lunes, 27 de junio de 2016

Un soplo de vida (Clarice Lispector)

Título original: Um sopro de vida: pulsações
Traductor: Mario Merlino Tornini
Páginas: 160
Publicación: 1978 (2011)
Editorial: Siruela
Sinopsis: Escrita poco antes de morir e inédita en castellano, Un soplo de vida es la última indagación literaria de Clarice Lispector y, quizá, su más intensa meditación sobre el sentido de la vida y del acto de escribir libre de toda atadura. Para todos aquellos lectores de esta gran escritora brasileña, esta obra póstuma arrojará, sin duda, una nueva luz sobre lo más íntimo de su escritura.
Podéis empezar a leer las primeras páginas AQUÍ
Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto, pues el mundo no está en la superficie, está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que instalarme en el vacío. En este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él saco sangre. Soy un escritor que tiene miedo de la celada de las palabras: las palabras que digo esconden otras, ¿cuáles? Tal vez las diga. Escribir es una piedra lanzada en lo hondo del pozo.
De vueltas con la vida, era inevitable llegar a Lispector. Sus pulsaciones. Las mías. Si hay pulsaciones, hay vida. Pero entre pulsación y pulsación ¿qué hay? ¿La ausencia de pulsaciones es ausencia de vida? ¿O es precisamente en ese momento efímero entre pulsación y pulsación cuando realmente la hay? Si algo hace Lispector es buscar, interrogarse. Se interroga y tú con ella. Te arrolla, te arrasa, te rasga. No hay nada que escape de su indagación, de su búsqueda, de su mirada. Nada. Y nada es nada, porque la vida lo es todo y todo es vida.

¿Qué hago yo aquí hablando de Lispector? Ella es de otra galaxia, de otra dimensión. Su prosa es poesía irreductible. Intento ordenar ideas y sensaciones, pero no se dejan, son inaprensibles. Y leer a Lispector es estremecimiento. Leer siempre es personal. Constantemente lo que lees te dice algo a ti. No a uno ni al otro ni al de más allá. No. A ti. Da igual lo que lea. Sé que me va a arañar. Y llega Lispector. Del tirón. Sin respirar. Y lo cotidiano, lo insignificante, transciende.
Vivir es mi código y es mi enigma.
Desarmada completamente (es una elección). Mi única “arma” para enfrentarme a este soplo de vida es mi alma inquieta y un lápiz. Subrayo sin parar. Cada párrafo. Cada línea. No hay respiro. Hasta los espacios en blanco entre párrafo y párrafo están llenos de sacudidas. Todo es transversal en Un soplo de vida: atraviesa, cruza, corta. Ramifica y expande. No hay línea en la que no te detengas, párrafo en el que no reflexiones, sombra en la que Lispector no ponga luz ni luz en la que no ponga sombra. Es campana y vibración. Absolutamente sublime.

Introspección. Pulsación. Movimiento. Vida. Si alguien ha sido capaz de escudriñar todas las caras poliédricas de la realidad, esa es Lispector, consciente de que no hay una sola realidad ni una verdad única y que las palabras encierran, acotan, limitan, son insuficientes. ¿Cómo apresar la percepción, el pensamiento, el sentimiento, la marea interior, las intimas sensaciones, el desgarro? ¿Cómo apresar la VIDA? No se puede.

