lunes, 30 de julio de 2018

Vidas minúsculas (Pierre Michon)

Título original: Vies minuscules
Traductora: Flora Botton-Burlá
Páginas: 206
Publicación: 1984 (2016)
Editorial: Anagrama
Sinopsis: A través de sus ocho capítulos Michon es la figura del biógrafo biografiado, o de una autobiografía hecha a base de la reconstrucción de las vidas ajenas: vidas minúsculas de sus abuelos, sus compañeros de clase en un internado de la provincia francesa, de aquel niño huérfano que, como un «Rimbaud fracasado», se va a África en busca de una fortuna quimérica.

Entremos en la génesis de mis pretensiones.
Cuando comenté Un soplo de vida, de Clarice Lispector, decía que qué hacía yo comentando ese libro, que Lispector era de otra galaxia. Pues bien, cerca de esa galaxia, quizás en la misma, pero lejanos a nuestra Vía Láctea, está también Pierre Michon. Quizás ambos estén en el Objeto de Hoag, por atípicos, densos y fascinantes.

Voy primero a explicar la estructura de este libro. Y luego intentaré, que en intento se quedará, contar las hechuras de Vidas minúsculas.

Puede parecer que Michon se esconde detrás de las palabras, pero sin embargo es mucho más claro de lo que parece. Que luego juegue, cree, invente, regocije, en y con las palabras es otro tema. Pero sin embargo es muy transparente en sus pretensiones. Que estamos hechos (o deshechos) de historias es una realidad. Pero no todas las historias son nuestras, no todas nos pertenecen. Están también las historias de otros, de aquellos que en algún momento se cruzaron en nuestras vidas.
Pero, al hablar de él, hablo de mí.
Y así se construye (y deconstruye) Michon: contándose a partir de otras vidas. De ocho concretamente (una por capítulo). No hablamos de una autobiografía estrictamente; tal vez, como he leído, se trate de una biografía biografiada… Aaaah, ya aquí vemos que estamos hablando de algo excepcional, distinto. ¿Un experimento? No. A Michon le ha costado mucho encontrar su voz. De hecho esta es la historia de cómo Michon no encontraba su Verbo. Y así, este su primer libro, lo publicó a los 39 años. Que, bien pensado, no sé si es demasiado pronto o tarde para un primer libro. Sobre todo si el primero es un libro tan extraordinario como Vidas minúsculas.

A mí este Vidas minúsculas me ha seducido y me ha tenido rendida de principio a fin. Lo he disfrutado casi de forma sexual, sintiendo las metáforas y las embestidas líricas de Michon como vaivenes de placer que retienen el orgasmo sin alejarme nunca de él. 

Si para Michon la belleza está justo en el instante creativo, en ese estallido en el que todo encaja y se ajusta, bien podría ser Vidas minúsculas la búsqueda de ese intervalo fugaz en el que un autor consigue la Gracia de la Escritura y un frenético intento por poseerla.
El desierto que yo era, hubiera querido poblarlo con palabras, tejer un velo de escritura para ocultar las órbitas vacías de mi rostro.
Las minúsculas vidas (a mí me sobrecogió especialmente la del tío Foucault) de las que habla Michon en realidad no son ínfimas, como ninguna vida lo es: todas ellas son mayúsculas, enormes en su humildad e incluso en su pobreza. Michon intenta que ellos sean imperecederos al ser contados, en un fiero enfrentamiento contra la fugacidad de las personas, lo efímero de nuestra existencia, lo endeble de nuestra pertenencia. Qué mejor forma de homenajearlas que hacerlas eternas a través de lo Escrito.

En realidad todas esas biografías, las ocho (las nueve, si contamos que la suma de las ocho da como resultado una novena: la del propio Michon) son biografías de ausencias. Me resquebraja esa realidad: que las ausencias nos construyan más que las presencias.
…que las palabras son vastas, que son dudosas.
Cuando estaba en plena lectura de Vidas minúsculas, le comenté a una buena amiga que Michon me estaba salvando los días y el vocabulario. Si bien lo primero es una dramatización muy característica en mí, lo segundo es textual: todo el vocabulario que parece no existir, todas las palabras que parecen faltar las tiene Michon: palabras telúricas, lumínicas, celestes, arcaicas, tornasoladas, danzarinas, sensuales… Michon es sonoridad, sinfonía, sensorialidad, pero también laceración, talento, agudeza, conocimiento y precisión.

Con una forma de escribir tal y como estoy describiendo (o eso intento), bien podría pensarse que a Michon se le puede ir el hilo de lo que pretende contar (y cómo pretende hacerlo), que de repente pueda faltar un eslabón que mantenga unida toda la estructura, que vaya a caer en lo afectado y rimbombante. Pero no, Michon no pierde de vista el recorrido y mantiene al (extenuado, embriagado) lector en él.

Si se animan a leer estas Vidas minúsculas sepan que se van a encontrar con algo así, de continuo (y he escogido un fragmento al azar):
Cierto es que el mundo nos violenta. ¿Pero qué violencias no ha sufrido? Los helechos misericordiosos ocultan la tierra enferma; en ella crecen un trigo pobre, historias bobaliconas, familias con fisuras; del viento surge el sol, como un gigante, como un loco. Luego se apaga, como se apagó la familia de los Prelucher; así se dice, cuando el nombre deja de aparearse con los vivos. Sólo lo pronuncian todavía bocas sin lengua. ¿Quién miente con obstinación en el viento?
Leer a Michon es no respirar, no cabe hueco para ello, sus extensas descripciones, su torrente léxico, su sonora, vibrante y profunda escritura, su paisaje de palabras e imágenes deja sin aliento. Antes decía que había disfrutado de esta lectura casi de forma sexual, y bien sabemos todos que cuando el orgasmo estalla, contenemos la respiración para inmovilizar y retener ese momento en el tiempo. 

