lunes, 30 de junio de 2014

Ritos funerarios (Hannah Kent)


Título original: Burial Rites
Traductora: Laura Vidal
Páginas: 384
Publicación: 2011 (2014)
Editorial: Alba
ISBN: 9788484289715
Sinopsis: Basada en la historia real de la última mujer decapitada en Islandia, acusada del brutal asesinato de dos hombres, Ritos funerarios es una novela de suspense y de pasiones íntimas con el trasfondo del paisaje helado de la Islandia del siglo XIX. Agnes, mientras espera la hora de su ejecución, es confinada en la granja de un matrimonio y de sus dos hijas. Horrorizada, la familia ni siquiera quiere hablar con ella. Tan solo el joven ayudante de un pastor intenta comprenderla y salvar su alma. A medida que sus conversaciones progresan y el invierno deja su huella, el dilema se afianza: ¿fue Agnes culpable o no de los terribles hechos de que la acusan?

Dicen que debo morir. Dicen que le robé el aliento a unos hombres y que ahora ellos deben robarme el mío.
Editorial, portada, sinopsis. Verlo y quererlo. Por eso me hice con el libro. Leerlo por una provocación, aceptando un reto: buscar una frase. Resolución del reto: caliente, caliente, aunque no llegué a quemarme…

Aceptamos hechos reales: Agnes, sí o sí, ha sido la última mujer decapitada en Islandia. No hay trampa ni cartón en este hecho. Así que la primera incógnita que se nos presenta en todo libro, cuál será su final, ya la tenemos despejada desde el principio. No hay sorpresa posible ahí. Conocer ya cómo termina centra nuestra atención en otros aspectos, en la historia que nos cuenta Hannah Kent y no tanto en su resolución. No busca sorprender ni asombrar, sino recrear una posibilidad. Podemos elegir cuál será nuestro interés, aquel que hace que leamos y leamos, quizás conocer qué pasó la noche de los asesinatos o quizás, como fue mi caso, conocer a Agnes, su vida, y, especialmente, cómo vive sus últimos meses sabiendo que va a ser ejecutada.

Sabemos cuáles fueron los hechos reales: dos hombres muertos, un hombre y una mujer condenados y ejecutados, otra mujer (una niña) a la que se conmuta la pena. Se nos muestran cartas y documentos oficiales reales sobre el caso. No hay duda, Hannah Kent se ha documentado y lo ha hecho bien. Nos crea la atmósfera y el ambiente y yo he sentido hasta el gélido clima islandés, en muchos momentos he leído sintiendo mis dedos ateridos de frío, e incluso he sido capaz de olfatear el olor de la pobreza, de la tremenda pobreza y miseria de la sociedad islandesa de aquella época. Punto a favor de Hannah Kent: un lenguaje muy sensorial, que llega a la nariz, a la boca, al tacto…

Estructura, ritmo, tiempos… sorprendentemente para una escritora joven en su primera novela, están muy bien manejados y equilibrados, no sólo facilita la lectura, es que tiene un efecto atrapante y envolvente que me ha resultado muy agradable.

Me gustan los libros que me cuentan una historia, y Hannah Kent, a partir de unos hechos reales, crea una posibilidad, una ficción de qué pudo haber sucedido para llegar a ese final desvelado: Agnes será decapitada. Y, oigan, no me cuenta mal la historia. Es más: me la creo, me resulta verosímil. Anotemos otro punto más a favor de Hannah Kent: no cae en el sentimentalismo, no edulcora, tampoco hace sangría. Mantiene el punto justo, el equilibrio esperado, ni demasiado distante ni demasiado cercano. El lenguaje utilizado es muy lirico en algunos momentos, con exceso de cuervos si acaso, no es recargado, sí muy descriptivo, cautivador y evocador.

Podemos restarle un puntín, que no desmejora el resultado final: Hannah Kent se centra en el perfil de Agnes, en su historia personal, y se quedan desdibujados otros personajes, como los de los componentes de la familia que acoge (a la fuerza ahorcan…) a Agnes en los meses anteriores a la decapitación. Hubiera agradecido, la historia me lo pedía, conocer más a esa familia, especialmente a la madre de familia, Margrét. Creo que esa relación entre los distintos miembros de la familia y Agnes merecía más profundidad, pero a Hannah Kent le urge más el personaje de Agnes sin atender tanto a secundarios o al desarrollo en profundidad de las relaciones que se establecen.

Es verdad que lo que nos cuenta no resulta novedoso ni rompe ningún esquema esperado, no hay riesgo en ese sentido. Pero si aun así, sin sorpresas en el horizonte, ha conseguido mantenerme en la lectura, es por mérito de la autora y su forma de contar una historia.

En este caso cierro el libro y puedo decir que me ha gustado, y mucho. No pasará a la sección joyas, pero es un libro que contiene una solidez y una ambientación que provoca que seguramente conserve en mi memoria más tiempo del que hubiera pensado… Es un recomendable primer libro de una autora a la que habrá que seguir la pista.
(©AnaBlasfuemia)

Foto original de un escrito de Pétur Bjarnasson (reverendo de Undirfell) a Bjorn Blondall. En ella se puede leer: La rea Agnes Magnúsdóttir nació en Flaga, en la parroquia de Undirfell en 1795. Recibió la confirmación en 1809, edad a la cual se escribió de ella que tenía “un excelente intelecto; y un conocimiento y una comprensión del cristianismo sólidos”. Así consta en el libro parroquial de Undirfell.

Aquí podemos ver una badstofa, muy mencionada en el libro. Sirva para hacerse una idea de cómo dormían unos cerca de otros y más de uno en la misma cama.

Esto es lo que se conserva del taller de Natan en Illugastadir

El lugar en el que se ejecutó a Agnes y la placa en la que se la recuerda.

Una vivienda similar a la que podría ser la de la familia Jónsdóttir

miércoles, 25 de junio de 2014

Agosto, Octubre (Andrés Barba)


Páginas: 152
Publicación: 2010
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433972163
Sinopsis: La tensión de la adolescencia de Tomás llega a un punto de no retorno cuando viaja con su familia al pequeño pueblo de veraneo en el que suelen pasar las vacaciones. Todo empieza a suceder de pronto como en un encadenamiento inaplazable: el descubrimiento del sexo y de la violencia, la muerte, la transgresión… Tomás se descubre a fogonazos, como si no pudiera evitar que su inteligencia fuese un paso por detrás de sus acciones, hasta que la dinámica de las cosas le lleva a par­ticipar en un acto que no puede perdonarse a sí mismo. Es entonces cuando se siente obligado a sentarse frente a la única persona que le puede juzgar y perdonar.


