Todo estaba listo. Había corregido el texto con ese tipo de atención que se parece más a una vigilia que a un trabajo: no era revisión, era exorcismo. Las frases habían pasado por sus crisis, sus renuncias, sus entusiasmos momentáneos y sus arrepentimientos a destiempo. Yo creía haber llegado al punto justo: el lugar donde por fin las palabras aceptaban ser dichas sin demasiado ruido, ni afectación, ni esa duda que suele perseguirme cuando algo me importa demasiado. Así que me dispuse a imprimirlo.
En mi cabeza, la escena tenía el aire de un rito menor, íntimo, casi mecánico. Nada grandioso, apenas la satisfacción de convertir lo escrito en materia: ver salir el texto en papel, tocarlo, incluso olerlo, de no ser por mi persistente anosmia. Confirmar que eso que durante horas había sido apenas vibración delante de una pantalla ahora era algo físico, tangible, sometido a gravedad. Le di al botón con esa seriedad doméstica que reservo solo para los gestos finales. Y la impresora, con un sigilo que ya debería conocerle, decidió no hacer nada.
Ni sonido. Ni queja mecánica. Ni siquiera esa respiración breve que antecede al zumbido. Solo un folio que asomaba a medias, detenido como un bostezo incompleto. La miré. Esperé. Y luego, claro, le hablé. Como si fuera una vieja conocida que, justo en el momento clave, ha optado por retirarse sin explicaciones. La llamé por su nombre (ese que no tiene, pero que invento cada vez que me traiciona), y le pregunté si de verdad iba a hacerme esto ahora, después de todo. No respondió. Se limitó a mostrarme esa luz intermitente, casi insultante, como un guiño pasivo-agresivo que, sin decir palabra, susurraba: ”yo ya he hecho bastante por hoy, cariño. Compra tinta”
Desde el sofá, Cuquín alzó la cabeza con desgana. Me observó en silencio, con ese aire entre paciente y escéptico que sólo los gatos saben sostener sin parecer condescendientes. Cleo ni siquiera se movió. Estaba encima de una torre de libros (los que esperan su destino como yo espero el mío cada vez que algo falla) y su cuerpo entero parecía decir que este drama ya lo conoce, que es mío, que lo repito con la obstinación de quien aún cree que imprimir es una forma de salvación.
Así que ahí estaba yo, de pie, con la hoja interrumpida en la mano, intentando razonar con una impresora muda. Había algo cómico en la escena, lo sé. Pero también algo profundamente íntimo. Porque no era solo el fallo técnico. Era el corte abrupto de una ceremonia. Era la imposibilidad de terminar lo que ya sentía concluido. Era (aunque suene excesivo) una forma diminuta del colapso. El reconocimiento de cómo lo nimio afecta cuando te rompe una rutina que te sostiene.
Me senté, escribí esto. Porque si no puedo imprimirlo, al menos puedo contarlo. Y ahora que he ido a comprar la tinta (ahora que todo podría seguir su curso como si nada), no sé si me atrevo a darle otra vez al botón. Me gustaría pensar que sí, que la máquina obedecerá, que la hoja saldrá completa y que esta historia quedará atrás como una anécdota más del archivo doméstico. Pero una parte de mí sospecha que la impresora me ha entendido. Y que ha querido recordarme, con su silencio, que incluso lo sagrado puede interrumpirse. Que todo texto es provisional. Y que a veces, justo cuando creemos que ya hemos dicho lo esencial, el papel se detiene a mitad de camino para recordarnos que aún falta algo. Que siempre falta algo incluso cuando lo tienes todo.
Yo sigo escribiendo bastante en mis libretas (aunque uso también el word, claro), en ese sentido soy un poco lutier con la escritura, boli o lápiz en mano construyo, ajusto, reparo y restauro las palabras en el papel.
ResponderEliminarA veces lo sagrado se sustenta en algún elemento tan trivial con la tinta de una impresora, y si ésta falta, la liturgia a la que uno pretendía entregarse… pues encontrará otro cauce, cobrará otra naturaleza, otra vida, de eso soy testigo ahora mismo.
Tenía que ocurrir así; nada se pierde.
Cuídate Ana, incluidos tus gatos.
Paco! Qué alegría "verte". Me ha dado hasta susto porque me creo que estoy yo aquí sola 😄
EliminarSi yo tiro mucho de papel y boli (o pluma o lápiz o hasta tiza si hace falta) pero sobre todo para escribir lo improvisado. Luego ya me acostumbré más al teclado para elaborarlo porque hago y deshago mucho y en el papel no me cabe y además luego no me aclaro ni yo misma. Pero luego necesito verlo en papel (y aquí entra en juego la impresora) aunque sea para echarle un vistazo y luego tirarlo a la basura (contenedor azul). Y sí, es cierto que siempre hay alternativas para todo, casi siempre además más creativas. Pero cuando algo te falla así tontamente siempre me quedo un poco como en shock. Y mira, en este caso además me solté con una blasfuemiada ☺️
Espero que estés bien. Cuídate mucho (los gatos están bien cuidados y además me cuidan bien) 🫶🏻