Literatura pura, selvática, estremecedora, culta… No echo de menos respirar cuando la literatura alcanza niveles tan estratosféricos que la fuerza de la gravedad se diluye y te hace flotar en una agradable e intensa deriva. Rendida a Michon hasta las lágrimas, empujadas a mostrarse como un tributo a la belleza.

lunes, 23 de julio de 2018

Buscando Mercy Street (Linda Gray Sexton)

Título original: King Kong Théorie
Traductora: Ainize Salaberri
Páginas: 528
Publicación: 1994 (2018)
Editorial: Navona
Sinopsis: Las memorias de Linda Gray Sexton son un relato honesto e implacable del amor angustioso y feroz que unió a una mujer brillante y difícil con la hija que dejó atrás. Linda Sexton tenía veintiún años cuando su madre se suicidó. Ahora mira atrás, recuerda e intenta reconciliarse con la vida de aquella. Porque la vida con Anne era una mezcla salvaje de depresión suicida y felicidad maníaca, conducta inapropiada y viajes de medianoche a la sala psiquiátrica. Anne enseñó a Linda cómo escribir, cómo mirar y cómo imaginar. Solo Linda podía escribir un libro que capturara de manera tan vívida los detalles más íntimos y las emociones más profundas de su vida conjunta. 
La enfermedad mental de mi madre, que vivía entre nosotros como la quinta persona en discordia.
Imposible eludir el recuerdo de Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan. Ambas escriben sobre sus madres. Ambas madres padecían una enfermedad mental. Delphine y Linda, Linda y Delphine, escriben para entender, para purgar, para nombrar. También para explicarse. Linda y Delphine, Delphine y Linda, que al modo de Vivian Gornick pero sin su clarividente lucidez (Linda cuenta, Gornick muestra, Delphine se queda a caballo entre ambas cosas), escriben sobre sus apegos feroces, sobre cómo terminamos por convertirnos en quien no queremos ser, o sobre cómo heredamos aquello de lo que huimos y hemos rechazado. Hasta ahí, que no es poco, las similitudes. Las diferencias son importantes también: Linda escribe sobre sus vivencias con muchas menos reticencias que Delphine, cuenta sin filtro, con desgarro, con brutalidad incluso. También, a mi manera de ver, con menos calidad literaria, mucho más directa en su forma de contar. Y, por ello, mucho más impactante.

Las enfermedades mentales son unos insospechados y crueles paradigmas de la teoría del caos: afectan a quienes la padecen, pero no menos a quienes conviven con esas personas. Un leve aleteo de la persona enferma puede producir un tornado o nada en absoluto en su entorno inmediato. En el caso de Linda el tornado es evidente, y con repercusiones de notable magnitud, puesto que afectarán a toda su vida, más allá del fallecimiento (del suicidio) de su madre...
La vida no es fácil. Es terriblemente solitaria. Lo sé. Y ahora tú también lo sabes. Donde quiera que estés, Linda, háblame […] Te quiero, Linda de cuarenta años, y amo lo que haces, lo que sientes, lo que eres. Sé la dueña de tu vida. Pertenece a aquellos que te quieren. Habla a mis poemas o habla a tu corazón; estoy en ambos, si me necesitas. 
La cita anterior corresponde a una carta que Anne Sexton escribió a su hija, Linda, unos años antes de suicidarse. Meses después de su fallecimiento, Linda leería esa carta como si fuera la primera vez que la tenía delante.

Para quienes adoramos la desgarradora y dolorosa poesía de Anne Sexton, estas memorias de su hija no nos resultan agradables de leer. Son incómodas, queremos defender a Anne, comprenderla, salvarla. Pero no podemos obviar cómo despedazó a quienes la rodeaban. No, no era Anne Sexton, era su enfermedad. Necesitamos rescatarla de sí misma. Tanto nos dio… ¿cómo no querer deshacer los terribles nudos que terminaron por ahogarla?

Pero no somos su hija. No padecimos ese dolor atroz, la aberración de que una hija tenga que ser madre de su propia madre, que una niña que no comprende lo que sucede tenga que aprender a marchas forzadas a ser la cordura de su propia madre. Una brutalidad insana y difícil de gestionar.
Es responsabilidad de los padres, y no de los hijos, establecer límites.
Familias disfuncionales. No es la primera vez que comento aquí algún libro que aborda ese contexto desestructurado en el que muchos niños se ven atrapados, sin posibilidad de elegir, sin nadie que los rescate ni salve. Los hilos invisibles que se entretejen en una infancia rota, atípica, fuera de todas las normas, convenciones y reglas, las escritas y las no escritas. Raíces tan torcidas como irreparables.

Que Anne Sexton fue una persona torturada es bien conocido por todo aquel que haya leído su poesía y se haya acercado a su biografía. Su tortura íntima fue retransmitida sin nada que la dulcificase a cada golpe de poema que escribió. Y así se lee su poesía: como un golpe en las partes más oscuras e íntimas, como un arañazo en el vacío, como una rotura irrecuperable, una salvación imposible, una lágrima ácida corriendo por el rostro, el desbordamiento de todo lo que te martiriza en lo más interno de tu propio ser.
Recordar este juego aún me duele porque sigo viendo mi pequeño rostro, tan desesperado y asustado, sobrepasado por la responsabilidad que siento de mantener cuerda a mi madre.
Anne Sexton era intensa, brutalmente intensa, con esa intensidad inestable, desesperada e insegura que provocan los trastornos mentales. Fue intensa para lo malo, pero también para lo bueno, como un irónico reflejo de esa bipolaridad que padeció. Ángel y demonio en un mismo cuerpo, en un mismo ser. Imposible evitar batallas incruentas con una misma. Batallas que se extendían hacia aquellos a quienes quería y la querían.

