miércoles, 11 de junio de 2025

Entre actos (Virginia Woolf)

 

Callada, volvió a su visión más íntima; la belleza que es bondad; el mar en que flotamos. Casi siempre impenetrables, pero ¿no es cierto que en todas las embarcaciones se abren vías de agua alguna que otra vez?


Tengo un deseo que es necesidad: que Virginia Woolf sea lectura obligatoria para todo el mundo (lectores, no lectores, escritores consagrados, aspirantes a escritores). Amo con todo mi ser el universo de Woolf en el que el invierno llora en los cristales, los pájaros atacan al alba con sus cantos, el sol es un arrebato de alegría sin límites, los hilos invisibles unen los trémulos tallos de la hierba de otoño, la lluvia es súbita y universal, las vacas llenan el vacío y dan continuidad a la emoción, las olas al retirarse revelan y la niebla al levantarse desvela… Es la ama, mi diosa del Olimpo.


Entre actos” es la última novela de Virginia Woolf, escrita justo antes de suicidarse en 1941. La IIGM está en el aire, el mundo se desmorona, Inglaterra está en un proceso de transformación y en ese contexto (una sociedad al borde de la catástrofe) se sitúa esta novela, que transcurre en un día de verano de 1939 en el que se representa una obra de teatro en el jardín de una casa rural inglesa. Un argumento simple, todo parece inofensivo y anecdótico, pero es Woolf, así que nada es tan sencillo ni nada es lo que parece.


Woolf escribe desde la incertidumbre de la amenaza de la guerra, desde el miedo a lo que está por venir. El espectáculo teatral y sus espectadores se convertirán en un microcosmos de la sociedad inglesa, atrapada en el umbral de dos épocas. Y también se convertirá en un espejo incómodo, un reflejo de las tensiones, las frustraciones y los deseos reprimidos de los espectadores. No esperemos una gran explosión emocional. Woolf no es de soluciones fáciles. Aquí la verdad se desliza entre frases sueltas, miradas que se esquivan, silencios, pensamientos apenas esbozados y gestos contenidos que dicen más que las palabras.


Todo es armonía, si pudiéramos oírlo


Cada personaje  es una isla, atrapado en sus obsesiones y frustraciones, que carga con su propio conflicto: Isa, atrapada en un matrimonio vacío, sueña con otro hombre mientras flota en su mundo de murmullos cargados de metáforas y poemas, como si eso la protegiera de enfrentarse a su propia insatisfacción. Giles, su marido, se consume en su propia rabia, una mezcla de frustración vital y angustia, con una tensión soterrada a punto de estallar y cuya rabia parece apuntar a (casi) todos. William Dodge, al igual que Isa es otro personaje vulnerable, otro “buscador de rostros ocultos”, con un deseo de pertenencia que nunca parece alcanzar del todo y que conecta emocionalmente con Isa y con la señora Swithin. El señor Oliver, anclado al pasado y con una visión conservadora del mundo; reflexivo y resignado, unido a su hermana por costumbre más que por necesidad, aunque la protege con una mezcla de ternura y desdén. La señora Manresa, siempre llamando la atención, necesitando aferrarse al presente; es pura superficie y exhibicionismo, una mujer libre porque ha dejado atrás la compostura.


Párrafo aparte para la adorable señora Swithin, “insensata y libre”, con una visión ingenua y casi mística del mundo. Como si pudiera tocar algo eterno en medio de la banalidad cotidiana. Es un personaje que parece vivir en una nube, en un mundo de imaginación que a veces se hace circular, lleno de ensoñaciones y recuerdos. Flota entre la historia y la espiritualidad, confundiendo el presente con el pasado. Aunque su desconexión de la realidad la hace parecer frágil y despistada (la “chocha” le dicen), Woolf le otorga una especie de inocencia casi sagrada. Su entusiasmo casi infantil, su capacidad para ver bondad y belleza en todo me cautivaron.


La música nos despierta. La música nos hace ver lo oculto, une lo fragmentado


Y párrafo aparte también para otro personaje: la señorita La Trobe, directora del espectáculo, alma creativa de la obra de teatro. No he podido evitar ver en ella una figura que parece reflejar a la propia Virginia Woolf. La Trobe es una directora exigente, obsesionada con su visión artística, pero en conflicto constante entre el impulso creativo y la sensación de fracaso, atrapada entre la ambición y la incertidumbre. Quiere mostrar a sus espectadores tal como son, confrontarlos con sus propias miserias y verdades fragmentadas, pero siente que nunca lo consigue con suficiente claridad.