Qué crujido.
Este libro es una paloma mensajera. Escribo para nada y para nadie. Si alguien me lee será por su propia cuenta y riesgo. No hago literatura: sólo vivo el paso del tiempo. El resultado fatal de que yo viva es el acto de escribir. Hace tantos años que me perdí de vista que vacilo en intentar encontrarme. Me da miedo comenzar. Existir me da a veces taquicardia. Me da tanto miedo ser yo. Soy tan peligroso.
Marisma, ciénaga, miasma… Es lodo. Y a partir del barro se origina la vida. Eso es Lispector y eso hace: Abiogénesis, el proceso natural por el que se origina la vida a partir de la no existencia de la misma, es decir, de la materia inerte. Lispector exprime las palabras hasta límites asombrosos para reflexionar sobre el proceso de creación, el lenguaje, la vida…
Cada libro es sangre, es pus, es excremento, es corazón recortado, es nervios fragmentados, es choque eléctrico, es sangre coagulada que se escurre después como lava hirviendo montaña abajo.
¿Qué es Un soplo de vida? Para cada lector será un libro distinto, muchos libros en un libro. Tenemos dos personajes: un escritor y su personaje (Ángela). Un yo y su otro yo. Una metaLispector. Una Lispector desdoblada que es a la vez maza y pájaro, puño y brisa, buitre y mariposa, la creadora y la creada. Un diálogo interior brutal, una introspección feroz. Una reflexión magistral sobre la vida, la muerte, el lenguaje y la escritura. Es el canto de la moneda, ese que deja ver las dos caras al mismo tiempo. Tres, si pensamos que el canto es también otra cara de la moneda (y tres es el número: Lispector -1- creando al personaje llamado “autor” -2- que, a su vez, crea al personaje llamado Ángela -3-). Miento. El número es el cuatro: el lector (lectora -4- en este caso) es el cuarto personaje.
Siempre quise alcanzar un estado de paz y de no-lucha. Pensaba que era el estado ideal. Pero ocurre que... ¿qué soy yo sin mi lucha? No, no sé tener paz.
Una autora que crea a un autor que, a su vez, crea un personaje con el fin de concebir un espejo que devuelva una imagen nítida sobre la propia identidad. Imposible, los espejos siempre nos devuelven distorsión. Y los metaespejos una deformación de la distorsión. Y además la vida es aire, es oscilación y es movimiento, no hay una foto fija de nuestra alma y nuestra identidad, somos extranjeros de nosotros mismos. Somos nuestra propia lucha. Lo oculto. La única magia posible es aquella que derrote la incomunicación porque el lenguaje es imposible. Hacer esa magia es el reto, es la vida, es la conexión.

Contexto: Poniendo los pies en tierra (leve, breve y fugazmente) diré que Lispector escribió Un soplo de vida (que no llegó a ver publicado) a la vez que La hora de la estrella y que, según sus propias palabras, fue “escrito en agonía”. Un libro que no pudo detener. Necesitó escribirlo justo en ese momento, al final de su vida, aquejada de un cáncer de ovario. Y sé que estoy diciendo sin decir que si no has leído nada de esta autora mejor dejar Un soplo de vida para el postre.
El desierto es un modo de ser.
Termino el libro derrotada. Felizmente derrotada. ¿He dicho “termino”? Pues miento otra vez, este libro nunca se termina. Nunca. Despego los pies de la tierra, nuevamente (… ¿qué soy yo sin mi lucha?...)


viernes, 10 de junio de 2016

Apuntes sobre el suicidio (Simon Critchley)


Título original: Notes on Suicide
Traductor: Albert Fuentes Sánchez
Páginas: 112
Publicación: 2015 (2016)
Editorial: Alpha Decay
ISBN: 9788494489624
Sinopsis: “Este libro no es una nota de suicidio.” Así arranca Apuntes sobre el suicidio, un ensayo inteligente, provocador y a su vez de una sensibilidad extraordinaria. Simon Critchley repasa en estas reflexiones sobre el suicidio diferentes fuentes -desde el recuento histórico de suicidas célebres al análisis textual de numerosas notas de suicidio- para llegar al fondo del asunto que le interesa: qué significa estar en posesión del regalo de la vida y en qué consiste la maldición de poder elegir libremente entre vivirla o, por el contrario, optar por la muerte.