Lo relevante en Buscando Mercy Street es comprobar cómo eso afectó a la mayor de sus hijas, Linda Gray Sexton: con miedo, con terror, con dudas, con desequilibrio. En un impredecible tira y afloja consigo misma, Linda desgrana sus vivencias con Anne Sexton, pero también su propia lucha interna, el amor y el odio que sintió, inevitablemente entrelazados, por su propia madre.

La ambivalencia que Linda sintió respecto a su madre perfila la columna vertebral de este libro, como bien podemos ver en las siguientes citas:
Me animó a pensar y a leer con amplitud de miras, a desarrollar mis propias ideas y a descubrir el mundo de una forma que a ella le resultaba imposible. Me aportó un poderoso -aunque imperfecto- ejemplo de lo que todas las mujeres con talento podían anhelar y conseguir.

Odiaba su egoísmo y su enfermedad, y era ya incapaz de establecer dónde empezaba uno y dónde acababa la otra.

De alguna forma no entendí del todo la creciente desesperación de mi madre ni cómo sus salvajes acciones fueron, con toda probabilidad, un intento de sentir algo, cualquier cosa, mientras se forzaba a tragar un sentimiento tras otro, intentando ahuyentar el negro e invisible velo de la depresión.

No me hagas responsable de tu vida, eso es lo que expresaba mi reticencia. No quiero volver a ser la centinela.
La misma ambigüedad y contradicciones que sentí yo al leer Buscando Mercy Street... Durante muchas páginas, quizás demasiadas, las memorias de Linda Gray Sexton me parecieron repetitivas. Ya había dejado claro la fractura, el daño, tanto el de su madre como el de ella misma. Por mucho que simpatices y empatices con Anne Sexton, no puedes evitar tomar conciencia del daño causado por ella. Vale, Linda, ya está claro, avanza. Pero no avanzaba, seguía retorciendo el dolor, los comportamientos descabellados, maniacos, la depresión de su madre. Hay que llegar hasta la página 315, en la que Linda relata el momento en el que es conocedora del suicidio de su madre, para que se nos explicite lo que ya sabemos y el libro vuelva a remontar. Hasta entonces, Linda pone las bases para justificarse. No porque necesite justificarse, sino por la necesidad de no sentirse culpable. La culpa, la culpa, la culpa…
Pronuncio estas palabras para conocerlas mejor: deseaba que mi madre muriera.
Es inhumano llegar a desear la muerte de alguien que quieres. Y, por inhumano, tremendamente dañino para quien llega a sentir que esos sentimientos le invaden sin poder combatirlos. Es inhumano de esa forma que lo son muchas cosas humanas: sin que esté escrito en ningún lado, sin que haya una ley que lo prohíba o lo conjure. Acuerdos tácitos. No desearle el mal al vecino, menos a un ser querido. 

Pero la vida tiene una forma peculiar de establecer sus propios límites entre lo humano y lo inhumano, lo soportable y lo insoportable. No siempre podemos elegir.
Cada uno había elegido un arma: él, su puño; ella, sus palabras.
Además de esa querencia por repetirse, quizás por la necesidad de justificar unos sentimientos que nadie quiere tener respecto a su propia madre, hubo un par de cosas más que me chirriaron de Linda: el  temor a ser lesbiana, como si fuera una enfermedad. Y algo más incomprensible para mí: la dulcificación de su padre. Todo lo que le costó entender y aceptar de su madre, que no era fácil, le resultó mucho más natural en el comportamiento de su padre. 
¿Por qué, de hecho, se utiliza, raramente, la palabra dolor para describir la depresión?
No tengo respuesta para esta pregunta. La depresión es dolor. Y duele tanto como un cáncer, de ambas cosas puedo dar fe. Pero no necesitamos comprender el cáncer (sí el proceso personal que implica), nos basta con saber que hay tratamientos eficaces en la mayoría de los casos. Pero la depresión implica algo que nos afecta a todos, algo que está en las raíces del ser humano, algo que no siempre estamos dispuestos a aceptar ni a mirar de frente.

Linda Gray Sexton sufrió a una madre que sufría, que era un ser sufriente. Y que, en cierta forma, le robó su infancia. Pero también le dio muchas herramientas para vivir una vida que la propia Anne fue incapaz de vivir. Linda tuvo que construirse a sí misma teniendo la referencia de quien no quería ser: su propia madre. Pero al final no pudo escapar de sí misma ni de su madre. Los intentos de suicidio de la propia Linda así lo certifican.

Es tan difícil y espinoso vivir la vida como contarla, en voz alta o en voz escrita.

jueves, 19 de julio de 2018

Querida niña (Edith Olivier)

Título original: The love child
Traductora: Ángeles de los Santos
Páginas: 168
Publicación: 1927 (2017)
Editorial: Periférica
Sinopsis: Con poco más de treinta años, tras morir su madre, Agatha Bodenham se encuentra completamente sola. Entonces recordará, e invocará de nuevo a la vida, a la única compañera que ha tenido en toda su existencia: Clarissa, una amiga imaginaria de la niñez. Sí, imaginaria pero, en verdad, más real que cualquier otra persona. Al principio, Clarissa se le aparecerá sólo de noche, luego conquistará el día, fundamentando su existencia material en la calidez del amor obsesivo de Agatha, hasta que los demás, extrañamente, también consiguen verla. Agatha protegerá hasta las últimas consecuencias su creación con un amor obstinado y posesivo; protegerá a Clarissa de los demás, incluso del amor de un hombre.