La excitación se parecía más a una molestia que a un placer.
La adolescencia… ese período de nuestras vidas tan extraordinario como desconcertante, en el que cuerpo, mente y desarrollo se desajustan y descompasan. Por alguna razón, la adolescencia y el verano van muy unidos, al menos en el recuerdo. Y también el despertar al sexo, igualmente confuso y sin formas definidas, ese ardor interior cuya salida es abrupta, torpe, casi violenta. Como estar hambriento de forma desesperada, tener la comida y no saber dónde está exactamente la boca. Y en esas está Tomás.

Y como parece inevitable, esa transformación obligada que es la adolescencia, viene de la mano de la desmitificación de los padres, a los que de repente ve con los ojos de la desilusión: pánfilos, conformistas, vulgares… Ya no son esos padres con superpoderes que iluminan, orientan, expanden, protegen. Parece necesario esa ruptura, ese deshacerse del vínculo con los padres, para seguir adelante. Ahora el rey es… el cuerpo, el físico (lo que vienen siendo las hormonas, vaya). Llevarlo al límite, ponerlo a prueba. Y el sexo, claro, papel protagonista y estelar durante la adolescencia.
Caminó hacia la ría porque no se debía caminar hacia la ría.
Porque en eso consiste también atravesar la adolescencia: todo aquello que hasta ahora era un “no” tiene que ser explorado, investigado, experimentado… Como si la vida tuviera que ponerse a prueba. En el fondo la adolescencia es un volver a los primeros años de nuestra vida, cuando con nuestros torpes pasos, recién estrenados, vamos poniendo todo lo que nos rodea a prueba, comprobando qué está bien y qué está mal: metes los dedos en los enchufes, te llevas a la boca todos los objetos pequeños que encuentres por el suelo, introduces la cabeza en sitios de los que luego no puedes sacarla, te metes en todos los charcos… Pues trasladamos eso a la adolescencia y, ahí está, explorando y probando todo como si diéramos los primeros pasos, torpemente pero sin miedo ni conciencia del peligro. Metiendo los dedos en el enchufe o la cabeza en una verja… y luego no poder sacarla.

Esa travesía, esa etapa-bisagra que es la adolescencia, donde se cierran algunas puertas con brusquedad y se abren otras con temor, es la que va a hacer Tomás, el protagonista de Agosto, Octubre. Una travesía introspectiva, privada, a la que asistimos como espectadores, casi con pudor. Los cambios, las transformaciones, siempre son dolorosas, algo se queda atrás, algo que no volverá. Quizás como forma de suavizar ese abandono, miramos aquello que dejamos atrás con cierto desdén: lo que antes era algo sólido e inamovible en el proceso de cambio lo vemos como endeble e innecesario. Quizás sea necesario desdeñar aquello que dejamos atrás para poder seguir hacia adelante.

Cuando la adolescencia estalla, lo hace dentro de una caja de resonancia. Deja secuelas. Es una travesía turbulenta que luego recordamos matizada, ligeramente embellecida con cierta autocondescendencia. Pero a veces hay que rendir cuentas de algunos actos que hacemos bajo el cobijo (y la excusa) de la adolescencia.

Andrés Barba escribe bien, muy bien, incluso en algunos momentos pensé que todo el libro estaba al servicio de esa facilidad para establecer símiles y crear sensaciones con las palabras, y en ese recrearse a veces se le va un poco la mano. Pero especialmente hubo un par de cosas que me impidieron disfrutar del todo de la lectura. Una de ellas es una reiteración constante en el uso del “como si” y “como un(a)”. Un recurso literario que, excesivamente utilizado por Andrés Barba, martilleaba mi cabeza impidiendo que mantuviera un ritmo plácido en la lectura. Un ejemplo:
Página 138: “Y ella lo repite, más que como una recomendación de higiene, como anuncio apocalíptico y asustado…”
“… un poco tontamente emocionado, es como todos esos chicos y chicas….”
“… sus respiraciones se vuelven un poco gruñidos a veces, como si se deslizara…”
“… siempre le ha interesado, como si algo íntimo se pusiera de manifiesto”
Todo eso en una sola página de apenas 27 líneas. Pero es un recurso que aparece con (excesiva) frecuencia en el libro. Puede parecer una tontería, pero a mí esa abundancia de “como” y “como si” me sacaba de la intimidad de Tomás y su historia y me hacía verla desde más distancia de la que quería. Una mosca cojonera, vaya.

La segunda cosa es algo personal. Pero referirse a una persona como “subnormal” aunque sea usándolo como descripción de una condición intelectual es algo que me enerva. Y es un libro publicado en 2010. Para mí es una palabra en desuso. Y encontrarla, tal como se utiliza en el libro, me dio otro empujón hacia fuera. Es una palabra que me golpea y molesta.

Pese a estas objeciones, que son demasiado personales como para que las tengáis en cuenta, me ha gustado mucho descubrir a este autor, cómo construye la narración, cómo escribe, cómo indaga en la sensibilidad y psicología del protagonista, cómo condensa en pocas páginas todas esas complejas, intensas y confusas redes de la adolescencia. Me ha parecido un buen libro al que, por manías de esas que tengo, no le he sacado todo el rendimiento que seguramente se merezca. 
(©AnaBlasfuemia)

Reto de Escritoras Únicas: Alejandra Pizarnik

 
Esto es difícil. Porque esta Escritora Única que hoy os traigo es poetisa. Y la poesía, no sé muy bien la razón, no es un género frecuentado por muchos lectores. Por algo será que se dice que hay más poetas que lectores de poesía. Tal vez haya que aprender a leer poesía, no leerla como se lee narrativa. Los poemas contienen tantos mundos y sensibilidades que se me hace difícil pensar que se renuncie a ellos explícita y categóricamente.

Alejandra Pizarnik nació el 29 de abril de 1936 en Avellaneda (Argentina). Y falleció un 25 de septiembre de 1972. Vivió, pues, 36 años. Como un poema, en tan pocos años de vida vivió muchos mundos.

Hija de inmigrantes judíos de origen ruso y eslovaco, no tuvo una infancia nada fácil, aunque su familia tenía una posición económicamente acomodada. Su español estaba muy marcado por el acento europeo. Tartamudeaba. Tenía mucho acné y tendencia al sobrepeso. Ah, vale, una infancia como muchas otras, nada que sea especialmente dañino aparentemente, hay muchas infancias plagadas de acnés, incomprensiones, sobrepesos, despropósitos, gafas, tartamudeos, aislamientos, cuerpos desaliñados, torpes… Pero ahí es donde entra en juego la que puede ser nuestra mejor aliada o nuestra peor enemiga: la autoestima. Y la de Pizarnik decidió ser su enemiga. Se obsesionó con su cuerpo y además se flageló y alimentó esa obsesión comparándose con su hermana. De ahí a consumir anfetaminas y volverse adicta a ellas sólo fue un paso. Parece que tenía Trastorno Límite de Personalidad, aunque a mí hay etiquetas que me tientan mucho el cuestionarlas, pero este no es el lugar.

