Traductora: Flora Botton-Burlá
Páginas: 206
Publicación: 1984 (2016)
Editorial: Anagrama
Sinopsis: A través de sus ocho capítulos Michon es la figura del biógrafo biografiado, o de una autobiografía hecha a base de la reconstrucción de las vidas ajenas: vidas minúsculas de sus abuelos, sus compañeros de clase en un internado de la provincia francesa, de aquel niño huérfano que, como un «Rimbaud fracasado», se va a África en busca de una fortuna quimérica.
Entremos en la génesis de mis pretensiones.
Cuando comenté Un soplo de vida, de Clarice Lispector, decía que qué hacía yo comentando ese libro, que Lispector era de otra galaxia. Pues bien, cerca de esa galaxia, quizás en la misma, pero lejanos a nuestra Vía Láctea, está también Pierre Michon. Quizás ambos estén en el Objeto de Hoag, por atípicos, densos y fascinantes.
Voy primero a explicar la estructura de este libro. Y luego intentaré, que en intento se quedará, contar las hechuras de Vidas minúsculas.
Puede parecer que Michon se esconde detrás de las palabras, pero sin embargo es mucho más claro de lo que parece. Que luego juegue, cree, invente, regocije, en y con las palabras es otro tema. Pero sin embargo es muy transparente en sus pretensiones. Que estamos hechos (o deshechos) de historias es una realidad. Pero no todas las historias son nuestras, no todas nos pertenecen. Están también las historias de otros, de aquellos que en algún momento se cruzaron en nuestras vidas.
Pero, al hablar de él, hablo de mí.
Y así se construye (y deconstruye) Michon: contándose a partir de otras vidas. De ocho concretamente (una por capítulo). No hablamos de una autobiografía estrictamente; tal vez, como he leído, se trate de una biografía biografiada… Aaaah, ya aquí vemos que estamos hablando de algo excepcional, distinto. ¿Un experimento? No. A Michon le ha costado mucho encontrar su voz. De hecho esta es la historia de cómo Michon no encontraba su Verbo. Y así, este su primer libro, lo publicó a los 39 años. Que, bien pensado, no sé si es demasiado pronto o tarde para un primer libro. Sobre todo si el primero es un libro tan extraordinario como Vidas minúsculas.
A mí este Vidas minúsculas me ha seducido y me ha tenido rendida de principio a fin. Lo he disfrutado casi de forma sexual, sintiendo las metáforas y las embestidas líricas de Michon como vaivenes de placer que retienen el orgasmo sin alejarme nunca de él.
Si para Michon la belleza está justo en el instante creativo, en ese estallido en el que todo encaja y se ajusta, bien podría ser Vidas minúsculas la búsqueda de ese intervalo fugaz en el que un autor consigue la Gracia de la Escritura y un frenético intento por poseerla.
El desierto que yo era, hubiera querido poblarlo con palabras, tejer un velo de escritura para ocultar las órbitas vacías de mi rostro.
Las minúsculas vidas (a mí me sobrecogió especialmente la del tío Foucault) de las que habla Michon en realidad no son ínfimas, como ninguna vida lo es: todas ellas son mayúsculas, enormes en su humildad e incluso en su pobreza. Michon intenta que ellos sean imperecederos al ser contados, en un fiero enfrentamiento contra la fugacidad de las personas, lo efímero de nuestra existencia, lo endeble de nuestra pertenencia. Qué mejor forma de homenajearlas que hacerlas eternas a través de lo Escrito.
En realidad todas esas biografías, las ocho (las nueve, si contamos que la suma de las ocho da como resultado una novena: la del propio Michon) son biografías de ausencias. Me resquebraja esa realidad: que las ausencias nos construyan más que las presencias.
…que las palabras son vastas, que son dudosas.
Cuando estaba en plena lectura de Vidas minúsculas, le comenté a una buena amiga que Michon me estaba salvando los días y el vocabulario. Si bien lo primero es una dramatización muy característica en mí, lo segundo es textual: todo el vocabulario que parece no existir, todas las palabras que parecen faltar las tiene Michon: palabras telúricas, lumínicas, celestes, arcaicas, tornasoladas, danzarinas, sensuales… Michon es sonoridad, sinfonía, sensorialidad, pero también laceración, talento, agudeza, conocimiento y precisión.
Con una forma de escribir tal y como estoy describiendo (o eso intento), bien podría pensarse que a Michon se le puede ir el hilo de lo que pretende contar (y cómo pretende hacerlo), que de repente pueda faltar un eslabón que mantenga unida toda la estructura, que vaya a caer en lo afectado y rimbombante. Pero no, Michon no pierde de vista el recorrido y mantiene al (extenuado, embriagado) lector en él.
Si se animan a leer estas Vidas minúsculas sepan que se van a encontrar con algo así, de continuo (y he escogido un fragmento al azar):
Cierto es que el mundo nos violenta. ¿Pero qué violencias no ha sufrido? Los helechos misericordiosos ocultan la tierra enferma; en ella crecen un trigo pobre, historias bobaliconas, familias con fisuras; del viento surge el sol, como un gigante, como un loco. Luego se apaga, como se apagó la familia de los Prelucher; así se dice, cuando el nombre deja de aparearse con los vivos. Sólo lo pronuncian todavía bocas sin lengua. ¿Quién miente con obstinación en el viento?
Leer a Michon es no respirar, no cabe hueco para ello, sus extensas descripciones, su torrente léxico, su sonora, vibrante y profunda escritura, su paisaje de palabras e imágenes deja sin aliento. Antes decía que había disfrutado de esta lectura casi de forma sexual, y bien sabemos todos que cuando el orgasmo estalla, contenemos la respiración para inmovilizar y retener ese momento en el tiempo.
Literatura pura, selvática, estremecedora, culta… No echo de menos respirar cuando la literatura alcanza niveles tan estratosféricos que la fuerza de la gravedad se diluye y te hace flotar en una agradable e intensa deriva. Rendida a Michon hasta las lágrimas, empujadas a mostrarse como un tributo a la belleza.