Pero incluso una mujer insulsa puede sentirse sola.
Nunca tuve una amiga imaginaria siendo niña. Supongo que porque mi imaginación no necesitó de ello, todo me valía para el entretenimiento y la fantasía: los demás niños, juegos alocados e hiperactivos, un charco, unas hormigas, un palo, un árbol, el rio, unas vías, una piedra, unos cartones, el mar y la arena, la libertad… No, no tenía tiempo para que en mi imaginación se creara una amiga. Tenía todo lo que necesitaba. Pero, es curioso, ya adulta tuve una amiga imaginaria (demasiado imaginaria).
Agatha estaba asombrada de ver lo fácil que era hacer algo insólito.
Hace no mucho leía La habitación de Nona, de Cristina Fernández Cubas, donde el relato que da título al libro aborda precisamente el tema de la amiga imaginaria. Me atrajo aquel punto de vista, y al ver que Periférica tenía este libro de una autora absolutamente desconocida tratando el mismo tema, la curiosidad me venció.

En realidad no se trata tanto de una amiga imaginaria como de una hija imaginaria. Que no es casual, porque si se tratara de una amiga imaginaria nos encontraríamos con una historia distinta que, dada la época en que se escribió (1927), hubiera sido absolutamente devastadora para la moral de aquellos tiempos. Incluso de estos, visto lo visto.

Agatha es una joven de 32 años que al perder a su madre se enfrenta a una soledad tan arrasadora como humana. Pero el instinto de supervivencia nos hace luchar contra la soledad, o al menos llenarla con algún contenido, y Agatha recuerda a una amiga imaginaria que tuvo de niña. La recuerda tanto que la convoca de nuevo. Hasta aquí, comprensible.

Clarissa, la niña imaginaria, la amiga imaginaria, la hija imaginaria, es un alter ego de Agatha, dotándola de unas cualidades que la propia Agatha hubiera deseado para sí misma y que, en cualquier caso, le ofrece una compañía a la medida de lo que necesita.
Era una persona nueva por completo. Le parecía que hasta entonces había vivido sin voluntad en absoluto, que cada cosa que hacía a diario era la inevitable consecuencia de algo exactamente igual que había hecho el día anterior.
Cuando Agatha consigue recuperar a Clarissa (“despedida” de su infancia por una torpe niñera, porque eso de tener amigos imaginarios no parecía ser nada sano para una niña) su vida cambia por completo. De repente ya no hace cosas para sí misma, sino que las hace para otra persona también. ¿No marca eso la línea que separa la soledad de la compañía?: hacer algo por/para otra persona. Personalmente tengo mis dudas (porque hay más líneas), pero como premisa puedo aceptarla y me puede parecer hasta noble y bondadoso además (aunque también me parece que tiene una vertiente insana). En cualquier caso, le sirve a Agatha, que se siente más segura, más libre, más viva… Y sin necesidad de dar explicaciones a nadie.
Después de todo, ¿quién puede explicar su propia presencia en este mundo? Así que por qué esperar que nadie pueda explicar la presencia de otro.
Pero cuando Clarissa empieza a hacerse visible, todo cambia. Sí, sí, la niña imaginaria empieza a ser visible para los demás. En este punto parecería que el lector tendría que hacer un esfuerzo extra, o bien perder el interés ante la imposibilidad de que una persona imaginaria pase a ser real, puesto que aceptamos que estamos ante una novela que no es fantasía (al contrario, tiene mucho de costumbrista), aunque sí mágica y asombrosa.

Lo cierto es que Edith Olivier resuelve bien este punto: al fin y al cabo ¿quién es capaz de explicar nuestra propia existencia en el mundo? ¿Cómo explicar la aparición de los planetas? ¿Por qué entonces no aceptar ese salto de Clarissa de la imaginación a la realidad, de lo invisible a lo tocable? ¿Qué separa lo imposible de lo posible?
Era difícil de entender, pero no había duda de que Clarissa podía explicarse mediante la misma ley que explicaba la aparición de los planetas en el cielo y de las verduras en el huerto. La niña tenía su lugar entre las estrellas y las coliflores.
Así que por supuesto que aceptas esa premisa; es más, no te imaginas a Clarissa de otra forma que como un personaje real y no como alguien que ha sido creado por la imaginación de Agatha.

Con estos mimbres, Edith Olivier construye una atractiva historia en la que, bajo una apariencia liviana, se abordan temas de profundidad: la soledad, el amor posesivo (no, no, eso no es amor), la locura, los límites de la imaginación, las restricciones sociales…
Fingían ser toda clase de personas, pero sobre todo jugaban a hacer de sí mismas. Éste era su juego preferido.
Es cierto que el carácter obsesivo de Agatha, sus celos posesivos, su neurótica personalidad no despierta precisamente corrientes de simpatía hacia ella, pero la soledad siempre nos inspira cierta comprensión, al menos la suficiente como para no deseársela a nadie. Además, si Agatha fuera un personaje querible no nos explicaríamos su soledad. O tal vez sí…

Lo que no podemos es dejar de leer su historia, fascinados tal vez por comprobar cómo la imaginación puede tener una presencia tan escalofriantemente real.
Las estrellas fugaces se escapan, la tierra las atrae hacia sí, pero ahí no pueden vivir.
En definitiva, una lectura original, fascinante y extraña y cuyo final deja un poso tan turbador como conmovedor.

lunes, 16 de julio de 2018

Siempre hemos vivido en el castillo (Shirley Jackson)

Título original: We Have Always Lived in the Castle
Traductora: Paula Kuffer
Páginas: 208
Publicación: 1962 (2012)
Editorial: Minúscula
Sinopsis: Merricat, la protagonista de Siempre hemos vivido en el castillo, lleva una vida solitaria en una gran casa apartada del pueblo. Allí pasa las horas recluida con su bella hermana mayor y su anciano tío Julian, que va en silla de ruedas y escribe y reescribe sus memorias. La buena cocina, la jardinería y el gato Jonas concentran la atención de las jóvenes. En el hogar de los Blackwood los días discurrirían apacibles si no fuera porque algo ocurrió, allí mismo, en el comedor, seis años atrás.
Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto.
Sin duda, el inicio de Siempre hemos vivido en el castillo es uno de los más espectaculares que conozco. Y cuando terminas su lectura, más conciencia tomas de este primer párrafo. Como si todo el libro estuviera contenido ahí. Que lo está. Ese primer párrafo en sí mismo es todo un microrrelato, a la altura del tan conocido de Augusto Monterroso (Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí)