Se tituló en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, y posteriormente estudiaría Literatura Francesa en La Sorbona. Allí publicó poemas y escribió varias críticas. Y sería allí donde conocería, entre otros, a Julio Cortázar, Rosa Chacel y Octavio Paz. Sería el propio Octavio Paz (¡nada menos que Octavio Paz!) quien le prologaría su cuarto poemario Árbol de Diana (1962).



Era una gran lectora, de esas personas que intentan profundizar y aprender de las lecturas y los grandes autores. Firmemente apolítica (de hecho aborrecía la política, porque su familia europea había sufrido tanto el fascismo como el estalinismo), su punto de mira, el eje sobre el que giraba su vida y sus proyectos, era la literatura.

Alejandra Pizarnik es considerada una de las poetas surrealistas más reconocidas y valoradas de Argentina. Pero sirva esta declaración de la propia Pizarnik para atisbar, aunque sea ligeramente, las contradicciones, luchas internas y búsqueda constante contra las que tenía que combatir: 

En el fondo —escribe el 25 de julio de 1965— yo odio la poesía. Es, para mí, una condena a la abstracción. Y además me recuerda esa condena. Y además me recuerda que no puedo «hincar el diente» en lo concreto. Si pudiera hacer orden en mis papeles algo se salvaría. Y en mis lecturas y en mis miserables escritos.
Este texto me parece como un escaparate en el que Pizarnik se nos muestra desnuda, indefensa y a la vez combativa en ese campo de batalla que fue ella misma. Me recuerda tanto a Única Zürn


El 25 de septiembre de 1972, mientras se encontraba de permiso de su estancia en un centro psiquiátrico, en el que estaba internada por un cuadro depresivo y tras dos intentos de suicidio, Pizarnik se quitó la vida tomando 50 pastillas de Seconal.

Reconozco que he hecho esta entrada desanimada. Porque el objetivo de que nos planteáramos este Reto de Escritoras Únicas era tanto dar a conocer a una serie de escritoras excepcionales como el invitaros a conocer su obra. Pero soy consciente que las “vidas duras” de muchas de ellas, y además en este caso el género en el que se expresó, la poesía, echa para atrás a algunos lectores. Si fuera capaz de transmitiros cómo el conocer la vida de estas autoras ha servido para acercarme a su obra de una forma distinta, de una forma que ha despertado en mí un gran respeto y admiración por lo que leía. Si fuera capaz de haceros llegar lo que ha significado para mí conocer más en profundidad a todas estas autoras (Sylvia Plath, Herta Müller, Marguerite Yourcenar, Charlotte Brontë, Elizabeth Hardwick, Sor Juana Inés de la Cruz, Alfonsina Storni, Rosalía de Castro, Virginia Woolf, Delmira Agustini, Janet Frame, Jane Bowles, Unica Zürn, Dorothy Parker, Irène Némirovsky, Emily Dickinson…) y cómo eso ha cambiado mi forma de leer para hacerla y hacerme mejor, mucho mejor. Si fuera capaz…

Os dejó AQUÍ una entrevista a Alejandra Pizarnik (de 1972). Y AQUÍ un maravilloso y genial blog dedicado a Pizarnik que os recomiendo a quienes queráis conocer más y mejor su obra.


http://loqueleolocuento.blogspot.com.es/2013/12/reto-escritoras-unicas.html

PD: Os recuerdo que el viernes a las 00.00 h. finaliza el plazo para participar en el sorteo activo en este blog (un magnífico libro de Jean Rhys os espera)


jueves, 19 de junio de 2014

Stoner (John Williams)


Título original: Stoner
Traductor: Antonio Díez Fernández
Páginas: 240
Publicación: 2003 (2012)
Editorial: Baile del Sol
ISBN: 9788415700616
Sinopsis: No hay, ni falta que hace.


Tú también estás entre los enfermos, tú eres el soñador, el loco en el mundo de los locos, nuestro Don Quijote de El Medio Oeste sin su Sancho, retozando bajo el cielo azul. Eres lo bastante listo. Pero tienes el mal, la vieja enfermedad. Crees que hay algo aquí, algo que encontrar. Tú también estás destinado al fracaso; no es que te vayas a enfrentar al mundo, dejarías que te masticara y que te escupiera y te quedarías ahí pensando qué salió mal. Porque siempre esperaste que el mundo fuera algo que no es, algo que no deseó ser. El gorgojo en el algodón, el gusano en el frijol, el insecto barredor en el maíz. Nos podrías mirarles a la cara y no podrías enfrentarte a ellos porque eres demasiado débil y eres demasiado fuerte. Y no tienes a donde ir en el mundo.
Aquí estoy, intentando escribir sobre la lectura de un libro que por no tener no tiene ni sinopsis. Un libro que está entre las joyas de muchos, muchísimos blogueros, pero oculto o inexistente en la mayoría de las librerías y bibliotecas. Un libro que ha estado mucho tiempo en mi estantería y que he leído ahora, gracias al tierno empujón de una amiga. Y no sé qué decir, o mejor dicho, no sé cómo decir. Tengo las palabras en rebeldía. Quiero escribir y sólo salen palabras grises, una detrás de otra, como hormigas anodinas, vacías de contenido. Palabras-hormiga.

Afronté la lectura con miedo, con ese respeto con el que coges un libro tan elogiado ¿y si a mí no me decía nada? Tenle paciencia, me dijeron. No hizo falta. Porque desde la primera página quedé cautivada por la forma de escribir de John Williams. Y luego, poco a poco, fui stonerizada, inoculada ya de por vida del espíritu Stoner. Stoner en vena, diluyéndose en mi torrente sanguíneo y haciendo bombear el corazón. Bum. Bum. Bum.

Página 17:
“Esto percibes, lo que hace tu amor más fuerte,
amar bien aquello que debes abandonar pronto” (William Shakespeare)
El señor Shakespeare le habla a través de trescientas años señor Stoner ¿le escucha?
¡Qué escena!, qué tensión, qué instante tan grandioso… Ahí ya estoy arrodillada ante John Williams, en ese describir un momento que cambia la vida de un hombre, que hace que se convierta en alguien diferente a quien había sido hasta entonces. Momentos que te cambian la vida. La tensión recreada en esa escena es de tal nivel que muchos escritores debieran de tenerlo en su cabecera para recordar cómo sin artificios innecesarios se puede evocar y provocar que el lector aguante la respiración y se le olvide espirar, inspirar, espirar, inspirar... Sin dramas recargados, sin ficción, sin acción. Convocando lo cotidiano y contándolo.

