lunes, 8 de septiembre de 2025

Para mayores de cuarenta (Willa Cather)


La novela fabricada para entretener a grandes multitudes debe ser considerada exactamente como una sopa barata o como un perfume barato

Willa Cather, con “Para mayores de 40”, nos regala una obra que se mueve entre el ensayo y el relato, una suerte de híbrido literario donde la reflexión sobre la creación y la vida se entrelaza con semblanzas de autores y personajes históricos. El libro está concebido como un espacio de encuentro para quienes han vivido el cambio radical que supuso la Primera Guerra Mundial, ese punto de inflexión que partió el mundo en dos.


Cather, una mujer que, sospecho, tenía más mala leche de la que dejaba ver en sus retratos, nos entrega aquí una colección de sus pensamientos más punzantes y, por qué no decirlo, algo desengañadas. “Para mayores de 40” es un viaje a la mente de una escritora que ya había visto mucho y que no se callaba ni una.


El ensayo más conocido de este libro es "La novela démeublée". ¡Madre mía, qué claridad! Imaginaros a Cather viendo las novelas contemporáneas de su época, llenas de descripciones de cortinas, cubiertos, el color exacto de las baldosas del baño. Pues ella va y les da un buen repaso a esa manía de llenar las novelas de descripciones hasta el último tornillo. Cather dice que hay que "desamueblar" la novela, quitarle lo superfluo, dejar que la imaginación del lector haga su trabajo. Es como si te dijera: "A ver, que no estamos montando un piso piloto, estamos contando una historia". Es una lección magistral de cómo escribir con alma, no con inventario. Y esto es aplicable a la vida misma: a veces hay que desamueblar el alma de tonterías para ver lo que realmente importa.


Otros relatos son semblanzas de mujeres que, para Cather, son auténticas supervivientes: Caroline Grout (la sobrina de Flaubert), la señora Fields (que conoció a Shelley y a los cubistas) y Sarah Orne Jewett (que prefería pasar desapercibida antes que dejar de ser ella misma). No son homenajes, ni estampas, ni semblanzas formales. Son presencias contadas desde el recuerdo, mujeres que dejaron huella no por lo que escribieron, sino por cómo vivieron su escritura. Cather, que nunca fue sentimental, les da un lugar con una ternura que no necesita adjetivos.


Escribir sobre otras es también escribir sobre una misma. Pero aquí la primera persona se retira un paso. No hay exhibición, hay gratitud y en esa gratitud se juega algo más profundo: una forma de genealogía literaria que no depende del canon, sino de la complicidad.


Cather se da cuenta de que el mundo que conocía está cambiando y no precisamente para bien.  Hay una melancolía palpable, una sensación de que los tiempos dorados se fueron y que ahora toca lidiar con una realidad más compleja. Cather defiende el arte como un refugio, como una retirada necesaria de la vulgaridad y la fealdad del mundo. Y no es una huida cobarde, no, es una fuga estratégica para mantener la cordura. Porque, seamos sinceros, ¿quién no necesita escapar un poco de la realidad de vez en cuando? Yo misma lo hago cada vez que leo los periódicos o veo los telediarios.


El estilo de Cather en estos ensayos es, al igual que en su ficción, accesible, elegante, preciso y evocador. El título del libro ya sugiere una madurez en la perspectiva, indicando que las ideas y reflexiones contenidas son el resultado de la experiencia y la sabiduría acumulada a lo largo de la vida, y quizás insinuando que algunas verdades solo son apreciables después de cierta edad. Su prosa es tan elegante que parece escrita con pluma de ganso y un poco de ironía.


Tal vez Cather no buscara lectores, sino interlocutores. No se trataba de escribir para dejar algo, ni para contar su vida, sino porque ciertas cosas solo pueden pensarse al escribirlas. Y cuando esas cosas ya no se prestan al entusiasmo, ni al manifiesto, ni al afán de estilo, lo que queda no es una confesión, ni una teoría, ni un legado: es una manera de resistirse a desaparecer. Pero sobre todo hay una verdad. La literatura no empieza cuando una aprende a escribir, sino cuando decide que asumir el riesgo de no gustar es menos aterrador que seguir escribiendo para parecer interesante.


Gracias, Willa Cather. Gracias, Alejandro Palomas (traductor)


©AnaBlasfuemia




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