Y Mary Katherine Blackwood, Merricat, es uno de esos personajes literarios que no se van a olvidar fácilmente, si es que se olvidan. Y si algo hace de forma magistral Shirley Jackson es construir la psicología de sus personajes. Personajes peculiares. Son varios los que aparecen en este libro, pero la palma se la llevan los tres habitantes del “castillo”: Merricat, Constance y el tío Julian. Quizás podríamos incluir también al gato Jonas. 
Nunca fuimos una familia muy dada a la agitación ni al movimiento.
Contextualizo sin spoiler. Tenemos a los personajes antes mencionados viviendo un aparentemente voluntario encierro, aislados del resto de habitantes del pueblo. Pero tal encierro no implica, aparentemente, una claustrofobia oscura. Al contrario, todo parece bastante idílico y luminoso, como un cuento feliz. Poco a poco, gracias al tío Julian, iremos conociendo las razones de tal encierro.

Los días transcurren con placidez casi bucólica, como si vivieran en un edén. El espacio de seguridad está definido y transcurre en un terreno establecido, claramente delimitado. Cada día tiene su quehacer, cada quehacer tiene su día. Se respira paz, amor y armonía dentro de la casa (hogar, nido). Pero los paraísos no existen, lo sabemos. Así que Shirley Jackson hace lo más grande: sin decirlo, sin explicitarlo, algo en el ambiente nos hace zozobrar, la inquietud empieza a ser un estado permanente.
Deseé que estuvieran todos muertos, tirados por el suelo.
Shirley Jackson no da puntada sin hilo, y de eso nos daremos cuenta al terminar la lectura. Sutil pero espléndida, va dejando miguitas que nos llevaran a visualizar la imagen completa, ese paisaje complejo, enrevesado y perverso que transcurre dentro de las cuatro paredes del “castillo”. O, más exactamente, en la enmarañada y a la vez atractiva imaginación de Merricat.

Siempre hemos vivido en el castillo tiene la apariencia de una historia sencilla, gracias a la inteligente construcción narrativa de Shirley Jackson, pero la profunda y compleja psicología que contiene es realmente abrumadora y asombrosa.
No puedo evitarlo cuando veo que la gente está asustada; siempre me entran ganas de asustarla aún más.
Uno de los aciertos memorables de este libro es cómo Shirley Jackson dosifica esa información. Cómo juega con el lector, con una malicia propia de la misma Merricat. La autora no sólo mide la información y la reparte con una inteligencia tan ingrávida como eficaz, sino que también juega con lo que es relevante y lo que no. El hecho más relevante, la razón por la que estas personas están viviendo recluidos, lo acontecido seis años antes del momento que se nos narra, siendo un hecho clave, permanece en el pasado, aunque se respira en cada página. Pero es irrelevante. Lo es. Lo que suceda a partir de que cierras el libro con los personajes, también es secundario. Lo esencial es lo que hay dentro de las 208 páginas. Todo está ahí.
Hoy va a venir mi caballo alado y te voy a llevar a la Luna y allí comeremos pétalos de rosa.
Merricat, Merricat… Cómo no dejarse seducir por ella, por su cándida inocencia, por su magia simpática, por su imaginación protectora y fértil, por su amor inocente y blanco… Turbadora y fascinante Merricat. Cómo se burla de nosotros, porque no sabemos, pero ella sabe, se sabe.

Inteligente Merricat, sabe cómo cuidar de las personas, cómo protegerlas. Sabe que es necesario que nada cambie, que nadie ni nada desestabilice la zona de confort, el espacio confiable y sólido creado, el fortín protector, el mundo inventado, la realidad diseñada por y para ella. Desconfía de los adultos y de los habitantes de un pueblo que no miran con buenos ojos a su familia, y Merricat construye una campana de cristal en torno a sus seres queridos, una campana protectora, a la que llena de rutinas amorosas, disfraza de magia amable y reviste de pequeños gestos que rozan la brujería, pero una brujería agradable, simpática, original, creativa, entrañable incluso.
Me di cuenta que era la tercera vez que se tocaba el tema en un mismo día, y tres veces lo convierten en una realidad.
Para Merricat la única realidad es la suya. Los únicos mundos posibles son los suyos. La única tierra que existe es su Luna, esa Luna donde no existen los fantasmas pero sí caballos alados que bailan. Las únicas reglas que existen son las suyas, las únicas normas también las suyas.

La locura de Merricat es una locura tan bella que da miedo, su perversidad está tan endiabladamente revestida de encanto que resulta terrorífico. Y ese es un mérito enorme de Shirley Jackson: nos hace dudar, retuerce nuestro juicio. ¿Dónde está el bien¿ ¿dónde está el mal? ¿pueden convivir ambos, extremados, en la misma persona? ¿La perversidad en un ser inocente o la inocencia en un ser perverso? Pueden, vaya si pueden…

Constance, suave, amable, bondadosa… sometida al poder y la posesión de su hermana Merricat, anulada su personalidad y voluntad, un títere en manos de Merricat (Merricat, tontuela).