Y sigues leyendo, visualizando las imágenes que Williams nos muestra con suavidad, sin estridencias, sin juzgar. Pero la mirada va más allá de esas imágenes, va a la esencia de las personas, al alma misma de cualquier ser humano. De un ser humano cualquiera.
Se había percatado de que sus padres y él habían comenzado a sentirse como extraños y se dio cuenta de que su amor por ellos se intensificaba con la pérdida.
Me ha pasado mucho a lo largo de esta lectura. Quedarme detenida ante una frase, un párrafo. Así, tan fácil, Williams describe taaaantas cosas. Como por casualidad, como quien no quiere la cosa. Sin esfuerzo.

¿Quién es Stoner? Stoner parece un hombre débil, comedido, anodino, un sinsangre, conformista, poco luchador, sin ambiciones, un hombre sencillo, simple. Y lo es. Un hombre común. Absolutamente normal, si es que ser normal es ser un hombre honesto, coherente y honrado. Una persona que quiere hacer lo correcto, enamorarse, casarse, tener una familia, trabajar, tener amigos, que lo dejen tranquilo. Y se casa, trabaja en lo que le gusta, se enamora, tiene amigos, tiene una hija, tiene una amante… Y espera que le consideren por lo que hace. Todo muy vulgar y corriente, pero detrás de las vidas más prosaicas y anodinas siempre hay historias, historias normales. Historias que contar, porque lo normal también se puede contar. Pero hay que ser John Williams para hacerlo… así.
El amor, intenso y fijo, siempre había estado ahí. En su juventud lo había dado sin pensar. Lo había ido dando, de manera extraña, en cada momento de su vida y quizás lo había dado más cuando no era consciente de estar dándolo.
Un hombre como hay tantos, hombres y mujeres, aparentemente invisibles, sin brillo pero con una tremenda luz interior que no consiguen proyectar al exterior, salvo breves destellos que los demás pueden alcanzar a ver y retener… o no. Héroes anónimos del devenir de la vida, titanes del día a día que se mantienen firmes en sus convicciones y creencias. Su verdad, su coherencia, su integridad. Colosos cotidianos que toman pequeñas y grandes decisiones, y, mierda, a veces se equivocan. Y asumen sus equivocaciones. Y en algún momento se preguntan si su vida ha merecido la pena. Y se llenan de ysis (¿y si hubiera hecho o dicho esto, y si no hubiera hecho o dicho lo otro..?). Todo absolutamente corriente. La normalidad con sus claroscuros.

Superhombres de andar por casa, palmarios, que a veces no saben qué decir o qué hacer, dentro tienen la actitud y la decisión adecuada, sólo les falta dar el paso hacia afuera. Pero se quedan ahí, en medio del salón, sin saber qué hacer porque ya ha pasado el momento. Y callan, no hacen nada. Un microsegundo y de hacer lo correcto, lo que debiera hacer, a no hacer nada. Dejarlo estar. Cuántas veces he tenido esa sensación, querer decir o hacer algo y en un momento darme cuenta que ya no, ya es tarde. En un segundo el escenario ha cambiado, ya no tiene sentido. O abres la boca y las palabras-hormiga se van deslizando y mostrando a otra persona que no eres tú. Nadie se da cuenta y te sumerges en el gris. Los precipicios entre lo que sucede en nuestro interior y lo que proyectas al exterior. Podrías despeñarte por ellos, pero Stoner no, sigue viviendo. Microcismas que asumimos con naturalidad, desmembraciones que provocamos y recomponemos casi sin darnos cuenta. Abismos que se producen detrás de detalles insignificantes.

Pensé que en algún momento querría zarandear a Stoner, agitarlo. Pero no. Cuando en una ecuación eres el factor decorativo, lo suyo es retirarse y dejar que la lógica, matemática, siga su curso. Y mientras, Stoner se sumerge en otras cábalas en las que se encuentra y se reconoce, tal vez esperando a que algún algoritmo se interese por conocer sus posibilidades numéricas.

Así que no, no he tenido tantas ganas de menear a Stoner como pensaba. Lo he comprendido tan bien, en ese contexto de la realidad cotidiana superando a la ficción. Porque si algo hace que John Williams sea un escritor descomunal es que nos cuenta la vida de un hombre como hay cientos, miles, millones, en la calle, ahora mismo podemos mirar alrededor o mirar un espejo, y encontrar a Stoner. Y lo cuenta de una manera que nos engrandece a todos, da sentido a esas vidas aparentemente anodinas, pone el foco, enciende la luz e ilumina esas vidas. Nos dignifica. En 240 páginas. Sin artimañas. Transparente, claro, objetivo, sólo poniendo luz en esas partes que normalmente aparecen en la sombra.

Conozco a Stoner. Hay un Stoner cerca de mí y lo he reconocido al leer este libro. Un Stoner que hace unos días al separarnos después de una curiosa charla de pie en medio del campo, estando a cuatro metros de distancia mientras me alejaba, le oí susurrar gracias por escucharme, tan bajito que no supe si había oído su voz o su pensamiento. Y ahora sé por qué mi Stoner me atrae tanto, por qué quiero conocerle más: he visto sus destellos, su normalidad. Su honestidad. Un hombre cabal y anodino.

Y llego al final de la lectura. Y tengo que ponerme de pie. Lo termino de pie porque no puedo estar sentada. Parada, en medio de la cocina, leo el final de este enorme, enorme, libro. Termino de leerlo. Cierro el libro. Cierro los ojos. Abrazo el libro mientras que en su interior Stoner abraza otro libro. Porque los abrazos nos resumen y nos explican. Sí, lloro. Como lloré con El niño perdido, con Primavera sombría, con La niña del faro… porque es un grandísimo libro. Y lloré por Stoner. Con Stoner. No es tristeza, es agradecimiento. Gracias, más por favor… ¿Qué esperabas?

Bum bum. Bum bum. Bum bum...
(©AnaBlasfuemia)




lunes, 16 de junio de 2014

La balada de Iza (Magda Szabó)


Título original: Pilátus
Traductor: José Miguel Marcén | Mária Szijj
Páginas: 288
Publicación: 1963 (2008)
Editorial: Mondadori
ISBN: 9788439721314
Sinopsis: La señora Szöcs es una anciana que acaba de enviudar y que, aunque se siente muy sola, está acostumbrada a vivir en su pueblo. Iza, su hija, decide con las mejores intenciones que su madre se traslade a Budapest. Pero, en la capital, la señora Szöcs no es feliz y empieza a sumergirse en una depresión, hasta que toma la determinación de regresar a su pueblo.
Podéis leer el primer capítulo AQUÍ


En mi ruta (muchas veces imaginaria) de lecturas estaba otro libro de Magda Szabó, concretamente La puerta. Pero el corazón tiene razones que la razón no entiende, así que terminé dando un rodeo a la puerta en cuestión para escuchar una balada. ¿He dicho balada? Después de leerlo juraría que, más que una balada, la banda sonora de este libro sería La canción del verdugo. El verdugo sería Magda Szabó y la ejecutada, sin duda, Iza.