Alguien a quien quiero mucho y que me quiere bien me pide insistentemente alegría. Positividad. Soy consciente de lo difícil que es bregar conmigo desde hace mucho (demasiado) tiempo. No hay nadie que pueda desear más que yo misma el poder dar júbilo continuo. Hay personas a las que se lo debo (vale, no es un deber… es un querer). No quiero sentirme culpable de mi momento, ni justificarme ni explicarlo. Hasta hace no mucho tenía una necesidad imperiosa de contarme, de exponer mi vida de arriba abajo. Ya no. Todo para dentro. Las lecturas para fuera. Así que espero que nadie se me enfade por ir a comentar justo ahora un libro como este…

¿Por qué este libro? Quizás una de las palabras más repetidas en este blog sea: VIDA. Pienso mucho en la vida, tengo tantas ganas de vivir… y eso hace inevitable pensar también en la muerte. Un tema del que no gusta hablar ni pensar. Menos aún del suicidio. Pocas situaciones hay más inquietantes que un suicidio. Pero ¿quién no ha pensado alguna vez en este tema? Bien porque lo ha vivido/sufrido de cerca, bien porque de alguna manera más o menos profunda, superficial, meditada o solo atisbada, ha pensado/fantaseado no tal vez en suicidarse pero sí en el suicidio como algo abstracto, posibilidad o descarte, como tanteándonos si seríamos capaces de…

No me asusta decirlo, menos aún en este cuarto propio sin red, igual hasta debo escribirlo: he pensado seriamente en suicidarme. Una posibilidad real. No me lo planteé como una decisión, sino como un intento muy reflexionado de averiguar si yo sería, en este tema, capaz o incapaz. La respuesta la tengo ya muy clara: incapaz. Enfrentarme a este fantasma mirándole a la cara me devuelve al punto de partida: vida. Toca lucharla. Acepto vértigo, mar, búsqueda, faros, montaña, libros, sensación, raíz, ideales, arte, ventanas, intensidad, jugar, mariposas, vorágine, mirada, selva, fuente, deseos, campanas, utopías, delfínes, puertas, jeroglíficos, música, escribir, viento, soñar, creer, laberintos, confiar… Sé lo que necesito. Pero no sé dónde estás, cómo te llamas, quién eres, ni si nos vamos a encontrar (y quiéreme si te atreves).

La imposibilidad de hablar de este tema tan personal con alguien me llevó, justo mientras certificaba mi incapacidad, a leer este libro. También una conversación con dos bellas personas en la que se planteó la necesidad de desmitificar el suicidio, de no estigmatizar a las personas que se suicidan, lo intentan o piensan en ello. No dejarlas fuera. No soslayarlas. No juzgarlas. No esquivarlas. En definitiva, ayudarlas y poner sobre la mesa un tema tabú por el que todo el mundo se desliza y pasa de puntillas, pese a que todos inquieta. Acabo de decir que “la imposibilidad de hablar de este tema tan personal con alguien”… ding-dong… esto ya es sintomático: para alguien que tenga esos pensamientos el mero hecho de plantearse compartirlos ya es un problema: es un tema molesto, como para que encima venga alguien que aprecias queriendo compartir su “preocupación” sobre el tema o a decirte que está en un momento en el que lo contempla como posibilidad… A mí esto, esta dificultad para hablarlo sin que te caigan encima tópicos y sonidos de sirenas y alarmas, ya me parece muy significativo. Y hasta aquí puedo leer…

Comencé a leer este libro en Mallorca, al lado de un faro, sentada en un acantilado con los pies colgando, el mar abajo, el vértigo circulando por mis venas. Decidí no seguir leyendo. Poco después salté un muro y me lesioné la rodilla. Pensé que todo lo que sucede, sucede por algo, nos dice algo. Quizás fue una señal. O dos.

¿Cómo ha sido la lectura? Ligeramente decepcionante. Un inicio prometedor, tratando de comprender, de romper con todo aquello que convierte el suicidio en un tema tabú y polémico, sin tratarlo como un pecado o un trastorno mental, sin juicios morales, sin condenarlo ni prejuzgar… Pero debería de haber tenido más en cuenta el título: Apuntes sobre el suicidio. Pues eso, apuntes, ideas que quedan sin desarrollar. Apunta pero no dispara. No profundiza. Esperaba una confrontación mayor, más arriesgada, más valiente. Y si bien es cierto que es de valorar el intento de poner el punto de mira en un tema sobre el que se pasa de puntillas, la brevedad del texto y cierta mesura del autor terminan por deshacer un inicio espectacular y muy interesante.