Siempre hemos vivido en el castillo es un libro retorcido, pero tan espantosamente probable…
Decidí escoger tres palabras poderosas, tres palabras que me protegieran; mientras esas grandes palabras no se pronunciaran en voz alta no se produciría ningún cambio.
(He escogido mis tres palabras, poderosas, para que haya cambios, para que me protejan del mal. ¿Has escogido tú las tuyas?)

jueves, 12 de julio de 2018

La hija del comunista (Aroa Moreno Durán)


Páginas: 188
Publicación: 2017
Editorial: Caballo de Troya
Sinopsis: Una novela íntima y política que narra la vida de una familia de emigrantes españoles en la Alemania del Este y dibuja el Berlín oriental, una ciudad permanentemente alerta desde los ojos de una niña que crece. Novela ganadora del premio El Ojo Crítico de RNE de Narrativa 2017.
Puedes leer las primeras páginas AQUÍ

A papá lo sacaron de España en 1938; a mamá, en 1946. Yo les abandoné en 1971.
Es osada Aroa. Su primera novela y mete en la misma cesta a emigrantes españoles de la guerra civil, muro de Berlín, la Alemania dividida, el desarraigo de la tierra, el desarraigo familiar, las decisiones personales, los apegos familiares…

A mí ya me da vértigo pensar en cualquiera de esos mimbres, en uno solo de ellos, así que no puedo menos que aplaudir el riesgo que asume Aroa al querer novelar esta historia tan llena de posibles vericuetos y ramificaciones que lo más probable es que se le fuera de las manos. 
La nieve no hace ruido al caer.
Qué obviedad ¿no? ¿Quién oye nevar? Si la nieve no hace ruido. Por eso olvidamos esa obviedad. Por eso olvidamos tantas cosas: porque no hacen ruido. Para mí lo que transcurre de forma callada tiene una importancia capital, así que cojo esa frase del libro de Aroa para centrarnos precisamente en eso: en lo que se calla, o lo que transcurre sin ruido, en sordina. Porque de eso habla este libro, pese a todo el bullicio que parece haber detrás del contexto histórico, social y geográfico en el que nos sitúa Aroa.
La emoción es el filtro y es la marea. Es la revolución.
Antes de seguir desarrollando la idea anterior, sobre lo que sucede calladamente en la vida de las personas, quiero también poner la mirada en la voz narrativa de Aroa, a caballo entre lo introspectivo y lo periodístico. No paso por alto que La hija del comunista se publica en la editorial Caballo de Troya, editorial que cada año cuenta con un editor invitado con el fin de dar a conocer a jóvenes autores españoles. Y que ese año la editora era Lara Moreno, de quien en su momento comenté que me había fascinado su voz, su lenguaje, su forma de contar (y ahora que la conozco también me fascina, y aprecio, su persona). No me parece casualidad. Voces que se reconocen. Escritoras. Lectoras feroces. Salvajes. Inevitable el encuentro y el entendimiento.
Y fue en ese par de minutos de estupor y letargo en que yo supe que iba a seguirle. Y que donde alguien se jugó la vida por una idea, por otra vida mejor o peor que la nuestra y por conocer la luz que asomaba por encima de nuestro muro, yo iba a correr también el riesgo, pero por el instinto más indeliberado.
Katia, hija de un comunista español huido al Berlín Oriental en 1938 y al que seguiría su mujer años después. Katia, una alemana hija de exiliados, que crece bajo el régimen de la RDA pero también con costumbres españolas, salpicada por la guerra fría y el levantamiento del muro de Berlín que dividió de un tajo a una ciudad y encerró a sus habitante en uno u otro lado. Como si fuera una moneda lanzada al aire, si salía cara y estabas en el lado “bueno”, habría posibilidades, prosperarías, pero si salía cruz... “había dos cosas que cuidábamos como si estuvieran vivas: la radio y la estufa”.

Y Katia va creciendo en medio de todas esas circunstancias, heredando la memoria de sus padres, su familia, mientras va construyendo su propia memoria. La hija del comunista es una novela sobre sueños rotos, sobre esas heroicidades silenciosas, proezas que pasan desapercibidas y no se valoran: la hazaña de tomar decisiones que cambiarán tu vida, y cual efecto mariposa, la de aquellos que te rodean

Es también una novela de nostalgias: la madre de Katia tiene nostalgia del pasado, el padre nostalgia del presente y Katia nostalgia del futuro. Y lo político como un intruso al que nadie ha invitado pero se introduce hasta las entrañas en la cotidianidad de nuestras vidas. Pero… todo es política.
Y tú haces como que ya no te importa. Porque tomaste una decisión sin calcular.
Y también es una novela sobre decisiones, porque siempre se toman decisiones (no tomarlas ya es una decisión), intentas calibrar las posibles consecuencias pero nadie nos puede chivar el futuro, así que es complejo calcular con exactitud matemática los efectos de tus decisiones. No puedes hacer otra cosa, a posteriori, que asumir todas las ramificaciones que surgen a partir de lo que decides. Incluso de lo que no decides.

Es cierto que Katia como personaje a veces se nos esconde, quizás sea deliberado por parte de Aroa, que nos presenta a Katia de la misma forma que conocemos a las personas: sin saberlo todo de ellas. A veces tenía la sensación de que necesitaba comprenderla mejor, pero al final rellenas esos escondites, añades tu propia intuición al personaje para entenderla. Al fin y al cabo, somos las decisiones que tomamos…

lunes, 9 de julio de 2018

Teoría King Kong (Virginie Despentes)