Nuevamente (y no ha sido buscado), como sucedía en Al envejecer, los hombres lloran, nos encontramos en la década de los 60 (en 1960, concretamente), esa época bisagra en la que se confrontaban lo tradicional y la modernidad, el idealismo frente al materialismo, el consumismo frente al ahorro o el conformismo, comunismo frente a capitalismo. Y en medio, dos generaciones, que son dos mundos: padres e hijos. Madre e hija en este caso. Y una confrontación extra: lo rural frente a lo urbano, representando ambos esas bipolaridades mencionadas.

Magda Szabó sí que pone ritmo de balada a la hora de contarnos esta historia: el ritmo es pausado, lento, intimista, suave, un ritmo que te mece. Muy fácil y agradable de leer, las descripciones detalladas y atinadas de los personajes y sus emociones son delicadas, inteligentes y muy evocadoras. Conoceremos sobre todo a Etelka, la madre de Iza. También a Antal. Y aunque cuando comienza el relato Vince, el padre de Iza, ya ha fallecido, también le llegamos a conocer bien. A todos da voz Szabó. Menos a Iza. A Iza sólo le da voz muy de soslayo. Son los demás los que nos ofrecen la imagen de Iza: controladora, fría, entregada a su trabajo (es médico, una reumatóloga prestigiosa). Competente, equilibrada, entregada, perfeccionista y distante. Una imagen de Iza que se me antoja cruel.

Pero ¿es así Iza? ¿Quién le pregunta a ella? ¿Quién le da pie para que Iza se nos muestre?. Nadie, en verdad. Todos la juzgan, eso sí. Y la condenan.

Es fácil ponerse del lado de su madre, Etelka, se nos muestra tan desvalida, tan tierna, tan entrañable… que sientes lastima. Pero la lastima creo (es una convicción en realidad) que no es el mejor de los sentimientos que se deben de tener hacia una persona. De hecho, Iza también llega a despertar en algún personaje esa lastima, esa compasión (las migajas de los sentimientos)… que en ningún caso lleva a que nadie le diga a Iza claramente qué es lo que pasa.

Este libro, además de estar muy bien escrito, muy claro y transparente, tiene el mérito de que, por un lado, te hace más tolerante y paciente y, por otro, genera muchas conversaciones, mucho debate. Es un libro ideal para un Club de Lectura. Muchos temas: saltos generacionales, el cómplice espacio común de la pareja frente al deshabitado espacio común con los hijos (cuando ya son mayores), la impaciencia que conlleva la sociedad moderna, conciliar trabajo-familia-vida personal, la relación madre-hija, el espacio cada vez más reducido que nuestra sociedad concede a la tercera edad... Y la incomunicación, sobre todo la incomunicación. Hablamos pero ¿nos comunicamos?. Va a ser que no. Tal vez en la balanza al final es más lo callado que lo dicho. Y eso causa estragos, invisibles, pero estragos. Los silencios siempre hacen más daño que las palabras más crueles, porque podemos rellenar los silencios en nuestra imaginación con un contenido más cruel y duro para con nosotros mismos que lo que contendrían las palabras dichas. O permanecer ignorantes, inseguros, llenos de dudas y faltos de respuestas, que no supone menos estrago.

Szabó traza con mano delicada y mucha destreza un lienzo con muchos escenarios posibles, apuntando posibilidades que luego el lector debe de desarrollar en su interior. Al final te preguntas qué es lo que hace felices a las personas. Y cuánto de nosotros mismos hay en lo que hacemos y cuánto es impuesto por el exterior, las apariencias, los miedos, la sociedad, la vorágine de las obligaciones… Y te preguntas si merece la pena ese desequilibrio.

De fondo, una temática muy actual: el espacio que la sociedad deja para los ancianos. Un espacio cada vez más reducido para quienes han caminado muchos caminos, han levantado algunas vidas, han amado, se han equivocado, han sufrido, han gozado, se han entregado, han renunciado… A la vejez deberíamos de llegar con calma, como a un anticipo de tiempos mejores, y nunca con temor. El temor del abandono, de la soledad, del olvido, de la dejadez personal y social… ¿Qué mundo estamos construyendo? Un mundo complaciente y silencioso, como si callándose o mirando a otro lado las cosas dejasen de existir. Existen y mañana seré yo y también tú. Pero yo ya no estaré para verlo. La vida continúa.

Personalmente pienso que a Szabó se le ha ido la mano con el final, como si pretendiera dar una vuelta de tuerca más para castigar a Iza. No sé si era necesario, no sé si Iza mereciera tanto castigo o quizás que alguien que hablara con ella. Siempre soy más partidaria del abrazo, la escucha y el diálogo que del desprecio y el castigo.

Una lectura recomendable, intimista, de lectura fácil pero con mucho fondo. Que alguien se lo lea para comentar, por favor…

 (©AnaBlasfuemia)
 

jueves, 12 de junio de 2014

Sayonara, Mio (Takuji Ichikawa)

Título original: Ima, Ai ni Yukimasu
Traductor: Jordi Fibla
Páginas: 256
Publicación: 2003 (2011)
Editorial: Alfaguara
ISBN: 9788420407234
Sinopsis: Un año después de la muerte de Mio, su esposo, Takkun, y Yuji, su hijo de seis años, llevan una vida triste. Takkun es incapaz de realizar las mínimas tareas necesarias para cuidar de la casa, de Yuji y de sí mismo. Todo cuanto hace es escribir una novela sobre su mujer. El primer día de la estación de las lluvias, Takkun y Yuji están dando un paseo por un bosque, cerca de una vieja fábrica de sake, cuando encuentran a Mio -sea como fuere, es igual que ella-. Pero Mio no tiene recuerdo alguno de la vida o de la muerte. Ha regresado para estar con ellos, tal y como prometió. Deben vivir aún muchos días juntos, y debe explicarles muchas cosas, antes de volver a despedirse.

No sé cómo llegué a este libro, la verdad. Se materializó delante de mí, así, sin más. El caso es que leí la primera página y ya no pude parar. A ratos no sabía si estaba leyendo un libro para un público juvenil, pero igualmente, no podía dejar de leer.

Parte de esa voracidad leyendo se debe a que es una historia construida principalmente a través de numerosos diálogos, párrafos cortos y dosis apropiadas de humor. Más que leer, era como si Takkun me estuviera contando una historia. Eso hizo que la lectura fuera muy fluida y ágil.