Quisiera abrir un espacio para pensar acerca del suicidio como un acto libre que no debería ser objeto de repulsa moral o condenado en voz baja. Es preciso comprender el suicidio y es imperativo entablar una discusión más madura, compasiva y reflexiva acerca del mismo. Con demasiada frecuencia, la rabia domina todo el debate acerca del suicidio. Los deudos de alguien que se ha quitado la vida, ya sean cónyuges, familiares o amigos, reciben cualquier intento de hablar sobre el suicidio con comprensible indignación. Pero debemos atrevernos. Tenemos que hablar.
El libro no es un debate en sí, sino más bien una invitación al debate. Como ensayo se queda en las primeras capas. Un punto de partida en el que se aportan datos, información, alguna reflexión, pero tan solo rasca la superficie y no termina de meter el dedo en el núcleo. Y aunque su conclusión final me parece curiosa, no deja de resultarme “buenrollista”: Critchley plantea que si se elige el suicidio, una vez tomada la decisión, ¿por qué no esperar?, ¿para qué las prisas? Que disfrutemos mientras de los pequeños milagros cotidianos, de la belleza efímera, y tendamos la mano en busca de otra persona en un gesto de amor…

Lo siento, pero no, no compro. Cuando llegas a plantearte el suicidio ya antes has pasado por todo eso. En una sociedad en la que parece que todo tiene que ser buen rollo y alegría, vidas maravillosas, muy Mr. Wonderful todo y que viva las puestas de sol y los viernes, y en la que proliferan el coaching y los libros de autoayuda con eslóganes y frasecitas que son verdadera cizaña, no debiéramos meter en un gueto a quien no se niega a mirarse al espejo de tú a tú y asume las contradicciones con las que convivimos, eligiendo el canto de la moneda para poder visualizar cara y cruz al mismo tiempo. No hay más que una respuesta si la idea del suicidio planea en lontananza: Vida. Y pasión.

Y una promesa: no dejar de buscar.


Incapaz (del suicidio) y, por tanto, muy capaz (de jugar a VIVIR).

(©AnaBlasfuemia)

miércoles, 1 de junio de 2016

Solo (August Strindberg)

Título original: Ensam
Traductor: Manuel Abella
Páginas: 176
Publicación: 1903 (2015)
Editorial: Mármara
Sinopsis: «Lo que he ganado con la soledad es poder decidir por mí mismo mi dieta espiritual. No tengo que ver a mis enemigos en mi propia casa, sentados a mi mesa, ni escuchar en silencio mientras alguien se burla de lo que yo más estimo; no tengo que escuchar, dentro de mi casa, la música que aborrezco; evito ver periódicos, tirados por ahí, con caricaturas de mis amigos y de mí mismo; me he liberado de leer libros que desprecio y de visitar exposiciones y admirar cuadros que no me gustan. En una palabra, soy dueño de mi alma en aquellos casos en los que uno tiene algún derecho de serlo, y puedo elegir mis simpatías y antipatías. No he sido nunca un tirano, lo único que he pretendido es dejar de ser tiranizado, cosa que no soportan las personas tiránicas. Al contrario, siempre he odiado a los tiranos, y esto es algo que los tiranos no perdonan».


Si hay un estado que provoque en las personas múltiples contradicciones, ese es el de la soledad. La tememos y la buscamos, nos paraliza y nos impulsa, nos duele y nos cura, es obstáculo y ayuda, encuentro y huida, fuga y refugio… Es, en sí misma, un compendio de negatividad y positividad, todo en uno. También es muy dada a que hagamos alguna que otra fullería: la provocamos e invocamos cuando estamos en compañía, la evitamos cuando no hay nadie alrededor… Es cómoda la soledad cuando hay donde o a quien volver. Hay que haber vivido mucho o no haber vivido nada para buscar la soledad y hacer de ella una opción de vida. Escoger soledad es opción de valientes.