Título original: King Kong Théorie
Traductor: Paul B. Preciado
Páginas: 176
Publicación: 2006 (2018)
Sinopsis: Teoría King Kong es uno de los grandes libros de referencia del feminismo y de la teoría de género, un incisivo ensayo en el que Despentes comparte su propia experiencia para hablarnos sin tapujos ni concesiones sobre la prostitución, la violación, la represión del deseo, la maternidad y la pornografía, y para contribuir al derrumbe de los cimientos patriarcales de la sociedad actual.
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Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica. Y empiezo por aquí para que las cosas queden claras: no me disculpo de nada, ni vengo a quejarme. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece un asunto más interesante que ningún otro. 
El arranque de Teoría King Kong es espectacular, imposible no quedar seducida por esa declaración de intenciones que Virginie Despentes hace de entrada. Las primeras páginas son hipnóticas y las lees sintiendo que aplaudes desde muy dentro y muy fuerte ese lugar desde el que escribe Despentes.
Nunca antes una sociedad había exigido tantas pruebas de sumisión y las normas estéticas, tantas modificaciones corporales para feminizar un cuerpo. 
Aunque Teoría King Kong es considerada un ensayo sobre feminismo, tengo que decir que el término “ensayo” le queda un poco grande, puesto que muchas de las ideas que plantea Despentes no están argumentadas ni desglosadas. Es cierto que expone su punto de vista sobre el feminismo, el machismo, las violaciones, la prostitución, la pornografía… y en ese sentido la intención ensayística es evidente. Pero más como una intención que como una realidad o como género literario. 

Hay mucho más de autobiográfico y de grito personal que de ensayo, y quizás esa combinación no está bien manejada, si bien la parte autobiográfica, concretamente la referida a su violación, me hizo añicos por dentro y me arañó especialmente. Sin embargo, el tono general parece más fruto de la rabia y la hartura que de la reflexión meditada. No siempre, pero sí en muchos momentos.
El cuerpo de las mujeres pertenecía a los hombres; en contrapartida, el cuerpo de los hombres pertenecía a la producción, en tiempos de paz, y al Estado, en tiempos de guerra. La confiscación del cuerpo de las mujeres se produce al mismo tiempo que la confiscación del cuerpo de los hombres. Los únicos que salen ganando en este negocio son los dirigentes.
Siendo esa la parte que más me costó encajar de esta lectura, ese no terminar de concretarse como teoría o ensayo, cierta falta de profundidad, no voy a negar que hay planteamientos interesantes y que mueven a la reflexión. Por ejemplo, Despentes apunta a la industria cultural, los poderosos medios de comunicación, los dirigentes, el capitalismo como responsables de una sociedad machista que somete tanto a las mujeres como a los propios hombres.

Porque no podemos olvidar que el machismo también somete al hombre, que se ve enjaulado en un rol poco favorecedor en lo personal aunque a algunos le suponga muchos triunfos en su particular liga de machitos poderosos.

Aunque sintonicé mucho con la primera parte del libro, en la que Despentes habla de su violación, no pude evitar sentir que discrepaba más cuando hablaba de la prostitución (aun compartiendo el planteamiento que hace de la misma, se me hace evidente que deja de lado una prostitución no tan libremente elegida y en la que hay una explotación sexual indiscutible) y la pornografía. No sentía que Despentes canalizaba todo eso hacia algún lugar, que pudiera concluirse de todo eso una acción.
Porque en la violación siempre es necesario probar que no estábamos realmente de acuerdo.
Se me revuelven hasta las raíces de mis entrañas al leer esta cita que sigue siendo tan verdad hoy en día. Como la propia Despentes cuenta, todas conocemos a unas cuantas mujeres violadas, eso si no lo hemos sido nosotras mismas, pero ¿cuántos hombres que hayan violado conocemos? Nos sabemos violadas, pero la figura del violador parece inexistente, como si fuera una figura fantasmagórica que las mujeres nos inventamos para excusarnos por no haber disfrutado de una relación sexual que no deseábamos.

No he podido evitar acordarme de la banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arendt, que acuñó ese término para explicar el comportamiento de Adolf Eichmann, nazi miembro de las SS y uno de los responsables de la llamada solución final para exterminar a la población judía. Arendt decía que Eichmann en sí mismo no era un ser perverso y cruel, un monstruo, y para explicarlo hablaba de la banalidad del mal para referirse a que hay personas que actúan dentro del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos  ni plantearse sus consecuencias Es decir, los actos no son contemplados, por muy crueles e injustos que sean, por sus consecuencias, sino como órdenes o acciones que hay que hacer porque son impuestas por estamentos superiores.

Y esto me viene al pelo para poder entender, yo misma, porqué los violadores no se consideran tales, o porqué actuaciones y pensamientos machistas y claramente discriminatorios y vejatorios contra la mujer, no son contemplados por muchos hombres y algunas mujeres, como tales. Aunque no haya un “estamento superior” claramente definido, es evidente que hay una necesidad de pertenencia a la sociedad. Si la sociedad, que es como un ente impreciso y difuso, marca una línea de pensamiento, unos valores determinados y admitidos de forma sibilina, unas pautas…, hay personas que las siguen, las cumplen como si fueran órdenes que ejecutar y llevar a cabo. Y banalizamos el mal

No sé a vosotros, pero a mí sigue dándome mucho miedo.
Siempre hemos existido, pero nunca hemos hablado.
Despentes habla para existir, y en ese sentido Teoría King Kong es un grito de rabia, más individual que colectivo, y que plantea más preguntas que respuestas, más desahogo que soluciones y no termina de dibujar coordenadas para una rebelión real, colectiva y efectiva.

lunes, 2 de julio de 2018

Correo literario (Wislawa Szymborska)



Título original: Poczta literacka, czyli jak zostac (lub nie zostac) pisarzem
Traductores: Abel Murcia y Katarzyna Moloniewicz
Páginas: 176
Publicación: 2018
Editorial: Nordica Libros
Sinopsis: Wislawa Szymborska, tan reacia a hablar de su poesía, llevó durante años en la revista Vida Literaria lo que podríamos denominar un «consultorio de escritores», en el que entre líneas y con esa fina ironía presente en toda su obra, podemos entrever su particular concepto de la literatura. Este libro recoge las mejores respuestas de la premio Nobel polaca a aquellos escritores que pretendían debutar.