Takkun, la voz principal, es un personaje inmaduro, infantil diría, con problemas de ansiedad y quién sabe si fobia social, que los psicólogos (esos locos) etiqueten si les apetece. Tal vez por eso, porque él es quien nos cuenta la historia, esa sensación de ser una lectura para público juvenil no se me fue ningún momento. O incluso como si estuviera leyendo un cuento, o viendo una película de dibujos animados, de esas que los niños miran embobados, te sientas al lado y terminas tú también embobada viendo la película de principio a fin.

Lo que cuenta es una de esas historias tan viejas como el mundo: una historia de amor. Un amor de esos reconocibles, cotidianos, que ahora mismo en este mundo tan viejo está sucediendo y encendiendo luces que iluminan a las personas. Y la historia transcurre entre humor, ternura, y (como ya comenté) mucho diálogo y mucho párrafo corto que es lo que apresura y hace amena la lectura. En los párrafos más largos me ha parecido que Takuji Ichikawa flojeaba, y no poco (con las traducciones nunca se sabe, eso también es verdad; de hecho creo que la traduccion ha "desjaponizado" mucho el texto).

Hay un fantasma, sí, la mujer de Takkun y madre de Yuji. Aceptado fantasma como animal de compañía, quieres saber: ¿cómo es posible que haya un fantasma? Porque el libro no está dentro de lo que diríamos genero fantasía. No. Es muy realista, qué cosas. De hecho al final del libro hay una pequeña nota del autor en el que dice que la novela es autobiográfica. Y que su mujer aún vive. Ahí queda eso.

El humor que aparece es reflejo de la realidad, Takuji no idealiza los aspectos cotidianos, los muestra, y en verdad en el día a día muchas cosas son imperfectas, con esa imperfección tan espontánea y natural que resulta muy sana y te despierta una sonrisa. Sobre lo que nos habla este libro es sobre el vacío que se crea en los pequeños gestos frecuentes y rutinarios, a los que nos damos importancia… hasta que lo que hay es una ausencia. Esos agujeros negros en los hechos cotidianos cuando la otra persona no está. Pero ¿y si vuelve y no recuerda nada?

Takkun es un personaje peculiar, con extraños desajustes químicos que no se explican ni se entienden muy bien, pero se trata fundamentalmente de una persona noble que se esfuerza por hacer las cosas bien. Mio, su mujer, es quizás el personaje más interesante y quien poco a poco se va haciendo con el lector hasta darnos cuenta de que realmente es la auténtica protagonista y que su fuerza, sus razones y su comportamiento te vencen y te convencen.

No es un libro profundo, sublime, complejo, de altos vuelos. De hecho, maneja unos cuantos clichés encaminados a que sea un libro comercial, que se venda, y está escrito sin grandes artificios, fácil y transparente, pero es una lectura muy agradable, divertida, original, amena… Y, curiosamente, el final del libro es como la envoltura de un regalo: mejora mucho el conjunto.
Cogidos de la mano, caminando al mismo paso, avanzaron lentamente. Parecía como si pudieran ser las dos primeras o las dos últimas personas del mundo.
(©AnaBlasfuemia)
 

martes, 10 de junio de 2014

El amante de las librerías (Claude Roy)



Título original: L' amateur de librairies
Traductor: Esteve Serra
Páginas: 60
Publicación: 1984 (2011)
Editorial: José J. de Olañeta
ISBN: 9788491767185
Sinopsis: Un texto de un gran escritor con el que se sentirán identificados todos los amantes de los libros y las librerías, todos los que, como Claude Roy, piensan que "los libros son personas o no son nada".

La foto de la portada y contraportada reproducen fragmentos de una fotografía de Ernest Hemingway con Sylvia Beach en la librería Shakespeare & Company (la original, no la actual). La fotografía completa es la siguiente:


Si no recuerdo mal, este libro se lo “robé” a María, que estaba distraída tomándose una taza de té. Sabía que el libro tenía pocas páginas, pero lo que no me esperaba es que el libro fuera tan pequeño:


Sí, me muerdo las uñas, me pasa con algunas lecturas, no puedo evitarlo...

Bien es cierto que la esencia viene en frascos pequeños, y así es en este caso: la esencia, el alma de todo lector, de todo amante de las librerías, está recogida de forma deliciosa y delicada en este pequeñito libro. Que, por cierto, me leí en el viaje a la Feria del Libro de Madrid, o sea: menos de 50 minutos. Fue una lectura oportuna, con mi corazón palpitando inquieto por llegar a la Feria del Libro, he aquí una lectora emocionada leyendo a un escritor que ama los libros. Tanta emoción amenazaba con desbordar y finalmente tuvo su epílogo con una foto que pondré al final y que no tiene nada que ver con este libro y, sin embargo, lo tiene que ver todo.

Vamos a dar un pequeño paseo con Claude Roy, y nos va a ser fácil porque ¡tantas veces nos ha pasado!. Desde la casa de Roy al mercado hay un recorrido plagado de tentaciones: librerías. Y vive en un tercer piso sin ascensor. Antes de llegar al mercado ya su bolsa amenaza con rebelarse y fragmentarse, y eso que Claude Roy ha tenido el detalle de ir adquiriendo libros considerando el nada desdeñable factor del peso. Aun así alguno indispensable, pero que pesa un poco, no puede resistirse a formar parte de la cada vez más concurrida bolsa. Una vez hecha la compra también en el mercado (yogures, fruta, café, pan rústico) su última parada será una de sus librerías preferidas, que por la ubicación no me queda clara cuál es, así que no arriesgo.

Allí, Claude toma asiento, mira novedades y charla con sus amigos los libreros de esto y de aquello, de libros y de huéspedes. Sigo mi viaje en tren, a mi encuentro con libros y libreros y de repente estoy en Paris, en una librería, con una bolsa con un pan rústico que me está diciendo ¡cómeme! y oliendo libros, hablando de libros. Tiene mérito, porque yo hace mucho que no sé cómo huelen los libros.

Claude venera las bibliotecas (lugares de descanso de toda la memoria del mundo), pero veneración no es amor. Y Claude ama, por encima de todo, los libros. No quiere que pasen por sus manos de forma temporal, quiere, necesita, poseerlos, llevarlos a casa, incorporarlos a su vida.
Me gusta que los libros compartan mi vida, me acompañen, callejeen, trabajen y duerman en mi compañía, se rocen con las venturas del día y los caprichos del tiempo, acepten citas conmigo a horas “imposibles”, ronroneen con la gata al pie de mi cama, o se arrastren con ella en la hierba, doblen un poco la punta de sus páginas en la hamaca de verano, se pierdan y se encuentren de nuevo.
¿Cuántos de nosotros vamos con un libro a todos los lados? En mi mochila siempre hay al menos uno, vaya donde vaya, incluso aunque sepa que no voy a tener opción de sacarlo y echarle un vistazo. ¿Cuántas veces una maleta preparada para algún viaje pesaba más de la cuenta por los libros que has metido dentro? Y cuando compruebas que el peso es excesivo… empiezas a sacar zapatos…

Y cómo no, Claude Roy también nos habla de ¿quién no la conoce? la librería de Paris de más renombre y tradición: Shakespeare and Company. Regentada por Sylvia Beach, y ubicada muy cerca de otra librería referencia para Claude Roy: Maison des amis des livres (Casa de los amigos de los libros), regentada por la dulce y huraña Adrienne Monnier. Allí llegó Claude huyendo de un librero que, más que aconsejarle, le ordenaba qué libros comprar. No, no, no… eso no es un buen librero, qué duda cabe. Adrienne le procuró a Claude la felicidad de tener que seguir consejos más que de obedecer órdenes.

