jueves, 31 de diciembre de 2020

¡vete, vete, 2020! (algunas de mis mejores lecturas de este año infame)

 


Todo lo que pueda decir del 2020 (¡vete, vete!) sería prematuro. El 2020 no se acaba este 31 de diciembre, su sombra va a ser larga. Ha sido un año que, cuanto menos, podemos calificar de intenso, pero también traumático. Y como todo trauma, requiere su tiempo para curar esa ruptura, esa quiebra en la vida que no pedimos pero se nos fue dada. Por eso, para mí, el 2021 será el tiempo de la reflexión, de asentar lo aprendido, de soltar lo desaprendido, de comprender lo vivido, de encajarlo en mí día a día. En sentir que todo esto no ha sido para nada. Y una, que es lenta en procesar, necesita su tiempo para resolver este shock. Eso va a ser el 2121.

El 2020 nos ha atravesado de un lado a otro, de arriba abajo. Decir que todo ha sido negativo, en mi caso, sería mentir. Recuperé la naturaleza, el afán por lo sencillo y lo verdadero, puse a todos mis demonios encima de la mesa. Ahora tengo que fulminarlos. O fumigarlos. Desinfectar.

Sufrí un bloqueo lector brutal que nunca había tenido en mi vida. Miraba los libros y lloraba. Estaban ahí y eran inaccesibles para mí. Qué torpeza la mía. Era yo la inaccesible. Volvieron. Volvieron las lecturas, poco a poco, tan poco a poco que aún arrastro un ritmo lector que no me reconozco. Pero los libros no han fallado. Los que leí me rescataron, por eso hoy rescato al menos 12 que, por distintas razones, son los que hoy quiero traer aquí casi como una epifanía, una manifestación festiva del lugar que ocupa la literatura en mi vida. No voy a contar las razones de por qué estos 12, los recojo aquí y por ahí están comentados todos y cada uno de ellos. Que lleguen a vuestras vidas y sintáis que merecen la pena es algo que no depende de mí.

Si tuviera que desearos algo para este año que empieza sería que fuera el año de los aprendizajes, de aprender y de aprehender, y el año en el que por fin la bondad y la empatía sea un estruendo, si alguna epidemia quiero es esa: la de la generosidad, la de la humanidad, la de cuidar al otro y mirarnos a los ojos. No puede ser tanto dolor para nada. Como poco, leamos. Os vuelvo a desear lo mejor y que lo mejor sea lo correcto.

Y, a mí manera, os estoy dando las gracias. A todas y todos. 

©AnaBlasfuemia

lunes, 28 de diciembre de 2020

El parque (Marguerite Duras)


Parece que nada ha empezado y ya ha empezado. Parece que no hagamos nada y estamos haciendo algo. Creemos que avanzamos hacia una solución, nos volvemos y vemos que ya la hemos rebasado

He estado dando vueltas y vueltas a este libro como si fuera una pieza de Tetris, intentando ajustarla en algún sitio y, en ese gesto de encontrarle la posición y el lugar adecuado, todo tuviera sentido. Pero no era un sentido lo que buscaba, sino más bien encajar este libro con su autora, Marguerite Duras.

Concebida como obra teatral, toda la trama se sustenta en el diálogo entre una joven niñera y un maduro vendedor ambulante. Muchas cosas les separan: edad, sueños, esperanzas, ambiciones. Se encuentran en un banco del parque y hablan, hablan y hablan. Hablan con mucha cortesía y mucho respeto hacia lo que el otro dice.

Lo que me costaba encajar era lo que leía con que fuera un libro escrito por Marguerite Duras. Y no por la economía narrativa, porque Duras nunca necesitó de excesos para conseguir ser una gran escritora, ha sido siempre sutil para expresar con palabras emociones complejas. Llegué a pensar que era un problema de traducción, pero tampoco. Pensé si era esa abundancia de cortesía entre ambos lo que me descolocaba, y algo de eso hay pero muy residual. Descarté que fueran los personajes, empeñados en mantenerme a distancia, observando. Pero luego comprendí que era esa sutileza tan característica de Duras la que estaba ahí, al terminar el libro y darte cuenta de la profundidad que movía detrás de una sencillez tan escandalosa.

Y al finalizar de leerlo vislumbro la grandeza de Duras, aun en este libro que no obtuvo muy buenas críticas (excepto de Maurice Blanchot, algo nada desdeñable en absoluto), y en el que a través de una conversación pura y dura, sin más herramientas narrativas que el diálogo, habla de la desesperanza y su contraria (la esperanza), los miedos y sus opuestos (la audacia, la acción). Y claro, termino, de leerlo y pienso que, en verdad, Duras jamás decepciona. Ni las buenas conversaciones.

En el mundo hay gente tan satisfecha por el mero hecho de vivir que no necesita la esperanza

©AnaBlasfuemia

martes, 22 de diciembre de 2020

Las buenas intenciones (Amity Gaige)


Comenzaba a percibir que había una diferencia entre secretos y misterios, y que, por desgracia para él, la vida era un misterio y no un secreto, lo cual significaba que nadie la poseía y, por lo tanto, que nadie podría hacerla transparente para él, así que ninguna muerte ofrecería una respuesta

La diferencia entre misterio y secreto está en que el misterio no es susceptible de resolverse. La vida es misteriosa, no secreta. Y las intenciones pueden ser secretas, pero no misteriosas. También pueden ser buenas o malas, hay un dicho al respecto: que el infierno está lleno de buenas intenciones. Y eso ya nos dice mucho del contenido de este libro.

Gaige construye un personaje protagonista fascinante y complejo. Un protagonista manipulador y egocéntrico. Y es que cuando todo se construye en torno a una mentira, al final las intenciones nunca, jamás, son buenas. La verdad más pura siempre está en quien es capaz de conmoverse, pero no con y por uno mismo, no con autocompasión, sino conmoverse con el otro y por el otro.

Al final… al final nos pasarán la cuenta y todos tendremos que pagar y declarar el verdadero color de nuestros actos. Poca escapatoria hay, por mucha confusión que exista entre quienes creemos ser y quienes realmente somos, por mucho que construyamos una narrativa personal con relatos que se ajusten a nuestros intereses… nos pasarán la cuenta y habrá que pagar. Fin de la historia.

Esta es una novela inteligente y muy bien escrita sobre una personalidad narcisista, una personalidad profundamente manipuladora. Gaige profundiza sobre la paternidad y las identidades que adoptamos y lo hace a través de un personaje de esos que detestamos a la vez que nos atraen poderosamente. Algún nombre tendrá eso, pero mientras lo encuentro os digo que este libro me agarró con la pericia de una araña atrapando a una mosca. Tejiendo muy bien. Detestas al personaje pero lo comprendes y hasta a veces sientes ternura por él, una ternura del mismo calibre que el desprecio. Emocionalmente esto es inquietante y, a la vez, una virtud narrativa de Gaige. Una novela muy equilibrada sobre el desequilibrio.

