. Nunca nos rendimos.