sábado, 25 de noviembre de 2023

Todo está tranquilo arriba (Gerbrand Bakker)


"Llevo tanto tiempo haciéndolo todo a medio gas... Hace ya tanto tiempo que sólo tengo medio cuerpo"

Conocí la palabra "demediado" de la mano del original Italo Calvino y su magnífico "El vizconde demediado". Por aquel entonces no había Google, así que tiré de enciclopedia y supongo que la definición era la misma que encuentras actualmente en la RAE: "Partir, dividir en mitades". El vizconde de Calvino era un hombre demediado como consecuencia de un cañonazo que le parte por la mitad y ambas partes del cuerpo sobreviven. En "Todo está tranquilo arriba", Helmer, el protagonista, es un hombre demediado. Demediado no al modo del realismo mágico del italiano, sino al modo del realismo íntimo de Bakker. Helmer tenía un gemelo, Henk, fallecido en un accidente de coche 30 años antes del momento en que se sitúa la narración, que se moverá entre pasado y presente para conocer a Helmer, su vida, sus decisiones, su historia y cómo ha llegado a ser un hombre demediado, a medias, incompleto.

Helmer en un momento dado de su vida se resigna, no es que tome una decisión, es que se conforma con asumir el papel de su hermano en la granja y vivir metiendo "la cabeza debajo de las vacas para poder dejar que todo siga su curso". Eso es lo que hace: dejar que las cosas sigan su curso en una granja acogedora, segura, pero también vacía, muy vacía. Sin querer pensar en la soledad. En la renuncia, en sus propios deseos y necesidades. Sin sentir, sin pensar. Esas orejeras de burro (curiosamente el único animal que le pertenece a Helmer) que no dejan ver los márgenes, sólo lo que hay delante, siendo el "delante" una especie de zanahoria hacia la que avanzas y nunca alcanzas, ajeno a lo que dejas a los lados, lo que dejas detrás, ajeno incluso al camino que pisas.

Helmer vive con su padre, ya anciano y con apenas movilidad, al que deja en la habitación de arriba. Así empieza "Todo está tranquilo arriba": el día que Helmer lleva a su padre a la habitación de arriba. Lo encierra, puesto que no puede moverse. También lo cuida. No lo juzguéis. Ese padre fue siempre un padre despótico que ignoró a su hijo Helmer y sólo tuvo ojos para su hermano (gemelo) Henk. La única mirada que sostuvo a Helmer fue la de su madre, una mirada suficiente para que Helmer pudiera soportar la situación. Insuficiente para recomponerle. 

"Tras su muerte ya no tenía a nadie a quien mirar, con quién mirarme, y eso fue lo peor"

Sin miradas que le vean, sin ojos a los que mirar, Helmer se protege de su propia soledad de la peor forma posible: ignorándose a sí mismo. Avanzando con el día a día de la granja, metiendo su cabeza debajo de las vacas. Pero esto cambiará. La llegada de una persona a la granja producirá la transformación que Helmer necesita. Bakker no tiene ninguna urgencia por contarnos esta transformación, algo que a algún lector le puede pesar, ese ritmo pausado, bucólico, sutil. Pero en verdad las grandes transformaciones personales se producen tal y como las narra Bakker: despacio, con tranquilidad, penetrando en uno mismo, empezando a generar la mirada más potente: la que se produce cuando alguien se empieza a mirar hacia dentro. A verse. Porque hasta ese momento Helmer se había ignorado a sí mismo pasando por la superficie de todo. Y ahora empieza a rascar esa superficie, a ver qué hay debajo. Y empieza a encontrarse con la soledad, los sueños perdidos, la vida, la muerte, las carencias... Al igual que hizo con su padre, encerrarlo "en la habitación de ahí arriba" para no verlo, para alejarlo de su cabeza, lo hizo con toda su vida: apartarla y aislarla para no verla. Esconderla "ahí arriba" como si no existiera. Hasta que empieza a mirar(se).

Helmer dejará de ser un hombre demediado. Y esto sucederá en cuanto Helmer empiece a mirar, a ver, a quitarse las orejeras. Ya no estará ciego. ¿Dolerá lo que ve? Claro, pero también aprenderá a conectar con aquello que le rodea y aquello que le sucede. Incluso aprenderá a salir de debajo de la sombra (larga, larguísima) de su hermano fallecido.

La prosa de Bakker es suave, íntima, con un discurrir tranquilo pero muy convincente y poderoso para crear una atmósfera que va penetrando sutilmente en el lector. Para mí fue una lectura acogedora, reconfortante incluso.

El libro comienza, como ya he dicho, con Helmer dejando a su padre en la habitación de arriba. Termina con Helmer en una playa de guijarros mirando el horizonte y diciéndose a sí mismo "Estoy solo". Pero ya no es un hombre demediado, no es una mitad.

"Sé que debo ponerme en pie, que ya será de noche en la maraña oscura de senderos y caminitos sin asfaltar, a través de los pinos, los abedules y los arces que los jalonan. Pero sigo sentado tan tranquilo. Estoy solo"

Solo, pero no aislado ni olvidado de sí mismo.


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