Que alargada es la sombra de Nabokov y su “Lolita”... 

©AnaBlasfuemia

jueves, 17 de diciembre de 2020

El sueño de una lengua común (Adrienne Rich)


 «Nadie está predestinado o condenado a amar a nadie.

Los accidentes ocurren, no somos heroínas,

ocurren en nuestras vidas como accidentes de tráfico,

libros que nos cambian, barrios

a los que nos mudamos y que acaban por gustarnos.

“Tristan und Isolde” no es precisamente la historia,

las mujeres al menos deberían saber la diferencia

entre el amor y la muerte. Ni copa de veneno

ni penitencia. Nada más la idea de que la grabadora

debería haber capturado algún rastro de nosotras: esa grabadora

no sólo reproducía, sino que debería habernos escuchado,

y podría instruir a las que vinieran después:

esto es lo que fuimos, así es como intentamos amar,

y éstas son las fuerzas que habían alineado en nuestra contra,

y éstas son las fuerzas que habíamos alineado en nuestro interior,

en nuestro interior y en nuestra contra, en nuestra contra

                    [y en nuestro interior »

De algunos libros es una auténtica penitencia elegir qué texto compartir, elegir las palabras de las que emerja el deseo que reivindique la necesidad de leerlo, la urgencia de coger ese libro y sentir que libera el pájaro que tienes en el alma.

Rich tiene un sueño, el sueño de una lengua común, y quizás esa lengua común sea el sentimiento que provoca la poesía, esa a la que el silencio pone algodón, amortiguando el grito a la vez que le da forma y textura, un tacto y contacto que no rechazas porque acoge como lo hace todo aquello que une y no separa.

Dos mujeres juntas es una tarea

que nada en la civilización ha hecho sencilla

Doy fe.

Este libro de poemas, que es sobre las mujeres pero no (sólo) para las mujeres, sino para las personas, nos dice que la comunicación y el compromiso es el mejor cuidado mutuo que podemos ofrecernos. Rich desnuda el lenguaje, le quita carne y piel al hueso, porque la contundencia de lo sencillo y llano no carece de belleza ni poética y transmite el mensaje con la humildad y la garra de lo verdadero. Nos sostiene.

Quizás las mujeres sintamos que siempre llegamos tarde, pero aún estamos a tiempo de hacer el futuro.

La valentía de sentir esto

De contar esto

De estar viva

Intentando aprender

Lecciones imposibles de enseñar

Gracias, Adrienne Rich.

©AnaBlasfuemia

jueves, 3 de diciembre de 2020

El libro de la hospitalidad (Edmond Jabès)


Escribo sobre el olvido o, más bien, escribo el olvido y, a medida que lo escribo, olvido lo que escribo. ¿Quién leerá lo que no se puede leer? Leo para cada lector ingratamente frustrado. Leo para todos. Y mi lectura es una llamada desesperada. Con un utensilio puntiagudo, grababa, en la piedra friable, la palabra hospitalidad

No es algo que comente mucho pero estoy viviendo todo esto de la pandemia con muchísima introspección y cierta ansiedad. Ansiedad que es dolor. Dolor y perplejidad por la humanidad. Intento desesperadamente que no se me desdibuje la realidad en la burbuja de la “normalidad”, en ese aparentar que no pasa nada, que esto pasará y todo volverá a ser como antes. Especialmente los últimos días siento el pecho oprimido, y quizás la lectura de “El origen de los otros” me llevó a releer este libro que tanto cobijo bondadoso me dio en su momento.

Y siento que al releer a Jabés el pecho se me expande y vuelvo a respirar, emocionada, con esas lágrimas que provocan sentir que hay espacio (pequeño, sí, ínfimo, pero espacio: la brecha por la que entra la luz) para la esperanza.

Jabés, que presta su voz al otro, un sabio que es un desconocido, un extraño con el que dialoga, primando lo fragmentario, el verso sobre el texto, el mensaje claro: todos somos el otro para los demás, todos somos extraños y eso nos vuelve vulnerables. Recibamos al extraño, acojámoslo, seamos hospitalarios, bondadosos. Somos efímeros, no perdamos el tiempo en defender nuestro espacio, nuestro yo, con uñas y dientes. Acojamos al otro, aunque no sea al que esperábamos. Cuidemos a los demás.

Publicado póstumamente, Jabés escribió este libro haciendo balance de su vida, consciente de la premura de la muerte y luchando contra el olvido. Regresó al desierto y a esos nómadas que, paradójicamente, representan mejor que nadie el concepto de hospitalidad, la ayuda al otro sin preguntar, sin ni siquiera recordar, tiempo después, la ayuda prestada. Porque no es necesario recordar que la vulnerabilidad nos une y “podemos, entonces, elegir: negarnos o unirnos

Jamás la herida curará la herida

Un poco de hospitalidad, por favor.

©AnaBlasfuemia

viernes, 27 de noviembre de 2020

Exhalación (Ted Chiang)

Pero hay gente con la que puedes contar para cualquier cosa y luego está la gente con la que sólo puedes contar para algunas cosas, y tienes que saber distinguir quién es quién

Y distinguir con tino a unos y a otros no es fácil. Como elegir un libro a ciegas ¿será una lectura satisfactoria, plena o ni fu ni fa? Toda mi vida he elegido a la gente con la que contar y los libros que comprar en base a dos cosas: intuición y experiencia. He de decir que la intuición me ha dado cal y arena: lecturas esplendidas, amistades grandiosas, bodrios de libros, gente que me la ha metido doblada. Pero la experiencia… qué aliada más magnífica para convivir con la intuición. Si se aprende de ella, claro.

Así que intuición y experiencia (lectora) me han llevado a este libro, sin saber de qué iba, dejándome llevar por una combinación de factores (algún comentario leído, la editorial, ciencia ficción, la referencia a la habilidad del autor para “indagar en los enigmas de la condición humana y abordar los conflictos que la relación con la tecnología plantea en nuestra existencia”)

Bingo.

Llevar la ciencia ficción a lo plausible, a algo en lo que el lector pueda encontrarse, no es tarea fácil, por mucho que Chiang lo haga sin (aparentemente) despeinarse. Tira de variedad de contextos e historias y nos lleva siempre a una advertencia y, a la vez, a una esperanza. Como quien dice “mira qué desastre” y te lo desmenuza con paciencia, señalando dónde, cuándo, cómo y porqué, pero luego te señala el lugar exacto por el que entra la luz, la herramienta para revertir el desastre. Y todo ello con una narrativa que no puedo definir de otra manera que pedagógica.

Todos los relatos enganchan porque Chiang es un hábil contador de historias e incluso aquellas que están más próximas al ensayo que al relato funcionan con precisión. Todas nos interrogan sobre cómo la tecnología nos cambia y nos inquieren sobre los recuerdos, la narrativa que nos hacemos de nuestras propias vidas, la verdad, la memoria, el perdón, la educación.

