sábado, 3 de febrero de 2024

Tres luces (Claire Keegan)


"Estoy en un punto en el que no puedo ser la que siempre soy ni convertirme en la que podría ser"

Esa edad en la que no puedes ser la que eras ni convertirte (todavía) en quien podrías ser son nueve años, la edad de la protagonista, hija de una familia disfuncional y tóxica que es llevada por su padre a casa de unos familiares durante una temporada, hasta que la madre tenga a (uno más) su último hijo. El padre deja a la niña como un fardo: ni un abrazo de despedida (de eso va este libro: de abrazos) ni ropa. Y así será cómo nuestra pequeña protagonista tendrá su oportunidad de descubrir la importancia de un abrazo, de que te miren y te vean, y cómo eso te convierte en alguien distinto a quién podrías ser si nadie te hubiera enseñado la ternura.

Antes de avanzar, he de decir que "Tres luces" está editado por la editorial argentina "Eterna Cadencia". Eso hizo que tuviera cierta desazón con la traducción (del argentino Jorge Fondebrider), puesto que muchas expresiones me sacaban de la lectura (freezer, bombachas, echalote, escone, enceguecedor...), pero cuando me dejo llevar por una sonoridad a la que no estoy acostumbrada, me adentro en la historia.

"Muchos hombres han perdido mucho solo por haber dejado pasar una oportunidad perfecta de callarse"

Este pequeño libro que se lee en media tarde, contiene una gran historia y una excelente forma de contar: está construida con todo lo que no se cuenta. Es decir, lo que narra se contrapone a lo que no es relatado. Tenemos breves pinceladas de la familia de la niña, de lo que ha vivido durante su corta existencia, del ambiente en el que crece. Esas pinceladas adquieren su tonalidad gracias a pequeños detalles, pequeños pero cruciales:

"Kinsella me lleva de la mano. Apenas me la agarra me doy cuenta de que mi padre jamás me agarró de la mano y una parte de mí quiere que Kinsella me deje ir para no sentir eso"

Previamente dice: "Sus manos son como las manos de mi madre, pero hay algo más en ellas, algo que nunca sentí y que no sé cómo llamar. Me siento sin palabras, pero esta es una casa nueva y necesito palabras nuevas". Cada contacto que tiene con los Kinsella (la familia con la que está pasando una temporada) es una versión diferente de lo que ha vivido hasta ese momento, supone un contacto con algo que desconocía: la generosidad, el afecto, la atención, el cuidado. Asistimos a su desconcierto, a su temor ("Me quedo esperando que pase algo, que la tranquilidad se termine", "Me quedo congelada en la silla, esperando que pase algo mucho peor"), incrédula ante lo desconocido: el cariño desinteresado. La bondad. Recibe un cariño tan natural y delicado que la primera reacción de la niña es evitarlo, no sentirlo ("deseo volver a casa para que todas las cosas que no entiendo sean como siempre son"). Qué doloroso.

Así asistimos a esa oscilación entre la experiencia (la única que conocía) de su ambiente familiar y su convivencia con los Kinsella, mientras calibra los nuevos hábitos y pierde el temor ante ello. Es un libro duro, es como ver destellos de todo aquello que no podrás ser ni tener, hacerte consciente de una pérdida que no sabías que tenías y que ahora tienes que ubicar en algún lugar, el lugar de lo perdido y de lo nunca tenido. Hay mucha crudeza en esa toma de conciencia pese a la amabilidad que recibe de los Kinsella.

Todo ello es narrado de forma sobria, templada y comedida. Y eso le da una contundencia extraordinaria. Mezquindad versus bondad. No sabemos cómo la pequeña se enfrentará en el futuro a lo vivido, a ese aprendizaje tan duro, pero el final del libro contiene toda la tensión emocional y la fuerza de todo lo que se silencia. Un libro que crece en todo lo que no se dice, en lo callado y subterráneo y esa es su genialidad.

"Tal vez la vuelta le de sentido a la ida" Tal vez, ojalá.

Existe una versión cinematográfica: "The Quiet Girl", muy fiel al espíritu del libro, que recomiendo también encarecidamente.

jueves, 25 de enero de 2024

Conversaciones sobre la escritura (Ursula K. Le Guin)

 


"... es una encrucijada entre el matonismo de la corrección y el uso moral del lenguaje. Si el masculino incluye lo femenino y lo femenino y lo masculino, el mensaje es claro y tiene implicaciones sociales y morales de gran envergadura"

Cometí un error cuando empecé a leer este libro: lo hice como si fuera una entrevista a Ursula K. Le Guin. Al ver preguntas cuya extensión era muchísimo más amplia que la respuesta, pues como que me removía en el asiento (en la cama, que fue donde leí el libro). En el momento en que me di cuenta que era exactamente lo que dice el título, una conversación y no una entrevista, empecé a sacarle más tajada a la lectura y a disfrutar de la conversación entre Ursula K. Le Guin y David Naimon.