Suelo iniciar mis comentarios con una cita del libro, en esta ocasión quiero hacerlo con la fotografía de Wislawa Szymborska que más me fascina. Ahí está ella el día que le dieron el premio Nobel. Fumándose un cigarro. En el centro y a la vez en el margen de lo que le rodea. Es tan ella esta foto… Independiente, en la periferia de lo normativo, irónica, segura de sí misma, original, ingeniosa, fascinada por lo efímero; tan brillante, tan tierna, tan empática y escéptica a la vez…

Descubrí la poesía de Szymborska hace años, tarde, habría querido conocerla desde siempre. Pero cuando la descubrí fue como si la hubiera estado leyendo toda la vida. Tendría que haberla leído toda la vida. Seguiré leyéndola toda la vida. Se convirtió en una de mis debilidades literarias, de esas debilidades que te fotalecen. Quiero ser como Wislawa. Quiero ser ella. Aprender de ella hasta tener a Wislawa en el tuétano. 
«Mi novio dice que soy demasiado guapa para escribir buena poesía. ¿Qué piensan de los poemas que adjunto?». Pensamos que es usted efectivamente una chica muy guapa.
Szymborska es tan necesaria que tendría que haber sido inmortal. De hecho es inmortal, están sus libros. A los que ahora se añade este MAG-NÍ-FI-CO Correo literario. Lo que me pude reír leyéndolo no tiene precio. Porque ironía, sarcasmo y humor eran herramientas que Wislawa manejaba con una maestría y una facilidad apabullante. Y siempre desde una lucidez y una elegancia muy características en esta gran mujer.

Es cierto que hay unos zascas antológicos a los aspirantes a escritores. Yo misma me sentía contestada en muchas de las respuestas que daba a los presuntos literatos. Quizá sea ese el aspecto más mencionado de este libro: las réplicas cortantes, mordaces, con mucha sorna y retintín. Pero sería un grave error quedarse ahí.
Nos apena que considere usted el verso libre como una liberación de todo tipo de reglas. Escribe usted frases sueltas que corta como le viene en gana y coloca algunas palabras a la derecha, y después otras a la izquierda. La poesía (independientemente de las consideraciones que podamos hacer sobre ella) es, ha sido y será siempre un juego y no existe un juego sin reglas. Es algo que los niños saben perfectamente. ¿Por qué lo olvidan los adultos?
Szymborska no era amiga de manifestarse sobre la literatura y la poesía, y hete aquí que en este Correo literario encontramos ideas muy claras, concisas y contundentes de esos temas sobre los que no le gustaba hablar. Ya solo en ese sentido, este libro es un tesoro. Pero hay más.

Detrás de ese tono jocoso está la persona sabia e inteligente que era Wislawa y, por eso, estamos ante uno de los mejores manuales de literatura que he leído en mi vida, todo un taller de escritura magistral impartido en un pim pam pum por la maestra Szymborska. Y por un muy módico precio, teniendo en cuenta los precios de los talleres de escritura que tanto se prodigan últimamente.
La falta de talento literario no es ninguna deshonra. Es algo que sucede con muchas personas inteligentes, ilustradas, nobles y extraordinariamente dotadas en otros campos. Cuando decimos que un texto es malo, no pretendemos ofender a nadie ni quitarle la fe en el sentido de la existencia. 
Por eso creo que es importante no quedarse solo en el gracejo de Szymborska, en esa capacidad humorística tan inteligente que hay en cada página, porque detrás de su sarcástica mordacidad hay mucho que aprender y aprehender. Al igual que en sus poemas, este Correo literario tiene varios niveles de profundidad, varias lecciones que darnos.

A Wislawa no le gustaban las modas (y las modas intelectuales mucho menos), así que me imagino cómo le temblarían las canillas ante una moda muy vigente hoy en día: todos parecemos llevar un escritor dentro. Y Szymborska tenía muy claro que uno de los ingredientes necesarios para ser escritor es… tener talento. No parece muy probable que el día que se repartieron los talentos literarios estuviéramos todos en ese reparto. Es más, estoy segura que ese día se repartieron pocos talentos. Suficientes como para que necesitemos varias vidas extras para leerlos a todos pero insuficientes para el gran número de libros que hay en el mercado editorial. Como la propia Wislawa afirma, el talento literario no es un fenómeno de masas.
Los principiantes lo tienen difícil en este mundo. Tienen que impresionar al lector con una obra que en su conjunto sea buena y que mantenga ese mismo nivel todo el tiempo, es decir, el poema completo y no solo que haya una metáfora lograda, el relato entero y no solo un fragmento.
No quiero hacer(me) sangre, pero creo que habría muchas personas, no sólo escritores, sino también editoriales, que debieran de leerse este libro para recordar dónde están las claves de ese talento literario, porque no, en literatura no todo vale. Ni los talentos temporales existen ni todo es poesía. 

Hace falta trabajo, mucho trabajo, escribir y reescribir mucho, muchas correcciones, demonios diversos, leer muchísimo y conocer la literatura clásica tanto como la contemporánea, tener una gran capacidad de observación, vivir emocionalmente las cosas pequeñas, imaginar con claridad real, tener espíritu crítico, curiosidad, empatía, fijarse en las cosas, cierta distancia con uno mismo, recordar que por mucho que se fragmenten las frases la prosa seguirá siendo prosa y no poesía, como tampoco será poesía el arte de enmarañar el lenguaje por mucho que las palabras tengan infinitas posibilidades. Y talento… 
No somos partidarios de la cría en invernaderos de retoños literarios. Es necesario que crezcan en un ambiente natural y que se vayan adaptando desde un principio a sus condiciones. A veces, el retoño cree que va a ser roble y nosotros vemos que no es más que una brizna de hierba.
Hay que leer a Wislawa Szymborska.