Título original: I Loved You More
Traductora: Cruz Rodríguez Juíz
Páginas: 444
Publicación: 2013 (2015)
Sinopsis: Ben fue un iluso al creer que podría amar a un hombre y luego a una mujer, «dos personas extraordinarias, dos formas únicas de amar, de décadas diferentes, en extremos opuestos del continente», y salir indemne. Hank y Ben establecieron una profunda amistad en el Nueva York de los años ochenta, mientras aprendían a convertirse en escritores. Hank era heterosexual, y Ben, a pesar de haber estado con mujeres, un homosexual en toda regla. En los años noventa, Ben, ya sin Hank y enfermo de sida, se enamoró de Ruth, una de sus estudiantes de escritura creativa en Portland. El día que Hank apareció de nuevo en escena, nada pudo evitar que se cumpliera aquella famosa regla del tres, según la cual a un trío siempre se le acaba sumando un cuarto o restándosele uno. Y en este caso fue Ben quien quedó fuera.
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Si el afecto equivalente no es posible, que sea yo quien ame más (W.H. Auden)
Si pudiera escribir un silencio, largo como una travesía, hondo como un quejido, profundo como un aullido, lleno de todos los sentimientos que hacen cimbrear cada poro de mi piel, cada fibra de mi alma… si pudiera escribir ese silencio, exactamente ese es el que escribiría para hablar de este libro. Pero los silencios existen y no se escriben. Se callan.
Por mucho que lo intentes, tú solo no puedes inventarte un mundo así. Ese espacio, cómo te pierdes en él, cómo te sientes, exige ser dos.
Podría decir que empecé a leer este libro el día que lo compré. O el día que metí otro exactamente igual en una caja. O que lo empecé a leer tiempo después, en mayo de 2016, cuando alguien me manda una fotografía de su portada intentando restituir un puente (¿de dónde a dónde? ¿de quién a quién?). O que, finalmente, lo empecé a leer el 27 de diciembre de 2016, camino a Merzouga. Y todas las veces fueron verdad y no lo fueron ¿hacen medias verdades y medias mentiras una verdad entera? (va a ser que no). En cualquier caso, un libro que he hecho esperar. De esos que son bombas de relojería en el estante, que lo ves palpitar cada vez que lo miras, que sabes que te está esperando, que te llama, que tiene una historia para ti.
Es como escribir […] Tienes que ir a donde duele.
7 años tardó Tom Spanbauer en escribir y publicar este libro. Y casi 70 días los que yo he estado con él. Los que el libro ha estado conmigo. Por mar, por tierra, por aire, por arena, por el desierto. Yo te quise más, en todo momento, lugar, beso, faro, silencio, mirada, abrazo, lágrima, mentira, ausencia, mano, desprecio, respiración, poema, pesadilla, salto, promesa, enfermedad, canción, silencios, aprecio, cronopio, olvido, encuentro, reencuentro, desencuentro, aire, preguntas sin respuesta, vínculo, carrera, ninguneo, liberación, cima… en todo momento a mi lado. (Yo te quise más). Para qué las prisas, una no solo vuelve a los lugares en los que algún día fue feliz, también quiere quedarse en donde lo está siendo. O, si no siendo feliz, al menos sintiendo que la bombilla en el pecho arde hasta volverse incandescente. Libros que no se leen, se viven. Te viven. Tenía que ir a donde dolía. Y contarlo. Así.
Tom Spanbauer se mueve como un cardumen en lo que él llama “escritura peligrosa”. Con ella minimiza la fricción de la vida y sortea al depredador que todos llevamos dentro. Y a los que hay fuera (¡líbrenos el metabolismo de todo ente tóxico!). Juntar a un autor que maneja con virtuosismo la escritura peligrosa con alguien que practica con cierta asiduidad la lectura peligrosa… ¿es un peligro? No. Es la combinación perfecta. Una lectora peligrosa se encuentra con un escritor peligroso. Como mucho es una osadía. El resultado es emoción burbujeando a cada página, a cada párrafo. Es comprensión, conexión, la lectura perfecta en el momento idóneo, un escritor agitando los filamentos de tu bombilla, el pecho reventando en millares de luces evanescentes, los fantasmas encontrando su hogar.