"El lenguaje es extraño"

Me encanta leer, pero no menos escribir (aunque sea sobre lo que leo). Jamás de los jamases se me pasó por la imaginación ser escritora, escribir un libro (bueno, un libro escribí, pero esa es otra historia) me parecía que era un traje que me venía muy grande y el oficio de escribir un oficio y un arte que no está a mi alcance. Pero me gusta mucho conocer las hechuras de ese traje que algunas personas llevan que les queda niquelado, como la propia Le Guin. Conocer cómo está hecho, cómo se confecciona y elabora la escritura. De qué forma se eligen las palabras como si fueran telas, cómo se toman las medidas de lo que se pretende sea la estructura final, cómo se hace un primer hilvanado, se seleccionan las herramientas a utilizar, se decide qué resultado final quieres priorizar: la forma, el fondo, la perdurabilidad, el impacto, el mensaje... Los ajustes y retoques finales. Me parece fascinante ese momento de creación y ejecución. Por eso me gusta leer a autores que hablan de ese proceso de escritura y de la propia literatura.

Tiene razón Le Guin, el lenguaje es bien extraño. Y a mí lo que me extraña suele fascinarme también. Soy una persona muy semántica (si es que existe algo así), me preocupa el lenguaje, su uso, su interpretación, sus posibilidades, su capacidad para construir y destruir, lo que representan... Hay autores a los que admiro por ese uso del lenguaje, aunque no entienda o no me importe la trama porque es la precisión del lenguaje lo que me rinde a quien lo utiliza aunque sea de forma abismal, pero siempre ampliando el mundo, la perspectiva.

"Es muy importante lo que dices en tiempos oscuros"

Si algo me gusta de Le Guin es que tenía las cosas muy claras, una sensibilidad abrumadora y una gran humildad. No era una escritora que adoctrinara, sino que a través de su ética lo que hacía es educar, donarnos sus conocimientos y experiencias. No pude evitar que se me ensanchara la sonrisa al ver cómo destruye con facilidad pasmosa y argumento poderoso "La carretera" de Cormac McCarthy. La crítica la hace desde la discrepancia con los escritores "serios" y desde la defensa del género de la "ciencia ficción", género en el que ya existían muchos libros sobre "hombres que cruzan el país después de un holocausto".

Le Guin era muy inteligente y por lo tanto muy afilada, precisa y contundente en sus opiniones sobre literatura, poesía, ensayos, escritores, el borrado de las mujeres en el canon literario... Y su humor, qué magnífico humor tenía. Siempre es un placer conocerla más, escucharla como se escucha a las personas sabias: casi sin respirar y con el alma abierta, sin barreras.

miércoles, 17 de enero de 2024

Y eso fue lo que pasó (Natalia Ginzburg)


"Pensaba en lo fácil que era la vida de las mujeres que nunca han tenido miedo de un hombre"

Y cómo no sentir miedo de un hombre que es un manipulador de manual y encima es tu marido, a quien no tienes nada que ocultar porque se lo has contado todo. Dice Ginzburg en una nota (brutal, por cierto): "Esta historia está llena de humo, de lluvia y de niebla". También nos dice que cuando escribió "Y esto fue lo que pasó" se sentía infeliz y sin ganas de pelear ni combatir, que su mente estaba confusa y enredada en la oscuridad, y que por eso en esta historia lo que está más vivo en la mujer protagonista es su oscuridad, su confusión y su enredo.

Ginzburg cree que no debemos buscar un consuelo en la escritura. Pero escribes en función de tu estado emocional y mental y quizás el consuelo sea poner negro sobre blanco aquello que dentro nos arrolla. No lo sé porque no soy escritora, solo escribo de lo que leo y ya otros escriben para contarlo y contarme. Pero sobre lo que sí tengo una certeza absoluta es que la virtud de convertir lo ordinario en arte está al alcance de muy pocas personas y que Ginzburg es una de ellas. Y cuando digo ordinario en realidad digo extraordinario, porque lo ordinario no debilita ni esconde la complejidad de la vida. Puedes ignorarlo, eso sí (ojos que no ven, que no miran, corazón que no siente), pero ahí está Ginzburg para poner la lupa.

"Y esto fue lo que pasó" es una pequeña novela absolutamente descomunal y contundente. ¿Puedo decir que es bestial?. Es que me encanta tantísimo esta escritora que no puedo evitar llenarme de tópicos admirativos. Pero cómo describe la sumisión, el deseo y la necesidad de encajar en el rol que se espera de una mujer, con todo lo dañino que eso implica, me parece algo magistral en Ginzburg. Su manejo de la prosa realista es impresionante, jamás te pierdes ni te sientes confusa en la escritura de Ginzburg. Y siendo cierto que me gusta mucho la literatura rebuscada, alambicada, compleja, enrevesada y sutil, no es menos cierto que también me gusta lo contrario cuando está cargada de razones, profundidad y verdad.