Con una asombrosa sutileza y muchos conocimientos sobre la cognición humana, Chiang ha sido un descubrimiento y leerle una experiencia fantástica.

©AnaBlasfuemia

jueves, 19 de noviembre de 2020

Toda pasión apagada (Vita Sackville-West)


“Además, entre la gente que me gusta, encuentro algo duro y concentrado en su interior, algo áspero, casi cruel. Una especie de piedra de la honestidad. Como si estuvieran decididos a toda costa a ser fieles a aquello que consideran importante

La potente literatura de Virginia Woolf, su papel tan icónico en el feminismo y el morbo que produce, aún hoy en día, su relación con Vita Sackville-West ha hecho que el papel de esta última dentro de la literatura tenga un interés menor. Pues desde aquí os digo: qué pena. Claro que si me dieran a elegir qué escritora quisiera ser elegiría a Woolf. Pero si me dijeran qué persona querría ser, diría Vita.

No tiene la complejidad literaria ni la inmensa calidad de Virginia, pero lo que he disfrutado con esta lectura y lo inesperado de la escritura de Vita: convincente, poderosa, irónica, perspicaz… Vale que posiblemente es la novela más conocida de Vita, que el tema que abarca es muy ”woolfiano” (empoderarte, tomar el control de tu propia vida), aunque creo que se influenciaron mutuamente. Pero, qué carajo, aunque Vita tire de una estructura narrativa clásica, su análisis inteligente e hiriente de los personajes y de la época (de lo humano) me ha agradado enormemente. Sutil y eficaz, con claras referencias feministas. Cínica pero no arriesgada. Hábil en la narración y en la descripción. Divertida y tierna. Sugerente, sin necesidad de ser explícita ¿Se puede pedir más? (sí, claro que sí, pero el nivel de satisfacción con esta lectura está claramente por encima de la media)

Además, que ya va siendo hora de ver a la mujer “mayor” de otra forma, y Vita señala el camino. Podemos tomar nuestras propias decisiones, no importa la edad, no dejarse influir por las expectativas externas, sino por las internas. Claro que esto es lo deseable para cualquier edad, pero es que la protagonista de “Toda pasión apagada” lo consigue a sus 88 años. Hay esperanza (siempre la hay, qué es la vida, sino concatenar esperanzas, tener sueños y, a veces, cumplirlos -aunque sea por aproximación-)

©AnaBlasfuemia

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Las huellas del diablo (John Burnside)


Es un error fijarse demasiado en el punto en que han empezado las cosas. Las cosas empiezan muy por debajo de la superficie: cuando son visibles tienen vida y dirección propia

Y sin embargo “Las huellas del diablo” es un recorrido hacia ese punto en el que empezaron las cosas para Michael Gardiner que, a partir de un acontecimiento concreto, inicia una huida hacia delante que, inevitablemente, le lleva a una travesía hacia su pasado, recorriendo retazos de memoria, fragmentos que va recogiendo como quien sigue las huellas del diablo, entre la curiosidad y el temor.

Gardiner se considera a sí mismo un exiliado interno en el pueblo en donde creció y vive con su mujer, un pueblo idílico en lo estético pero infame en lo ético. De esos pueblos en los que parece imposible mantener un secreto. Todo sale a la luz, sea en forma de verdad, de superstición, de rumor, de acosos y chismorreo. Ya sabéis. Todos conocemos un pueblo así.

La trama del libro nos es familiar, el lenguaje que utiliza Burnside es sencillo, quizás confuso en la psicología del protagonista y otros personajes, pero fino en la descripción del clima del pueblo y los paisajes. Al terminar no estoy segura de a dónde me ha llevado esta lectura, que percibo con más nudos de los que se deshacen al final.

El protagonista posee aparentemente una gran agudeza para detectar los problemas y analizarlos, sin darse cuenta que lo hace desde el embotamiento y desde una visión limitada del mundo, y además posee una pereza casi genética para afrontar las soluciones, lo que le termina por llevar a que su propia cabeza le traicione. Como a veces padezco de esa misma pusilanimidad no puedo evitar ponerme a la defensiva si la detecto en algún personaje. Lo curioso es que cuando me di cuenta de este hecho, y reprochaba con cierta irritación a Michael Gardiner su relativismo moral y su falta de empatía, caí en la cuenta de que tenía un libro de este mismo autor, Burnside, que había adquirido recientemente. Un libro de poesía, “Dones”. Así que lo cogí y abrí al azar:

“no es que yo quiera renacer,

pero en algún sitio entre esta vida y la otra

imagino un lugar

donde el alma

se purifica”

Pues ya estaría.

©AnaBlasfuemia

lunes, 2 de noviembre de 2020

El mar alrededor (Keri Hulme)


Por otra parte, mi virtud cardinal es la esperanza. La desesperada esperanza, la esperanza crítica. No la esperanza cristiana, sino una rebelión innata contra las inevitables maldiciones del sufrimiento, la muerte y la desesperación. Una esperanza insensata…

Hace no mucho este libro me habría destrozado. Ahora, también. Pero ya no soy la misma. Ahora tengo una esperanza insensata, de cristal y acero, temible y sin olvido. Conozco lo imprevisible, no me lamento del mundo soñado, sino del real. Mi única extrañeza es la realidad. Y, por eso, entiendo este libro y dejo que me cobije.

Porque habla de todo, de la tierra, lo humano, lo místico, las tradiciones, las heridas y el amor. De aferrarse unos a otros, lo palpable y lo etéreo. De elegir entre confianza o herida. De la tierra, las personas, la familia… como CASA. De cuando solo tenemos sentido estando juntos. De lo inevitable de la soledad pero también de la reunión de almas.

Casi 700 páginas en las que Keri Hulme exige al lector tanto como da, un compendio de estilos y recursos literarios (más o menos afortunados), una envoltura muy espiritual (y espirituosa), una ficción mágica que es una realidad, una fe sólida en una cultura, una tierra, una forma de ser como sociedad que tiene raíces que confrontan con culturas más “terrenales”.

Como lectora, tengo dos opciones con este libro: caer en la extrañeza o pelar las capas de la cebolla, dando más importancia a unas que a otras, porque al fin y al cabo estoy muy por la labor de historias que conlleven una especie de reconquista y catarsis, por el poso de esperanza que implican y que tanto necesito.

Hace mucho que comparto mis lecturas en redes, siempre con un afán no tanto de compartir sino de dejar constancia de una autobiografía literaria y personal a la que pueda acudir siempre que quiera para saber de mí misma. Algunas veces lo hago porque necesito “soltar” una lectura que se prende en mis dedos y en mi corazón de una forma que es muy íntima. Y necesito desprenderme de esa lectura, escribiendo sobre ella, para pasar a la siguiente. Este es uno de esos libros. De esos libros que, más allá o más acá de su valor literario, te rasgan algo que te pertenece.

