Título original: The photograph
Traductora: Pepa Linares
Páginas: 272
Publicación: 2003 (2012)
Editorial: Contraseña
ISBN: 9788493930844
Sinopsis: Glyn Peters, un prestigioso historiador del paisaje, encuentra por casualidad una vieja fotografía en la que aparece su mujer, Kath, fallecida quince años antes, cogida de la mano de otro hombre. El hallazgo le impulsará a indagar en la vida de su mujer con la saña del marido humillado y la meticulosidad del arqueólogo. El descubrimiento de la fotografía también afectará, de una forma u otra, a otras cuatro personas muy cercanas a Kath y les llevará a rememorar algunos de los momentos que compartieron con ella. El lector descubrirá que además de la Kath que vive en el recuerdo de todas ellas existió otra a la que ninguna llegó a conocer.
Hay libros que no parecen especiales, pero que sin embargo tienen la tremenda habilidad de que cuando terminas sigues rumiando lo que acabas de leer y las sensaciones que te ha producido. Son libros que dejan paso a muchas preguntas y, sobre todo, a muchas reflexiones.
El arranque del libro me costó, Glyn es un personaje con el que me ha resultado difícil conectar (de hecho, no lo hice, ni conecté ni le comprendí), y al ser la primera voz que se nos presenta (de las varias que aparecen) no ayudó precisamente a meterme en la historia. Vale, tenemos a Glyn, el marido de Kath. Luego van apareciendo otros personajes, más voces: Elaine (la hermana), Nick, Polly, Oliver… Todos ellos hablan y piensan y recuerdan a Kath…
Voy a explicarlo de otra forma.
Imaginaros que Kath es una naranja. Sí, he dicho una naranja, ¿qué pasa? Venga, ayudarme con esto. Kath, la mujer fallecida, es una naranja. La naranja puede ser también la realidad, o alguien que conozcáis. Pero necesito que sea Kath.
Todos miran a la naranja (a Kath) desde fuera, desde algún lugar… pero sólo ven parte de ella. Es imposible que dos personas coincidan exactamente en el mismo punto de la perspectiva de la naranja. Puedo ver exactamente el mismo punto de la naranja que tú miras en algún momento, pero no podremos hacerlo a la vez, nunca. Como mucho, dos personas que estén muy próximas contemplando la naranja en cuestión pueden percibir casi lo mismo. Casi. Y casi no es lo mismo, no hace falta que os lo diga.
Seguimos mirando la naranja, a veces nos cruzamos con gente que está en la antípoda de nuestro punto de vista, vamos, que lo ve todo al revés. Ve la naranja desde el otro lado. Yo mantengo mi fe en lo que veo, la otra persona en lo que ve… mmmm… Barrunto problemas. ¡Pero si es la misma naranja! ¿qué está pasando? ¿por qué vemos cosas distintas si es la misma naranja?. Sospecho que la mejor manera de solucionarlo será empezar a pensar que, por muy estúpido que me parezca lo que el otro dice que ve, pues a lo mejor es cierto (no tengo forma de saber si en ese momento en el otro hemisferio de la naranja hay un gusano incrustado o está llena de moho, mientras que "mi" naranja está monda y lironda).
Bien, puedo dar una vuelta para ir a ver el otro lado de la naranja, intentar aproximarme a otra perspectiva, a otra mirada. Pero fuera de la parte de la naranja que yo veo no tengo ni puñetera idea de lo que el otro ve. Y mientras yo contemplo mi parte de la naranja, no puedo ver la otra. Ni siquiera sé si hay algo más allá de lo que veo. Puede que incluso realmente me crea que esté viendo toda la naranja. Error.
Ya, lo sé. Puedo pedir a otro que me cuente lo que hay al otro lado. Lo hago, y puede decirme la verdad. O puede mentirme, o puede que la otra persona se mienta a sí misma y, de rebote, me mienta a mí. Pero no debiera ser lo normal, las mentiras tienen las patas muy cortas, así que escuchar y creer lo que dice la otra persona no supondría ningún riesgo. O tal vez sí. Puedo sumar miradas y tal vez tenga la visión completa. O tal vez no.
Y esto que os acabo de contar, estas miradas que nunca ven lo mismo a la vez, este mundo lleno de "o tal vez"... esto es La fotografía. Creemos saberlo todo de quienes queremos, pero sólo vemos una parte. Y a veces sólo la parte que queremos ver. O la que han querido que veamos. Quizás el conjunto de todos los que nos conocen, la suma, alcance a dar una perspectiva cercana de lo que somos y cómo somos. Cercana. Pero sólo nosotros mismos sabemos quién somos y cómo. ¿Qué hacemos con ello? Cada uno decide. Aciertas o te equivocas pero cada uno decide si quiere ser y si quiere mostrar. Si se muestra a sí mismo, o una parte o si muestra lo que los demás esperan. Y también decidimos si queremos ver, si realmente estamos viendo al otro, o si sólo hacemos como que vemos, mientras le damos palmaditas en la espalda para sentirnos bien con nosotros mismos, pese a evitar el compromiso de involucrarte e implicarte (porque eso nos muestra). Ver. Negarse a ver. Mostrar. Negarse a mostrar. Opciones.
Lo sé, me ha salido un comentario extraño de esta lectura, que tiene la gran virtud de ir atrapándote casi sin que te des cuenta, haciéndote pensar, recordar, conectar. Te va enredando, enredando (como en el muro la hiedra, que dice la canción). Y reconoces tantas cosas, vas identificando señales, te va pulsando inquietudes… Y al final es con eso con lo que te quedas, con las sensaciones despertadas y provocadas, más que con la historia. Porque en la historia, en los personajes (en Glynn y en Kath especialmente) hay cosas que fallan, forzadas para contar algo, pero en definitiva poco creíbles en sus comportamientos (sin embargo el resto de personajes son mucho más reconocibles e identificables). Pero al final, la sensación es de darle vueltas a algo que ahí está y es real: lo que somos, lo que proyectamos, lo que creemos ser pero no somos, lo que somos y no queremos creer, lo que los demás ven de nosotros, lo que nosotros queremos/deseamos que vean… Y mientras ejecutamos este extraño baile sin música real, pero sinfonía de fondo, acompasando y desacompasando, búsquedas, encuentros y desencuentros… pues la vida va pasando. La. Vida. Va. Pasando. (Cállate, idiota).
PD: Gracias a quien me acercó a esta lectura. No por la lectura, que también.
(©AnaBlasfuemia)