Cogí un cuchillo, me lo llevé al pecho, lo clavé con fuerza abajo y en círculo, me arranqué el corazón y lo deposité, todavía caliente, en la página.
Terminas el libro y tu cuerpo no se mueve. Desde fuera alguien, objetivamente, podría decir que ni respiras. Tal vez si se fijara detenidamente observaría un brillo en la mirada, el lugar en el que la verdad nunca se esconde detrás de las sombras. Todo se está moviendo y convulsionando dentro, donde nadie lo ve. Nadie excepto tú. Y sientes la belleza. Cruel. Desgarradora. Tierna. Cuando algo hermoso duele. Cuando el dolor es hermoso. No te mueves. Por dentro, un huracán. Todas las hebras de la emoción vibrando, si fueran notas musicales serían alguna sinfonía, tal vez alguna canción de esa playlist que guardas en lo más profundo de tu alma y escuchas a solas mientras te arrancas el corazón y lo depositas en un folio en blanco. Has leído cada página sintiendo esa agitación que se siente cuando sabes que es eso, que alguien lo ha escrito, que lo estás leyendo, que lo estás viviendo, que es así. La turbación de la vida cuando la agitan y te desprendes de las costras, ya innecesarias. Hay que dejar paso a la cicatriz.
Lo peor de la esperanza no es cuando no la encuentras.
Es cuando la pierdes.
No es insólito: debo ser la única que no ve un triángulo en esta historia. Yo solo veo a Ben y a Hank, todo el tiempo, siempre. Ellos son los planetas, las constelaciones, y el resto del mundo son meros satélites. Lo demás, los demás, sí, son amor también, eso que se llama amor, lo mismo que decimos tranquilidad, no estar solo, sexo, risas, compañía... Miles de formas de autoengañarnos y engañar. Escaparates. Pero no hay triángulo, hay Ben y Hank. Ben y Hank son EL amor porque son su propia honestidad. Se protegen uno al otro, también del uno y del otro. Son ese amor del que huyen los cobardes. Y esto es más complejo de explicar de lo que me voy a permitir aquí, en estas líneas de este blog sin red.
A alguien que hace eso. Te enfrenta a ti mismo. No puedes evitar quererlo.
¿Por qué leo? Muchas veces he comentado aquí las razones por las que leo. Pero creo que nunca lo he expresado de la forma que lo voy a hacer ahora: para que alguien ponga voz a los silencios que me arden en las entrañas.
En una entrevista, dice Spanbauer que “La ficción es la mentira que hace más verdadera la verdad”. Qué grande, Spanbauer, justo eso. Justo eso aprendí. Algo que creía saber pero que solo ahora sé. Cuánta verdad hay detrás de vidas ficcionadas, cuanta mentira detrás de vidas que se exhiben con pretendido (y pretencioso) realismo. Ver la verdad detrás de la ficción (de capas y capas). Ver la mentira detrás de la "verdad".
Llevarnos en el corazón.
Ayudarnos siempre que pudiéramos.
Ser amables.
Estar de acuerdo en discrepar.
Con sangre.
Con amor.
(Promesas.
Y las cumples.
Las seguirás cumpliendo siempre)
Es lo que haces cuando amas, proteges.
(¿Hasta cuándo y dónde y cómo proteges a quien amas? Siempre. Lo harás siempre. Porque los términos absolutos existen cuando amas. Aunque reinventes las formas de amar. Aunque te duela hasta lo innombrable. Aunque te angusties hasta el grito. Aunque no le importe ni le importes. O aunque sí. Aunque tengas que irte. Aunque tengas que quedarte. Aunque te quedes sola)
Tengo que irme, tío.
La vida no espera.
(Me dejaste sola)
Cuando te despides de un ser querido, quizá si dices una tontería, alguna verdad, quizá no deje de quererte.
“.- Quédate.
.- No basta”
(Formas de decir adiós. Y no ser tú quien se despide ni quien se va. No)
Big Ana.
Little Ana.
La Corredora.
(Yo
Te
Quise
-Siempre-)
Gracias, Tom Spanbauer. Por la voz. Poderosa y brutal.
(Gracias.
A ti.
Sí, a ti.
Por si un día me vuelves a leer. Vuelves. Tú. Sin capas)