©AnaBlasfuemia

miércoles, 21 de octubre de 2020

La peste blanca (Karel Čapek)


En 1937 Čapek escribió “La peste blanca”, una obra de teatro sobre una pandemia provocada por un virus procedente de China que se propagaba con extraordinaria facilidad, afectaba a las personas a partir de una edad (50 años, de los de entonces), se transmitía entre humanos pero no lo transmitían los animales, no había vacuna para la enfermedad… ¿Os suena, verdad? Vivimos en una distopía que alguien muy lúcido ya había escrito. Pone los pelos de punta.

Pues las terribles similitudes entre nuestra realidad y la descrita por Čapek no se limitan a la descripción de una enfermedad semejante al coronavirus que nos arrasa en pleno siglo XXI. Lo dramático de esta ágil e incisiva obra de teatro es el retrato que hace del ser humano ante una situación de crisis sanitaria. Y digo dramático porque estamos asistiendo al mismo espectáculo dantesco que Čapek relata con ironía y mucha, muchísima precisión: el egoísmo, el sálvese quien pueda, el poder antes que la solidaridad, la política antes que la ciencia, la guerra antes que la paz, la economía antes que la salud…

Y no puedo evitar, después de leer este libro, admirarme una vez más de que haya autores que hayan plasmado con tanta facilidad las miserias del ser humano y no es que sean visionarios porque esas miserias siempre son las mismas, la piedra en la que tropezamos una y otra vez ya tiene callo, nos falta rebeldía, generosidad, compromiso y solidaridad y nos sobra egoísmo, individualismo, ingratitud y codicia.

Casi cien años después no parece que hayamos avanzado tanto, el afán por la riqueza y el poder sigue pisoteando cualquier derecho humano, incluso el derecho a la salud. Que esta lectura sea atemporal se debe tanto a la genialidad de Čapek como a nuestra propia egolatría.

La peste blanca” no es un libro esperanzador y quizás eso debiera de ser un aviso. Estamos a tiempo. Nunca recomiendo lecturas porque leer es algo personal. Pero, si pudiera, repartiría este libro en las puertas del Congreso y del Senado a esos seres que se supone deberían protegernos y nos están dejando en la indefensión más absoluta. Están todos retratados (aunque, como buenos borricos con orejeras y ombligo pomposo que son, no sabrían reconocerse). Puñeteros demagogos.

Čapek escribió el libro en pleno apogeo del fascismo… Eso sí que pone los pelos de punta.

©AnaBlasfuemia

domingo, 11 de octubre de 2020

Una chica es una cosa a medio hacer (Eimear McBride)


 “Haz lo que quieras. La respuesta a cualquier pregunta es Folla. Cóseme los ojos y zúrceme los labios. ¿Me lo harás? Dice. Eso. Haz eso. Me. Sí Folla. Sí. Ayúdame. Sálvame de todo esto”.

Sería muy tentador comentar este libro intentando imitar su estilo. Poner. Puntos. Frases a medio. Ha. Haaaa. Repetir. O no tal vez. Pero hacerlo sería un error. Un grave error, porque no se trata de poner puntos a diestro y siniestro, sin miramiento alguno, de dejar caer unas pocas comas, dejar frases a medias, repetición, aliteración, deconstruir frases y palabras… No, eso es fácil. Y lo que hace McBride ni es fácil ni está al alcance de cualquiera.

McBride deja clara su intención desde la primera línea. No trata de llamar tu atención. Va a ser así todo el libro. El lenguaje como un instrumento de la mente, la mente como una experiencia verbal y expresiva. Y McBride exprime al máximo todas sus posibilidades. Sin trucos y con muchísimo oficio. Una forma de narrar, una sintaxis fragmentada, que es una voz, un grito, un ritmo amartillado, una gramática rota, una caída sin asideros

Aparentemente estamos ante algo que nos resulta conocido: familia irlandesa, madre religiosa y estricta, padre ausente, hija rebelde, hijo enfermo, un familiar nocivo, oraciones e iglesia salpicándolo todo, una moralidad hipócrita. Hasta ahí lo reconocible

Lo grandioso de este libro es que toda la arquitectura sintáctica, gramatical, ese desmantelamiento de normas y cadencias, la demolición de las barreras establecidas, la originalidad del lenguaje (la herramienta)… no devora la historia ni la convierte en ilegible. Al contrario, he podido palpar una identidad desintegrándose (no es casual que no conozcamos cuándo ni dónde se produce todo, ni cómo se llaman los personajes), el tránsito de niña a mujer, el despertar sexual, los abusos, la culpa, el dolor, la violencia, el sufrimiento emocional, la depresión, la impotencia, la tristeza...

La narradora, esa chica a medio hacer, que comienza siendo una niña y avanzamos con ella por su adolescencia, es la voz que empapa todo el relato. Una narración quebrada, rota, visceral. El sexo no es placer ni es venganza: es dolor que intenta sacar el dolor. Huir hacia adelante, días creando días, correr echando capas de dolor encima para enterrar en el olvido el dolor primigenio. Escabullirse, rápido, corre, como pollo sin cabeza, un forcejeo contra el dolor y las emociones inmanejables.

Terminé esta lectura como si hubiera estado subida a un toro mecánico que intenta expulsarme a base de suaves balanceos que te acunan y de violentas e imprevisibles sacudidas, pero al que me abrazo hasta fundirme con él en una emoción común que pocos libros habían conseguido hasta ahora en temas que son muy sensibles para mí. Agotada y agradecida por la experiencia.

Tengo que agradecer a Enrique Redel y a la editorial Impedimenta que hayan apostado por este libro, que se hayan arriesgado con él. Porque, sí, editar este libro es un riesgo, un riesgo que solo puede asumir quien ama la literatura y desea compartir su experiencia, aún a sabiendas de que a los lectores más convencionales se les hará nudo esta lectura. Y a su traductor, Rubén Martín Giráldez, que ha debido sudar lo que no está escrito con esta traducción, transmitirle que ha hecho un trabajo impresionante.

martes, 6 de octubre de 2020

El origen de los otros (Toni Morrison)

 


La raza es la clasificación de una especie y nosotros somos la raza humana, sin más. Entonces ¿qué es esa otra cosa, la hostilidad, el racismo social, la creación del Otro?”.

La identidad de EEUU tiene una cicatriz imborrable: el racismo. Una cicatriz que supura constantemente y de la que no están exentos otros países. El racismo es un pus que nos recuerda que hay una infección que invade y multiplica una enfermedad existente, algo que está podrido, mórbido. Hay algo que no va bien. Y si hay una voz que me interese escuchar sobre este tema es la de Toni Morrison, una voz poderosa que nos ha abandonado hace poco más de un año pero que aún podemos seguir escuchando en sus libros.

