“No está bien que un ser humano aúlle como un lobo”
Necesitaba rebajar intensidad lectora, así que busqué en mis estanterías algo menos vehemente pero no hueco, sencillo pero no carente de verdad. Paasilina me pareció buena opción. Ya lo sé, quería dejar de aullar y me fui a buscar un molinero aullador. Así soy.
No ha sido una lectura compleja ni psicológicamente profunda, sino más bien sencilla y directa. La prosa de Paasilinna es clara, casi desnuda, cercana a la fábula y al cuento infantil. Y esa elección estilística define todo el libro: no está aquí para complicarnos la vida con caprichos narrativos, sino para plantear, con la sencillez necesaria, cuestiones sobre la diferencia, el rechazo, la marginación y la justicia.
Huttunen, el molinero aullador, no es un héroe introspectivo ni un personaje complejo desde el prisma psicológico. Más bien es una figura que encarna la vulnerabilidad y la incomodidad social de ser distinto. Su sabiduría simple convive con un comportamiento, a veces bruto y a veces infantil, que no se aleja de la violencia como recurso para protegerse o responder, atrapado en sus propios impulsos (inocentes unos, agresivos otros). Esa contradicción no se resuelve ni se disfraza: se presenta con honestidad. Esto puede desconcertar, pero también es una declaración de intenciones clara de Paasilinna: aquí no hay una figura idealizada, sino un hombre real, con sus luces y sus sombras.
Aullar, para Huttunen, no es solo un desahogo o un gesto animal: es un lenguaje primario, una llamada de socorro y de afirmación de existencia. Un grito contra la domesticación hipócrita de la sociedad. Aullar es, en última instancia, un recordatorio brutal de que somos más que normas: somos instinto, somos emoción, somos rabia. Lo que desconcierta siempre es lo diferente.
El pueblo funciona como un microcosmos social, con un esquema casi arquetípico de cómo se afronta lo diferente: el rechazo colectivo a quien es diferente; la compasión individual; y la justicia práctica, limitada y humana (sin heroicidades). Este esquema no es un análisis sociológico complejo, es un recurso narrativo que invita a reflexionar sin perder la esencia de la historia, evitando el barroquismo pero permitiendo pensar sobre la exclusión y la empatía, pero sin enredarse.
Lo más inquietante es que no hay grandes villanos. La violencia que sufre Huttunen no viene de individuos sádicos, sino de gente aparentemente “normal” y eso hace que esa violencia sea más peligrosa, más extendida, más insidiosa. Huttunen y las pocas personas que le apoyan suponen una resistencia simbólica ante la injusticia sin recurrir a grandilocuencias. El final, con su aire de fábula (el perro y el lobo impartiendo justicia poética), cierra la historia con un acto sencillo pero cargado de significado, dejando espacio a la reflexión sin imponer una conclusión servida en bandeja.
Paasilina no quiere profundizar psicológicamente, no quiere construir un retrato clínico o verosímil de Huttunen, sino que desea mostrarnos a un hombre que funciona con otros códigos. Y en ese contraste (entre la claridad instintiva y la brutalidad reaccionaria) nos plantea una pregunta incómoda: ¿quién está más loco: el que reacciona de forma brutal o el que actúa con “normalidad” dentro de una sociedad hipócrita e insensible?. Huttunen es un personaje casi “rusoniano”: el buen salvaje, instintivo, justo en su percepción moral, pero sin el barniz de lo “civilizado”. Y al mismo tiempo, víctima de esa civilización que le impone formas artificiales de relación.
“El molinero aullador” no aspira a la complejidad literaria ni a la profundidad psicológica exhaustiva ni al barroquismo estilístico. Busca la claridad y la sencillez, y es esto lo que permite que la historia hable por sí misma, sin excesos ni especulaciones ni complicaciones ni vueltas de tuerca. Esa apuesta por la transparencia me parece una forma de grandeza literaria. Paasilina nos dice que una historia sencilla, bien contada, puede mostrarnos la dificultad y la necesidad de convivir con las personas que son diferentes, puede hablarnos de la justicia imperfecta que podemos ofrecer y de la soledad inevitable del “outsider”. Y quizás también nos invite a preguntarnos si alguna vez, aunque solo fuera por un instante, también nosotros hemos sentido la necesidad de aullar.
Gracias, Arto Paasilina, gracias Úrsula Ojanen y Eduardo Vila Santos (traductores)
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