August Strindberg fue un reconocido autor y dramaturgo sueco. Un personaje inadaptado de esos que tanto me atraen. Inquieto, autodestructivo, esquizofrénico, inestable, propenso a relaciones sentimentales conflictivas. Una persona rabiosa, compleja, vehemente e hipersensible. Y también uno de los mejores escritores suecos de todos los tiempos. Y un misógino de cuidado que no podía vivir sin las mujeres.

Sabiendo lo anterior, cuando vi que la editorial Mármara publicaba este libro supe que tenía que hacerme con él, adentrarme en sus páginas y leer a un autor que me provocaba tanta admiración como repulsión.
Se daban cuenta de que en los últimos diez años habían ido surgiendo silenciosamente nuevos vínculos en cada uno de nosotros, que nuevos intereses desconocidos se habían interpuesto entre unos y otros, y que quienes habían hablado libremente habían chocado contra arrecifes sumergidos, habían roto hilos, habían pisado campos recién labrados.
Esperaba encontrar a un Strindberg irascible, atormentado, desquiciado, paranoico… Y me encontré a un Strindberg pausado, reflexivo, poético. Y sobre todo, encontré a un Strindberg observador. Solo es una novela autobiográfica, en la que Strindberg describe su regreso a Estocolmo, después de una ruptura sentimental. No comienza solo, sino intentando recuperar la compañía de sus viejos amigos. Un reencuentro imposible, en el que describe cómo hay vínculos irrecuperables y cómo el paso del tiempo puede desgastar pilares que se creían indestructibles. Y así es como se queda solo.
Así fue como, poco a poco, dejé de acudir al café y empecé a ejercitarme en la soledad. En ocasiones cedía a la tentación, pero cada vez que esto ocurría salía más curado que antes, hasta que finalmente encontré un gran placer en oír el silencio y prestar atención a las voces nuevas que en él pueden sentirse.
¿Y qué hace Strindberg? Extrañamente (dado su carácter) decide convertir la soledad en su aliada, la soledad como algo esencial para convertir la realidad en poesía. ¿Y cómo lo hace? Observando. Pausadamente. Todo lo que le rodea. Lo que ve por su ventana, cuando pasea, cuando lee, cuando intenta dormir, cuando escribe… Es una observación en doble dirección, hacia dentro y hacia fuera, un ejercicio de introspección y a la vez de contemplación del exterior. Se convierte en testigo de la realidad. Una soledad que no encierra, sino que abre. Una oportunidad para reencontrarse consigo mismo.

Ha sido una lectura acorde a lo que Strindberg proponía: pausada, recreada, observando al observador. Tardé más de lo que su extensión me habría llevado porque, al igual que Strindberg, me paseé por sus páginas con la mirada atenta y reflexiva, absorbiendo lo que me sugería, eludiendo los desencuentros (misoginia y religiosidad), enriqueciendo el concepto de soledad y la forma de mirar. Ha sido una sorpresa agradable, tranquila, relajada. Brisa fresca para mi alma fogosa.
Hay una soledad necesaria en la que se libran mil batallas. Y otra deseada en la que solo ha de despuntar la belleza de lo que nos rodea. Esas pequeñas cosas que se hacen hermosas con la mirada íntima y privilegiada de la soledad. Entre batallas y deseos, así nos transcurre la vida. Más en soledad que en compañía. Quizás elegir soledad no sea una opción descabellada. E incluso puede ser una opción que salve. La contemplo como un aprendizaje y un paso necesario. Una especie de red, esa que no uso nunca pero que se me antoja necesaria. Antes de que me escoja ella, la elijo yo. Si entras dentro, quiéreme bien.