Toni Morrison no sólo reivindicó su raza (y especialmente a la mujer) en su escritura, es que no dejó en ningún momento de indagar y explorar en los cimientos de la historia de Norteamérica y de su raza, buscando comprender de qué está hecho el racismo, la segregación, el odio

Los últimos acontecimientos de violencia policial que todavía no se han apaciguado (“no puedo respirar”), la discriminación racial, la xenofobia, la hostilidad hacia los inmigrantes desbordándose… hacen más necesarias que nunca lecturas de este tipo que nos recuerdan que detrás de toda esta deshumanización del “otro” no hay otro fin que apuntalar un sistema capitalista de explotación económica y reafirmación de pertenencia (pertenecer a un grupo frente a otro, creando una falsa y maniquea sensación de seguridad, pertenencia y poder si estás en el grupo “adecuado”).

El origen de los otros” profundiza en esas raíces del racismo y la otredad, en su construcción social, tanto desde su propia experiencia vital como desde el contexto de la literatura, para recordarnos que la necesidad de control y la (falsa) ilusión de poder están detrás de toda esta violencia y desprecio al “otro” y también que la ficción narrativa nos ofrece una magnífica “oportunidad de ser el Otro, de convertirse en el Otro. El forastero.

Si la primera cita era una pregunta que se (nos) hacía Toni Morrison, la última cita quiero que sea una respuesta a esa pregunta (una de las muchas respuestas):

Los forasteros no existen. Solo existen versiones de nosotros mismos; muchas de ellas no las hemos suscrito, de la mayoría deseamos protegernos […] Es también lo que nos empuja a querer gobernar y administrar al Otro. A idealizarlo, si podemos, para que vuelva a nuestros propios espejos. En cualquiera de ambos casos (la alarma o la falsa veneración), le negamos su condición de persona, la individualidad específica que exigimos para nosotros”.

©AnaBlasfuemia

viernes, 2 de octubre de 2020

Flota (Anne Carson)


 ¿Dirías que las palabras son las incisiones en la piedra o más bien la piedra alrededor de las incisiones?

Definir a Anne Carson es una osadía. Cuando pienso en ella lo que evoco es la cabeza de Medusa e imagino la de Carson, no llena de serpientes venenosas, sino de cientos de pensamientos, de conexiones sinuosas. Y quizás aquello que mire Anne se convierta, no en roca, sino en la incisión en la piedra y, a la vez, la piedra alrededor de la incisión.

Una de las cosas que más me atrae es aquello que muchas personas pueden rechazar: su estilo fragmentando, aparentemente inconexo. Pero detectar el hilo de las conexiones que ella sigue (diría reseguir) convierte su lectura en puro estímulo. No puedo dejar de pensar en su cabeza, contenedor de una inteligencia, una cultura y una sensibilidad extraordinarias. Mi cabeza también hace conexiones, y una de ellas relaciona a Anne con Susan Sontag, poseedoras ambas de una inteligencia excepcional que, de alguna manera, empuja a una y empujaba a otra a una afición desmesurada por hacer listas, quizás por ordenar (y plasmar) el exceso de nexos, el encadenamiento agotador de ideas y estímulos.

Carson es una artesana de la palabra, una malabarista que no descarta ninguna pirueta gramatical: detener las palabras, dejándolas suspendidas en algún silencio o en el rincón de un margen o frase, voltear una palabra, balancearla dentro de un párrafo, seguir una inercia imposible de una frase a otra, sujetándola sin despeinarse… y todo lo hace sin red, o siendo ella misma su propia red gracias a su fortaleza intelectual y lingüística.

Flota” son 22 cuadernos, cada uno de ellos un ensayo, un poema, un nosequéquequéseyo que se pueden leer en el orden que quieras, cada pieza es individual y cerrada. Lo que escribe Carson es un pecio, restos no hundidos de una nave que permanecen flotando a la deriva, como estelas quebradas, cada una de ella una botella lanzada al mar con un mensaje en su interior.

Carson divide, subdivide y suma el lenguaje hasta extremos inconcebibles, exprimiendo de forma sagrada su escritura. Y yo leo “Flota” perpleja y extasiada, con una admiración solemne y el alma cuajada de la fecunda creatividad de Anne Carson.

©AnaBlasfuemia

sábado, 26 de septiembre de 2020

El mar indemostrable (Ce Santiago)

 

… y cierto día encaras un cúmulo de ciertos días que equivalen a la asunción de que moverse es lo mismo que ir a ninguna parte, y que eso es peor que, al menos, estar en algún lugar”.

Decía Borges que somos lo que leemos, aunque también se puede decir que leemos lo que somos. De algunos traductores bien se podría decir que son lo que traducen. No conozco personalmente a Ce Santiago, así que no puedo afirmar rotundamente que él sea aquello que ha traducido, pero sí que probablemente lo que traduce es la literatura que le gusta leer pero también la que le gustaría escribir. Pues bien, lo ha hecho: ha escrito un libro. De esos que se quedaron varados en plena pandemia, sin poder salir a navegar por las librerías. Hasta que el mar pandémico lo ha permitido. Ahora.

Si has leído algunas de las traducciones de Ce Santiago (William H. Gass, Gilbert Sorrentino, Djuna Barnes, Nicholson Baker, T.C. Boyle, Claire Vaye Watkins…) habrás hecho todo lo posible por hacerte con su primera novela, que es lo que yo hice, con muchas expectativas sobre qué esperaba encontrar.

No sólo no me ha defraudado. Es que hasta me ha emocionado el derroche de escritura excelsa, de riesgo, atrevimiento y autoexigencia. Ce Santiago exprime y experimenta con el lenguaje, deconstruyéndolo para volverlo a construir, insuflando vida a un lenguaje moribundo, dando forma a lo informe… haciendo literatura de esa que me hace aplaudir con las orejas.

El título del libro “El mar indemostrable” es toda una declaración de intenciones, o cómo una afirmación que asumimos como cierta (que el mar, al igual que la vida, no se puede demostrar) puede expresarse y, por tanto (en una curiosa paradoja), demostrar lo indemostrable.

La escritura de Ce Santiago es una escritura a borbotones, casi escupida, sudada como quien suda construyendo una catedral piedra a piedra con sus propias manos. Pulso, detalle, precisión, pasos seguros, ni un resquicio para lo inútil, superfluo, sobrante o innecesario.

El mar indemostrable” es un fluir controlado del lenguaje (si es que el lenguaje se puede controlar): Ce Santiago saca del corsé a las palabras, las frases, los párrafos, la narración, los libera de ese contorno ceñido, apretado y limitado, con el que se construyen muchos libros. Pareciera que desdibuja las formas, pero no puede decirse desdibujar cuando crea imágenes, sensaciones, experiencias, pensamientos y emociones que reverberan y se amplían en el lector.