Al igual que Woolf, La Trobe es consciente de la precariedad de su posición como creadora. Su desesperación por hacer que su visión cobre vida, por conectar con los espectadores y evitar que se dispersen, se transforma en una lucha constante. Tal vez podamos pensar que Woolf plasma en La Trobe su propio miedo a no ser comprendida, a que no se entienda su intención, a que su obra sea distorsionada o malinterpretada. No deja de ser una verdad de la creación artística: el verdadero arte nunca está completo, nunca parece satisfacer del todo a su creador. Por eso crear es un acto de soledad y vulnerabilidad; crear, al fin, es lanzarse a un abismo con la esperanza de que alguien, desde el otro lado, responda.


La Trobe depende de elementos externos (el viento, la lluvia, las vacas, la atención de los espectadores, los actores…) y de hecho descubre que la verdadera conexión no siempre se encuentra en el texto, en la trama o en el control perfecto de la escena, sino en el caos emocional compartido, lo cual refleja el reconocimiento de Woolf de que el arte nunca es completamente controlable, es etéreo, transitorio, difícil de atrapar y comprender.


No te preocupes por la trama: la trama no es nada


Woolf tenía un estilo único, con esa prosa que parece flotar, deslizarse, saltar de un personaje a otro capturando pensamientos, realidades, emociones y sensaciones como si fuera un caleidoscopio y las palabras tuvieran vida propia. Woolf no cuenta, sugiere. No afirma, insinúa. No explica, propone.


Woolf juega constantemente con la idea de que la realidad se filtra a través del arte y que el arte, al final, no es más que otra forma de intentar entendernos. Me pareció brillante cómo la representación parece terminar desmoronándose, como si ya ni el arte pudiera contener el caos que está a punto de desatarse en Europa. La última parte, con todos los espectadores dispersándose, es brutal. Esa repetición (un recurso que Woolf manejaba extraordinariamente) del “Nos hemos dispersado, nos hemos dispersado” y su posterior “Unidad. Dispersión” tiene un eco casi apocalíptico, como si ya no quedara nada que los mantuviera unidos.


Entonces se levantó el telón. Hablaron


¿Qué significa la frase final? Los personajes de “Entre actos” hablan, piensan, callan, pero nada se resuelve de todo. La incertidumbre se filtra en cada gesto y cada silencio. Woolf nos muestra cómo las máscaras se cuartean pero siguen ahí, como si desprenderse de ellas fuera demasiado doloroso en medio del caos interior y exterior. La guerra es inminente pero la batalla más complicada sigue siendo mirarse al espejo y aceptar lo que uno ve. No hay certezas, sólo “restos, pedazos, fragmentos” que intentamos unir sin éxito en el escenario que es la vida. Lo visible es acto y actuación. Pero lo que verdaderamente acontece sucede (siempre) entre actos, nunca en el escenario.


P.D.: En los diarios de Virginia Woolf, leo que John Lehmann (editor, junto a Leonard y Virginia Woolf, de Hogarth Press) escribió en marzo de 1941 a Virginia entusiasmado por “Entre actos” y le anuncia que se publicaría esa misma primavera, “pero las dudas y depresiones de Virginia ganaban terreno y ella le escribió disculpándose para decirle que el libro le parecía demasiado tonto y trivial, y que quería revisarlo para publicarlo en otoño”. El 28 de marzo Virginia cogió su abrigo, llenó de piedras sus bolsillos y se lanzó al río Ouse, próximo a su casa. Su cadáver no fue encontrado hasta el 18 de abril. Fue incinerada el 21 de abril y Leonard enterró sus cenizas bajo uno de los olmos del jardín de su casa, en Rodmell, Sussex, Inglaterra. Leonard dispuso que la enterraran junto a ella. Al final de su nota de despedida a Leonard puede leerse: “Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. No queda nada en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido


Ahora, con todos estos hilos, leed “Entre actos”.


Gracias, Virginia Woolf. Gracias, Andrés Bosch (traductor)


©AnaBlasfuemia

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