La voz narrativa de Ginzburg es cautivadora, tiene magia, madurez, serenidad y es vibrante. En ella las palabras no se enciman tumultuosas, más bien se encadenan con serenidad y con el firme propósito de narrar una historia. Es incorruptible porque hay en ella un vigor intelectual, una exigencia ética y una capacidad para transmitir ideas, realidades, valores y sentimientos que no puedo (ni quiero) evitar admirar profundamente. En la ficción, inventas, pero en "Y esto fue lo que pasó" la sensación es que todo lo que cuenta sucedió. Más aún: sucede. Y esto es así porque las mujeres de Ginzburg son mujeres que están solas en su propia naturaleza, su condición de mujeres que se niegan a abrazar su destino y a salir a su encuentro. Por eso Ginzburg es intemporal y está llena de matices.

Pese a haber escrito esta historia sin ganas de luchar y enredada en oscuridad, "Y esto fue lo que pasó" conserva una frescura contundente y testimonial porque en su escritura concisa y directa, cauta y medida, nada es gratuito y nunca pierde la elegancia ni la coherencia interna: se llama tener ética.

lunes, 8 de enero de 2024

La noche siempre llega (Willy Vlautin)


"Lo que no entiendes es que llevo toda la vida sobreviviendo. Siempre"

Si hay algo en lo que absolutamente todos los lectores estaremos de acuerdo es en que leemos para entretenernos. O sea: para distraernos, evadirnos, esquivar el aburrimiento. Creo que el entretenimiento es un objetivo transversal para todo lector. A partir de ahí podemos buscar algo más o quedarnos en el mero entretenimiento, ahí ya entra lo individual. Incluso dentro de la lectura de entretenimiento podemos renunciar o no a la calidad literaria.

Todo esto viene a que "La noche siempre llega" me ha entretenido y mucho, se lee con ritmo, es ágil, una literatura directa, sin rodeos, que va al grano, a la acción, a la sucesión de diálogos y acciones que provoca que leas con celeridad, con esa cadencia que atrapa al lector y vas avanzando página tras página, absorta, distraída. Entretenida. Vlautin va no solo al grano, sino también al barro, a lo periférico, a los marginados, a los que se pasan la vida sobreviviendo. Que somos legión, por cierto, los que cada día sobrevivimos, unos con más conciencia de esa supervivencia y otros menos. Da igual, en mí caso sobrevivir no me impide disfrutar, no me impide nada (sólo lo que yo me impida a mí misma).

Además de esa distracción que implica leer, una novela (quien la escribe) puede pretender algo más: transmitir un mensaje, denunciar un sistema o una situación, mostrar algo. ¿Es el caso de "La noche siempre llega"? La pretensión del autor es evidente: mostrar la vida marginal, evidenciar la gentrificación de las ciudades y cómo eso genera una supervivencia marginal. No voy a profundizar en lo de la gentrificación, si no conocéis lo que es, ahí está san google, y sobre todo ahí está la realidad.

Decía que las intenciones de Vlautin son claras. Así que pretende algo más que entretener. Ahora bien ¿lo consigue? En mí opinión (que no sé si es humilde o modesta, pero es mía) lo consigue a mediasY esto es así porque es por los personajes la razón por la que a mí me ha costado más que esta historia fuera más allá. Más que los personajes (que también), por el uso excesivo del diálogo. No porque los diálogos me molesten, al contrario, sino porque cuando los mismos sirven para contarte todo, no sólo lo que sucede sino también lo que ha sucedido, y sirve para que los personajes se expliquen y justifiquen lo que hacen o lo que han hecho, pues como que ahí no puedo evitar asistir a todo desde una distancia fría, cómo que no me va ni me viene en el sentido de implicarme. Me coloca tan en una posición de espectadora externa que no consigo involucrarme emocionalmente, ni siquiera (que es peor) mentalmente. Así que, como ya he comentado, leo con agilidad y paso unas horas distraída, absorta, entretenida, pero al finalizar desconecto absolutamente de lo leído y a otra cosa mariposa.

No es ni bueno ni malo, es lo que es. Me gusta más la literatura que consigue implicarme de una u otra forma, pero tampoco desdeño estas lecturas que distraen y entretienen pero se exigen algo más a sí mismas, lo consigan o no. Entre lo que para mí es mala literatura y lo que es buena literatura hay otra intermedia que sirve de puente entre una y otra y "La noche siempre llega" quizás esté situada ahí, accesible al lector menos exigente, donde todo es muy explícito y que quiera transitar hacia otro tipo de literatura u otro tipo de inquietudes literarias más allá de lecturas entretenidas pero triviales e intranscendentes.