Ce Santiago tensa el lenguaje hasta encresparlo, juegos literarios con forma brumosa sobre los que avanzas palpando con las manos hasta topar con lo tangible y aferrarte a algo, aunque sea al agua. Porque agua (mar, el mar, la mar) es este libro (“sin forma y a la vez con todas”), agua salada con la cadencia de las mareas que nos deja a merced del oleaje y de las corrientes de la resaca, orillas que no son idílicas, porque este mar no tiene nada de romántico y sí de cruel, no hay sentimientos en el mar.

Nada en este libro es casual y si su autor pretendía transmitir el mar, la relación del hombre con el mar y del mar con el hombre, lo ha conseguido con creces, no solo a través del lenguaje, sino también a través del ritmo y la cadencia que a veces te llevaba y otras te traía, que pocas veces te mecía y más bien te bamboleaba, que te llevaba del silencio más espeso y a la vez respetuoso a leer fragmentos en voz alta, con una sonoridad contundente que te hacía recordar toda la inclemencia del mar y la rudeza inhóspita de la humanidad.

Cuando terminé de leer el libro me sobrevino una especie de mareo cinético, el que sientes al desembarcar: durante un instante bajo tus pies la tierra ya no es firme, la sensación de inestabilidad te fuerza a echar las manos al suelo, como sujetando un mundo que se mueve demasiado rápido para sostener a aquellos que lo habitan.

Generoso, Ce Santiago no escatima sus referencias literarias y las comparte a pie de página. He dicho antes que probablemente Ce Santiago ha traducido aquello que le gusta leer, pero también aquello que le gustaría escribir. Y, como esperaba, ha escrito a una altura elevada. Su primera novela es una novela experimental, trabajada, pero de una frescura y un vigor que renueva el panorama literario nacional, muy necesitado de escritores así. Qué bárbaro, Ce Santiago.

©AnaBlasfuemia

martes, 22 de septiembre de 2020

Corazón de perro (Mijaíl Bulgákov)


"Lo terrible es que ya no tiene el corazón de un perro, sino precisamente uno humano. El peor de todos los que existen en la naturaleza"

Conocer el contexto histórico en el que se escribe un libro es importante, aunque luego su lectura confirme que lo transciende. Bulgákov escribió "Corazón de perro" en Rusia en 1925, en pleno apogeo del comunismo, ya muy asentado y por tanto en la deriva de la dejadez y el delirio del poder absoluto, Bulgakov (con un par) escribe una sátira socarrona y lúcida sobre la eugenesia y el ideal del nuevo hombre soviético.

La búsqueda del hombre perfecto es un tema recurrente de la humanidad desde el principio de los tiempos. Hay ejemplos recientes y no hay poder político, a diestra o siniestra, que no busque ese ideal del ser humano inmejorable que, curiosamente, suele ser siempre joven e inmortal, despreciando los valores de lo efímero. Un nuevo hombre pletórico en belleza, juventud, ideales y valores, inmortal y magnífico. Un intelectual, claro.

La Rusia de Lenin también quería perpetuar sus valores, porque los ideales hay que inocularlos así, en la glándula pituitaria, y se dio a los científicos instrucciones al respecto, o al menos se alentó la teoría de la eugenesia (la positiva, la que transmite valores “buenos”).

"Huy, sí, los ojos son algo primordial. Son como un barómetro. Puede verse todo: quien tiene una gran sequedad en el alma, quien por nada del mundo va a clavarte la punta de las botas en las costillas, y quien tiene miedo de cualquiera"

Corazón de perro” es una sátira muy “bulgakoviana” sobre el nuevo hombre soviético, un esperpento en el que destaca su capacidad para engarzar detalles realistas y cotidianos con elementos de la fantasía, habilidad que redunda en beneficio del lector, hasta el punto de que lo he leído como si fuera una obra de teatro que visualizaba al detalle, espectadora privilegiada en un teatro de esos que ahora nos necesitan (¡consumamos cultura!).

A partir de lo disparatado, Bulgákov construye una crítica sarcástica sobre la construcción de ese hombre ideal, acreditando su escepticismo al respecto y sin dejar títere con cabeza: desde lo absurdo de las teorías del nuevo hombre soviético, que olvidaba los valores del proletariado para transmitir los de la intelectualidad, a la denuncia de la explotación histórica y constante sufrida por el pueblo ruso, a los que prácticamente se les negaba su condición de seres humanos, pasando por evidenciar la peculiaridad de la individualidad del ser humano y el rechazo a cualquier forma de violencia.

Qué placer leer a Bulgákov.

"Explíquemelo, por favor, ¿por qué es necesario fabricar artificialmente a Spinoza cuando cualquier mujer puede parirlo cuando le venga bien?"

©AnaBlasfuemia 


viernes, 18 de septiembre de 2020

Otro mar (Claudio Magris)

 


Siempre creemos necesitar algo [...] y nos matamos por alcanzarlo. Reducir las necesidades, ser felices con el propio yo, ahí está la solución del acertijo

Hay un tipo de literatura considerada culta, erudita, que conlleva una lectura profunda y minuciosa. Quizás un tipo de lectura difícil de comentar y compartir, pero a la que llego con devoción y fruición, como una decisión irrevocable e íntima de la persona y la lectora que soy y a la que no voy a renunciar por un quítame allá ese like o ese postureo.

Aunque estamos aparentemente ante una novela, no hay acción, no se trata de eso sino de arte lingüístico y búsqueda de valores, armonía y diálogo con uno mismo. De lenguaje creando y recreando mundos, de demiurgos.

Otro mar” requiere de la complicidad del lector y no me refiero a una disposición a favor de obra sino a una complicidad intelectual y también de información previa. Abordo a Magris poniendo de mi lado los conocimientos que poseo y los que no (que son muchos, pero busco, me informo, curioseo) y entonces Magris te devuelve esa complicidad con creces.

En este caso necesitaba conocer el contexto y saber (no se facilita esa información) que los personajes de los que habla Magris existieron realmente, que quiere compartir con nosotros la recreación de la vida del mejor amigo de Carlo Michelstaedter (filósofo italiano cuyo pensamiento giraba en torno al deber de ser uno mismo), Enrico Mreule, considerado por Carlo como la representación de su filosofía, una herencia espiritual que pesará sobre los hombros de Enrico como una losa.

Así como el mar no se puede explicar, tampoco la vida se puede dilucidar ni evitar. La herencia espiritual que Enrico deja en Carlo, el compromiso y la fidelidad con su pensamiento, llevan a Carlo a una soledad brutal en su búsqueda de la vida, sin retorno posible.

Nunca se vuelve al mismo mar, no hay huellas posibles que retomar. Nunca se vuelve a la misma vida. Se vuelve a otro mar. A otra vida. Vida y mar son inalcanzables para Carlo y su firme búsqueda de la pureza le lleva a olvidarse de sí mismo y a una destrucción implacable de la vida.

