Traductor: Enrique de Hériz
Páginas: 96
Publicación: 1975 (2014)
Editorial: Navona
ISBN: 9788416259007
Sinopsis: Tras diez años de matrimonio, Laski y Diane están a punto de tener un hijo. La noche en que ella rompe aguas marca el inicio de un período de extrañeza, donde acciones tan comunes como calentar el motor de la camioneta o recorrer la carretera entre su cabaña y la ciudad, cobran una resonancia especial, fruto de la urgencia pero también por integrarse en una experiencia que cambiará sus vidas. Ya en el hospital, descubren que el bebé llega de nalgas...
Qué razón tiene Galeano. Galeano y sus frases (envolviendo caballitos de mar, historias mágicas y sorprendentes). Yo no seré historia, no haré historia, pero estoy hecha de historias. Muchas. Y este libro tiene, también, la suya. Y es por eso que una lectura que normalmente hubiera finalizado de una sentada, la hice en dos. La vida a veces es una metáfora de sí misma: ha sido como cruzar un precipicio en dos saltos. Algo que define muy bien mi momento personal. Un precipicio. Dos saltos. El batacazo es inevitable. Pero ¿cómo evitar la caída? Con la verdad del corazón. Y con tiempo.
Ella también ve dentro de mí; quizá vea la inquietud de mis días, como veo yo la suya. Sintió que estaban juntos, entonces, en un nivel nuevo, más viejo, más sabio, con el dolor como nexo de unión.
Hoy, bastantes días después, me levanté decidida a terminar el libro. Página 49. Hasta ahí la sensación lectora era “qué vacío”. Eso pensé y escribí cuando dejé la lectura en ese punto. Yo qué sabía... Pero la historia continuó. Y como dice mi niña del faro, “tuvo un final (siempre lo hay), pero la historia fue más allá de su propio final (siempre es así)”.
Y lo terminé. Joaquín Sabina dixit: “Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido”. La vida no se detiene. Nunca. Aunque la tuya lo haga. Comentaba en La orilla del mar que me costaba leer últimamente porque lo que leía siempre me decía algo a mí, a la persona, no solo a la lectora (aunque somos la misma). Y El nadador en el mar secreto también tenía algo que contarme. Dos historias. La que contenía en el interior y la que transcurría en el exterior.
Crujido.
Él sólo reconocía las olas que volvían a llevárselos a un lugar en el que estaban solos en un amor y una tristeza que nadie más podía compartir, solos y cada uno aferrado al otro en aquella realidad…
Historias… Kotzwinkle nos cuenta una historia en 96 páginas. En menos, pero quién necesita más... La escribió después de enterrar a su hijo, con lágrimas en los ojos desde la primera hasta la última página. Una historia triste. Un momento de su vida. Lo hace de forma sencilla y bella a la vez, quizás como es un poco el dolor, ese que transcurre por dentro, en el regazo de la intimidad. ¿Acabo de decir que el dolor es bello? Lo es, en cierta forma, cuando es puro, personal, profundo y honesto, cuando surge de la pérdida de aquello que se ama. Y digo que es bello porque el amor está ahí. El amor al hijo. El amor. Las lágrimas de Kotzwinkle se deslizan entre mis dedos y humedecen la lectura. Cuando el alma duele las lágrimas dignifican y limpian. Purifican.
Dolor y mar. El mar como umbral entre inicio y fin. Un fin sin final. Utilizar el mar como metáfora del amor, de la esperanza, los sueños, la alegría y el dolor parece un recurso fácil. Lo es. El mar da tanto juego… Pero que sea fácil no supone necesariamente que se haga bien. Kotzwinkle lo hace bien. Su lenguaje es evocador y sugerente. Sin tretas. La verdad de los sentimientos no las necesita. De alguna forma frases sencillas, escuetas, que te encuentras en muchas lecturas (“Todo irá bien”. “¿Quieres algo? –No, sólo a ti”. “Yo sólo quería estar contigo, Diane, los dos viviendo juntos sin problemas”) consiguen removerme. Eso enlentece mi lectura, así que tomo asiento en mi propio mar interior y secreto, mientras que con una mano acaricio las paredes de mi faro imaginario. Y leo.
El viento te hace libre. Los vientos y el sol te hacen grande.
Cuando empecé a leer el libro no sabía de qué iba. Órdenes son órdenes y yo (a veces) soy obediente. Una vez que lo tuve en mis manos (...) las pistas no eran muchas, salvo las del corazón. Nada más empezar ya sabes qué te va a contar. Así que la curiosidad se desplaza del qué al cómo. Por ahí me tenía que ganar. Y es fácil ahora ganarme, que hasta las comas y los acentos me sugieren y evocan… todo.
Me gusta contar historias, me fascina que me las cuenten. Kotzwinkle me cuenta la suya. Una de las muchas que tendrá y le harán, como todas las personas. Podría ser un cuento sin hadas, brujas ni titiriteras. Aunque sí con un lobo feroz: la muerte. Contar la muerte no es tarea fácil. Contar la de un hijo que se va cuando apenas ha llegado es… tremendo y desgarrador. Contarlo con la dulzura con que lo hace Kotzwinkle es un arte. Quizá la clave está en que cuenta la historia desnudando su alma. Y eso me gana. Siempre.
Ha sido una sensación muy fuerte y estoy intentando fluir con ella.
No es un libro que al terminar deje una sensación agradable. Pero sí una sensación humana. Quizás esté sobrevalorado. Puede ser. Pero la fuerza de una lectura está en lo que sugiere y provoca a cada lector. Yo soy carnaza ahora mismo. Termino pensativa, movida, tocada, frágil… O quizás es que así empecé la lectura. En cualquier caso, por la historia interior del libro, o bien por la exterior, ha sido una lectura especial.
Al terminar la lectura acudí a un artículo sobre este libro de Rosa Regás que en su momento no leí para llegar a la primera página sin nada previo. Qué cosas. Leo: "Mientras leía este extraordinario libro, pensé que nada ha de ser más reconfortante, nada más emocionante que conocer un episodio fundamental de nuestra vida si nos lo narra la persona que amamos, la que puede decir igualmente que es su propia historia la que está en juego". Amén, Rosa, amén. Cuéntame una historia y no me sentiré sola.
Sólo hemos de seguir adelante, con los ojos abiertos, contemplando con atención lo que hacemos, sin pensar en nada ajeno a la tarea. Entonces, fluimos con la noche.
Sabré hacerlo. Gracias por el libro. Y por esto, por aquello, por lo otro y por todo.
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¿Vuelvo? Nunca me he ido, no del todo, como casi siempre que me voy algo (poco o mucho o todo) de mí se queda. Los libros siempre me han dado, vuelvo a ellos para encontrarme. Y contarlo. Y contarme. Quiero dar las gracias a todas y cada una de las personas que habéis dejado cariñosos mensajes de apoyo y ánimo hacia mí en el blog o en mi correo. Todo suma. Gracias de corazón.