Adrienne Monnier y Sylvia Beach eran amigas, dos libreras que prestaban libros y, si te gustaban, entonces te lo vendían. Dos librerías, una enfrente de la otra, lugar de encuentro de escritores y lectores. Parece inevitable que la amistad y complicidad literaria entre Sylvia y Adrienne terminara convirtiéndose en amor entre ellas y terminaran por vivir juntas. Pero me estoy yendo de nuestro paseo con Claude (hay tantas historias hermosas y grandes en torno a la literatura, los libros y las librerías…).

Bien, a Claude le gustan los libros, son sus amigos, pero eso no es suficiente para un lector apasionado: necesita compartir esa pasión. Y ¿qué mejor lugar que las librerías?, por aquel entonces no había blogs, que nos sirve para quienes no tenemos la suerte de estar rodeados de libreros entusiastas con quien compartir este amor, que organizan encuentros y tertulias donde escritores y lectores conversan entusiasmados sobre libros, ediciones, novedades, clásicos, lecturas…
¿Acaso una librería no es el máximo de obsequiosidad en el mínimo de lugar?

No quiero extenderme más, sólo recomendar que disfrutéis de este pequeño bombón, esta delicatessen, este bocatto di cardinali libresco. Una gozada.

Ah, y el epílogo de mi viaje en tren leyendo a Claude Roy camino de la Feria del Libro de Madrid: el abrazo de un escritor (Alejandro Palomas) y una lectora que se encuentran.
(©AnaBlasfuemia)


jueves, 5 de junio de 2014

Reseñas express (6)


Los últimos días de Stefan Zweig (Laurent Seksik y Guillaume Sorel)
Editorial: Norma
Sinopsis: Tras huir del nazismo, Stefan Zweig y su esposa Lotte creen encontrar en Brasil un país acogedor, lejos del caos que arrasa Europa. Pero la amenaza les persigue hasta en su alejado exilio. ¿Cómo podrá este escritor humanista, superviviente de “el mundo de ayer”, escapar de sus demonios? Laurent Seksik firma junto a Guillaume Sorel la adaptación en viñetas de su triste pero realista reconstrucción de los últimos meses de vida del novelista austríaco Stefan Zweig.

Esta ha sido una lectura robada. Pasó por mis manos fugazmente y lo disfruté mientras esperaba un tren. Unas ilustraciones que en principio no resultaban llamativas, pero que son decisivas para recrear ese clima melancólico de los últimos días de Zweig y Lotte. Una recreación bastante realista que consigue transmitir las sensaciones y emociones necesarias para comprender su decisión. Alguna errata en la traducción no es obstáculo para saborear este delicioso y delicado acercamiento al gran Zweig. Muy buena e interesante lectura. Recomendable.
A por el oro (Chris Cleave)
Editorial: Maeva
Sinopsis: Zoe y Kate son dos deportistas de élite entregadas al ciclismo de pista, pero con unas vidas muy diferentes. Zoe, una chica explosiva y temperamental, doble campeona olímpica, es el rostro publicitario de una conocida marca de agua mineral. Vive en un lujoso piso en Manchester y tiene muchos amantes ocasionales. Kate es más sensata y tranquila. Está casada con Jack, un campeón de ciclismo, y está volcada en su hija Sophie que padece leucemia. Por esa razón Kate no ha podido competir en los dos últimos juegos olímpicos, y Londres 2012 es su última oportunidad. Cuando Tom, su común entrenador, recibe la noticia de la Federación Inglesa de Ciclismo de que solo podrá enviar a una participante. Elegir entre Kate o Zoe es una decisión particularmente difícil, porque Tom conoce la historia de ambas. Pero tiene que ser imparcial y organiza una carrera entre ellas para nombrar la vencedora. Sin embargo, justo el día de la competición, el estado de salud de Sophie empeora gravemente…

Es un libro de lectura fácil, lo cual no implica que sea un buen libro. Está escrito sin complicaciones, intenta continuamente tocar la fibra sensible (niña con cáncer, infancias difíciles, deporte de alta competición, historias de superación...), pero a mí al menos no me ha llegado a emocionar (tal vez un poquitín en las páginas finales, pero más por cansancio que por sensibilidad). Los personajes no me han llegado, no me resultaban reconocibles o cercanos y muchas veces ni siquiera me parecían creíbles. Me ha parecido todo (personajes, historias personales y la trama principal) muy impostado, quizá demasiado forzado para tocar la fibra emocional del lector, lo que acaba provocando justo el efecto contrario. Parece que el autor se documentó, tanto para abordar cómo se enfrentan deportistas de élite a la alta competición como para abordar el tema del cáncer infantil. Pero algo se dejó en el camino. No detallo más para no destripar el libro. Se deja leer, pero no perdurará en el recuerdo una vez que lo termines.

El retorno (Sebastian Fitzek)
Editorial: Booket
Sinopsis: Un abogado de éxito. Un niño de diez años enfermo, con un secreto que no puede guardar. El niño necesita ayuda: «Maté a un hombre con un hacha. Hace 15 años.» Y dice que tiene pruebas. Pruebas que son cadáveres. ¿Cómo sabe dónde están enterrados? El abogado Robert Stern, siguiendo las indicaciones del niño, encontrará los cadáveres y se verá inmerso, sin quererlo, en una investigación policial. ¿Cómo podrá demostrar que él no tiene nada que ver con los crímenes? Además, un desconocido se pondrá en contacto con él, lo amenazará de muerte si acude a la policía y asegurará que tiene información sobre el paradero de su hijo, muerto diez años atrás… ¿Quién es ese hombre misterioso? ¿Por qué conoce detalles de su vida, por qué lo amenaza? ¿Qué vinculación tiene con los cadáveres?