Un libro tan poderoso y magnético como humanista y exigente.

©AnaBlasfuemia

martes, 15 de septiembre de 2020

El alma perdida (Olga Tokarczuk y Joanna Concejo)


Si alguien pudiera contemplarnos desde arriba, observaría que el mundo está lleno de personas apresuradas, sudorosas y exhaustas, y que sus almas también están perdidas

El alma perdida” es un texto brevísimo de Olga Tokarczuk. Con palabras precisas y una idea clara hace una alegoría contundente sobre la vida apresurada e irreflexiva que supone la cotidianeidad con la que transcurren los días (y la vida): prisas, falta de tiempo, exceso de trabajo, responsabilidades y actividades…

En sí mismo el texto pasaría desapercibido, quizás se desdibujaría hasta perder la fuerza de su contenido, de una efímera solidez, como esas ondas expansivas que se forman cuando lanzas una piedra al agua: surgen con un trazado ágil, contundente, y va perdiendo la grafía de su forma hasta desaparecer a medida que se alejan de su centro.

Pero cuando dos personas conectan surge una unión armoniosa destinada a que aquello que quieren transmitir se complemente y se fusione, adquiriendo una fuerza definitiva que se expande y crece en lugar de diluirse. Y así, las ilustraciones de Joanna Concejo se abrazan al texto de Tokarczuk y estalla la magia. Magia que es belleza y nos pide detenernos, deleitarnos en lo que podemos ver, tocar, sentir… y nos invita a reflexionar.

Todas las personas sin alma se parecen: son intercambiables. Se nos va cayendo el alma por aquí y por allá mientras vamos corriendo de un sitio a otro de una actividad a otra, de una reunión a una fiesta a un trabajo a ir de compras ir de cañas he quedado con fulanito o menganita tengo una fiesta hacer fotos para las redes sociales voy al cine a comer de vacaciones tengo que cocinar limpiar llevar los niños al colegio ir a clase mañana trabajo y pasado y el otro también… Y así, va pasando la vida, sin darnos cuenta que un día nuestra alma no pudo seguir nuestro ritmo y nos fuimos alejando de ella.

El alma perdidanos proporciona justo aquello que reclama: pausa, tranquilidad, paz. Entras a través de las imágenes, nostálgicas y melancólicas, te encuentras con el breve texto, meditas, y sigues avanzando en las ilustraciones que van tallando el mensaje de Tokarczuk hasta darle un contenido pétreo, sólido como una roca, rotundo y concluyente, con unos trazos delicados y tiernos.

Ambas narrativas, texto e ilustraciones, se ponen una al servicio de la otra y se dan la mano, el abrazo que funde dos almas en una, sin ponerse una por delante de la otra, destilan armonía y nos alejan de la inquietud de las prisas y de las personas sin alma. La conexión entre ambas se traslada a “El alma perdida” y la fuerza cósmica de esa unión y entendimiento hace el resto.

viernes, 11 de septiembre de 2020

El cerebro de Andrew (E.L. Doctorow)


También esto es la astucia del cerebro, el hecho de que uno está condenado a no conocerse

Todos tenemos un cerebro, aunque a veces no lo parezca. El cerebro obtuso, con fisuras, con su conciencia e inconsciencia, su inmensidad imprevisible. El cerebro interrogándose a sí mismo ¿Qué sabemos cada uno de nosotros de nuestro propio cerebro? ¿Y del cerebro de Andrew?

Lo que podamos llegar a saber del cerebro de Andrew lo vamos a saber (o no) a través de un monólogo dialogado, trágico y teatral. ¿Qué es verdad y qué memoria cuando todo es mero recuerdo? Andrew está solo. Y lo está porque lleva al desastre y a la desgracia a todos los que se le acercan. Andrew, el inepto. Preguntas y más preguntas, ¿cuál es el origen del mal? El que causa el mal ¿cómo interpreta el daño que hace a otros? ¿o lo reinterpreta? ¿cómo se justifica? ¿cuál es la raíz del mal?.

No es fiable Andrew ¿cómo va a serlo si ni él se fía de sí mismo? Pero reclama a los demás que se pongan en un lugar en el que él es incapaz de ponerse: el lugar del otro. Reclama la empatía que él no siente, demasiado ocupado en escudriñarse a sí mismo, un exceso de ruido interno que le impide escuchar con nitidez lo que llega del exterior. Andrew es un error, una disonancia.

El cerebro de Andrew” es, como poco, una curiosa y extraña novela. Un castillo de naipes. Una autoexploración cuyo trazado a veces me ha desconcertado y otras muchas me ha fascinado. Quizás Andrew está demasiado al servicio de E. L. Doctorow quien, al dotarle de una memoria manipulada, no otorga mucha verosimilitud a la voz del protagonista.

Pese a la mezcla de desconcierto y fascinación, estamos ante un libro hábil en el que igual hay demasiado cerebro y se echa en falta alma, quizás confinada en ese exceso de autoexploración. No deja indiferente leer a E. L. Doctorow porque, además de una excelente y personal técnica narrativa, desazona e inquieta.

Y el amor es la conmoción cerebral que nos deja insensibles a la desesperación

lunes, 7 de septiembre de 2020

El rostro ajeno (Kôbô Abe)


Sin duda la belleza es algo así como la fuerza con que los sentimientos humanos rechazan la posibilidad de destrucción, y se oponen a ella

Tengo la sensación de que últimamente nos estamos autodestruyendo mientras nos miramos el ombligo, repartimos selfies y sonrisas a diestro y siniestro, nos creemos influyentes, las opiniones son dogmas inexpugnables e incluso inentendibles, se miente, se manipula y se falsea sin rubor, se promueve el individualismo más brutal… Dudo mucho que la belleza sobreviva a tanto despropósito y que, en verdad, estemos rechazando con firmeza la posibilidad de destrucción.

¿De dónde nos viene este afán por autodestruirnos (individual y colectivamente)? No lo sé. Soy incapaz de comprender la falta de empatía, la extraña distorsión cognitiva que nos impide ver, comprender, aceptar y cuidar al otro (sin el otro no sería posible mi propia existencia individual). Yo sólo observo, entre atónita y paralizada, lo cual no deja de ser otra curiosa manera de participar de esta paulatina e impecable autodestrucción.

Y así, atónita, he leído este libro de Kôbô Abe, autor al que llego por primera vez y del que voy a leer todo lo que llegue a mis manos. La única explicación que tengo para no haberlo leído antes es que, a poco que quieras vivir la vida, el tiempo no te alcanza para acceder a tanta literatura que está a nuestra disposición y que deberíamos preservar como uno de los pocos lugares habitables que nos quedan. Todo lo demás es tierra inhóspita.

Vamos al meollo: el protagonista tiene la cara desfigurada debido a un accidente en el laboratorio en el que trabaja. Cubre su rostro con vendas. Qué horror, pensaremos. Y sin embargo ¿qué importancia le damos a la cara? Mucha más de la que aceptamos. A la nuestra y a la de los demás. ¿Qué papel juegan las caras en la interacción, en la comunicación con los demás? ¿Es en la cara, en la piel, donde está el alma? ¿Es la cara el espejo del alma? Así lo piensa nuestro protagonista, por lo que decide construirse una máscara, un rostro, para poder tener una cara que restaure el pasadizo de comunicación con los demás.

Con el rostro desfigurado, el protagonista es objeto de prejuicios que le golpean individualmente, puesto que no puede coaligarse a otros “sin rostro”, ¿cómo rebelarse contra unos prejuicios que sólo te afectan a ti? Con la máscara puede exponerse a los demás, pero a la vez constituye una barrera para ocultar su propia individualidad. Con la máscara nace (o más bien asoma sin obstáculos) otro nuevo “yo”, provocando una inevitable disgregación de la persona. El “yo” con máscara, el “yo” sin máscara. La apariencia construyendo una identidad.

Estamos ante un libro introspectivo y denso, una densidad de textura gelatinosa, elástica y fuerte, a la que te vas adaptando despacio. No es un libro para impacientes, es de degustación lenta. Cuando superas el desconcierto inicial y cierto tedio provocado por la detallada descripción del proceso de elaboración de la máscara, caes de lleno en el asombro de la admiración.

El largo monólogo del protagonista está plagado de reflexiones filosóficas y psicológicas de gran calado y profundidad que habría enmarcado y puesto en la pared. Sin duda la máscara es una gran metáfora sobre la identidad, la otredad, la soledad… que, en estos tiempos de mascarillas, resulta especialmente inquietante.

Estos son los cargos de que se les acusa: el pecado de haber perdido la cara, el pecado de haber obstruido el pasadizo de comunicación con los demás, el pecado de haber perdido la comprensión hacia la pena y la alegría ajenas, el pecado de haber perdido el temor y el gozo inherentes a descubrir lo desconocido de los demás, el pecado de haber olvidado la obligación de crear algo en favor de los otros, el pecado de habernos perdido esa música que pudimos escuchar juntos…

domingo, 30 de agosto de 2020

Ballena (Paul Gadenne)


Había dejado de oponer la resistencia que opone todo lo que vive; había dejado de alzarse contra el viento, de domeñar las olas y sacar provecho de esa misma resistencia

Cuando, deslumbrada y abrumada, terminé de leer esta maravilla me encontré a mí misma sosteniendo el libro como quien sostiene a un pajarillo caído en el suelo, con ambas manos en forma de cuenco remedando un nido que cobije lo roto, lo frágil… lo puro. Estuve así horas, días, aún os escribo con el libro entre las manos. No sabía dónde depositarlo, qué hacer con esta inmensidad tan quebradiza que contiene todo el universo y su inevitabilidad, toda la verdad, simple y escurridiza, toda la existencia y su sentido, toda nuestra suciedad y también nuestra belleza.

Siento que hay un latido en lo muerto, una corriente de vida en lo inerme, una advertencia que está clamando, silenciosa y coral, en lo que mantengo entre mis manos. Quiero darle un aliento, o tal vez respirar el suyo, aspirar el último suspiro de lo putrefacto, abandonarme al horror para empaparme de lo puro, descifrar los silencios de las ballenas, los códigos de las mareas, el misterio del frío. Romper, destruir, aniquilar la indiferencia. Explotar como un átomo.

Sigo con el libro entre las manos, con esta ballena que se me derrama por la comisura de los ojos, manantial de mar en la mirada.

Ya sé qué hacer con él. Os lo voy a pasar a vosotr@s, con toda la delicadeza de la que soy capaz. Y os voy a pedir que lo sostengáis con ternura y con cuidado, que no dejéis que se rompa, que no se rompa, que no se rompa…Y que luego lo paséis a otras manos que sigan resguardando y protegiendo este vidrio tan quebradizo y frágil. Pasadlo de unas manos a otras y preservar la pureza.

Y entonces podré deshacer este nudo en el corazón que se desliza de arriba hacia abajo y vuelve a ascender por la garganta, como buscando un camino del que me han expulsado. Somos cristal fino, que las lágrimas broten desde la conmoción, “con esa indolente obstinación de las cosas que se hacen sin saber”. Pero que no nos impidan cambiar el mundo.

martes, 25 de agosto de 2020

Del caminar sobre hielo (Werner Herzog)


La Eisnerin no puede morir, no morirá, no lo permitiré. No morirá, no lo hará. Ahora no, no puedo. No, no morirá ahora porque no morirá. No puede. No lo hará. Si llego a París, vivirá. Así será, porque no puede ser de otra manera. No puede morir. Quizá más adelante, cuando lo permitamos

A finales de 1974, Werner Herzog es informado de que su amiga Lotte Eisner (una de las primeras mujeres críticas de cine, a la que Herzog consideraba “la conciencia del Nuevo cine alemán”) estaba enferma de gravedad y que probablemente moriría. Herzog creyó que si iba a verla caminando, desde Múnich hasta París, la “Eisnerin” (apodo que le puso Bertolt Brecht) seguiría viva. E inició su camino, un paso y otro y otro. Solo.

Cuando caminas mucho, muchísimo, tu cabeza estalla, brama y arde y los pies aúllan de dolor. Con un frío que no es capaz de expresar, Herzog siente a las personas irreales y busca la emoción en el trayecto: el olor de los campos, la sombra del día, la rabia silvestre, el endrino y los cipreses, los resquicios de las nubes. Ya no camina: vaga.

Lluvia, tormenta, nieve, frío, frío, mucho frío. Durmiendo a la intemperie, asaltando casas vacías, caminando cada día hasta perder la razón y deseando que le crezcan unas alas. Sintiendo una soledad tan profunda como el intenso dolor de pies y de todo el cuerpo, Herzog vuela para que no se note que su cuerpo está destrozado. Las piernas caminan, él vuela con la mirada atraída por las formas vacías y lo desechado, embriagándose de una soledad que ya no tiene que ver con lo terrenal, la sintonía brutal con uno mismo, una soledad que te vacía del habla, voz sin sonido, palabras sin vínculo.

Herzog llegó a París y las primeras palabras que le dijo a Eisner fueron: “Abra la ventana, desde hace unos días puedo volar”. Eisner sobrevivió. El epílogo, las palabras que Herzog le dedicó ocho años después, en 1982, cuando le entregaron a Eisner el premio Helmunt Käutner, es brillante, emotivo e intenso, un cierre precioso. Con una prosa sencilla y emocionada Herzog la exime de vivir para siempre. Lotte Eisner, la Eisnerin, fallecería un año después.

Todos deberíamos caminar