Un libro con un ritmo trepidante e infernal que no da respiro. Una trama original y que mantiene la tensión y el interés de forma constante. Ese ritmo vertiginoso que imprime el autor hace que algunas "lagunas" en la narración queden en un segundo plano, lo que va en beneficio del autor y de la novela. Aunque no hay personajes sólidos (excepto el niño), ni el protagonista Robert Stern tenga la fuerza y el empuje suficiente, la historia no pierde atractivo y mantiene la tensión casi de forma constante. Incluso el final está bastante bien rematado para lo que suele ser habitual en este tipo de libros. Desconocía la existencia de los Babyklappe. Me ha gustado reconocer y conocer lugares de Berlín, una ciudad que adoro y que, lamentablemente, en este libro sale malparada. Lectura recomendable, dentro de ese tipo de lectura más de “entretener”, con alto grado de adicción.

Fun home. Una familia tragicómica (Alison Bechdel)
Editorial: Mondadori
Sinopsis: El padre de Alison, la protagonista (y autora del libro), es profesor de inglés, y tiene como hobby coleccionar antigüedades y la restauración, así que aplica su hobby a restaurar su casa victoriana, que es a la vez una funeraria. Es un padre distante que nunca ha hecho pública su inclinación sexual, claramente homosexual. A través de esta narrativa visual, que es a la vez cómica y desoladora, nos acercamos a los complejos de Alison, que lucha en soledad por encontrar su lugar.

Una imagen mostrada fue suficiente para acercarme a esta novela gráfica. No resultó para nada lo que esperaba, pero no por eso ha sido una decepción, es que esperaba un tipo de historia y me encontré con otra mucho más compleja y asombrosa. Ha sido una sorpresa extraña. Una biografía de la autora en torno a la figura de su padre en la que se muestra tanto que hasta te violenta acceder a esa intimidad. Una lectura apabullante, asfixiante, paranoica, intensa y excesiva. Sorprendente. Ese despiece tan meticuloso y personal al que asistes como espectadora aturulla un poco, junto con unos dibujos sobrecargados de información que en ocasiones atolondran. Numerosas referencias literarias que se entrelazan con las vidas del padre y la hija. Una lectura que, pasado el tiempo, mejora mucho en sensaciones y en ganas de releer. Ya sabiendo qué me voy a encontrar caerá esa relectura con detenimiento. Mucho contenido, requiere pausa y atención en la lectura… Extraordinariamente sorprendente. Recomiendo su lectura pero informándose previamente del contenido.

Glaciares (Alexis M. Smith)
Editorial: Alpha Decay
Sinopsis: Isabel tiene veintiocho años y vive en Portland, en la última planta de un edificio casi centenario en compañía de su gato sin nombre. Adora su trabajo en la Biblioteca Pública restaurando viejos libros heridos por el paso del tiempo y no tiene la menor idea de hacia dónde se dirige su vida. Su niñez transcurrió en los salvajes paisajes de Alaska. La vida en la ciudad la enfrentará a nuevas formas de entender el mundo y las relaciones.

Mi imaginario geográfico y literario se sustenta en dos opuestos: África y los países nórdicos (Islandia, Noruega, Suecia, Finlandia). Estos últimos tienen en común los glaciares, algo que sirve de hilo conductor para que haya otros países que entren también en ese imaginario: Alaska, por ejemplo. Y por ahí supongo que es por lo que este libro llegó a mis manos, además de una sinopsis y una contraportada que me prometía una delicada joya. La realidad: un chasco. Una historia sencilla contada con tanta sencillez que, sencillamente, no me ha llegado. Todo muy cotidiano, muy descriptivo de pequeños detalles, una protagonista que recoge con su mirada esos gestos nimios pero que tanto nos acaban calando. Y, sin embargo, toda la lectura se me escurría entre los dedos, no conseguí atrapar nada, sólo vestigios que no solidificaban porque la autora volvía a dar un giro o enseñarme otra postal, otra imagen. La profundidad se me quedó superficial, tal vez mi educación emocional y sentimental vaya por otros trayectos de los propuestos por Glaciares. O tal vez mis abismos de lectora me estén tendiendo trampas. Tal vez, pero ha sido, así es, un chasco. Si por su culpa o por la mía, ya no sé decir.

Tinto de verano (Elvira Lindo)
Editorial: Aguilar
Sinopsis: Este libro es la irónica crónica de un agosto de tintos de verano, escrita con 'frescura y sinvergonzonería'. Y humor, muchísimo humor. Elvira Lindo juega con fuego y simula que escribe sobre sí misma, sobre su 'santo' y la vida cotidiana durante las somnolientas tardes de verano en un pequeño pueblo de vacaciones. Y lo hace con tal habilidad literaria y tanta verosimilitud que muchos lectores creerán real lo que no es sino resultado del trabajo y la imaginación de la autora. Pero más allá del equívoco deliberado, de la sonrisa cómplice que provoca la lectura de estas páginas, al final descubrimos que el verdadero tema de este libro, es sencillamente, la felicidad.

Recopilación de artículos escritos para El País, se trata de una lectura refrescante, ligera, sin complicaciones pero divertida. Elvira Lindo es una autora muy reconocible y, sobre todo, muy honesta con lo que ofrece. Reconozco sentir debilidad por Elvira Lindo, me encanta su forma de escribir sobre lo cotidiano y hacerlo siempre desde un punto de vista divertido y tierno pero a la vez con un punto de reflexión necesario. Aparentemente frívolo, sin embargo siempre hay detrás un humor inteligente. Aunque no todos los relatos mantienen el mismo nivel es una lectura recomendable y muy agradable.

Névé (Emmanuel Lepage y Dieter
Editorial: Glénat
Sinopsis: Argentina, la cara sur del Aconcagua. Un pico mítico al que se enfrenta Stan, curtido alpinista dispuesto a todo con tal de obtener su objetivo. En esa misma expedición participa su hijo, Névé, agobiado por las obsesiones de su padre y aterrado por una pesadilla en la que le ha visto perecer a la puesta del sol… Esta expedición no es más que el principio de una dolorosa y empinada ascensión hacia la madurez… Névé vive con intensidad las etapas que le llevan a su edad adulta. Una infancia dura, seguida de no pocos dramas.

Un cómic que me llamó la atención porque me he criado cerca de las montañas, especialmente de una bella montaña rocosa. A mi modo, tipo cabra, subí montañas que eran para mi auténticos Aconcagua. Así que le eché un vistazo, los dibujos me parecieron preciosos y se vino conmigo. Los dibujos de Emmanuel Lepage son espectaculares, tienen tanta fuerza que se come el guion de Dieter. La historia de fondo es sencilla y ya muchas veces vista: una historia de superación, la escalada y la cima como metáfora de la transformación de un niño en adulto. Debo decir que el final me sorprendió. Aun así, la auténtica belleza de este cómic está en unos dibujos impresionantes. Visualmente es una gozada de la que he disfrutado mucho y, pasado el tiempo, ha quedado en mi corazoncito lector.
(©AnaBlasfuemia)